Semejanzas y diferencias entre san Josemaría y el padre Marcial Maciel

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Por Josef Knecht, 5 de mayo de 2010


A propósito del reciente comunicado de la Santa Sede (sábado, 1 de mayo de 2010) sobre los Legionarios de Cristo, desearía presentar algunas consideraciones personales para ponerlas en diálogo y discusión con otros usuarios de Opuslibros.


Un recuerdo de mi vida pasada

Tras leer ese comunicado, me ha venido a la memoria un vago recuerdo de mis años de pertenencia como numerario del Opus Dei. Allá por el año 1997 se leyó en el círculo breve de mi Centro una nota interna –no recuerdo si provenía del Consejo General o de la Comisión Regional de España–, en la que los directores del Opus Dei se quejaban de que los Legionarios de Cristo se comportaban mal en sus relaciones con el Opus por dos motivos: 1º) copiaban métodos formativos y técnicas proselitistas del Opus; 2º) interferían, entrando en competencia, en el mismo terreno apostólico de la Obra. En definitiva, aquella nota interna venía a decir, en tono de protesta y lamento, que los Legionarios de Cristo, imitando a la Obra, hacían un “Opus Dei light” que resultaba atractivo a muchos católicos conservadores, hasta el punto de que éstos preferían ingresar en la Legión de Cristo en vez de incorporarse al Opus Dei o bien preferían ayudar económicamente a la primera institución y no a la segunda...

Pasados ya varios años desde que escuché la lectura en voz alta de aquella nota, que luego no leí (no me la dejaron leer), me quedo con la idea, verdaderamente interesante, de que el padre Marcel Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, imitaba aspectos de la espiritualidad y de la técnica apostólica del Opus Dei.

Defensa de la verdad y deseo de transparencia por parte de la Santa Sede

Volviendo al reciente comunicado de la Santa Sede sobre los Legionarios de Cristo, que contiene las determinaciones tomadas por el papa Benedicto XVI tras las reuniones mantenidas entre el 30 de abril y el 1 de mayo de 2010 en el Vaticano por los visitadores apostólicos que investigaron durante varios meses la congregación de los Legionarios de Cristo, debo confesar que ese comunicado me ha causado un serio impacto. Quisiera aquí resaltar una frase del punto 4. del documento, con la que estoy de acuerdo: “De los resultados de la visita apostólica han surgido con claridad estos elementos entre otros: (…) la necesidad de revisar el ejercicio de la autoridad, que debe estar unida a la verdad, para respetar la conciencia y desarrollarse a la luz del Evangelio como auténtico servicio eclesial (…)”. Tomo este párrafo –y su acertada defensa de la verdad y de la libertad de las conciencias– como punto de partida de mis reflexiones.

El problema planteado a la Iglesia católica por el padre Marcial Maciel Degollado (1920-2008) no se limita a que llevara una vida inmoral e incluso delictiva, sino que incluye otras dimensiones de mucho mayor calado. Es de todos sabido que la Iglesia está compuesta por pecadores; aquí yace justamente el misterio y el milagro: que durante dos mil años esa misma Iglesia, “oscura, pero hermosa” (como dice el Cantar de los Cantares), compuesta por pecadores, ha sido camino de salvación para los pecadores (que todos lo somos). El problema del padre Maciel radica, más bien, en que durante varios decenios su comportamiento facineroso fue sutilmente ocultado no sólo por el entramado institucional de su propia fundación, sino también por la cúpula del gobierno de la Iglesia en el largo pontificado de Juan Pablo II (1978-2005). ¡Este es en realidad el problema! La actitud encubridora de la Iglesia ante casos de sacerdotes pederastas y ante la doble vida del padre Marcel Maciel es lo que solivianta a tantos hombres y mujeres de buena voluntad, creyentes y no creyentes. Esto es lo que se reprocha a la Iglesia católica, no el hecho de que esté compuesta de pecadores, pues, insisto, todos lo somos: rien de rien, como cantó Édith Piaf.

Por el contrario, el decidido empeño de Benedicto XVI de esclarecer la verdad acerca de la vida interna de los Legionarios de Cristo, reconociendo sus luces y sus sombras, merece toda mi aprobación. También me agrada que exija total transparencia en el caso de aquellos sacerdotes pedófilos que deben ajustar cuentas ante la justicia eclesiástica y la civil.

