Así habló Tiquismisquis

From Opus-Info
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Por Heavy, 11.06.2006


¡No lo puedo remediar! Se me desmoronan las constantes vitales y se me saltan las lágrimas, con saltos mortales, cuando leo algunos correos, de almas buenas, convencidas de que la obra, aún teniendo sus cosillas, tiene también la virtud innegable de acercar a la gente a Dios.

Eso sería verdad si no fuera por un pequeño detalle. El dios del opus no es el mismo que conocí de niño. Yo tenía en el cielo un padre bueno que me quería.

En la obra, se adora a un dios impostor, tirano, puntilloso y excéntrico, el dios Tiquismiquis, (también llamado Pejigueras), que te impone un millón de obligaciones y prohibiciones innecesarias, caprichosas y liberticidas, que se mosquea por cualquier chorrada y al que hay que temer más que a una vara verde...

El día que metes el pie (la pata) en el primer medio “deformación” de la obra, empiezan a clavar en tu cabeza y en tu alma tantas angustias y asechanzas del Malísimo que sales de allí tarumba y con el muelle flojo. Y si les dejas que cojan carrerilla, a la tercera o cuarta sesión, ya te ciscas la pata abajo, se te hace crónico, y pillas una cagalera que te dura hasta que te mueras. No descartándose una severa recaída cuando se te mejore lo del “rigor mortis”.

Por ejemplo, el dios Tiquismiquis prohíbe subir en el ascensor con una vecina, porque eso sería exponerse, culpable y temerariamente, a peligros terribilísimos de lujuria. Sin ir más lejos, la sibilina tentación demoníaca de saludar a la vecina, acaba siempre en el horrendo pecado de hablar del tiempo entre el bajo y el cuarto piso.

El dios Tiquismiquis prohíbe merendar los sábados. Y los demás días también, porque terminas de trabajar a las siete y te quedan doce o catorce normas por hacer, más el cilicio, la charla y varias llamadas telefónicas.

El dios Tiquismiquis nos manda recoger las colillas con una brocha y meterlas en un bote. ¡Misterios de las divinidades!

El dios Tiquismiquis censura las fotos de señoras estupendas y también los libros de Ratzinger porque, el hombre, no debe ser muy forofo de Tiquismiquis, en si mismo, propiamente dicho.

Eso me recuerda a un tío bajito y con bigote que decía aproximadamente lo mismo:

- “Hoy contra los enemigos, mañana contra los indiferentes, pasado contra los tibios”.

Pues yo no quiero ser gafe pero, el fulano ese, acabó fatal de la cabeza.

En el opus del dios Tiquismiquis te enseñan que, confesar con un cura que no sea de la obra, es caerse de la barca sin flotador, salirse del camino pegando volteretas por un barranco y romperse la crisma contra los cuernos del mismísimo Lucifer.

El dios Tiquismiquis prohíbe comer en manga corta, para evitar que las chicas de la administración sufran algún arrebato incontenible de pasión, ante la contemplación de las poderosas moyas de los varones.

El dios Tiquismiquis prohíbe comulgar en la mano, dar la paz en Misa y echar dinero en la colecta. ¡Joder, ni que fuera el dios de los mancos!

Ya he contado en otra ocasión que, según Tiquismiquis, el dios del opus, comerse las migas que se desprenden de un bocata de “chopped”, constituye un pecado de gula (del norte). Ignoro si, “a sensu contrario”, comerse las migas que caen de un bocata de gulas, podría constituir un pecado de “chopped”.

Y así, hasta el infinito y más allá. Sandeces de esas,… las que quieras.

En el opus, se inventan tantos pecados, tantas faltas de entrega, tantas faltas de amor, tantas faltas de ortografía, que vives con el alma en vilo.

Eso no te acerca a Dios, ¡joder! Eso es vivir en el “Tren de la bruja”.

