Qué es el Opus Dei? Otro modo de responder a la pregunta

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Por Heraldo, 2 de junio de 2010


Hace pocos días nos ha dicho exnumeraria que “el sistema de dirección espiritual que se venía ejerciendo hasta ahora en el opus, ha sido modificado de forma drástica y seria. Les queda terminantemente prohibido desvelar el secreto que concierne a la dirección espiritual y a la confesión”. Como ella misma nos relata, la susodicha modificación ha sido expresamente solicitada por el Vaticano.

Voy a tratar de explicar mi punto de vista sobre la relevancia de esta medida, la cual es tan grande que quedo en espera del modo como la Obra se las arreglará para montar una solución evasiva a esta expresa petición del Papa.

A la pregunta ¿qué es el Opus Dei?, se puede responder de muchas maneras, a la vez que quedarse perfectamente perplejo. Se puede decir que es una Prelatura personal de régimen internacional, y orientar la atención en la figura jurídica. Se puede responder que es una organización que promueve la búsqueda de la santidad en medio del mundo, y centrarse en el mensaje central. Internamente se dice que es una familia con lazos más fuertes que los de la sangre, poniendo énfasis en la filiación y la fraternidad. Pero hay también una manera de responder a la pregunta que orienta la atención hacia cómo el miembro de la Obra forma parte, no ya desde un punto de vista jurídico, sino estrictamente espiritual. Y en ese caso habría que responder que la Obra es aquel grupo de personas que, por la apertura total de su conciencia, se entregan completamente a Dios a través de una estructura directiva...

Si lo que digo es verdad, entonces es absolutamente imposible que la mezcla entre jurisdicción y dirección espiritual sean separadas en la praxis de la Obra, a no ser que el Prelado de turno haya perdido por completo la cordura. Es algo que el Fundador no admitiría en modo alguno. Lo que afirmo lo considero tan esencial en la Obra que me atrevo asegurar que es más fácil que el Opus Dei sustituya su mensaje de la santificación del trabajo por el de, digamos, la evangelización de los países sudafricanos, a que con sinceridad admita que la dirección espiritual ya no estará fusionada con la jerarquía interna y el ejercicio del gobierno. En cambio, si lo que digo es falso, entonces tendré que aceptar que no me enteré de nada durante los muchos años que pertenecí al gobierno de la Obra, tanto a nivel local como a nivel delegacional.

Lo que digo se muestra, en primer lugar, en la primacía que tiene la virtud de la sinceridad en el Opus Dei. Cuando se nos explicaba la importancia de esta virtud se reconocía que, a fuer de cristianos, la primera virtud es la caridad. Pero de inmediato se enfatizaba que, a fuer de miembros de la Obra, la primera virtud es la sinceridad. El miembro de la Obra, para tener buen espíritu, debe estar, por mediación del ejercicio de la sinceridad con sus directores, enteramente en sus manos. La conciencia ha de estar abierta de par en par, para dejar hacer y deshacer. Por eso, el miembro de la Obra no puede tener una intimidad o interioridad que le sea propia o exclusiva. Esto contradice esencialmente la entrega a Dios en el Opus Dei. Según el espíritu de la Obra, quien tiene un secreto para sí, tiene un secreto con el diablo (sic). O con Dios (en la Obra, por la sinceridad) o con el diablo. Tercero excluido. La sinceridad ha de ser plena, inmediata, y salvaje. Si se retrasa, que sea por muy poco tiempo, el menor posible. Dios entra en el alma por mediación de la sinceridad y no puede entrar de otra manera. El alma sólo se cura y purifica por la total apertura del alma. Nadie puede sentirse Opus Dei sin el ejercicio pleno de la sinceridad con los Directores.

Ahora bien, ¿de qué sinceridad se trata? De una muy precisa. De aquella que se ejerce con los Directores y con los sacerdotes asignados. De otra forma no sirve, pierde eficacia, no es Opus Dei. Quizá pueda obtenerse el perdón del pecado, pero se ha comenzado a recorrer el sendero del descamino si no se ha hablado con sinceridad con los Directores o las personas por ellos asignadas. Es el caso de quien se confiesa fuera, con otros sacerdotes; o del que se confiesa dentro pero no airea su pecado –su intimidad, sea cual fuere- con la persona con quien hace la charla. De este modo, el sarmiento está unido a la vid, y de ninguna otra.

