Vida y milagros de Monseñor Escrivá de Balaguer/Niños, aunque no niñoides
NIÑOS, AUNQUE NO NIÑOIDES
Y, sin embargo, esta nota de sobrenaturalidad tan insistentemente repetida por los miembros de la Obra al explicar el origen y el desenvolvimiento del Opus Dei, tiene a mi manera de ver una enorme importancia en la conformación del Opus Dei y de la mentalidad de sus miembros. Sin entrar a discutir si el padre Escrivá recibió o no el encargo divino de constituit el Opus Dei, lo cierto es que el Opus Dei se constituyó como si el padre Escrivá hubiera recibido ese divino encargo [No sólo el Opus Dei fue creado por inspiración divina sino que también lo fueron la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, que agrupa a los sacerdotes de la Obra, así como la rama femenina del Opus qie, según propias declaraciones, Escrivá no quería crear y Dios le ordenó que lo hiciera]. Las consecuencias de eeste hecho sin incalculables en muchos aspectos, y hacen posible que se cree alrededor de la figura del fundador una aureola de santidad que explica las tumultuosas manifestaciones de devoción de que sus hijos le hacen objeto y, como veremos, dan pie a la arraigada creencia de que el padre tiene el don de obrar milagros. Pero esta profunda y no ocultada convicción de origen divino del Instituto tiene sobre todo repercusiones de orden humano que afectan al desenvolvimiento mismo del Opus Dei en la medida en que condicionan la capacidad de crítica de sus miembros y, por tanto, la capacidad de autocrítica de la Obra en su conjunto.
Uno de los contados periodistas españoles que han escrito sobre el Opus Dei desde un punto de vista crítico, Armando Segura, decía en una serie de artículos publicados a fines de 1966 en "El Noticiario Universal de Barcelona": "El Opus Dei es monseñor Escrivá", "La esencia de Opus Dei es ser una sola persona", y "la Obra es el padre". Estas afirmaciones de Segura podrían ser discutibles en el sentido de que la creciente complejidad de los problemas que el Instituto tiene planteados en todo el mundo haya hecho quizá que el padre perdiera el control de tipo "familiar" que tenía originariamente, cuando su paternidad llegaba a tal extremo que, a su madre, doña Dolores, que vivía con él en la residencia, los estudiantes la llamaron "la abuela". Pero las afirmaciones de Segura siguen siendo ciertas si las interpretamos en el sentido de que la Obra está de tal manera conformada por el pensamiento y la sensibilidad del padre que puede decirque la Obra "es" el padre. Resulta de todo punto imposible exagerar el dominio que este hombre ejerce sobre el espíritu de sus "hijos", a los cuales no cesa de repetir, desde hace cuarenta años, una frase que les es muy cara: "¡Sois libérrimos, oídme bien, sois libérrimos!". afirmación que sería totalmente innecesaria fuera de una concepción paternalista.
Tal vez las máximas más ilustrativas de "Camino" en este sentido sean las comprendidas en los capítulos de "Infancia espiritual" y "Vida de infancia". Ambos capítulos tienen, naturalmente, un contenido religioso. El hombre es niño, y debe seguir siéndolo, ante Dios, su Padre. Pero, si podemos dejar al margen esta vertiente puramente espiritual y nos fijamos sólo en el lenguaje, como vehículo de la psicología del autor, encontraremos posiblemente en esas máximas la mejor expresión de su arraigado paternalismo. Dice el padre Escrivá en la máxima 868:
Sé pequeño, muy pequeño. -No tengas más de dos años de edad, tres a lo sumo. -Porque los niños mayores son unos pícaros que ya quieren engañar a sus padres con inverosímiles mentiras.
Ser niño, tiene, en la concepción de monseñor Escrivá, la ventaja de que cuando un niño "tropieza y cae, su padre se apresura a levantarle", Cuando un hombre solicita un favor "es menester que acompañe la hoja de sus méritos". Si el que lo pide "es un chiquitín, basta con que diga: soy hijo de Fulano". Acaso sea por esta consideración, de tan honda resonancia pequeño-burguesa, que monseñor recomienda: "No quieras ser mayor. -Niño, siempre niño, aunque te mueras de viejo". Pero, cuidado, el niño debe ser niño, pero no "niñoide", término este último de creación personalísima del padre Escrivá. No debe intentar tampoco andar con zancos: "Pero niño, ¿por qué te empeñas en andar con zancos?" "¿Has visto algo más tonto que un chiquillo homreando?" "No te me plantes en la edad del pavo", añade el buen sacerdote barbastrino. "Ah, y deja esas mañas de perro faldero."
