Supernumerarios: Vivir en la calle de la amargura

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Por Salypimienta, 29/01/2018



Si todas las ‘vocaciones’ que existen en el Opus Dei son por lo menos estrafalarias, la de supernumerario se lleva las palmas con honores. Los supernumerarios son y no son, pueden ser lo más llamativo de la Obra y también lo más inadvertido. Amados y odiados, envidiados y provocadores de grandes apegos. Tienen que hacer todo lo mismo que hace un numerario o un agregado, con la única diferencia de que los supernumerarios no viven el celibato, y eso es lo que los hace estar permanentemente acosados por todos cuantos tienen que ver con los andares de su alma.

Los supernumerarios fueron creados por el P. Escrivá para tres cosas fundamentales: dar dinero, dar ‘vocaciones’, y dar lustre...

En México, las personalidades que son más notorias del Opus Dei son los supernumerarios. Claro que ha habido numerarios con gran prestigio profesional y social, pero estos siempre han sido los menos. Entre los supernumerarios en cambio -por lo menos hasta hace algunos años-, había personas de primerísimo nivel. De hecho, yo creo que hasta era en lo que más se fijaban en los consejos locales: aceptar lo mejor de lo mejor para supernumerarios.

Yo pité a mediados de los años 80’s del siglo pasado. De los modos que había en ese entonces para hacerse de supernumerarios a las maneras que se usaban cuando salí veintitantos años después las cosas habían cambiado muchísimo. En primer lugar, en la época en que pedí la admisión, en lo primerísimo que se fijaba la Obra era en el status socio cultural y económico al que pertenecía el supernumerario en potencia. A partir de ahí se comenzaba con la criba.

El primer requisito para ser supernumerario era tener un prestigio intachable, aunque igual de importante era pertenecer a una buena familia, tener muy buenos modales, un nivel cultural aceptable, una buena situación económica y prestigio social, además de nunca haber tenido tendencias izquierdistas, ni monjiles ni nada que pudiera desdecir del cargo y la posición que ibas a ocupar en la Obra.

Hay varios tipos de supernumerarios a saber:

Los supernumerarios que pitan de solteros.

El Opus Dei siempre ha preferido que quien pite de supernumerario lo haga estando casado. Eso le quita muchos problemas de encima. Pero por lo menos hasta hace algunos años, salían muchos supernumerarios de los círculos de San Rafael. En estos casos, se trataba de personas a las que por todos los medios posibles les habían tratado de convencer de que tenían vocación para numerario y no lo consiguieron. Acto seguido, se iniciaba la campaña para quedárselos por lo menos de supernumerarios. Algo que me parece curioso, es que nunca me tocó que a las que les habían echado el ojo para agregadas las convencieran para pitar de supernumerarias. Si no pedían la admisión como agregadas, lo más seguro es que desaparecieran del mapa. El caso es, que ya si no había forma de tenerte de numeraria, lo más seguro (si no huías antes) es que te quedaras de supernumeraria. También pasaba que algunas pitaban de numerarias, y antes de la Oblación se veía que eso no era lo suyo (eso no es lo de nadie, pero a algunos se les nota más que a otros), y después de algún tiempo de hacerles saber que la numerariez no era lo suyo, se les dejaba pitar de supernumerarias.

Desde el minuto 1 de ser supernumeraria te meten en la cabeza que TE TIENES QUE CASAR CON UN BUEN CHICO Y TENER UNA FAMILIA NUMEROSA, porque con esas dos cosas es cómo vas a conseguir santificarte hasta abrirte paso para ocupar un sitio en el martirologio. A partir de ahí hasta el día de tu boda, comienza un calvario que ni te cuento. Si tienes novio, tienes que contarles todo de él con pelos y señales. Desde quién es su familia hasta el equipo de fútbol al que es aficionado, o sea, tienen que saber TODO de esa persona. Si no tienes novio, pasas a formar parte del catálogo de las chicas monísimas del Opus Dei en busca de buen marido (ya nos lo contó Mediterráneo hace poco, se ve que así es en todas partes). Mi primer novio pertenecía a una familia muy cercana a la Obra, y en mi centro no veían la hora en que me casara (¡a los 20 años!). Lo entiendo perfecto, lo más urgente era que alguien me metiera en cintura por mis tendencias a ir por libre. Qué mejor que un hombre que me sacaba 12 años y estaba muy arropado por el Opus Dei… y más o menos así eran todos los casos. Algunas tenían novios que ya eran supernumerarios y eso era el éxtasis de las dires. Sólo había una con un novio que no era ni católico practicante y le hicieron la vida tan imposible que terminó cortando con el novio, y ella despitando poco después. En mi caso, el novio pro-opus resultó ser un macho mexicano como de película que deseaba con toda su alma hacerme a su modo y queriendo controlar cada instante y recoveco de mi vida, y yo, como ya de eso tenía más que suficiente conlamadreguapa, en un arranque salpimentoso lo mandé al cuerno. Casi inmediatamente me hice novia del hermano de una amiga de la prepa que además de que me caía muy bien era todo lo contrario al novio opusino. Eso, para que no comenzaran a torturarme con que volviera de novia con el otro, porque cuando conté del rompimiento del novio aquel, ¡casi me matan!, les pareció una barbaridad, una insensatez y una desobediencia mayúscula que hubiera cortado al novio sin consultarlo en la charla y en la confesión y así me lo hicieron saber.

En aquellos tiempos, todos los medios de formación para supernumerarias solteras estaban destinados a formar buenas esposas, buenas madres y estupendas amas de casa. Tanto era así, que no importaba la carrera que hubieras estudiado, tenías forzosamente que hacer un diplomado en “Alta dirección del hogar” en la Escuela de Administración de Instituciones de la Obra (ESDAI). En la alta dirección del hogar te enseñaban a planchar, a lavar, a cocinar, a tender camas, la mejor manera de lavar un retrete y ese tipo de cosas (aunque no lo crean). Las casas de la mayoría de las supernumerarias se parecen en todo a los centros en cuanto a la administración. Todas las supernumerarias –por lo menos las de mi edad y las mayores- estamos tan capacitadas como la mejor de las auxiliares para hacer todas las labores domésticas (que boba venir a presumir de eso, pero nuestro trabajo nos costó, doy mi palabra que hasta exámenes nos hacían de cómo doblar las sábanas después de lavarlas).

La educación sexual era verdaderamente abominable. La clase la daba el cura en el Oratorio y trataba principalmente de que por ningún motivo y bajo ninguna circunstancia tuvieras ninguna muestra de afecto atrevida con el novio. O sea, lo máximo permitido era un beso casto (que nunca he entendido qué es eso, un beso entre novios que no es apasionado es un fraude, la verdad, es como darle un beso a la tía Gertrudis). Todo tenía que ser recatado, hasta darte la Paz en Misa. Bueno, hasta las miradas tenían que ser llenas de pudor. La frigidez en su estado más puro… También en esas clases perdí la inocencia enterándome de cosas que ni sabía que existían… Y la insistencia en que los matrimonios sólo están destinados a procrear. Mucho tiempo después comprendí que hay matrimonios modelo que no tienen hijos, que tener hijos NO es una obligación del ser humano y que el asunto de los hijos sólo incumbe a dos: el papá y la mamá. Pero del tema de los hijos, ya hablaremos más adelante.

¡Total!, que los noviazgos de los supernumerarios son aburridísimos en la mayoría de los casos, porque los supernumerarios también estamos obligados a vivir la castidad al extremo, entonces es como si se tratara del noviazgo entre dos estatuas… igualito.

Y bueno, cuando ¡por fin! anuncias con bombo y platillo en el centro que “habemus anillo de compromiso” el paroxismo es total. No sacan la botella de champán y los petardos para festejarlo por aquello de que somos una familia numerosa y pobre, pero bueno, acciones de gracias si se hacen… porque lo de Casa es rezar por todo, y más por salirse con la suya. Y si ya pasaste la edad ‘adecuada’ para casarte -en mis tiempos era antes de los 23 años-, la cosa se pone verdaderamente apoteósica cuando ¡por fin! anuncias la boda. A mí me consideraban una solterona perdida, ya tenía casi 26 años cuando me casé. Y recuerdo que cuando lo dije en un retiro mensual (que me casaba) hasta me aplaudieron, nada más de recordarlo me suelto a carcajadas.



Contaba la vez pasada de los supernumerarios que pitan siendo solteros. Bueno, en realidad contaba de las supernumerarias, porque los centros de varones desde luego que estaban vedados para las chicas (por mala suerte) y por lo que me he enterado con el tiempo, las cosas no siempre son iguales en ambas secciones. A ver si algún ex supernumerario o algún ex ‘algo’ de San Gabriel nos cuenta lo que pasaba del otro lado de la pared de cal y canto.

Antes de entrar de lleno al relato, quiero contar una anécdota…

En el Oratorio de una de las casas de retiro, había (o hay) una talla de San José muy bonita. Cuando nos tocaba hacer retiro o convivencia de supernumerarias solteras en esa casa, nos esmerábamos en atenciones con esa imagen. La limpiábamos, le poníamos flores frescas cortadas del jardín, le cantábamos, le bailábamos, etc. Contaba la leyenda que ese San José (o sea, esa talla) era tan milagroso que si hacías los suficientes méritos te conseguía un marido de ensueño. Así de inocentes éramos. Lo peor es que tanto los curas como las numerarias nos alentaban a hacer semejantes ridiculeces… y que yo sepa, por más mamarrachadas que se le hicieron nunca le consiguió a nadie al marido prodigioso. Todos resultaron ser unos señores bien normalitos.

Cuando ya estabas por casarte, dejaban que tus amigas supernumerarias te organizaran una despedida de soltera… pero no era cualquier despedida. En México en aquella época se acostumbraba una cosa super cursi que se llamaba el shower cristiano y se trataba de dar regalos y consejos con altísimo contenido religioso. Por ejemplo, a una le tocaba darte de regalo focos y velas (de verdad ¿eh?), y cuando te los entregaba primorosamente envueltos te decía alguna cursilería como: -Que estos focos y estas velas iluminen tu hogar en los momentos de oscuridad así como la luz de la Fe ilumine a tu familia en los momentos de oscuridad espiritual, y así una te regalaba un costurero, otra una caja de herramientas, una imagen de la Virgen, un botiquín, regalos de escaso valor material pero riquísimos en contenido espiritual… y todo entregado con las palabras más mojigatas que se pueda uno imaginar. Obviamente que invitabas a la boda a tus amigas/hermanas supernumerarias, y a las numerarias también, sólo que ellas a lo mucho iban a la Misa nada más.

Antes de la boda te agarraba la directora de tu consejo local para darte ‘la plática’ que NO trataba sobre sexo, porque de eso ya te había desinformado el cura antes cuando en una salita te metían junto con una de tu consejo local y te advertía unas barbaridades que aún me hacen sonrojar cuando las recuerdo: la única posición permitida es el misionero (¿y qué será eso Dios mío?), no se pueden tocar las partes íntimas del otro porque es masturbación (yo pensaba que la masturbación sólo podía hacérsela uno mismo), no pongas cara de que lo estás disfrutando porque el marido puede pensar que eres una depravada sexual (o sea, hay que hacer como si no pasara nada aunque sientas que vas en la montaña rusa… y luego piensan que el cilicio y las disciplinas son mortificación ¡ja!), tienes que estar abierta a la vida y procurar el acto sexual en tus días fértiles (que se sepa que los supernumerarios siempre tienen sexo calendarizado, tanto para salir con embarazo como para no quedar), el débito conyugal es SAGRADO, si tu marido llega con ganas de jarana, ya podrás estar muriéndote que tu OBLIGACIÓN es darle satisfacción sexual quieras o no (eso sí, con expresión de cadáver para que no se te note el gusto, abierta a la vida, sin tocar ninguna parte del cuerpo del otro por que no vaya a ser que estés pecando de alguna manera y en posición misionera)… Les juro que casi que es mejor el celibato que vivir la sexualidad con tantas instrucciones. Es más, no sé cómo es que no exista un vademécum de tálamo nupcial (¿o si existe?). Evidentemente todas las supernumerarias –y supongo que también los supernumerarios- que pitamos solteros nos casamos en el estado virginal más puro y con el desconocimiento total de lo que eran las muestras de intimidad afectiva (por lo menos en la práctica, porque en teoría ya se habían encargado de meternos más susto en el cuerpo que la Santa Inquisición en la Edad Media con ese tema). Obviamente ningún supernumerario o supernumeraria soltera se casó depenalti. De hecho, ese era una de las causas de impedimento para pedir la admisión de supernumerario estando casado.

La plática con la directora previa a la boda trataba principalmente en instruirte lo que se espera de ti en adelante: la casa debe estar perfecta todo el tiempo, desde que canta el gallo hasta que se acuesta a dormir, porque la Obra será juzgada por la manera en que te santificas con las cosas ordinarias, así que tu hogar debe estar siempre como los chorros del oro. TODO lo tienes que hacer perfecto, y mucho más cuando vas a recibir visitas, porque tú representas a TODO el Opus Dei. También te dicen que, a partir de ese momento, debes de considerar a la Obra como un hijo, y ayudarla en sus gastos que son muchos (el Opus Dei es un barril sin fondo que siempre tiene muchísimos gastos en dólares, euros o así), o sea, estás comenzando a formar una familia y ya tienes que meter en el presupuesto a la madreguapa que sale más cara que mantener a la corte de Versalles entera. También te dicen que en Casa se espera que con todos los regalos que te harán con motivo de la boda, bien podrías donar unos cuantos, porque en los centros siempre hacen falta cosas. Y por supuesto que en la plática esa te vuelven a decir que eres la esclava de tu marido y que tienes que estar a su entera disposición en todo momento para lo que él quiera.

La luna de miel es siempre causa de consultas, pedir permisos, recibir todo tipo de recomendaciones y consejos, etc. Irse a la playa siempre será un gran problema porque las playas son como Sodoma y Gomorra disfrazada. Lo mejor sería una ciudad, pero hay que fijarse si hay alguna Iglesia cercana al hotel donde llegarás por que las normas las tienes que cumplir a rajatabla. Me imagino que cuando ambos recién casados son supernumerarios la cosa es magnífica porque te pasas la luna de miel como en curso anual: rezando piadosamente y haciendo todas las normas sin ningún problema y con todo el tiempo del mundo, y acompañada por tu amorcito del alma. En mi caso, me casé con uno que es católico. Punto. Más allá de ir a Misa y cumplir lo mejor que podía con los mandamientos, la mojigatería extrema no se le dio nunca para gran desesperación de la Obra que hizo cuanto pudo para echarle el guante. Ni como cooperador se dejó el hombre. Entonces el pobre estaba alucinado de la religiosidad tan compulsiva que vivía su recién estrenada esposa. No te digo del día que me cachó haciendo el Serviam! Estaba preocupadísimo porque pensaba que me había caído de la cama y me había lastimado gravemente. Nunca podré olvidar su cara de incredulidad cuando le expliqué que así era mi manera particular de amanecer. Yo pienso que desde ese mismo momento, mi matrimonio estaba destinado a fracasar, no puedes durar mucho tiempo con alguien que en el fondo de su corazón piensa que estás más loca que una cabra y que tu piedad es como de manicomio. Tirase de la cama a besar el suelo nada más abrir el ojo es una costumbre que nadie en su sano juicio puede comprender.

Nada más llegar de la luna de miel comienzan a verte inquisitivamente. Esperan siempre que de un momento a otro anuncies que el heredero/heredera viene en camino. Pobre de ti con que el embarazo se tarde en llegar… inmediatamente te recomiendan desde médicos (de casa) que te pueden orientar, novenas, métodos y demás. Cuando ¡al fin! anuncias que estás embarazada la cosa se tranquiliza bastante. Hasta te miman y te tratan con muchos miramientos. En cuanto lo consideraban prudente te comenzaban a presionar con el nombre: -¿Cómo le van a poner?

-Pues mira Fulanita, se va a llamar Chilaquil como su papá si es niño, y Salypimienta como yo si es niña.

-¡¡¡¿¿¿No le vas a poner Josemaría o Mariajosé?!!!

-No

-¿Aunque sea de segundo nombre?

-No, a mi marido no le gusta ese nombre.

Y así con cada hijo. En el 99% de las familias de supernumerarios SIEMPRE hay un Josemaría o una Mariajosé, un Álvaro, un Javier o una Montse porque son nombres de familia (si, de una familia que no es la mía porque nadie lleva ni ha llevado esos nombres).

Otra anécdota. En otra de las casas de retiro, se decía que si querías quedar embarazada ese mismo año, pidieras tocar la campana que se usaba para despertar a todas. Que eso nunca fallaba (de verdad que más que inocentes éramos muy supersticiosas y sobre todo muy brutas caray).

Las supernumerarias que pitan solteras y nunca se casan.

Sí, existen. No son muchas pero que las hay, las hay. Estas mujeres nunca encontraron al amor de su vida y tuvieron la valentía de seguir solteras aún cuando la maquinaria casamentera opusina (que es bastante efectiva) les buscó marido por cielo, mar y tierra. Sencillamente NO se casaron por algún motivo y ya. Claro que en Casa nunca se pierde la esperanza de que ella consiga un hombre que la lleve al altar. No les importa que ella no tenga la más mínima intención de casarse ya sea porque se dedique a los negocios, o a las ciencias o porque no se le dio la gana. En la Obra, si no te quieres casar puedes ser numeraria o agregada. No conciben una supernumeraria soltera, se les sale del patrón. Es algo que no encaja, ni se entiende ni se espera.

Yo creo que ellas son las que más pronto despitan. Debe de ser odioso que en cada círculo, retiro, charla o clase te digan que tu camino al cielo tiene el nombre de tu marido y de tus hijos. Por fuerza te debes de sentir fuera de lugar. Recordemos que las supernumerarias están destinadas principalmente a formar hogares luminosos y alegres y a proveer a la Obra de vocaciones y ¡sobre todo! a ser la esclava del marido en todos los aspectos. Una supernumeraria que no hace eso, sencillamente está viviendo una vocaciónsin sentido. Las que a mí me tocaron eran tratadas por las numerarias con una condescendencia chocante, como si se tratara de seres incompletos. Les daban los encargos más insignificantes… Y pensar que eran las que disponían de más tiempo para dedicarle a la Obra. Como siempre, ¡los absurdos del Opus Dei.



