Hijos del Opus/Conclusiones

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CONCLUSIONES

Nuestro propósito al caracterizar el modelo de familia opusiano ha sido el de analizar la acción educativa de los padres sobre los hijos, considerándola como acción socializadora. Para tal fin, nos hemos centrado en la acción socializadora de los progenitores en una doble vertiente: culturizadora y personalizadora.

Con el fin de guiar estas conclusiones, presentamos la siguiente descripción del proceso de socialización: "La socialización es un proceso mediante el cual el individuo aprende e interioriza unos contenidos socioculturales, a la vez que desarrolla y afirma su identidad personal bajo la influencia de unos agentes exteriores y mediante mecanismos procesales frecuentemente no intencionados." [José Coloma Medina, "La familia como ámbito de socialización de los hijos". En: José María Quintana Cabanas (Coord.), Pedagogía familiar (Madrid: ediciones Narcea, 1993), 32]

Esta definición contiene los puntos que nos conducirán a lo largo de las páginas siguientes:

a) El término socialización no se puede entender, sólo, en términos durkheimianos; es decir, como aprendizaje de los contenidos socioculturales que todo individuo necesita para integrarse en la sociedad en la que vive. Aunque socializarse continúa significando hacerse social dentro de la sociedad en la que uno vive, este proceso de aprendizaje de lo que es social va necesariamente acompañado por el proceso de hacerse persona. Así, cuando hablamos de socialización de los individuos, incluimos en este concepto la consecución de dos efectos: la culturización y la personalización.

b) Es importante destacar la doble dirección del proceso socializador: el niño no debe ser visto dentro de la familia como sujeto pasivo de la socialización, sino al contrario: participa activamente tanto en su acción culturizadora como en su acción personalizadora. Dentro de la familia, los agentes socializadores no son sólo los padres en calidad de padre o madre; cada uno de los miembros del grupo familiar son al mismo tiempo socializadores y socializados, porque cada uno de ellos ejercen y reciben una acción socializadora en relación con el resto.

c) Finalmente, no podemos olvidar los aspectos procesales de la socialización: la socialización supone la interiorización de los elementos culturales, convirtiéndolos de alguna manera en la sustancia de la propia personalidad. Por eso, la socialización ideal será aquella que lleva al individuo a la aprehensión de los elementos culturales como si fueran suyos. Sin olvidar que los mecanismos intencionados de socialización son tan importantes como los inintencionados: los padres son agentes de socialización no sólo cuando se proponen unos objetivos explícitos y unas estrategias calculadas, sino que lo son siempre que interactúan con los hijos.


Características de la familia opusiana en el ámbito institucional

Defensa contra las repercusiones de los cambios macrosociales en la convivencia familiar

Cuando se habla de cambios recientes que condicionan la función socializadora de la familia, hay dos que destacan: primero, la disminución en el número de miembros que componen la familia nuclear (entendida como grupo integrado por los progenitores y sus hijos hasta que abandonan el hogar); y, segundo, la incorporación de la mujer al mercado laboral. En cuanto al número de hijos, el modelo de familia que presentamos se basa en la defensa de la familia numerosa con el argumento siguiente: debido a que el individuo, en nuestra sociedad, se encuentra entre dos tipos de relaciones sociales (desigualdad entre la autoridad y los miembros de la comunidad; y desigualdad de estos miembros entre sí), la familia numerosa es la que mejor puede reproducir este sistema de relaciones. Así, las relaciones de desigualdad se encuentran representadas en la familia por las relaciones padres-hijos; las relaciones de igualdad, por la relación entre los hermanos. De esta manera, y en la medida en que la familia es un reflejo de la dinámica de la sociedad en que vivimos, "[...] sería un pálido reflejo de la comunidad humana si sólo hubiera padres y un número excesivamente corto de hermanos. Porque en esta situación podría convertirse en una comunidad exclusivamente coadyuvante en la cual se protegiera excesivamente a sus miembros menores, es decir, a los hijos, mientras que cuando son numerosos los hermanos, el carácter competitivo de la sociedad humana se refleja en las relaciones fraternales en las que hay competencia sin que se rompa la solidaridad. Magnífica lección que podríamos aprender los adultos para ser capaces de aceptar y comprender las diferencias con los otros sin por eso sentirnos extraños ni mucho menos enemigos de los demás." [Víctor García Hoz, "La familia y la tarea educativa". En: Cuestiones fundamentales sobre matrimonio y familia, 737]

