Historia oral del Opus Dei/El Opus Dei y los negocios

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CAPÍTULO 2. EL OPUS DEI Y LOS NEGOCIOS

Las necesidades de la primera hora del Opus Dei no sobrepasan los requerimientos de una familia de clase media. Los estudiantes de la pensión de Ferraz 50, con Escrivá a la cabeza, llevaban la sobria vida de la España de los años treinta. Isidoro Zorzano, el primer socio con la carrera terminada, administraba celosamente los pocos ingresos y atendía el pago de las facturas y los gastos.

Con el paso del tiempo empezó a crecer el déficit de la pensión y cierta sensación de ahogo económico se traslucía hacia fuera.

"En aquella época -cuenta Miguel Fisac- yo vivía con mi hermano Pepe en la casa de Las Flores, en Gaztambide 15. Mi hermano solía jugar mucho a la lotería y en una de esas veces le tocaron cien mil pesetas, algo así como si ahora le tocaran bastantes millones. Con eso se creó el natural revuelo, los amigos le pedían préstamos, a mí me compró un equipo de esquí. Pocos días después, me llamaron para decirme que el padre Escrivá quería que fuera en seguida a verle. Yo fui todo nervioso, con la preocupación de cómo iba a decirle a mi hermano que le diera dinero, porque estaba seguro de que el Padre me lo iba a pedir. Luego resultó que me llamaba para otra cosa: para decirme que él creía que yo tenía vocación y que entrara en la Obra."

Los estudiantes miembros del Opus daban sablazos a su familia, como era costumbre, y lo sigue siendo, en el mundo universitario y había una enorme preocupación por no gastar más de la cuenta individualmente. De aquella época procede la costumbre vigente de que cada socio lleva una cuenta de gastos donde anota el dinero que saca de la caja de la Obra y los gastos que hace, así como unos talonarios en donde se anotan los ingresos de cada uno, que el voto de pobreza obliga a entregar íntegramente en la caja de la institución.

Las peripecias de la guerra civil suponen también un cierto apuro económico.

"Sacábamos el dinero de donde se podía -continúa Fisac-, las más de las veces de nuestras familias. Cuando Juan Jiménez Vargas vino a Daimiel donde yo estaba escondido y me propuso pasarnos con el padre Escrivá a la zona nacional, mi padre, un farmacéutico acomodado, nos dio todo el dinero que había en casa."

En la época de Burgos las cosas seguían más o menos lo mismo y a la entrada de las tropas nacionales en Madrid es Isidoro Zorzano, con su sueldo de ingeniero, el que ampara la primera hora, pues en su casa se alojan la madre y los dos hermanos de Escrivá hasta que se trasladan al Patronato de Santa Isabel.

"El sueldo del Patronato lo pagaba el Patrimonio Nacional. Yo he ido a cobrarlo frecuentemente a Palacio -recuerda Antonio Pérez- y eran unas pocas pesetas incluso para aquellos tiempos."

En la residencia de Jenner y en las otras que se van abriendo en los años cuarenta, la hipótesis económica es la misma. Unos ingresos, pocos, de los primeros profesionales y las pensiones de los estudiantes, para afrontar los gastos. Algunos se ayudaban con clases particulares y, de vez en cuando, el sablazo a los amigos.

Hasta que empezó la actividad del Consejo de Investigaciones Científicas, las cosas económicas fueron mal. Cuando había mucho apuro, Escrivá iba a ver a Carrero Blanco, que se hizo amigo suyo, y de los fondos de libre disposición de Presidencia del Gobierno, le daba de vez en cuando alguna cantidad de escasa importancia.

Pero la amistad de Escrivá con el ministro Ibáñez Martín, a través de Albareda, iba a dar buenos dividendos, no sólo en el terreno académico y político sino también en el económico.

La decisión, que se toma ya en 1939, de crear el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, tiene una vertiente natural, la construcción de los edificios necesarios. Albareda, investido .ya en su cargo de Secretario General del Consejo, no duda en encargar las obras a su consocio en el Opus, Ricardo Fernández Vallespín.

Miguel Fisac termina la carrera dos años después y, por indicación de Albareda, hace un anteproyecto de adaptación del Auditórium del Instituto Escuela para iglesia del Espíritu Santo, que gusta mucho a Ibáñez Martín y le encarga el proyecto.

Pronto Fisac se convierte en el principal responsable y se dedica completamente al diseño y puesta en ejecución de las obras. Estas se llevaban por el procedimiento de administración. Se trataba de una fórmula administrativa muy flexible. El arquitecto recibía dinero a cuenta y después iba haciendo certificaciones de la obra ejecutada.

Con ese motivo algunos socios de la Obra, que tenían una cierta inclinación a la ingeniería y a los negocios, como Jorge Brosa, Rafael Escolá, ambos catalanes, y Femando Lapuente, con la aprobación de los superiores, deciden constituir pequeñas sociedades que pudieran suministrar materiales o ser-vicios a las obras del Consejo. Así nacen la compañía Eolo, dedicada al transporte, y Eosa, dedicada a la construcción.

Con ello hacen sus primeros pinitos en el mundo de la economía los jóvenes hijos de Escrivá aunque el resultado no es muy boyante, apenas hay margen de beneficios en esas operaciones y pronto las sociedades quedan más o menos congeladas.

Lo que son crecientemente importantes son los honorarios profesionales de Miguel Fisac, como arquitecto y realizador de proyectos. En principio, según una ley que se pone en vigor en aquel tiempo, los arquitectos españoles tenían que hacer unos grandes descuentos cuando sus trabajos iban destinados al Ministerio de Educación. Y se aplicaban unas tarifas muy inferiores a las habituales en el mercado normal de la construcción.

Pero como Fisac estaba completamente dedicado a los proyectos y procuraba hacerlos con gran economía para que resultaran lo más baratos posible, y lo hacía por administración directa, los superiores de la Obra le instaron para que cobrara más de aquel mínimo, aduciendo el argumento moral de la legítima compensación. "A mí aquello me provocó escrúpulos de conciencia -cuenta Fisac- y esto se unió a mis otros problemas ya existentes en relación con mi pertenencia a la Obra."