A su vez, quien recibe la confidencia (la apertura de la intimidad de otro miembro), tiene el deber de comunicar a los Directores los datos relevantes, positivos y negativos, sobre todo aquellos que representen dificultad, oscuridad o alejamiento del miembro. Esa información es esencial para dirigir adecuadamente el alma del miembro en bien suyo y de la Obra, pues quien ejerce la dirección espiritual no es la persona en su singularidad concreta, sino el Opus Dei. ¿Y quién es el Opus Dei en este caso? La jerarquía interna, los Directores, que representan a Dios. Ellos poseen gracias especiales para aconsejar, cortar, podar, reprender. Ellos representan al Padre, y el Padre representa a Dios. No existe otra vía de acceso a la gracia. En el Opus Dei los sacramentos son en definitiva ineficaces si no se reciben solidariamente con esta vía, ya que quien no tiene el propósito de ser sincero con los Directores, no puede tener verdadero propósito de enmienda. Por eso, el sacerdote que recibe la confesión ha de impulsar a quien se acusa de pecado, a ser plenamente sincero en la charla fraterna, incluso bajo la amenaza de negar la absolución, pues la sinceridad en la charla (con el laico) se estima implicado en el propósito de enmienda. De lo contrario, no sería un propósito sincero.

No debe confundirse esta sinceridad en el Opus Dei con la confesión de los pecados que la Iglesia aconseja y aún exige a sus fieles. En esta confesión no importa para nada, al contrario, una fuerte dosis de anonimato. El confesor no sabe ni pregunta el nombre del penitente. El confesor no tiene por qué dar ninguna continuidad a sus consejos en sucesivas confesiones. Ni siquiera es necesario que confesor y penitente se vean el rostro. El penitente, en la Iglesia, es una voz anónima que traspasa la rejilla de un oscuro confesonario. En cambio, en el opus Dei es el yo personal quien queda al descubierto y a merced del Opus Dei, atenazado por la exigencia moral de mantenerse así a no ser que uno quiera pasarse al bando del enemigo y terminar perdiendo, más pronto que tarde, la vocación.

Por parte del laico que recibe la charla fraterna, su obligación es mantener informado a los Directores. Por ejemplo, cuando un miembro de la Obra presenta dificultades con la castidad, la preocupación y los cuidados de los Directores se multiplican. Los llamados informes ascéticos van y vienen con frecuencia trimestral, o antes, si aparece alguna circunstancia especial. Los expedientes de algunos miembros de la Obra se convierten en pesados legajos. Así ocurre a nivel de Consejo local, pero sobre todo a nivel delegacional, regional o central.

Los Directores implicados a través de toda la línea de gobierno –local, delegacional, regional y central- conocen perfectamente el estado de la conciencia de los miembros. Esta información se estima decisiva para ayudar al miembro de la Obra a ir adelante, pero también, al mismo tiempo, para tomar distintas decisiones, como puede ser el destino de un miembro, el permiso para la compra de un automóvil, el posible nombramiento en algún cargo o para la asignación de un encargo. Por eso, a los distintos niveles de gobierno llega un sinfín de informes ascéticos con ocasión de la admisión, la oblación o la fidelidad; con ocasión de un nombramiento como parte de un consejo local, como encargado de grupo o como celador, con ocasión del traslado de centro. Estos informes se solicitan expresamente. Lo que es absolutamente riguroso es que en el Opus Dei no se toma ninguna decisión de importancia sobre sus miembros sin conocer el estado de su conciencia y sin conocer sus disposiciones interiores; hasta el punto de que me atrevo a afirmar que es igualmente riguroso que este modo de proceder forma parte de la esencia del Opus Dei, no como simple modus operandi intercambiable por otro. No existe otro modo de vivir la vocación al Opus Dei que mediante la sinceridad plena; y no existe otro modo correcto de ejercer la dirección espiritual (o como quiera que se le llame) que en estricta unidad con quienes gobiernan (la dirección espiritual la da el Opus Dei, no sus miembros). Ser Opus Dei es vivir e identificarse con esta praxis. Por ello, desde la perspectiva de quienes gobiernan, una persona entregada en la Obra es ante todo una persona sincera. Y al revés: una persona que se reserva para sí lo que pasa en su alma, introduce en él y en la Obra la podredumbre. Por eso decía el Fundador, hablando de la sinceridad, que hasta el agua clara, si no corre, se estanca; y si se estanca, se pudre.