Otro aspecto presentado como favorable de las familias numerosas, es el hecho de que éstas "exigen perentoriamente una distribución de tareas en la vida familiar. Para que la casa vaya adelante es necesario el esfuerzo de todos; cada hijo ha de tomar su propia responsabilidad en la medida de su nivel de desarrollo personal, y también ¿por qué no? en la medida de sus aptitudes y sus gustos." [Ibid., 737-738]

Finalmente, aunque el tema se trata con mucho cuidado y de manera indirecta, no se olvida el hecho de que las familias numerosas pueden ayudar a incrementar el número de vocaciones sacerdotales y religiosas: "El ambiente de sacrificio alegre y esfuerzo común, propio de una familia cristiana numerosa, es sin duda un fuerte condicionante para el despertar de una vocación de entrega total a Dios." [Ibid., 738] Sin dejar de reprobar "la falta de generosidad de los padres que prefieren un coche nuevo a un nuevo hijo." [Ibid., 736, nº 44]

En cuanto a la incorporación de la mujer al mundo laboral, hemos encontrado a lo largo de los textos analizados que, aunque no se niega la posibilidad de que la mujer pueda trabajar fuera del hogar, esto siempre se presenta como una situación excepcional. Paralelamente, se convierte el hogar en el espacio donde la mujer casada y con hijos puede desarrollar, con la misma profesionalidad o maestría que por ejemplo su marido, unas tareas que por el hecho de reducirse al hogar no deben ser desvaloradas: "No tienen por qué ser tediosas, rutinarias ni atomizadas las tareas domésticas. Lo son si se toman como fines de la vida familiar; no, cuando son medios para una convivencia grata y educativa. En ese caso demandan una jerarquización en un orden de importancia: las personas antes que las cosas, lo importante antes que lo urgente. Y las "tareas" (trabajos manuales) se convierten en un medio para educar en una serie de hábitos virtuosos: ni manías, ni negligencias; orden, puntualidad, delicadeza, buen gusto, etc." [Ana María Navarro, "El feminismo y la familia". En: Cuestiones fundamentales sobre matrimonio y familia, 489]

En este sentido, se equipara el trabajo de la mujer casada y con hijos dentro del hogar con el trabajo del hombre fuera del hogar; ambas funciones se presentan bajo la óptica de la profesionalidad, reproduciéndose el modelo de relaciones del ámbito productivo en la esfera reproductora, de donde la necesidad de "ver las tareas [domésticas] como ocasión de adquirir una buena disciplina, para lograr un mayor aprovechamiento del tiempo y del esfuerzo, educa a quien las desempeña, y ennoblece las tareas mismas, al conferirles valor de trascendencia." [Loc.cit.] (En este sentido, sólo hay que recordar todas las referencias a la profesionalidad de la mujer casada en el ejercicio de su rol de madre y esposa, así como toda la terminología que se usa: directora del hogar, empresa educativa, etc.)

La familia: agente socializador y grupo socializante

Una consecuencia del traspaso o delegación de ciertas funciones de la familia tradicional a favor de otras instituciones exteriores, tanto públicas como privadas, es la concentración de la institución familiar en sus funciones internas. Estas innovaciones se consideran como una conquista positiva, no sólo para las mujeres sino también para los miembros que integran la familia, al facilitar una concentración de la familia hacia aquellas funciones específicas que de alguna manera sólo la familia puede cumplir: equilibrio y seguridad emocional, desarrollo y afirmación de la propia identidad, socialización de los hijos...

Sin embargo, la delegación de funciones antes encomendada a la familia, en vez de producir una mayor dedicación a las tareas específicamente familiares, puede introducir dentro de la estructura familiar un racionalismo práctico y calculado, debilitando así el clima solidario que se encuentra dentro de la familia en circunstancias adversas e inseguras de la vida; o bien, como en el caso de las mayores facilidades ofrecidas por las instituciones educativas, puede provocar que los padres caigan en un cierto dimisionismo educativo, actuando como meros colaboradores de los demás agentes socializadores en la socialización de sus hijos. (Así, podemos recordar el tipo y el alcance de las relaciones que hemos visto que se establecía en el colegio, mediante la figura del preceptor, tanto en relación con los alumnos como con los padres).