Las obras del Consejo se prolongaron a lo largo de cinco o seis años y esos honorarios de Fisac se convirtieron en la fuente principal de financiación del naciente Instituto, pues aunque, con el paso del tiempo, otros socios conquistaron cátedras de Universidad, los salarios académicos de entonces no daban para mucho más que el mantenimiento de una o dos personas. Y cuando había alguna emergencia, siempre estaba presto .Escrivá a pedir ayuda a su amigo Carrero Blanco, que se prestaba gustoso a sacarle de apuros.

Con el paso del tiempo las necesidades crecían. Muchas de éstas tenían que ver con la incorporación a la Obra de jóvenes sin ingresos cuyas familias no podían o no querían contribuir a financiar aquella decisión que, con frecuencia, se traducía en traslados a ciudades ajenas a su residencia habitual.

A principios de los años cuarenta, Escrivá establece el primer centro de formación de numerarios de la Obra en la calle de Diego de León de Madrid, un antiguo palacete, cuya planta noble sirve de sede central al Instituto y cuyos altos son ocupados por los jóvenes neófitos, que pasan allí uno o dos años, alternando sus carreras u ocupaciones con la formación interna. La mayoría de esos inquilinos, como de tantos otros en las casas de provincia que se van abriendo, no tiene apenas dinero para sostenerse y han de incrementarse las soluciones extras.

Algunos miembros de la Obra, sobre todo catalanes, como Panikkar, López Rodó, Termes, eran hijos de familias industriales, cuyos padres habían considerado la posibilidad de que sus hijos les sucedieran en los negocios. "Yo había hablado con ellos en alguna ocasión -cuenta Antonio Pérez- y a mi me parecía muy bien que, mientras algunos numerarios realizaban su profesión y su apostolado en el mundo académico, como profesores, otros lo hicieran en la industria y el comercio, con el beneficio añadido de la mejor retribución de estos empleos."

Pero aquello necesitaba unas libertades que Escrivá, ya muy reglamentista en su pensamiento fundacional, no veía bien.

"El Padre -continúa Antonio Pérez-, tenía un esquema de organización en el que todo lo que hacíamos eran obras de apostolado. En el primer catecismo de la Obra las dividía en obras corporativas y obras comunes. Aquéllas debían tener un fin estrictamente apostólico y eran dirigidas directamente por los superiores y las comunes podían ser primordialmente seculares, auxiliares de las primeras, con fines de beneficio económico, pero también debían ser controladas por la jerarquía de la Obra. Aquello produjo desde un principio muchos conflictos porque yo, como superior, me conformaba con que cada uno llevase sus negocios como las reglas y las costumbres correspondientes le aconsejasen y diera a la Obra sus beneficios, pero el Padre insistía mucho en que tal o cuál actividad económica tenía que estar bajo el patrocinio de un santo y controlada por el superior relacionado internamente con el asunto según el esquema organizativo interno. Y así había muchos conflictos."

Los conflictos se reducían sustancialmente a que, como en la Obra siempre hacía falta dinero, se presionaba constantemente a los numerarios activos en la industria o el comercio para sacar beneficios de ellos y, si eran responsables efectivos de las empresas, tenían constantes problemas para tomar las oportunas medidas de amortización o inversión requeridas por el negocio. Sin embargo, las dimensiones de todo aquello todavía eran muy pequeñas, apenas tres o cuatro negocios familiares, algún bufete o consulta profesional, nada importante. Los conflictos vendrían más tarde, con el lanzamiento y desarrollo de la operación Esfina.

El fulminante de la operación fue la decisión de Escrivá de construir una gran casa en Roma, para sede central de la Obra, y establecer, a semejanza de los jesuitas, los dominicos, etc., un gran centro de formación para los socios de la Obra de todo el mundo, que con el tiempo debería transformarse en una institución académica de carácter eclesiástico donde enseñar la teología, el derecho canónico de la Obra.

La decisión se toma en 1950 y a partir de entonces las peticiones de dinero de Escrivá desde Roma se hacen diarias y obsesivas.

"El Padre -cuenta Antonio Pérez- era un hombre muy miedoso en cuestiones económicas, un miedo compatible con su propensión a gastar en aquella realización. Nosotros nos organizamos para mandarle dinero y lo sacamos de donde podíamos, pero nunca le fallamos. Él llamaba constantemente por teléfono para avisar que tal o cuál día vencía tal letra o había que pagar a tal proveedor porque, a pesar de nuestra eficiencia, él no terminaba de fiarse, lo pasaba mal y lo hacía pasar mal a los que tenía alrededor."

Escrivá empezó a desarrollar entonces una mentalidad de que el fin justifica los medios y predicaba una y otra vez que la limosna cubre la muchedumbre de los pecados, animando a los socios de la Obra a dar sablazos continuos.

Con este motivo se organiza la operación colegio romano, en la que se expiden títulos de cooperador a quienes dan dinero y en la que toda la maquinaria administrativa de la Obra se pone al servicio de la recaudación.

Para sacar adelante la operación colegio romano, todas las casas de la Obra reciben instrucciones puntuales para llevar una contabilidad estricta de las gestiones que cada socio realiza al respecto. Se organizan viajes para visitar a parientes lejanos, amigos. Y por primera vez el mensaje apostólico se vincula a la financiación de las obras de Roma.

El estímulo ascético tiene entonces cada vez más que ver con el éxito recaudatorio y se producen los primeros choques entre los superiores y algunos socios que ven mal la subordinación de su trabajo profesional y apostólico a ese nuevo espíritu limosnero. Las inquietudes son acalladas por cartas y recados del Padre que pone un gran énfasis en ganar, junto a la batalla jurídica, es decir la aprobación de la Obra por el Vaticano, que por aquellas fechas estaba a punto de producirse, la batalla de la formación, es decir, que socios de la Obra fruto de la creciente expansión geográfica, reciban en el nuevo centro de Roma, un estilo homogéneo de conducta al lado del fundador.

