Reflexiones sobre la muerte del Padre Danilo Eterovic

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Por E.B.E., 9 de marzo de 2015

«El tesoro del Opus Dei son nuestros enfermos y nuestros ancianos» (Reglamento de la Pía Unión, 1941, nro. 46)
«Cuando llega la enfermedad o la vejez, un Numerario o Agregado no se encuentra solo, porque la Obra acude maternalmente en ayuda de sus hijos. (…) Cada uno sabe que, si cae enfermo, sus hermanos en la Obra le tratarán con el mismo cariño y con los mismos cuidados con que le atendería su madre» (Catecismo, nro. 165, edición 2010)
«Tomó la palabra un socio de la Obra, que estaba allí con su madre, viuda, inquieta por lo que pudiera ser de su hijo cuando llegase a viejo.
–Dice que no voy a tener familia... Y como ella está acá, al lado mío, yo quiero que usted le explique que tenemos familia, que nos queremos mucho». [Escrivá contesto:]«tu hijo tiene familia y tiene hogar; y que morirá rodeado de sus hermanos con un cariño inmenso. ¡Feliz de vivir y feliz de morir! ¡Sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte! ¡A ver quién dice por ahí esto! (...) ¡Es el mejor sitio para vivir y el mejor sitio para morir: el Opus Dei! ¡Qué bien se está, hijos míos!» (tertulia en el teatro San Martin Argentina, 1974)
«Hay que saber deshacerse, saber destruirse, saber olvidarse de uno mismo; hay que saber arder delante de Dios, por amor a los hombres y por amor a Dios, como esas candelas que se consumen delante del altar, que se gastan alumbrando hasta vaciarse del todo» (J.M. Escrivá, meditación, 16-II-1964)
«... yo que había andado por el mundo sin padre y casi sin madre. Tuve la sensación de que aquél era mi verdadero hogar» (Danilo Eterovic, entrevistado por J.L. Olaizola)

Se podría afirmar, sin temor a exagerar que, en esa fraternidad o cariño familiar del que hablaba Escrivá, creíamos y creímos durante largos años todos los que fuimos socios del Instituto Secular Opus Dei (luego convertido en prelatura personal).

Con el paso del tiempo, sin embargo, se empezaron a conocer diversas historias personales de sufrimiento y desilusión. Cada uno, incluso, haya vivido en carne propia el contraste entre esas palabras o promesa de Escrivá y la realidad concreta.

Cuarenta años después de esa tertulia en Argentina, en 2014, el padre Danilo Eterovic, primer numerario boliviano del Opus Dei, que vivía en Buenos Aires en un centro de la prelatura, sin ningún familiar con el cual contactarse, escribió de manera escueta, antes de morir cruentamente: «estoy rechazado».

El Opus Dei dijo que la muerte de este sacerdote fue un accidente. Sin embargo, ahora se ha podido confirmar que no fue así. ¿Por qué, entonces, el Opus Dei dio una versión completamente diferente de los hechos?

Mons. Mariano Fazio en el sermón de la misa de exequias aludió a esa promesa de Escrivá en relación al Opus Dei: «en nuestra familia nos queremos con obras y de verdad». Sin embargo, la historia del padre Danilo contradice seriamente ese panorama ideal presentado por Escrivá y reafirmado por el entonces vicario regional de Argentina y actualmente Vicario Regional del Opus Dei, residente en Roma.

¿Se trató de una situación excepcional, «un hecho aislado y extremoso» y, por lo tanto, el Opus Dei sigue siendo un mundo maravilloso, como decía Escrivá, a pesar de lo que le sucedió al padre Danilo?

Si bien tenía terribles dolores (cólicos, columna, etc.), sin embargo, en su sintética nota de despedida, el padre Danilo no hace mención de ninguno de ellos, sino que señala el abandono que sufrió por parte de la prelatura y el estado terminal de enfermedad en el que se encontraba.