Semejanzas y diferencias entre los Legionarios de Cristo y el Opus Dei

Esa actitud de encubrimiento de la verdad y de la realidad de la vida interna de una institución de la Iglesia Católica, como es la congregación de los Legionarios de Cristo, me ha evocado la constatación de semejanzas y diferencias entre el Opus Dei y los Legionarios de Cristo.

Comienzo señalando algunas semejanzas

1. En ambas instituciones se ha creado el mito del fundador carismático. En el caso del padre Maciel, su verdadera vida “era desconocida para gran parte de los Legionarios, sobre todo por el sistema de relaciones entretejido por el padre Maciel, quien hábilmente había sabido crearse pretextos, ganarse la confianza, amistad y silencio de los que le rodeaban y reforzar su propio papel de fundador carismático. En ocasiones, un lamentable descrédito y alejamiento de cuantos dudaban de su recto comportamiento, así como la errada convicción de no querer dañar el bien que la Legión estaba realizando, habían creado a su alrededor un mecanismo de defensa que le permitió ser inatacable durante mucho tiempo, haciendo que, por consiguiente, fuera muy difícil conocer su vida” (nº 2 del comunicado de la Santa Sede del 1.05.2010). En el caso del padre Escrivá, su verdadera personalidad nos es desconocida aún hoy en día, ya que el mito de san Josemaría la oculta. En Opuslibros se ha denunciado varias veces que monseñor Escrivá de Balaguer, Marqués de Peralta, estaba afectado por una megalomanía paranoica que fue debidamente camuflada por la institución presentándolo como un santo ejemplar. Todavía está pendiente de realizar un estudio científico de la personalidad de Josemaría Escrivá (1902-1975), pues hasta el momento presente sólo se han escrito hagiografías.

2. Ambas instituciones se rigen en su respectiva vida interna mediante un esquema formativo y de gobierno que podría calificarse como de “guardería de adultos”. Se exige a sus miembros una sumisión infantil a cuanto provenga del santo fundador, carente de defectos y exultante de virtudes santas. En el caso de los Legionarios de Cristo, el padre Maciel impuso a los sacerdotes un “cuarto voto” –además de los votos de pobreza, obediencia y castidad–, consistente en no criticar lo más mínimo al fundador ni a los superiores. En el Opus Dei no existe ese voto, pero sí se inculca con contundencia en las conciencias que el peor pecado de un miembro del Opus es el de la falta de unidad con los directores y el de criticarlos. Con estas técnicas de infantilización moral no se pretende simplemente que la gente se calle las críticas, sino más bien que “no vea” los errores, pues éstos no pueden existir a la vista de quien, moralmente infantilizado, extirpa de raíz toda capacidad de análisis crítico, siendo así que éste es en realidad propio de cualquier adulto sano y normal, creyente o no creyente. Por eso se explica que “el celo sincero de la mayoría de los Legionarios (…) ha llevado a muchos en el pasado a retener que las acusaciones, que iban siendo cada vez más insistentes y se iban multiplicando, no podían ser más que calumnias. Por lo tanto, el descubrimiento y el conocimiento de la verdad acerca de su fundador ha provocado en los miembros de la Legión una sorpresa, desconcierto y profundo dolor, que los visitadores han evidenciado de diferentes maneras” (nº 3 del comunicado de la Santa Sede del 1.05.2010). A tenor de esta constatación, me permito apostillar que, si en la Iglesia Católica no se permitiera la existencia de “guarderías de adultos”, esta penosa situación no se hubiera dado.

3. Tanto los Legionarios de Cristo como el Opus Dei someten a sus miembros a un rígido control de las conciencias. En lo referente a la vida interna de los Legionarios de Cristo, así nos lo han recordado Isabel Caballero y Eugenia Jiménez en una nota del 3.05.2010. En cuanto al Opus Dei, ya sabemos que los directores no respetan, en su labor de gobierno y en el ejercicio de la dirección espiritual personal, la separación del fuero externo y el interno de los miembros de la Obra; sobre este tema me remito al artículo de Oráculo La libertad de las conciencias en el Opus Dei.

