Escrivá como Terciario Carmelita: José María de San Simón

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Por Stoner, 1/10/2021

Complemento lo que han escrito hace poco (Ascensión I, II y III, y Haenobarbo) sobre José María Escrivá como Terciario Carmelita, que era algo muy distinto a llevar el escapulario impuesto, como hacemos todos los miembros del Opus Dei. No era un “simple” cófrade.


En 1932, José María Escrivá solicitó formalmente ser admitido como Terciario Carmelita. Esto ocurrió antes de los ejercicios espirituales que realizó Segovia. Por tanto, ya como Terciario fue que estuvo rezando ante el sepulcro de san Juan de la Cruz (recientemente se lo había proclamado Doctor de la Iglesia, en el contexto del bicentenario de su canonización, celebrando ambos eventos con toda solemnidad).

No sé si Escrivá vestiría de algún modo especial estando en el Convento, probablemente sí.

Se había comprometido a vivir el Espíritu de la Orden, sus Reglas y Estatutos, del modo conveniente y apropiado a un sacerdote que debía vivir en el siglo…

Ser Terciario es distinto que tener impuesto el Escapulario del Carmen. Lo del Escapulario lo estableció el 5 de febrero de 1933: Quiero que todos -ellos y ellas- lleven el Santo Escapulario del Carmen (Apunte n. 917, y aprovecho para consignar que, a lo mejor, “ellos y ellas” sea un añadido posterior, y que ese Apunte ¡Dios no lo permita! originalmente estuviera referido sólo a los varones, y en concreto… a los sacerdotes… Hay muchos casos en los que Escrivá modificó sus Apuntes fundacionales para incluir a las mujeres, que siempre ocuparon un segundo puesto: se olvidaba de que la Obra debía ser para ellas también. En unos meses lo veremos con más detalle.).

En concreto, para ser Terciario había que presentar una solicitud formal. Podemos imaginar los formularios para ser cooperador del Opus Dei, por ejemplo. Había unas solicitudes y luego aprobaciones. Pero era, evidentemente, un vínculo más firme que el de ser cooperador de la Prelatura. Ser Terciario Carmelita respondía a una vocación divina (y no así ser cooperador del Opus Dei). Había períodos de formación, de discernimiento, de noviciado, de prueba. Había ceremonias de toma de hábito.

Veamos.

Desde al menos 1931, José María tenía una relación cercana con los Carmelitas, que se formalizó en 1932.

En aquel terrible día, el 11 de mayo de 1931, las turbas habían incendiado el templo de Santa Teresa, así como otras iglesias y conventos. Un par de meses más tarde, el ambiente todavía estaba caliente. En el querido El Siglo Futuro del 9 de septiembre de 1931 podemos leer la crónica de una función religiosa celebrada el viernes 4, dentro del templo calcinado, firmada por un terciario carmelita. Es interesante, para entender un poco el ambiente que se respiraba. A lo mejor, José María estuvo también presente en la función religiosa, o acudió al templo a desagraviar.

Escrivá, como tantos otros católicos, estaría muy consternado y se haría cercano a los Carmelitas perseguidos. Eran tiempos recios. No había lugar para medianías. Ver el rostro apuñalado de Santa Teresa, y el Crucifijo pisoteado lo movieron. Así, el 10 de octubre, José María y don Norberto Rodríguez (sobre quién hablaremos, y mucho, cuando termine mi trabajo) acudieron a los Carmelitas Descalzos de la Plaza de España (que era vecino al Cuartel de la Montaña, y a la mansión que en 1936 adquiriría Escrivá: el Palacio de los duques de Granada, sede entonces de la Embajada de Portugal… Ya hablaremos un poco de esto...). El Convento también había sido incendiado, y los religiosos habían podido escapar por la posterior calle de Cadarso. En el convento hablaron un rato con el portero, Fray Gabriel (hermano lego), y después se entrevistaron con el P. Provincial, Fray Epifanio del Santísimo Sacramento (Apunte n. 316). Supongo que Norberto querría que el P. Epifanio, el Provincial que debía intervenir en la admisión de José María, lo conociera personalmente. También supongo que en aquella visita estuvieron hablando con Fray Joaquín de la Sagrada Familia, que era el director espiritual de don Norberto. Supongo que el piadoso Norberto fue quien llevó al joven José María para tratar el asunto de su incorporación a la Orden Tercera, y quería que se sintiera cómodo, como en su casa. Y creo que lo logró, ciertamente, por lo que veremos a continuación. Supongo que don Norberto quería encender al joven y errático sacerdote, quien con demasiada frecuencia pensaba en lograr el necesario confort para su familia, trabajando como abogado. Ya veremos más sobre esto…