Pero el esquema paternalista del padre Escrivá adquiere toda su dimensión en esta máxima:
Niño bobo: el día que ocultets algo de tu alma al Director, has dejado de ser niño porque habrás perdido la sencillez.
Hay momentos en que la insistencia del autor de "Camino" sobre la necesidad de la "Infancia espiritual" resulta patircularmente jocosa:
¡Cuánto te cuesta esa pequeña mortificación! Luchas (...) Mira: ¿has visto con qué facilidad se engaña a los chiquitines? No quieren tomar la medicina amarga pero... ¡anda! -les dicen- esta cucharadita por papá; esta otra por tu abuelita.
Define la "bobería" espiritual diciendo que es "el diálogo entre el niño inocente y el padre chiflado por su hijo". El diálogo que se transcribe en la máxima es muy sugerente:
¿Cuánto me quieres? ¡Dilo! -Y el pequeñín silabea: ¡Mu-chos mi-llo-nes!
Acaso no estemos ya muy lejos de comprender los motivos por los cuales se acusa al Opus Dei de una notable incapacidad para la autocrítica. El niño bobo de la máxima no está realmente en la mejor disposición para autocriticarse. Tiene un padre que vela por él, el padre Escrivá, y está repetidamente vacunado contra cualquier virus crítico que pudiera hacerle dudar. El pensamiento del fundador es tajante en este sentido y hace pensar que sólo de una crítica de ese pensamiento -al menos en algunos de sus aspectos- podría arrancar la "apertura" en el Opus Dei. "Ese espíritu crítico, ¿me perdonas que te lo diga?, es un gran estorbo", dice monseñor. "Entonces -preguntas inquieto- ¿ese espíritu crítico que es como sustancia de mi carácter?" El padre Escrivá tiene siempre respuestas para todo. También para esta pregunta. "Mira, te tranquilizaré, toma una pluma y una cuartilla; escribe sencilla y confiadamente -ah, y brevemente-, los motivos que te torturan, entrega la nota al superior, y no pienses más en ella. El, que hace cabeza -tiene gracia de estado-, archivará la nota... o la echará en el cesto de los papeles."
Varios ex miembros del Opus Dei con quienes he tenido ocasión de hablar me cuentan que, cuando llegaba el momento de escribir la amorosa "carta al padre" que anualmente o con mayor perioricidad le dirigen todos sus "hijos", el director de la residencia donde vivían solía decirles:
-No le contéis problemas. Sólo cosas agradables.
Ignoro si esto es así en todos los casos, pero me imagino que, si las personas con quienes hablé de este tema no me engañaron, la montaña de papel que se acumula en determinadas épocas en la residencia de Bruno Buozzi, en el elegante barrio romano de Ai Monti Maroli, será poco menos que una montaña de flores. Es la consecuencia tal vez de haber visto cómo los superiores echaban al cesto de los papeles las notas que dictaba ese "espíritu crítico que es como sustancia de mi carácter", como decía el joven interlocutor del padre Escrivá. De esta manera, en el pensamiento del autor de "Camino", la crítica se interpreta como pura "habladuría", "faena de comadres", "trapisonda, enredo, chisme, cuento, insidia", "¡lengua, lengua, lengua!", "tu obediencia debe ser muda ¡esa lengua!"
No tiene nada de particular, en estas circunstancias, que un miembro del Opus Dei me dijera que dentro de la Obra no existe el problema generacional que atraviesa el mundo. No puede haberlo, en cuestiones básicas, aunque sea cierto que, como afirman algunos, llegue a haber "incluso republicanos" en el seno de la organización. Que todos fueran tan monárquicos como el teórico opusdeísta Angel López-Amo, autor de "La Monarquía de la reforma social", no sería de tanta gravedad como este respeto sacralizado que parecen manifestar los miembros del Opus Dei en todo lo que se refiere al padre Escrivá. Pueden ser republicanos pero continúan siendo en este aspecto monárquicos absolutistas de "vivan las caenas" sin reforma social, por añadidura. Una de las cosas que más me han chocado al hablar con los miembros del Opus Dei, en la medida en que ellos han querido hablar conmigo, ha sido el hecho de que se obstinaban en ignorar las críticas que desde fuera se dirigen a la Obra. Los que, de alguna manera, "hacían cabeza" en puestos de responsabilidad dentro de la Obra conocían esas críticas y habían leído los libros o artículos de los autores que se han ocupado del Opus Dei en sentido crítico. Los habían leído pero no habían sacado al parecer de su lectura ningún provecho. Los daban de baja con un gesto de la mano y se limitaban a atribuirlos a una animadversión insidiosa contra el Opus Dei. Así, Urs von Balthasar, el teólogo suizo que con tanta altura ha analizado los aspectos integristas del opusdeísmo, había conspirado contra la Obra con nocturnidad y alevosía- desde la covachuela del rencor y el odio-; Daniel Artigues, el católico francés del documentadísimo libro "El Opus Dei en España", era "el pseudónimo de un equipo" formado por enemigos personales de la Obra conjurados para desacreditarla. Una de las personas con las que hablé, que "hacía cabeza", aunque no me pareció que la tuviera, se alegraba de que, según él dijo, la edición francesa del libro de Artigues no se hubiera vendido también como la editorial esperaba. En cuanto a los que no tenían ningún puesto de resposabilidad, se notaba que no habían leído ni pensaban leer ninguno de estos "malignos" trabajos. ¿Cómo podía pensar de otra manera una gente que, en la meditación diaria de "Camino" podía encontrarse con máximas como la 339:
Libros: no los compres sin aconsejarte de personas cristianas, doctas y discretas. -Podrías comprar una cosa inútil o perjudicial. ¡Cuántas veces creen llevar debajo del brazo un libro... y llevan una carga de basura!
