Por encima de la obediencia, está la caridad

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Por Bithias, 11 de enero de 2008


En estos días de fiestas entrañables, me he encontrado a un viejo compañero. Llamémosle Pablo, mi entrañable amigo de toda la vida.

Pablo y yo crecimos juntos. Ambos éramos muchachos llenos de fe, conscientes desde temprano de la vocacion que Dios da a todos. El encontró su vocación específica muy pronto en el estado religioso (no especificaré más porque no le he consultado escribir acerca de nuestra conversación en esta web, que conoce muy bien). El nunca me instó a seguir sus pasos al estado religioso, pero cuando ví que mi camino era la Obra, fue a el a quien primero se lo dije. Sin querer, le herí, porque el tenía la ilusión de que en cuanto completara mis estudios graduados, siguiera sus pasos. Eso, claro, no lo supe por él, me lo explicó un amigo común. No obstante, respetó mi decisión, y solo me dijo que ahora era que había que rezar por mi, para que fuera fiel al camino que Dios me habia trazado. Para que veáis que ese tipo de ideas no son solo de la Obra. Después de ese momento, vocación era, dentro de nuestra grandiosa amistad, el único tema que no se tocaba entre nosotros, en un exquisito respeto a la libertad del otro. De Dios, de nuestras esperanzas, sueños, metas... hablábamos con el corazón en la mano.

Pablo, dentro de su vocación, vió que le era mejor estudiar educación, y lo hizo con el corazón, y aunque le hubiera gustado seguir a estudios graduados, inmediatamente se puso disponible a lo que la orden necesitara de él. Yo seguí a estudios graduados, completé mi doctorado, conocí la Obra a punto de acabar tercer ciclo, y pité.

Una vez dentro, lo consabido: el es religioso, es de mal espíritu estar tan cerca de un religioso, estás apegado a su amistad. Ciegamente, le dejé a un lado. De eso, muchísimos años. Y me encuentro hace unas semanas a nuestro amigo común, que me ha contado algo que me ha partido el alma: Sabes, Pablo te ha extrañado mucho, camarada. Sigue preguntando por ti a tu familia, te sigue escribiendo a la casa de tus padres (cartas que nunca han llegado a mi) ¿por qué ya no le hablas?

No sé por qué no habia visto antes la gran injusticia que habia cometido con el. Le llame, y fue como encontrar de nuevo un hombro amigo. El me conto de como le iba en su vida religiosa, sus idas y venidas. Era feliz. Ahora esta completando su master, y con una libertad envidiable. Se irá de vacaciones con su familia en verano, en un viaje que incluye a varios países y a ambientes para nada religiosos, sino mas bien mundanos: playas, EuroDisney, París... Escuchaba lo que me decia y flipaba: si esto lo aprueba el superior de un religioso... ¿como es posible que a un numeriario jamás un director le hubiera aprobado esto, y nosotros pretendamos estar en el medio del mundo? No pude evitar reirme al pensar esto, y Pablo, tan empático como siempre, me dejó hablar.

No solo le conté esta contradicción que había en mi cabeza: le conté, con esa seguridad tan grande que es saber que nada de lo dicho irá a parar en un escrito interno, todas las otras contradicciones que veía a diario en mi centro. Profundizamos el tema de la obediencia, y le contaba como tantas veces me veía obligado, por el bien del interesado, a desobedecer al director y hacer de vista larga de algunas ordenes frívolas. Luego de preguntarme de la naturaleza de las desobediencias, se rió y me hizo ver que eran cosas súper absurdas. Dentro de la Obra, le expliqué, hasta este tipo de pequeñeces de las que te hablo son materia de obediencia. Todo es materia de obediencia. Se asombró, pero, muy propio de el, comenzó a hablarme de lo que decía el magisterio de la iglesia respecto a la obediencia, y de las repercusiones posibles de la frase que es casi el lema oficial de cualquier miembro de la obra: quien obedece nunca se equivoca.

De todo lo que me dijo, hay unas palabras, que quiero compartir con todos ustedes, que se quedaron grabadas en el alma: "Amigo, por encima de la obediencia siempre está la caridad". No os imagináis el peso que me sacó de encima. Por encima de cualquier orden, está el bien de esa alma. Ahora bien, me aclaró, es tu deber de dejarle claro al director tu opinión. Me reí con tristeza: en la Obra no se puede opinar. Eso es bien sabido: en la Obra sólo se acata. Si se tiene la osadia de sugerir, puedes morir en el intento, porque la respuesta nunca llegará.

Por encima de la de la obediencia, siempre esta la caridad. Esta es una de las verdades que un director de la Obra jamas dirá.




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