Rezar después de irse

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Por E.B.E., 23 de octubre de 2006


¿Cómo puede ser que personas que han rezado tanto durante tanto tiempo, de repente no recen tanto o ni siquiera recen algo? ¿no es acaso un punto en contra a la hora de dar testimonio? ¿no es acaso sospechoso y un argumento a favor de la Obra?

Hay de todo, y cada caso es en definitiva particular.

Pero en su conjunto, se llegan a forma tendencias: los que siguen rezando y los que no tanto (con todas las variables posibles dentro de estas dos grandes tendencias). Lo que sorprende, a no pocos incautos, es que haya gente que ha dejado de rezar; luego, les sorprende más aún que, muchos de los que no rezan, sin embargo se sienten con la legitimidad para criticar frontalmente a la Obra. El caso extremo sería el de los que habiendo perdido o abandonado la fe, critican a una institución que supuestamente se fundamenta o se entiende desde la fe. Como si uno dijera, cómo criticar a la ciencia si se ha abandonado la razón.

Lo cierto es que a la Obra se la puede criticar desde la fe y sin la fe, simplemente desde la moral más elemental y los derechos humanos...




Tal vez una clave para interpretar lo sucedido en la mayoría de los casos, tenga que ver con el modo en que se produjo la salida.

Están los que se van por su cuenta y están los que se van porque los echan. El trauma puede ser distinto según el modo en que terminó la relación con la Obra.

El otro punto clave es la relación de la fe y la Obra. Para algunos es fácil separar a la Obra de la Iglesia, así como separar a la Obra respecto de la fe. Para otros, en cambio, no es tan sencillo.

Para quien puede realizar esta distinción, casi podría decirse que tiene el problema resuelto. O mejor dicho, no se le presenta ningún problema, su fe se mantiene intacta. Son, generalmente, los que dejan la Obra porque la ven incompatible con la fe (más allá otras causas posibles para dejar la institución).

La crisis se presenta cuando esa distinción no es posible, y según el grado en que la fe esté comprometida con la Obra. Son los que no pueden dejar la Obra sin acarrear una crisis de fe. Pues, además, la Obra amenaza en nombre de la fe a todo aquél que quiera salirse: abandonar la Obra es traicionar a Dios y perder a Cristo. No sólo es una cuestión de perder la fe, también de perder la vida para siempre.

«Si te sales de la barca [la Obra], caerás entre las olas del mar, iras a la muerte, perecerás anegado en el océano, y dejarás de estar con Cristo», palabras del fundador.

Este segundo caso es posible y razonable, de modo particular, si la fe fue formada a partir de la Obra, es decir, si la fe se formó dentro de la Obra.

Además, la Obra misma se presenta como un fenómeno de fe, como una iluminación directa de Dios.

No digo esto desde un punto de vista rigurosamente teológico sino como una observación sociológica: lo que sucede en concreto es que la Obra de manera ambigua da a entender que es un fenómeno revelado y no asociativo –es decir, producto de la voluntad humana- por lo cual la gente –una enorme mayoría de miembros y no miembros- termina creyendo que es una institución fundada por Dios, tan así como la Iglesia misma.

No sería una simple institución humana. Participaría de la misma naturaleza que la Iglesia (y por ello, me parece que se debe la importancia, entre otros motivos, de que la Obra sea –como sea- estructura jerárquica, es decir, parte estructural de la Iglesia misma fundada por Jesús, como una suerte de enmienda hecha por Dios a la constitución estructura de la Iglesia).

Bajo estas circunstancias, si se hunde La barca del Opus Dei, se lleva a la fe con ella.

De ahí el grave problema de la catequesis que lleva a cabo la Obra, porque sus incongruencias institucionales provocan verdaderas crisis de fe, tanto por lo que hace contradiciendo la moral más básica (abusos de confianza y autoridad) como por lo que enseña y no es cierto («salir de la Obra, es la muerte», según las enseñanzas del fundador).

Quienes formaron su fe antes de la Obra, están a salvo. Lo mismo quienes –aunque parezca una paradoja- han descubierto la fe una vez afuera de la Obra.

