La cara oculta del Vaticano

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Autor: Jesús Ynfante. Editorial Foca.


Wojtyla y el Opus Dei

Del Capítulo II. Apartado 7.

El cardenal polaco Karol Wojtyla había sido "tratado" por el Opus Dei antes de su elección como papa. El "tratamiento" es el modo de trabajar los miembros del Opus Dei, especialmente a los eclesiásticos, para su transformación. Desde sus primeros contactos particulares, que se iniciaron al comienzo de los años setenta, Karol Wojtyla se había quedado prendado del Opus Dei. Wojtyla se hallaba entre los miembros del episcopado de los países del este de Europa que solían transitar por Roma, el cual quedó maravillado con la intensa actividad desplegada por el Opus Dei, basada sobre todo en la audacia y en la desvergüenza. Wojtyla recibió la ayuda incondicional del Opus Dei antes de su elección como papa. Por ejemplo, entre los regalos que recibió figuraba, junto con un paquete de ejemplares del librito "Camino" traducido al polaco, una colección de vídeos sobre la catequesis en América del fundador Escrivá, que le sirvieron luego como inspiración para sus viajes ya siendo papa. En Roma visitó varias veces la sede central del Opus Dei y de él se ocuparon de forma especial: en expresión típica de la Obra secreta de Dios, ya le "trataban" desde hacía varios años. Cuando empezaron desde Viena las inversiones, estaba también el arreglo de cuentas por las ayudas financieras del Opus Dei para la construcción de nuevas iglesias en Polonia. El fichaje de Wojtyla fue importante cuando fue elegido papa por la influencia decisiva del grupo de presión 'ultra' del Vaticano, porque el nuevo papa no se atrevía a negar nada al Opus Dei. Sobre todo, porque el Opus Dei había hecho realidad lo que Wojtyla soñaba que debía hacer el laicado.

Ya en abril de 1972, la revista del Opus Dei en Roma, 'Studi Cattolici', le dedicó atención a Karol Wojtyla y publicó una primera entrevista con él, pese a que la corriente imperante en Roma, en tiempos del papa Pablo VI, era la del Concilio Vaticano II. Dos años más tarde, en octubre de 1974, Wojtyla fue invitado a dar una conferencia en el Centro Romano de Encuentros Sacerdotales (CRIS), residencia del Opus Dei especializada en acoger eclesiásticos y en donde permaneció luego como huésped cuando efectuaba algunas de sus periódicas visitas a Roma, la ciudad eterna. Según testigos que le conocieron en Roma y eran también prelados miembros del grupo de presión 'ultra' del Vaticano, Wojtyla mostraba un interés enorme por conocer la situación general de la Iglesia católica, que calificaba de catastrófica, y comenzó a utilizar para informarse la importante red capilar de espionaje montada por los miembros de la Obra secreta de Dios, que estaban diseminados por el mundo católico y cuyo centro neurálgico se hallaba en la sede romana del Opus Dei. La mentalidad de Wojtyla no era muy diferente de la de cualquier sacerdote o miembro laico veterano del Opus Dei. Como ha señalado Javier Pérez Pellón, su pensamiento tenía una lógica interna implacable de sentido integrista, siguiendo un modelo medieval de la persona humana, de la sexualidad, del matrimonio y de la Iglesia, en el cual los principios predominantes eran la jerarquía y la subordinación.

Las complicidades intelectuales de Wojtyla con los dirigentes del Opus Dei se fortalecieron conversando del pasado, de los años de la Segunda Guerra Mundial, cuando Wojtyla ingresó en el seminario de Cracovia después de haber iniciado sus estudios eclesiásticos en la clandestinidad. Este dato de su biografía sería explotado hábilmente en las "tertulias" que mantuvo antes de 1975 con Escrivá y Portillo en la sede central del Opus Dei. El fundador del Opus Dei, Escrivá, insistía entonces en contarle sucesos como las dramáticas persecuciones del clero ocurridas en los primeros tiempos del Opus Dei, durante la guerra civil española, lo cual impresionaba mucho al prelado eslavo Wojtyla, que nunca había llegado a sufrir padecimientos similares en Polonia durante la Segunda Guerra Mundial. Según un testigo presencial, estando en cierta ocasión de "tertulia" Wojtyla sentado junto a Escrivá en la sede central del Opus Dei, los dos se pusieron de acuerdo y reconocieron que era necesario a veces disparar con una metralleta para acabar con los enemigos de la Iglesia. Aquello no era ni una salida de tono ni ninguna negra humorada, porque el fundador del Opus Dei declaraba corrientemente ante diferentes interlocutores que en el caso de reanudarse la persecución de sacerdotes en España, no podría permanecer pasivo y preferiría salir a la calle con una metralleta. Por su parte, cuentan Gordon Thomas y Max Morgan- Witts en el libro 'Pontiff', 'Pontífice' en castellano, que Karol Wojtyla realizó durante dos meses en 1980, siendo ya papa, una campaña diplomática secreta para garantizar el reconocimiento del sindicato polaco 'Solidarnosc', intentando convencer a los soviéticos de que debían desistir de cualquier proyecto encaminado a invadir Polonia. Según Thomas y Morgan- Witts, en agosto de 1980 el papa eslavo escribió una carta personal al presidente soviético Leónidas Brezhnev, carta que contenía una amenaza, pues le advertía que si los soviéticos invadían Polonia, él renunciaría al trono de san Pedro y volvería para plantarse en las barricadas junto a sus compatriotas polacos.

Con la elección del papa polaco hubo satisfacción intensa dentro del Opus Dei, porque representaba el punto culminante de un proceso de escalada en que la Obra secreta de Dios había ejercido una influencia poderosa, incluso practicando la simonía, y había aplicado junto con el grupo de presión 'ultra' del Vaticano todo el poder de su organización. Los dirigentes del Opus Dei estaban realmente emocionados con el resultado conseguido, después de haber diseñado fórmulas para hacerse con el poder en el Vaticano. Apenas conocida en 1978 la elección del nuevo papa de Roma, el sucesor del fundador al frente del Opus Dei, Alvaro Portillo, hizo público un comunicado de prensa en donde agradecía la buena nueva al santo Espíritu y resaltaba los antiguos lazos de solidaridad y amistad que unían al nuevo papa con la Obra de Dios y con él mismo.

Karol Wojtyla, el papa eslavo que estaba prendado de la Obra secreta de Dios, comenzó a demostrarlo desde sus primeros días de papado. El Opus Dei iba a obtener finalmente un estatuto jurídico a su medida, que encajaría además de forma acorde con el papado medieval de Karol Wojtyla, en la encrucijada del fin del segundo milenio y el comienzo del tercer milenio, en los finales del siglo veinte y en los comienzos del siglo veintiuno. Después de una audiencia celebrada por Juan Pablo II en el período inicial de su papado, el 21 de diciembre de 1978, el rector mayor de los salesianos difundió luego en el boletín de su orden un testimonio que aclaraba mucho las posiciones del nuevo papa en relación con el Opus Dei. El superior de los salesianos le dijo en la audiencia concedida por el nuevo papa que no era exagerado hablar de cien mil miembros activos en la familia salesiana. "Entonces, exclamó Wojtyla, ¡sois más poderosos que el Opus Dei, que sólo tiene setenta mil!". "Santidad, le respondió el salesiano, nosotros no somos poderosos, sino humildes e inquietos trabajadores." "¡No, no!, replicó vivamente Juan Pablo II, dando un puñetazo en la mesa, para realizar el bien es necesario el poder, ya lo decía santo Tomás de Aquino."

Moderno en sus formas, pero integrista en sus planteamientos teológicos y morales, el Opus Dei se iba a convertir en el espejo en el que el papa quería ver reflejadas sus intenciones de renovación y de revisión dentro de la Iglesia católica. Pero lo que nunca llegó a imaginar el papa eslavo era que el poder ambicionado por el Opus Dei resultaba ser la propia Iglesia católica. Es pues, como señala Javier Pérez Pellón, el primer objetivo que el Opus Dei quiere conquistar y lo intenta desde su interior. Otro experto en cuestiones vaticanas, Gianni Baget Bozzo, indica también que es sobre la Iglesia católica donde el Opus Dei aplica el poder de su organización y la estructura social sobre la cual ejerce su influencia.

El declive se ha acentuado con un papa eslavo de buena imagen pero de difícil entendimiento, completamente respaldado por el grupo de presión 'ultra' del Vaticano y también por el Opus Dei. El panorama a principios del siglo veintiuno se asemeja a un vasto organismo parasitario que se ciñe como una red al cuerpo de la Iglesia católica e intenta taponarle todos los poros.

La internacialización del Opus Dei

del Capítulo VI: La internacionalización del Vaticano, Apartado 3

Respaldado por el grupo de presión 'ultra' del Vaticano, Juan Pablo II consideraba necesaria una renovación en profundidad de la Iglesia y pretendía que una organización como el Opus Dei y otras de su género, que estaban directamente relacionadas con los laicos, podían y debían ser el vehículo adecuado para este designio. De esta manera se pretendía reforzar desde un punto de vista organizativo los tentáculos más exteriores de la Iglesia, para que la burocracia vaticana pudiera continuar como en el pasado, sin ninguna reforma ni menoscabo, y lograr mantenerse en pie sin el declive interno anunciado hasta por los propios prelados. Ello se comprende por ser la burocracia vaticana el tranquilo lugar en donde vegetan varios centenares de prelados ultraconservadores que ayudaron al papa Juan Pablo II en su encumbramiento y continúan siendo en Roma uno de sus apoyos más fieles. Por otro lado, si al Opus Dei se le concedía el estatuto de prelarura personal, también ello iba a ayudar mucho en los apostolados seleccionados del papado, así como también en la tan deseada internacionalización del Vaticano, teniendo al frente de la curia romana a un papa, a la vez eslavo y polaco.

El largo proceso en el Vaticano para convertir al Opus Dei en prelatura personal del papa, de ámbito internacional y con sede en Roma, duró hasta el 19 de marzo de 1983 y se inició con una carta del cardenal Villot, entonces secretario de Estado del Vaticano, con fecha 15 de noviembre de 1978, donde comunicaba al presidente del Opus Dei y heredero de Escrivá, Álvaro Portillo, que el papa consideraba una "improrrogable necesidad que se resuelva la cuestión de la configuración jurídica del Opus Dei".

