De la disponibilidad al aislamiento

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(Cap. 1 de Lo que pasó a ser el Opus Dei)


Los candidatos que entran en el Opus Dei quieren vivir en medio del mundo como cristianos corrientes, buscando el Amor de Dios en sus quehaceres ordinarios y dando testimonio sobre Dios a la gente de su entorno. En cambio de la ayuda espiritual necesaria, los miembros consagran su dinero y su tiempo a trabajar al servicio del Opus Dei.

El Opus Dei considera su tarea ("recordar la vocación universal a la santidad") como una misión que necesita un plan de realización sistemático y organizado. La estrategia consiste en convertir en primer lugar los ambientes intelectuales y de negocios para, a través de ellos, llegar después a un número mayor de destinatarios. Para la realización de esta estrategia el Opus Dei se proveyó de una organización militar: tiene una jerarquía minuciosamente definida. Las tareas concretas son distribuidas a los miembros por sus superiores y la totalidad de la misión evangelizadora es coordinada desde Roma, donde reside el Prelado –la máxima instancia jerárquica-.

El Prelado exige de sus inferiores una disponibilidad proporcional al grado de su compromiso: los supernumerarios tienen su familia y no pueden dedicar mucho tiempo a la misión evangelizadora; los agregados tienen más tiempo, pero no viven en los centros de la Obra… quedan los numerarios, a los que sí se les exige una disponibilidad completa. En este contexto se dice que el Opus Dei es "familia y milicia" –milicia del punto de vista de su organización y de la obediencia exigida a sus miembros, familia del punto de vista de la satisfacción de las necesidades emocionales de los mismos-. La Obra tiene que llenar toda su vida y ser su primer objetivo.

La absolutización de la idea de disponibilidad hace que los numerarios queden aislados de su familia, dentro de la organización de los otros miembros e, incluso, de la Iglesia universal.


Aislamiento de la familia

Cuando el candidato ya ha dado el paso de pedir la admisión en el Opus Dei (estamos hablando con bastante frecuencia de chicos y chicas de poco más de catorce anos), se procura paulatinamente que vaya confiando cada vez más en la institución ("en Dios") y, por eso, menos en sus padres. Si una familia se opone a la vocación de su hijo, se explica al nuevo adepto que esta familia está ciega por el amor desordenado que tiene hacia él. O que la familia es un instrumento del diablo para alejarnos de nuestra intención de consagrarnos a Dios. Y desde el momento en que el numerario se incorpora a vivir en un centro con otros miembros, se procura que el contacto con la familia quede limitado al mínimo. Así, por ejemplo, si un numerario vive en una ciudad y va a visitar a sus padres, no suele alojarse en casa de sus padres, sino que irá a dormir al centro del Opus Dei de esa ciudad, incluso aunque eso suponga muchas molestias e incomprensión de los padres (y, en muchas ocasiones, del propio numerario). Asimismo, los numerarios no deciden por ellos mismos cuánto tiempo pueden dedicar a su familia; son los directores los que deciden por él:

De ordinario, los numerarios no participan en determinados acontecimientos o sucesos familiares —el matrimonio de un pariente, una primera Misa, etc.—, que ocasionan innecesarios gastos de tiempo y de dinero. (...)

Después de que el Consejo local haya tomado la determinación oportuna, el interesado contesta a su familia, sin trasladar a los Directores la responsabilidad —que no tienen— de la decisión.[1]

El Opus Dei obliga así a los numerarios a hacer una pirueta mental: los directores deciden soberanamente sobre la posibilidad de que puedan o no ir a la boda (o bautizo o entierro) de alguien de su familia, pero es el numerario y sólo el numerario el responsable de esta decisión...

