Pequeña historia de una decepción y de un resurgimiento

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Por Kepa, 26 de enero de 2007


Por qué os escribo

Cuando hace 21 años me fui de la Cosa tomé la decisión de cortar radicalmente cualquier relación con ella. En consecuencia di una respuesta tajantemente negativa a las propuestas que me hicieron, en los años siguientes, de participar en sus medios de formación .Después de que pasaron 5 o 6 años de mi salida ya no volvieron a ponerse en contacto conmigo ,gracias a Dios. Así que creía que mi estancia en la Cosa era algo muerto y enterrado.

Pero no; sí estaba enterrado pero no muerto y al leer vuestra web me di cuenta de que mi experiencia dentro seguía vívida, probablemente porque fue intensa, ilusionante algunas veces y frustrante las más.

La lectura de la web ha sido para mí como un seísmo interior ciertamente doloroso, debido a los malos recuerdos que me trae. Me he decidido a escribir por si pueden ser útiles para alguien mis experiencias y porque creo importante dar un mensaje de esperanza: la vida es mucho mejor fuera que dentro y la sensación al respirar aire puro es impagable...

Tuve la suerte de que mis padres no fueran de la Cosa, no fuera a un colegio ni a un club de la Cosa y que, por tanto, no estuviera programado desde pequeño. Fui a un colegio de religiosos y cuando estaba ya terminando el bachillerato me propusieron hacerme de su orden. Algo que rechacé sin ninguna vacilación pues mi intención era la de ser un buen cristiano pero en la calle, trabajando y formando una familia.

Cazado

A finales de mi segundo curso en la universidad un amigo mío, que era numerario, me invito a ir a su Colegio Mayor “para hablar”.Me interesó lo que me dijo y me presentó a algunos de sus compañeros, que me parecieron agradables. A los pocos días fui a una meditación y me gustó puesto que el lenguaje que utilizaba el sacerdote era mucho más normal que el que había escuchado a sacerdotes y párrocos. Además, hablaba de cosas que me interesaban a mí directamente.

Un par de semanas después fui a un “curso de retiro”. Allí me hicieron ver claro que aquella podía ser mi vocación: santificación del trabajo, ser un buen profesional, vida interior, apostolado, hacerlo todo huyendo de la mediocridad y en medio del mundo

Al comenzar el curso siguiente me invitaron a un “círculo”.Yo acudía regularmente y con interés. Se hablaba de virtudes humanas y de lo que Dios esperaba de los fieles corrientes. Estaba enardecido por dentro y solo al cabo de 3 o 4 años me di cuenta de que habían abusado de mi inocencia y de mi confianza en ellos y de que el numerario teórico no existía en la práctica.

Al cabo de unos pocos meses pedí la Admisión. No me costó mas que unas horas decidirme pues estaba convencido de que nada me impediría ser el numerario teórico. Un poco más me costó la renuncia al matrimonio, pero tan altos objetivos bien valían la renuncia al sexo, pensé.

A los seis meses me tocaba hacer la Admisión (no sé si ahora es igual), pero pasaban las semanas y no me decían nada y yo no pregunté ni pedí hacerla. Estaba extrañado pues yo me había esmerado en hacer las cosas bien y no sabía en qué podía haber fallado, ¿había que pedirlo? ¿me habían visto pasear, castamente, con una chica?¿no les gustaba mi nariz?. A los nueve meses me invitaron a hacer la Admisión .Mi director me preguntó: ¿sabes por qué se ha retrasado tu admisión?. Le dije que no, pero él no me respondió nada. Aquella fue la primera vez que desconfié de los directores, aunque tampoco los de la Delegación que había conocido me habían parecido nada del otro mundo.

En la olla a presión

Al año siguiente fui al Centro de Estudios, en donde empezó la historia para no dormir. El comienzo fue una experiencia nefasta para mí: cien personas masificación, rebaño, adoctrinamiento, obediencia militar a los directores, enclaustramiento, asfixia y los estudios internos. ¿Por qué tenía que estudiar cosas por si algún día me hacía cura? Tenía claro que nunca me haría cura, pues no era mi vocación, yo quería ser el numerario teórico y no otra cosa. Me salté al director de grupo y me fui a ver al director del Centro de Estudios. Le dije lo que pensaba. Resultado: unas palmaditas en la espalda y una visita al médico que me recetó estimulantes para el día y sedantes para la noche. Los tiré todos a la basura.

Como mi cara debía reflejar mi enfado y cometí algunas faltas (leves) de indisciplina, la semana siguiente apareció el director de San Miguel para hablar conmigo. Le dije que aquello parecía un seminario y todo lo demás. Me recordó lo de la “voluntad de Dios” pero yo, que echaba chispas, le dije que nadie sabe con certeza cuál es la voluntad de Dios y que, en todo caso, era en mi conciencia donde mejor podía atisbarla. Creo que también él salió enfadado de la entrevista.