Por otro lado, destaca la manera en que los cónyuges participan de otros agentes socializadores. En este sentido, podemos afirmar que desarrollan una doble función en el proceso socializador: la de sujeto agente y la de objeto paciente, de forma que el colegio, el grupo de amigos, la iglesia o los clubs se presentan como instituciones o lugares que, por un lado, refuerzan este modelo particular de familia y, por el otro, corrigen las alteraciones o derivaciones que en el seno de algunas parejas o familias pudieran producirse. Así, creemos que parte del interés de los padres al participar en las actividades dirigidas a ellos -como los primeros y más importantes agentes socializadores- nace a iniciativa de la propia institución, al presentar el matrimonio y la familia como dos instituciones que necesitan ser renovadas: "Este novísimo modo de entender el matrimonio no es una quimera. Yo he visto, conozco, miles de hombres y de mujeres que luchan y se fuerzan por hacer de su casa, un hogar alegre, abierto, resplandeciente y espléndido. [...] Su genealogía, su trabajo, su desarrollo cultural, su estilo y sus modos de vivir son inmensamente variados. Tienen sin embargo un afán común: convertir su vida matrimonial en una realidad muy humana y muy divina a la vez. Tomando ocasión de esa familia que han fundado se proponen dar a Dios toda la gloria... y por añadidura ser enormemente felices." [Vázquez, Matrimonio para un tiempo nuevo, 93-94]

Como hemos ido viendo, esta "nueva" manera de entender el matrimonio y la familia recupera moldes de una concepción de la vida marital y familiar que, a la luz de la realidad actual, se podría catalogar de tradicional.

Características de la familia opusiana en el ámbito de ideas y actitudes

Racionalidad instrumental en la familia

Para Max Horkheimer, los principios del individualismo y la racionalidad instrumental, característicos de la sociedad industrial, se habrían filtrado dentro de la familia afectando tanto a las relaciones conyugales como a las relaciones entre padres e hijos. Así, como consecuencia de la corriente individualista, el matrimonio se convertiría en un contrato, un contrato que -como sucede en el mundo de la empresa- se rompe cuando deja de ser útil para alguna de las partes. En las relaciones padres-hijos, esta mentalidad también tiende a imponerse, de manera que: "La madre moderna planifica casi científicamente la educación del hijo, desde la dieta adecuada hasta la proporción igualmente equilibrada entre reprimenda y cariño, tal como recomienda la literatura psicológica popular. Toda su actitud hacia el niño "se racionaliza". Incluso el amor se administra como un ingrediente de higiene pedagógica. Entre las clases cultas y urbanas, nuestra sociedad fomenta en las madres una actitud "profesional" altamente utilitarista..." [Max Horkheimer, "La familia y el autoritarismo". En: La familia (Barcelona: ediciones Península, 1986, 6ª ed.), 185]

Este concepto de racionalidad instrumental presenta una relación clara con la pauta de análisis presentada de la ética de la responsabilidad. Ya hemos visto en los textos analizados cómo aquellas relaciones familiares que participan de la esfera doméstica en su función más organizativa se presentan bajo fórmulas consensuadas, orientadas a alcanzar unos objetivos preestablecidos, y evaluándose según el cumplimiento de estos objetivos. De hecho, el concepto familia queda redefinido equiparándose a una empresa educativa; equiparación que como hemos constatado guía, no sólo las funciones dentro del ámbito doméstico, sino también todo un discurso que reproduce el mundo productivo dentro de la esfera familiar. Sin embargo, estas fórmulas empresariales no se aplican sólo a la esfera organizativa de la familia, sino que también las encontramos expresadas en el conjunto de relaciones entre padres e hijos.