Recuerda Miguel Fisac que en la operación de la compra del palacete de Bruno Buozzi 73 colaboró algo con Alvaro Portillo. Y a continuación hizo los bocetos de ampliación de la zona posterior de servicio del palacio. Pero chocó con las ideas e imposiciones arquitectónicas del padre Escrivá: decoraciones ampulosas, con mármoles y lujosa ornamentación. Miguel Fisac no estaba de acuerdo con todo ello y fue entonces cuando Escrivá le dijo que dejase de intervenir. En cuanto a Fisac, se quedó encantado de no tener que seguir con aquello.

Posteriormente, y por otros motivos, Miguel fue a Roma y al ver lo que se estaba realizando, lo criticó detalladamente. Entonces Escrivá le prohibió que volviera a poner los pies por allí. Hasta tal punto llevó la prohibición, que encontrándose Fisac en Turín con motivo de un trabajo profesional, como era el Año Santo y quería ganar el jubileo, telefoneó al Padre para pedirle permiso para ir a Roma y él no lo consintió.

El envío del dinero a Roma tropieza con las dificultades legales relativas a la exportación de divisas y el Padre da instrucciones para superarlas, de la manera que sea. Una primera fórmula, tradicional en el mundo civil y eclesiástico, es llevar físicamente el dinero en un viaje, arriesgándose a la consiguiente detención. Animados del buen espíritu de obediencia, algunos socios mayores realizan esos viajes y pronto se encuentra una fórmula habitual, aprovechando la libertad de cambios del vecino país, Portugal.

En el primer grupo de los que fueron a Portugal figuraba un joven abogado, Gregorio Ortega Pardo, de origen aragonés y de la confianza de Antonio Pérez, que pronto entra en contacto con el mundo bancario. Él arregla el envío a Roma del dinero aunque a tal fin sea necesario que las pesetas atraviesen la frontera portuguesa. Viajes de excursión desde Tuy, algunos bajo la protección del obispo López Ortiz, resuelven el problema.

"El envío de dinero a Roma, bajo esos procedimientos tan incómodos, nos lleva a idear una solución más estable -relata Antonio Pérez-. Un amigo mío, Méndez Vigo, me pone en contacto con una autoridad de Andorra que tenía permiso para establecer un banco. Después de algunas negociaciones, llegamos a un acuerdo y el resultado es la creación del "Crédit Andorra", oficina bancaria en territorio andorrano que nos permitiría una mayor flexibilidad en el envío de dinero."

"A mí me dijeron -recuerda Miguel Fisac- que hiciera el proyecto y construí ese banco."

"Unos cuantos numerarios se hacen cargo del banco-continúa Antonio Pérez-, Tesifonte López, José Meroño, bajo la dirección de Rafael Termes. Pero al poco tiempo las cosas no van bien, los numerarios en cuestión no se entienden, y terminamos congelando esa aventura y volviendo al sistema tradicional."

Pero las necesidades arrecian, tanto desde Roma como del resto de la geografía de la expansión apostólica. Hay gentes del Opus, siempre con poco dinero, en ocho o diez países y aunque se generalizan los sablazos a personas conocidas de todos ellos, y algunos numerarios disfrutan de becas del Consejo de Investigaciones, se hace necesario arbitrar soluciones más sustanciosas en España de la que además ya falta habitualmente Escrivá, con su anterior eficaz capacidad limosnera.

"Los responsables en España nos reunimos entonces -sigue Antonio Pérez- para asomarnos en serio al mundo económico e iniciar una nueva etapa. Hay que reconocer que ya había medio centenar de socios numerarios con la suficiente preparación para meterse en negocios y teníamos muchos contactos, de modo que Luis Valls y yo, con la cooperación de Rafael Termes, Alberto Ullastres, Ortega Pardo, Manuel Barturen y otros, dedicamos mucho tiempo a tratar gente, oír proposiciones y lanzar lo que en algunos ambientes se empezó a conocer como operación Esfina, tomando el nombre de una sociedad de inversiones y estudios financieros de la que se acababa de hacer cargo Alberto Ullastres."

A partir de entonces el tema económico se mezcla con el político, es la década de los cincuenta, pero cabe distinguir al principio dos líneas de trabajo, que le son explicadas al Padre y que él aprueba. Escrivá, que apenas entiende de eso, da por buenas las intenciones del grupo promotor español, que le va a sacar de apuros, aunque insiste en que todo ello se lleve a cabo bajo el control de los superiores, a los que se deberán someter las iniciativas.

La hipótesis de trabajo son las denominadas obras comunes o sociedades auxiliares que, según el derecho interno, se constituyen por socios de la Obra y cooperadores o amigos con fines crematísticos aunque sin olvidar la finalidad apostólica última. A esos efectos se crea en la comisión regional de España una oficina de empresas, encargada de orientar y aprobar las actuaciones de los numerarios en esas sociedades auxiliares, generando una cierta praxis contable y de alta gestión, con el nombramiento, por ejemplo, de un delegado de la Obra de confianza en cada empresa.

La promoción de negocios y empresas se convierte en actividad fundamental de los superiores de la Obra que exhortan, de palabra y por escrito, a todos los socios a cooperar en esos fines. Algunos, menos propicios a tales lances o más educados en el modelo apostólico académico, se extrañan de tales novedades e incluso rehúsan colaborar. La regla general es que tal inhibición es respetada por los superiores, excepto en los casos de promoción de obras estrictamente apostólicas, las obras corporativas, o aquellas obras comunes, que como la promoción del mundo de la prensa, disfrutan de apoyo específico del Padre. Entre éstas destacará el lanzamiento de una revista semanal, "La Actualidad Española".

Al frente de "La Actualidad Española" se coloca a Antonio Fontán, catedrático por entonces de latín en Granada, quien se traslada a Madrid para hacerse cargo de la nueva aventura. Un grupo de numerarios es reclutado para juntarse con algún supernumerario o colaborador, con habilidades o experiencias en el mundo periodístico, y la revista empieza a aparecer cada semana, desde 1952, con colaboraciones de propios y extraños, con un carácter extremadamente intelectual, que no hace fácil su venta. Por ello los socios de la Obra son exhortados a conseguir suscripciones a "La Actualidad", tarea que se considera al mismo nivel de exigencia que el cumplimiento de los deberes espirituales. Esto también proporciona algún que otro conflicto interno, que es zanjado por los superiores internos por la vía del pragmatismo.