En el escrito anterior hablaba de los supernumerarios que pitan siendo solteros y así se quedan para siempre. En el texto me refería específicamente a los supernumerarios jóvenes. Hace unos días Nachof nos contó una anécdota de un supernumerario soltero ya mayor, y tomaré esa historia prestada como entrada para seguir con mi relato.

No es nada extraordinario que piten supernumerarios solteros ya mayores que ya nadie espera que se casen, es más, se hace todo cuanto se puede (rezos, mortificaciones y demás) para que permanezcan así hasta que Dios los llame a su compañía y la madreguapa herede todos sus bienes...

Estas personas suelen ser o muy ricas o le pueden aportar influencia por los cargos que tienen u otras cosas valiosas a la Obra. O sea, no es lo ordinario que dejen pitar de numerario a un soltero que no amortice lo que se invierte en él en todos los sentidos.

Recuerdo en especial a una supernumeraria soltera ya muy mayor que había sido una médico con bastante prestigio. Era muy rica y no tenía familiares cercanos ni amigos. Era una amargada con un genio del demonio y déspota como no he conocido otra igual. Trataba a todo el mundo con una altanería insufrible, también a las numerarias e incluso a las directoras del consejo local que le tenían una cantidad de contemplaciones increíble. Cuando la beatificación del fundador tuvo un accidente en Roma y prácticamente obligaron a una supernumeraria mexicana que vivía allí a que la recibiera en su casa durante la convalecencia que fue una verdadera tortura para la supernumeraria que la recibió como para toda su familia. Falleció unos años después dejándole todo a la Obra. O sea, si tienes suficiente dinero puedes esperar el mejor trato aunque seas una majadera. A las que no aportan tanto (lo que sea) no se les trata con tanta condescendencia.

Los supernumerarios que pitan casados.

Estos son la mayoría. Casi siempre uno de la pareja es el que se cruza con el Opus Dei y arrastra, jala, coacciona, empuja (o como se le quiera ver) al otro. El que pita primero suele ser el instigador del otro. Me consta que la mayoría de las esposas de supernumerario pidieron la admisión más por llevar la fiesta en paz que por otra cosa. No sé si en la sección de varones sea lo mismo. Lo que es muy de notarse es la enjundia con las que les agarra la vocación. No sé si porque cuando pitas de muy joven como que creces y maduras con eso y lo tomas más natural, pero las supernumerarias, mientras más grandes les entra lo opusino con mucha más potencia. En lo primero que se nota es que al principio todas están como arrobadas. De verdad que hasta ponen cara de llamada a la santidad. Casi inmediatamente comienza una metamorfosis en su persona, en su casa y en su familia. Lo primero es que intentan vestirse de numerarias. Esto quiere decir muy formales y muy monas, ya hablaremos de eso más tarde.

Decía más arriba que la metamorfosis alcanza todos los aspectos de la vida de las supernumerarias. La casa es casi lo primero que cambia. De ser una casa normal, en pocos días adquiere aspecto de centro de la Obra (¡con lo horrendos que son la mayoría!). Aparecen de inmediato patos, algún burro y sobre todo Vírgenes por todos lados para no descuidar nunca las miradas a la Virgen. Lo malo es que algunas de estas almas de Dios tienen un gusto de lo más extravagante y poco sentido común. Me tocó ir a casa de una recién pitada y tuve que pasar al baño. Me quedé bastante sorprendida cuando veo en el lavabo junto al w.c. una estatuilla de la Virgen de esas que venden en los bazares. O sea, a cualquiera le tiene que resultar perturbador hacer pipí con la Virgen delante aunque sea una estatuilla de pasta. Tuve que decirle a la nueva que por caridad sacara todas las imágenes religiosas de los baños porque además de ser de muy mal gusto era muy inquietante.

En la casa de otra, una numeraria y yo nos quedamos verdaderamente sobrecogidas al ver colgado de la pared de la sala un crucifijo enorme con un Cristo tamaño natural tan ensangrentado y tan flagelado que nos dieron ganas de llorar. Tenía una corona de espinas de verdad encajada en una peluca toda desgreñada. Yo no pude ni tragarme el café que nos sirvió la piadosa supernumeraria, todavía cierro los ojos y siento angustia al recordar esa imagen tan tétrica, y encima la supernumeraria nos contaba que había adquirido semejante adefesio para agradecerle todos los días por su vocación (yo creo que ahí fue cuando me comenzaron las ganas de despitar). Ese Cristo más que invitarte al recogimiento y a la contemplación, te invitaba a salir corriendo al diván del psiquiatra. Con el tiempo se van haciendo con cuadros de familia, como copias del Niño Peinadico y así.

Recuerdo el éxito arrollador que tuvieron unas monedas enormes que se vendieron en todos los centros con motivo de la beatificación (¿o habrá sido la canonización?) que tenían en relieve la cara del fundador y estaban en un estuchito muy mono. Todas las supernumerarias compraron la suya para ponerla en la sala bien a la vista de todos. Lo bueno es que en la mayoría de las casas de los supernumerarios no hay oratorio… no me quiero imaginar lo que sería aquello.

Las recién pitadas nos veían (a las que llevábamos años con la vocación a cuestas) como si de verdad fuésemos hermanas mayores y nos acribillaban a preguntas: -Pax, oye, ¿tengo que estar hincada todo el tiempo en el oratorio?

-No, sólo haces genuflexión sencilla cuando estas delante del altar a menos que el Santísimo esté expuesto que tienes que hacer genuflexión doble (otras cosas no, pero la urbanidad de la piedad la dominamos todos quienes hemos pasado por la Obra).

-Pax, ¿Qué es genuflexión doble?

- Cuando doblas las dos rodillas, o sea, primero pones una y después la otra en el suelo (no fuera a ser que se aventaran a clavar las dos rodillas la mismo tiempo, algunas eran capaces), y sólo tienes que decir Pax cuando saludas a alguien de Casa. No tienes que decirlo en cada pregunta que haces.

- ¡Ah! Creí que se decía cada vez que hablabas con alguien de la Obra…

Y así las cosas mientras aprendían y se les acomodaba la vocación en el cuerpo y podían ser más normales.

Si querías observar las nuevas vocaciones de supernumerarios, el mejor lugar para hacerlo eran las Misas del 26 de junio en la Basílica. Creo que en la Obra todos éramos perfectamente identificables según nuestro status. Yo personalmente era capaz de identificar y diferenciar a numerarios de agregados, de numerarias auxiliares, de supernumerarias de la vieja escuela, vocaciones recientes, miembros de 1ª, 2ª y hasta 3ª clase que por desgracia e injustamente los hay.

Los supernumerarios recién pitados se distinguían de los demás porque iban arreglados como para boda, llevaban a toda la familia. TODA es con abuelitos, tíos, primos y demás parentela incluida porque se estaba estrenando el “ser del Opus”. Había que presumirles la familia a unos y la nueva familia a los otros. Además están más atentos a lo que pasa en la Nave Central que lo que pasa en el Altar. Cuando identificaban a una de Casa le presentaban a la familia muy ceremoniosamente. Una atarantada como yo, siempre se sentía agobiada con esas presentaciones. Me sentía tan fuera de lugar. Creo que nunca llevé a nadie de mi familia a esas Misas.

Las supernumerarias recién pitadas de verdad se esmeran en ser merecedoras de tan grande y santo privilegio (así lo sienten). Son las más entregadas, las más entusiastas, las más felices… y me da mucha pena pensar que al cabo de unos años la gran mayoría termina hasta la coronilla del Opus Dei.

A este tipo de supernumerarias la Obra las camela de lo lindo para cuidarles la vocación hasta que queden bien enroladas (una práctica del más puro estilo secta). Casi casi después de la Admisión les dan un encargo apostólico de cierto rango. Ahora sí que según el sapo es la pedrada, porque a una medio insignificante no la van a poner de presidenta de un patronato. En Casa se domina el arte de hacer sentir a los nuevos como si ellos fueran el eslabón de la cadena que faltaba, y las vocaciones recientes se sienten realmente conmovidas ante semejante confianza y es algo que engancha mucho.

Cuando salí del Opus Dei, las prácticas eran un poco diferentes. Casi que ya dejaban pitar a cualquiera. Recuerdo a una que había sido Hija de María, señora del Reino, de los Legionarios de Cristo -son el equivalente a nuestras cooperadoras-, Catequista de su Parroquia y Ministro de la Eucaristía (todo junto en la misma persona)… y con todo eso la dejaron pitar y la pusieron de presidenta de la Asociación de Padres de Familia de una Obra Corporativa. Era del estilo más monjil que yo haya visto y así pitó. Lo más extraño es que ni la Oblación había hecho y quería venir a darnos instrucciones a las supernumerarias antiguas que ya teníamos más colmillo que un elefante africano con los exabruptos apostólicos de las recién iluminadas y ni caso le hacíamos. Y varias veces hubo que ponerla en su sitio, como una vez que la encontramos rezando el Rosario en las gradas durante un partido de fútbol de los niños. Traía un Rosario enorme lleno de colorines. Cuando otra supernumeraria se acercó a decirle que podía rezar tranquilamente en el Oratorio del colegio, esta le contestó que lo hacía en público para dar testimonio de que se debía rezar el Rosario (sic) y nos dejó con el ojo cuadrado y con la boca cerrada… ¿Qué le dices a una tan demente? En los últimos años que pertenecí a la institución ya a cualquiera que estuviera dispuesto a soltarles dinero o trabajar gratis en lo que fuera le dejaban pedir la admisión. En muchos casos se trataba de personas trepadoras a quienes les interesaba “ser del Opus” por el prestigio social que pensaban que eso les iba a traer.

Nos queda mucha tela para cortar sobre el tema este.



Sigo con el tema de los cambios que suceden con las supernumerarias casadas recién pitadas. Hablaba de las modificaciones que hacían en sus casas. Me tocó ver cada cosa… Una mandó a amplificar en una copia fotostática a color de una estampita de Don Josemaría y la puso en un marco en la sala de su casa. La verdad es que nunca entendí la razón de ello. Podía haber amplificado nada más la foto ¡¿pero toda la estampita entera?! ¿Sería para que las visitas la rezaran cuando la veían? Otra tenía montoncitos de estampitas del fundador, de Don Álvaro, de Montse y hasta de Isidoro Zorzano -échame la mano- (así le rezábamos con rima para que fuera más efectivo), y eso que esas estampitas no llegaban tanto a los centros de mujeres porque eran casi exclusividad de los varones, igual que las de Tony Sweifel. Bueno, pues esta supernumeraria tenía una bandejita muy mona con todas las estampitas como quien pone dulces para que las visitas los tomen a discreción...

También decía que gracias a Dios, en la mayoría de las casas de supernumerarios no hay oratorio, aunque en la mayoría de sus casas hay un rinconcito para rezar, en muchos casos con reclinatorio y todo (una que es de alma llanera a lo mucho se hincaba a rezar sobre una alfombra donde fuera, porque se me haría rarísimo tener un reclinatorio en casa). En pocos casos, en las casas de algunos de ellos hay oratorio. Generalmente se trata de supernumerarios muy ricos, muy beatorros y muy exhibicionistas. Porque como si se tratara de un centro, llegas a su casa y te pasan al oratorio, no sé bien a qué, porque de ordinario no hay Santísimo, quizá es para presumirte sus posesiones religiosas y de paso presumirte lo santísimos que son. En ellos (en los oratorios) suele haber tallas o cuadros magníficos de santos y tienen altar y bancas y todo. Desde luego que cada que tienen oportunidad hacen hasta lo imposible por conseguir que se digan Misas en ese pequeño oratorio, y como ya lo dije, como se trata de personas con mucho dinero cuyas aportaciones a la Obra son muy grandes, siempre consiguen que un sacerdote de Casa lo haga, o por lo menos que lleven el Viático si no hay forma de consagrar ahí mismo.

El vestido de las supernumerarias se modifica también. Durante muchísimo tiempo, las supernumerarias –en México al menos- no podíamos usar pantalones, esa regla cambió en los últimos años de Don Álvaro, que levantó la veda con su consabida retahíla de instrucciones: que no sean ni llamativos, ni apretados, ni que se adivine siquiera el cuerpo de la usuaria (o sea, tenían que ser como los que usaba Cantinflas o Charles Chaplin para que pasaran la censura), tampoco podían ser pantalones de mezclilla. No tienes idea de lo que era tener que ir al campo con falda, yo alucinaba, y lo peor es que los demás te ven como bicho raro porque ¿a quién se le ocurre ir a hacer senderismo vestida así? Eso sí, con un short por abajo para que no se te vieran las bragas y las piernas si tenías que subir a una roca o así. Porque subir al cerro con falda tiene muchísimos inconvenientes. Algunas audaces nos atrevimos a ponernos una cosa que se llama falda-pantalón, pero al poco tiempo llegó una nota de la Asesoría diciendo que eso era trampa y que volviéramos a la falda normal. Que no importaba que pareciera falda, que TENÍA QUE SER falda en toda regla (¡qué estupideces Dios mío!)

El tema del vestido en la sección femenina tiene su gracia. No sé bien si las numerarias copian a las supernumerarias (por aquello de parecer muy secular), o son las supernumerarias quienes copian a las otras para parecer más de Casa. El caso es que las indumentarias son muy parecidas. Siempre encontrarás en el armario de una opus chica los consabidos trajes sastres, las faldas escocesas para el tiempo de frío, faldas ligeras, pocos pantalones, vestidos muy tapados (sin escotes y con la falda por debajo de la rodilla) pantalones de pinzas y blusas tipo camisa, algunas blusitas más rococó y suéteres de tipo cárdigan y pulóver… y ocho millones de pañoletas, mascadas y fulares. Esto es el accesorio por excelencia de la sección femenina. Es casi tan distintivo como las tocas de las monjas (esas que parecían que tenían una cigüeña en la cabeza a punto de levantar el vuelo). Recuerdo que incluso, en alguna convivencia alguien nos dio una plática teórica y práctica de algo así como: trescientas maneras de usar un trapo atado al cuello en la que te enseñaban a hacer diferentes nudos y formas de colocarte mascadas, pañoletas y fulares.

El calzado también tiene sus normas: zapato cerrado de tacón normal. Esto quiere decir que no tacones de aguja, ni de más de 8 cms. de alto, de preferencia de tipo mocasín o zapatilla. Olvídate de las sandalias, la explicación es que uno no puede ir enseñando piel porque puedes desatar la imaginación pornográfica de los hombres (¿con algo tan feo como son los pies?)|. Así como la Obra actúa de manera completamente machista dando a entender que las mujeres somos todas unas histéricas incontrolables que olemos mal, que vivimos a merced de los cambios hormonales, que estamos completamente discapacitadas para pensar fríamente y somos unas concupiscentes. También discrimina a los varones porque actúa con ellos como si todos fueran unos sexópatas incontrolables a los que es mejor mandarlos a darse duchas continuas de agua fría y recomendarles guardar la vista de tal manera que sólo vean al suelo porque corren continuamente el peligro de perder la vocación por culpa de una mujer ya que “Jalan más dos tetas que un par de carretas”. ¡Qué injusticia!, por lo menos a los varones de Casa que yo conozco (los que ya salieron y se acostumbraron a la vida real), son señores totalmente normales incapaces de ningún desfiguro. En ellos –los chicos- la indumentaria no presenta mayores problemas, porque a menos de que tengan gustos exóticos y se les ocurra salir vestidos de traje de luces o con trajes regionales, todos se visten casi igual y ninguno enseña nada que pueda dar pie a deseos sexuales desordenados.

Las familias de los supernumerarios también sufren de transformaciones. Hay que aclarar que muchas vocaciones de supernumerario salen de los colegios. Son las mamás y los papás que se engancharon a la Obra casi que desde el Curso de Actualización Doctrinal que por lo menos en México obligan a tomar a todos los padres de familia y no es otra cosa más que un Curso Básico… muy básico. Por lo menos aquí se pusieron esos cursos de carácter obligatorio en los colegios de la Obra, porque se dieron cuenta de que la educación religiosa de la mayoría de las personas se quedó en el Catecismo del P. Ripalda que aprendieron para la Comunión, y así, con ese analfabetismo religioso no había manera de pescar nuevas vocaciones. Entonces, ponen a dar el curso a alguien de Casa con habilidades de predicador de Iglesia de New Age (guapo, simpático, inteligente, con mucha personalidad, encantador y sobre todo, que no tiene aspecto de beatorro de sacristía y que tiene una oratoria impecable –eso en las dos secciones-), y al poco tiempo todo el mundo quiere ser del Opus o por lo menos presumir que está cerca de la Obra. ¡De verdad que la Salvación es el negociazo de la vida! Además de que da mucho empaque presumir que estás relacionado con la prelatura. Yo creo que esto se debe a que siempre fue muy elitista y no cualquiera pertenecía a ella. Entonces se hizo fama de que en Casa sólo había gente bien. Pienso que hay gente de todo tipo pero, evidentemente, en el mostrador se pone lo más bonito. Lo malo es que cada vez hay menos miembros del tipo que sean. No pitan de nada, y cuando se consigue que lo hagan, al poco tiempo se van corriendo.

Recuerdo que Don Pedro Casciaro decía que había que hacer pitar a lo mejor de lo mejor: a los más guapos, más inteligentes, más simpáticos, más cultos, con mejor clase y que tuvieran un buen nivel de vida. Si no eras todo eso ni te volteaba a ver. La verdad es que Don Pedro (QEPD) era muy clasista. Espero que en el cielo le haya tocado la sección de la gente bien. Seguro que se lo ganó a pulso.

Otro sacerdote muy conocido en mi región (justamente el que cuando le dije que me largaba de Casa me dijo: haz lo que se te dé la gana pero no te vayas), por la época en que me fui alegaba que la Obra se había llenado de nacos (en México, naco se le dice a una persona de bajo nivel o muy corriente o con muy mal gusto y es una expresión peyorativa) y que eso iba a ser la ruina del Opus Dei. Mucha caridad cristiana que hay allí dentro.