Posteriormente, hubo dentro del Vaticano una serie de conflictos desencadenados por la soberbia actitud de los dirigentes del Opus Dei, cuando ya estaban seguros de obtener el tan deseado estatuto de prelatura. Por ejemplo, entre la correspondencia cruzada entre los diversos organismos de la curia romana sobre el caso, el 23 de abril de 1979, Portillo, como presidente del Opus Dei, dirigió una carta al cardenal Baggio, prefecto de la sagrada congregación de obispos, el organismo vaticano encargado de otorgar la prelatura, en la que le confirmaba la opinión positiva que "la venerada mente del Santo Padre" tenía sobre la transformación del Opus Dei en prelatura personal. Una opinión del papa, expresada en tales términos por Portillo, rompía ciertamente con algunos hábitos y retorcidas costumbres de la burocracia vaticana. El texto de la carta intentó ser publicado en España por el semanario católico Vida Nueva, pero el texto había desaparecido por completo de las páginas interiores. La carta acabó siendo publicada íntegramente el 11 de noviembre de 1979 por el diario El País en España.

El conflicto se agravó en el Vaticano cuando se supo que el Opus Dei, contando con el apoyo incondicional de Juan Pablo II, se había atrevido a pedir una prelatura personal cum propio populo; porque no se trataba de una prelatura nullius o territorial, como el Opus Dei ya había solicitado con resultado negativo en los tiempos de Juan XXIII, sino de una prelatura con completa autonomía, que reforzaría, según el Opus Dei, el servicio que podía ofrecer a la Iglesia, poniendo a disposición del Vaticano un "cuerpo móvil", expresión utilizada comúnmente por los jesuitas, que podría ir adonde más se necesitase. Es decir, que el Opus Dei disponía de los elementos necesarios -un prelado, un clero y pueblo-, por lo que ya sólo necesitaba el estatuto de prelatura personal cum proprio populo para funcionar legalmente con una jurisdicción exenta respecto a otras jurisdicciones eclesiásticas. La maniobra, sin embargo, fue abortada a finales de 1980 en el Vaticano, cuando fueron suprimidos del proyecto de nuevo Código de Derecho Canónico los cánones que se referían a la expresión cum proprio populo. Así, el Opus Dei se quedó con una prelatura personal a secas y sin el cum proprio populo que representaba un añadido peligroso.

La sagrada congregación para los obispos constituyó un comité técnico que solamente en un año, entre 1980 y 1981, celebró veinticinco sesiones de trabajo. También hubo una comisión especial de cardenales nombrada por el mismo papa para examinar el caso. A continuación se solicitó oficialmente las opiniones de todos los obispos en cuyas diócesis operaba el Opus Dei, a fin de evitar reacciones hostiles. El proceso que ya ocurrió entre 1947 y 1950 con los institutos seculares iba a repetirse de nuevo. El Opus Dei, una vez más, sería protagonista de reacciones hostiles y enfrentamientos en su búsqueda ansiosa de nuevo estatuto jurídico, en esta ocasión las prelaturas personales. La novedad residía en que la figura de las prelaturas personales había sido instituida por el Concilio Vaticano II y representaba una audacia por parte del Opus Dei, porque todavía no había sido llevada a la práctica por ninguna organización de la Iglesia católica, como de igual manera había ocurrido anteriormente con los institutos seculares.

Hubo, sin embargo, protestas por la manipulación que parecía evidente, por parte del Opus Dei, de los mecanismos vaticanos por el modo en que se estuvo llevando a cabo el estudio y análisis de un delicado asunto que afectaba, según opiniones expresadas entonces, a la misma configuración dogmática de la Iglesia católica, de la cual la jurídica no era más que el reflejo estructural. Los reproches provenían hasta de sectores conservadores de la Iglesia católica. Para algunos significaba un atentado contra la constitución misma de la Iglesia y conducía al Opus Dei a transformarse en una entidad autónoma y cerrada, una especie de búnker que no iba a depender de hecho de nadie, con el peligro de terminar por convertirse en otra Iglesia. Para otros, en cambio, el reconocimiento como prelatura del Opus Dei representaba un error mayúsculo, un "error copernicano". En efecto, la creación de una prelatura extendida por la Iglesia chocaba frontalmente con el régimen monárquico y, por lo mismo, monocéfalo, que constituye la esencia de la constitución de la Iglesia. Crear una prelatura personal con jurisdicción sobre miles de miembros, sacerdotes y laicos esparcidos por el mundo, significaba la instauración de un régimen eclesial bicéfalo en cada diócesis, con el enorme peligro que ello representaba en el futuro, si el Opus Dei siguiera dispuesto a ir por su cuenta, como ha ido hasta el presente, y no obedecer a un próximo papa después del fallecimiento de Juan Pablo II.

La abundancia de especialistas en Derecho canónico, la legión de canonistas que siempre ha presumido tener el Opus Dei, intervino para resolver los problemas pendientes, pero el recelo se instaló en las altas esferas eclesiásticas romanas. Hasta entonces, uno de los puntos más conflictivos había sido que los sacerdotes del Opus Dei estaban sometidos teóricamente a una doble obediencia, al obispo de la diócesis y a los directores internos de la Obra; aunque en la práctica cotidiana obedecían sólo a la jerarquía interna del Opus Dei. Para calmar en tiempos del papado de Pablo VI las iras de ciertos prelados del Vaticano y para demostrar que, respecto a los sacerdotes, no había en el Opus Dei ninguna jerarquía interna, los dirigentes del Opus Dei a cuyo frente se encontraba entonces el santo fundador Escrivá, se sacaron de la manga, por arte de magia, la argucia jurídica de que los sacerdotes no figurasen como cargos de gobierno en el organigrama de la organización laica, cuando siempre han estado mezclados sacerdotes con laicos y no existe diferencia alguna dentro del Opus Dei entre clero y numerarios del brazo secular. Así, los sacerdotes afirmaban ejercer tan sólo teóricamente como directores espirituales en casas y residencias del Opus Dei, aunque en la práctica, por medio de los juramentos promisorios y otros controles burocráticos, siguieron participando en el gobierno de la Obra con el agravante de hacerla secretamente con una rigidez extrema. Y no está de más señalar que, para las tareas de dirección y gobierno que ejercen todos los sacerdotes numerarios del Opus Dei han de ser "miembros inscritos", por lo que son escogidos por el presidente general, "previa la opción secreta de tres miembros de la vicaría general y del consejo general". Los miembros inscritos realizan además los juramentos promisorios, los cuales se hacen solemnemente "tocando los Santos Evangelios e invocando el nombre de Cristo", jurando una serie de preceptos, según la norma 20 de las constituciones secretas de 1950, y después de la "ceremonia de la fidelidad", que es el equivalente a los votos perpetuos en las órdenes y congregaciones religiosas.

El punto conflictivo del papel de los sacerdotes dentro del Opus Dei se intentó solucionar con la obediencia al presidente general, que pasaba a denominarse prelado, el cual pasaba también a tener rango de obispo y de él dependía el llamado "presbiterio de la prelatura", formado por clérigos ordenados e incardinados, es decir, sacerdotes que desde el mismo momento de su ordenación eran hechos miembros numerarios del Opus Dei y dependían del obispo prelado; mientras que en los círculos exteriores, con menor compromiso en la militancia para el clero diocesano adherido, iba a seguir existiendo como asociación la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, formada por clérigos agregados y cooperadores, por lo que se convertía en una estructura de apoyo, con carácter de asociación clerical, a la que se adscribían con vínculo meramente asociativo los sacerdotes de cualquier diócesis y "como ellos deben tan sólo obedecer al propio (obispo) ordinario del lugar, no surge en absoluto ninguna cuestión de doble obediencia", según afirmaban los nuevos estatutos. Este fue, en síntesis, el esquema aprobado para los curas del Opus Dei; sin embargo, el interés centrado en asegurar canónicamente el estatuto para los sacerdotes incardinados en la prelatura y disipar las dudas que surgían sobre la cuestión de la doble obediencia, lo cual no llegó nunca a clarificarse, dejó sin resolver otra cuestión si cabe más importante, señalada en España por el cardenal aperturista Vicente Enrique Tarancón, que llegó a ser presidente de la Conferencia Episcopal española, cuando afirmó que la calificación jurídica de prelatura para el Opus Dei era "un poco reducida". En resumidas cuentas, el problema de fondo de la prelatura personal, concedida graciosamente por Juan Pablo II con la aprobación entusiástica del grupo de presión 'ultra', es que no se aplica de ningún modo a los miembros laicos que componen la inmensa mayoría, más del noventa y ocho por ciento del Opus Dei. En otras palabras, que la prelatura es sólo prelatura sacerdotal. La incardinación o vinculación de manera permanente de un eclesiástico en una diócesis determinada, según el nuevo Código de Derecho Canónico, se refiere tan sólo a los sacerdotes y, sarcasmo supremo para el Opus Dei, los laicos no figuran. Pueden colaborar con la prelatura, unirse a ella por medio de un contrato o convenio, si así lo desean, pero no pueden, por tenerlo prohibido, sean o no miembros numerarios, exigir ser incardinados; ni tampoco, por consiguiente, ser miembros de la prelatura. Así, los laicos, la inmensa mayoría de miembros del Opus Dei, siguieron clericalmente marginados con respecto a la Iglesia, como lo fueron en el pasado cuando el Opus Dei pretendió alcanzar globalmente el estatuto de instituto secular, al final de los años cuarenta, para todos los miembros, sacerdotes y laicos, que militaban en la Obra secreta de Dios. El resultado es fácil de imaginar porque los miembros laicos, que se dedican por ejemplo a la economía, se pueden dedicar con más libertad y mucha devoción a todo tipo de prácticas "mafiosas" sin ningún freno clerical.