Si en casos extremos los directores no pueden prohibir la visita a la familia, intentan controlar al numerario hasta el extremo: éste tiene que presentar a los directores el plan de su viaje y encontrar algo útil que hacer en aquel sitio para justificarlo. Porque según el Opus Dei, la familia es una pérdida de tiempo:

Si, después de ponderarlo con detenimiento, se juzga preciso realizar un viaje para atender en una necesidad a alguna persona de la familia, se concreta el plan —reduciendo al tiempo estrictamente necesario la estancia en el lugar de destino—, y se informa a la Comisión Regional correspondiente del motivo, de la duración de la estancia y de cualquier otro dato de interés. Desde luego, estaría fuera de lugar —de modo particular si se vive en otro país— que la finalidad del viaje fuera sólo ir a visitar a los parientes.[2]

El aislamiento de la familia se logra no sólo limitando los contactos con ella, sino también en la esfera de los sentimientos: los numerarios no pueden tener fotos de su familia en la habitación:

El que ocupa una habitación personal no deja a la vista fotografías o retratos de los padres, hermanos, etc.; el que lo desee, conserva esas fotos en la intimidad.[3]

Aislamiento dentro de la organización

Quizá los numerarios tendrían la posibilidad de mantener un equilibrio mental si, después de haber perdido el contacto con su familia, se encontraran en la nueva y gran familia que es, como dicen, el Opus Dei. Desgraciadamente el numerario se encuentra severamente aislado en esta "nueva familia": todo tipo de amistad está prohibida entre miembros de la Obra:

Nunca será conveniente que los fieles del Opus Dei tengan entre sí estas confidencias de vida interior o de preocupaciones personales, porque quienes cuentan con la gracia especial, para atender y ayudar a los miembros de la Obra, son el Director o la Directora - o la persona que los Directores determinen - y el sacerdote designado.

Si no se evitasen esas confidencias con otras personas, se podría dar lugar a grupos o amistades particulares, y se podría fomentar en algunos una curiosidad indebida sobre asuntos que no les incumben.

Los fieles pueden abrir libre y espontáneamente su alma al Director local y a la persona con la que hacen la Confidencia.[4]

La prelatura explica la razón de tal comportamiento: se trata de controlar el acceso a la información ("se podría fomentar en algunos una curiosidad indebida sobre asuntos que no les incumben"). Lo que uno sabe del Opus Dei tiene que ser sabido sólo por él. Y no se trata aquí de secretos de conciencia: se trata de cosas tan prosaicas como el día a día de las actividades corrientes. No se tiene derecho a contar ninguna cosa sobre la Obra, ni siquiera a las personas que pertenecen a ella:

Estaría fuera de lugar que, a causa de la facilidad de estos procedimientos de comunicación, se enviaran mensajes informando de actividades a un fiel de la Prelatura destinado en otra Región, como si fuera un corresponsal. [5]

La verdad oficial está recogida en una publicación mensual editada en Roma (Crónica para los varones y Noticias para las mujeres). Estas publicaciones también se esconden de la gente que no pertenece a la Obra.

Además, hay una regla según la cual si dos numerarios se hacen amigos, conviene separarlos cuanto antes:

Procurad separar de nuestras casas a aquellos que con facilidad pueden contraer especiales amistades, que siempre van en detrimento de la caridad con los demás y que, si la otra alma llega a darse cuenta, acaban en una verdadera esclavitud. Inculcad en los corazones de todos y en sus cabezas —cuando sea oportuno— la necesidad de cortar, desde el principio, las predilecciones entre sus hermanos.

Prevenidles contra esas inclinaciones de simpatía, de parentesco, de paisanaje, de amistad anterior a la vocación, de estudios comunes, etc., que son ordinariamente el origen de esos posibles errores.

Haced que pongan los remedios convenientes: oración, mortificación, que hablen con sencillez, para que podáis ayudarles; que traten menos y con menos amabilidad a aquellas personas, por las que sienten excesiva simpatía; que traten con más amabilidad a aquellas otras, cuya convivencia les molesta.

Si es necesario se procura que no convivan en la misma casa o en el mismo Centro.[6]

No se trata aquí de homosexualidad. Ocurre a menudo que dos jóvenes amigos entran juntos en el Opus Dei. Para gran sorpresa suya, separan cuanto antes a uno del otro: uno se envía a un centro, el otro a otro (a menudo en otra ciudad). Este modo de proceder se aplicó a mi hermana y puedo confirmar personalmente que es especialmente feroz. Mi hermana se encontró sola y sin defensas frente a sus directoras. Esto tuvo una consecuencia muy funesta para su salud mental. Gracias a Dios, también se salió del Opus Dei.