Pero no es esto lo que más me extrañó, sino el asombroso hecho de que, por no conocer, estos opusdeístas no conocían, ni siquiera, la biografía del padre Escrivá. No sé quién decía que había conocido a dos tipos de miembros del Opus Dei: los listos y los sinceros. Y que los sinceros no son listos y los listos no son sinceros. Yo no diría tanto pero, para entendernos, y para seguir dentro del esquema, los listos con quienes hablé no me dijeron nada porque no quisieron. Tenían interés en ocultarme lo que sabían de la vida del padre Escrivá. En cuanto a los sinceros, estoy convencido de que, si no me dijeron nada, fue porque no sabian nada, más allá de esas pequeñas anécdotas que se cuentan dentro de la Obra. Se trataba, en la mayor parte de los casos, de una ignorancia sistematizada, de una ausencia de curiosidad fomentada por la Obra para mantener incólume e, halo mágico del fundador.
En años recientes se ha observado en el Opus Dei una cierta "apertura" consistente sobre todo en difundir un mayor número de noticias sobre la marcha de la Obra. Esto se ha venido haciendo en un cierto tono triunfalista, no exento de autosatisfacción por los indudables progresos que el Opus Dei ha logrado en todo el mundo. Como consecuencia de esta nueva política, los socios del Opus Dei ya no niegan serlo, como lo negaban hace unos años, cuando la imaginación popular había hecho circular el chiste aquel que, comparando a los socios del Opus con los platillos volantes, decía: "¿Sabes cómo llaman a los del Opus?" -"No." -"Pues, los ORNI: Objetos Religiosos No Identificados." Esta época de la no identificación ha pasado a la historia, según parece, pero la nueva política no supone en absoluto un "aggiornamento" en el sentido del Concilio Vaticano II. En el Opus Dei no ha comenzado todavía una verdadera autocrítica. Ha habido un cambio de lenguaje, un poco impuesto por los tiempos. Ya el padre Urteaga, uno de los más señalados discípulos de Escrivá de Balaguer, no podría afirmar como lo hacía en 1948 en "El valor divino de lo humano" que "los cristianos, antes de perecer, arrasaríamos el mundo". Ya los miembros universitarios de la Obra no defienden a puñetazos a "su padre" ni provocan altercados como el que se organizó en la Universidad de Barcelona hacia el año 1964 cuando alguien empezó a hablar mal del Opus Dei y ellos reaccionaron violentamente diciendo que habían atacado a la Obra y la Obra era "su madre" ["Nuestra Madre Guapa", como la llamaba el fundador] y "a nadie le gusta que hablen mal de su madre". Con ocasión de aquel incidente, Alfonso Comín contaba en la revista católica "El Ciervo" que un joven monje del Císter, que estudiaba en la Facultad de Derecho de aquella universidad, le había dicho al contemplar esta escena de la defensa de la Obra-madre:
-Fíjate tú, es como si yo dijera que el Císter es mi madre.
Y añadía:
"Mi madre es, si quieres, la Iglesia. En cuanto al Císter, no es más que una tía lejana, muy lejana".
No cabe esperar que el culto a la personalidad del fundador, que tan señaladamente se practica en el Opus Dei, haga posible por ahora que sus miembros miren al Instituto con el ánimo distendido con que mira su Orden un monje del Císter. Sin embargo, es indudable que el planteamiento del Opus Dei como tía lejana de sus miembros abriría nuevas y hasta halagüeñas perspectivas a la convivencia.
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