Para una organización que se declara laica y en la que la gran mayoría de sus miembros militantes no son clérigos, la situación de los laicos siguió jurídicamente sin resolverse y mostrando una sorprendente ambigüedad publicitaria; aunque lo que queda claro, sin embargo, es que el Opus Dei sigue y continúa siendo tan participativo en el fascismo clerical como lo fue en sus turbios orígenes franquistas con la guerra civil española de por medio. Así, el Opus, copiando en sus actividades apostólicas al poderoso grupo de presión 'ultra', sigue actuando, colectivamente y en la práctica, con la política de una gran masa de hielo flotante de la que tan sólo sobresale una parte muy pequeña de la superficie del mar, o iceberg: una pequeña fracción dominante, tan minoritaria que no alcanza ni el dos por ciento total de sus miembros, formando una casta privilegiada sacerdotal, emerge jurídicamente como prelatura personal de la Iglesia católica, mientras que el gran bloque de laicos continúa, en cambio, oculto sin el estatuto jurídico de prelatura, sumido en la indefinición, lo cual ofrece escasas ventajas a los miembros laicos; siendo el cuerno de la abundancia en el aparato burocrático para los sacerdotes instalados en el vértice de la pirámide que forma la organización. De ahí que el Opus Dei, que a partir de los años cincuenta actuó con el estatuto de instituto secular del mismo modo proteico, ha empezado a dar profundas señales de inquietud en sus filas, con vistas a la consecución de un estatuto jurídico más completo y satisfactorio para sus miembros laicos a partir de 1983. Ello es sin duda necesario para la propia supervivencia de la Obra, porque si los mecanismos y circuitos de obediencia automática no se encuentran perfectamente integrados, sería cada vez más difícil la imposición de la indiscutible autoridad sacerdotal y la coordinación completa de las tres ramas formadas por hombres, mujeres y sacerdotes dentro del Opus Dei.

La prelatura personal de Juan Pablo II

Del Capítulo VI: La internacionalización del Vaticano.

Juan Pablo II mostró tener mucha prisa, empujado por miembros del grupo de presión ultra y los dirigentes amigos suyos de la Obra. Como su regalo de prelatura personal se retrasaba hizo pública el 7 de noviembre de 1981 su decisión de erigir como prelatura personal al Opus Dei conforme a las reglas o cánones vigentes en la Iglesia. No obstante, la tramitación final y el reconocimiento legal tardaron todavía casi un año y todo el proceso canónico de convertir al Opus Dei en prelatura personal duró cuatro, un plazo muy corto para este tipo de causas en el Vaticano. El punto final del proceso llegó con la promulgación de la constitución apostólica "Vt sit", coincidiendo además con la promulgación del nuevo Código de Derecho Canónico de la Iglesia católica a comienzos de 1983. Hasta esta coincidencia fue buscada por el Opus Dei, que presumía de tener en sus filas a muchos canonistas; aunque, si por un lado fracasaron en el intento de extender el estatuto de prelatura personal del papa a todo el Opus Dei, por otro lado consiguieron que hasta las dos palabras latinas con las que empezaba el documento (Ut sit!: ¡Que sea!) correspondieran a la jaculatoria casera utilizada por el santo fundador Escrivá en sus tiempos de seminarista en Zaragoza.

Antes de la ceremonia final de reconocimiento, el Opus debió presentar unos nuevos estatutos con ciento ochenta y cinco normas más dos disposiciones finales, que ofrecían una versión que suavizaba las durísimas constituciones internas vigentes en el Opus Dei, suprimiendo en el documento las normas más importantes que se referían a la vida interna de los miembros dentro de la Obra secreta de Dios, como si tales normas no existiesen. El denominado código de derecho particular de la Obra de Dios, reelaborado para la ocasión, comenzó a estar vigente desde el 8 de diciembre de 1982 y, para colmo, en su estructura interna y ordenación de capítulos se asemejaba al Código de Derecho Canónico oficial de la Iglesia católica. Aquella coincidencia no resultaba extraña, pues dos de los miembros dirigentes del Opus Dei, el presidente Alvaro Portillo y el veterano canonista Julián Herranz, trabajaron ambos durante años en la comisión vaticana para la revisión del Código de Derecho Canónico y se mantuvieron en ella hasta la aprobación del nuevo código de la prelatura. Ya en la carta al cardenal Baggio, prefecto de la sagrada congregación para los obispos y destacado miembro del grupo de presión ultra, con fecha 23 de abril de 1979, en los comienzos del largo proceso para convertir al Opus Dei en prelatura personal del papa, el presidente del Opus Dei y heredero del santo fundador, Alvaro Portillo, había indicado que "tiene el Opus Dei un derecho propio, particular, aprobado por la Santa Sede, que podría continuar o ser el estatuto o ley particular de la prelatura", aunque "con ligeros retoques para la nueva situación". La carta continuaba señalando que "no se trataría de constituir sino de transformar, por otra parte sin cambios sustanciales de régimen y de organización"; refiriéndose, por último, a "cambio de situación jurídica pero no de régimen ni de organización". Por ello, casi cuatro años más tarde, el código de la prelatura de diciembre de 1982 establecía en sus disposiciones finales, aludiendo a los miembros del Opus Dei, que "todos ellos están obligados con las mismas obligaciones y guardan los mismos derechos que tenían en el régimen jurídico precedente, a no ser que los preceptos de este código establezcan otra cosa expresamente o que se deriven de aquellos preceptos que procedían de las normas derogadas por este nuevo derecho". Esta coletilla jurídica permitía al Opus Dei seguir manteniéndose como anteriormente en su estructura interna. No cambian, por supuesto, "el espíritu y la práctica ascética que son propias del Opus Dei" (norma 20 § 1,2). Es decir, que "el espíritu y la práctica" del Opus Dei siguen iguales (norma 27 § 3); permaneciendo vigentes, además del código, "las demás cuestiones pertenecientes a la tradición del Opus Dei" (norma 79 § 2) Y en otro lugar del nuevo código (norma 80 § 1) se especifica que "se mantienen todas las características del Opus Dei". En resumen, que el Opus Dei seguía manteniendo vigentes las constituciones secretas de 1950, utilizando como tapadera jurídica el nuevo código de la prelatura a partir de 1982.

En los votos o prometimientos que constituyen el estado religioso y tiene admitidos oficialmente la Iglesia, como son la pobreza, la castidad y la obediencia, el Opus Dei, desde sus turbios orígenes fascistas, había colocado en primer lugar la obediencia y en tercer lugar la pobreza. Luego, en el código que recogía el estatuto de prelatura personal y resultaba ser una versión light que suavizaba las durísimas constituciones internas vigentes en el Opus Dei, los votos religiosos pasaron a llamarse "vínculos contractuales", pero de hecho los tres votos de obediencia, castidad y pobreza permanecieron vigentes y aparecían camuflados en el nuevo código de la prelatura. Por ejemplo, la norma 27 § 4, refiriéndose a la dispensa, menciona textualmente los "votos privados e incluso el puramente promisorio". Ahora bien, resulta necesaria la previa existencia de "votos privados" y "juramentos promisorios" para que haya luego una dispensa. Se equivocaron, pues, quienes imaginaban que la prelatura personal iba a hacer desaparecer las prácticas del secretismo que caracterizaban al Opus Dei, que, como institución clerical dependiente directamente del papa, iba a continuar actuando tecnocráticamente a su manera y dispuesta a sacrificar a los principios de eficacia y rendimiento otras consideraciones y valores, entre ellos la transparencia y claridad de sus actuaciones.

Un religioso paolino, Giancarlo Rocca, publicó en 1985 un libro en Italia, donde trazó la historia del Opus Dei y su evolución jurídica a través de apuntes y documentos. Fue Roca quien reveló que normas secretas seguían regulando la vida interna del Opus Dei, por lo que continuaban vigentes las constituciones de 1950, aunque retocadas algunas de sus normas en función de los dos nuevos códigos promulgados, el de derecho particular de la Obra de Dios a finales de 1982 y el de Derecho Canónico de la Iglesia católica a comienzos de 1983. El semanario italiano 'L'Expresso' recogió la información y fue más lejos que el religioso paulino, al precisar que las constituciones secretas del Opus Dei, escritas en latín, están recogidas en un volumen de tapas rojas y formato de cuaderno de escuela, y que existe prohibición expresa de traducirlas a otras lenguas. Se trataba, sin embargo, del mismo documento que ya había sido publicado en París, pero en castellano, durante el verano de 1970, como apéndice en el libro escrito por Jesús Ynfante con el título 'La prodigiosa aventura del Opus Dei: génesis y desarrollo de la Santa Mafia' y como señala la norma 172 sobre la propia observancia de las constituciones: "Estas Constituciones son el cimiento de nuestro Instituto: por tanto, ténganse por santas, inviolables, perpetuas y únicamente reservadas a la Santa Sede tanto en lo que se refiere a los cambios como a la introducción de nuevos preceptos". Según la revista italiana, en vez de sus constituciones secretas, el Opus Dei suele entregar a la jerarquía de la Iglesia católica un resumen que no refleja sus verdaderas actividades. 'L'Espresso' acusaba al Opus Dei en la práctica de haber creado una asociación secreta ilegal, una especie de masonería católica que recordaba a la proscrita logia masónica italiana P-2. La polémica desatada en Italia empujó a parlamentarios italianos a presentar una interpelación al gobierno a comienzos del año 1986, en la que se acusaba al Opus Dei de ser una sociedad secreta. Se produjo entonces un debate en el parlamento italiano y el gobierno abrió oficialmente una investigación para averiguar si era o no una sociedad secreta. Como resultado de la investigación se elaboró un informe, donde sin llegar a decir sí, tampoco decían no, y cuyas conclusiones diluyeron políticamente la polémica, quitando importancia a la cuestión planteada de si era o no una sociedad secreta. Para demostrar que no tenía nada que ocultar, el Opus Dei comenzó a ofrecer entonces en Italia, como regalo entre los profesionales de la prensa simpatizantes de la organización, los ejemplares de un volumen de tapas verdes, y no rojas, que correspondía al código de la prelatura y no a las constituciones secretas vigentes aún dentro del Opus Dei. Las cuatrocientas setenta y nueve normas de las constituciones de 1950 no sólo son desconocidas por los mismos miembros de la Obra, sino incluso por el Vaticano y los obispos donde actúa el Opus Dei. Meses más tarde, como resultado final de la polémica surgida en Italia, el Vaticano se vio en la obligación de amonestar a los miembros de la prelatura del Opus Dei y de imponerles el deber de manifestar su afiliación, cuando les preguntase legítimamente la autoridad eclesiástica.