"El Padre -cuenta Antonio Pérez- tenía la obsesión del apostolado de la prensa, en recuerdo sin duda de los logros del grupo de Angel Herrera, con El Debate y otras publicaciones católicas. él solía decir mucho aquello de "hemos de envolver al mundo en papel impreso", y estuvo constantemente detrás de esas iniciativas, dando instrucciones concretas, todas ellas en el marco de lo que hoy se llamaría prensa confesional."

Algo parecido se trató de hacer en otros países, aunque sin tanto éxito inicial. Entre algunos socios mayores era frecuente una cierta soma cuando se hablaba de colocar suscripciones de una revista intelectual francesa, "La Table ronde", que los socios de la Obra de Francia lograron controlar aunque al poco tiempo feneció.

Para la operación de la prensa se cuenta con el apoyo gubernamental conseguido a través de la entrada de Florentino Pérez Embid en el Ministerio de Información y Turismo.

La presencia de Pérez Embid, y luego de Vicente Rodríguez Casado, en el Ministerio responsable de la política de prensa, presta garantías a las aventuras periodísticas de la Obra que se amplían a otros sectores y especialidades del apostolado de la opinión pública, como se llamó internamente a esta actividad.

La operación, que en el mundo de los negocios va a suscitar más críticas, al tiempo que va a significar el primer protagonismo notorio del Opus en la esfera mercantil, es la entrada en el "Banco Popular".

El director general del Banco en los años cincuenta era Nicolás Rubio, hombre educado en la tradición bancaria española y que tenía graves problemas con el consejo de administración porque, en su opinión, el presidente, Félix Millet y algunos otros consejeros, utilizaban el banco en su propio beneficio, aprobando operaciones no demasiado ortodoxas y beneficiando notoriamente a parientes y amigos.

Don Nicolás, un católico practicante, fue introducido a Antonio Pérez con quien inició una relación de dirección espiritual, transformada en amistad. Pronto le hizo objeto de sus confidencias profesionales y de sus apuros, al tiempo que se iba dando cuenta de los propios apuros de don Antonio, como cabeza de la Obra en España, para sacar adelante las metas económicas.

En un momento dado don Nicolás llegó a Antonio Pérez con una proposición concreta, que le planteó muy delicadamente. "Ustedes -le dijo- necesitan financiación y sobre todo necesitan un apoyo institucional. Yo necesito, en bien del banco, sustituir a los directivos."

El plan que le propuso fue que socios de la Obra, armados con datos contables comprometedores para Millet y su equipo, se presentaran a una junta general pidiendo explicaciones.

Antonio Pérez maduró la proposición y seleccionó a dos supernumerarios de su confianza, Mariano Navarro, íntimo amigo de la infancia y compañero en el Consejo de Estado, y Juan Caldés. Ambos se hicieron con una acción del Banco que les daría derecho a participar en la Junta General y en la de 1952 actuaron de acuerdo a las instrucciones y las informaciones suministradas por Nicolás Rubio.

El efecto en la Junta de la encendida oratoria de Navarro fue notorio y pronto Millet y su gente se vieron en la necesidad de pactar con aquellos recién llegados tan bien informados. Millet era pariente lejano de Valls Taberner pero en aquella época no tenían contactos y Valls no había sido utilizado en la operación, quedando más bien en la sombra. El resultado del pacto fue la creación del cargo de Consejero delegado para Mariano Navarro y de otro rango inferior para Caldés. Meses más tarde Navarro le planteó a Millet la necesidad de que dejase el Banco, a lo que el presidente accedió. Para remplazarlo utilizaron a Fernando Camacho Baños, que había sido subsecretario de Hacienda y tenía a su hijo Fernando en la Obra. Camacho fue un presidente acomodaticio y manejable y durante su mandato entraron en el Banco otros miembros de la Obra, como Jorge Brosa, José Luis Mons, Rafael Termes, Fernando Camacho hijo, etc.

Con el paso del tiempo, y ya sin cargo interno, Luis Valls fue promovido a vicepresidente de la entidad, convirtiéndose en promotor de negocios y actividades políticas, aunque manteniendo una ortodoxia bancaria de la que todos se mostraban satisfechos y que le procuró la simpatía creciente, la aceptación paulatina de los grandes de la banca.

La expansión de empresas de la Obra continúa. Después de la prensa y la banca viene el cine.

Alberto Ullastres es comisionado para establecer contactos y arriesgar algo de dinero en hacer cine católico. Ello se traduce en la operación Procusa, Dipenfa y Filmayer, tres sociedades de producción y distribución de películas que funcionan bajo el esquema de las sociedades auxiliares, es decir, con dinero de la Obra representado por socios numerarios, con aportaciones de socios supernumerarios y amigos y con otras aportaciones de gente simpatizante o que coincidían en los fines pretendidos. Una persona particularmente adicta fue el director de la "Caja de Ahorros de Ronda", Juan de la Rosa, que proporcionó la participación de la Caja en estas aventuras opusdeísticas.

"La oficina de la administración regional, desde donde se controlaba todo aquello, estaba, desde 1953, en la calle de Montesquinza, 26, 4° piso -comenta Francisco José de Saralegui-. El jefe indiscutido de todo ello era Andrés Rueda Salaverry y bajo su mando había varias secciones, una de las cuales era la de empresas, en la que se recibía información contable de todas ellas, se dictaban las instrucciones de gobierno y administración y se llevaba la relación con Roma, porque el Padre quería estar informado puntualmente del desarrollo de todo aquello."

Aquella expansión no hubiera sido posible sin el crecimiento de la sociedad "Esfina", domiciliada en la calle de Claudio Coello de Madrid. El Padre acuciaba a sus hijos para que convencieran a parientes y amigos para poner su dinero en inversiones que tuvieran, junto a un rendimiento material, otro espiritual, la creación de empresas al servicio del buen espíritu cristiano.

Todavía no había un sistema legal español sobre estas financieras, por lo que hubo que practicarse una fórmula casuística según la cual se ofrecía un interés, que generalmente era del seis por ciento, a quienes entregaran su dinero a plazo fijo, dinero que luego era utilizado para la suscripción de acciones en todas aquellas empresas auxiliares, cuya titularidad estaba en manos de socios del Opus de confianza, que a su vez firmaban vendís en blanco que se custodiaban en la administración regional.