Quedamos en que muchas vocaciones de supernumerarios se le deben a los colegios. Después de hacer una buena criba, ya sabes, no a los que no estaban abiertos a la vida, a los que se habían casado por obligación (con criatura en camino), a los de reputación dudosa, etc., etc., nos dábamos cuentan de quienes eran pitables a la hora de proponerles ser cooperadores. Además de ayudar con su aportación y con los encargos, ser cooperador es como una mini práctica en la que ves cuan comprometidos pueden estar con la Obra. Algunos se sentían como si les dieran su cédula de canonización cuando les dabas la hojita de ser cooperadores (¿cómo se llama?, la que tiene la portada verde pistache y las letras negras). No faltaban a su círculo, ni dejaban de dar puntualmente su aportación, eran los más entregados y generosos a la hora de cumplir con los encargos que les poníamos, y obvio que en poco tiempo ya eran más opusinos que el fundador, Don Alvaro y compañía. No sé en dónde oyó una pobre cooperadora del uso del cilicio en Casa, y cuando ya nos la estábamos engatusando para que pitara me dijo en la charla muy acongojada: - Pero Salypimienta, si me cacha mi marido con un cilicio me mata, no podría cumplir con todas esas cosas que hacen ustedes.

Me tuve que pasar un buen rato explicándole que le juraba por mis muertos que ella nunca tendría que usarlo. Pitó… y despitó antes de hacer la Oblación. Ve tú a saber de qué más cosas aterradoras se habrá enterado. Seguro que alguien le contó que la cruz de palo del Oratorio servía para crucificarnos durante la Cuaresma o algo así.



Esta vez me gustaría hablar sobre los varones supernumerarios. La verdad es que yo no puedo hablar más que de lo que conozco, y en el caso de ellos, de puertas adentro no sé mucho. Sólo lo que se ve por encima.

Es de notarse, que los supernumerarios salvo contadas excepciones, demuestran menos su estado de ‘iluminación’. En general los varones son mucho más discretos para demostrar sus emociones, por lo cual, es muy raro que un supernumerario ande por la vida exultante por su vocación como sí sucede en el caso de las supernumerarias con más facilidad. La mayoría de ellos logran disimular el estado opusino. Los que no, son casos realmente notorios...

Recuerdo en especial a dos. Uno era maestro de un colegio de la Obra. Los niños literalmente le huían, no porque los tratara mal, no porque fuera demasiado estricto, era porque el celo apostólico del buen hombre de verdad era extremo. Cada vez que pescaba a un niño distraído, lo invitaba al Oratorio a hacer la Visita, a rezar el Rosario… o lo que el niño se dejara. Era estricto en cuanto a la urbanidad de la piedad. Por pura casualidad me tocó ver cómo le explicaba a un grupo de niños como de 7 años la manera de hacer una genuflexión, fue ¡impresionante! En vez de decir: doblas la rodilla delante del altar y de inmediato te levantas -así es como yo lo hubiera explicado-, el profesor se tomó varios minutos para dar toda una cátedra explicando que lentamente doblas la rodilla derecha con la espalda bien recta mirando al sagrario y recitas una jaculatoria, cuando tu rodilla llegue al suelo, inclinas con reverencia la cabeza y rezas otra jaculatoria. Te levantas con cuidado recitando otra jaculatoria. Aquí cabe preguntarse varias cosas: ¿Cuánto tiempo le tomará al hombre hacer una genuflexión sencilla?, en general no tardas más que dos o tres segundos en hacerla, a él le debe de tomar por lo menos un minuto, o minuto y medio. Y… ¿sabrá un niño de 7 años lo que es una jaculatoria? Acostumbraba a ser el maestro de ceremonias en las Misas que hacían en el colegio. Recuerdo muy bien que antes de la comunión anunciaba: les recuerdo a las queridas mamás del colegio que para comulgar deben de estar libres de pecado mortal. Si tienen pecados veniales pueden decir una jaculatoria. ¡Es verídico! ¡Me escandalizaba tanto escuchar esto! Todas las veces que lo fui a acusar (sí, también yo fui una chivata, lo reconozco y me avergüenzo de ello) me dijeron que tomarían cartas en el asunto. Nunca me dejaron hacerle una corrección fraterna. Tampoco creo que hayan tomado cartas en el asunto porque nunca dejó de hacerlo.

El otro era el esposo de una supernumeraria amiga. Hasta por su apariencia podía haber pasado por fraile franciscano, de verdad que nada más le faltaba la túnica negra con el cordón. Era calvo y con una barba larga y tupida. Hablaba en un murmullo, siempre lo veías muy recogido, muy en la contemplación. Íbamos a la misma Misa y me impresionaba cuando después de comulgar se hincaba a dar gracias, estoy segura de que levitaba… así se quedaba hasta que terminaba la Misa y un buen rato más, de verdad muy santo el hombre. Lo que no entiendo es cómo se casó, y sobre todo cómo pudo tener 5 hijos. Todavía ella era poco menos mojigata, pero a él no le veías la concupiscencia por ningún lado. A su esposa le hablaba como si se tratara de su empleada. No recuerdo haberlos visto nunca darse una muestra mínima de afecto ni decirse una palabra más o menos cariñosa. Vivíamos muy cerca, y en una ocasión me pidieron que los acercara al taller donde tenían reparando su coche ya que me quedaba de camino. Yo al volante suelo ser bastante mal hablada… y que de repente se me frena en seco el del coche de enfrente y que me sale del fondo del alma gritarle unas palabrotas… ¡no sabes el sermón que me echó el hombre!, además me veía como si yo fuera la encarnación misma de Belcebú. Me disculpé como treinta veces con él. Total, llegué a mi trabajo en una obra corporativa y fui de inmediato en busca del cura, porque traía tal remordimiento de conciencia que no me dejaba en paz. Nunca pensé que ese sacerdote era igual o más mal hablado que yo y se reía a carcajada suelta cuando le conté la historia, que por cierto, me hizo repetirla varias veces. Algo habrá pasado, porque mi directora me hizo una corrección por lo soez de mi lenguaje, y el supernumerario me pidió una disculpa por el sermón. Así de discretos siempre son en la Obra.

Quiero decir que casi todos los supernumerarios que yo conocí son buenísimas personas, son papás muy comprometidos en todo cuanto concierne a sus hijos y muy buenos esposos. Como en todo, habrá sus excepciones, pero la regla general es que son señores encantadores. Hay que reconocer que la Obra forma muy bien a sus miembros, quizá con fines totalmente egoístas, pero finalmente pienso que todos somos personas de bien, y es de justicia reconocer que el Opus Dei pulió muchos de nuestros talentos y con su formación, adquirimos hábitos y habilidades que nos han servido muchísimo en nuestra vida. Como siempre, ya me fui por la tangente. Estaba hablando de los papás encantadores que son la mayoría de los supernumerarios. Me tocó ver muchas veces detalles increíbles que tenían con sus esposas, los vi cambiar pañales, jugar a las muñecas, pasarse horas enteras explicando matemáticas o química a alguno de sus hijos que estaba peleado a muerte con la materia, tratar a sus esposas con todo tipo de delicadezas y ternura y doy fe, de que no todos los hombres del mundo son iguales, y que de esas cualidades de las que hablo, rara vez las vi con personas que no fueran del Opus Dei.

También reconozco que hay uno que otro que ni cómo ayudarlo. Esos sí que se toman al pie de la letra el significado de pater familias al estilo de la Roma antigua. En sus casas no mueven un dedo, sólo saben dar órdenes, los hijos les tienen más miedo que al diablo y la esposa es una víctima de semejante verdugo. A uno de estos, que además se sentía el hijo predilecto del fundador, le escuché decir que ‘nuestropadre’, que además de santo era sabio, había puesto a cada sección una jaculatoria final diferente con el único objeto de que cada quien supiera cuál es su sitio, y así como los varones rezan: Sancta María spes nostra sedes sapientiae, es para hacerles notar que en ellos está la sabiduría y el buen juicio. Las pobres mujeres nos tuvimos que conformar con ser ancilla Domini y yo diría que este tonto era capaz de pensar que también las mujeres éramos esclavas del marido, de los hijos, de la Obra y de todo. No sé el porqué de cada jaculatoria, lo que sí sé es que los comentarios del tipo se granjeaban más enemistades que nada.

Quizá, la mayoría de los supernumerarios (y todos los varones que han pasado por el Opus Dei en general) tienen un dejo machista que se les nota de vez en cuando. Siempre quieren tener la última palabra en todo. También son muy de hablar ex cathedra y en la mayoría de los casos se sienten un poco como el director del consejo local y el director espiritual de la familia, y la verdad es que tan malo no es. Siempre y cuando la mujer esté en sintonía con ellos, no quisiera ver a uno casado con una chica demasiado moderna… sencillamente eso no funcionaría más de unas pocas semanas. Pero hay que recordar que yo hablo desde mi experiencia mexicana. Quizá los supernumerarios suecos o noruegos no son para nada machistas, pero lo que es en los hispanoamericanos, eso es una parte de nuestra idiosincrasia ¿qué le vamos a hacer? Lo bueno es que las mujeres opusinas sabemos lidiar con ese toro como nadie.



Ahora me gustaría hablar de cómo viven las normas los supernumerarios y del tema de los hijos. Exactamente por estos temas en particular decidí titular así estos escritos por que es donde verdaderamente a los supernumerarios se nos trae por la calle de la amargura.

Si para los numerarios, el cumplimiento de normas de vez en cuanto les parece complicado, imagínate para los supernumerarios que de verdad viven en medio del mundo real porque no les queda de otra y tienen que ver cómo se la rifan para cumplir con las normas y con otros ochocientos pendientes...

En eso, yo digo que la diferencia entre un numerario y un supernumerario, es como si tuvieras que recorrer una autopista a pie (los supernumerarios) o en un Ferrari Testarossa (los numerarios), digamos que los agregados y las numerarias auxiliares lo harían en bicicleta. En primer lugar, si no estás casada con un supernumerario, es como recorrer la autopista a la pata coja, porque desde el Serviam! tienes que esconderte prácticamente para cada norma. No todos los hombres (o mujeres) que no son de Casa entienden que te pases todo el día rezando y corriendo a la Iglesia más cercana a cada rato. Tampoco es que te levantes y tengas media hora para dedicarte a la oración.

La mayor parte de los supernumerarios ya van a todo vapor cuando los numerarios están tranquilamente en el Oratorio haciendo la meditación sin tener que escuchar gritos del tipo: Mamaaaaaaaaaaaá, ¿por qué a Perejil le diste un huevo frito más grande que el mío?... o otro aterrador: - Salipimientaaaaaaa, ¡plánchame la camisa blanca de mancuernillas que está hecha un churro! Y todo eso mientras tienes que peinar a la niña mayor con un peinado de fantasía porque hoy hay convivencia en la escuela y hay que ir peinada diferente, además de medio darle el biberón al bebé que berrea a todo pulmón porque está muerto de hambre y meter el almuerzo de los niños en las mochilas. Los supernumerarios no lo llevan más fácil, porque aunque no ayudaran en nada –que es raro que pase-, hacer la oración en medio del jaleo mañanero de una casa de familia numerosa no es algo que sea posible.

En cuanto a la Misa, pues te tienes que aprender los horarios de las Misas de las Iglesias más cercanas a tus ocupaciones o las que te queden en camino a todas las cosas que tienes que hacer. Y con esa instrucción de que no puedes hacer ‘hora santa’, pues a buscar un momento en la tarde para ir a hacer la Visita y ver si puedes robarte unos minutos más para rezar el Rosario en la Iglesia que es lo máximo de la vida, porque así nadie te interrumpe y no te pierdes en los misterios del Rosario y tampoco te quedas dormida como un lirón.

Hay que tener en cuenta, que la mayoría de las casas de los supernumerarios a lo mucho cuenta con una persona que ayude en las labores del hogar. O sea, esos hogares luminosos y alegres la mamá es quien en el 90% de las veces es la directora de la administración, y toda la administración entera: es la portera, la de la cocina, la de la lavandería, la de la plancha y además de las labores añadidas: cuida niños, llévalos y tráelos de todas partes, atiende al marido, cose botones, cura heridas, ayuda con las tareas escolares, y encima de todo esto, la mayoría trabaja y todas tienen encargos apostólicos… El varón tampoco lo tienen fácil. Trabaja como burro para sacar a la familia adelante, cumple con los encargos apostólicos, le ayuda a la mujer con los niños y con lo que puede de la casa. (Hago un paréntesis para contar una anécdota enternecedora. Un supernumerario, al ver que su esposa supernumeraria no podía más a partir de las ocho de la noche, le dio de regalo de algún aniversario la promesa de que él se iba a encargar de poner todos los días las lavadoras y de doblar la ropa cuando estuviera seca… Todas nos moríamos de envidia de tal regalo. De verdad que esas cosas son más valiosas que un diamante. De ese tipo de detalles que tienen los supernumerarios hablaba la vez pasada).

Dime si no es una injusticia enorme que tu directora, que es una señorita que duerme tranquilamente sin bebés llorones, ni niños que se enferman y se ponen peor en la noche; que no se tienen que angustiar porque se te olvidó comprar huevos y a ver que les das de desayunar, que además no tiene ni que salir de su casa para la Misa y todas las normas las hace en la comodidad y silencio de un Oratorio, que no se echa un pleito con el marido porque se le olvidó ir a pagar el recibo del teléfono y que no tiene que preocuparse por preparar desayuno comida y cena porque todo le hacen y su único trabajo es hacerle la vida miserable a las supernumerarias que tiene bajo su cargo (porque nunca me tocó una directora que trabajara en otra cosa que no fuera el consejo local), te eche una bronca espantosa porque llevas varios días rezando el Rosario a medias. Yo sé que cuando pedimos la admisión nos comprometimos a hacer las normas y a dejarnos dirigir, pero ¿es justo que te dirija alguien que no tiene ni la más remota idea de lo que es tu vida? ¿No sería mejor que te dirigiera otra supernumeraria que al menos sabe de lo que se trata?

Hace poco Class dijo que un numerario o un sacerdote había estudiado y escuchado (más bien) lo suficiente como para poder dirigir a un casado, e hizo la comparación de que un oncólogo puede curar un cáncer sin haberlo padecido nunca. Mediterráneo se encargó de contestar a semejante disparate. Yo sólo puedo añadir, que si cada persona es un mundo, imagínate lo que es cada pareja. Sería humanamente imposible, incluso para un supernumerario entender del todo los problemas que vive otro supernumerario solamente por la cantidad de variables que pueden existir de una pareja a otra. Yo no me atrevería ni a pensar en poder aconsejar a una numeraria, sencillamente porque aunque conozca su vida al derecho y al revés, yo nunca he vivido lo que ella. Por más que me cuente no tengo ni una idea aproximada de lo que se siente haber renunciado al amor humano y a la maternidad, por poner algún ejemplo.

Otro caso similar es el de los numerarios que creen que por haber escuchado miles de charlas de supernumerarios, saben todo sobre el amor humano… y con esa ilusión salen algunos y no hacen más que fracasar en todas las relaciones amorosas que tienen porque piensan que todo se tiene que ajustar a lo que escucharon durante tantos años sin tomar en cuenta que ni ellos son supernumerarios ni las parejas que se ligan son de Casa en la mayoría de las ocasiones. Y de verdad, las personas que nunca han tenido nada que ver con el Opus Dei NO nos entienden y es muy difícil que lo lleguen a hacer a menos que con toda sinceridad les expliquemos por lo que hemos pasado y eso es algo que la mayoría de nosotros no es capaz de hacer. Y aún que se le explicara a la nueva pareja por todas las vicisitudes que hemos pasado, lo más probable es que no entiendan para nada lo que les estamos diciendo. Yo conozco muy pocos casos en que el que salió se casó o se juntó con alguien que nada tenía que ver con la Obra y han conseguido tener una relación de película. Se trata de casos aislados que han funcionado porque de verdad se encontraron dos almas gemelas que se aman incondicionalmente.

Pongo un ejemplo: a mí me contaron miles de veces lo que se sentía tener un hijo, y yo me sentía experta en el tema… hasta que nació mi primer hijo y me di cuenta de que todas las explicaciones que me habían dado se quedaban cortas y nunca se ajustaban del todo a lo que era en realidad. Así pasa con esto.

¡Qué raro! Ya me largué a dar vueltas por los cerros de Úbeda, ¡perdón!

Otro tema muy delicado, es la sexualidad de los supernumerarios. Esta nunca concierne sólo a los dos miembros de la pareja. En ella están involucrados los directores y los curas: que quede bien claro que el sexo está ordenado a la procreación. Nunca escuché decir, que el acto sexual se tenía que tomar como una actividad recreativa, lúdica, de compenetración con la pareja, o simplemente como una demostración de amor profunda. El interés por la vida sexual de los supernumerarios por parte de algunos sacerdotes y algunos directores siempre me pareció indiscreto, fuera de lugar y muy incómodo. Muchas veces este interés parecía incluso obsesivo. Un sacerdote en especial me resultaba de verdad perturbador porque te preguntaba hasta por los detalles más íntimos de tu vida sexual. Un día tuve que decirle que me molestaban mucho ese tipo de preguntas (valiente que es una) porque me preguntaba que cómo me vestía para seducir a mi marido –¡viejo entrometido!- y no volvió a las indagaciones jamás… pero ¿cuántas se habrán atrevido a pararle los pies?