En el código de la prelatura, utilizado como tapadera jurídica por el Opus Dei, predomina la visión "liberal", escondiendo o disimulando lo que resulta esencial en el "espíritu de la Obra", como son los tres votos, no los clásicos de pobreza, castidad y obediencia, sino los votos invertidos de obediencia, castidad y pobreza, así como también las categorías de jerarquización extrema en la pirámide de poder. Por ejemplo, a los miembros numerarios "electores" en la versión light del código se les llama "congresistas", porque si no existiera tal categoría no podría celebrarse un congreso con elecciones para nuevo presidente dentro del Opus Dei. Ser miembro numerario "elector" es obtener el grado máximo entre todas las categorías de miembros del Opus Dei, una categoría que sólo tenían ciento cuarenta miembros numerarios en 1994 y que obliga, una vez conocido el fallecimiento del presidente del Opus Dei, a ir a Roma y elegir al nuevo presidente vitalicio, como si fueran unos cardenales de la Iglesia católica. El Opus Dei continúa fiel a sus turbios orígenes y cuando parece que más cambia, más sigue siendo lo mismo.

En influyentes medios españoles hostiles al Opus Dei dentro del Vaticano, la concesión de la prelatura personal fue calificada de "polacada" o acto despótico y de favoritismo del papa Juan Pablo II. Tuvo origen este nombre, aplicado por sus enemigos, a los actos del partido polaco que gobernó en España desde 1850 a 1854. En este sentido, hay que señalar que la Constitución Apostólica "Ut sit", de erección canónica de la prelatura, reconoce explícitamente que el Opus Dei fue fundado el día 2 de octubre de 1928 por Escrivá de Balaguer, guiado por la inspiración divina. Así, el Opus Dei lograba introducir en un texto del Vaticano su propia reinterpretación del pasado y ya no eran únicamente los seguidores de Escrivá, sino el papa polaco Juan Pablo 1I, quien atribuía a la "inspiración divina" una fundación realizada por Escrivá de Balaguer en la fecha concreta "del año 1928". Desde entonces, resulta más difícil para los católicos poner en tela de juicio la fecha, el nombre y la prematura fundación del Opus Dei, por el riesgo que existe de contradecir al papa, la máxima autoridad de la Iglesia, aunque esté equivocado.

Tras conseguir el estatuto especial de prelatura, al Opus Dei sólo le faltaba, con la ayuda del grupo de presión 'ultra' y la bendición del papa, la santificación del fundador. La operación maquiavélica fue concluida en el año 2002 y se convirtió para el Opus Dei en una simple cuestión de manipulación de influencias, junto con una retorcida elaboración realizada por el propio Opus Dei con dos sedicentes milagros que fueron atribuidos, con enorme torpeza, al santo fundador. Como todos sus miembros deben aspirar a la santidad, el Opus Dei tiene la pretensión de crear santos en serie, porque "las crisis mundiales son crisis de santos", como ya había señalado el fundador en la máxima 301 de su librito Camino. Así, desde sus turbios orígenes, el Opus Dei impuso esta necesidad entre sus miembros y estaba dispuesto a fabricar santos como fuese, lo cual, gracias al grupo de presión 'ultra' del Vaticano y al papa Juan Pablo II, ha llegado a materializarse, comenzando la serie de santos opusdeístas lógicamente por el fundador, mientras que, ironías del destino, el expediente con el proceso de canonización del papa Juan XXIII, por ser el promotor del Concilio Vaticano II, continúa lentamente su camino de un lugar a otro del Vaticano, pero sin hallar una rápida solución. Si por un lado existe un silencio oprobioso puertas adentro en el Vaticano sobre la lenta canonización de Juan XXIII, por otro lado ha habido prelados 'ultras' que han reconocido en público con aire displicente "que ya lo está como beato".

Los "otros banqueros de Dios"

del Capítulo IX

Conquista del poder financiero

El Vaticano podría ser cualquier lugar de ensueño, como las películas de Frank Capra que se ven todavía en la televisión y donde todas las historias acaban felizmente, pero no parece ser el film adecuado para el momento actual, a comienzos del siglo veintiuno, con un papa muy cercano a morir, ya que hay prelados en la curia romana que mantienen el temor de que con el Opus Dei el Vaticano pueda terminar como una película de la mafia, teniendo como protagonistas a miembros del Opus Dei y cuyo título podría ser "Las aventuras de la Santa Mafia". Hay que dar un salto atrás, remontándonos en la historia del Opus Dei por lo menos hasta casi sus orígenes, para conocer con detalle el pedigrí financiero, la genealogía financiera completa de los miembros de la Obra secreta de Dios antes de convertirse en los "otros banqueros de Dios" por obra y gracia del grupo de presión ultra, también por el papa Juan Pablo II y porque existe una rara disconformidad dentro de la implícita anuencia vaticana. De los "banqueros de Dios" de nacionalidad italiana, como Michele Sindona y Roberto Calvi, se ha pasado de la mano de un papa a la vez eslavo y polaco a los "otros banqueros de Dios", un equipo de sustitución compuesto de financieros miembros directivos del Opus Dei, la mayoría de nacionalidad española.

Para comprender la escalada en Roma del Opus Dei, cuyos miembros estaban dispuestos a todo para la conquista del Vaticano y convertirse en los "otros banqueros de Dios", hay que remontarse atrás, concretamente a los tiempos en que sucedieron las quiebras con desastre financiero de Michele Sindona y Roberto Calvi, los dos banqueros italianos que fueron considerados los "banqueros de Dios" y terminaron desgraciadamente asesinados, entre otras graves razones, para que no hablasen y por tener estrechas vinculaciones financieras con el Vaticano. No obstante, hubo atascos en la conquista del poder financiero y resultó en definitiva excesivamente lenta para los miembros españoles del Opus Dei en tiempos del papa Pablo VI, entre 1963 y 1978; pero ya se estaba preparando por medio del grupo de presión 'ultra' la sucesión y, al no conocerse bien la cara oculta del Vaticano, quién iba a imaginar en aquellos tiempos, en los últimos años de la dictadura de Franco, que tan sólo unos años más tarde iba a surgir un joven cardenal de la Iglesia católica de cincuenta y ocho años, como candidato polaco a papa de Roma, el cual había sido cultivado con esmero tanto por el grupo de presión 'ultra' como por el Opus Dei. Ya hubo entonces miembros del Opus Dei que insistieron en señalar, como si fueran "señales del cielo", que todo aquello era manifiestamente expresión de "la voluntad de Dios".

Entre tanto, fueron dos miembros del Opus Dei, los llamados "lópeces", López Rodó y López Bravo, quienes ocuparon sucesivamente en España el cargo de ministro de Asuntos Exteriores de los penúltimos gobiernos de la dictadura de Franco. López Rodó, que convivía bajo el mismo techo diariamente en Madrid con el financiero miembro numerario de mayor relieve dentro del Opus Dei, Luis Valls Taberner, ambicionaba la embajada en Portugal tras su salida del gobierno español, pero la "revolución de los claveles" del 25 de abril de 1974 echó por tierra sus planes. Como el ocaso biológico del general Franco se acentuaba, después de haberle propuesto el último gobierno de la dictadura el puesto de embajador en Tokio para mantenerle alejado de España, López Rodó accedió a irse a la embajada de Viena para reforzar la presencia en Austria del Opus Dei, así como animar el dispositivo que mantenía como plataforma de contactos hacia los países del Este europeo.

Desde Madrid y Roma, además de la embajada española en Viena donde se instaló López Rodó como embajador tras su salida del ministerio de Asuntos Exteriores en 1974, el Opus había comenzado a extender su apostólica tela de araña hacia los países que se encontraban entonces "mas allá del telón de acero". En Viena el Opus Dei contaba desde 1970 con la parroquia más vieja y elegante del centro antiguo de la ciudad, aunque sería López Rodó, con su cobertura diplomática como embajador de España, quien llevó la batuta de director en el concierto, ayudado por otros miembros de la Obra secreta de Dios, como el periodista Ricardo Estarriol, que actuaba bajo la cobertura profesional de corresponsal de prensa del diario La Vanguardia de Barcelona. Se trataba de "hacer apostolado en los países del Este" y, para ello, los miembros del Opus Dei afirmaban estar mejor preparados que el resto de las órdenes y congregaciones religiosas de la Iglesia católica. Según ellos, como laicos podían penetrar más fácilmente en ambientes donde los curas clásicos con sotana no llegaban y luego, como razón de mayor peso, presumían de manejar fondos cuantiosos o, al menos, se ofrecieron con resultados alentadores para gestionar los recursos financieros, por ejemplo, de las obras asistenciales germánicas "Adveniat" y "Misereor", que disponían de ingentes medios financieros en Alemania y habían sido constituidas para ayudar al tercer mundo y a jóvenes iglesias católicas repartidas por el mundo, entre las que figuraban las de los países del Este europeo. Con tales objetivos, el Opus Dei inició desde Viena durante los años setenta una ofensiva, por supuesto secreta, hacia los países del Este europeo, preferentemente hacia la católica Polonia, y pronto el Opus Dei se convirtió en el gran limosnero del obispado polaco y uno de los principales financiadores del por entonces sindicato clandestino polaco Solidarnosc, contando para ello con el apoyo financiero de organizaciones católicas alemanas, incluso judías, y hasta del gobierno de los Estados Unidos por medio de la Central Intelligence Agency (CIA), que habían ayudado anteriormente a nutrir económicamente con algunos fondos a la pobre y famélica Iglesia polaca durante los pasados largos años de la "guerra fría".