Muchas familias españolas, bastantes mujeres viudas, recibían la visita de emisarios de "Esfina" para hacerse cargo de sus ahorros, en una operación paralela a las otras visitas que hacían los del Opus solicitando dinero a fondo perdido para las actividades más apostólicas como el colegio romano o la Universidad de Navarra.

Pronto se iba a producir una consolidación de la línea bancaria. Un supernumerario de Barcelona, Rafael Pich Aguilera, informó a Luis Valls de que los dueños de la "Transatlántica" querían desembarazarse de un pequeño banco que tenían, con apenas trescientos millones de capital, llamado el "Atlántico". Era el año 1961. Valls, entonces en el "Popular", no quiso asumir la operación desde esa plataforma sino que la desvió hacia la administración regional, que sí estaba interesada.

Para hacerse con el Banco, se crea la ya típica sociedad auxiliar, con dinero de la Obra y ajeno, que se llamaría Vasco Catalana, en razón a los nombres de quienes entraban en la operación, amigos del Opus de esas regiones, y se adquirió el Banco a cuyo frente se puso a un supernumerario, José Ferrer Bonsoms, formado al lado de sus hermanos en el "Popular" y a cuyo lado se colocó a un numerario de confianza, Pablo Bofill de Quadras. El "Atlántico" sería muy importante para resolver más adelante un cambio de rumbo en la política económica que Roma imprimió.

Otras operaciones de la época fue la adquisición de una editorial, "El Magisterio Español", que se le compró a la familia Solana, para entrar en el mundo de los maestros, la entrada en el mundo de los seguros, con la sociedad "Ancema", de la publicidad, en asociación con "Jo Linten" y un nuevo impulso de la labor de prensa, con las operaciones "Nuevo Diario", "El Alcázar", "Rotopress" y el "Madrid", todas ellas con el mismo esquema jurídico y empresarial.

La que resultó más costosa fue "Rotopress", una inversión de cien millones de pesetas de los años sesenta, pero se trataba de una orden directa del Padre. "Había que empapelar el mundo en papel impreso. Había que crear empresas con un cuello tan gordo que el gobierno no lo pudiera cortar." "Ésas eran las palabras de Escrivá para alentarnos a la inversión -cuenta Saralegui-. Como resultado, se pidió más ayuda que nunca. Entraron en juego los Oriol, los Fournier, algunas Cajas de Ahorro, influidas por un supernumerario aragonés, Sancho Dronda. Por otra parte, eran tiempos en que había ministros del Opus y la gente tenía respeto y ganas de participar en la causa de los vencedores."

También de aquella época data la puesta en marcha de la agencia de noticias "Europa Press". Se parte de una agencia de colaboraciones que tenía la familia Luca de Tena que, por aquel entonces, habían dado entrada a los hombres del Opus, en especial a los monárquicos, en el ABC. Con el tiempo, un numerario, José Luis Cebrián, sería director del diario madrileño, y un supernumerario, Méndez, su gerente.

En el primer consejo de "Europa Press" figuran los Luca de Tena, aunque pronto se ensaya en la empresa una nueva estrategia apostólica que consiste en nombrar presidente a una persona ajena al mundo católico. Escrivá había manifestado su interés de que la Obra tuviera cooperadores acatólicos o católicos apartados de la Iglesia. Éste era el caso de José Mario Armero, abogado especializado en inversiones norteamericanas. El pacto funcionó muy bien. Armero proporcionó la fachada no confesional, en el bien entendido de que él no intervendría en la manipulación de las noticias, especialmente las religiosas, que realizaban en la Agencia hombres más de confianza, como los sucesivos directores, todos ellos supernumerarios. A cambio, Armero consiguió una tarjeta de visita, un aumento de su esfera de influencia, con el Opus en alza, y algún pequeño favor, como el título de periodista por la Universidad de Navarra, en condiciones cómodas.

La operación "Madrid", que tanto daría luego que hablar, fue un descubrimiento de Andrés Rueda quien intimó con don Juan Pujol, dueño de la empresa y llegó a la conclusión de que era fácil hacerse con el periódico, uno de los dos vespertinos de la capital. Para la fórmula de propiedad se crea la sociedad "Faces", en la que, junto a los nombres de los numerarios habituales, como Luis Valls, aparece el de Rafael Calvo Serer, quien entra en el periódico como presidente de la sociedad y lleva consigo, como director, a Antonio Fontán, que acababa de cumplir un largo período en Navarra, organizando la Facultad de Periodismo y creando la revista "Nuestro Tiempo."

En el diario "Madrid" se va a producir uno de los mayores calentamientos de cabeza internos porque Rafael Calvo Serer se estaba desenganchando de la política del conformismo y empezó a alentar una línea editorial y una redacción de jóvenes periodistas que se topaban constantemente con la censura ministerial. Aquello incomodó a Luis Valls y a Andrés Rueda, que habían diseñado una línea menos conflictiva, más apostólica y terminó, como es sabido, con la prohibición del periódico que decretara el ministro Sánchez Bella, que precisamente había entrado en el Opus con Rafael en Valencia y salió casi en seguida. El lance acarreó una enemistad profunda entre Valls y Calvo Serer que los superiores de la Obra no supieron amortiguar.

"Yo siempre he creído -opina Miguel Fisac, él ya hacía años que se había salido de la Obra- que el episodio del diario "Madrid", aunque externamente pareciera un conflicto, podía ser una maniobra del padre Escrivá que movía los hilos desde Roma y pretendía aparentar una confrontación de ideas entre profesionales libres, cuando en realidad lo que había era una apuesta doble, conforme a su teoría de que había que tener gente en todos los bandos, aun los más opuestos entre sí. El Opus estaba demasiado comprometido con Franco y había que robustecer el frente antifranquista. Por eso se compró el "Madrid" y se nombraron en los cargos de representación a Calvo Serer y a Antonio Fontán, conocidos públicamente como pertenecientes al Opus, contrariamente a la costumbre general de poner personas que eran simplemente amigas.
Y se vio muy claro que los miembros del Gobierno que eran del Opus Dei o afines a él, como por ejemplo, el ministro Sánchez Bella, no sólo no defendieron a los directivos del periódico "Madrid", sino que fueron los que más duramente les atacaron. De esta forma favorecían el objetivo de esta maniobra de hacer ver a la gente que los miembros del Opus lo mismo podían estar con Franco como contra él, aunque esa aparente libertad estuviera coordinada desde arriba."