A las directoras lo que más les interesa de tu vida sexual es que no quedes embarazada al ritmo y frecuencia que ellas piensan que debes de contribuir a la explosión demográfica del mundo. Les da igual si quieres o no, el tema de la familia numerosa no está abierto a debate. Si no quedas embarazada cuando según ellas ‘deberías’ estarlo, te hacen un interrogatorio como de la KGB, y sólo cuando están convencidas de que no estás haciendo trampa (la única trampa que hacíamos las pobres supernumerarias era usar el ritmo, el método Billings o un aparato que te avisaba sobre tus días de ovulación para que mantuvieras las aproximaciones amorosas del esposo a raya, no nos atrevíamos a más), entonces se compadecían de ti y te recomendaban rezos y novenas y lo dejaban por la paz. Si te acusabas de estar evitando un nuevo embarazo, te caía tal sermón encima que casi que ese mismo día hacías cuanto estaba en tu mano para quedar embarazada. Muchas supernumerarias han tenido que pasar por histerectomías. A veces se debe a la cantidad y frecuencia de los embarazos que el útero queda en muy mal estado, cuando esto sucede, es una bendición y un alivio para ellas que aunque tienen que pasar por esa intervención quirúrgica, porque eso significa NO MAS BEBÉS sin hacer trampa. Es dramático pensar que haya mujeres que recen para necesitar una extirpación de útero porque es la única manera en la que no quedarán embarazadas cada año. La recomendación entonces es, que tú nunca y por ningún motivo des a entender que quisieras tener sexo, que te esperes a que el marido te pida el débito conyugal y la rutina de siempre: que no se note que lo estás pasando bien, no le toques nada y todo el jolgorio en posición misionera.



Tenía pensado escribir sobre cuando los supernumerarios se quedan sin pareja, pero creo que dejaremos el tema para más adelante. Creo que es más importante ampliar sobre el tema de las familias del Opus Dei tal como comentó Class hace unos días.

Cuando uno crece en una familia 100% opusina, pareciera ser que las cosas son más fáciles y para nada es así. Esta web está llena de testimonios desgarradores de ex miembros hijos de familias pro Opus Dei, sin ir más lejos hace muy poco Solitudinenos contó sobre ello…

Había una frase, que no recuerdo la cita textual pero decía algo como que si habías educado a tus hijos para ser buenos cristianos, lo lógico es que Dios te pidiera a algunos para el Opus Dei. Esa nos la repetían con mucha frecuencia. Afortunadamente yo despité cuando mis hijos no daban ni la menor traza de tener el más mínimo interés en el Opus Dei, y todavía les quedaban algunos años para que la Obra los diera como casos perdidos, así que no me daban mucho la tabarra con eso. Pero había otras a las que verdaderamente se traían por la calle de la amargura con el tema.

Una me contó en la charla que la directora del consejo local le había recomendado hacer que la hija (pitable) cortara con el novio para que fuera más fácil la labor de convencimiento. Así se las juegan estas buenas mujeres. No les importa nada más que conseguir vocaciones para la prelatura llevándose entre las patas a todo el mundo (igual es con el dinero). Lo peor es que mamá supernumeraria, cuando pitaba el hijo o la hija se ponía como loca de la felicidad. Es bien sabido que las supernumerarias madres de numerarios suben un escalón… y generalmente se les sube tanto a la cabeza que se sienten haz de cuenta Santa Mónica, que gracias a su oración y mortificaciones el hijo ya se ganó el cielo, cuando en la mayoría de los casos lo que terminan ganando esos pobres es una depresión de pronóstico reservado. Me tocó conocer muy de cerca casos en los que el hijo numerario despitaba y los padres supernumerarios literalmente los repudiaban. A una la escuché decir que prefería a un hijo muerto a que perdiera la vocación. No hay que espantarse, sabemos bien que en el Opus Dei es muy fácil padecer de enajenación mental profunda por temporadas.

Hay que hacer notar que los miembros (tanto numerarios, como agregados y supernumerarios) cuyas familias no pertenecen a la Obra, los ven como ‘pobres criaturas’, y es lógico que eso suceda, sólo los miembros del Opus Dei están destinados a la salvación, los otros a lo mucho alcanzarán el purgatorio y por eso se reza por ellos. Y exactamente como lo dice Class, todas las familias que son fieles de la prelatura se convierten en unas desarraigadas porque dejan de sentirse parte de su estirpe si los demás no comulgan con sus creencias y normas y pasan a formar parte de la familia con lazos más fuertes que los de la sangre. Ya sabes, esa familia que cuando decides bajarte de su carro no te vuelven ni siquiera a mirar, ya no digamos a hablar o a interesarse por lo que fue de ti.

Me tocó ver cómo hermanos ‘de sangre’ apartaban de su vida, completamente y sin remordimiento alguno a otro hermano porque éste había decidido vivir en pecado. Lo eliminaban de sus celebraciones y de su vida como quien elimina una silla vieja, sólo porque el hermano había decidido vivir en unión libre con alguien, o se había divorciado y vuelto a casar. Me tocó ver cómo hacían lo mismo con hermanos homosexuales, o hermanas madres solteras… Como digo siempre que puedo, la caridad en el Opus Dei no la conocen ni por referencia.

Pero eso sí, don José María quería a sus hijos con corazón de madre, de padre y de abuela porque los había engendrado con dolor y con el corazón (no entiendo cómo se atreven repetir esa burrada)… Como madre, padre y abuela resultó ser una birria el hombre, porque amenazar con el rejalgar a quienes decidían irse y no volverse a preocupar en lo más mínimo por ellos no es algo que haga una madre… es más, no es algo que haga cualquier ser humano con el más mínimo sentido de justicia.

Creo que aquí debo parar, mientras escribo voy cogiendo un cabreo fenomenal. La próxima vez espero no ponerme de tan mal humor.


Los dineros de los supernumerarios.

Primero que nada, pido una disculpa por la tardanza en seguir escribiendo esta serie. Apenas me estoy reintegrando a la rutina normal y tengo los tiempos todos descuadrados y no me da tiempo de nada.

El tema económico en las supernumerarias casi siempre es motivo de quebraderos de cabeza. La excepción de ello es cuando la supernumeraria es millonaria y esposa de supernumerario. En caso contrario, el tema de los dineros suele ser motivo de angustias y pleitos...

La aportación mensual es punto menos que sagrada. El monto SIEMPRE tiene que ir en ascenso, pobre de ti como entregues menos de la cantidad que solías dar porque te cae una corrección fraterna y un sermón acerca de la generosidad. No importa si perdiste el trabajo, lo perdió tu marido, hubo alguna emergencia en la que se tuvo que invertir mucho dinero… a las directoras eso les importa un bledo, tú das GENEROSAMENTE la aportación y no hay más que hablar. Una directora solía decir, que en cuanto al monto de la aportación, había que dar hasta que duela(cada vez que recuerdo estas cosas me concientizo más de la cantidad de dementes que hay ahí dentro… ¡Y pensar que uno formó parte de esa locura!).

Problema grande es cuando el marido no es de Casa. A ningún hombre le parece que el dinero que le da a su mujer para los gastos de la casa, de los hijos y de ella misma, se repartan también con el Opus Dei.

Durante un tiempo me tocó una directora que había estudiado para contadora, y quería ejercer su profesión con las supernumerarias. En la charla indagaba con obstinación y sin escrúpulo los ingresos que tenía cada supernumeraria y diseñaba un presupuesto que era siempre miserable para los gastos personales de la mujer en cuestión y exageradamente generoso en cuanto a las aportaciones a la Obra. Si percibías un sueldo, te pedía incluso tus recibos para calcular mejor el presupuesto. Insistía en que lo primero era la Obra y después tu familia. Causó tanto malestar en tan poco tiempo, que la tuvieron que cambiar de centro por la cantidad de quejas que había sobre ella.

Se les insiste a las supernumerarias tanto que casi se les obliga a inscribir a sus hijos a colegios de la Obra que por lo menos en México, no son nada baratos. Conocí muy de cerca casos en los que los supernumerarios hacían esfuerzos fuera de toda proporción para mantener a sus hijos en esos colegios. Podría parecer lo contrario, pero para una familia opusina normal, era casi imposible conseguir una beca para sus hijos… eso sí, me tocó saber de una familia de Casa con mucho dinero a quien le becaron a algunos de sus hijos, porque “el pobre ayuda tanto en el patronato y dona tanto para las actividades apostólicas”… y esto no me lo contó nadie. Por ciertas circunstancias estuve presente cuando con todo cinismo solicitó las becas, cuando se las concedieron, y cuando el mandamás dijo esas palabras.

Es odiosa la manera en la que te machacan el tema de la generosidad en la Obra, para todo tienes que ser generosa: para dar tu tiempo, tu dinero, tu trabajo, para tener hijos, para prestar tus cosas… pero como siempre, la generosidad es nada más de aquí para allá, porque la Obra dar, no da nada, en cuanto te descuidas te quita lo que puede. El Opus Dei, lo único que hace con generosidad es exprimir a sus miembros hasta la última gota.

La cuestión de retiros y convivencias es otra fuente de tormento supernumeraril. Tienes que ir quieras o no a la convivencia y al retiro. Sólo en casos extremos los podías hacer ‘abiertos’-o sea, que se hacen en la ciudad donde vives y duermes en tu casa-, pero para que te dejaran hacerlos así, casi casi que tenías que ir conectada a la manguera del suero y a un tanque de oxígeno o en silla de ruedas. De otra manera, no te quedaba de otra más que gastar un dineral dos veces al año para mostrar tu obediencia, tu buen espíritu y tu enajenación mental y organizar el jaleo semestral que implica largarte una semana a encerrarte a una casa de retiros dejando casa, marido, hijos y demás lo mejor organizados posible (rogando a Dios encontrar a tu regreso casa, marido, hijos y demás sin demasiadas averías) para que se note tu buen espíritu y no te atormenten aún más.

Muchas veces escuché decir que una casa de retiros del Opus Dei es el equivalente a un hotel de 5 estrellas. Quizá sea para numerarios y numerarias. Seguramente lo dijo alguien que nunca ha estado en un hotel de esos. Como yo sí he estado, puedo decir que las casas de retiro a lo mucho, y echándole la mejor de las intenciones, llegará a hostal de dos estrellas. O sea que mejor lo dejan de decir porque en un hotel por sencillo que sea, te hacen la cama y no te despiertan a campanazos a las 6:30 a.m. para que te comiences a preparar para la jornada tipo competencia “Ironman” de la fe que te espera a lo largo del día.

También se presume de la comida extraordinaria que te dan en esas casas y también es una exageración decir eso. La comida es rica, pero son platillos súper normales. A mí nunca me dieron nada que pueda calificar de comida tipo gourmet. Aunque el precio de la semanita te lo cobren como si de verdad se tratara del hotel Waldorf Astoria de Nueva York y las comidas fueran como de L’Orangerie de París. Lo más desagradable era que todavía ni acababas de instalarte bien y ya venía la directora a cobrarte, quizá piensan que te vas a escapar en medio de la noche para no pagar. Eso además de pésima educación es de un mal gusto escandaloso.

No recuerdo bien si alguna vez conté los motivos por los que me largué de Casa. Un tema económico en particular fue el que me puso en la puerta de salida (y la gota que colmó el vaso fue ver el mal trato de una numeraria hacia una auxiliar). El caso fue, que hace como 10 años, al que era entonces el Consiliario (ahora es nada menos que el Vicario para todo el país), se le ocurrió la brillante idea de utilizar unos terrenos que alguien había donado para hacer un hospital universitario, en una de las zonas más nuevas y elegantes de esta ciudad, para hacer un mega edificio a todo lujo que albergara la Comisión, la Asesoría y todas las demás oficinas-casas-centros de los que mandan más que nadie. Como ‘en Casa’ ya se sabe que no nos andamos a medias tintas ni con miserias para que nada desdiga del cargo y la posición que ocupamos, evidentemente no se podía hacer una construcción más o menos, tenía que ser lo más de lo más, y ¡anda ya! Que llegamos un día a círculo y nos recibe la dire con la pantalla encendida para presentarnos un Power Point de lo más profesional en el que se explicaba la magnitud de la construcción y el “tanto bien que haría a las almas”. Claro que esas almas a las que se haría tanto bien eran las de los directores, directoras y la crema y la nata numeraril mexicana, no creamos que se hablaba de otras almas. Después de ver que se pretendía construir algo más parecido a un palacio moderno con todo tipo de lujos y comodidades, se nos notificó que a cada quien le tocaba dar la cantidad de 2,000 dólares para costear aquel elefante blanco. No sólo eso, la directora nos explicó todas las maneras posibles para conseguir los dos mil dólares: podías hipotecar tu casa, pedir un préstamo al banco, vender las joyas de familia… y una cantidad de disparates que prefiero no recordar.

En esa época, muchas supernumerarias de mi región y en especial dos de mi círculo, estaban pasando las de Caín económicamente hablando. Yo misma no estaba en condiciones de desembolsar esa cantidad de dinero… y como loca no estoy y de tonta no tengo un pelo, tampoco iba a hacer alguna de las estupideces temerarias que proponía la directora aquella. ¡Total! Que acabando las Preces salí de aquella sala como alma que lleva el diablo (tal cual), no daba crédito a ese abuso descarado, y al llegar a la portería me encuentro con una pobre auxiliar toda acongojada y a una numeraria (insufrible la mujer) regañándola casi a gritos porque el felpudo de la puerta estaba mal acomodado.

Yo suelo ser bastante ecuánime la mayoría de las veces, pero cuando se me acaba la paciencia… ¡Dios mío! Es como pisarle un callo al demonio. No pude más y la explosión fue horrible. Dije lo que me brotó del alma, abrí la puerta, salí y azoté aquella puerta con todas mis fuerzas… y nunca más volví.

Dicen en mi pueblo, que “Tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe” y si, me rompieron la paciencia.

La verdad es que a partir del momento en que dejé el Opus Dei, milagrosamente el dinero no es que me haya comenzado a sobrar, pero me era mucho más fácil llegar a fin de mes sin agobios y comenzó a alcanzarme para darme gustos que antes ni se me hubieran ocurrido.


Los dineros de los supernumerarios supermillonarios.

En la Obra, es horrible decirlo, pero vales por lo que tienes, por lo que puedas dar, por el beneficio que puedan sacar de ti. En Casa, como en casi todas partes, los privilegios tienen un precio.

Mucha gente cree que el Opus Dei en México está conformado por personas de la alta sociedad con mucho dinero, y la verdad no es así. Hay algunos, pero son más bien pocos. Eso sí, les hacen tanta publicidad que cualquiera diría que son las estrellas del espectáculo.

Hay tres tipos de supernumerarios riquísimos en la Obra: los nuevos ricos, los ricos manipulables y los ricos solitarios. Creo que lo que más abunda es los nuevos ricos, más que los otros...

Los nuevos ricos son ese tipo de personas cuya familia se hizo de una gran fortuna y aprendieron a comportarse como gente bien, pero necesitaban algo que los respaldara y los validara porque la alta sociedad mexicana es muy muy cerrada y nunca termina de aceptar abiertamente a familias que no puedan presumir de que su fortuna data desde los tiempos del Porfiriato. El ser del Opus Dei les daba el estatus que buscaban, y la Obra les dora la píldora (que en eso son profesionales) y los hace sentir como príncipes, princesas, duques y condes, pero todo tiene un precio. Para pertenecer a la aristocracia opusina tienes que desembolsar grandes cantidades de dinero, aparentar ser muy de Casa y dejarte manipular.

Los ricos manipulables son aquellas personas que sí pertenecen a la alta sociedad y sus fortunas son de varias generaciones, pero son piadosamente imbéciles. Yo sé que es una etiqueta muy dura, pero es así. Se trata de personas extremadamente mojigatas que encuentran en Casa el perfecto caldo de cultivo para expandir su misticismo visceral y fanático y no se detienen a pensar ni por un minuto en nada que no sea ganarse el cielo al precio que sea, y como el Opus Dei lo que vende es la salvación, pues negocio redondo, ellas tienen con qué comprarla. Se trata de personas que al nunca haber tenido una preocupación real, no reflexionan ni un minuto, su único objetivo es ir al cielo directamente cuando mueran, y en la Obra les dicen que además de ir al cielo, podrían incluso llegar a ser canonizados, ¡ya te imaginarás lo que es aquello! O sea, como se dice en mi tierra: se juntan el hambre con las ganas de comer.

Los ricos solitarios son eso: personas solas que encuentran algo de compañía en el Opus Dei. Y la Obra los trata con miramientos y con celo exquisito, porque de ello depende que cualquiera quede excluido del testamento.

Una cosa sí hay que reconocerle a la Obra, se lo curran para conseguir los dineros. Nunca he visto personas más serviles que las directoras cuando tienen que pedir lo que sea a las ricas. Es de una hipocresía escandalosa.

Una de las familias ricas más conocidas del Opus Dei en México, es muy rica, pero rica de dos generaciones para acá. Pues bueno, esa familia tiene la particularidad de que TODOS sus miembros pertenecen al Opus Dei como supernumerarios (la mayoría de ellos) o como numerarios. Podríamos decir que pertenecen al grupo de nuevos ricos ya pulidos. Todos sus miembros son monísimos, educadísimos, mojigatísimos y muy de Casa. El abuelo y su mujer supernumerarios de los de las primeras hornadas en México padres de muchísimos hijos. Cuenta la leyenda de que por cada nieto que trajeran al mundo, los hijos recibían un millón de dólares, quizá por eso, las hijas y las nueras son madres por lo menos de 9 o 10 retoños. Bueno, pues esta familia de verdad que parte el queso en el Opus Dei región Ciudad de México y ves a las directoras deshacerse en halagos con las mujeres de la familia. La verdad es que ellas (las mujeres de esa familia) son todas muy buenas y encantadoras personas, de esas que además no le dan a la Obra grandes problemas. Y seguramente, mientras exista la Obra, todos los de esa familia seguirán pitando, porque ya no lo hacen ni por convicción, lo hacen por tradición. A las hijas las educan para ser supernumerarias y así me lo dijo tal cual una de ellas: que ella educaba a sus hijas para ser excelentes esposas, excelentes madres y excelentes supernumerarias y se le llenaba la boca de orgullo al decirlo. Ser de la Obra es lo que les da el sentido de pertenecer a un sector exclusivo de la sociedad y ni locos se van a salir de ahí. Sería como decirle a los nobles de Europa que dejaran de pertenecer a la aristocracia. Esta misma familia sale de cuando en cuando en los periódicos, pero no precisamente en la sección de sociales, más bien en notas algo desagradables pues desde el sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) se han visto involucrados en casos de corrupción. Eso que desde luego NO se puede comentar dentro de Casa en voz alta, incluso sé de muy buena fuente, que el Opus Dei ha puesto todos los medios que tenía a su alcance para que esas noticias no hicieran demasiado ruido y pudieran pasar desapercibidas lo más pronto posible. La familia está demasiado vinculada a la Obra. No conviene que se sepa nada malo de ellos.