Pero el "trabajo de campo", como si fueran unos misioneros, no fue lo más fructífero de la operación montada por el Opus Dei, como pronto se pudo advertir, porque la plataforma de contactos hacia otros países del Este europeo, además de Polonia, se reducía a un fichero con direcciones de Budapest, Praga y Bratislava, más un primer intento de implantación en las entonces repúblicas yugoeslavas de Eslovenia y Croacia. La ausencia de resultados prácticos no impidió, sino que, al contrario, favoreció paradójicamente al Opus Dei, que pudo conseguir mayores cotas de influencia en el grupo de presión 'ultra' del Vaticano, especialmente, entre los prelados más acérrimos por su anticomunismo de la curia vaticana. Y, sobre todo, entre los miembros del episcopado de los países del Este que solían transitar por Roma, entre los que se hallaba el cardenal polaco Wojtyla, el cual se quedó maravillado con una actividad basada fundamentalmente en la intransigencia, la coacción y la desvergüenza; porque, como señala la máxima 387 del librito Camino del santo fundador del Opus Dei: "El plano de santidad que nos pide el Señor está determinado por estos tres puntos: la santa intransigencia, la santa coacción y la santa desvergüenza". La intransigencia, por muy santa que sea, es la "condición del que no transige o no se presta a consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero"; la coacción, por muy santa que sea, es la "fuerza o violencia que se hace a una persona para obligada a que diga o ejecute alguna cosa"; y la desvergüenza, por muy santa que sea, es la "falta de vergüenza, la insolencia o la descarada ostentación de faltas y vicios". El cardenal Wojtyla recibió la ayuda financiera incondicional del Opus Dei, junto con un paquete de ejemplares del librito Camino traducido al polaco, que pasó a utilizar como texto de cabecera, además de una colección de vídeos sobre las catequesis en América del santo fundador del Opus Dei, que le sirvieron luego como inspiración y modelo para sus viajes ya siendo papa. Con la ofensiva al Este y la seducción al Oeste, la Obra secreta de Dios mataba dos pájaros de un tiro, penetrando más profundamente, como era su ambición, en los altos círculos del Vaticano, para lo cual los miembros del Opus Dei contaban con el apoyo incondicionado de los colegas del grupo de presión 'ultra'. La operación, que no tuvo nombre, pero pudo haberse llamado Totus Tuus, desembocó más tarde en la elección del papa del Este, que estaba prendado, entre otras maravillas romanas, del Opus Dei y comenzó a demostrado desde sus primeros días de papado.

Con el cardenal Wojtyla ya elegido papa, los miembros del Opus Dei iban a obtener fácilmente el tan ansiado estatuto jurídico de prelatura y de independencia con respecto al Vaticano para convertirse sobre todo en los "otros banqueros de Dios". Encajando todo ello con el papado ultraconservador de Juan Pablo II en el fin del segundo y comienzos del tercer milenio de la era cristiana. Por parte del Opus Dei, apenas dada a conocer la elección del cardenal polaco como papa de Roma, su presidente Alvaro Portillo hizo público un comunicado de prensa donde agradecía la buena nueva al Espíritu Santo y resaltaba los antiguos lazos de amistad y solidaridad que unían al nuevo papa con la Obra secreta de Dios y con él mismo.

Los miembros del poderoso grupo de presión ultra del Vaticano aplaudieron al Opus Dei, porque se iba a convertir en el espejo en que el papa quería ver reflejadas sus intenciones de renovación y de revisión, tanto apostólicas como financieras, dentro de la Iglesia. También porque, aparentemente modernos en sus formas, pero integristas en sus planteamientos teológicos y morales, los miembros del Opus Dei, así como también los del grupo de presión ultra, eran además fanáticos partidarios de la inalterabilidad de la doctrina. No sólo le importaba al papa polaco, sino que incluso le alegraba la perspectiva de que el poder que ambicionaba el Opus Dei fuera el propio de la Iglesia católica. Aún más, era el poder del Vaticano, como ha señalado un analista, el primer objetivo que el Opus Dei quería conquistar y ya lo intentaba desde su interior. Otro experto en cuestiones vaticanas ha indicado también que era la misma Iglesia católica el organismo sobre el cual el Opus Dei aplicaba el poder real de su organización y la estructura social sobre la cual ejercía su influencia.

El Opus Dei, buscando sobre todo poder y dinero, contaba con dos bazas importantes que podía ofrecer al papa, contando con el apoyo incondicional del propio pontífice, que se mostraba seducido por la actividad "capilar" de sus miembros. La primera baza consistía en una tupida red de informadores repartidos por más de treinta países del mundo católico, cuando las actividades de información ultraconservadora habían vuelto a tener una mayor intensidad en el Vaticano con Juan Pablo II, ya que durante el papado de Pablo VI, su antecesor de hecho, uno de sus hombres de confianza y mano derecha, el cardenal Giovanni Benelli, se había encargado de desmantelar la red de "confidentes" ultraconservadores que efectuaban anteriormente, desde la Segunda Guerra Mundial, tareas de espionaje para el Vaticano.

En segundo lugar, el Opus Dei estaba en condiciones de ofrecer la experiencia de sus miembros en los negocios y su capacidad para actuar "con una técnica más depurada", sin la necesidad de recurrir el Vaticano para la administración de sus finanzas a

hombres de paja y testaferros ajenos; por eso los dirigentes del Opus Dei esperaban contar para ello con el estatuto jurídico de prelatura, comparable al de una multinacional religiosa. La Santa Sede católica estaba padeciendo muchas dificultades en el mundo de los negocios, sobre todo después de la quiebra fraudulenta del banquero Sindona y de las repercusiones del caso de asesinato del banquero Calvi, que afectaron entonces gravemente a las finanzas del Vaticano. El gobierno de la Iglesia católica se debatía, a la llegada al poder de Juan Pablo II, con serias dificultades financieras, cuyo control escapaba incluso al papa y al Vaticano. Se contaba, para obtener un saldo positivo en el balance consolidado del mini-Estado papal, con las contribuciones económicas de todas las diócesis del mundo y de las congregaciones y órdenes religiosas, incluyendo también una ayuda financiera, al menos simbólica, por parte del Opus Dei.

Bajo la protección del papa Wojtyla las nuevas formas de organización financiera del Vaticano, junto con las remodelaciones realizadas a finales de los años setenta y el comienzo de los ochenta, se iban a orientar también en un sentido favorable a los intereses del Opus Dei, porque para manipular el tinglado financiero de la Iglesia católica la Obra secreta de Dios necesitaba el estatuto jurídico de prelatura personal, que le fue concedido por el papa Wojtyla lo más rápidamente posible y que demoró casi cuatro años, un récord de velocidad para la burocracia del Vaticano. Sin-embargo, la penetración del Opus Dei en las finanzas del Vaticano no llegó a realizarse exenta de tacha ni de forma impecable. Lo más importante que conviene señalar sobre este aspecto crucial en las actividades ocultas de la Obra secreta de Dios es su dedicación, con mucha atención y esmero, a una gestión torpe e irregular del todavía inmenso capital financiero e inmobiliario del Vaticano a partir del segundo lustro de los años ochenta; aprovechándose el secreto Opus para incrementar de paso su propio patrimonio y ocuparse, con una sisa descomunal, hasta de la alimentación y vestimenta de sus miembros militantes repartidos por más de treinta países del mundo católico.

El Vaticano, que es una bomba financiera aspirante y no expelente, logró contar en los comienzos del papado de Juan Pablo II con un cierto apoyo económico del Opus Dei, que ayudó a cubrir algunos déficits, especialmente con los apostolados de la Iglesia católica en los países del Este europeo. Sin embargo, las finanzas del Opus Dei nunca fueron boyantes y la Obra secreta de Dios no se podía permitir el lujo de financiar apostolados exteriores deficitarios de forma continuada. Durante el largo papado de Juan Pablo II el resultado previsible ha sido el abandono lento y paulatino, por parte del Opus Dei, de los nuevos apostolados en los países del Este propuestos por el Vaticano, concentrando la mayoría de esfuerzos de sus miembros en los países occidentales, donde existe una cultura católica, además de estabilidad y solvencia económicas. La razón última, sin embargo, era que el Opus Dei estaba condenado a ello por su lento, inevitable y creciente debilitamiento interno, decadencia agravada en los últimos tiempos, porque el meollo del problema para el Opus Dei reside en que abundan frecuentísimamente los despidos y abandonos, faltando militantes verdaderamente formados y no jóvenes en edad escolar incapaces de militar como miembros en la tan pretendida elite intelectual católica, la imagen que desde su fundación no ha logrado ofrecer aún el Opus Dei.

Fiduciarios del Vaticano

Tanto el Vaticano como las órdenes y congregaciones religiosas de la Iglesia católica tienden a asegurar sus inversiones a través de los puestos que ocupan hombres de su confianza y que representan sus intereses en los consejos de administración de bancos y sociedades anónimas. Existe, en este aspecto, una técnica muy depurada en cuanto a la transmisión de capital, que tiene como resultado una herencia mucho más automática que la de padres a hijos. Pero esta técnica de utilizar hombres de paja, o testaferros, es decir, los que prestan su nombre en contratos o negocios, presenta también grandes inconvenientes y por ello, en el mundo de los negocios, el Vaticano ha padecido graves dificultades financieras, así como también órdenes religiosas católicas, entre ellas la Compañía de Jesús. Basta con señalar la crisis financiera sufrida por el Vaticano, que fue protagonizada por los "banqueros de Dios" y fue consecuencia directa de la quiebra fraudulenta del banquero italiano Michele Sindona y de las circunstancias escandalosas que tuvieron mucha resonancia financiera, con desaparición y asesinato de otro banquero italiano, Roberto Calvi.

Dentro de las finanzas eclesiásticas, las del Opus Dei representan un caso especial y no por ello menos interesante, por ser algunos de sus miembros los "otros banqueros de Dios". Para comprender el mecanismo financiero y la riqueza de la que hace gala y ostentación el Opus Dei, nada más fácil que remitirse a las constituciones internas que siguen vigentes, porque son "su cimiento"y deben tenerse, según el artículo 172, por "santas, inviolables y perpetuas". El artículo 176 señala también que "contra las constituciones no podrán nunca prevalecer ni costumbre alguna ni ningún desuso".

Según el artículo 161, por la fuerza del voto de pobreza los miembros del Opus Dei, numerarios y agregados, "renuncian, en primer lugar, a la facultad de disponer lícitamente de cualquier bien temporal, valorable en precio, sin licencia legítima de los superiores; y en segundo lugar, a la facultad de adquirir para sí bienes, cualesquiera que sean, de los que adquieren por su propia industria y trabajo o que, según la organización, se les entregan o vienen a sus manos". También, según el artículo 253, "para mejor adquirir el espíritu de pobreza, cada mes los socios han de rendir al director del centro o residencia cuentas de lo recibido y de lo gastado, a no ser que a dicho director le parezca más conveniente de otro modo".

Por otra parte, según el artículo 367, la propiedad en el Opus Dei "es siempre subordinada. El presidente general, por tanto, tiene derecho, según las circunstancias de los asuntos se lo aconsejen y observándose el artículo número 358, 5.0, a transferir de centro a centro o de región a región los bienes propios de uno o de una de ellos". Así, "tanto los bienes inmuebles como los muebles son gestionados por el administrador general, bajo la dirección y la inspección del padre y del consejo. Será de su incumbencia definir, de acuerdo con el padre con voto deliberativo del consejo, qué gastos pueden hacer los administradores inferiores, según las circunstancias y las condiciones de los asuntos lo pidan, y ejercer sobre ellos vigilancia".