Entonces, tenemos que Escrivá, a raíz de la ayuda y guía que desde hacía cinco años le prestaba Norberto, se fue haciendo cercano a la espiritualidad carmelita, reviviendo acaso los comienzos de su vocación: aquello de las huellas en la nieve y su primer director espiritual.

Con este marco de referencia, no nos debe extrañar el suceso del 30 de diciembre de 1931. Aquel día ocurrió un episodio místico, relacionado con una famosa imagen del Niño. Con permiso de las monjas, el joven José María se llevó a su casa la imagen del Niño de Santa Teresa, una copia del cual sería la primera piedra de Cavabianca. Acunando al Niño en brazos, ¡lo primero que hizo fue ir al convento de los Carmelitas Descalzos! Allí estuvo con Fray Gabriel, el hermano portero, y con el P. Joaquín, que era el director espiritual de D. Norberto. ¡Las cosas que hablarían! Sería hermoso. ¡Los piropos encendidos que le dirigirían al Niño! Evidentemente los religiosos alentarían estas devociones de José María. Y así, casi volando, nuestro Padre fue andando hasta la calle de Viriato. Antes de subir a su casa, pasó primero por el piso de D. Norberto (eran vecinos, ya veremos más de esto) para que viera al nene (Apunte n. 528). Luego, rezó con su madre y hermanos, y supongo que pasaría la noche diciéndole cosas encendidas al Niño, todo en un marco de cierta espiritualidad carmelita, de oración contemplativa. No sé si fue en ese momento que (supuestamente…) el niño cobró vida. De todas formas, no importa ahora para lo que estamos analizando. En ese año de 1932 que estaba comenzando, José María concretaría su vinculación con los Carmelitas. Recordemos que todavía la Obra no era “nada”.

Llegamos a 1932, en que José María quiso formalizar su vínculo con los Carmelitas. Para su admisión, tenía que completar una solicitud formal y ser admitido por el Padre Provincial. Consiguió los formularios, y el 12 de septiembre entregó personalmente la instancia firmada para ser admitido a la Tercera Orden Carmelita (Apunte n. 823). Entonces debía comenzar un período de postulantado de dos meses. A lo mejor Escrivá consiguió una dispensa de tiempo, por el trato previo que, gracias a Norberto, tenía con los carmelitas. La respuesta positiva para su admisión llegó a las pocas semanas: el día 2 de octubre, exactamente en el cuarto aniversario de la “fundación” (Apunte n. 838).

José María debería tomar un nombre de religión. Tomó el de José María de San Simón. Así debe constar en los registros de los Carmelitas, donde sería bonito poder ver la instancia manuscrita de nuestro Padre, pidiendo la admisión el 12 de septiembre de 1932. A lo mejor el Carmelita Descalzo name="_GoBack"conocido de Ascensión se interesa por el tema.

En cuanto al nombre que eligió, personalmente no me parece el más adecuado, y lo digo siempre desde el cariño y el respeto. Y me explico. Me hubiera parecido muchísimo más bello que hubiera retomado el nombre con el que había soñado, siendo un adolescente. Luego de ver las huellas en la nieve (en realidad, ya escribiré, pero habrá visto al carmelita de cuerpo entero, pero después la historia sería más seglar y poética si eran unas huellas de pies descalzos en lugar de un religioso con su hábito y sandalias, digo, que después el problema fue una coma en el relato, y pasó de “carmelita descalzo”, a un “carmelita, descalzo sobre la nieve”, pero me voy un poco por las ramas, que en este caso no son tan lejanas). Decía que cuando nació su vocación, a la vista de los dos carmelitas recién llegados a Logroño (hacía menos de un mes, y con el objetivo de fundar una comunidad (cfr. Toldrá)), José María decidió seguirlos. Digo, literalmente seguir sus huellas en la nieve (la de las sandalias) y acompañarlos al convento, tal vez caminando a la par. Y José María recibió guía y dirección espiritual de aquellos buenos frailes, quienes, viendo su avance, le plantearon su posible vocación. Y voy a eso del nombre. En su juventud entonces, parece que José María soñaba con llamarse “fray Amador de Jesús Sacramentado”…. Es muy hermoso que los Carmelitas hayan estado en el nacimiento de su vocación sacerdotal en 1918, y ahora, en 1931-1932, nuevamente, en lo que yo llamo su reafirmación o retorno a una entrega total en su sacerdocio (que se comenzó a gestar luego de darse de baja a las oposiciones para auxiliar administrativo, en un evento relacionado con el 14 de febrero de 1930).