De esta manera, la educación de los hijos se transforma, como apunta Harris [C.C. Harris, Familia y sociedad industrial (Barcelona: ediciones Península, 1983), 291], en una tarea técnica que se juzga en función de los efectos que consigue. Los padres, de manera parecida a los productores, son juzgados por la calidad de sus productos. La jerarquía, la tradición, la autoridad y el control son, sin embargo, rasgos arcaicos propios de la sociedad preindustrial y han de ser reemplazados por la espontaneidad, la igualdad y la libertad.

El dilema de la permisividad-responsabilidad educativa de los padres

Continuando con el punto anterior, queremos expresar con este dilema la dificultad con que se encuentran los padres para conciliar, en la relación con sus hijos, la presión hacia la permisividad, por un lado, y la responsabilidad, por el otro. Si antes hablábamos de la racionalidad instrumental propia del mundo empresarial trasladada a la familia, ahora nos centraremos en la situación de los padres que, a diferencia de lo que sucede en las empresas (donde aquellas personas a quienes se confiere responsabilidad reciben el poder para cumplirla), se les llama a la responsabilidad pero se les quita la autoridad para ser responsables.

Si recordamos las referencias que hacíamos a este modelo de familia al hablar de dos modelos de relaciones entre padres e hijos (acciones guiadas por una ética de la responsabilidad; acciones orientadas por una ética de las convicciones) nos resultará fácil aplicarlo a este dilema: el rigor y la autoridad de los padres para defender unas convicciones; la responsabilidad y la racionalidad para alcanzar unos objetivos. Pero esta fórmula interpretativa abre el interrogante de qué acciones son guiadas por las convicciones y qué otras por la responsabilidad.

Creemos que aquellas acciones que contradicen con claridad alguna de las pautas de comportamiento que pueden definir este modelo de familia (sexualidad, matrimonio, número de hijos...), son condenadas sin paliativos y de forma intransigente, por el hecho de convertirse en un ataque directo contra los padres, últimos responsables de los procesos de socialización y, especialmente, de los resultados de estos procesos (en especial al tratarse de una institución cuya voracidad tiene el poder y la fuerza para redirigir las acciones consideradas por el grupo como desviadas). Así, los hijos, cuando muestren modos de comportamiento antagónicos, se transformarán en el espejo donde los padres se juzgarán a la vez que serán juzgados. Y es que "una de las características de la cultura familia del siglo XX es que, mientras que en el pasado un mal hijo era considerado como una desgracia y se tenía al padre por digno de simpatía, hoy simboliza un defecto del carácter del padre ("No sé en qué nos hemos equivocado"). [Ibid., 290-291]

Rol doméstico de la mujer vs. rol público del hombre

En el modelo de familia que caracterizamos, los roles de la mujer madre-esposa y el hombre padre-esposo se encuentran claramente diferenciados. Esta diferenciación se apoya, primero, en el principio de la complementariedad entre los cónyuges y, segundo, en todo un ejercicio reificador que convierte las diferencias en el "hacer" de la mujer y el hombre, en diferencias en el "ser": "Por lo tanto, habremos de explicar a nuestra hija adolescente que es precisamente de la desigualdad entre el varón y la mujer donde nacen los valores femeninos. Es, de ese no ser iguales, de donde nace esa complementariedad que enriquece a ambos sexos por igual, aportando cada uno lo que de suyo le es propio." [Cristina Mata, La afectividad en los adolescentes (Madrid: ediciones Palabra, 1995), 177]

Así, causado por los valores y normas que los orientan, los roles de hombre y mujer se configuran en roles laborales y roles domésticos, respectivamente. (En términos parsonianos hablaríamos de la división entre el ámbito familiar-expresivo asignado a la esposa-madre, y del rol instrumental-ocupacional y de enlace con el exterior asignado al marido-padre.) Esta distinción se traduce en una nítida división espacial que convierte a la madre en el "alma de la casa" [Ana Sánchez, Experiencias de una madre (Madrid: ediciones Palabra, 1994, 2º ed.), 141] y la casa se convierte en el "descanso del guerrero" [Ibid., 135]; y también se traduce en una asignación diferenciada del valor del tiempo según se trate del tiempo de la madre, o del tiempo del padre: "hombre muy ocupado y expeditivo, [que] dedica a su hijo o hija una parte de su valioso tiempo". [Julián Valls Julià, El desarrollo total del niño (Madrid: ediciones Palabra, 1993, 2ª ed.), 46]