Nótese la relevancia de la siguiente cuestión. Según el espíritu de la Obra, nadie en el Opus Dei puede sentirse tranquilo de conciencia si no es plenamente sincero con los Directores, si su conciencia no estuviera abierta de par en par, sin ningún recoveco u obscuro pliegue. Quien no es plenamente sincero, tiene una doble vida. Tiene una vela encendida a San Miguel y otra al diablo, y o rectifica pronto, o se apagará la vela encendida a San Miguel. Por tanto, ser Opus Dei, vivir con plenitud la vocación implica la sinceridad total. Vivir con plenitud la vocación a la Obra no es ajeno a esta situación de transparencia y apertura. Por tanto, el Opus Dei como tal es el conjunto de personas que así se conducen y que participan en esta organización. Habría que decir que el Opus Dei es el conjunto de fieles que ponen su conciencia a merced de una estructura de gobierno. Por eso no me parece tan pacífica la afirmación de que ya no será necesario hablar de los propios pecados en la charla fraterna, o que quien reciba confidencias ya no tendrá que informar. Esto sería tanto como destruir al Opus Dei. La Obra pasaría a ser otra cosa.

El modo de proceder aquí descrito fue instaurado por José María Escrivá, quien, para edulcorar su ejercicio, hablaba de que la sinceridad en la Obra estaba regido por la espontaneidad. La charla fraterna nació con la naturalidad con la que mana una fuente. Para no atarme las manos, yo los mandaba por ahí a confesarse, pero vuestros hermanos acudían a mí espontáneamente para contarme, fuera de confesión, sus dificultades. Y cuando llegamos a ser muchos, mis hijos mayores tomaron el relevo. Nada más natural, en una familia, que acudir al Padre o al hermano mayor para recibir consejo y orientación. (No son palabras textuales, pero las ideas son exactas).

Pero esas palabras no son más que poesía manipuladora. La realidad es que existen muchos medios de coacción para obligar a la sinceridad, y que los miembros de la Obra se sienten atados a practicarla con las más gravosas cadenas de conciencia. Me consta que muchos miembros sufren indeciblemente por estas exigencias. He visto a muchos romper su silencio después de años, para poder reencontrar la paz perdida.

Por todo lo anterior no puedo aceptar que el Opus Dei esté dispuesto a cambiar en este punto. Más bien estoy convencido de que existe una estrategia evasiva, en el supuesto de que, en efecto, la Obra haya recibido ya una indicación en contrario de la Santa Sede. Una de estas estrategias sería decir que en la Obra no hay Dirección espiritual, ya que la charla fraterna no es sino una manifestación espontánea de familia, y que por tanto no se le aplican las restricciones que la Iglesia impone a la Dirección espiritual en otras instituciones.