Aislamiento dentro de la Iglesia

Incluso antes de entrar en la organización, el director y el sacerdote intentan convencer al candidato para que no busque consejo con el párroco o con sus padres:

A los que quieren pedir la admisión [a la Obra] se les dice que consulten con quienes quieran, para respetar la libertad de todos.

Pero se debe advertir a los interesados que, sin conocer la Obra, es difícil que pueda nadie dar un consejo objetivo y prudente; y más aún, si se tratara de acudir a quienes se oponen a la vocación al Opus Dei.[7]

Dicho de otra manera, el Opus Dei concede a las personas que no son todavía miembros de la institución el derecho a pedir consejo a quien quieran... Pero le gustaría quitarles esta posibilidad, sobre todo si quieren consultar con personas que no son simpatizantes de la Obra. Este modo de entender la libertad es muy interesante...

El nuevo adepto tiene que reconocer la espiritualidad del Opus Dei como un camino hacia la santidad confirmado por la Iglesia. El que tuviera cualquier duda sobre esto pondría en cuestión la misma autoridad de la Iglesia. Se supone que si esa persona estudiara mejor la cuestión, daría la razón al Opus Dei. Por si acaso, la Obra no permite a sus miembros ningún contacto con un sacerdote que no pertenezca a la prelatura. En la cita que sigue san Josemaría hace referencia a la parábola del buen pastor "que conoce sus ovejas, ellas le conocen, escuchan su voz y le siguen".

Hijos míos, vosotros debéis formular el propósito firme de no cometer esa equivocación en vuestra vida. El mismo Senor, por medio de San Juan, nos advierte que no hay que buscar consejo fuera, que eso sería como ir voluntariamente al precipicio. !Se debe huir del extrano, debéis escuchar sólo la voz del buen pastor!

?Sabéis quién es, para mis ovejas, el buen pastor? El que tiene misión otorgada por mí. Y yo la doy ordinariamente a los Directores y a los sacerdotes de la Obra. (...) Hay que oír la voz del buen pastor, de los que han recibido la misión para apacentar las ovejas del Opus Dei. Todos los demás no son pastores con esa misión específica. (...)

Si el alma en circunstancias particulares necesita una medicación –por decirlo así- más cuidadosa, esto es, si se requiere el oportuno y rápido consejo, la dirección espiritual más intensa, no debe buscarse fuera de la Obra. Quien se comportara de otro modo, se apartaría voluntariamente del buen camino e iría hacia el abismo; sin duda, habría perdido el buen espíritu. (...)

Si tú hicieras esto, tendrías mal espíritu, serías un desgraciado. Por ese acto no pecarías, pero !ay de ti!, habrías comenzado a errar, a equivocarte. Habrías empezado a oír la voz del mal pastor, al no querer curarte, al no querer poner los medios.[8]

El que habla con un sacerdote que no pertenece a la Obra no peca. !Pero está cometiendo un crimen que le conducirá a la perdición! Apoyándose en comparaciones extraídas del Evangelio, san Josemaría manipula los sentimientos de sus discípulos: les inculca el disgusto hacia los sacerdotes que no pertenecen a la Obra, el miedo a hablar con ellos y les provoca remordimientos de conciencia si lo hacen.




  1. Experiencias de las labores apostólicas, 6.10.2003, pp. 82-83
  2. Experiencias de las labores apostólicas, 6.10.2003, p. 84
  3. Vademécum del gobierno local, 19.03.2002, p. 184
  4. Catecismo de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei (edición del ano 2003), n. 221
  5. Vademécum del gobierno local, 19.03.2002, p. 22
  6. San Josemaría, Instrucción para los directores, 31.05.1936 (publicada y probablemente redactada en 1967), nn. 87-88
  7. Catecismo de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei (edición del ano 2003), n. 299
  8. San Josemaría, meditación El buen pastor, 12.03.1961


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