Podría haberse echado la culpa o haber sentido vergüenza de la decisión que iba a tomar. Al contrario, como un grito de socorro, como un último suspiro de su dignidad herida de muerte, afirmó –como si firmara una declaración jurada- que estaba muy enfermo y que no entendía cómo había llegado a dicha situación terminal.

Son muchos los ex miembros que han señalado un gran abandono, por parte de la institución, y la existencia de diversas enfermedades psiquiátricas dentro de la vida de los centros del Opus Dei. Lo padecido por este sacerdote parecería tener una explicación.

Causas de la muerte

A diferencia de la versión oficial, el Padre Danilo no murió por casualidad.

Tampoco murió, como se podía pensar, a causa de sus dolores de columna y cólicos que le hubieran hecho perder el equilibrio y desvanecerse.

El padre Danilo murió de dolor moral y psíquico, más que físico. Esto es algo muy diferente a la versión oficial, que pone la causa de la muerte fuera de la Prelatura (accidente, desvanecimientos, etc.), mientras que las últimas palabras del padre Danilo apuntan hacia la misma Prelatura. Esto no es algo nuevo: pensemos en el caso del padre Antonio Petit y el abandono que sufrió.

Murió solo, «rechazado» (sic) y «muy enfermo» (sic), con una angustia indescriptible –debido al abandono-, la cual le llevó a tomar la decisión de poner fin a su vida. Sin duda estaba rodeado por las personas que vivían con él, pero, como veremos más adelante, el campo de acción de esas personas era limitado por los directores.

El padre Danilo murió atormentado: no sólo por la forma cruenta en que murió, sino por el estado interior de su persona. La muerte no parece haber sido un alivio para él –como sugirió alguien de la prelatura- sino, más bien, algo completamente inmerecido.

Razones del ocultamiento

Al negar la verdad, el Opus Dei rechazó por segunda vez al padre Danilo, primero en vida y luego una vez muerto.

El Opus Dei sabía perfectamente lo que había sucedido, pero prefirió contarlo de una manera muy diferente. La decisión de ocultar los hechos, tal como se dieron, podría explicarse como una cuestión de caridad hacia el padre Danilo (preservar la memoria del difunto).

Pero también hay otra explicación, menos evidente y más dura: si no fue accidental, ¿su muerte se podía haber prevenido? Lo cual lleva a preguntarse si la razón para no contar la verdad, era preservar el honor y la memoria del padre Danilo, o más bien, el prestigio de la Prelatura.

La verdad, en relación a lo sucedido, compromete más a la Prelatura que al honor del padre Danilo. Por lo tanto, usar como escudo al padre Danilo para tapar un grave problema de la Prelatura no es una forma de honrar la memoria del difunto sacerdote.

Cabría preguntarse si no podría estar sucediendo lo contrario: que se usara la muerte del padre Danilo para atacar al Opus Dei. A ello vamos.

Razones para publicar la nota

«En el avión de hélice que me conducía a Perú, primera escala del viaje, lloraba tanto que el señor del asiento de al lado, me preguntó la causa. Cuando se lo conté me dijo: "Como te vean llorar así, no te van a dejar entrar en los Estados Unidos. Hasta que no se te pase no puedes seguir viaje. Quédate conmigo en Lima". Era un perfecto desconocido.» (Danilo Eterovic, hablando de la muerte de su padre, entrevistado por J.L. Olaizola)
«¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos?» (Mt 12, 48)

En el contexto en el que redactó esa nota, al padre Danilo parece habérsele agotado el tiempo y las energías que le quedaban, a duras penas, para escribir unas pocas líneas breves –como un condenado que tiene derecho a decir sus últimas palabras- que sintetizan el estado de su alma en esos momentos finales de vida, y dice tres cosas esenciales: el rechazo por parte de la institución, el hecho de estar muy enfermo y, finalmente, su inocencia en relación a la muerte que iba a recibir como una suerte de condena.