Pero fuera de malabares lingüísticos, examinemos la razón de dichas restricciones. Pese a todos sus errores históricos, la Iglesia ha venido elaborando, con la experiencia de los siglos, un elevado concepto de lo que significa la propia conciencia. La expresión que la resume es la de “sagrario de la conciencia”. ¿Por qué? Porque en ella sólo está Dios y el yo personal de cada uno. Al final, el ser humano tiene el derecho inalienable de decidir con libertad, en conciencia, lo que mejor le parezca. Cualquier intromisión externa debe excluirse. Pero la que más debe excluirse es aquella intromisión en la que se pretende sustituir a Dios. Y esto es exactamente lo que ocurre en el Opus Dei. Los Directores sustituyen a Dios, no como personas singulares, sino en representación y al servicio de una Institución. Estamos, pues, ante la conculcación de un derecho inalienable, ante una violación espiritual con groseras manifestaciones. Estamos ante la instrumentalización de la persona en aquello que tiene de más íntimo (la propia conciencia). Además, esta circunstancia se presta, como es claro –y como ocurre, en efecto en la Obra- a la manipulación. Es una esclavitud no física, sino de orden espiritual, que es bastante más grave. En cambio, la sinceridad en la confesión, mandada por la Iglesia, respeta la libertad y autonomía del ser humano.

La aludida sustitución de Dios tiene, en el Opus Dei, manifestaciones muy concretas y abundantes. Todas, sin embargo, se resumen en que ellos (Prelado y sus representantes, los directores) se saben poseedores de la voluntad de Dios para cada uno de los miembros. Como ya he repetido, dicha posesión es detentada no en términos personales, sino como representantes del Prelado, en estricta unidad con los Directores inmediatos; unidad y comunicación que son la salvaguarda de la divinidad de los designios. Por eso se hace imprescindible la información de los datos de conciencia. Por eso tampoco cabe que en el Opus Dei quien reciba las confidencias ya no tenga la obligación de informar. Una persona que lleva una charla fraterna sólo accede a conocer la voluntad de Dios si se encuentra en perfecto acuerdo y consonancia con lo que se decide en el Consejo local, y este a su vez con lo que se decide en la Delegación, y así hasta el gobierno central del Opus Dei. Esto no significa, como es claro, que para cada charla fraterna haya comunicación entre todos los organismos de gobierno. La comunicación no tiene periodicidad fija, pero la tiene y la tiene que tener. Un ejemplo significativo: si un numerario de la Obra pide permiso para la compra de un automóvil, la Delegación dudará seriamente de otorgarlo si el miembro de la Obra presenta dificultades con la castidad o con la guarda del corazón. La autorización para la compra del automóvil es estudiada en un contexto propiamente ascético.

Otro ejemplo que reviste relevancia peculiar es cuando se les asegura a los jóvenes que tienen vocación a la Obra, porque así se ha visto en el Consejo local y con la anuencia o impulso del vocal de San Rafael de la Delegación. Porque cuando algo se ha visto y decidido en un nivel de gobierno, se compromete la voluntad de Dios. Otro tanto ocurre cuando se amenaza a alguno con las penas del infierno porque se encuentra en duda sobre su perseverancia. Esa seguridad en que ahí está la voluntad de Dios proviene de la unión con la cabeza. En definitiva con el Prelado. Y se trata de una enseñanza expresa y repetida de José María Escrivá, que se sentía poseedor de la voluntad de Dios de un modo que no sé si tenga parangón en la historia de la Iglesia.

Pero, ¿es válido que alguien, sea quien sea, se afirme ante una persona, como poseedor de los designios de Dios? Y, asimismo, ¿es válido que una persona abdique del más íntimo de los derechos para así cumplir con una supuesta vocación? No me parece admisible.

¿Cabe la posibilidad de que ya no se tenga que informar a los Directores superiores de lo que se escucha en la charla fraterna? Lo primero que hay que decir ante este cuestionamiento es que tal información debería de prohibirse como inmoral, desarrollando una antropología teológica que explique la prohibición. ¿Cabe que la Obra obedezca realmente en este punto? No veo cómo puede ser esto posible sin que la Obra devenga en otra cosa. Pertenecí a una Delegación durante 20 años y no me cabe en la cabeza. El férreo control del gobierno de la Obra perdería su fundamento.