El principio de la complementariedad trasladado a la pareja

Otra conclusión, ya comentada en el transcurso de la tercera parte de la investigación, es que el sistema de roles dentro de la esfera familiar se presenta sobre la base de un principio reificador; deberíamos añadir que estos roles, una vez reificados, se muestran como complementarios, exigiéndose así una diferenciación clara, nítida. De esta manera, las diferencias entre el hombre y la mujer en el ejercicio de sus roles se presentan como diferencias "naturales" (y por tanto inmutables) que se complementan: "Un hombre es un hombre y una mujer es una mujer. Esta verdad que firmaría Perogrullo, es el origen de una multitud de disgustos que surgen en el matrimonio. Sorprende ver matrimonios con cuarenta años de vida en común que, todavía, no han aprendido este principio básico. Intentan, en vano, identificarse en lugar de complementarse. Son sencillamente diversos, distintos." [Vázquez, Matrimonio para un tiempo nuevo, 59]

Este mismo modelo de pareja inspirado en la complementariedad lo encontramos cuando se habla de la sexualidad dentro del matrimonio: "La realización del acto conyugal exige sin duda una preparación. Para adentrarnos en ella será necesario volver a recordar todas las características diferenciales del hombre y de la mujer. El hombre es una llama de gas, la mujer es una llama de carbón lenta para encenderse y lenta para apagarse. La mujer conquista por la belleza que entra por los ojos; el arma del hombre es la palabra que entra por el oído. El varón necesita conquistar y poseer, mientras la mujer necesita ser deseada y conquistada. El hombre es más sexual, mientras la mujer es más sensual. La mujer necesita aperitivo, el hombre prefiere cuanto antes llegar al plato fuerte. Si uno y otro olvidan, no conocen o no quieren ser consecuentes con estas reglas, que la naturaleza ha marcado en la psicología de cada uno, pueden ir derechos al fracaso." [Ibid., 149]

En un modelo de familia como éste, el esfuerzo por complementar al otro difícilmente es recíproco; a menudo, sólo uno de los miembros del matrimonio termina "complementando" al otro, termina cediendo. Además, el hecho de presentar la relación de pareja o marital como complementaria supone negar el carácter de construcción que tiene la relación marital: "El matrimonio impone una nueva realidad. La relación de la persona con esta nueva realidad es dialéctica: el individuo actúa sobre la realidad, en colisión con el otro cónyuge y la nueva realidad rebota sobre ambos -el individuo y su cónyuge- soldándose así la nueva realidad conjunta." [Berger & Kellner, "Matrimoni i construcció de la realitat. Un exercici de microsociologia del coneixement". En: Perspectiva social, nº 9 (Barcelona, 1977), 50] La pareja nace de las dos personas que la forman, con sus posibilidades, limitaciones, negatividades; se trata, en definitiva, de construir más que de completar. En cambio, cuando hablamos de una relación de pareja basada en el principio de la complementariedad, es como si los elementos configuradores de la pareja llegasen ya formados al matrimonio: no se trataría entonces de un ejercicio de ir construyendo, sino de acertar en la elección.

Como ya hemos apuntado, con esta concepción de la pareja como de dos mitades que se complementan, es difícil imaginar el matrimonio como lugar de renuncia de ambos cónyuges. Así, si partimos de una concepción complementaria del matrimonio, el objetivo será adaptarse al otro (o mejor dicho, a la ficción del otro), con todo lo que eso supone: las adecuaciones, la mayoría de las veces, las practica uno de los miembros de la pareja, mientras que el otro se mantiene en una posición muy próxima a la inicial. En el modelo de familia que caracterizamos, es la mujer quien hace un ejercicio más gran de adecuación. Es este sentido, encontramos expresiones como la de "Rescatar a la mujer" [Vázquez, Matrimonio para un tiempo nuevo, 73] que da título a lo que se considera como tarea urgente, ya que:

"Cuando la mujer pierde el centro, la sociedad va a la deriva: Salvar a la mujer. He aquí el gran empeño para salvar la familia, salvar la sociedad y en definitiva salvar al hombre. Es preciso que la mujer conquiste y reconquiste su lugar y sus capacidades más genuinas. Dan ganas de gritar: "Mujer, sé tú misma..." Vuelve a encontrarte. [...] Nos falta saborear tu presencia. Tú eres otro sabor de lo humano y no hay nada peor que una mujer que no sabe a mujer." [Ibid., 73]

En cambio, no encontramos ningún texto que haga referencia a la necesidad de cambio o adecuación por parte del hombre a este modelo de familia (repartiéndose las tareas del hogar; participando más de la educación cotidiana de los hijos; colaborando con la mujer en la educación de los hijos, sobre todo cuando se trata de familias numerosas, etc.)