El caso de los ricos solitarios es verdaderamente dramático. Cuando se enteran en Casa de un caso así: señora-millonaria-mayor-sola, mueven cielo mar y tierra para acercarse a esa persona y comienzan a tejer la telaraña que las ha de atrapar. ¿Cómo las atrapan? Es muy sencillo, se comienzan a meter en sus vidas hasta hacerse imprescindibles. En la Obra te enseñan –sin que casi te des cuenta- a ser un gran psicólogo y a leer las necesidades de los demás, lo que pasa es que eso no se utiliza para ayudar a los que están dentro, sino para atrapar a los que están fuera. Como que no quiere la cosa, comienzas a aprender tácticas para convencer a la gente. Ahí dentro, le dicen gracia de estado. Yo le digo, hacerte experto en técnicas de lavado cerebral.

A las supernumerarias ricas, se les hace la vida fácil, se les perdonan todos los errores, se les cuida con exquisitez y mimo. Y en justa retribución, estas supernumerarias suelen ser dóciles, entregadas y sobre todo, muy generosas. Vaya, son el matrimonio perfecto: los dos nos necesitamos y vamos a hacer de esto algo convenientemente agradable. Honradamente, no sé de ninguna supernumeraria de las ricas riquísimas que haya despitado. Ellas pertenecen a un grupo aparte.

Eso sí, no sé de ninguna supernumeraria millonaria que su marido no sea de Casa, entonces, lo tienen muy resuelto. Incluso el marido se siente algo así como en Pater Non Plus Ultra porque su dinero ayuda en las labores de las dos secciones.

Espero Class, que esto fuera lo que querías que explicara.

En cuanto a opinar de los matrimonios que comentas, mira, a estas alturas yo lo que creo es que NADIE más que los miembros de la pareja pueden opinar respecto a esa pareja. Aquí se dice que: “Sólo las ollas conocen los hervores de su caldo” y curiosamente, en cuanto comenzaron a ponerse de moda los psicólogos de pareja, las terapias de pareja y los retiros de pareja, los divorcios en todo el mundo comenzaron a incrementarse. Por eso, yo a las parejas que me lo preguntan, la verdad es que les aconsejo que se vayan solos un fin de semana a encerrarse en un cuarto a decirse de todo, y a hacerse el amor hasta el cansancio. Es lo único que resuelve los problemas en una pareja. Todo lo demás sólo lo pone peor.

Y eso de los “consuelos” de la vida matrimonial, no te creas Pepito, ya dije hace poco que casi que es mejor vivir en el celibato numeraril que en el matrimonio opusino. Ya escribiré sobre el tema. La gran mayoría (por no decir que la mayoría absoluta) de los miembros casados, tienen matrimonios caóticos. Tanto que ni te imaginas la cantidad de matrimonios que rompe el Opus Dei.


No sé cómo ponerle de subtítulo a este escrito, no importa, tampoco es imprescindible hacerlo. Esta vez quiero escribir sobre los motivos que empujan a las supernumerarias a abandonar la Obra.

En todos los casos que conozco, incluyendo evidentemente el mío propio, el proceso de salida siempre es proporcional a la cantidad de años que pasaste dentro: mientras más años llevas, tardas más tiempo en decidirte a salir. También influye mucho la edad que tenías cuando entraste, mientras más años tenías cuando entraste, menos tiempo te toma decidirte a salir…

La salida en las supernumerarias es igual de traumatizante que en cualquier otro miembro. No conozco ningún caso en el que la que se va, no haya pasado por un proceso dolorosísimo para tomar esa decisión, y tampoco sé de ninguna que al salir se haya quedado tan tranquila y contenta. Salir de la Obra para nosotros significa lo mismo que para los numerarios o los agregados o las numerarias auxiliares: angustia, miedo, sentimiento de que hemos fracasado, remordimiento de conciencia…¡un verdadero horror!

Antes de proseguir, quiero dejar clara una cosa: los supernumerarios NO tienen una vida más fácil, ni más cómoda, ni más libre que cualquier otro miembro del Opus Dei. Es más, puedo asegurar que la salida de un supernumerario no sólo lo afecta a él como sucede en el caso de un numerario, o de un agregado. Es como una onda expansiva que afecta al resto de su familia y a su círculo de amistades. Un numerario y un agregado está mucho más protegido, casi la totalidad de sus amistades son de la Obra o están muy cercanos a ella. Por lo menos en mi época, ninguno podía tener amistades que con las que no se hiciera proselitismo. Entonces, al salir, tienen que comenzar de cero. Un supernumerario es diferente, porque al estar un poco más relajado el control de las amistades, la mayoría tenemos amistades de todo tipo: casuales, íntimas, para hacer proselitismo, etc. Cuando sales, no necesariamente las pierdes, pero es muy humillante decirle a las personas ante quienes defendiste a capa y espada y con uñas y dientes a la Obra que te equivocaste en la aventura y fracasaste estrepitosamente y que todo cuanto les dijiste a cerca del Opus Dei era una vil mentira. Un numerario al salir, generalmente lleva tanto tiempo alejado de su familia que tiene que restablecer de nuevo los vínculos, pero por regla general no se lleva a la familia entre las patas (a menos, desde luego que su familia sea del Opus) porque su proceso de salida lo llevó el numerario o el agregado estando aún dentro. En el caso de los supernumerarios, el proceso de salida se pasa en la casa de uno, con la mujer (o el marido) y los hijos, viendo como papá (o mamá) se rompen completamente ante sus ojos. Porque ese proceso te deja hecho añicos.

¿Cómo comienza el proceso de salida de una supernumeraria?

Hablaré de mi caso en particular, porque es el único que conozco con todos sus matices.

Pasé demasiados años sometida a la institución que te regula la vida milimétricamente hasta que poco a poco ese control estilo nazi me comenzó a asfixiar y yo creo que cuando comienzas a sentir esa asfixia, tus sentidos se ponen más alertas y poco a poco te vas dando cuenta de la realidad. Yo lo primero que noté fueron las injusticias, pero no las cometidas conmigo, sino las que cometían con las demás. Me molestaba de sobremanera el estilo soberbio y prepotente de la mayoría de las numerarias, ya sabes, ese tono que utilizan como si de verdad fueran las intérpretes particulares de los designios de Dios. Tampoco soportaba ver la manera en que trataban con total menosprecio a quienes consideraban inferiores a ellas: numerarias auxiliares, agregadas y supernumerarias pobres, o que eran señoras totalmente normales que ponían lo mejor de sí para sacar adelante las labores encomendadas. Me comenzó a molestar que me quisieran controlar en todo. Lo decía en la charla y siempre terminaba siendo yo la culpable por mi falta de generosidad, o cuando me tocaba una directora más consciente, me decían que procurara descansar porque me encontraba alterada. O sea, nunca en todos los años que pase por ahí, ninguna directora (y me tocaron algunas muy buenas, de verdad), se solidarizó conmigo. Siempre la del problema fui yo y nunca la institución.

Al mismo tiempo, los problemas en mi matrimonio comenzaron a tomar fuerza. Yo me casé con un señor con el que me divertía mucho y me caía muy bien, pero enamorada, lo que es estar enamorada, la verdad es que no lo estaba. Me casé por la presión que ejercían en mí. Yo tenía 24 años y no tenía la más mínima intención de casarme aún. Llegó un momento, en que preferí obedecer a que siguieran atormentándome, y casi casi le puse un ultimátum al padre de mis hijos para casarnos. Él, casi 8 años mayor que yo, tampoco tenía nada de ganas de casarse. Le gustaba demasiado la fiesta y la vida en libertad, pero accedió y nos casamos 2 meses antes de mi cumpleaños 26. A los 30 años yo tenía 3 hijos, un marido que seguía viviendo como cuando estaba soltero y una depresión formidable gracias a que estaba viviendo una vida que no me gustaba nada. Lo único que me sostenía eran mis hijos, tan pequeñitos, tan desprotegidos. Gracias a ellos no terminé en un manicomio, eran lo único que me mantenía con los pies sobre la tierra. Siempre he tenido muy claro, que lo primero son mis hijos, antes que nada tenía que ver por ellos y estar con ellos en las mejores condiciones posibles. Mi matrimonio se comenzó a hacer insoportable porque él más que una esposa, quería una compañera de diversión y eso, la Obra lo veía muy mal. Él siempre me dijo que quería tener hijos, pero convenientemente espaciados. En el lapso de 4 años yo ya tenía 3 hijos y las cosas se comenzaron a poner muy mal cuando directamente le dije que yo no iba a utilizar ningún método anticonceptivo y que tendría todos los hijos que Dios quisiera. Decidimos que dejaría de trabajar para dedicarme a cuidar de mis hijos, y que él me daría todo cuanto necesitara… pero le molestaba de sobremanera que mucho del dinero que él me daba lo entregara yo a la Obra. Él con toda razón me decía que no trabajaba para el Opus Dei, y comenzó a revisarme los gastos con lupa. Y como él no estaba dispuesto a llenarse de hijos (viene de una familia numerosa, y aunque nunca les faltó nada, él siempre pensó que una familia más bien pequeña era lo ideal, siempre echó en falta más atención para él solo), pues sencillamente dejó de buscarme… y fue a buscar la diversión que quería en otros lados.

Cuando la menor de mis tres hijos mayores comenzó a ir al jardín de niños, la Obra decidió que era buen momento para que yo me reintegrara a la vida laboral y de paso, aumentara el monto de mi aportación y de mis donativos “voluntariamente forzosos”, y me comenzó a llenar de trabajo y de encargos. Mi día comenzaba a las 5:30 de la mañana (había que comenzar pronto para cumplir con todas mis obligaciones) y terminaba a las 11:00 de la noche cuando ya no podía más y literalmente, me metía a la cama ya dormida. Mido 1.72 mts. Y en ese entonces pesaba 54 kgs. Nadie me creía que había tenido 3 hijos, y en Casa se maravillaban del estupendo metabolismo que tenía cuando en realidad tenía una anorexia nerviosa de miedo, porque comer, comía muy bien, pero no subía de peso con nada. La depresión llegó a tal grado, que me caía desmayada sin motivo aparente. Después de todo tipo de estudios médicos, se me diagnosticó con una depresión severa. Mi familia nunca ha tenido nada que ver con la Obra, y vengo de familia de médicos, en especial psiquiatras, desde luego que me llevaron con el discípulo más querido de mi abuelo (que fue un psiquiatra muy reconocido en México).

En cuanto en Casa se enteraron de eso, me comenzaron a atormentar con que yo tenía que ir con quien ellas me dijeran, cuando le comenté eso a mi familia, la presión a la que yo estaba sometida era de terror, por un lado la Obra que insistía en que debía de obedecer las instrucciones de las directoras, por otra parte mi familia que me insistía en abandonar el Opus Dei, y un marido cuyo rechazo era cada vez mayor porque según sus propias palabras: “no tenía una esposa, sino una monja sin hábito en casa” y yo con una depresión severa.

El caso es, que un día, tuve una convulsión que me duró varios minutos. El drama fue que eso sucedió un sábado con media familia comiendo en mi casa. Dos días internada en el hospital para todo tipo de pruebas neurológicas y el diagnóstico: dejen en paz a esta pobre mujer que está en un estado de ansiedad y angustia para matar a cualquiera. Recuerdo perfectamente que cuando estaba en mi habitación del hospital en algún momento que me dejaron sola, dije: ya me cansaron todos y se van a ir a la… (una palabrota que utilizamos en México) y así se los hice saber. La verdad es que yo llevada a límite, no soy nada agradable.

Las de mi consejo local no dejaban de llamarme para irme a visitar, y les dije que no podía recibir visitas. A mi familia le puse un límite: me dejan de fastidiar o se van al carajo, y al marido le dije que hasta ahí habíamos llegado, que se largara cuanto antes de la casa porque no lo quería ver ni en pintura. No se fue, me dijo que no lo podría echar bajo ningún motivo y fui yo la que se cambió de habitación y durante los próximos 5 años dormí con mi hija.

Después de unas semanas las cosas se tranquilizaron. Accedí a recibir a la directora que me llevaba la charla. Llegó muy mona con un pastel de nuez y deshaciéndose en cariños y arrumacos. Yo le dije que no volvería por ningún motivo. Me juró por todos los santos del cielo que las cosas cambiarían, que reconocían que se habían excedido conmigo y me trajo una carta de puño y letra de la directora de la Asesoría (que aún conservo en algún lado) en la que decía que rezaban por mi recuperación y que esperaban que regresara pronto bajo mis condiciones. Hasta la fecha, nunca he entendido el porqué del interés de la Obra en mantenerme en sus filas. Creo que a partir de ese momento, me volví una supernumeraria demasiado rebelde porque comencé a ir a la mía.

Después de esa crisis, las cosas parecían ir mejor. El padre de mis hijos y yo, aparentábamos tener un matrimonio normal… los fines de semana. Todos los demás días, él llegaba a las tantas y dormíamos en cuartos separados. La verdad es que era una solución cómoda y comenzamos a tratarnos como amigos y como amigos nos llevábamos muy bien. En la Obra me soltaron la rienda un poco y yo pude recuperarme de la depresión con ayuda de un excelente médico al que le agradezco en el alma la paciencia y el cariño con el que me sacó de ese pozo profundo en el que estaba metida. Pero fue un proceso muy largo. Un año y medio tomando un coctel de antidepresivos, ansiolíticos y anticonvulsivos, acompañados de dos sesiones de psicoterapia a la semana, y otro año y medio para quitarme todos los tratamientos poco a poco. Aquí quiero hacer un paréntesis. La depresión NO se cura sólo con pastillas, es importante la psicoterapia y un régimen de vida en el que se incluye la alimentación, las distracciones, ejercicio, etc. El tratamiento psiquiátrico (tanto el farmacológico como la psicoterapia), se deben de ir quitando poco a poco, de lo contrario, el brote depresivo no queda nunca del todo sanado). Durante esos tres años, debo de reconocer que en Casa se contuvieron un poco. No me llenaban de encargos apostólicos y me enviaron a un centro de supernumerarias mayores que se dedicaban a mimarme tanto como yo a ellas. Yo era como la nieta de todas y ellas eran como mis abuelitas y de verdad que estaba muy feliz de estar allí. El consejo local de ese centro estaba compuesto por mis directoras favoritas y todo era miel sobre hojuelas… hasta que cerraron ese centro.

Mientras tanto, en mi casa las cosas iban más o menos. Todo el tiempo que duró mi tratamiento, la Obra, el marido y mi familia se contuvieron. Desgraciadamente, parece que ese tiempo sólo sirvió para que tomaran fuerza porque los años que siguieron fueron los más duros de mi vida.

Voy a parar aquí este relato, pero seguiré contando mi proceso de salida. Es una promesa.


La vez pasada me quedé en que durante un tiempo, que habrá durado entre 6 y 8 meses las cosas se tranquilizaron un poco con mi marido, con mi familia y en la Obra. Hasta ahora que lo estoy escribiendo me doy cuenta de que entre tres fuerzas igual de potentes tiraban de mi hacia ellas para someterme a su voluntad. Es como de película de terror...

El problema con mi familia era que ellos son católicos de esos que cumplen con los sacramentos ‘sociales’, pero nada más. Hicimos la Primera Comunión únicamente porque mi abuela paterna se empeñó en que la hiciéramos, si no fuera por ella, nuestra religiosidad hubiera sido nula. Toda la primaria la hice en una escuela mixta, bilingüe y más que laica era atea. Siempre fuimos más cercanos a mi familia materna, y mi madre es una persona increíblemente controladora y manipuladora. No le gustaba para nada que yo fuera del Opus Dei, y menos le gustaba que tuviera más influencia sobre mí que ella. Entonces, cada vez que podía me chantajeaba con todo tipo de artimañas para que lo dejase cuanto antes y se coludía con el papá de mis hijos para presionarme a dejar la Obra. Mis padres se divorciaron cuando yo llevaba como 2 años en el Opus Dei y él se fue a vivir a otra ciudad. Me quedé pues, sin mi defensor de oficio.

Poco a poco, todos volvimos a las andadas, la Obra a llenarme de trabajos y labores apostólicas, mi familia a presionarme por todo y a descalificar todo cuanto hacía (quizá más adelante pueda contarles el motivo de esto) y mi marido comenzó a mostrar la faceta más cruel de un tirano. Primero me dijo que él no volvería a darme dinero que no fuera para mis hijos y para los gastos de la casa. Odiaba con toda su alma que yo destinase parte de ese dinero para entregárselo al Opus Dei. Para los gastos de la casa me daba una cantidad que él consideraba suficiente y debía de entregarle las cuentas con factura. Que si yo quería dinero debía de trabajar. Yo nunca he tenido problema con eso. Trabajar no sólo no me asusta, además me encanta. Así lo dije en la charla, que para la aportación deberían de esperar a que consiguiera un trabajo porque ya no podría echar mano del dinero del gasto de la casa y que todos los encargos apostólicos que me habían encomendado, los deberían distribuir entre las otras supernumerarias ya que yo no dispondría de tiempo para dedicarme a todo eso. No pasaron más que pocos días para que me llamaran para decirme que ya tenía trabajo en un colegio. El trabajo me encantó porque consistía en dar clases en secundaria y en preparatoria y además dar preceptorías. Además, dos veces al mes daría clases de cocina en otra de las obras corporativas. Inocentemente (o estúpidamente) pensé que la revolución me hacía justicia y que ¡al fin! las cosas en mi vida iban a ser más fáciles y yo iba a ser más feliz.

Por esa época también, llegó el momento de que mi hijo mayor entrara a la primaria. El jardín de niños lo hizo en el que su padre decidió. Para la primaria yo dije que quería que fuera al colegio de la Obra y él, mi marido aceptó sin ningún problema. Todo parecía ir acomodándose bien.

