El espíritu es lo que debe cambiar

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Por E.B.E., 17.01.2014


Frente a las preguntas que redacté el miércoles pasado, -siguiendo las enseñanzas recibidas del fundador- se podría responder: lo que importa es «el espíritu», lo jurídico no tiene la misma trascendencia (Escrivá incluso se planteaba el caso en el que el Opus Dei desapareciera como organización: cada uno seguiría cultivando el espíritu por separado y manteniéndolo vivo). De hecho, poca atención se le presta, dentro de la formación que reciben los miembros, a toda la cuestión jurídica, y hasta cierto punto diría que se desalienta todo interés en profundizar una materia “tan aburrida”.

¿Por qué se le presta tan poca atención a la figura jurídica y muchísimo más al espíritu? ¿Por qué no se llevan bien el uno con el otro, o al menos eso parece?...

Si fuera que, para los miembros, el espíritu debe ser lo único que importa, la figura de prelatura se habría convertido en un «disfraz a medida», más que de «traje a medida» como le gustaba decir a Escrivá. Un camuflaje, que no tiene ninguna relación con lo que contiene más que la de disimularlo. Pues un “traje a medida” destaca a la persona que lo porta. En el caso del Opus Dei es al revés, sirve para despistar, como en una novela de espías.

¿Fue un efecto buscado o una anomalía inesperada?

Tal vez la razón para explicar las desavenencias entre lo aprobado por la Iglesia (Estatutos) y lo «revelado» por Escrivá, es que «el espíritu» siempre fue lo único importante, mientras que las cáscaras jurídicas fueron puramente tácticas. ¿Pero fue siempre así?

Sin duda la cáscara permitió y permite al Opus Dei funcionar ambiguamente, hacia afuera de una manera y hacia adentro de otra manera, como bien señalaba Gervasio hace un tiempo. ¿Esa fue la idea original?

La esencia de la opacidad del Opus Dei –la prelatura no hace transparente el instituto secular que contiene- es parecer una cosa (por afuera) y ser otra (por dentro). Esto conduce al engaño, a que mucha gente –la mayoría, si no todos- ingresen engañados. Y a que, desde afuera, no pocos obispos y otras instancias eclesiásticas, perciban al Opus Dei de manera incompleta. ¿Escrivá deseó que su organización fuera esquizofrénica por naturaleza?

Esta dualidad del Opus Dei, entre espíritu y normas jurídicas, es una de las cuestiones fundamentales a resolver (¿o disolver?). El Opus Dei debería ser una unidad, no una esquizofrenia dual. Si es prelatura, no puede funcionar como instituto secular o incluso como orden religiosa rigorista (pues tampoco es un instituto secular “químicamente puro”), por más que el espíritu lo demande.

Pero ahí está el problema: ¿para qué lado resolver, para el lado del espíritu o para el lado del cuerpo? El espíritu no es otro que la voluntad de Escrivá y el cuerpo no es otro que la voluntad de la Iglesia. Me da la impresión que es así de sencillo. Y el tire y afloje entre el Opus Dei y la Iglesia ha consistido en quién gana la batalla jurídica, que no es otra que la batalla del espíritu por dominarlo todo.




Un cambio trascendental sería unificar esos dos aspectos, aunque no se trate de una suma de dos más dos. Actualmente, el Opus Dei es una suerte de engendro, su alma no coincide con su cuerpo, el uno no refleja al otro y viceversa. Nos encontramos con un cocodrilo que nos habla o con un cuerpo humano que nos muge. El experimento es extraño. ¿Esto fue algo buscado por el Opus Dei o más bien fue un accidente, al mejor estilo Frankestain?

Si se puede hablar del Opus Dei como un fraude, es gracias a su dualidad funcional. Aunque me animo a pensar que el fundador no buscó ni estuvo interesado en ninguna dualidad funcional ni tampoco en el fraude consecuente: el monstruo parece haber resultado del tironeo con la Iglesia, quedando el Opus Dei como un muñeco sin cabeza, sin la unidad pensada por el fundador.

Esa unidad era una completa autonomía funcional, es decir, que la Iglesia le aprobara las cosas como Escrivá decía –a libro cerrado, porque esa “era la Voluntad de Dios”- y luego la Iglesia le dejara funcionar a sus anchas.

Eso es coincidente con el tono de la doctrina de Escrivá, la cual es cerrada en sí misma (“la doctrina de la barca” como su epitome), donde todo gira en torno a Escrivá y su obra y donde la Iglesia no cuenta para nada, salvo para tomar recursos de ella. La “barca jurídica” estaba pensada de la misma manera que su “barca teológica”: total autonomía y ninguna esquizofrenia.

El resultado fue muy distinto. Ratzinger, en una jugada increíble, le aguó la fiesta al plan del Opus Dei.




Cuando todo parecía claro, cuando el Opus Dei había sido aprobado como Instituto Secular y su alma parecía tener el cuerpo adecuado, Escrivá pegó el grito en el cielo (cfr. carta Non Ignotaris) y dijo en 1958:

«De hecho no somos un Instituto Secular, ni en lo sucesivo se nos puede aplicar ese nombre: el significado actual del término difiere mucho del sentido genuino, que se le atribuía cuando la Santa Sede usó esas palabras por primera vez, al concedernos el Decretum laudis en el año 1947.»

Lo cual resultó desconcertante, más aún cuando anteriormente había dicho en 1948:

«A la luz de esta doctrina sancionada por los documentos pontificios, podemos ya comprender las peculiaridades que -en el orden ascético y jurídico- ofrece el Opus Dei, primer Instituto secular de Derecho pontificio aprobado según las normas de la Constitución Próvida Mater, y que ha sido puesto como modelo de este nuevo tipo de vida de perfección por el Santo Padre Pío XII en el Decretum Laudis, concedido al Opus Dei el 24 de febrero de 1947» (Cfr. Escrivá, J.M., “La Constitución Apostólica “Provida Mater Ecclesia” y el Opus Dei”, conferencia dada en Madrid, el 17 de diciembre de 1948).