Todo está minuciosamente reglamentado y contabilizado dentro del Opus Dei, como lo demuestra el artículo 377. Según este artículo, "el dinero, los títulos y los valores de género semejante han de depositarse en bancos o en la caja de caudales general, que se cerrará con doble llave, de las cuales una la retendrá en su poder el padre y otra el administrador. Igualmente los instrumentos acreditativos de aquellas sumas que están depositadas en los bancos, así como también los contratos y los documentos de otros créditos y obligaciones, han de ser guardados cuidadosamente por el padre y por el administrador general."

Las constituciones distinguen entre bienes eclesiásticos, inscritos a nombre del Opus Dei, y otros denominados bienes profanos, que no están inscritos y sin embargo están sujetos, según el artículo 372, a su potestad y dirección. No obstante, con las aportaciones individuales y el voto de pobreza de sus miembros, el Opus Dei nunca hubiera logrado sufragar los gastos de sus "obras del apostolado". Es decir, que para ayudarse financieramente existen en el Opus Dei las llamadas sociedades auxiliares, descritas en el artículo 9 de las constituciones: "Los socios del Opus Dei actúan ya individualmente, ya por medio de asociaciones que pueden ser bien culturales o artísticas, financieras, etc., y que se llaman sociedades auxiliares. Estas sociedades están igualmente, en su actividad, sujetas a obediencia a la autoridad jerárquica". El artículo 388, parágrafo 7, precisa este control ejercido por el Opus Dei como organización: "Corresponde al consiliario con voto consultivo de la comisión [...] designar los directores de las diversas sociedades auxiliares y de las diversas obras comunes de la región, entre miembros que sean por lo menos inscritos, respetándose el artículo 297". y el artículo 297 precisa todavía más dicho control: "Nadie puede ser promovido a un cargo de gobierno, ni aun local, si no interviene consentimiento expreso del presidente general. Sin embargo, el presidente, antes de conceder su venia, ha de procurarse cuidadosas y ciertas informaciones. Y si el presidente se niega a dar su consentimiento, debe, como máximo, explicar las causas de esta decisión al vicepresidente, si lo hay, o al secretario general".

Queda claro, por tanto, el alcance y control que ejerce el Opus Dei en todas y cada una de las sociedades auxiliares que componen su patrimonio. Por eso, cuando se afirma que una sociedad anónima está controlada por el Opus Dei significa que como sociedad auxiliar la totalidad o la mayoría de las acciones de la citada sociedad anónima se encuentran en manos de miembros del Opus Dei. Aunque también conviene señalar la salvedad reconocida en el artículo 373, que deja una puerta de escape abierta para preservar a la organización de los posibles errores cometidos por sus miembros y libera en todos los casos de cualquier responsabilidad a la organización. El artículo 373 determina que, si quien contrata es la administración general, la administración regional o la administración local, es el Opus Dei quien responde, pero si el que contrata es un miembro es él quien responde, a no ser que realizase un negocio por mandato de sus superiores. En este caso, bastaría el silencio del superior para tener que responsabilizarse de forma obligada el miembro del Opus Dei.

Según el artículo 372, parágrafo 3, "en cuanto a la realización de gastos o contratación de obligaciones por parte de las sociedades auxiliares, deben guardarse las prescripciones que, asimismo según los tiempos lo demanden, sean determinadas por el padre con el voto deliberativo del consejo general". El voto deliberativo es un voto consultivo y la decisión depende siempre del presidente y a la vez padre del Opus Dei. El consejo puede considerar atenta y detenidamente el pro y el contra de los motivos de la decisión, pero el poder es absoluto y todo depende del presidente dentro del Opus Dei. Por último, el administrador general debe visitar a las administraciones inferiores, inspeccionando también las sociedades auxiliares, según el artículo 375 de las constituciones. El administrador regional, así como la procuradora en la sección femenina, tienen cometidos parecidos a sus respectivos niveles, en orden a conseguir "un conocimiento perfecto" de la situación general de la administración del Opus Dei.

Según un dictamen elaborado por juristas españoles experimentados que prefirieron guardar el anonimato por temor a las represalias políticas en los tiempos en que fue redactado, aparece clara la técnica de utilización de los miembros del Opus Dei como hombres de paja o testaferros de la organización. El dictamen en sus conclusiones señala el carácter fiduciario de las finanzas del Opus Dei, donde el titular fiduciario no es jamás independiente, sino que está dominado por el titular real, que en este caso es el Opus Dei, lo cual derriba la tesis de la independencia de los miembros del Opus en el terreno económico.

Según el dictamen, la totalidad de la actuación institucional del Opus Dei se realiza a través de una serie de formas y actos jurídicos que, en la práctica, nunca aparecen a nombre del Opus Dei, sino a nombre de miembros individuales. Esto vale tanto para los contratos de arrendamiento de locales para casas y residencias del Opus Dei, como para las sociedades mercantiles con actuación especializada en la educación, o las sociedades mercantiles con actuación exterior, como puede ser la banca y otros sectores; así como también para los títulos de propiedad de toda clase de bienes. Los contratos de arrendamiento nunca están firmados a nombre del Opus Dei, sino a nombre personal de algunos de los residentes. Las acciones de las sociedades también figuran a nombre de miembros individuales, los cuales ocupan, formalmente a nombre propio y no como representantes de nadie, los cargos de dirección de dichas sociedades. Igual sucede con la titularidad de bienes inmuebles, etcétera. Pues bien: es una evidencia que esos titulares formales no son los titulares de los arrendamientos ni de las acciones y cargos directivos de las sociedades ni de los bienes, sino meros titulares aparentes o "fiduciarios", esto es, titulares "por cuenta de un titular real" que no aparece al exterior, aunque conserva su poder efectivo por medio de pactos interiores con el fiduciario. Para evitar problemas, el pacto más importante en la práctica es siempre un dispositivo, para precaverse de cualquier rebelión por el fiduciario, de un "vendí" firmado por las acciones sin fecha, que se puede negociar con plenos efectos en cualquier momento.

El carácter de fiduciarios de estos titulares se justifica fácilmente con sólo observar que la mayor parte de ellos carecen totalmente de posición económica propia, capaz de explicar los paquetes de acciones o los bienes a su nombre. Es de notar además que, como es común en la política de grupos económicos, en los consejos de administración de las sociedades del Opus Dei se repiten con mucha frecuencia los mismos nombres, hasta constituir un verdadero grupo de la oligarquía financiera en España, que sería absolutamente inexplicable por razones económicas de fondo, fuera de la tesis de las titularidades fiduciarias. Por otra parte, un análisis sumario del comportamiento de las sociedades del Opus Dei corrobora que en ellas domina un efectivo y único titular real, por encima de la pluralidad de titulares aparentes. Esto confirma definitivamente la tesis del carácter fiduciario de estas titularidades. En virtud de esta tesis, que es elemental en términos jurídicos para cualquier jurista experimentado, puede contradecirse la tesis oficial del Opus Dei de que las sociedades de la Obra no son tales, sino de miembros de la misma qua actúan con independencia. El titular fiduciario no es jamás independiente, sino que está dominado por el titular real, por cuenta del cual, aunque ocultamente, actúa y del cual es un simple instrumento.

Para colmo, al convertirse en los "otros banqueros de Dios" por la protección especialísima del grupo de presión 'ultra' y del papa Juan Pablo II, los financieros miembros del Opus Dei han rizado el rizo por ser doblemente fiducidiarios, de la Obra secreta de Dios y del Vaticano.



Extracto páginas 267-275


Un largo rosario de escándalos políticos y financieros jalonan el trayecto del Opus Dei en España antes de llegar a convertirse, a partir de los años ochenta del siglo veinte, en los «otros banqueros de Dios» como administradores de las finanzas del Vaticano. El asalto financiero sufrido por el Vaticano ya se había realizado también años antes en España, al amparo de una dictadura, cuando hubo ministerios y hasta gobiernos enteros controlados por miembros del Opus Dei, que se dedicaron a desplegar tentáculos financieros para enriquecer a la organización. Más tarde, cuando se encontraron bien situados por el papa Juan Pablo II, los miembros del Opus Dei siguieron aplicando el mismo esquema en la administración de las finanzas de la Iglesia católica, por lo que su credibilidad se sigue poniendo en duda, a pesar de la implícita anuencia con la que todavía cuentan en el Vaticano.

Las operaciones políticas y económicas de miembros del Opus Dei provocaron inevitables conflictos en España que, sin embargo, fueron silenciados dentro de la Obra con la máxima número cincuenta y cinco, tantas veces repetida del librito Camino: «no me pongas en berlina a tus hermanos ante los extraños», que equivale a la famosa ley de la omerta o del silencio dentro de la mafia. Exteriormente, para acallar a los miembros rivales de órdenes y congregaciones religiosas o a sus oponentes, los miembros del Opus Dei aprovecharon las enormes ventajas políticas de silenciamiento que, ejerciendo la censura, ofrecía la dictadura. Como el santo fundador Escrivá ambicionaba un desarrollo rápido de la Obra, llegó hasta ignorar bajo la dictadura de Franco las graves responsabilidades corporativas del Opus Dei como organización en las operaciones delictivas emprendidas por «sus hijos» y poco a poco el Opus Dei se convirtió durante su asalto al poder en el principal sostenedor y también beneficiario de la dictadura de Franco. España se presentaba entonces como un país donde paradójicamente el ejercicio totalitario del poder incluía una planificación más que «liberal» del desarrollo y para el desempeño por parte de la Obra secreta de Dios de las funciones de principal sostenedora y beneficiaria de la dictadura de Franco, existían razones más profundas, como reconoció un intelectual católico, JoséLuis L. Aranguren, al afirmar que «el Opus Dei, nos agrade o no, es la expresión natural de la religiosidad de una parte de la burguesía que hoy detenta el poder económico, social y político de .España»; y el canónigo de Málaga, José María González Ruiz, señaló por su parte que «la Iglesia está íntimamente vinculada a las oligarquías que, de diferentes maneras, monopolizan la economía del país». Y el canónigo de Málaga añadió: «El Opus Dei no es un hongo solitario, sino que tiene profundas raíces en ese clima de la Iglesia española...»