Como decía antes, poco a poco y sutilmente, las cosas volvieron a ser lo mismo de malo. Lo grave es que a mí me agarraron desprevenida y muy débil para esa batalla campal que debía librar, porque una de las secuelas de la depresión, de pertenecer a la Obra, de tener una madre como la mía y de tener el marido que yo tenía, es que mi autoestima estaba al nivel no del suelo, más bien del subsuelo… y desafortunadamente, el mal ataca a los débiles.

Creo que no llevaba ni tres meses trabajando cuando el señor con el que me casé, me dijo que si quería tener a la persona que me ayudaba, debía pagar la mitad de su sueldo, porque él no estaba dispuesto a pagar por un trabajo que yo estaba obligada a hacer gratis. La estúpida de mi accedí y cuando lo conté en la charla, la numeraria me dijo que él tenía razón, y que yo debería de esforzarme por cumplir con generosidad todas mis obligaciones, y que ni se me ocurriera rebajar el monto de mi aportación. Que si no me alcanzaba, recortara mis gastos personales… que eran mínimos, porque sólo me compraba artículos de aseo. Ahora sé que eso es violencia de género… ¡y todo lo que me faltaba por conocer sobre el tema!

Mientras tanto, esa cosa a la que yo llamaba matrimonio iba de mal en peor, el señor que era mi marido siempre ha sido aficionado junto con toda su familia a las carreras de caballos, incluso su familia tenía cuadras de caballos de carreras. Nos desenvolvíamos mucho en el mundo ecuestre en general, ya que él fue durante muchos años un jinete de élite. Íbamos al hipódromo bastante seguido, esas eran las pocas veces en las que salíamos juntos porque podía llevar a los niños y a mí me gustaban las carreras. Y claro que apostaba, ir sin apostar es como ir a un concierto con los tapones en los oídos… pero yo apostaba lo mínimo. Nunca perdí las fortunas porque apostaba muy poquito, lo suficiente para divertirme, y por lo mismo, tampoco gané nunca las grandes fortunas. Juro que nunca me pareció que estaba haciendo algo malo, tanto, que nunca se me ocurrió decir que hacía eso en la charla… hasta que un día salió mi fotografía en la sección de sociales de un periódico y ¡la que me cayó! Parecía como si se hubieran enterado que yo bailaba desnuda por las calles. Bueno, fue tanto el drama que hasta me hicieron llorar por la dureza de la corrección fraterna (y eso que nunca he sido de lágrima fácil). Total, que me prohibieron terminantemente ir al hipódromo y cuando le dije al marido que ya no iría con él a las carreras, se puso hecho un basilisco. Ahora entiendo que se convirtiera en quien se convirtió. No lo justifico para nada, pero para él era como si lo engañara con otro. Mi lealtad y mi entrega lo tenía que repartir entre dos y eso, a nadie que no esté en el mismo manicomio que es la Obra, no le gusta nada de nada.

A partir de entonces, me comenzó a dar cada vez menos para el gasto de la casa y creo que como represalia. La recomendación de las directoras fue que seguramente estaba pasando por la crisis de los 40 (él obviamente), y que rezara y me mortificara para que eso pasara pronto. Por otra parte, yo no quería que mi familia se enterara que me estaba faltando un poco de dinero, ya que eso me hubiera puesto a la merced de que quisieran controlar mi vida y yo ya no podía más. La Obra, que presume de ser una madreguapa, encontró la solución perfecta: más trabajo, ahora daría más clases en otra obra corporativa. De verdad que yo ya no daba para más, recuerdo esa época como entre sueños. Estaba agotada todo el día, en lo único que pensaba era en dormir. Recuerdo que después de comer, recogía la mesa y nos sentábamos los niños y yo a hacer la tarea: ellos la de la escuela y yo a preparar múltiples clases. Y sucedió que un día me avisaron que en adelante iría a otro centro porque cerrarían al que yo acudía, y que me quedaría en el que había en uno de los colegios en los que trabajaba.

Nada más llegar, me entero que llevaría la charla con la hija predilecta de Hitler. Perdón por la expresión, pero la tipa más seca, estricta, dura, cruel y mala que he conocido en mi vida. Hasta su expresión era desagradable, tenía cara de retortijón. Con ella nunca quedabas bien, siempre te criticaba todo lo que hacías y lo que decías. Si ya de por sí traía la autoestima muy baja, con ella definitivamente la perdí de vista. Aúnale a eso, que en ese centro acudían supernumerarias que eran las mamás de mis alumnas, y es de no creerse, pero se la pasaban adulándome para que yo tuviera preferencia con sus hijas ¡hazme el favor! Mi único consuelo era el cura, que lo conocía desde que pité y siempre nos tuvimos gran cariño (hasta que salí, después de eso, ni siquiera me dirige la mirada cuando nos hemos encontrado de frente). Lo malo es que padecía de un problema muy serio en la columna, y al poco tiempo lo tuvieron que mandar a descansar porque no soportaba su espalda estar sentado tantas horas… y nos pusieron a un cura joven, que si lo veo en la calle, de verdad que le echo el coche encima, aunque sea nada más para asustarlo. Si la directora era Hitler, este era el Torquemada de la Obra. No te pasaba una, si le decías que llevabas días sin rezar el Rosario, haz de cuenta que le habías contado de un pecado que mereciera la excomunión… no me imagino de verdad si le confesaras un pecado mortal, seguro que te mandaba a la hoguera directamente. Un día se me ocurrió decirle que en Misa me entraba tal sopor (¿Cómo no? Dormía 6 horas al día y ¡no paraba las otras 18!) y me tiró un rollo sobre la pereza tal, que me sentí una verdadera fodonga… y lo curioso es que con aquello de la manera particular de llevar en Casa el sigilo y la discreción, en la siguiente charla con la nume-nazi, ¿qué crees que me pusieron de examen particular?... pues ¡claro! luchar contra la pereza. Si ese par hubieran tenido las neuronas menos obnubiladas, seguramente se hubieran dado cuenta de que lo único que necesitaba era que me mandaran a descansar.

Es un poco difícil recordar todo esto, pensé que ya lo había superado pero veo que aún me duele. Espero que esto sea sanador, y sobre todo, que quede una constancia escrita del cuidado y de la caridad con el que se trata a las supernumerarias en el Opus Dei.

Hasta aquí llego por ahora, pero seguiré contando esta historia.


La vez pasada contaba que mi esposo y yo frecuentábamos los círculos ecuestres. Tanto en las carreras de caballos como en las competiciones hípicas. Lo de las carreras no lo conté nunca porque de verdad nunca vi nada malo en ello. El ambiente del hipódromo era muy familiar. Por otra parte, el padre de mis hijos fue durante muchos años un jinete muy reconocido. Aunque yo nunca me dediqué de lleno a ello antes, cuando me casé, lo lógico era que me dedicara un poco más a la equitación. Todos los fines de semana íbamos al club hípico para que él entrenara, y como no me iba a quedar sentada viendo pasar las horas, comencé a entrenar en la modalidad de dressage. Tampoco nunca me pareció importante decirlo. Para mí era un deporte más…

Tampoco les comenté que hacía senderismo y que nadaba dos veces a la semana por recomendación médica. Yo pensaba que esa parte de mi vida nada tenía que ver con la Obra. Pues bueno, un día, estaba en un concurso, y en cuanto me bajé del caballo, me topé de frente con la más chismosa de las supernumerarias. Ya sabes, la típica enajenada, de familia opusina, con marido supernumerario muy de Casa. La saludé tranquilamente y me fui a sentar con el grupo de amigos con los que estábamos. En cuanto pude me quité la casaca y me quedé en camisa y con el pantalón de montar. El 70% de las personas que estaban ahí, estaban vestidas igual que yo. La supernumeraria esa, no me quitó los ojos de encima en ningún momento… hasta me hizo sentir incómoda. Era obvio, estaba observando todos los detalles que a me concernían para ir con su lengua viperina a contar no sé cuántas cosas a la nume-nazi (que era su hermana, por cierto) y en cuanto me tocó hacer la charla me cantaron las cuarenta.

No podía andar paseándome por ahí vestida indecorosamente con un pantalón ‘embarrado’. Además me preguntó que si acostumbraba a practicar otros deportes y con toda la inocencia le conté lo del senderismo y lo de la natación. La loca se puso histérica a regañarme a gritos sobre el gran mal que hacía a la Obra mi falta de pudor. ¡Claro! El senderismo lo hacía con la falda pantalón que conté hace poco, y la natación la hacía en traje de baño… con un bañador que me cubría perfectamente todo lo que me tenía que cubrir, nunca consideré que el pantalón de montar, la falda pantalón y el traje de baño fueran considerados como algo extremadamente impúdico. Total, que dejé de montar y de nadar, y comencé a ir a las excursiones con falda. Eso fue otra de las cosas que me alejó de mi marido. A él le gustaba mucho que yo compitiera, porque él era quien me entrenaba. Se decepcionó muchísimo cuando dejé de hacerlo, y se puso como loco cuando se enteró que el motivo fue porque me lo mandaron en Casa.

Por esas fechas, mi hija entró al colegio de la Obra, y le tocó una maestra odiosa. No había una sola mamá de esa clase que estuviera contenta con ella. Como yo era maestra de esa misma escuela, fui a comentarlo con la directora general. No sé qué tanto le habrán dicho a la maestra, pero mi hija (de 5 años) comenzó a estar muy triste y retraída. Por más que le preguntaba qué pasaba no me decía nada… y en sus cuadernos sólo veía taches y notas malas, ¡apenas estaban comenzando a escribir! Y le ponía (la maestra) comentarios como: mejora tu letra. La Providencia hizo que un día cerraran la puerta por donde yo ingresaba a la escuela y tuvimos que entrar por otra que nos obligaba a pasar justamente frente al salón de clases de mi hija. Yo llegaba a la escuela una hora después de que ella comenzara sus clases. Por instinto me asomé un poco para mandarle un beso desde la ventana y cuál no sería mi impresión (sentí que se me paraba el corazón y se me aflojaban las piernas) cuando veo a mi chiquita sentada debajo de su escritorio abrazándose las piernas y llorando desconsolada). Me cegué, no pude más y abrí la puerta y le dije a la maestra: me llevo a mi hija, me la das por las buenas o por las malas.

Salí de ahí como alma que lleva el diablo con mi niña. No pude ni dar clases. Sólo me regresé a mi casa y hablé al colegio para decir que no podía ir a la escuela. Inmediatamente le llamé a mi esposo para contarle lo que había pasado. Aquello fue una hecatombe. El hombre salió disparado a la escuela, y cuando llegó les dijo hasta de lo que se iban a morir y amenazó con denunciar ante la Secretaría (ministerio) de Educación. Yo eso no lo supe, hasta que unas pocas horas después, llegó a mi casa la directora de la escuela a contarme lo que había pasado con mi esposo y a pedirme que evitara a cualquier precio que pusiera esa denuncia. Le dije que por supuesto que NO lo haría, y que además, yo no volvería a esa escuela a dar ni media clase, que las diera ella.

Nunca había visto tal despliegue de personas para convencerme de algo (hasta el día en que me fui). Bueno hasta un cura de la Dele vino a hablar conmigo para hacerme ‘entrar en razón’. El caso fue que llegamos a un arreglo. Mi hija no volvería a la escuela, pero le darían el certificado como si hubiera concluido el año escolar ahí (era abril, faltaban dos meses para que terminara el curso). Mientras tanto, la aceptaron en la escuela donde continuó sus estudios porque yo era ex alumna y me hicieron ese gran favor (con los Legionarios de Cristo). El bullyng entre chicos es muy malo, pero que te lo haga tu propia maestra está fatal. Yo terminaría el curso dando mis clases con la advertencia de que si me cruzaba con la maestra de la niña, no me iba a contener. Y que a esa maestra la despedirían en cuanto terminara el ciclo escolar. El enojo suele empoderar a las personas, y ya que había agarrado carrera, dije que o me cambiaban de centro o me largaba por que no aguantaba a la amargada de mi directora y al cura regañón.

Siempre ha sido para mí un gran misterio el por qué la Obra me toleraba todo. Me consta que no a cualquiera le aguantaban ni la mitad de los desplantes que tuve yo ahí dentro. Yo creo que nunca lo sabré. Pero al menos me queda el gustillo de haberme salido con la mía algunas veces.

Afortunadamente, con el colegio de los chicos nunca hubo ningún problema. Todo lo contrario, porque de no haber sido así… no sé lo que hubiera pasado.

Me cambiaron de centro y de capellán me tocó el cura notario de quien tanto se ha hablado aquí. Don Alberto Pacheco fue la única persona dentro de la Obra que me protegió, me defendió, y tuvo gestos de verdadero cariño fraternal conmigo. Esto que digo, seguro le va a parecer una fantasía total a la mayoría de cuantos le conocieron, pero juro que es verdad. Don Alberto (o Don Pacheco como le decíamos de cariño sin que él lo supiera) era una persona hosca, fría, inflexible… pero yo le caí bien. Era tan serio y tan distante, pero conmigo fue una persona muy comprensiva e incluso dulce. Se reía mucho cuando en el confesionario le contaba los andares de mi alma. Se enojaba muchísimo cuando le contaba de mis problemas matrimoniales y de verdad que sus consejos más que ayudarme, me daban consuelo. Él estaba de mi lado. Punto. Me daba mucha ternura porque era un señor muy mayor, algo enfermo y que de ser numerario estrella, las mezquindades de unos cuantos lo relegaron a ser cura confesor de mujeres (que en Casa es una posición muy humillante por lo que he escuchado). Entonces, comencé a tratarlo como si fuera mi abuelo, y él me comenzó a tratar como si fuera su nieta. Llegó un momento en el que me dijo, que si mi matrimonio iba tan mal, debía de separarme para posteriormente divorciarme y pedir la nulidad matrimonial porque mi vida podría ponerse en peligro. Es más, me recomendó directamente con el que en aquel entonces era el defensor del vínculo matrimonial en el Tribunal Eclesiástico, que era su íntimo amigo, para que me orientara sobre si mi matrimonio podía ser anulado.

¿Cómo estaban las cosas en mi casa para que mi confesor me haya dado esa idea? Mi esposo comenzó a llegar borracho todos los días, y como además estaba muy enojado conmigo porque le era infiel con el Opus Dei, llegaba iracundo a agredirme verbalmente, algunas veces incluso frente a mis hijos.



Ya dije que Don Alberto me tomó bajo su protección, él fue quien recomendó en mi consejo local que me mandaran a estudiar Teología por alguna razón que no conozco. A mí, la idea me pareció fantástica y me inscribí en la Universidad Pontificia para estudiar una especialidad en Teología Moral. Nunca nadie en Casa se iba a imaginar que con eso me estaban dando la llave de la puerta de salida (aún tuvieron que pasar unos pocos años más para eso). Tuve los maestros más preparados, inteligentes y santos, de verdad. Yo pensaba que en el curso de estudios había aprendido sobre teología y la verdad es que sólo aprendí Josemariología y Opusdeiología. Absolutamente nada que ver con lo que es la Teología seria ni remotamente. La teología que se estudia dentro de la Obra es muy básica. Ni siquiera creo que la mayoría de los numerarios tengan una idea de lo que es la teología real. Nunca, ninguna numeraria de las que traté podía tener una conversación coherente sobre el tema. La idea que se tiene en el Opus sobre la materia es muy rara. Todo se basa en medias verdades aderezadas con mojigatería extrema y una interpretación demasiado escrivariana de las cosas…

Ya cuando iba en la universidad sufrí muchísimo porque originalmente entré a estudiar Filosofía. Lo hice durante dos años que fueron un verdadero suplicio, ya que tenía prohibido leer el 80% de los libros que me dejaban. Debía hacer circo maroma y teatro para entregar las tareas basándome en las de otros compañeros y algunas argucias más de las que me valía para no reprobar. Justamente a la mitad de la carrera decidí cambiarme a Historia. Suponía que con ese cambio las directoras se tranquilizarían con el Index y podría terminar una carrera sin tanta angustia… No fue así, el celo extremo de las directoras que me tocaron en aquellos años las hacían actuar como verdaderas estúpidas al pensar que todos los libros eran malos, y en aquella época, en el Index no existía clasificación para la mayoría de los libros de historia y ya sabes el estilo opusino: ante la duda, mejor evitarlo. Total, que tengo dos carreras a medio hacer, pero ninguna terminada cabalmente. Quizá me anime a terminar alguna de las dos algún día, pero ese es otro cuento.

Total, que en la Pontificia leí todo lo que me dejaron con verdadero deleite y nunca dije nada ni consulté nada. Cuando me preguntaban si me dejaban a leer algo, decía que no, que para nada y cambiaba el tema. Imagínate lo que hubiera sido si les contaba de los teólogos de la liberación que leía, se hubieran muerto de la impresión y a mí, literalmente me hubieran crucificado. ¿Hice trampa? Desde luego que sí, pero no me importó en lo más mínimo. Leí todo lo que pude leer, y así fue que conocí a Garrigou-Lagrange, Tanquerey, Scheeben, Scanonne, Müller, Daniélou, Barth entre muchos otros entre los que se encuentra uno de mis teólogos favoritos: Joseph Ratzinger que estaba prohibidísimo en aquellos tiempos (en cuanto fue Papa, aquella lecturas censuradas con un 5 o un 6, no lo recuerdo bien, se convirtieron en lecturas obligadas para todos los miembros). Para mi además de ser un deleite leer a aquellos autores fue una especie de liberación del alma.

Como había que estudiar todas las vertientes de la teología moral, no te quedaba más que conocer de todo… y de verdad que es total y absolutamente cierto que “La Verdad os hará libres”. Estudiando tantos puntos de vista tan dispares y opuestos, vas comprendiendo que Dios es demasiado infinito, demasiado complejo y demasiado todo para que un sólo pobre mortal pueda entenderlo y enseñarlo. Y entonces, me tocó un seminario de Religiones Comparadas que me abrió aún más los ojos y me hizo comprender que DIOS ES AMOR INFINITO Y PERFECTO cualquiera que sea su nombre y su representación humana. Poco a poco me comencé a cuestionar todas las enseñanzas y las prácticas opusinas. Tuve la prudencia de no comentar nada de esto ni en la charla ni en el confesionario. Algo me decía que debía callarme todo lo que estaba pasando dentro de mí. Además, ¿de qué me hubiera servido decirlo? De todas maneras nada iba a cambiar. Sólo incrementarían el control y las prácticas de extorsión moral. Hice uso de mi derecho al libre albedrío, y como la Obra te obliga a no hacer uso de ese derecho, pues lo hice a escondidas y punto. Y no me arrepiento de ello. Una vez probada la libertad… es imposible que te regreses al cautiverio y eso en la Obra lo saben demasiado bien. Nuestra naturaleza es la libertad, pero como dice Jodorowsky: “Los pájaros que viven en jaula creen que volar es una enfermedad”. Aquello era algo por lo que yo debía de pasar para poder ser libre.