La familia y los demás agentes socializadores: actitudes coincidentes y actitudes hostiles

En el capítulo dedicado a los agentes de socialización, éstos han sido analizados según dos criterios: a) función específica y b) edades. Estos criterios nos han ayudado a descubrir que cuando los agentes de socialización se sitúan dentro de grupos identificables, la relación con este modelo de familia que presentamos es coincidente; en cambio, cuando se trata de agentes de carácter más difuso, dirigidos a una masa o colectividad, éstos se presentan como opuestos, hostiles al modelo familiar (y de aquí surge la necesidad de filtros y estrategias para controlarlo, en forma de planes de acción que sirven tanto para combatirlo como para redirigirlos).

Continuando con esta idea, podemos clasificar los agentes de socialización presentados en dos grandes grupos: primero, aquellos que cooperan en la construcción de un modelo de familia definido por la institución como EL modelo (hacia el que el grupo tiende y que configura la percepción colectiva de los miembros supernumerarios del Opus); y, segundo, aquellos agentes que no coinciden con este modelo de familia porque presentan modelos de familia diferentes, a veces contradictorios, razón por la que exigen cierto control mediante mecanismos que nacen del propio grupo.

En cuanto al primer grupo, el coincidente, la estrategia de la familia es participativa, ya que actúan como refuerzo: la familia encuentra apoyo en ellos y los adopta como colaboradores en la tarea socializadora. En cuanto al segundo grupo, el hostil, exige la utilización de filtros de control para redirigir el discurso hacia el modelo de familia concreto; el control se convierte en necesario y se termina intercambiando la libertad de escoger entre una pluralidad de opciones, por la seguridad que da el encontrar coincidencias que refuerzan el modelo de familia en la mayoría de los ámbitos o esferas en las que se participa. Esta seguridad que se siente al habitar un mundo sin contradicciones aparentes, viene de la mano de unas pautas prescriptivas o planes de acción que dictan formas de actuar ante las agresiones a la unidad de este modelo familiar. De hecho, en este segundo grupo de agentes socializadores hostiles, se esconde la idea de grupo cerrado versus sociedad global que se presenta bajo la dicotomía del "nosotros" vs. "los otros" (los de fuera de la organización, de donde provienen las formas diferentes de hacer, sentir y ser, formas que se deberán evitar).

No olvidemos que estamos hablando de la primera generación de miembros del Opus Dei, que ha sido definida como generación que ha experimentado procesos de resocialización y que, por tanto, habita verdades todavía débiles. La única forma de luchar contra los criterios opuestos es, en estos primeros estadios, alejarse, construir un grupo cerrado, de seguridades, de fórmulas sabidas y dadas por sobreentendidas o por supuestas. Si, además, añadimos la idea del carácter que hemos definido como receptivo de los miembros supernumerarios del Opus Dei, entenderemos la manera en que se combinan las necesidades de vivir un mundo sin contradicciones, con pautas rígidas y modos de acción altamente prescriptivos.

Finalmente, si recordamos la definición del Opus Dei como institución voraz, nos resultará fácil comprender cómo la institución aglutina todas las esferas en las que un miembro de la organización se mueve, y participa, en una única esfera: la de miembro supernumerario. Esta categoría exige la asimilación de un modelo de familia en todas sus dimensiones como si fuera el modelo por excelencia. Tratándose de la agencia socializadora más importante, no es extraño que la familia se erija en el centro alrededor del que giran todos los demás agentes, con el fin de reforzar o corregir, según los casos, para convertirla en el instrumento socializador más eficaz de las segundas generaciones.



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