A pesar de su estado físico y mental, demostró una lucidez propia de los momentos de la muerte, cuando no cabe fingimiento alguno: se dice lo que se siente en lo más profundo del alma y no se pierde el tiempo en excusas inútiles.

Al declarar «no sé cómo llegué a este punto», lejos de ser un pretexto para exculparse, demuestra la conciencia de su inocencia y la naturaleza de lo que significa, dentro del Opus Dei, el «holocausto del yo» vivido hasta el extremo, es decir, hasta llegar a la alienante destrucción personal, de lo cual no está nada claro que Escrivá hubiera dado ejemplo o seguido ese mismo camino, del mismo modo que exigía testamentos a otros pero él no redactó el suyo.

Quienes conocían al padre Danilo sabían de su fortaleza frente al dolor, por lo cual su muerte implica un quiebre interior de dimensiones insoportables. El padre Danilo aguantó todo lo que pudo y finalmente se quebró.

Pero antes de quebrarse para siempre, quiso dejar testimonio del peor de sus sufrimientos: el rechazo por parte del Opus Dei, la mayor de las crueldades, más aún que sus dolores de columna o cólicos, crueldad que finalmente le quebró el alma de manera definitiva, hasta un punto de no retorno.

El dolor físico quiebra a las personas, pero el dolor moral les hunde en la desesperanza. El mayor daño que le habría provocado el Opus Dei al padre Danilo –y que el Opus Dei quiso ocultar-habría sido que perdiera la esperanza.

En cierto sentido, sin ser del todo consciente, el Opus Dei pareciera haberse inculpado a sí mismo al dar a entender que fue un accidente. Metafóricamente, podría decirse que el padre Danilo no se tiró a las vías sino que pareciera haber sido empujado por el Opus Dei hacia la desesperación. Lo cual recuerda el conocido dicho siniestro: «que parezca un accidente». Pues, curiosamente, el Opus Dei quiso hacer pasar su muerte como un accidente, cuando en realidad no lo fue de ningún modo.

Esta pérdida de la esperanza es lo más terrible, mucho más que todos los dolores físicos que sufrió. El padre Danilo no escribió «no aguanto más este dolor de columna» sino que se refirió a «estar rechazado» por los directores (que, en el Opus Dei, representan a Dios), en medio de un contexto de gran enfermedad.

La idea de rechazo es central en el concepto de infierno (sin entrar a discutir su realidad ontológica): el infierno es rechazo y ausencia de toda esperanza. Esto es lo que pareciera haber experimentado el padre Danilo, es decir, la mayor de las crueldades, más aún que todos los dolores físicos que experimento su cuerpo. Esto le quebró definitivamente, como deja constancia en su nota.




El fallecimiento del padre Danilo marcará la historia del Opus Dei. Su muerte ha puesto al descubierto –posiblemente por primera vez- que la prelatura causa daño y lo oculta. Lo que muchos sabían por experiencia propia, pero no podían demostrarlo, con su muerte y su testimonio escrito, el padre Danilo ha dejado pruebas de ello.

Más que ser un «error aislado» de la prelatura, tal vez sea el primer caso de daño –entre tantísimos otros- del cual hay evidencias. Si por alguna extraña explicación, esta muerte pudiera ser considerada «un error» de la prelatura, el ocultamiento posterior –de la naturaleza de su fallecimiento como de la nota de despedida- no fue ningún error sino una decisión de gobierno. Más que ocultar el error o el daño, el Opus Dei necesita ocultar el sistema que hay detrás y es causa de ambos.

En el modo en el que el Opus Dei «gobierna las conciencias» hay que buscar las razones del daño y de su posterior ocultamiento. Es un sistema que lleva a la autodestrucción personal: en muchos casos, la víctima de ese sistema, se detiene antes de llegar a la muerte y se salva, en otros no. El daño no es accidental, ni producto del error, sino intrínseco al sistema.