Aún me cuesta trabajo comprender cómo es que hay doctores en teología muy reconocidos que siguen perteneciendo a la institución ¿No se darán cuenta del engaño? ¿No habrán entendido que el P. Josemaría fue un megalómano que se valió de una inspiración inicial que pudo haber sido Divina o no en sus inicios, pero que a partir de ahí, el desarrolló de manera esquizofrénica sin importarle a quién se llevaba entre las patas? ¿De qué les sirve ser Teólogos si no entienden que nuestra imagen y semejanza con Dios consiste en que Él está dentro de nosotros y nosotros somos parte de Él? ¿Para qué insistir en asfixiar a base de normas, prohibiciones y ataduras a sus miembros si Dios sabe mejor que todos cómo llegar a la cabeza y al corazón de todos sus hijos? ¿Con qué cara se atreven a decir que son estudiosos de Dios si ellos mismos se encargan de pervertir todo cuanto Dios ha querido para nosotros? Y si todo esto pasa por su cabeza, ¿por qué no hacen nada?

Al menos yo, cuando estuve dentro, nunca pude sentir realmente una conexión con Dios, pensaba que sí, pero cuando comencé a darme cuenta de que Dios no necesita de rezos, ni de lecturas espirituales, ni de cursos anuales, ni de cilicios ni de mortificaciones, y sólo necesita de tu paz y tu silencio para manifestarse, comprendí que el Opus Dei estaba asfixiando de tal manera mi fe que casi la estaba matando.

Por la misma época comencé a trabajar de nuevo con un antiguo jefe sobre temas de historia y sólo daba pocas clases en algunas obras corporativas. Las directoras estaban molestas y me lo hacían saber. También cambiaron a Don Alberto de centro. Estaba siendo un gran problema tenerme bajo control porque el nuevo (capellán era aquel de los dolores en la espalda) tenía la manga lo suficientemente ancha. Lo único que hacía era recomendarme libros escritos en Casa, supongo que para contrarrestar la influencia de la Pontificia, pero no me decía nada más, y yo comencé a volverme demasiado prudente con lo que decía en el confesionario y en la charla. Contaba lo que ellos querían oír. Punto.

Las directoras no se quedaban en paz, y dieron con el método para mantenerme vigilada. Pusieron a dos supernumerarias (que eran cuñadas entre sí) y que eran mis vecinas a vigilarme. Aunque nos llevábamos bien, nunca fuimos amigas realmente, hasta esa época. Una era muchos años mayor que yo, pero la otra era de mi edad, y de verdad que pronto comencé a sentirme acosada por ella, estaba pendiente de todo lo que yo hacía, y cada vez que me veía llegar de la calle a mi casa me preguntaba por lo que había hecho, con quien, en dónde… una cosa de verdad molesta. Lo dije en la charla y me recomendaron que estuviera más pendiente de ella y la ayudara, porque estaba algo enferma y era bueno que me acercara como buena hermana. El caso es que ella tenía trastorno bipolar. ¡Pobre mujer! Yo me quejaba de los horrores de haber sufrido una depresión, y la verdad es que eso no es nada comparado con la psicosis maníaco depresiva. Y lo más terrorífico era que la familia, el marido (supernumerario) y la Obra opinaban que lo que tenía era histeria. Por lo que me contó, de recién casada le dio la primera crisis y un psiquiatra la diagnosticó con eso. La tenían bajo control a base de pastillas de litio hasta que un día se salió medio desnuda a la calle y corría y gritaba como loca. ¡Qué espanto! Total, que la cuñada supernumeraria la atrapó y la encerró en su casa (vivía en la casa de enfrente) hasta que llegó el marido a ponerla en orden. No la internaron en un hospital. La encerraron con llave en su cuarto durante muchos días hasta que le pasó la crisis. A mí me daba mucha pena, pero también mucho miedo. La familia es rarísima, de esas que todo hacen por debajo del agua, pero según ellos, siempre actuaban de cara a Dios (la frase esa era su favorita). ¡En fin! Que decidí mantenerme al margen y mi directora decidió lo contrario. Yo tenía que estar más pendiente.

Pues bueno, por obedecer, un día se me ocurrió llevarle a su casa unas galletas que había hecho. Nada más tocar la puerta me abrió la cuñada y me dijo que ‘ella’ la enferma, no podía recibir visitas, y detrás de ella salió el marido a decirme que me alejara de su mujer, que en cuanto me había comenzado a llevar con ella, se había puesto mal. Que quién sabe qué le diría yo que entró en crisis. No daba crédito a lo que estaba escuchando. Me di la media vuelta con mi cestita de galletitas y le hablé a la directora para contarle todo. De paso le dije que JAMÁS se le ocurriera ponerme de encargo cuidar a nadie, que si tanto le interesaba, que las cuidara ella. Al supernumerario ese nunca volví a dirigirle ni el saludo, ni la palabra ni la mirada. Viejo estúpido, con razón la pobre mujer estaba así de mal.Trató de disculparse y le dije que no lo disculpaba ni nada y que no quería que él ni ninguna persona de su familia me dirigieran ni la palabra. Trato de ser siempre conciliadora, pero hay veces que lo mejor es poner a las personas en su sitio: lo más lejos posible de nosotros. Yo no tengo ningún problema en perdonar ni en pedir perdón, pero en algunos casos lo mejor es ser tajante. La mujer me daba mucha pena, pero no estaba en mi mano ayudarla, entonces lo mejor era mantenerme lejos de todo cuanto tuviera que ver con ella.

El grado de control que ejercen las directoras es extremo. No es que unas cuiden a otras, se trata de que unas espíen a otras para que la Obra ejerza el dominio más absoluto entre las supernumerarias. En teoría, entre nosotras NO deben de existir amistades íntimas, pero te fuerzan a llevarte más con alguna, y en la charla siempre quieren que les platiques todo… pero TODO lo que observaste de esa supernumeraria en su casa, en su familia, en su persona, y claro que a la hora de las correcciones fraternas que se le ocurren a la dire de turno, la ejecutora tiene que ser la supernumeraria espía. ¡Es asqueroso!


Poco tiempo después del incidente de la crisis de la vecina supernumeraria nos cambiamos de casa. No tuvo nada que ver una cosa con la otra, pero me daba paz perder de vista a aquellas dos mujeres. Cuando la supernumeraria joven superó su crisis volvió a las andadas de espiarme, y con el antecedente del marido loco yo de verdad que me sentía totalmente intranquila. Debido a la mudanza, me tocó cambio de centro a uno que estaba cerca de la casa nueva. Las cosas ahí eran más fáciles por que el consejo local estaba formado por una numeraria muy mayor a la que ni veíamos porque se la pasaba en cama con achaques en todo el cuerpo, la directora era de esas monísimas que de verdad están convencidas de que Dios las ha llamado a servir a las almas, y no paraba de hacer todo lo que ella consideraba que era servir a las almas

Nunca he conocido a una persona tan hiperactiva como esa mujer. Parecía que su santidad dependía en la mayor cantidad de cosas que hiciera en el menor tiempo posible, por lo mismo, mucha lata no te daba, no le daba tiempo, pero las tareas de espionaje y control las delegaba en las supernumerarias ‘más de casa’ y más chismosas que había. La que era secretaria es una mujer encantadora, despitamos casi al mismo tiempo, con eso lo digo todo. Ella ya tenía bastante con la procesión que llevaba dentro y aunque estaba de cuerpo presente, se notaba a leguas que su cabeza y su corazón estaban en otra dimensión. En cuanto al capellán era un viejito al que se le olvidaba lo que iba a decir en media meditación, no se le entendía nada de lo que hablaba y se quedaba dormido de roncar y todo cuando estaba confesando… pobrecito.

Ese fue mi último año en la Obra. Yo ya estaba en un plan en el que pasaba de todo, era como autómata. Hacía lo que tenía que hacer sin pensarlo siquiera y cuando no, me ponía en muy mal plan, tanto, que algunas veces que me quisieron hacer correcciones fraternas, de plano las rechacé de manera muy grosera, esa es la verdad. Claro por dentro todo iba cambiando en mi. Era como si estuviera cogiendo fuerzas para lo que se me venía encima.

Mi matrimonio estaba completamente roto. No podía querer, ni respetar, ni admirar a un hombre que me había engañado. Pienso que antes de irse a meter con todas las que pudo, debía de haberme dicho lo que sentía. No creo que el engaño, la deslealtad y la traición se las merezca nadie. Nunca en los 16 años que duré casada me dijo directamente lo que sentía. Yo tengo un mal karma con eso. Siempre me pasa que las personas que de verdad me importan y que quiero, piensan que yo soy adivina y que sé qué es lo que pasa por sus cabezas y sus corazones y esperan que yo actúe como ellos a ellos les gustaría, que así solita me va a llegar el mensaje telepático de lo que esperan de mi. Soy una persona empática, y de verdad, lo digo de corazón, yo soy capaz de ponerme en el lugar del otro para resolver los problemas. Pero si no me dicen qué es lo que les molesta o les lastima ¿cómo puedo adivinarlo? Total, que en vez de hablar de frente y con sinceridad conmigo, terminan haciéndome mucho daño. Por ello he salido muchas veces muy lastimada. Pienso que si mi esposo desde el principio me hubiera dicho tal cual que se sentía abandonado por mí, que sentía que el Opus Dei le estaba robando a la esposa, las cosas no hubieran llegado hasta donde llegaron. Quizá su sinceridad me hubiera salvado del infierno que vivía. Quizá hubiera salido de la Obra mucho antes y sin tantas heridas como salí, pero el hubiera y el quizá son meras utopías.

A círculo y a las actividades del centro (los medios de deformación) iba más por costumbre que por convicción, la mayoría de las veces estaba pensando en otras cosas, o de plano, no pensaba en nada, así como en la yoga: mente en blanco. A mis compañeras de círculo tenía años de conocerlas pero me eran absolutamente indiferentes. O sea, todo era un mar en calma… y todos sabemos que antes de la tormenta viene la calma chicha.

Fue en mi último curso de retiro cuando comenzó mi crisis final. Lo evité lo más posible hasta que ya sólo quedaba uno de fin de semana, me daba una pereza infinita irme a encerrar a rezar, porque ya para esas alturas me parecía que todo lo que se hacía en los retiros y en las convivencias no me acercaban a Dios, ni hacían que mi fe fuera más profunda ni nada, sólo me quitaban el tiempo y mucho dinero, pero ese horrendo sentimiento que es el remordimiento de conciencia por no hacer lo que se supone que tienes que hacer se impuso. Ni siquiera lo llevaban las de mi centro, es más, sólo conocía a dos de las asistentes y eso, muy superficialmente.

Llegamos el jueves en la tarde y pasé una de las peores noches de mi vida. Podía jurar que había un fantasma acechándome o al menos un ente maligno, porque sentía una cosa tan mala, una energía perturbadora. Al día siguiente pedí que me cambiaran de cuarto y en la nueva habitación sentía eso mismo, entonces entendí eso tan inquietante era que había algo había en mi, que no me dejaba en paz. Ahora sé que estaba entre dos fuerzas morales que se contrapunteaban entre sí. Por un lado yo ya no quería pertenecer a la Obra, estaba harta, decepcionada, me molestaban todas sus prácticas, aborrecía la forma en que me pedían dinero, en que me querían controlar, en que opinaban de todo. Me molestaba todo, hasta la forma de poner las velas en el altar del Oratorio, las frases de casa no las soportaba oír: te encomiendo… de cara a Dios… llevarlo a la oración… nuestro padre… de Casa… etc. Por otro lado tenía muchísimos años haciendo esas normas, rezando lo mismo, escuchando una y otra vez los mismos temas de círculo, de retiro… ser de la Obra en mí ya era un hábito, es más, yo diría que era una adicción y yo diría que una adicción tan peligrosa como la heroína. Y que le pregunten a cualquiera lo difícil que es quitarse un hábito y más, una adicción. Aún más, yo soy muy leal a mis afectos, y si me iba, ya sabía que perdería para siempre (como así sucedió) a personas que eran importantes para mí y a las que quería mucho. Como diría Manrique: “Ni contigo ni sin ti, tienen mis males remedio, contigo porque me matas, sin ti porque me muero”. Sentía como si estuviera caminado al borde de un acantilado.

En mi casa, las cosas llegaron a tal extremo que mi esposo y yo ya ni la palabra nos dirigíamos. Si teníamos que comunicarnos algo, nos dejábamos notas ‘post it’ pegadas en la nevera. Mis hijos se daban cuenta y sufrían. Yo me empeñaba en hacer como si todo estuviera bien… pero a cada rato me tenía que encerrar en el baño a llorar desconsoladamente tapándome la cara con una toalla para ahogar mis sollozos y no hacer sufrir más a mis hijos. Nunca he sido llorona, pero en esa época lloré lo que nunca. Sentía que todos, hasta Dios, me habían abandonado. Me aterraba volver a tener depresión, a eso le tenía más miedo que a nada, si no caí en un estado depresivo, era sencillamente porque era el momento de dejar atrás lo que me hacía la vida infeliz: la Obra y mi esposo y no sé de dónde saqué las fuerzas, pero es la batalla más dura que he librado en mi vida.

Lo malo es que no era nada fácil. No contaba con el apoyo de nadie, ni siquiera de mi familia. Mi mamá se oponía totalmente a que me separara, nunca entendí su posición ya que ella misma era una mujer divorciada. Se puso en un mal plan horrible. Hizo que toda mi familia me diera la espalda. Mi papá no podía hacer mucho, tenía años viviendo a 1.300 kilómetros de donde yo vivo. Tenía demasiados años en la Obra y la verdad es que en el fondo de mi corazón no sabía si sería capaz de vivir sin lo que yo sentía que era el amparo del Opus Dei. Sabía que tenía que dejar todo atrás… pero no sabía qué era lo que me esperaba delante.

He tenido bloqueados esos años durante mucho tiempo. Sólo cuando he comenzado a escribir esto es cuando lo he podido sacar y me doy cuenta de que ya lo puedo contar sin soltarme a llorar demasiado. Supongo que las heridas han sanado. Me duele un poco recordarlo, pero es porque me da mucha pena que me haya dejado manipular y maltratar de esa manera. Me doy cuenta de la nula autoestima que tenía.

Ahora veo que pertenecer al Opus Dei es como dejar que otro te lleve cargado hacia donde se le dé la gana cuando tú eres capaz de caminar por ti mismo e ir a donde tú quieras. Te manipulan a tal grado, que pierdes de vista tu esencia, dejas de saber quién eres en realidad y comienzas a hacer cosas que incluso van en contra de tu moral natural. Incluso te vuelves un poco tirano por la misma influencia de tan tiránica institución.


Era el festejo del 14 de febrero, lo clásico en el centro: meditación, brindis con aperitivos y tertulia. La familia numerosa y pobre con lazos más fuertes que los de la sangre tiene clasificadas las fechas de celebración como si se tratase de los asientos del tren: Fiesta A (primera clase), Fiesta B (segunda clase), y así. Como si eso fuera lo clásico en las familias normales. No me voy a poner a explicar esos bodrios de festejos porque ya lo he hecho en muchas ocasiones. El caso es que ese 14 de febrero yo estaba muy mal…

El papá de mis hijos me dijo que se iba de viaje de negocios y por mala suerte descubrí que se fue con otra mujer a pasar el fin de semana largo, la verdad es que fui al festejo sólo por no quedarme en la casa rumiando mi desolación. Para mi sorpresa me encuentro con la nume-nazi aquella a la que tanto aborrecía, no sé qué hacía allí. Me saludó con su sonrisa más hipócrita y me comentó que no debería usar pantalones en los festejos -traía yo un traje sastre de lo más serio y propio-. De verdad me salió del fondo del alma cuando le contesté que ella debería de meterse en sus asuntos personales y de paso, que debería de dejar de vestirse como monjita (lo peor que le puedes decir a una numeraria). La cara que puso fue memorable. Estaba junto a mi otra supernumeraria a quien también la amargada esa le hizo un comentario desagradable. Nos quedamos las dos con malestar. Para romper el silencio incómodo en el que nos dejó, la otra me comentó de una página que le habían recomendado que se llamaba Opuslibros, que la había leído la noche anterior y que estaba con el ojo cuadrado de todo lo que había leído. Me dejó tan intrigada que hasta apunté el nombre en un papelito.

Aquel día fue horrible. No podía dejar de pensar en que me estaban poniendo los cuernos. Necesitaba como nunca sentirme querida y apreciada, me hubiera gustado que me llevaran a algún lugar bonito a festejar San Valentín, no sé, que me dieran una flor o unos chocolates, en cambio me tenía que conformar con asistir a una reunión aburridísima para no volverme loca pensando en que otra estaba en mi lugar con mi esposo. Hacía mucho tiempo que nadie me festejaba no sólo San Valentín, ni siquiera los cumpleaños ni los aniversarios. A él, le parecía de lo más cursi festejar cualquier acontecimiento. Me sentía de verdad muy triste. Por la noche, cuando los niños ya estaban en la cama, me encontré con el papelito de la dirección de la página. Encendí la computadora y teclee la dirección y la verdad que fue casi algo mágico. Siempre se dice que cuando se cierra una puerta, Dios abre una ventana. A mí se me habían cerrado todas las puertas, no encontraba ninguna salida… y Opuslibros fue esa ventana.

