Amaneramientos

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Por Lobisome, 17.12.2008


Contaré alguno de los amaneramientos que recuerdo, y que, como servicio a la Obra, observé y transmití a los directores, con el convencimiento de que eran una debilidad corporativa. Aunque esa es otra historia que debe ser contada en otra ocasión.

El primero que recuerdo tras el paso de los años, es el montón de frases hechas y claves absurdas que se manejaban en la Obra cada día. Son estupideces:

La palabra “tronco”, como sinónimo de reflexión espiritual o ascética, o simplemente caritativa, utilizada fuera de la dirección espiritual. Reflejaba un pudor vergonzoso a reconocer pensamientos cristianamente sinceros (o sinceramente cristianos, o salvajemente cristianos... o...). Mostraba una vez más la manipulación de la palabra de Dios en el apostolado y el proselitismo. Y daba la puntilla a la supuesta “unidad de Vida” que afirmábamos llevar. Su origen era un punto de Camino que me niego a consultar. “Vaya tronco”...

Remeros del Volga” o, más infantilmente “Dum-dubidubi” (por aquel juego de coro y contracoro, que tal vez recordéis). Se llamaba así a las personas que, por haber elegido, siquiera temporalmente, un modo de vida religiosa (seminario, monasterio, noviciado, etc...) ya no eran dignas de estar cerca de la élite de los hijos del Padre. Tenía un claro contenido despectivo y denigrante. “¿Ese?, nada, un dubidubi”.

La palabra “majo” referida a un chico pitable o rafaelable (vale, “rafaelable” me la acabo de inventar). Solía ser un adolescente de buena familia, con dinero, guapo, estudioso, piadoso, responsable... o una combinación de al menos tres de ellas. Frecuentemente “guapo” y “con dinero” eran preferidas.

La palabra “brutal” o “bestial” referida exageradamente a cualquier cosa buena. O el prefijo “hiper”, “mega”, “súper”... y cualquier otra opción superlativa (dime de qué presumes...): “Hiperpanzadona de estudio”, “megachocolatada el sábado”, etc. Como los niños en el cole, tal cual.

¡Ah!, y la agendita estándar, donde se apuntaban los ingresos y gastos, las normas, las mortificaciones, las notas para la charla, para la corrección fraterna, las personas y obras para ser encomendadas, todos esos apuntes de una extrema finura espiritual, y donde iban también las estampitas, los exámenes de conciencia y las listas de todas esas cosas tan importantes... ¡Qué instrumento de alienación y qué ofrenda al dios Tiquismiquis! Habría que ponerle un altarcito junto al cajón de las agenditas.

Y luego el lenguaje corporal, la “sonrisa de plástico”, la “mirada opus”, la cabecita inclinada en Misa, el estilo de vestir, la manera de caminar o de sentarse... todo tenía esa “marca de la casa”, que hace perfectamente reconocible a un numerario aunque llegues nuevo a la ciudad y aunque no tengas idea de “QUÉ PASA” con ese tipo TAN RARO.


Verdaderamente, y a día de hoy, creo que los amaneramientos no son la debilidad, sino síntomas de una debilidad mucho más profunda, que no se agota en el amaneramiento, sino que denota una crisis de fondo entre la vida, la obra, el pensamiento, la palabra, la omisión, los deseos y los objetivos. Un apartarse de la vida “de verdad”, porque están desconectados de la gente que realmente está en el mundo y no en una burbuja.

Si (citando a Barricada) “todo está prohibido menos lo que te obligan a hacer”, si todas las instrucciones vienen de arriba, de ancianos que llevan muchísimos años encerrados en un palacio romano y rodeados de gente que los trata como si fueran el último profeta de dios... Todo eso está mezclado de una forma muy incoherente y, en última instancia, de una forma inhumana. Y no me refiero a que sea divina, no. Inhumana por despiadada y por absurda y por contradictoria.

Aquí he retirado un bonito párrafo desahogador, que no aportaba nada y que podría ser ofensivo para alguna persona. Era un párrafo gracioso, pero prefiero ahorrároslo y facilitar la convivencia en la web (by Lobisome).



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