No obstante, también hubo paralelamente defecciones entre los pícaros financieros miembros del Opus Dei que participaron en operaciones de apropiamiento, sustracción continua de fondos públicos y otros delitos financieros; aunque luego sólo se hable de los miembros en activo y no de las miles y miles de defecciones que han abandonado y siguen dejando a la organización. Ante los abandonos, la táctica del Opus consiste en afirmar que «los que se van es como si hubieran muerto»; sin embargo sigue habiendo en el Opus Dei miembros muy vivos y activos, denominados comúnmente en España pillos o pícaros, que son especie abundante desde los tiempos fundacionales, cuando el santo fundador Escrivá abogó y fue un decidido partidario de la pillería o picaresca para «sus hijos», llegando a confundir el estímulo ascético con el éxito recaudatorio, aunque sin olvidar, claro está, las preces. En aquel tiempo, en la mayoría de los negocios sucios de España, en la amplísima y creciente zona de penumbra que en un país se extiende entre el sector público y el privado, se encontraba siempre el común denominador del Opus Dei, superinstalado en el poder y controlando mecanismos clave del Estado. Existen pruebas e indicios de actividades delictivas suficientes para poder afirmar que la picaresca o pillería protagonizó buena parte de las actividades financieras del Opus Dei durante la fase de expansión acelerada en tiempos de la dictadura de Franco. Para colmo, el razonamiento de tales delincuentes «de guante blanco» es sencillo, por estar dispuestos a demostrar que todas las pillerías que cometen a lo largo de su vida no se deben al afán de cometer delitos, sino a la supervivencia y expansión del Opus Dei, una Obra que no es humana sino de Dios. Para poder tolerar la corrupción como tema central de las actividades financieras, una parte de miembros dentro del Opus Dei llegó a desarrollar su propio mecanismo de defensa para digerir de alguna manera la situación. Por eso hubo quienes no prestaron atención a las «malas noticias» e ingirieron grandes cantidades de tranquilizantes para poder soportar mejor la realidad.

Remontándonos al pasado para descubrir nombres, técnicas y casos que conforman el historial delictivo del Opus Dei, cuando sus miembros financieros tienen en la actualidad un alto concepto de sí mismos y declaran ser los «otros banqueros de Dios», destaca entre todos el caso de Gregario Ortega Pardo, quien, después de haber sido un miembro numerario directivo con importantes responsabilidades intelectuales y financieras dentro del Opus Dei, ha sido también el mayor ejemplo demostrativo del peligro que representa la desaparición, léase la muerte, de un militante si no acepta a la organización cuando ésta actúa como si fuese una mafia cualquiera.

Financiero desaparecido

Si en España crece la satisfacción y el orgullo cuando se nombra a un personaje intelectual como Ortega y Gasset o se oye la música de un compositor de habaneras como Ortega Monasterio, en el Opus Dei la turbación del ánimo aumenta cuando se menciona el apellido Ortega refiriéndose al caso del financiero Ortega Pardo. Por ser uno de los miembros numerarios directivos de mayor confianza para el santo fundador Escrivá, quien le llamaba familiarmente «Goyo» y le mandó como enviado suyo personal a Portugal, Gregorio Ortega Pardo ha sido el caso más sonado entre los pícaros financieros con doble vida dentro del Opus Dei. Nacido en el seno de una familia valenciana, Gregorio Ortega Pardo formó parte en los años cuarenta del núcleo de primeros seguidores del Opus Dei en Valencia, con una hermana, Encarnación, con altos cargos de responsabilidad en la sección femenina y muy introducida en la cúpula directiva del Opus Dei en Roma.

Goyo Ortega era doctor en derecho con premio extraordinario, profesor ayudante de la cátedra de derecho civil en la universidad de Madrid y miembro numerario directivo del Opus Dei. Marchó a Portugal, como enviado especial de Escrivá, para establecer allí el Opus Dei y nada más llegar, en 1945, pasó a desempeñar el puesto de profesor encargado de la cátedra de derecho civil de la universidad de Coimbra, con la recomendación del ministerio de Justicia portugués, que devolvía así un favor político al gobierno de Franco. Precisamente en Coimbra arrancaron las primeras actividades del Opus Dei y fue publicada la primera edición en portugués del librito Camino del santo fundador. Aparte de sus actividades universitarias, Ortega Pardo se dedicó sobre todo a montar la infraestructura económica, las finanzas y la tesorería necesarias para los futuros apostolados del Opus Dei.

Como consecuencia de la actividad desplegada por el Opus Dei en el mundo de los negocios, los miembros que estaban metidos en el engranaje económico comenzaron a disfrutar dentro de la Obra de un respeto y un estatuto especial que en los comienzos sólo se otorgaba tácitamente a los que realizaban un trabajo intelectual, es decir, generalmente a los profesores de universidad y a los catedráticos. Por eso Gregorio Ortega Pardo era uno de los miembros preferidos del fundador, como también lo fue Luis Valls Taberner, por ser ambivalentes y poder producir ganancias tanto universitarias como para las finanzas del Opus Dei. A fuerza de oír el mensaje de expansión y su inevitable prerrequisito económico, los miembros del Opus Dei se fueron mentalizando en las cuestiones que ellos llamaban «de eficacia» y, así como al principio la cohesión interna se basaba fundamentalmente en la fidelidad a las normas de piedad, se había ido imponiendo un sentido práctico, simbolizado en la expansión geográfica y también en el mundo financiero y político, que podía resumirse en el hecho de disponer de unas finanzas abundantes y de una tesorería boyante.

Hacia 1960 Ortega Pardo se trasladó desde Coimbra a Lisboa, vinculándose al Banco Portugués do Atlántico y a través de él con el turbio mundo financiero de los negocios entre las dictaduras complementarias de Oliveira Salazar y de Franco. Eran los tiempos en que el Opus Dei se permitía el lujo de hacer regalos al dictador Oliveira Salazar, ofreciéndole como obsequio de Navidad un servicio completo de té de porcelana francesa de Limoges. En Lisboa Ortega Pardo participó en la inauguración de la casa central del Opus Dei, en la rua Doña Estefanía, y otra residencia en un edificio de dos plantas en la rua Doctor Antonio Cándido, número 10. Al frente de ellas fue colocado el sacerdote numerario Nunho dos Santos Girao. El Opus Dei pasó a controlar entonces, entre otras empresas informativas, la editorial Aster, empresa editora de Ruma, revista de problemas actuáis, cuyo domicilio social en Lisboa se encontraba también en rua Doña Estefanía, número 8. Sólo a partir de 1961 la implantación del Opus Dei en Portugal llegó a tener verdadero éxito. Las fechas ofrecen una mayor coincidencia cuando se sabe que en 1960 Gregorio Ortega Pardo se instala en Lisboa y que, un año más tarde, en 1961, tuvo lugar en España la primera campaña de prensa orquestada por el Opus Dei con motivo del reconocimiento canónico de la universidad de Navarra por parte del Vaticano. Poco a poco el Opus Dei fue trasladando millones de pesetas desde España y adquiriendo bienes en Portugal. Con financiación del Banco Popular Español compraron el Banco da Agricultura y Ortega Pardo fue nombrado presidente del consejo de administración. Intervino después el Opus Dei en los bancos Portugués do Atlántico, Pinto e Sotto Mayor, Banco de Fomento, Comercial de Angola y en dos o tres entidades financieras más con participación menos importante. Los negocios del Opus Dei en Portugal continuaron ampliándose y en ese desarrollo constante fundaron la Lusofina y entraron en negocios cinematográficos comprando en Lisboa los cines Roma y Aviz, en la Siderúrgica Nacional portuguesa y en una fábrica de montaje de tractores en el norte de Portugal, a cuya inauguración asistieron el embajador español y el jefe del gobierno, el dictador Oliveira Salazar.

La gran obra del Opus Dei en Portugal fue la Lusofina, sociedad de estudios financieros que tomó como modelo la financiera española Esfina, aunque adaptada a las condiciones de Portugal. Su finalidad aparente era realizar estudios financieros, económicos y de mercados, pudiendo adquirir derechos, participaciones, acciones, etc., en cualquier clase de negocios con la excepción de los bancarios y de seguros. La creación estuvo patrocinada por los gobiernos español y portugués, y tanto el entonces ministro español de Hacienda, Navarro Rubio, como el portugués de Economía, Pinto Barbosa, participaron directamente en ella. Gracias a esos apoyos se puso en marcha uno de los principales fines de la Lusofina, que era el de facilitar la obtención con avales del Estado de créditos a medio y largo plazo, operaciones que interesaban a la banca internacional. En Lusofina participaban también los bancos españoles Bilbao, Central, Español de Crédito, Popular, Santander y Vizcaya; ocupando Gregorio Ortega Pardo, entre otros puestos, el de representante en su consejo de administración del Banco de Bilbao, y en el comité ejecutivo, de toda la banca española. Por parte portuguesa figuraban los bancos antes citados, en los que el Opus Dei intervenía por medio de Ortega Pardo, junto con grupos financieros internacionales como Rothschild Freres, Dresdner Bank, Irving Trust Company, Société Financiére Européenne, etc. La Lusofina intentaba penetrar así en la colonización de la economía portuguesa, en poder casi absoluto hasta entonces de dos entidades principalmente, la CUF, dominada por los bancos españoles Hispano Americano y Urquijo, y la Sociedad Portugueso-Americana de Fomento Industrial, de capital exclusivamente norteamericano y con extensión a empresas de antibióticos, frigoríficos, tractores, supermercados, motores eléctricos, resinas y plásticos, etc., entidad que ayudaba a financiar además la guerra colonial de Portugal, cuyo gobierno no podía sostener tan fuerte sangría económica. En 1963, el embajador español en Lisboa, Ibáñez Martín, el mismo que protegió tanto al Opus Dei cuando era ministro de Educación franquista, condecoraba a Gregorio Ortega Pardo con la Gran Cruz del Mérito Civil, a la vez que a las figuras máximas del Opus portugués, como Daniel Barbosa y Arthur Cupertino de Miranda, presidente este último de la Lusofina para más coincidencia. A Ortega se le consideraba en Lisboa como un importante diplomático de la embajada española y cuando el ministro de Hacienda y miembro del Opus Dei, Navarro Rubio, visitó oficialmente Portugal, Ortega Pardo fue su asiduo acompañante, respaldándole el ministro con sus visitas a la Lusofina, Banco da Agricultura y otras empresas regidas por el administrador general de los bienes del Opus Dei en Portugal.