Escrivá estaba orgulloso de ser su obra el primer instituto secular, y no hay señales de que aceptara esa aprobación como “provisoria”.

Pero, al cabo de diez años, algo cambió y también Escrivá cambio. Ese cuerpo no era ya más para esa alma, había que conseguir otro cuerpo. ¿Porque ese cuerpo no era suficientemente laical para un alma tan poco conventual? Esa fue la razón que se nos dio en su momento.

Posiblemente la Prelatura cum proprio populo habría sido la fórmula perfecta para el Opus Dei, porque, lejos de producirse un divorcio entre modo de funcionar interno (Instituto Secular) y externo (Prelatura Personal) habría logrado “la autonomía del espíritu”, es decir una estructura eclesial que le diera independencia completa al Prelado en relación a «su populo» y legitimara jurídicamente toda la teología peculiarísima de Escrivá. Sin necesidad de una aprobación teológica, la aprobación jurídica habría sido suficiente para -implícitamente- dar por buena toda la teología de Escrivá: la Iglesia le habría aprobado dirigir con completa autonomía a sus propios laicos.

Como no lograron eso, hoy tienen que funcionar de manera clandestina. Esta clandestinidad es necesaria en la medida en que ese espíritu y su teología no obtengan la aprobación del Magisterio:

«¿Qué es lo que yo quería?: un lugar para la Obra en el derecho de la Iglesia, de acuerdo con la naturaleza de nuestra vocación y con las exigencias de la expansión de nuestros apostolados; una sanción plena del Magisterio a nuestro camino sobrenatural» (citado en Meditaciones V, pág. 158).

Escrivá no logró esa sanción plena del Magisterio, ni tampoco la logró Del Portillo en 1982, por más que nos hayan querido convencer de lo contrario. Escrivá pensó que lo lograría con el Instituto Secular en 1950, pero pronto pareció como si hubiera caído en una trampa y quiso salir pronto de allí.

Pero la Prelatura actual es una nueva trampa, porque el Opus Dei debe vivir de manera esquizofrénica a la fuerza, no puede afirmar fácilmente que “este cuerpo tampoco se corresponde con esta alma”, pues en 1982 se vio obligado a aceptar la nueva forma jurídica como si fuera la que siempre había querido. Sin embargo, el resultado es disfuncional.

Es cierto que Del Portillo no podía decir, inmediatamente después de que Ratzinger le hiciera trizas el sueño de la propia soberanía, «ya no somos una prelatura personal ni se nos puede llamar así en adelante». Pero no sería raro que lo diga un futuro prelado dentro de algunos años, para volver de nuevo con el intento de total autonomía.




Forma parte del carisma, de «el espíritu», esos deseos de autonomía total, por lo cual es «el espíritu» lo que debe cambiar, más que nada (a pesar de «la herejía» que ello supone para cualquier miembro de la prelatura).

Además, si hay algo que es problemático en el Opus Dei, es el espíritu con cual se hacen diversas cosas. Pues «el espíritu» no es otra cosa que «el espíritu con el cual se hacen las cosas». Y ese espíritu es el causante de gran parte de los problemas y los daños.

Ciertamente se pueden destacar muchos aspectos positivos del Opus Dei, pero no estoy seguro de que sean los aspectos dominantes sino los secundarios. Parecen más bien dominar las facetas más problemáticas, aquellas que se destacan a la hora de tomar decisiones a nivel de gobierno.

El espíritu de los que gobiernan –al tomar decisiones- parecería estar dominado por otro tipo de ánimo: un espíritu interesado, un espíritu calculador, un espíritu de doble rostro, un espíritu ambiguo, un espíritu seductor, un espíritu cerrado y obstinado, un espíritu intolerante, un espíritu sectario, un espíritu de división.

No está en la institución (entendida como entidad jurídica aprobada por la Iglesia), no está en las personas (en su mayoría): el problema está en el espíritu con el cual fue creado el Opus Dei y es sostenido por los herederos más directos del fundador. Por eso los daños son tan profundos.

En consecuencia, el cambio de espíritu supone una conversión interior y un reconocimiento del espíritu equivocado con el cual se ha fundado y desarrollado el Opus Dei. Pues bien, nada de esto reconocerán los directores de Villa Tevere.




Si el espíritu no cambia, el Opus Dei seguirá siendo una organización problemática, por más tácticas que empleen para distraer la atención (de los de adentro y de los de afuera).

Pero, como el cambio implica el «suicidio institucional», el Opus Dei no va a cambiar su espíritu. Antes bien, resistirá como cualquier ser viviente lucha por su vida hasta su disolución.

Las maldiciones de Del Portillo, para quien osara cambiar algo del espíritu, forman parte de ese deseo de total autonomía y espíritu de división: se está con Escrivá o contra Escrivá, no hay otra posibilidad. Del Portillo declaró inviolable «el espíritu» porque había que considerarlo como algo dado por Dios, al igual que las Tablas a Moisés, intocable e imperativo.

Sin embargo, el espíritu tiene inconvenientes graves que han de ser analizados. Por más prohibiciones a lo Génesis, emitidas por su fundador y por el primer prelado, el espíritu ha de ser puesto bajo examen. Si no cambia, seguirá siendo fuente de dificultades y de daños.

Por eso, cuando se dice que el Opus Dei ha cambiado o está cambiando, hay que analizar qué se está queriendo decir. Difícilmente se trate de un cambio de fondo sino más bien táctico.




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