Alguno, ajeno a la Wonderobrá (gran éxito en USA, sin cirugía, 100% garantizado) o, incluso alguno de los que estuvo dentro, con una conciencia menos chinche que la mía, puede pensar que exagero. Pues no. El dios Tiquismiquis-Pejigueras te exige mil tonterías de ese estilo a machamartillo. Y la prueba de que no son invenciones mías es que, cuando me confesaba de ellas, ningún cura de la obra me dijo nunca:

- “¿Estás tonto modorro? ¡Eso no es materia de confesión!”

Al contrario, me hacían recomendaciones muy sabias y piadosas para evitar que volvieran a ocurrir en el futuro.

¡No te jode!, como si fuera tan fácil subir, uno solo, en el ascensor, cuando vives en un bloque con 120 vecinos, sin contar perros ni gatos.

El dios Tiquismiquis te exige un plan de vida “marca Rambo”, que convierte tu existencia en un suplicio. Vives en un ¡ay! Nunca alcanzas a cumplir tanto rezo, tanta norma y tanto reglamento. Así que, cuando te quitas los zapatos por la noche, tienes el mismo cuerpo que la burra de Balaám ¡Y, encima, te acuestas jodido porque, Tiquismiquis, esta rebotado contigo y no te garantiza la salvación!

Y eso es lo que hay…

En la obra, me dieron el timo de la estampita del “siervo Josemaría”, (todavía no había ascendido), me robaron al Dios de los diez mandamientos y me pegaron el cambiazo por ese dios Tiquismiquis, un dios guarripey, de “Todo a 100”, que no hace más que pedir memeces y que tiene más normativa que el Boletín Oficial del Estado.

Así que, ¡a mí, que no me lo cuenten!

Por mucho que ellos se empeñen, (con la mejor voluntad), y por más que yo me haga el tonto, (que me sale muy natural), no puedo tragarme eso de que, la obra, acerque a la gente a Dios.

Yo creo que es, justamente, todo lo contrario, como lo demuestra el hecho de que miles de personas buenas, huyen despavoridas del paraíso de Tiquismiquis y les parece más deseable resignarse a la condenación eterna, que continuar un día más en el opus.

Para marcharse del opus, no solo hay que enfrentarse a todas las putadas humanamente imaginables (sin casa, sin trabajo, sin dinero, sin amigos y, muchas veces, sin familia), sino que, además, a uno le despachan con el infierno asegurado y con todas las maldiciones divinas, habidas y por haber, planeando sobre su cogote.

Y a pesar de todo se marchan, los tíos cabritos, y no hay cojones de retenerlos. Descerebrados, indigentes, condenados, más solos que la una y dejados de la mano de Dios en todos los sentidos.

¡Extraña forma de acercar a la gente a Dios!

Ni contigo ni sin ti
tienen mis males remedio.
Contigo porque me matas.
Sin ti, porque yo me muero.

¡Por algo será, que se fugan en masa! ¡Vamos, digo yo!

¡Pues, a mí, ya no me va a pasar más! Me he vacunado contra los timadores celestiales. No estoy dispuesto a que ningún “experto” en divinidades vuelva a tomarme el flequillo, porque he llegado a la conclusión de que, entre todos juntos saben, sobre Dios, aproximadamente lo mismo que yo. O sea, ¡nada!

Y como creencias e interpretaciones las hay para todos los gustos, pues prefiero quedarme con las mías que, para equivocarme, me basto yo solito y, además, tengo mucha práctica.

Ahora me he nombrado, a mí mismo, Director General de mi propia vida y, los días que creo en Dios, (que no son todos), despacho directamente con El, sin intermediarios y cuando me apetece.

Es posible que me equivoque, pero los demás tampoco tienen muchas probabilidades de acertar. Además, soy un convencido de aquello que dijo Tierno:

- “Dios no abandonaría nunca a un buen ateo.”

Y añado yo:

- “Ni tampoco a un convencido agnóstico, o a un perplejo, o a un escarmentado. Ni a nadie que, honradamente, sigue el dictado de su conciencia”.

Los devotos de Tiquismiquis dirán que, todo eso, no son más que excusas de mal pagador y que, en realidad, uno llega a pensar así, a base de vivir empecatado, de juerga en juerga del brazo de María Martillo y enredado entre los pinchos morunos del tenedor de Satanás. Pues siento desengañaros porque, sencillamente, no es verdad.

