El Opus Dei y el Vaticano II

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Por Segundo, 3 de octubre de 2005


La lectura que realizó Escrivá del Concilio Vaticano II fue apocalíptica. El Concilio era malo en el “deber ser”; no era un concilio dogmático sino meramente pastoral; en el terreno del “ser” había dado lugar a la mayor crisis eclesial desde tiempos de Lutero.

Sin embargo, en todas las crisis de la Iglesia, el buen Dios elegía a esos restos de Israel – unos pocos hombres - destinado a conservar la fe; por especial providencia divina esa misión le había sido confiada al Opus Dei.

Eran los días en que los numerarios no dábamos el saludo de paz de en las Iglesias, llevábamos misal y asistíamos a Misa de rodillas. La nueva liturgia era criticada hasta el sarcasmo. Era la época de la carta “Fortes in Fide”, del adoctrinamiento en el Catecismo de San Pio V.

El Opus Dei detestaba ser encasillado como “preconciliar” sin embargo en su estructura interna se fue, poco a poco. encerrando cada vez más; fuera de la Obra, la perdición estaba a la vuelta de la esquina. En su perfil institucional, el Opus Dei comenzó a imitar a la Iglesia “preconconciliar”.

Al detestar al Concilio Vaticano II el Opus Dei iba adquiriendo un perfil institucional que la Iglesia ya había abandonado. Si, mientras la Iglesia se descentralizaba el Opus Dei generaba cada vez más controles internos; de la “organización desorganizada” que proclamó su Fundador en pocos años se transformó en un cuerpo burocratizado y unitario; mientras la Iglesia iba hacia el mundo los numerarios comenzaron a encerrarse en la burocracia prelaticia o en colegios institucionales; mientras la Iglesia proclamaba caminos de libertad el Opus Dei limitaba cada vez más los espacios de libertad de los numerarios imponiendo controles a los que ni siquiera está sometido un párroco. Sin embargo, en el mensaje interno se seguía declamando la secularidad. Palabras, frases hechas, en todo caso, recuerdos del pasado.

Cuando la Iglesia se alejaba de “triunfalismos” y “paternalismos” el Fundador hacía suyas esas banderas con fuerza, con energía. Sus gritos en los videos proclamándose “paternalista” y “triunfalista” acreditan lo que expuesto, salvo claro está, la adecuada censura interna.

La Iglesia se abría al ecumenismo al paso que el Fundador seguía anclado en visiones superadas. La Iglesia proclamaba la opción por los pobres mientras que el Opus Dei consolidaba sus escuelas empresariales.

La sotana de los sacerdotes se transformó en el icono de adhesión a lo que se había consideraba internamente la “fe tradicional”. Los sacerdotes usaban sotana hasta la ostentación.

Cualquiera puede confirmar lo que sostengo; los miembros del Opus Dei fueron privados de los valores que trajo el Concilio; de su liturgia, de su mensaje que proclamaba la misericordia de Dios.

Luego de la muerte del Fundador , al igual que la Iglesia preconcilar, la Obra comenzó a mirar “hacia adentro” y no “hacia fuera” en un constante festejo del Fundador, su canonización, sus virtudes, difundir sus libros; videos (claro que estos seleccionados) tergiversando así la misión fundamental de la Obra.

La educación en la fe que se derivó de éste “encerramiento” es manifiesta; me abruma recordar la pobreza de las meditaciones, de los círculos de los cursos de retiro de numerarios. Con su propio sistema doctrinal encerrado el Opus Dei se ha convertido en un estómago que se alimenta a sí mismo.

Hasta el año 2000 aproximadamente, no se enseñaban los documentos del Concilio Vaticano II, no eran citados en las meditaciones o pláticas que dirigían los sacerdotes. Basta revisar los ejemplares de “Crónica” –la revista de lectura de los miembros varones de la Prelatura- para comprobar el silencio sobre el gran Concilio. Tampoco en las cartas de D. Alvaro se encuentra desarrollo alguno de la doctrina conciliar como así tampoco en las de su sucesor Etchevarría.

Sin duda, el Opus Dei institucionalmente se resistió al Concilio Vaticano II; valores como la dignidad de la persona y, en especial, su libertad como don específico han sido confiscados por el aparato prelaticio. He podido comprobar que el término “libertad” generaba verdadera irritación; ello de por sí preocupante se veía agravado por el mensaje oficial de alabanza a la libertad existente en el Opus Dei. Algo paranoico visto con sensatez.

En fin, una contradicción más en la interminable lista que mantiene el Opus Dei que han terminado agotando, deprimiendo y desencantado a la mayoría de los numerarios.

Al haber rechazado externamente de un modo solapado e internamente de un modo directo, los caminos que marcó el Concilio la institución cometió uno sus mayores errores históricos y quizás, su mayor acto de soberbia.

El abrazar el viejo inmovilismo preconciliar ha sido uno de los elementos que ha llevado al Opus Dei al derrumbe sostenido y global en el que encuentra atrapado en la actualidad.

Un fracaso que no ha sido el producto de un fenómeno externo sino que se ha generado internamente, sin que nadie los presione ni los obligue; a fuerza de puras decisiones de gobierno.

La institución se enriquecería si estudiara a fondo las causas de ese rechazo; quienes fueron sus responsables incluyendo al propio Fundador quien no gozaba, por cierto, del don de la infalibilidad.

Quizás del mismo modo que la Iglesia tuvo la humildad de mirarse a sí misma mediante ese magnífico documento que es “Lumen Gentium” el Opus Dei necesite su propio Vaticano II donde se redescubra y realice un fuerte sinceramiento. Indudablemente, deberá pagar un precio elevado tal como lo pagó la Iglesia.

Claro está, que para emprender esos caminos de aire puro deberá contar con un especial don de Dios ya que carece de los resortes internos necesarios por la falta de libertad, autocrítica, y el fuerte verticalismo que caracteriza el estilo Prelaticio.


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