Esta muerte le significará una seria pérdida de legitimidad moral al Opus Dei, esencial para sostenerse como institución religiosa. ¿Qué explicación dará la prelatura? Tal vez en los próximos meses nos enteremos. Lo más probable es que –con gran delicadeza- le eche la culpa al muerto.




El Opus Dei expulsa de diversas formas: a algunos de manera explícita los empuja hacia la dimisión (es decir, busca descartarlos cuando ya no sirven) y a otros les da a entender, de otra forma, que tampoco los quiere. El padre Danilo entendió el mensaje y así lo dejó por escrito.

Usualmente, el daño denunciado por los ex miembros, resulta difícil de demostrar, no se nota, no deja rastros a la vista. El caso del padre Danilo, sin embargo, se les fue de las manos y quisieron ocultarlo. Reaccionaron rápido y así creyeron haberlo enterrado bien bajo tierra, como a su cadáver. Pero, un año después, la verdad resurgió como una presencia indeseable.

Lo que pareciera haber descubierto el padre Danilo, y que lo descorazonó, fue una de las características más importantes del Opus Dei: la simulación. Se dio cuenta de que sus superiores no le querían realmente como él creía y como él quería. Si al inicio de su vida en el Opus Dei, el padre Danilo tuvo la sensación de que aquél era su verdadero hogar, hacia el final de su vida en este mundo llegó a la conclusión de que aquello había sido una gran decepción. Esa temprana frase pareciera ser el contexto adecuado para entender sus últimas palabras («estoy rechazado») para entender la profundidad de su derrumbamiento.

El Opus Dei es maravilloso en la misma medida en que alcanza unos niveles de simulación cercanos a la perfección. Pero cuando se descubre que hay fingimiento, la decepción es enorme y agobiante: encontrar, luego de haberlo dado todo y haberse vaciado de sí, que del otro lado sólo hay un impostor, alguien que se hizo pasar por quien no era. Es posiblemente la forma usual en que el Opus Dei expulsa a su gente: los decepciona y los desanima, los empuja hacia la puerta de salida. Al padre Danilo lo empujó un poco más allá y los directores perdieron el control de la situación.

Me da la impresión de que aún no se ha tomado conciencia del nivel de crueldad que existe en el Opus Dei, a partir de ese ejercicio de simulación. Habría que estudiar con detenimiento la conducta de Escrivá, su fundador, quien actuaba de manera muy semejante a un comportamiento cruel: rechazando y condenando a la infelicidad –al abismo infernal- a todo aquel que no estuviera dispuesto a cumplir su voluntad y someterse a su autoridad. Y por otro lado, la «espiritualidad» que Escrivá predicaba conducía hacia la destrucción personal en beneficio de «la Obra».

Muchos comparan al Opus Dei con una trampa. Consiste en creer que el Opus Dei es necesario para la salvación y que la palabra de su fundador es sagrada, y por lo tanto, en dar lugar a un estado de sometimiento insondable, con una dependencia que termina produciendo desesperación. La divinización del Opus Dei y de su fundador tiene un aspecto siniestro no evidente. Porque ambos son la excusa para exigir, en el sometido, la anulación personal, el ya conocido “holocausto del yo”. Ese vaciamiento es llevado por los superiores del Opus Dei hasta el extremo, con el fin de obtener el mayor rendimiento institucional de la persona. Una vez concluido el ciclo, la persona se queda sin misión y a solas, con su vacío personal.

Exactamente como le sucedió al padre Danilo, cuando escribe «el P. Jorge C. me dijo que no tengo encargos» -> «estoy rechazado» (la flecha es un símbolo lógico que se refiere a “consecuencia” y conecta un término con otro, lo cual se traduciría así: «si me dicen que no tengo encargos, entonces estoy rechazado»).