Mientras los negocios continuaban su marcha, Ortega Pardo se dedicaba intensamente a vivir su doble personalidad. El pío militante del Opus Dei, apóstol viajero misionando tierras portuguesas, era el mismo personaje del que se rumoreaba que practicaba secretamente una vida repleta de lujos y ambigüedades y de él se decía que en el restaurante-boite de Montes Claros daba a la orquesta mil escudos de propina para que le dedicaran valses llamándole archiduque de Austria. Gran vividor, aventurero con características de personaje del hampa internacional, de costumbres muy turbias y vanidad delirante, se rodeaba de un lujo estrafalario, movilizaba toda clase de diversiones y pertenecía al mismo tiempo a los círculos piadosos del Opus Dei. También le gustaba la política.

Negocios y política son, al fin y al cabo, las dos vías hacia la santidad más practicadas por los miembros del Opus Dei. Pero un día de otoño, cansado quizás de su doble vida repleta de lujos y ambigüedades, Ortega Pardo desapareció de la residencia del Opus Dei que, como miembro. numerario, ocupaba permanentemente en Lisboa. El titular de la Gran Cruz del Mérito de la República Federal Alemana, Gran Cruz de la República de Colombia, Gran Cruz del Infante Don Enrique el Navegante de Portugal y Gran Cruz del Mérito Civil de España, el pío militante del Opus Dei, uno de los hijos más mimados por el santo padre fundador Escrivá, y apóstol viajero en misión en tierras portuguesas, había desaparecido.

Gregorio Ortega Pardo, considerado desaparecido, no estaba muerto todavía, pues llegó a Venezuela el 16 de octubre de 1965 y se hospedó en uno de los mejores hoteles de Caracas, dispuesto a comenzar una nueva vida y harto, al parecer, de la doble vida que llevaba en Lisboa. Se había fugado con todos los fondos disponibles que la tesorería del Opus Dei tenía entonces en Portugal. Pero ante su desaparición, los miembros del Opus Dei movilizaron rápidamente todos sus medios e influencias y le localizaron en Caracas.

Después del abandono del Opus Dei, Ortega Pardo hubiera querido pasar a ser una persona normal, aunque, con los condicionamientos que llevaba, nunca acabaría de conseguido. Peor aún, para su detención los miembros del Opus Dei recurrieron a varias artimañas, primero, su detención la obtuvieron por la denuncia de una prostituta con la que estaba en el hotel y luego, para poder proceder contra él, le acusaron además de participar en los robos de dos joyerías madrileñas. Miembros del Opus Dei afirmaron también que estaba reclamado por el gobierno suizo, afirmación que resultó ser excesiva en su falsedad. La versión de que fue detenido cuando hacía gestiones para adquirir un edificio y se trasladaba a un banco para depositar los fondos fue otra de las afirmaciones que circularon entre los miembros del Opus Dei refiriéndose al caso. Lo cierto fue que, detenido por la Digepol venezolana, la policía le incautó en una suite del Hotel Tamanaco dos maletas con 225.000 dólares y joyas valoradas en otros 40.000 dólares. El dinero y las joyas, que formaban un lote que pertenecía al Opus Dei, fue consignado en el Banco Oficial de Venezuela y Ortega Pardo permaneció detenido en el hotel mientras las autoridades venezolanas en conexión con España intentaban aclarar el caso.

La detención de Ortega Pardo adquirió visos de escándalo en la prensa de Venezuela y, como su repentina desaparición había causado un trastorno indecible en ministros y embajadores, ante la amenaza de denuncia por parte del Banco Portugués do Atlántico, el embajador de España en Portugal, Ibáñez Martín, insistió desde Lisboa en que la presencia de Ortega Pardo en Caracas tenía por finalidad fundar una nueva casa del Opus Dei en Venezuela y que por esa causa llevaba consigo tal cantidad de dinero. En Madrid, con el título llamativo de «Comunistas españoles implicados en los movimientos subversivos de Venezuela», publicaba el diario falangista Arriba del 7 de noviembre de 1965 la siguiente noticia: «Dos maletas con 225.000 dólares y un lote de joyas valoradas en 40.000 han sido decomisadas por la policía a un español recién llegado al país. El detenido, Gregorio Ortega Pardo, de cuarenta y cinco años, se encuentra a disposición de las autoridades. Ortega Pardo trajo el dinero y las joyas a Venezuela para comprar un edificio en Caracas. En las maletas la policía halló 200.000 dólares en billetes de ciento, y el resto, en billetes de quinientos. El español llegó a Caracas por una línea británica procedente de Lisboa y se alojó en la suite de un lujoso hotel de la capital. La policía se abstuvo de hacer declaraciones sobre la posible vinculación de Ortega Pardo con los comunistas españoles detenidos días pasados y relacionados con una fábrica de armas clandestina manejada por los comunistas». En Madrid la noticia era alborozadora. Ya estaban los comunistas mezclados en turbios manejos de armas y dólares. Sólo que la alegría duró poco. Justo el tiempo de un telefonazo oportuno a la redacción de Arriba para que, junto con la amonestación por su ineptitud y precipitación, no volvieran a hablar más del asunto ni a citar el personaje. Miembros del Opus Dei controlaban en Madrid el gobierno del general Franco. Así, el diario falangista Arriba, como buen informador que acataba las órdenes del mando, ya no publicaba una ampliación de la noticia, procedente de la misma agencia internacional, en la que se decía: «Sin embargo el matutino La Esfera informó esta mañana que de acuerdo con las investigaciones policiales, Ortega Pardo está reclamado por la brigada de Investigación criminal de España, por una estafa de 40 millones de pesetas a una joyería madrileña. Agrega que Ortega Pardo también robó 300.000 pesetas a otra joyería de Madrid, ubicada en la calle de Gabriel Lobo y que además Ortega Pardo utilizó los seudónimos de Anselmo Almanza Gómez y Luis París Rico». Esto ya no se publicó, naturalmente. Lo de comunista no estaba claro. Se empezaba a «recordar» quién era Ortega Pardo, y, por lo tanto, lo que parecía hasta entonces un asunto más que turbio se reducía a la simple fuga de un financiero miembro del Opus Dei. Ortega Pardo, que presumía de ser amigo del presidente de la República portuguesa y de los sucesivos ministros portugueses de Economía, se había fugado con los fondos y reservas financieras de la administración en Portugal del Opus Dei. El representante de las tres cuartas partes de la banca española en Portugal había huido con unas maletas llenas de dinero y de joyas. El titular de grandes cruces alemana, colombiana, portuguesa y española, aparecía como si fuera el estafador de dos joyerías madrileñas. .

Ortega Pardo fue expulsado de Venezuela el día 12 de noviembre de 1965, después de haber permanecido detenido en la suite de lujo que ocupaba en el Hotel Tamanaco de Caracas. Bajo fuerte custodia policial llegó al aeropuerto de Maiquetía, impidiendo los policías que se le acercara la prensa, y por una discreta puerta le trasladaron al avión que lo llevaría a España. Tomó un avión de Iberia, vuelo 986, llegando a Madrid el sábado a las 13,14 horas. Interrogado por periodistas extranjeros un funcionario de Iberia, si había llegado Gregorio Ortega Pardo, respondió que no podía decido, ya que la lista de pasajeros había «desaparecido inexplicablemente». Un funcionario de la Dirección General de Seguridad ratificó la pérdida de dicha lista de pasajeros. Horas más tarde aseguraban en la misma Dirección General de Seguridad que nada tenía la policía española contra Gregorio Ortega Pardo y que, por lo tanto, no era buscado.

Pero en el caso de Ortega Pardo hay más todavía. Tras su llegada al aeropuerto de Barajas en Madrid, Ortega Pardo fue inmediatamente conducido a la clínica psiquiátrica del doctor López Ibor, miembro destacado del Opus Dei, donde se le recluyó y aisló convenientemente. La hoja clínica, de exclusivo uso interno, diagnosticaba una «incapacidad para gobernar su propia persona» y recomendaba en consecuencia una «vigilancia especial» en torno al personaje. El internamiento, aunque forzado, no resultaba excesivamente alarmante, pues la clínica psiquiátrica era uno de los recursos utilizados para resolver de forma lujosa las crisis de militancia dentro del Opus Dei. La estancia de Gregorio Ortega Pardo en la clínica de López Ibor, psiquiatra de moda de la burguesía española durante la dictadura, duró una quincena de días, mientras las altas instancias del Opus Dei decidían sobre su caso. En los primeros días del mes de diciembre de 1965, Gregorio Ortega Pardo fue deportado privadamente a Argentina, se le obliga a cambiar de nombre y «se le aconseja» que no vuelva a España por el resto de sus días, lo que significaba en el lenguaje de la Obra, según la versión que circula entre antiguos miembros del Opus Dei, hasta una velada amenaza de muerte. Esta medida radical llegó a apaciguar los ánimos de algunos altos responsables de la Obra de Dios y parecía que iba a enterrar en vida a Gregorio Ortega Pardo por los errores que cometió al fugarse de su puesto misionero, cayendo en la tentación e intentando apropiarse de un dinero y joyas que no eran suyos, todo lo cual puso en evidencia al Opus Dei, también calificado . en ciertos círculos financieros de Santa Mafia.

Existe además una característica muy importante que conviene señalar por último, porque los miembros del Opus Dei siempre actúan colectivamente y no son ni pueden ser miembros solitarios, para que nunca puedan vivir solos o completamente aislados. Por ello puede indicarse que Ortega Pardo no fue un individuo aislado que cayó en el pecado, entre otros la lujuria y la codicia, sino que en su caso, hasta el final de sus días, ha intervenido toda la organización, la cual sigue siendo judicialmente responsable de su desaparición, hasta que se encuentre su cadáver o le hagan una autopsia para saber de qué ha muerto, si se localizan sus restos en algún cementerio de Buenos Aires. El caso de Ortega Pardo no fue además el primero ni ha sido el único de un horrendo capítulo en la historia del Opus Dei.