Al volver al Colegio Mayor sede del Centro de Estudios, las cosas se serenaron un poco, Yo no había perdido toda la ilusión ,me pusieron un director experimentado e hice la Oblación cuando me tocaba. En aquellos dos años estudié como un jabato, cumplía las normas, daba círculos, hacía apostolado y colaboraba con la labor en otra ciudad pero, por otra parte me desmarqué del oficialismo. Nunca terminé el bienio de filosofía, me escaqueaba del estudio del catecismo y del latín, así como de otras cosas que yo no consideraba coherentes con mi vocación, tal y como se expresó al hacerme de la Cosa.

En realidad, en éste periodo se grabó en mi mente de una forma semiconsciente que debía “pensar con mi propia cabeza” y que allí no había nadie infalible.

En el segundo curso del Centro de Estudios comencé a trabajar por las tardes en una empresa, no me pareció que les gustara mucho pero como seguía funcionando bien no me dijeron nada. Al final de este periodo empecé a recibir charlas de numerarios, parecía que confiaban en mí. Me preguntaron si me gustaría ir a Roma para en el futuro, quizás, ser sacerdote .Volví a decir que esa no era mi vocación y que no tenía interés en ir a Roma.

En esa época conocí al Santo en una tertulia de numerarios y estuve de nuevo con él dos años después, poco antes de su muerte. El Gran Icono me decepcionó totalmente: me pareció una persona soberbia iracunda y con escasa capacidad afectiva. Mi confianza se empezaba a debilitar y más cuando su comportamiento era completamente distinto en las tertulias con supernumerarios y cooperadores: la Cosa parecía tener dos caras, una hacia el interior y otra hacia el exterior. Las películas del Santo empezaron a producirme urticaria.

La dura realidad

Me enviaron al consejo local de un centro de San Rafael. Estaba bastante a gusto, lo pasaba bien y tuve pocos problemas con los jefes por lo que estos me manifestaron que estaban contentos conmigo, pero yo ya no lo estaba tanto. Empecé a trabajar a tiempo completo en una empresa y doy gracias a Dios de no haberlo dejado en todos esos años, pues facilitó enormemente mi salida.

Al año siguiente me enviaron a un centro de mayores en el que se hacía labor con supernumerarios y estuve allí varios años. El ambiente tiraba a deprimente, había gente buena pero también un grupo de amargados que hacían que el ambiente fuera algo tenso.

Un día mi director, que era inteligente y bueno, me hizo notar que en la charla ,cuando hablaba de los que estaban por encima de mí, les llamaba “ellos”.Yo no lo hacía intencionadamente, pero estaba claro que en mi subconsciente distinguía entre los numerarios que vivían, idealmente, según su vocación primigenia y los burócratas manipuladores.

La labor con supernumerarios me iba bien. Mis jefes me decían que era un excelente director porque no se me escapaba ninguno. Creo que había dos causas para ello Por un lado una pura cuestión de suerte y por otra mi manera de llevar la dirección espiritual. Siempre vi en los supernumerarios a personas cuyos derechos individuales estaban por encima de los de la Institución. Los trataba con afecto no fingido, les jaleaba sus éxitos, les animaba a superar sus puntos débiles, nunca les recriminaba nada y entonces ellos mejoraban de forma espontánea. Nunca conté en el consejo local aquellas cosas obscuras que se me habían contado en confidencia, me hubiera parecido una traición y un pecado. Creo que los supernumerarios lo intuían y esto les hacía ser más sinceros. Los otros directores se daban cuenta de que no lo contaba todo en el consejo local, pero mi firmeza en este punto les llevó a dar esta batalla por perdida.

Me pregunto a mí mismo, ahora, por qué no abandoné en esa época ,cuando ya llevaba casi diez años dentro y ya había visto y experimentado casi todo lo que había que ver y experimentar. Creo que no hay más respuesta que por cobardía. Era muy decidido para algunas cosas pero muy cobarde ante la Gran Decisión.

En el disparadero

Me trasladaron a otro centro de características similares: mismo tipo de personas, misma labor. El director era inteligente y tolerante pero, claro, no podía salirse del guión. Por aquella época empecé a plantearme el abandono.

Estando en un curso de retiro vino a verme el director de San Miguel para preguntarme por qué no había pedido hacer la Fidelidad (llevaba varios años de retraso). Le mostré mi falta de interés pues, con o sin Fidelidad, le dije, yo iba a hacer lo mismo. Me dejé convencer y la hice unas semanas después.