Cabrían muchas preguntas: ¿por qué el padre Danilo no buscó por su cuenta otros encargos? Esa es fácil de responder: nadie en el Opus Dei atiende actividades apostólicas sin permiso de los superiores (especialmente dentro de la Prelatura), ni aún iniciativas personales al margen de la institución, porque la prelatura las califica de «anarquía» (al menos, ha de tenerse el permiso implícito de los directores: «se dice que el apostolado personal es dirigido porque los fieles del Opus Dei no hacen una labor anárquica; cada uno recibe de los Directores las oportunas orientaciones espirituales», Catecismo del Opus Dei, n. 276, edición 2010).

Esto se acentúa más aún en el caso de los sacerdotes (por ej., «sin el permiso especial del Padre, los sacerdotes no dan nunca clase a mujeres ni a niñas, fuera de los Centros de la Obra», cfr. «Experiencias de práctica pastoral», cap. XX).

El sentido del sacerdocio, dentro del Opus Dei es muy específico: «Los Numerarios y Agregados que llegan al sacerdocio, se ordenan especialmente para servir a sus hermanos con las tareas específicas del sacerdocio ministerial, para trabajar en los apostolados de la Obra y para fomentar la plenitud de la vida cristiana entre personas que viven en el mundo. Esta y no otra es la razón de su ordenación sacerdotal» (cfr. «Experiencias de práctica pastoral», cap. I, La misión del sacerdote en la Obra).

Por eso, si el padre Danilo no tenía ningún encargo de SR-SG-SM (propios de la Prelatura), entonces su ministerio perdía sentido.

Otra pregunta: ¿por qué se sintió rechazado al no tener encargos? ¿No podría ser una reacción exagerada? El rechazo, al que se refiere el padre Danilo pareciera tener unas dimensiones mucho más amplias, más allá del encargo concreto que le asignaran o le quitaran: se sentía rechazado personalmente, íntegramente.

La misión le daba sentido a su vida y sobre todo, posiblemente, a sus terribles dolores. El dolor sin sentido se torna ensordecedor y aturde. El sentido, entonces, acude como una forma de rescate.

Su nota de despedida pareciera indicar que, al quitarle la misión, el padre Danilo se terminó hundiendo por el peso de sus dolores físicos, al cual se agregó el abandono moral por parte de sus superiores. No es casual que la palabra «ENFERMO» la hubiera escrito en mayúsculas, como si fuera un grito: alguien no lo estaba escuchando y por eso gritaba, para que, aun un desconocido, le pudiera oír. ¿Quiénes eran los que no le escuchaban?




Sus últimas palabras constituyen una verdadera denuncia contra el Opus Dei: por eso es importante la publicación de esa nota, para que no quede en el olvido. Es darle cauce a dicha acusación y al pedido de auxilio del padre Danilo, aunque sea de manera póstuma. Es darle a su muerte un entierro digno, aunque de por medio haya que desenterrar una desagradable historia, para que finalmente el padre Danilo descanse en paz.

Publicar esa nota es una forma de acudir en su auxilio y honrar su memoria, especialmente su enorme sufrimiento moral. Lejos de manchar a su persona, la forma en que murió –contra su deseo, como lo da a entender en su nota- se asemeja más bien a una suerte de martirio de su conciencia atormentada (holocausto del yo). Su muerte ha de despertar el mayor de los respetos y ningún tipo de murmuración.

En este sentido, contrariamente a lo que se pudiera suponer, ocultar la verdad sólo puede contribuir negativamente hacia la persona del padre Danilo, pues de lo contrario comenzarían –y de hecho comenzaron- a correrse rumores de cuál sería «la verdad», cosa que no beneficiaría en manera alguna al padre Danilo ni a la dignidad que merecía su persona y merece memoria.

Conocer la verdad disipará todas dudas, todo rumor, toda mala lengua y sobre todo hará caer la responsabilidad sobre quienes tenían la capacidad de cambiar el curso de los hechos, y sobre todo, de prevenirlos.

Responsabilidad de la Prelatura

Lejos de ser un accidente, la muerte del padre Danilo fue producto de un largo proceso de deterioro y pareciera tener un responsable principal: la misma Prelatura, según lo da a entender el sacerdote en su nota.