En el mundo de la prensa, el control de Roma iba más allá de la contabilidad.

"Nos llegaban constantemente notas en las que comentaban lo que se escribía, sobre todo la línea editorial y nos hacían constantes sugerencias. Era una especie de censura a larga distancia que la mayoría de las veces apenas tenía efecto porque la correspondencia tardaba en ir y venir. A veces notábamos como un desconocimiento de la realidad española, algo que se confirmó cuando comprobamos que el que hacía en Roma, por encargo del Padre, los informes acerca de la actualidad española era un joven sudamericano", cuenta Saralegui.

La intromisión de la línea jerárquica de la Obra en el gobierno de las empresas provocó algún que otro embarazo, pues aun cuando la mayoría de los accionistas y consejeros de las sociedades auxiliares eran amigos y cooperadores, algunas veces se producían tensiones y malos entendimientos.

Hay muchas anécdotas al respecto, especialmente cuando se trataba de las relaciones de las empresas con la Administración pública y, en particular, con la censura franquista. Más de una vez el ministro Fraga cogía desprevenidos a los directivos supernumerarios que acudían a negociar con él y se veían en la necesidad de pretextar una reunión empresarial con la finalidad de tener tiempo para consultar con los superiores internos puntos que ellos creían sustanciales en la negociación. Así le ocurrió una vez a un supernumerario militar, el general Carrasco Verde, que era el presidente de "Sarpe", la empresa editorial.

La conveniencia de que los directivos de las empresas auxiliares fueran gente sumisa y obediente llevó a la utilización creciente de supernumerarios militares en la gestión. Los militares entendían muy bien el carácter jerárquico de las empresas de la Obra, algo que favorecía la obediencia aunque con frecuencia llevaba consigo una gran rigidez, como otros socios, metidos en los mismos afanes, recuerdan. Entre los militares utilizados pueden citarse a Manuel Méndez Encinas, en "Sarpe", y Eugenio Galdón, marino, quien pidió el retiro en la carrera para hacerse cargo de la gestión de "Rotopress". Escrivá llegó a decir que "los militares, por el hecho de serlo, tienen ya la mitad de la vocación al Opus Dei".

Sin embargo, la España de los años sesenta ya no era una sociedad estrecha y pacata por lo que la línea editorial y el estilo de las publicaciones de la Obra empezó a perder clientela. Tal circunstancia forzaba el que los superiores insistiesen por vía interna en la necesidad de conseguir suscripciones para paliar la baja en la venta directa, pero tampoco aquello resultó muy útil. Por todo ello se modificó la trayectoria del apostolado de la prensa y se comenzó a concentrar la atención en revistas estrictamente apostólicas, como "Mundo Cristiano" y "Palabra", o para la mujer, como "Telva", abandonando las de carácter general, con el cierre de "La Actualidad Española". "La Actualidad Económica" mantenía su línea principalmente técnica con muy buenos colaboradores de fuera, Justo Iriondo, Tomás Vidal Terceño, Juan Antonio Franco y con una circulación apoyada, en parte, en la influencia de los tecnócratas en la vida política española, algo que muchos lectores vinculaban a la ejecutoria del Opus Dei.

Pero el gran conflicto en las actividades económicas, en las empresas de la Obra, empezó a producirse en las decisiones estrictamente empresariales. El propósito inicial al crear las sociedades auxiliares había sido doble, allegar recursos para enjugar el carácter básicamente deficitario de las obras corporativas, y dotarse de plataformas civiles para entrar en el mundo de la prensa, del cine, etc., en el que se quería influir. Con el paso del tiempo se fue comprobando que la rentabilidad empresarial no permitía muchas alegrías y que la mayoría de las empresas necesitaban de sus propios beneficios para financiar su natural expansión o incluso para mantenerse a flote. Aquello producía constantes tensiones porque la administración regional era partidaria de retirar beneficios y los responsables de cada empresa de lo contrario.

Por otra parte, la doble obediencia en la gestión mercantil producía conflictos de conciencia a muchos socios numerarios, supernumerarios e incluso cooperadores y amigos, que tenían que asistir o incluso protagonizar esas campañas de libertad profesional a las que los directivos de la Obra se entregaban cuando la gente atribuía a la institución la ejecutoria de las empresas auxiliares.

Las acusaciones de favoritismo en las decisiones de la Administración española relacionadas con estas sociedades empezaron a extenderse y hubo algunos casos clamorosos, como todo lo relacionado con el comercio exterior, en el que algunos socios de la Obra como Manuel Barturen, José Víctor de Francisco y otros, montaban empresas y lograban buenos contactos en el extranjero en base a la impresión que muchos tenían de que los socios de la Obra tenían un acceso directo a los funcionarios del Estado correligionarios suyos.

"De hecho, Alberto Ullastres y sus colaboradores no eran demasiado proclives a la operación de apoyo a los intereses de la gente amiga. Tuvimos que convencerle para que nombrara a un supernumerario joven, Antonio Pérez Ruiz, que dirigía "Hispamun", una sociedad auxiliar, como comisario de abastecimientos, con el propósito de que éste lo fuera más -recuerda Antonio Pérez-. Pero los inconvenientes empezaron a ser mayores que las ventajas. Y lo mismo que en el caso de la política, se vio en seguida que en el mundo de los negocios, las tensiones internas, las peleas entre hermanos, eran un perjuicio mucho mayor que los beneficios, que tampoco eran tan claros."

Los mensajes sobre tensiones y conflictos iban y venían a Roma donde Escrivá, muy zarandeado ya por la crítica internacional a la politización franquista de la Obra, empezó a tener también disgustos graves por esta causa.

"Y eso que no le contábamos ni la mitad de lo que pasaba", recuerda Antonio Pérez.