Finalmente, no deja de ser un problema para la fe la falta de mediación de la Iglesia, cuando no de control sobre la prelatura. Sin duda la fe puede estar por encima de las coyunturas, pero éstas no dejan de ser una fuente de inquietud y cuestionamientos para la fe.




La lesión sufrida en la fe puede tener, entre otros efectos, tanto la traumatización (el rechazo) como también la pérdida de interés en aquello que antes era una fuente de vida.

No es extraño que una persona no quiera rezar hasta pasado un largo tiempo, o tal vez nunca más, debido al abuso que sufrió su conciencia (abuso de confianza, por el modo en que su intimidad fue usada e instrumentalizada por la Obra), debido al escándalo interior que le causó la Obra. A causa de esas experiencias, rezar puede resultar repugnante, aunque parezca difícil de entender o de creer. Difícil es volver a creer en la nobleza de aquello que fue deshonrado.

La instrumentalización que la Obra hace de las personas y de los medios espirituales, tiene como resultado su degradación o deshonra. Es darse cuenta de cómo uno fue usado, según los objetivos y metas de la organización, a la cual jamás le interesó la persona en sí misma, aunque el eslogan dijera “de cien almas nos interesan las cien”.

El fin principal de la Prelatura Opus Dei es el reclutamiento, el proselitismo, no hay otro. Todo lo demás, son adornos o medios que llevan a ese fin (la santificación del trabajo, el ser “hombres y mujeres de oración”, etc.).

Si algo o alguien no tiene utilidad, no tiene sentido dentro de la Obra (lo cual está muy lejos del lema institucional “contemplativos en medio del mundo”). Pienso que este utilitarismo fue fundamental para el rápido crecimiento y expansión de la prelatura. Buscar la eficacia y descartar todo lo demás, de la manera más disimulada posible. Por eso se deshacen de la gente que no les interesa, ya sean los que no sirven para incorporarse como los incorporados que ya no sirven.

“No admiten coacciones más que los débiles mentales. Y ésos no sirven para la Obra.” (Catecismo de la Prelatura Opui Dei, nro. 298).

¿Porqué es un engaño la Opus Dei? Porque uno nunca llega a hacer aquello por lo que se incorporó, sino que termina ejecutando un plan que nada tiene que ver con la propuesta inicial. Y esto es un grave problema, porque se empiezan a ejecutar órdenes sin pensar y sin asumir responsabilidad plena. Así es como empieza la instrumentalización de la amistad, y la instrumentalización de todo lo demás al servicio de la prelatura, que justifica cualquier cosa poniendo a Dios como razón.




De cómo haya sido la salida, dependen muchas cosas.

Hay quienes han descubierto la oración después de irse, justamente porque ya no estaban esclavizados por un normativismo desgastante.

Para algunos, la oración fue su fuente de salvación y hoy siguen rezando, tal vez de otra forma, a su modo.

Para otros, rezar es una forma de perpetuar el dolor que padecieron y solucionan su trauma no rezando nunca más. Así de paradójico: no rezar les llena de paz, o dicho de otra forma, la oración se torna una fuente de inquietud. Hay quienes, de buena fe, quieren hacerles ver que abandonar la oración es un error o un descamino. En la medida en que sea una actitud honesta, el rechazar la oración no me parece un problema serio sino un síntoma del escándalo que padecieron. También podría compararse a quien ha perdido la vista a causa de otro. No tiene sentido exhortar a un cambio de actitud a quien ha padecido esa pérdida. El verdadero problema lo tiene quien ha causado ese mal, y en este caso es la Obra.

La oración es algo maravilloso, pero que puede ser objeto de maltrato e instrumentalización. La dirección espiritual no debe, como sucede en la Obra, estar sometida a los fines y objetivos de gobierno.

Si hay algo que no importa en la Obra es la unión de las personas con Dios. La única “unidad” que importa es con el Padre-prelado de turno. Como tantas cosas contradictorias, el fundador hablaba a los directores de no ser aisladores de Dios sino conductores, que llevaran a Dios. En los hechos, toda la Obra es una gran espiral que lleva hacia sí misma, es decir, a ninguna parte.

Lo de la Obra sí que es grave.



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