Debido a ello, el Opus Dei habría ocultado la verdad sobre la muerte del padre Danilo para cubrir su propia culpa. De comprobarse, ello sería muy serio, siendo responsables del encubrimiento, posiblemente, toda la cadena de mando, incluso el prelado mismo.

Nadie en el Opus Dei suele toma decisiones por su cuenta –salvo intrascendentes-, al margen de la cadena de mando, siguiendo el principio que dice «quien obedece no se equivoca nunca», por lo cual la responsabilidad personal se delega siempre en el superior. Decidir “sin consultar” supone un riesgo «jerárquico» que no tiene sentido, al menos dentro del Opus Dei.

Si tenemos en cuenta, además, que el actual Vicario Regional, Mons. Mariano Fazio, era entonces el Vicario Regional en Argentina, por lo tanto, hoy la Prelatura no puede negar que el Gobierno Central conoce lo sucedido en aquél entonces.

Quitarle al padre Danilo todo encargo pastoral no fue una decisión aislada y ni caprichosa del padre Jorge C. sino una orden decidida mucho más arriba. Es decir, el padre Danilo difícilmente le echaría la culpa de su muerte al padre Jorge C. por haberlo «rechazado» pues ese sacerdote fue simplemente un instrumento para comunicar una decisión que el mismo padre Jorge C. no tenía poder de tomar por sí solo. Fue el último eslabón de la cadena de mando, no el primero.

Sin embargo, nadie le quitará al padre Jorge C. la angustia de haber sido el ejecutor de esa orden mortal', y al mismo tiempo, aparecer nombrado entre las últimas palabras que escribió el difunto sacerdote. Este tipo de situaciones debería hacer reflexionar a muchos, dentro de la Prelatura, que aún se guían por los principios de la obediencia ciega, ordenada por Escrivá. Aunque la máxima diga «el que obedece no se equivoca nunca»la' conciencia se encarga de señalar cuándo la obediencia es equivocada. En estos casos, quien más se perjudica, es el que obedece sin pensar, porque de las consecuencias de sus actos no se libra, la conciencia termina recriminando. La obediencia no es excusa para delegar el propio discernimiento, pero éste es uno de los pecados más graves del Opus Dei, el sistema con el cual gobierna conciencias.




En un momento del sermón, Mons. Fazio (por entonces, Vicario Regional de Argentina) dijo lo siguiente:

«Quisiera agradecer a quienes estuvieron más de cerca en los últimos meses junto al padre Danilo. Me consta la dedicación, cariño y servicios que le ofrecieron en Los Aleros, tratando de hacerle más llevaderos sus grandes dolores. Dios se los pagará con creces.»

Dichas palabras aparentemente son elogiosas. Ese elogio, a su vez, pareciera ser una forma de lavarse las manos, por parte de los directores del Opus Dei, para luego descargar toda responsabilidad en quienes hasta los últimos momentos estuvieron cerca del padre Danilo y, por lo tanto, no habrían sabido cuidarle.

¿Cómo hubiera redactado aquél párrafo Mons. Mariano Fazio, de haber reconocido públicamente el suicidio del padre Danilo? No habría nada que agradecer y mucho que asumir por parte de la propia jerarquía de la prelatura, más que por parte de los residentes de Los Aleros.

El Opus Dei es vertical, incluso en lo que hace a la fraternidad (que por definición, es horizontal y debería ser así, pero en el Opus Dei no es así), por lo cual quienes vivían junto al padre Danilo no podían hacer más de lo que se les permitía desde arriba, aunque parezca absurdo e incluso inhumano. El campo de acción era –es aún hoy- muy limitado.

Pero hay algo más grave aún.