Así que, estando ya admitido el 2 de octubre, precisamente al día siguiente acudió a realizar sus correspondientes ejercicios espirituales al Convento –Noviciado– de RR. PP. Carmelitas descalzos de Segovia… Podría ir a cualquier sitio, a los Paúles por ejemplo, o a los Redentoristas, o a ejercitarse donde sugiriera su Obispo de Zaragoza, junto con los otros sacerdotes de su diócesis... Pero no. Y no es casualidad que haya acudido con los Carmelitas, en cuya Orden Tercera había sido admitido el día anterior… También resulta significativo que el Convento fuera a su vez el Noviciado.

Así, el 3 de octubre de 1932, José María Escrivá acude a Segovia ¡para profundizar en su nuevo camino vocacional! Llegó a aquel famoso retiro estrenando su reciente admisión en la Tercera Orden del Carmen… (Cuando vuelva a enviar mis contribuciones a OpusLibros, uno de los capítulos será para tratar de entender cuántos ejercicios espirituales realizó sanjosemaría en aquella época… Probablemente el de 1928 fuera ¡el primero! que hacía siendo sacerdote… y este de 1932… el segundo…, tal vez incluso un poco pasado el plazo de los tres años que era el máximo que podía transcurrir sin ingresar en ejercicios… y por eso había entrado en 1928, y por eso en 1932… El Fundador en aquel entonces era una persona claramente de mínimos... A Dios gracias que junto a él estaba don Norberto Rodríguez que lo llevó, casi de la mano, hasta Segovia para que hiciera sus ejercicios de 1932… Si algún lector posee datos fidedignos de los ejercicios espirituales de Escrivá en 1926, 1927, 1929, 1930 o 1931 le agradezco me lo haga saber. Porque Escrivá afirmaba que los hacía todos los años. Así, en 1934, escribe al Vicario Morán: “al ver mi nombre entre los Srs. Sacerdotes que no han hecho ejercicios espirituales, en la lista del "Boletín ecco.", me apresuré a mandar a esa Secretaría el certificado de los últimos que hice: todos los años, con un guion de mi Director, hago ocho días completos: el año último, en los P.P. Redentoristas de Manuel Silvela” [el subrayado es mío].

Yo creo que, en los años fundacionales, hacía ejercicios demasiado esporádicamente... Realizó, como diácono, aquellos requeridos de manera obligatoria para la ordenación sacerdotal… y después creo que no volvió a realizarlos hasta aquellos en los que “funda” el Opus Dei. Era obligatorio realizarlos al menos cada tres años. Y estos en Segovia, serían los segundos, estrenándose como Terciario Carmelita. Sería interesante ver cómo Escrivá, hijo tan fiel del Santo Padre, implementó en su vida las enseñanzas de la reciente Carta Encíclica Mens nostra del Papa Pío XI sobre los ejercicios espirituales, de fecha 20 de diciembre de 1929...

El bueno de Norberto, entonces, acompañó a José María hasta Segovia. Hablaría con el P. Fray Narciso de San José, prior y Director de los ejercicios, para explicarle la situación del joven sacerdote de Zaragoza. El carmelita era famoso entonces, dos veces Provincial, hombre mayor y sabio. Había sido provincial de Castilla de 1909 a 1912, antes había sido misionero y Superior en La Habana y después en Sevilla; desde 1912 Superior de Madrid, después Provincial nuevamente, etc., y después lo tenemos en Segovia como maestro de novicios y prior. En sus manos expertas quedó José María. Formalmente fue el “Director de sus Santos Ejercicios”.