4. Tanto los Legionarios de Cristo como el Opus Dei han amasado cuantiosas sumas de dinero, con las que han conseguido mejorar, a base de generosos donativos, sus posiciones en la curia vaticana y así han logrado implantar con holgura sus proyectos de afianzamiento institucional y de expansión. A los Legionarios de Cristo se los ha llamado irónicamente los “Millonarios de Cristo”; la historia del Opus Dei también está caracterizada por casos de escándalos financieros. Sin embargo, aún está pendiente de una investigación profunda la cuestión de cómo ambas instituciones consiguen esas cantidades millonarias de dinero. En lo que se refiere a los Legionarios de Cristo, la revista estadounidense National Catholic Reporter advierte en un artículo reciente que el fundador de los Legionarios “corrompió” durante años a funcionarios y cardenales de la Curia romana con el fin de “comprar el apoyo para su congregación y la defensa para sí mismo en el caso de que su reprobable conducta fuese descubierta”. Y no es todo, esa publicación apuntó el dedo índice contra tres figuras clave de la Santa Sede, definiéndolos de alguna manera “protectores” de Maciel: se trata del cardenal español Eduardo Martínez Somalo, en esa época prefecto de la congregación para los religiosos, el entonces secretario de Estado y actual decano del Colegio cardenalicio, Ángelo Sodano, y el cardenal Stanislao Dziwisz, en aquel entonces monseñor y sobre todo secretario personal de Juan Pablo II.

En mi modesta opinión, no basta con considerar que el papa Juan Pablo II era un hombre tan bonachón e ingenuo que se dejó encandilar por las deslumbrantes figuras del padre Marcel Maciel y de don Álvaro del Portillo. Sí reconozco que entre el papa polaco y el sacerdote mexicano, por un lado, y entre el papa polaco y el sacerdote español, por otro lado, existiera una sintonía ideológica: los tres compartían una manera conservadora de entender el catolicismo. Pero, para comprender el rotundo apoyo que Juan Pablo II y la curia vaticana dieron a los Legionarios y al Opus, también ha de tenerse en cuenta al importante factor de las aportaciones económicas que ambas instituciones eclesiásticas entregaron a la Santa Sede desde el comienzo del pontificado de ese papa.

5. Tanto los Legionarios de Cristo como el Opus Dei han elaborado una inmaculada “versión oficial” de sus respectivas instituciones que les ha permitido situarse con comodidad tanto en los ambientes eclesiásticos como en la sociedad civil. Pero la verdad es que esa “versión oficial” no se corresponde con lo que realmente acaece en la vida interna de ambas instituciones. Gracias a la eficaz labor del papa Benedicto XVI, se ha desmantelado la versión oficial elaborada por el padre Maciel y sus colaboradores; pero no debemos olvidar que durante largos años la Santa Sede aceptó, apoyó y divulgó sin la debida acribia esas versiones oficiales, la de los Legionarios y la del Opus. Me pregunto si el periodista Joaquín Navarro Valls, que fue el portavoz del papa Juan Pablo II, colaboró en la tarea de ocultamiento de la doble vida del padre Maciel; me planteo la pregunta porque Navarro Valls, no sólo en calidad de miembro numerario de la Obra, sino también de experto periodista, domina todos los resortes que dan creíble verosimilitud a versiones oficiales, aunque no se correspondan con la realidad.


Hasta aquí he expuesto las cinco principales semejanzas, a mi modo de ver, entre los Legionarios de Cristo y el Opus Dei. En cuanto a las diferencias, me limito a dos.

1. La doble vida del padre Maciel estuvo caracterizada por una serie de inmoralidades, de ámbito sexual, que, al parecer, no se dieron en la vida del padre Escrivá. Los problemas de este último iban en la línea de una tremenda complejidad psicológica, esto es, una megalomanía paranoica, que ha sido heredada por las actuales estructuras de gobierno del Opus Dei. Por ello, los directores del Opus no se quedarán contentos hasta que sacien esa megalomanía consiguiendo que un papa proclame a san Josemaría Escrivá como Doctor de la Iglesia. La versión oficial de la Obra presenta a san Josemaría como un genio imponente de la espiritualidad cristiana y como el verdadero precedente del concilio Vaticano II (llamada universal a la santidad, plena responsabilidad de los laicos en la vida de la Iglesia, libertad personal de cada cristiano en las opciones temporales, la vida corriente como lugar normal del seguimiento de Cristo, santificación del trabajo, etcétera). Pocos personajes de la historia de la Iglesia (y, probablemente, de toda la humanidad) han tenido el privilegio de haber sido tan magnificados e “inflados” por sus sucesores como lo ha sido éste; hasta ahora los directores de la Obra ya han logrado que sea canonizado y, no satisfechos con ello, aspiran a que tarde o temprano se le confiera el título de Doctor de la Iglesia.