El mismo padre Danilo –como cualquier numerario o agregado- no tenía autonomía para acudir a un «pastor» o a un médico que no fueran designados por el Opus Dei, pues en ese sentido, la doctrina del Opus Dei no se limita al confesor, incluye también a los médicos, especialmente si se trata de padecimientos morales y psicológicos, es decir, no se puede acudir a un psiquiatra o un psicólogo sin la aprobación explícita de los superiores. Ni siquiera se puede acudir a un amigo y contarle los problemas interiores, pues:

«Nunca será conveniente que los fieles del Opus Dei tengan entre sí estas confidencias de vida interior o de preocupaciones personales, porque quienes cuentan con la gracia especial, para atender y ayudar a los miembros de la Obra, son el Director o la Directora - o la persona que los Directores determinen - y el sacerdote designado.» (Catecismo del Opus Dei, nro. 221, edición 2010)

«Nunca será conveniente». Es terminante la prohibición. Si no se puede tener entre los fieles del Opus Dei, menos aún entre «los infieles», es decir, los ajenos al Opus Dei. Y quien designa la ayuda es la cadena de mandos, que parte del prelado, pasa por el vicario regional y llega al director local. El aislamiento en el que vive una persona dentro del Opus Dei –especialmente si pasa por una situación interior angustiante- es extremadamente considerable, aunque esté rodeada de pares, pues éstos no pueden hacer casi nada, si desde arriba no les es permitido. Esto es terrible y se nota en las pocas palabras que dejó escritas el padre Danilo antes de morir: se quiso comunicar, pero no tenía con quien.




¿Quién era el destinatario de esa nota? ¿A quién le estaba escribiendo, por última vez, el padre Danilo? No es una pregunta intrascendente.

Parece una nota de socorro. Le escribe al primer desconocido que le encuentre una vez muerto, para al menos comunicarse con alguien, aunque él ya no esté vivo. Como un mensaje puesto en una botella y lanzado al medio del océano. No dejó la nota en su Centro donde vivía, se la llevó consigo, con un destino desconocido. Esa nota fue su última esperanza de ser escuchado, en medio de tanta desesperación, y posiblemente, también su última voluntad: quiero que alguien sepa esto. Recoger esa nota es acudir en su auxilio.

No es casual que ese alguien, elegido por el padre Danilo, no haya sido ninguna autoridad de la prelatura. El Opus Dei pareciera haber hecho lo posible para quitarle incluso esa última esperanza de ser escuchado y ahogar su grito de angustia.

La nota fue escrita en dos registros: un título y un cuerpo, con dos destinatarios distintos.

El destinatario del cuerpo del texto no parece haber sido el padre Mariano Fazio. Este, más bien, tendría la función de recoger el cadáver, de «hacerse cargo del muerto», del cuerpo de carne y hueso, pero no del cuerpo del texto.

Por eso el resto del mensaje está desprendido, separado del encabezado, y no está dirigido a Fazio en primera persona, sino que es como un pensamiento en voz alta, dirigido a quien esté dispuesto a escucharlo, dirigido a un interlocutor desconocido e impersonal, un grito en el vacío a la espera de una oreja que le escuche. Porque, dentro del Opus Dei, claramente no era oído, sino que además los superiores decidieron silenciarlo para siempre, al negarse el modo en que murió y la nota que dejó explicando los motivos.

Recoger ese grito es una forma de decirle al padre Danilo que ha sido escuchado y que puede descansar en paz.

El Opus Dei, en cambio, ha buscado la forma de enterrar su cuerpo junto con su voz, para que su llamado de atención no fuera advertido, ni siquiera una vez muerto. Por suerte, esta vez el Opus Dei no prevaleció.




Acudir al «mal pastor» es considerado una traición, para la prelatura, y el mal pastor es tanto un sacerdote que no sea del Opus Dei como también un psiquiatra que no sea el designado o aprobado por los directores. Esto lo dejó claramente escrito Escrivá:

«Si el alma en circunstancias particulares necesita una medicación —por decirlo así— más cuidadosa, esto es, si se hace necesario el oportuno y rápido consejo, la dirección espiritual más intensa, no debe buscarla fuera de la Obra. Quien se comportara de otro modo, se apartaría voluntariamente del buen camino e iría hacia el abismo» (J.M. Escrivá, carta, 28-III-1955, n. 19).