Aparte de la pelea del "Madrid", hubo otra muy fuerte entre Luis Valls y José María Arana, un vasco que había sido superior interno y que era responsable del "Banco Europeo de Negocios" en la órbita del "Popular". Las disidencias entre ambos fueron muy explícitas y acabaron con el cese de Arana.

Y junto a las peleas, los equívocos.

Cuando se constituían las sociedades, se elegían, como testaferros, a personas de confianza, numerarios o supernumerarios, a cuyos nombres figuraban las acciones de las sociedades. Como luego éstos no participaban en la gestión, a veces se olvidaban de que su nombre figuraba en tal o cuál sociedad y esto produjo más de un incidente.

En cierta ocasión el ministro Fraga, que sostenía un antiguo pleito con los tecnócratas del Opus, reveló en un consejo de ministros a su compañero García Moncó, que él era accionista de una de las empresas de prensa con las que Fraga pleiteaba habitualmente. García Moncó se había olvidado de que en su día había dado su nombre para aquella sociedad auxiliar.

"Una tarde de invierno de 1966 -relata Saralegui-, me convocó Florencio Sánchez Bella, que había sustituido a Antonio Pérez como consiliario de España, y me dijo que el Padre había decidido la supresión de las obras comunes o sociedades auxiliares. Y con la misma convicción con que años antes se nos había hecho el panegírico del gran acierto canónico y organizativo que eran las citadas obras comunes, se me puso de manifiesto la visión del Padre en cancelarlas."

La decisión llevó consigo un reajuste de titularidades y especialmente la transformación de la gestión, ya que en vez de mantenerse el control directo de la administración de la Obra sobre las empresas, se otorgó al "Banco Atlántico", y en particular a Pablo Bofill de Quadras, una especie de delegación general para que se hiciera cargo del control económico, y eventualmente doctrinal, de las hasta entonces conocidas como sociedades auxiliares. El "Banco Atlántico", con otro más pequeño, el "Latino", que había caído también bajo la influencia de la Obra, asumieron, de variadas maneras, las acciones de los numerarios en las empresas correspondientes y el papel de Pablo Bofill ante sus colegas subió paralelamente.

"En cierto sentido -comenta Saralegui-, Pablo heredó el carisma interno y la autoridad que antes tenía Luis Valls, el cual se fue dedicando progresivamente a la política bancaria, a la política en general."

Al mismo tiempo algunas sociedades se dejaron caer, y otras se vendieron porque, con el paso del tiempo, y la dedicación preferente del Opus a la enseñanza, no había energías ni dinero suficientes más que para mantener directamente el apostolado de la prensa.

La estrategia clasificadora de bienes y empresas propios mantenía sin embargo las ambigüedades de la naturaleza jurídica del Opus. Bienes adscritos a actividades corporativas, como los terrenos de la Universidad de Navarra, se mantenían en el activo de sociedades mercantiles controladas por miembros de la Obra y la necesidad de seguir mandando dinero al exterior hizo crear titularidades, cuentas, dentro y fuera de España, de cierta complejidad para escapar a las leyes sobre evasión fiscal y de capitales.

El centro de toda aquella maraña era, y aún es, el llamado bufete, despacho de abogados dirigido por el numerario Román Mas Calvet, en Ortega y Gasset, 17, de Madrid, en el que estaban domiciliados la mayoría de esos instrumentos legales. Con el tiempo, allí se residenciaría el Instituto de Educación e Investigación, S. A., compuesto por socios numerarios y supernumerarios que tanta fama habría de obtener con motivo de la transferencia de dinero de "Rumasa" al Opus en la que jugaría el papel de entidad intermedia.

"Las maniobras legales de Román Mas a mí me parecieron siempre perspicaces pero demasiado complicadas, además de que estaban siempre al albur de la confianza -cuenta Saralegui-. Recuerdo su obsesión por mantener la inmunidad diplomática vaticana de la Basílica de San Miguel y sus aledaños para mantener allí, si era necesario, un lugar apto para custodiar cosas y documentos comprometedores."

Al mismo tiempo, y con la presión permanente de los déficits producidos por las obras corporativas, creció el interés de los superiores por echar mano de otra tradicional fuente de ingresos, los donativos, que la expansión política y social de la Obra ponía más al alcance, al haberse multiplicado el número de los socios conocidos e influyentes.

La estrategia se había ensayado con motivo de la financiación de las obras del colegio romano. Cada socio, numerario o supernumerario, hacía una lista de las personas a las que podía sablear y la entregaba a los superiores. Éstos comprobaban las listas para evitar duplicaciones y decidir el mejor protagonista para cada caso y a partir de entonces se establecía un control superior sobre las gestiones individuales, en campañas de mayor o menor duración.

Muchas personas, muchos banqueros y empresarios recuerdan esas campañas, protagonizadas en bastantes casos por hombres del Opus colocados en posiciones de influencia, hasta ministros, a los cuales era muy difícil negar el favor, pero que, en algún caso, dejaban la puerta abierta para la reciprocidad y el tráfico de influencias a la que tan dada es la sociedad española.

En ocasiones, el propio Escrivá estimulaba ese tráfico de influencias, encargando gestiones concretas cerca de comerciantes amigos, a los que se prometían contactos en los ministerios desempeñados por gentes de la Obra, con los naturales conflictos.

Con el tiempo, la fuente de donativos se reveló como la más importante fórmula de financiación tanto de las obras corporativas, tipo Universidad de Navarra, como del mantenimiento de los socios en un nivel de vida de clase media alta, así como de las incesantes aventuras apostólicas fuera de España y, en último término, de los crecientes caprichos de Escrivá.

"El tema de los regalos al Padre se fue convirtiendo en obsesivo -cuenta Antonio Pérez-. Se iba poniendo de moda que cada visita de un consiliario a Roma significaba la obligación de un óbolo al Padre en forma de dinero o regalos de importancia.
"Cuando se logró para el Padre -a petición propia- la gran cruz de san Raimundo de Peñafort, yo, en el primer viaje que hice, le llevé una normal, de plata sobredorada y esmaltes, que fue recibida casi como una ofensa. Poco después, supe que Alvaro había encargado otra con brillantes."