2. Otra diferencia entre ambos personajes es que el padre Escrivá ha sido canonizado oficialmente por la Iglesia, y el padre Maciel ni lo ha sido ni lo será. Ahora bien, no haber canonizado a Maciel se explica porque no se pudo llegar a tiempo para hacerlo, y, por tanto, el Vaticano, que no quiso enterarse en su momento de quién había sido realmente Escrivá, sí ha tenido tiempo de saber quién y cómo era en verdad Maciel. Además, no se puede negar que hubo deseos de canonizar a Maciel por parte de la cúpula que gobernó la Iglesia durante el pontificado del papa Juan Pablo II; un chiste que se solía contar en círculos clericales, cuando vivían el papa Juan Pablo II y el padre Maciel, decía así: “En el pontificado de Juan Pablo II se han realizado cuatro grandes beatificaciones, la del sacerdote polaco Maximiliano Kolbe, la del indito mexicano Juan Diego, a quien se apareció la Virgen de Guadalupe, la del sacerdote español Josemaría Escrivá y la del sacerdote mexicano Marcial Maciel. La beatificación de Kolbe se pudo hacer porque el papa le dispensó del requisito del milagro (según el Derecho Canónico, un mártir no necesita hacer milagros para ser beatificado ni canonizado); la beatificación del indito Juan Diego se pudo hacer porque el papa le dispensó de la existencia (y es que los historiadores dudan de que ese personaje existiera); la beatificación de Josemaría Escrivá se pudo hacer porque el papa le dispensó de la santidad; y la beatificación de Marcial Maciel se pudo hacer porque el papa le dispensó de la muerte”. Sin comentarios.

Propuestas prácticas de reforma de la Iglesia católica

Retomo la idea del comienzo del presente escrito: los directores del Opus Dei constataban a finales del siglo XX que el padre Maciel imitaba para su institución aspectos de la espiritualidad y del apostolado de la Obra. Sin embargo, no sabría ahora mismo decir si Maciel imitó del Opus Dei la elaboración de una impecable “versión oficial” que ocultara su vida real, así como la habilidad de tejer un sistema de relaciones que le permitiera crearse pretextos, ganarse la confianza, amistad y silencio de los que le rodeaban y reforzar su propio papel carismático. Más bien me inclino a pensar que tanto Escrivá como Maciel adoptaron esa astuta actitud independientemente el uno del otro, siguiendo un patrón de comportamiento arraigado en el catolicismo de su época. Tengo la sincera impresión de que un defecto de la Iglesia católica de los siglos XIX y XX era –y todavía es– la capacidad de crear estructuras apostólicas basadas en una especie de “sobrenaturalismo” que al mismo tiempo ocultaba, maquillaba y edulcoraba la auténtica realidad de la vida humana. Ese falso sobrenaturalismo requiere como condición sine qua non para su debido arraigo e implantación que quienes lo asuman adopten el comportamiento vital característico de una “guardería de adultos”; si no fuera así, tal montaje pseudo-sobrenatural no se sostendría, pues un verdadero adulto no lo toleraría.

Me permito poner un ejemplo para mejor exponer la idea de lo que entiendo por “falso sobrenaturalismo”. En la tradición católica existe la arraigada costumbre de que, en no pocos santuarios en que se venera una imagen milagrosa de la Virgen María, se atesoran joyas de gran valor: coronas, pendientes, pulseras, anillos, mantos lujosos, etcétera. Pero, si leemos el Nuevo Testamento, nos daremos cuenta de que María de Nazaret, la Madre del Señor, vivió siempre con sencillez y pobreza; su riqueza consistía en una fe inquebrantable en la Palabra de Dios, que se cumplió plenamente en su vida: nada más y ¡nada menos! Esa devoción practicada en muchos santuarios marianos, aun distanciándose claramente de las enseñanzas del Nuevo Testamento, se basa en una defectuosa “teología de la gracia”, según la cual, mediante la construcción artificiosa de una sobrenaturaleza, que en esos santuarios se visibiliza con el oropel barroco de las joyas, el creyente se santifica. En mi opinión, tanto Escrivá como Maciel adolecían de ese error de la tradición católica, que no se da en la tradición cristiana protestante, y por eso crearon en torno suyo sendos montajes pseudo-sobrenaturales que los “santificaban” como si estuvieran adornados de coronas, joyas, pendientes, pulseras, anillos y mantos lujosos. Y en realidad eran hombres normales o, mejor dicho, no tan normales: megalómano el uno y facineroso el otro (rien de rien).