El problema de fondo con el Opus Dei es que ellos consideran que la vocación a la Obra es de un orden distinto y muy superior a cualquier otra vocación de la Iglesia. Ellos son una institución de la Iglesia porque no les queda más remedio, pero esta circunstancia es accidental. Ellos son algo muy especial, algo así como un movimiento carismático. La voluntad de Dios para ellos exige una entrega a la que no se le pueden aplicar los criterios y exigencias de otras instituciones. Aunque no lo dicen así, se consideran una superiglesia, o bien que la vocación a la Obra es irreductible a otras vocaciones. Por eso he dicho que la Obra es una gnosis. El carácter institucional de la Obra, en cuanto Prelatura Personal, no es más que un insuficiente e impropio ropaje jurídico. No existe ropaje jurídico realmente adecuado a la Obra, pues su esencia misma trasciende toda realidad institucional en la Iglesia. Sin embargo, no se pueden presentar como tales porque entonces la Iglesia les daría un no rotundo. La figura jurídica adoptada, sea la que sea, es un mero salvoconducto, un expediente para obtener carta de ciudadanía en la Iglesia. La Jerarquía “no entendería” si se les comunicara la verdad completa de cómo la Obra se piensa a sí misma, cómo se concibe en realidad. En este “no entenderían” se saben superiores. Por ello, la pretensión de ser una superdiócesis obedece a ello. Como no podemos –dirían- no tener un estatuto jurídico, tenemos que ir a por el máximo.

En resumen, no creo que exista la menor intención de cambiar en el tema de la Dirección espiritual. Y a la vez, si se lograra que la Obra cambiara en este tema, bastaría con ello para transformar la Obra en algo completamente distinto. Estoy seguro de que se anularían o atemperarían muchos de sus inconvenientes. Pero esto no es así ni lo será, a menos que la Iglesia le haga una investigación a fondo y saque a la luz ese sentirse por encima de toda autoridad en la Iglesia misma.

Josef Knecht ha manifestado los motivos de sus vacilaciones sobre las posibilidades de una intervención de la Santa Sede. Estoy de acuerdo con él. Debe llevarse a cabo un desenmascaramiento muy profundo, que ha de ir dirigido a lo esencial. Para mí lo esencial es un evidente carácter gnóstico de la Obra. ¿Quién puede llevar a cabo este desenmascaramiento? Quienes hemos pertenecido muchos años al Opus Dei, y conocemos a fondo sus entresijos, tenemos el deber de contribuir. Lo de menos son sus prácticas, que no son sino consecuencias. Es verdad que se puede proceder al revés: si se eliminan ciertas prácticas, su realidad profunda se verá transformada. Pero yo prefiero apuntar a sus convicciones profundas. No quiero quitarle importancia a las prácticas perversas (como la que tan bien describe Castalio), pero esas prácticas tienen raíces en el ideario de la Obra, ideario que por cierto no está al alcance de todos, ni siquiera de todos los numerarios, aunque se cuenten por decenios sus años de pertenencia. También en esto la Obra es muy parecida a una gnosis: la pertenencia a ella es gradual.

A mi modo de ver, la canonización de Escrivá se puede echar abajo si se demuestra que hubo engaño. Y es evidente que lo hubo. Escrivá es el padre de un nuevo gnosticismo. Tal vez en su delirio egocéntrico-espiritual no actuó con dolo. Eso no lo sé porque no lo sé de nadie, y en el fondo ni siquiera me interesa. Pero es claro que una persona que se sabe y actúa sobre la Jerarquía, y eleva, más tarde, a rango institucional este modo de actuar, no puede ser declarado santo. Si lo fue, ello se debió a un ocultamiento, a una información filtrada.

Tal vez algunos pueden pensar que exagero. Repito que en la Obra hay muchos niveles de pertenencia. No es lo mismo ser numerario que ser supernumerario. No es lo mismo pertenecer o no a un consejo local. No es lo mismo formar parte de una Delegación o de una comisión. No es lo mismo ser Delegado que ser Administrador Regional. Tampoco es lo mismo ser Inscrito o formar parte del Consejo General. La dosificación de la información y de la iniciación es una práctica muy afinada en el Opus Dei. Dominarla es condición para ir subiendo en la jerarquía y en el grado de participación en la gnosis. El tejemaneje a nivel Consejo General debe ser demencial. Y, por supuesto, el Prelado es concebido como un vendaval del Espíritu Santo.



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