Los prelaticios dirán que sanjosemaría llevó al insoportable y enfermo Norberto, aquel que era una corona de espinas, para que se ventilara y descansara un poco en el paseo a Segovia. Desde 1935 que Escrivá y los suyos lo han estado calumniando. Don Norberto Rodríguez desempeña un papel increíble en la historia que estoy redactando. Sin él, José María no hubiera sido fundador de nada, y probablemente no hubiera continuado en su sacerdocio. Pero ya iremos sobre eso.

Probablemente Norberto le explicaría con discreción al P. Narciso, en un momento a solas en Segovia antes de que Escrivá comenzara sus ejercicios, quién era ese joven sacerdote de la diócesis de Zaragoza, que ahora dejaba bajo su paternal guía. Le explicaría las zozobras que había enfrentado José María en su breve vida sacerdotal. En los cinco años que hacía ya que lo conocía y trataba diariamente, eran manifiestos sus vaivenes vitales y anímicos, sus dobleces, sus excusas. Incluso Norberto le contaría al P. Narciso algún aspecto clave de la vida de Escrivá anterior a 1927... Por ejemplo, la relación con su obispo en Zaragoza, la excusa de hacer un doctorado en Madrid, etc. Norberto apoyaba a José María desde hacía años, no sólo espiritual, sino también afectiva y económicamente. Norberto le contaría al P. Narciso el estado en que encontró a José María cuando lo conoció en 1927, como capellán de las Damas Apostólicas. Cómo lo había ayudado (Norberto a José María, no al revés como los prelaticios nos quisieron hacer creer…). Cómo había tocado fondo, y planeado abandonar el sacerdocio para seguir la carrera diplomática en Asuntos Exteriores… Le explicaría cómo había logrado que focalizara sus ambiciones en una fundación en 1928, y cómo ese plan, con altibajos, iba tomando forma, a Dios gracias. A lo mejor le mencionaría la alegría que tenían los dos de contar con un Director como el P. Sánchez, y cómo, desde comienzos de este año, estaban desarrollando una asociación sacerdotal, que le estaba inyectando nuevas energías a José María. Cómo Norberto los recibía semanalmente en su casa y los guiaba... Cómo dirigía también a un grupito de seglares, entre los que se encontraba Luis Gordon, de quien Norberto era el director espiritual... Bueno, en realidad no sé si Norberto le diría todo esto al P. Narciso… lo que sí sé es que, Dios mediante, lo podré explicar dentro de un corto tiempo… Pero de que Norberto habló con el P. Narciso no tengo pruebas ni tampoco dudas. ¿Para qué viajó si no? Y continuaría explicando, ahora sí, que en estos cinco años de relación, José María superó, con dificultad, momentos malos. Cómo, luego de haber salvado su vocación en 1928, sin embargo el joven -que tenía el corazón dividido- quiso volver a trabajar como licenciado en derecho, quiso opositar para auxiliar administrativo. Le contó cómo había vuelto al redil, en febrero de 1930. Desde entonces, venía dando pasos seguros, acompañado ahora por otros sacerdotes jóvenes y vibrantes. Parecía nuevamente encaminado, pero todavía estaba débil, en una especie de montaña rusa espiritual-vital. Con un trato paciente y cariñoso, Norberto había logrado que renaciera ese amor a Dios que latía en el fondo del corazón de su protegido. Supongo que también le explicaría el proyecto que tenía para volver a encenderlo: que José María volviera a sus primeros amores de adolescente, a los comienzos mismos de su vocación, a su encuentro con el Amor de Dios en Logroño, a través de unas huellas en la nieve... Y estos últimos tiempos, la espiritualidad carmelita, el amor a Nuestra Madre del Carmen, habían obrado milagros. Todo esto, y más, es probable que le dijera Norberto al P. Narciso, que acogió a José María con cariño, con tanta cercanía, que fue otro soplo para que ardiera el amor a Dios en su alma. Así, con lágrimas de contrición, nació en José María el deseo de hacer una confesión general con ese santo varón. Podéis leer los Apuntes liberados de esos días bajo esta óptica, y os sorprenderéis. Evidentemente, no espero que de momento creáis demasiado lo que he escrito en este (a propósito largo) párrafo, pero si me brindáis unos meses de plazo, lo podremos ver en más detalle… (Supongo que alguno de los prelaticios que esté trabajando en la historia de la Obra, no verá mi relato como descabellado, y supongo que rezará para que el proceso de canonización del beato Álvaro no se vea perjudicado cuando se vaya conociendo todo lo que hizo para canonizar a Escrivá, a un sanjosemaría que tan poco tenía que ver con el personaje real, el de carne y hueso. En esto, mi más sincera admiración por la habilitad y las artes de Álvaro. Logró un imposible. Y creo que él también será canonizado, porque es difícil detener semejante maquinaria.)