La profunda crisis que actualmente está atravesando la Iglesia católica sólo se resolverá si a ésta se le aplica una profunda reforma “tam in capite quam in membris”, es decir, “tanto en la cabeza como en los miembros (del Pueblo de Dios)”.

En cuanto a la reforma de la “cabeza del Pueblo de Dios”, me permito hacer a la curia vaticana una sugerencia concreta, pero importante. Cuando el Vaticano reciba generosos donativos de alguien, debería siempre preguntarse: “¿quién me los hace?, ¿qué pretende con esos donativos: servir desinteresadamente a la Iglesia o comprar mi voluntad?” Lamentablemente, el Vaticano ha dado a la opinión pública mundial la impresión de que, con ocasión de las donaciones que ha recibido del Opus Dei, de los Legionarios de Cristo y de otros, se ha dejado comprar su voluntad. Lo que para el Vaticano fue “pan para hoy” puede convertírsele en “hambre para mañana”; y así, por ejemplo, el apoyo incondicional que Juan Pablo II dio al padre Marcial Maciel podría repercutir negativamente contra su proceso de beatificación; es como si a Juan Pablo II le hubiera salido el tiro por la culata: del santo subito! se podría pasar pronto al rien de rien. Por eso opino que, a la hora de afrontar la urgente reforma que la Iglesia necesita, el Vaticano debería revisar su política de aceptación de donativos y de ingresos económicos, introduciendo en ese ámbito una transparencia total.

En cuanto a la reforma de los “miembros del Pueblo de Dios”, recuerdo que ésta ya se planteó debidamente en el concilio Vaticano II (1962-1965) e implica, entre otras cosas, erradicar de las mentes de muchos católicos la corruptela de pensar que, recubriéndose de oropeles sobrenaturalizoides, ya se es santo, cuando, por el contrario, la santidad se alcanza en el cumplimiento de la Palabra de Dios en la vida personal. Más que de corruptela habría que calificar esta errónea tendencia como de una “estructura de pecado” que desgraciadamente se ha infiltrado en la tradición católica desde hace siglos. Esta “estructura pecaminosa” lleva consigo el hecho de actuar de la siguiente manera: 1) creación del mito de fundador carismático, 2) trato infantil de los católicos como si de una “guardería de adultos” se tratara, 3) invasión en el fuero interno de la conciencia personal desde el fuero externo de gobierno, 4) creación, con ayuda de dinero, de una red de amistades, confianza y silencio, que afiance la estabilidad de una institución eclesial, y 5) creación, para esa institución, de una “versión oficial” que, a modo de joyas deslumbrantes, recubra lo que no es más que una simple talla de madera, a veces podrida o carcomida. También se incluye en esta “estructura de pecado” la singular y endogámica forma de entender la justicia en los casos de sacerdotes pederastas, que no ha funcionado siempre bien; los trapos sucios, en demasiados casos, no sólo no han sido lavados en casa, sino que han continuado ensuciándose bajo el silencio de la complicidad de algunos. A la vista de estos comportamientos inmorales, concluyo que la errónea “teología de la gracia”, que a ellos subyace, debería eliminarse por completo de la Iglesia católica.

Termino mis reflexiones manifestando mi gratitud al actual papa, Benedicto XVI, por su valiente gestión de haber desenmascarado las falacias de la “versión oficial” de los Legionarios de Cristo y por exigir mayor transparencia en los asuntos de gobierno de la Iglesia. Lo apoyo cordialmente con mis frecuentes oraciones por él y con mi más sincera admiración personal. Sólo me resta desearle que, siempre bajo el impulso del Espíritu Santo, culmine su pontificado con la erradicación de aquellas “estructuras de pecado” que todavía oscurecen la belleza de la Iglesia. En ésta, como en María, debe cumplirse plenamente la Palabra de Dios: nada más y ¡nada menos!



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