Tenía la costumbre de irme algunos domingos a pasar el día con mis amigos. Para mi sorpresa mi director me dijo que era mejor que no lo hiciera y pasase el domingo con los de “casa”. Fue un mazazo para mí: adiós a una parte del apostolado de amistad y de confidencia.

Un día, en un círculo, nos leyeron una nota del Padre (el sucesor) que era una nueva vuelta de tuerca a la libertad personal. Al día siguiente me fui a la Delegación y hablé con uno de los directores para mostrarle mi total desacuerdo. Me aseguró que todo era para nuestro bien, pero como yo no cedía recurrió al argumento de autoridad: ¿quién era yo para poner en duda las decisiones del Padre?. Mi respuesta fue contundente y puso en marcha la cuenta atrás de mi salida: si los Papas se habían equivocado a veces, con mayor razón podía hacerlo el Padre.

Dos o tres meses después vino a verme el director de San Miguel, nuevamente en un retiro. Según él, debía pensar seriamente en dejar la Cosa si no estaba dispuesto a cambiar mi actitud. Me quedé de piedra y no supe qué responder. Al día siguiente estaba furioso, abandoné el retiro y me fui a ver a ese director. Le dije que si querían que me fuera no tenían mas que decírmelo, pero que tendrían que hacerlo oficialmente. Se excusó, me aseguró que no le había interpretado bien y que siguiera adelante. En realidad le había entendido perfectamente. La cuenta atrás sufrió un acelerón y solicité dejar de dirigir a otras personas.

Dos meses mas tarde pedí una “dispensa de vida de familia” para “reflexionar” y me la concedieron unos veinte días después. Pero lo que hice fue aprovechar la ocasión para hacer vida de no numerario. No me enorgullezco de ello, fue una falta de honestidad con el compromiso adquirido.

Acudí a comer a mi centro cuando se celebró la primera fiesta “ interna” importante. El recibimiento fue frío, me miraban como a un apestado y no intercambiaron conmigo mas que unas breves palabras. Me confesé y no volví nunca más por allí.

Alos pocos días fui a la Delegación y solicité ser baja en la Cosa. Me propusieron que me concediera a mí mismo un tiempo para pensarlo, pero a la semana siguiente volví para confirmar que mi decisión era definitiva, escribí la carta al Padre (dos o tres líneas) y quedé a la espera de la respuesta oficial, que llegó un mes y medio después. En esos últimos momentos recibí un trato afable y me propusieron ser cooperador, cosa que rechacé. No he vuelto a hablar nunca más con gente de le Delegación.

En mis trece años allí, aprendí muchas cosas a pesar de ellos: a trabajar duro, a relacionarme con gente muy diversa, a proteger mi libertad de conciencia por encima de todo y un largo etcétera. No pienso que fueran años perdidos y tampoco estoy seguro de que si no hubiera sido de la Cosa me hubiera ido mejor. Nadie puede saber si estando fuera no hubiera sufrido algún gran traspiés.

Jesucristo superstar

Después de mi salida inicié una vida normal, estaba como un niño con zapatos nuevos. Dos años mas tarde me casé y vivo feliz con mi mujer y mis hijos; también mi vida profesional ha funcionado bien. Dentro de siete años me jubilo y ya tengo algunas ideas sobre lo que haré entonces. No todo ha sido perfecto, en varias ocasiones he pasado malos momentos, he tenido éxitos y también fracasos, pero los he ido superando a base de tesón y paciencia.

Al salir de la Cosa, me concedí vacaciones espirituales y mi práctica religiosa estuvo bajo mínimos durante tres años. Después, sufrí una gran transformación interior al leer el evangelio de San Mateo. Había oído tantas interpretaciones interesadas en meditaciones y charlas que no me había fijado lo suficiente en Jesús, el hombre. De repente, empecé a darme cuenta de los comportamientos y de los afectos de Jesucristo: tenía compasión por la gente, les animaba, daba escasa importancia a los pecados del sexo, no apreciaba a los que buscaban el poder, el dinero y la fama ni a los jefes religiosos, no mezclaba la religión con la política, y murió por defender la Verdad.

Desde entonces he ido progresando en mi vida interior; hago oración cuando me sale (y esto ocurre la mayor parte de los días), sin seguir ningún horario ni tiempo predeterminado. A veces tengo una gran alegría interior y no se de dónde sale, ¡y no he tenido ninguna visión ni ninguna iluminación¡, hago apostolado por libre y me santifico en el trabajo.

Muchos años después, he conseguido llevar a la práctica mi vocación primigenia, y le doy gracias a Jesucristo por ello.



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