Además de acompañarlo a Segovia, don Norberto le dejó una nota a José María, para que meditara con tranquilidad. Le hizo una recomendación que muestra magníficamente la forma en que conocía a José María (al verdadero, no al canonizado). Lo conocía mucho, pero mucho, mejor de lo que nosotros podremos llegar a conocerlo. En esa nota le alertaba a Escrivá sobre el peligro de la vanidad. Y José María lo agradecía, sinceramente entonces. Norberto sintió la obligación de recomendarle que hiciera silencio, que rezara, que descansara, que no pensara más en sí mismo, que no se mirase el ombligo... En palabras textuales, Norberto le indicó por escrito: Silencio... sobre sí mismo: títulos, carrera, cargos pasados. Porque Escrivá tenía esa tendencia, casi un vicio, de volver sobre sí mismo, sobre su pasado, fantasear con quién hubiera podido ser si no hubiera sido sacerdote, de todo el dinero que hubiera ganado: muchos de sus compañeros de universidad eran tontos y sin embargo ganaban suficiente para vivir con confort, e incluso algunos alumnos suyos, más tontos todavía, tenían un magnífico pasar, una manera bien de vivir, como se dice ahora, mientras que él no podía mantener a su familia, por vivir un sacerdocio “así”, lejos de su diócesis, mendigando encargos y colocaciones, procurándose enchufes y recomendaciones, etc. También fantaseaba con los cargos pasados que había tenido, y que no sabemos bien qué eran, más allá de un puesto de inspector en el Seminario.

En definitiva, Norberto acompañó a José María para que se ejercitara en Segovia, luego de haberlo acompañado (probablemente) a realizar las gestiones en Madrid para su incorporación en la Tercera Orden Carmelita. Después, regresó a Madrid (supongo que no se quedó él también a los ejercicios). Evidentemente, haría el viaje rezando por José María, con la esperanza de que este segundo curso de retiro fuera fructífero. El primero, aquel de 1928, había dado buenos resultados, pero por poco tiempo (Norberto no quería volver a pensar lo que había sufrido durante 1929, y lo que había visto sufrir a doña Dolores por la senda que estaba tomando José María). Llegado a la capital, supongo que le daría a doña Dolores, a quien tanto conocía, un mensaje esperanzador: de que todo iría bien, ahora sí.

Allí quedó José María. Se propuso hacer el retiro sin libros. Por eso, le pide al P. Narciso que quite los tres que había en su celda (Apunte n. 1636: Dios mediante, escribiré poco. También leeré poco: he hecho que el fraile carmelita se llevara tres libros que encontré en la celda. No quiero que intervengan los extraños: Dios y yo.). Sobre este propósito, que incumplió en seguida, habíamos hablado en mi última colaboración.

Además del propósito de leer poco, esa primera noche antes de comenzar los ejercicios, tomó por escrito otra resolución: en lo sucesivo, evitaré anotar nada que pueda dar a estos apuntes carácter de libro de memorias. Y este propósito también lo incumplió, por eso que yo llamo vicio, y alguno dirá que es un síntoma de los narcisistas patológicos, de volver siempre sobre sí mismo. Lo del ombligo. Se proponía no pensar ni escribir sobre sus cosas, pero caía enseguida en la tentación. Los Apuntes de ese retiro están repletos (y eso que no los han liberado completos), de largos párrafos con ese carácter de libro de memorias. Los Apuntes o Catalinas de Escrivá, ¡cuando finalmente emerjan a la luz! serán algo digno de estudio, desde distintas disciplinas, no solo desde la espiritualidad, sino también desde la psicología, la caligrafía. En cualquier caso, inmediatamente, en el párrafo siguiente de sus notas manuscritas, comienza Escrivá con sus recuerdos, dejándolos por escrito: Mi Madre del Carmen me empujó al sacerdocio. Yo, Señora, hasta cumplidos los dieciséis años, me hubiera reído de quien dijera que iba a vestir sotana. Fue de repente, a la vista de unos religiosos Carmelitas, descalzos sobre la nieve... (Apunte n. 1637). Desde el momento cero, comienza con el libro de recuerdos. Y es interesantísimo el vínculo entre la llamada inicial a la vocación sacerdotal, y este retiro, al día siguiente de su admisión en la Orden Tercera, que tanto significaría para dar un nuevo rumbo a su vida. Regresar al primer amor, luego de haber sido tan pecador durante los años previos, al asco que ahora sentía sobre quién había sido, al saber que era la vergüenza de los hombres, a reconocer que era un miserable, no en sentido espiritual o figurado, sino por muchas acciones concretas de los años previos que lo habían llevado al descamino.