El óbolo romano significó también una fuente de conflictos con organizaciones filantrópicas a las que se pedía dinero para las obras corporativas. Las Fundaciones eclesiásticas alemanas "Adveniat" y "Misereor" concedieron algunas ayudas, de las que el Padre reclamaba el diez por ciento, lo que resultaba bastante complicado justificar en los términos contables en que esas fundaciones pedían luego cuenta de la inversión de los donativos.

Sin embargo, gente con menos escrúpulos o más cercanos a la Obra daban sin pedir explicaciones ni recibos y algún caso hubo en el que las ayudas, reveladas luego públicamente, se probaron embarazosas. Quizás el caso más obvio sea el de Ruiz Mateos.

José María Ruiz Mateos había conocido la Obra a finales de los años cincuenta, cuando él empezaba a echarle pulsos a la oligarquía vinatera de Jerez. Allí se hizo supernumerario y comenzó a ayudar, cooperando en la financiación de la casa de ejercicios de Pozoalbero y colocando en sus empresas a miembros de la Obra. Con el tiempo, conoció a los importantes, Luis Valls, Rafael Termes, quienes pronto le incluyeron en sus estrategias de promoción de gente amiga. Él quería llegar muy alto y pronto se le presentó la ocasión. A mediados de los sesenta, con Espinosa San Martín de ministro de Hacienda y Mariano Navarro, gobernador del "Banco de España", ambos supernumerarios, Ruiz Mateos recibe préstamos en condiciones muy favorables para hacerse cargo de la "Banca Rato" y, a partir de ahí, parece que con el apoyo institucional del "Banesto" y de otro supernumerario, Coronel de Palma, a la sazón. director de la confederación de Cajas de Ahorros, comienza su vertiginosa carrera.

Su heterodoxo estilo bancario provoca poco a poco la animadversión de los grandes de la banca pero ni éstos, ni los organismos oficiales, se atreven durante largo tiempo con un personaje, cuya relación con las zonas más contundentes del poder era tan obvia.

La relación de Ruiz Mateos con los importantes de la Obra estaba llena de sobreentendidos. Para comprenderla hay que analizar la posición de Luis Valls, quien reunía en su persona en esos años tres legitimaciones importantes: era, en primer lugar, superior interno, con competencias espirituales y temporales muy amplias; por otra parte, era el ojo derecho de Escrivá quien le distinguía mucho por su habilidad para satisfacer sus obsesiones y caprichos económicos; y en tercer lugar, poco a poco, se fue convirtiendo en un "power broker" económico y político del franquismo. Generalmente desde la sombra, y con poquísimas palabras, protagonizaba operaciones, alianzas y promociones de tantos miembros, cooperadores, amigos y asociados, que en una mezcla de fervor apostólico, ánimo de medro económico y ambición política, se arremolinaban en torno a esa nueva fuente de poder que era la tecnocracia opusdeística. Una palabra, un gesto de Valls, y luego, también, en menor medida, de Termes, motivaban el comportamiento de muchos.

Desde esa cúpula de poder religioso y temporal, Luis Valls era para Ruiz Mateos la garantía de cumplimiento de su sueño biográfico que estaba hecho de una mezcla de patriotismo religioso y megalomanía muy propia de cierta estirpe de capitalistas españoles.

La contrapartida era obvia. Ruiz Mateos, con el paso del tiempo, se iba convirtiendo en socio supernumerario paradigmático. Daba trabajo en sus empresas a cientos de supernumerarios y cooperadores. No tenía un no para las continuas demandas de ayuda de los superiores internos, a los que llegó a entregar, en el pináculo de su carrera, más de cuatro mil millones de pesetas. Y era ese padre de familia numerosa que tanto se celebra en los ambientes de la Obra.

El adoctrinamiento apostólico no contenía, sin embargo, suficientes elementos de moral comercial y prudencia por lo que, como ya es de todos conocido, la carrera de Ruiz Mateos fue truncada, una vez que el contexto político y las alianzas de intereses opuestos a ella lo permitieron.

Sus relaciones con la Obra comenzaron entonces a cuartearse. Ya hacía tiempo que Valls no era superior interno e incluso, con la democracia, los nuevos gobernantes opusdeístas deseaban marcar distancia con la época Valls, que había dejado, junto a indudables logros, demasiadas huellas de un pasado que trataban de borrar. La relación Valls-Ruiz Mateos se privatiza, por así decirlo, y el fiel vasallo de confianza comienza a darse cuenta de que todas esas promesas implícitas y explícitas de apoyo -el lenguaje de los sobreentendidos de la cosa nostra- no van a cumplirse, al tiempo que las oficinas oficiales del Opus ponen también distancia entre la organización y el hasta entonces modélico socio. El clima de solidaridad fraternal que había brotado con la expropiación empieza también a desvanecerse, a lo que contribuyen las intervenciones periodísticas sobre supuestas infidelidades sexuales que, para el mundo del Opus, son mucho más graves que todos los quebrantos de leyes y costumbres mercantiles y fiscales. Y Ruiz Mateos, que en un principio sólo responsabiliza al equipo de Valls y Termes de su desgracia, comienza a hablar y termina incriminando a superiores internos en la responsabilidad de sus decisiones.

El caso Ruiz Mateos, con otros parecidos, como el de Sebastián Auger y su grupo empresarial "Mundo", representa aquella otra estrategia paralela a la de las sociedades auxiliares, que consiste en ayudar y apoyar a socios supernumerarios y amigos para que monten sus propias empresas, en cuyos dividendos materiales y simbólicos tendrían los superiores una participación.

Pero la estrategia, lo mismo que en el caso de las sociedades, se probó conflictiva. En unos casos, por falta de visión empresarial de los individuos, en otros porque el apoyo interno no siempre era tan fácil o tan obvio y, en último término, porque la creación de una red mafiosa, que es lo que en último término se pretendía, requiere toda la inventiva y la dedicación de la que hacen gala las "familias importantes" y a tanto no llegaba la decisión corporativa, preocupada paralelamente con destruir los signos externos de la cooperación.

Lo que sí se logró fue identificar a los hombres de negocios del Opus con la peor tradición en la materia, de modo que, cientos de veces, eclesiásticos concienciados o fieles corrientes se han escandalizado de que los ejemplos de santidad en el trabajo ordinario que ofrece la institución sean tan abracadabrantes.


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