Creo que por varios días no dejé de leer la web. Estaba impactada de lo que leía. Yo tenía el cargo de conciencia que era mi culpa todo cuanto me pasaba con respecto a mi vocación a la Obra. Cuando me di cuenta de que muchas personas sentían lo mismo que yo, sufrían por lo mismo que yo y pensaban lo que yo pensaba. Sentí que el alma me regresaba al cuerpo. Así tal cual. Fue como si se iluminara una habitación oscura en la que sólo había podido adivinar lo que había o verlo entre sombras y viera todo clarísimo. Me di cuenta de que sólo irradiando tu propia luz puedes contrarrestar la oscuridad (¡qué bárbara con la cursilería!... pero así fue).

Durante varios meses me dediqué a leer Opuslibros. No me atrevía a escribir. Aún me encontraba en ese proceso en que te quieres salir pero no sabes cómo, en que dejas pasar el tiempo a ver si las cosas se acomodan o mejoran. Fue hasta mediados de agosto de ese año cuando me atreví a escribir la primera vez, y fue justo en esa semana que salí de un centro del Opus Dei por última vez.

Dejé de acudir a los medios de formación poco a poco, inventaba todo tipo de excusas y pretextos. Iba a círculo muy de vez en cuando porque me remordía la conciencia dejar de hacerlo sin haber salido de la Obra. Ahora me doy cuenta de que ‘in pectore’ había salido años atrás, desde que me comencé a cuestionar todo cuanto me decían. En ese momento dejas de pertenecer aunque pienses que sigues dentro.

Ya he contado hace muy poco del día que salí del centro con la firme intención de no volver. Ese día sucedieron los acontecimientos que fueron la gota que colmó el vaso de un proceso que llevaba germinando mucho tiempo en mí.

La cosa no iba a ser tan fácil como yo pensaba. Después del día aquel, dejaron pasar unas pocas semanas, y un día, como que no quiere la cosa, me llama mi directora muy mona para decirme que para el festejo del 2 de octubre me tocaba llevar una botella de vino blanco y un aperitivo salado. De verdad que sentía cómo me subía y me bajaba la sangre del cuerpo, no te preguntan si quieres o puedes, sólo te ordenan. Recuerdo que le dije:

-Mira Fulanita, conmigo no cuenten para el festejo y para nada. Yo no quiero volver a saber nada del Opus Dei. Y le colgué el teléfono.

Unos días después me llamó la vocal de San Gabriel diciéndome que teníamos que vernos, yo le dije que no quería ver a nadie, pero como teníamos una amistad (eso pensaba yo) me convenció. La charla fue horrible, veladamente me amenazó de las represalias que se podían tomar conmigo, podían hacerme la vida imposible con lo que más me importa: mis hijos. Me dijo que lo pensara bien porque me podía pesar de por vida. Nunca pensó que yo, como los toreros, nunca doy un paso para atrás ni para agarrar vuelito y ante cualquier amenaza, igual que Napoleón, creo que la mejor defensa es el ataque. Me arranqué a tirarle un rollo sobre que como se metieran conmigo o con mis hijos o con cualquier cosa que me importara, iba a arder Troya con las cosas que era yo capaz de hacer y se las enumeré una por una. Me levanté y me fui… azotando la puerta (ahora tengo más cuidado con las puertas, ellas no tienen la culpa de mis enojos). No es fácil que yo pierda los estribos, pero cuando sucede soy tan bravucona que hasta a mí me da miedo. Debe de haber surtido efecto, porque nunca ha pasado nada, y espero que sigamos así, porque mis amenazas desde luego que siguen en pie (sólo por si las moscas).

Cada semana recibía llamadas de personajes ilustresde la institución a quienes les llegué a colgar el teléfono. Una vez se presentó un sacerdote de Casa y le dije que no tenía nada que hablar con él y que se fuera. Me amenazó en que se quedaría allí hasta hablar conmigo y yo lo amenacé con llamar a la policía. Yo estaba en el peor plan posible, y lo más grave era que lo estaba disfrutando. Ya no sentía el más mínimo respeto por la institución, ni por las personas que ejercían cualquier tipo de autoridad en ella.

Un día me llamó una supernumeraria muy amiga mía y no me pude negar a ir a tomar un café con ella. Me dio una carta y me pidió que la leyera ahí mismo. Esta decía que yo no podía dejar la Obra así como así, que debía pedir una carta de dispensa porque tenía hecha la fidelidad. Y sin la carta de dispensa yo seguía perteneciendo a la Obra me gustara o no. Le dije a la supernumeraria que entendía la posición en la que la habían puesto pero que si quería que continuáramos nuestra amistad, nunca más se prestara a ser la corre-ve-y-dile de la Obra. Después de ese día no la volví a ver, no me volvió a contestar las llamadas, la única vez que me la encontré, me volteó la cara para no saludarme. Esas cosas a mi me afectan horriblemente. Yo no puedo pasar de las personas con las que me ha unido algún tipo de afecto. ¡No puedo! De verdad se me rompe el corazón. Sencillamente, cualquier tipo de abandono me supera.

Esa misma tarde le llamé a la vocal de San Gabriel y le dije que yo no iba a tomarme la molestia de escribir ninguna carta. Que la escribiera ella. Me dijo que lo haría, pero que yo debía firmarla de mi puño y letra y quedamos en vernos al día siguiente en la delegación.

En cuanto me dio a leer la carta que habían escrito se apoderó la furia de mí. En ella decía más o menos que yo no me sentía digna de seguir siendo de la Obra, que yo tenía la culpa de haber fallado a mi fidelidad… casi casi que yo era la pervertidora de las enseñanzas del Opus Dei, la hereje, la mala hija, la culpable de todas las desgracias de la prelatura. Rompí la carta en varios pedazos, los puse sobre la mesa y le pedí una hoja y un bolígrafo. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no armar un escándalo porque tenía ganas de abofetearla. De ninguna manera iba a permitir que se salieran con la suya firmando esa infamia.

Mi carta de dispensa fue muy corta. Escribí: “A partir de este momento hago de su conocimiento que por mi voluntad dejo de pertenecer a la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei”. Puse mi firma y le di la hoja a la delegada, cogí mi bolsa y salí de allí sin decir una sola palabra. Esta vez no azoté la puerta a pesar del cabreo que traía.

Esto sucedió a principios de noviembre. Dos semanas después, mi marido salió de viaje. Regresó un sábado. El lunes, después de dejar a mis hijos en las escuelas, le preparé un desayuno de esos como de revista, me senté a la mesa con él y cuando terminamos de desayunar le dije que se tenía que ir porque yo no pensaba seguir viviendo bajo el mismo techo que un traidor. Que el matrimonio se había terminado y que yo estaba dispuesta a llevar el divorcio por las buenas, pero que también estaba preparada para llevarlo por las malas. Le conté que sabía de todos sus engaños y se los dije uno a uno. Se quedó tan sorprendido de todo que accedió a irse de mi casa ese mismo día. El factor sorpresa siempre es un gran aliado cuando uno quiere salirse con la suya. Nunca le pasó por la cabeza de que estaba enterada de todas sus traiciones y por lo mismo, no tuvo cara para decirme que se quedaba a como diera lugar ni nada.

Pasé las fiestas de fin de año con mis hijos en la playa. El 11 de marzo me avisaron por medio de un mensaje en mi buzón de voz que me habían concedido la dispensa. La verdad es que ni me importó. Yo solita ya me había dado la dispensa hacía tiempo.

El 26 de mayo, el padre de mis hijos y yo firmamos el divorcio de mutuo acuerdo.

El 6 de octubre de ese mismo año me dio un infarto a los 43 años. Sobreviví milagrosamente. Según los médicos, una de las causas fue la cantidad de estrés acumulado durante décadas. Es muy común que cuando ‘sales’ de algo muy estresante, sea cuando te dé el infarto.

Yo digo que a partir del 9 de octubre, que pasaron las 72 horas de rigor para decir que la había librado, volví a nacer en todos los aspectos. Y volver a nacer implica comenzar todo de nuevo.


Para entender el porqué de que alguien termine así de mal en la Obra hay que retroceder en el tiempo hasta el principio.

¿Por qué entré en el Opus Dei? Fueron muchos factores. En mi casa no se practicaba la religión de manera constante, ya he contado que mis padres no eran para nada religiosos y sólo asistían a la iglesia para las cosas sociales (bautizos, primeras comuniones, bodas y funerales). La secundaria y la preparatoria las hice en escuela católica (de los Legionarios de Cristo), y aunque había ido al catecismo para hacer la primera comunión, no fue hasta que tuve clases formales de religión en la escuela cuando verdaderamente me acerqué a las prácticas piadosas. En ella encontré el consuelo que necesitaba porque a pesar de ser una niña que aparentemente lo tenía todo, vivía terriblemente sola con un papá que viajaba por su trabajo tres cuartas partes del año, una mamá que nunca estaba en casa porque se la vivía haciendo su vida y con una hermana menor con quien no me entendía para nada y, desde que recuerdo, mi mamá nos hacía competir entre nosotras. Nunca nos llevamos bien, todo lo contrario. Ya de adultas nos toleramos, pero nada más. Desde muy pequeña me sentía terriblemente sola y lo peor es que no me sentía ni querida ni aceptada. Tenía una enorme necesidad se sentirme amparada. También se puede estar desamparado aún cuando vives en un palacio lleno de personas...

Para mí, el Opus Dei era esa familia que tanto necesitaba. La mamá y el papá que tanta falta me hacían. En la Obra me hacían caso, me sentía parte de algo y además, inocentemente pensaba que al estar más cerca de Dios (cumpliendo normas todas las horas que estaba despierta, todos los días del año), Él se apiadaría de mí y me haría la vida más fácil. Recuerdo que siempre decía en mis oraciones: “Dios mío, por favor haz que me pasen cosas bonitas y felices”. Con el paso del tiempo comprendí que la felicidad no depende ni de Dios, depende de uno mismo. Tampoco valió la pena esa ‘seguridad’ que me daba la Obra, porque ninguna cantidad de seguridad vale el sufrimiento de una vida mediocre encadenada a una rutina que va matando poco a poco tus sueños, tus ideales, tus anhelos… y termina por aniquilar lo más sagrado que hay en ti: tu libertad.

Gracias a Dios me fui del Opus Dei a tiempo, antes de que acabara conmigo por completo. Mi salida fue doblemente traumática porque dejé al mismo tiempo dos cosas que pensaban que me daban seguridad: mi matrimonio y a la Obra. He tenido que recomenzar de cero. He tenido que aprender a vivir en libertad porque, aunque parezca una burrada, cuando llevas tantos años de vivir en la coacción, debes de aprender a acostumbrarte a ser libre. También tienes que acostumbrarte a las cicatrices que te quedan, porque de cuando en cuando vuelven a doler y debes estar consciente de que nunca se van a borrar del todo.

¿He fracasado en la vida? ¿Soy una traidora? ¿Me he vuelto una libertina? ¡Claro que no! No creo que nadie pueda decir que fracasó en la vida ni por divorciarse ni por dejar el Opus Dei. Si uno va por una carretera, y en un punto la encuentra insegura y peligrosa, lo lógico es que cambiemos de ruta, esto es lo mismo. NO ES NECESARIO, NI LÓGICO, NI SENSATO TOMAR EL CAMINO MÁS AGRESTE PARA LLEGAR A NUESTRO DESTINO. Pienso que la vida es un viaje en el que venimos a acumular experiencias que al final son las que nos hacen mejores o peores, o sea, que hacen nuestra alma más o menos perfecta. Según nuestra elección tendremos esas experiencias buenas o malas, que nos den dicha o nos hagan sufrir, en eso consiste el libre albedrío. Mientras nuestra libertad esté mejor educada, tomaremos mejores decisiones.

Lo que no creo es que el sufrimiento nos perfeccione en nada. Esa es una deformación moral típica de la tradición judeo-cristiana. El sufrimiento a lo único que nos ayuda es a apreciar mejor nuestra dicha, no sirve para otra cosa, y por eso Dios lo permite algunas veces, pero eso de estarlo buscando uno mismo, se llama masoquismo. Tampoco creo que el procurarnos sufrimiento nos haga más santos o mejores en nada, al contrario, me parece que es quitarle el mérito al sufrimiento de Cristo en su Pasión. Una cosa es practicar la sobriedad y la templanza y otra muy distinta es mortificarte sin piedad. Él, Jesucristo, no vino a pedirnos que sufriéramos, vino a enseñarnos a AMAR (y tan mal que hacemos lo único que expresamente Él nos pidió). Justamente sufrió para que nosotros no tuviéramos que hacerlo, de lo contrario, hubiera dejado claro que todo buen cristiano debía morir crucificado. Haber elegido dejar de sufrir no es un fracaso, al contrario, es un acierto total.

No me considero una traidora por haber dejado el Opus Dei, sencillamente porque nadie está obligado a guardar una lealtad a nada ni a nadie que nos obligue a traicionarnos a nosotros mismos. La Obra es traidora por naturaleza y te empuja constantemente a traicionar a todo y a todos (a tu ética personal, a tu verdadera familia, a tus amistades y a todo cuanto puede para someterte a su tiranía). El Opus Dei me traicionó con sus mentiras y sus abusos, yo sencillamente dejé de permitirlo. Los seres humanos debemos aprender que está bien seguir con nuestro camino cuando una persona, un sitio o una situación nos hace sentir que vamos en contra de nuestra naturaleza. La traición es algo horrible en cualquier circunstancia, pero traicionarse a uno mismo es la peor perfidia que uno puede cometer. Si fui una traidora, fue durante todos los años que pertenecí a la Obra, porque muchas veces me traicioné a mí misma. Me ha costado mucho perdonarme por ello.

Tampoco me he vuelto una libertina. Desde que me divorcié sólo tuve una pareja que se murió hace algunos años. No ando por la vida buscando novios ni amantes. Ni siquiera tengo considerado volverme a casar o a vivir con alguien principalmente porque no me he podido quitar el terror de tener a mi lado a alguien que me haga sufrir, así que tendría que llegar a mi vida un hombre con una ternura exquisita –que no se si exista- para convencerme de abandonar mi tranquilidad y mi libertad que me hacen tan feliz para intentar recorrer la vida en compañía de alguien, y no volvería a aceptar menos de lo que doy. A estas alturas yo ya no estoy ni para sufrimientos, ni para traiciones ni para desamores y la verdad es que me gusta mucho eso de hacer lo que se me da la gana. No voy a estar con nadie sólo por sentirme acompañada, porque en esta aventura de recuperar mi vida, he aprendido a conocerme y me siento completamente cómoda y contenta con mi propia compañía y en el colmo de la soberbia he descubierto que me caigo muy bien y me divierto mucho conmigo misma. Mi fe me sigue sosteniendo, sigo rezando y practico algunas normas de piedad, sólo las que me dan paz y las hago como se me da la gana y cuando se me da la gana. La verdad es que la Iglesia como institución me da bastante susto y mi relación con ella es demasiado cautelosa, y perdón por la franqueza, pero creo que ahí dentro, en los altos mandos hay muy pocas personas de bien. De otra manera, ¿cómo se entiende que permita los atroces atropellos que cometen muchísimas instituciones fuertemente ligadas a ella? Más que religiosa, me considero una persona muy espiritual. Procuro ir por la vida sin hacerle daño a nadie y si en mi mano está ayudar o darle una alegría a alguien lo hago encantada de la vida. Están conmigo quienes me conocen y me quieren y me aceptan tal y como soy y me siento agradecida y afortunada por ello. He podido recuperar amistades de quienes me distancié por ser de la Obra y eso es de las mejores cosas que me han podido pasar, para mí, esas amistades junto con mis hijos son mi verdadera familia.

He aprendido a no permitir que nadie me ofenda, ni me lastime ni me moleste. También he aprendido a perdonar cuando me han pedido perdón y trato de no guardar rencor a nadie, cosa que me cuesta algo de trabajo debido a mi naturaleza apasionada. Comprendí que la única persona que puede ver por mi soy yo misma, y aprendí que el amor propio es el primer amor al que debemos de aspirar las personas, si no lo tenemos, difícilmente podemos amar a nadie más. También aprendí que uno puede estar en el pozo más profundo, pero que siempre encontrarás una cuerda que te ayude a salir de él, sólo hay que tranquilizarse y tener un poco de paciencia para poder encontrarla.

A todas las personas que terminan hoy su historia en la Obra, que sepan que aún les queda un camino de reconstrucción por delante que durará toda la vida, que quizá vean las cosas muy negras a ratos, y que estén conscientes de que el camino de salida tiene luces y sombras, y que cuando pasas por los períodos de oscuridad, lo mejor es dejarlos fluir para que no te hagan más daño del necesario.

Hasta aquí mi relato. Ha sido duro, he vuelto a llorar al escribir algunos pasajes, pero ha sido una experiencia sanadora. La vida continúa, y yo tengo la intención de seguir viviendo en paz, con alegría, riéndome a carcajada suelta cada vez que puedo, tomándome un martini por las tardes y algunos tequilas de vez en cuando, rodeada de las personas que quiero y admiro y con el mínimo sufrimiento posible, haciendo todas las cosas que me gustan y pasándomelo lo mejor que pueda, y eso es lo mismo que deseo para todo el mundo.

Creo que tanto con el relato de Lupe como con este, ya quedó claro que la vida de las supernumerarias no es ni más fácil, ni más light, ni menos intensa que la de los numerarios. La Obra no sólo destruye a los supernumerarios al igual que a los numerarios y agregados, atenta incluso contra las familias de estos.

Por el momento, es todo lo que tengo que contar. Esta serie de relatos me ha dejado exhausta. Ojalá todo esto que escribimos aquí sirva de testimonio para que algún día nos encontremos con la buena noticia de que las autoridades han decidido intervenir y poner al Opus Dei en su sitio.

Si alguien quiere escribirme puede hacerlo a salypimientalaencomendada@hotmail.com. Ya había tenido un correo que tuve que cerrar por la cantidad de mails insultantes que me llegaban de dentro de Casa, espero que esta vez los fervientes defensores de la prelatura contengan su celo, se comporten como personas decentes y se abstengan de enviar cosas desagradables.

Mientras tanto les dejo besos y abrazos a todos con mucho cariño.

Salypimienta.



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