Yo he llegado a esa conclusión muy lenta y, a veces, muy dolorosamente, tras quince años en el opus y otros tantos de incertidumbres y cavilaciones, rascándome la coronilla.

Mi postura es tan honesta como la de cualquiera, ¡o más! Vivo feliz y me siento en paz con Dios y con mi conciencia.

Por eso, me toca los pies que algunos, en su ceguera, nos vean como unos pobrecillos y unos desdichados, que se han tirado al barro y que se pasan la vida gimiendo y llorando por las esquinas, aplastados por el peso de sus muchos pecados, y corroídos por el remordimiento de haber dejado el opus.

¡No saben de lo que hablan, los pobres!

¿Remordimientos? ¡Al contrario!

En el opus estás deseando morirte para terminar, de una vez, con esa agonía. En cambio, en la puta calle, únicamente te lamentas de no tener un hermano gemelo para poder disfrutar de la vida el doble.

Estoy por hacerme otra vez del opus, solo por el placer de volver a dejarlo.

¡Pues menudo descanso te queda!

Habían pasado algunos años desde que abandoné el penal y andaba yo todavía en esas reflexiones y “enmimismamientos” sobre la condenación, cuando, un día, me llama uno el opus.

- “Soy Fulanito, ¿te acuerdas de mí?, y tal y cual.

Chánchan,… chánchan,…

- “¿Qué tal te va la vida?”

- “Pues hasta que tú has llamado, me iba de puta madre”, estuve a punto de decir.

Pero dije:

- “Genial, imponente” (expresiones muy del opus en mi época).

Total, que quedamos para comer.

Yo no seré muy listo, pero tampoco soy completamente gilipollas integral absolutamente del todo. Estaba claro. Volvían a la carga para hacerme feliz, para rescatarme de mis vicios y salvarme del pantano infecto y pringoso en el que tengo la residencia habitual.

Mi experiencia con el opus me enseño que es mejor dejar las cosas claras de una vez y no andarse con demasiadas blanduras y vaguedades cuando te hacen cierto tipo de proposiciones. Especialmente si, quien te las hace, es un “Killer Pit Bull”, cuyo era el caso concreto que nos ocupa.

- “Si…, bueno…, no se…, a lo mejor…, algún día..., ya veremos…”

Como hagas eso esperando que se aburran y te dejen en paz, ¡vas listo! Antes te salen percebes en los sobacos. Ya no te los quitas de encima ni con la Vaporeta esa. Así que yo me preparé una respuesta algo más firme y clara. Mejor una vez colorado que ciento amarillo.

Tras media hora de animada charla, en el segundo plato lo soltó:

- “Pues podrías volver a ir por el centro, hombre”

Un escalofrío recorrió mi cuerpo serrano, cabalmente desde el “meollo” hasta el occipucio. De repente se esfumaron todas mis dudas de años y alcancé la iluminación.

La morcilla de Burgos que me estaba comiendo, reaccionó en mí. El arroz me bloqueó las tragaderas. Los ojos se me inyectaron en sangre, (no sé si mía o de la morcilla). Se me olvidó la respuesta “algo más firme y clara”. Y me transformé en Hulk.

- ¡Vete a tomar por culo y no vengas a joderme más con el asunto! ¡Ya estuve en el opus quince años y acabé hasta las pelotas! ¡Bórrame ahora mismo de tu lista y de la lista de San José y de todas las listas! ¡Y, la comida, la pagas tú por cabrón!

Yo mismo me asuste de mí mismo. ¡Que disparate! Pero, en fin, a Miss Universo también se le puede escapar un cuesco en el momento más inoportuno. Son cosas que le pasan a uno en el azaroso discurrir de la vida.

No se si le quedaría claro pero, algo “molesto, chocante o extraño” debió intuir “en mi porte exterior”, porque no ha vuelto a llamarme.

¡Que “jodío”!



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