Por lo tanto, la responsabilidad en toda esta situación ha sido, en primer lugar, del Prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría, luego de su Consejo General y luego del Vicario Regional, Mons. Fazio y su Consejo Regional (habría que incluir también al padre Víctor Urrestarazu, Vicario Delegado de Buenos Aires, en aquél entonces, junto a sus directores de la Delegación de Buenos Aires). No se trata esto de una acusación de ningún tipo: es una descripción de cómo funciona el Opus Dei. Quien sí pareciera haberles acusado ha sido el mismo padre Danilo.

Esto es importante que lo tengan en claro quienes estuvieron más cerca del padre Danilo los últimos meses, para que no carguen con culpas que no les corresponden, aunque sientan un terrible dolor por no haber podido hacer más. Es que no podían e incluso les estaba prohibido por «mandato» explícito del fundador, salvo que «voluntariamente se hubieran apartado del buen camino y hubieran ido hacia el abismo».

Conclusiones

«Causa suficientemente grave para decidir la salida de un miembro que esté incorporado al Opus Dei, es la falta del espíritu propio de la Obra, que constituya motivo de escándalo para los demás» (Catecismo, nro. 72, edición 2010)
«¿Ibamos a hacer inútil aquel sufrimiento que le había costado la vida?» (Danilo Eterovic, hablando de la muerte de su padre, entrevistado por J.L. Olaizola)

Cuando el protagonista de un escándalo es un fiel de la prelatura, se procede a dimitirlo. Pero cuando, quien protagoniza el escándalo, es la misma institución a través de su cadena de mando: ¿quiénes deberían ser dimitidos? ¿No debería haber consecuencias, tal vez aún más serias, por tratarse de personas que deberían dar ejemplo por el cargo que ocupan?

Cabe señalar que gracias a que dicha carta o nota, escrita por el padre Danilo, cayó en manos de la justicia penal y se archivó en un expediente, es que se pudo conocer su contenido, y en definitiva, una parte muy importante de la verdad de lo sucedido.

¿Qué habría pasado si dicha nota hubiera sido entregada a los directores? Muy fácil: si la ocultaron aún cuando no tenían control sobre el orignal (que estaba en manos de la justicia penal), mucho más aún la ocultarían si esa nota hubiera quedado exclusivamente en manos de los superiores. Es muy probable que los superiores hayan creído que nadie se iba a interesar por averiguar y ahondar sobre la muerte del padre Danilo y que todos creerían mansamente la versión oficial. En síntesis: no nos hubiéramos enterado jamás de su existencia, y por lo tanto, no sabríamos de los terribles sentimientos que le agobiaron al padre Danilo hasta último momento.

Esto es importante señalarlo porque, como suele suceder, mucha gente sufre allí dentro del Opus Dei, pero –salvo excepciones- nunca quedan pruebas de ello, salvo las cicatrices mentales y recuerdos orales.

Que la verdad del padre Danilo salga a la luz es uno de los mejores servicios que se le puede hacer a su memoria y a su persona. Rescatarlo del olvido, del abandono y abrazarlo.

Cometería un grave error la Prelatura si reaccionara, para defenderse, negando los hechos o incluso descalificando al padre Danilo, por más sutiles que fueran los comentarios hacia su persona.

Es indigna la muerte que sufrió y, más aún, es escandaloso el modo en que la Prelatura ocultó lo sucedido, porque evidentemente se vería perjudicada si se conocía la verdad. La mejor prueba de ello es observar las reacciones que la publicación de esta noticia está despertando, la indignación –y consternación- que irá causando a medida que se difunda, especialmente entre tantos supernumerari@s que tanto le querían y admiraban, como también entre tantos agregad@s y numerari@s, es de esperar, provoque cambios, y que ni la muerte del Padre Danilo –ni sus últimas palabras de auxilio- hayan sido en vano.




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