En contra del consejo de Norberto (no pensar en su pasado), y de su propósito de no escribir un libro de memorias, el Apunte n. 1688 es especialmente relevante. Es aquel que dice entre otras cosas: 1º Que en casa continuaron mi educación, para darme una carrera universitaria, a pesar de la ruina familiar, cuando muy bien pudieron, en justicia, haberme puesto a trabajar en cualquier cosa. 2º De ser seglar —me conozco perfectamente en esto— o no me hubiera casado o lo hubiera hecho cuando hubiera podido sostener con holgura dos casas: la de mi madre y la mía. (…) 5° Que, al tratar yo de responder a la vocación religiosa, a petición mía y a pesar de que hacía bastantes años que mis padres no tenían hijos y no siendo ellos ya jóvenes, a petición mía —repito— Dios nuestro Señor (a los nueve o diez meses justos de pedírselo) hizo que naciera mi hermano Guitín. Un hermano varón, pedí yo. Ahora el pequeño estudia cuarto de bachillerato. Por la razón dicha, porque le llevo diecisiete años y porque le dejó mi padre tan niño, yo, más que su hermano, soy su padre. Y por ahí continúa, racionalizando su pasado, y generando más páginas para los libros que se redactarían sobre la vida de tan santo varón, que hasta logró del Cielo que su madre volviera a concebir el hermano que nació justo a los nueve o diez meses de haberlo pedido. Y el futuro santo no tenía dudas: nacería varón, porque así lo había pedido él, y así podría transmitirse el apellido y la nobleza familiar… (lástima que Guitín nunca quiso saber nada con el marquesado).

Escrivá reconoce que todo este lío económico se debe a su mala conducta. Y sobre esa conducta también trataré de escribir…

Estaba entonces José María Escrivá en el Convento – Noviciado, estrenando su admisión. ¿A qué se había comprometido? Veamos ahora el Manual de Terciario Carmelita (Burgos, 1913), para entender un poco más el camino que estaba emprendiendo. Lo veremos también porque supongo que algunas ideas le serían útiles para redactar los primitivos Reglamentos de la Obra de Dios, adaptando ligeramente la terminología. Recordemos que todo esto es de la etapa “fundacional”, en la que Escrivá (y Norberto) estaban viendo qué perfil darle a la nueva institución que querían fundar.

· Nuestra Orden Tercera se propone, a imitación de los Religiosos y Religiosas de la Orden, dar gloria al Señor, honrar a la Santísima Virgen María del Carmen y ayudar a la Iglesia mediante la oración, ejercicios de virtud, culto externo y vida activa. Y Escrivá apuntaría algo similar en sus Apuntes.

· Probablemente no se haya asociado a ninguna Congregación. Aunque es preferible el estado de los Terciarios en Congregación, puédense, sin embargo, pertenecer a la Orden Tercera sin estar agregados a Congregación alguna determinada, o sea, en calidad de “Terciarios que viven individualmente y dispersos en el mundo”. Y también apuntaría alguna línea en este sentido, pensando, a lo mejor, en los terciarios de la Obra... Sin pertenecer a una Congregación, entiendo que evitaba tener que participar de las conferencias mensuales de los Terciarios.

· Para pertenecer de esta manera a la Orden Tercera, basta ser admitido en ella, recibiendo el hábito de manos del Superior o de un sacerdote legítimamente para esto autorizado y, después de un año de noviciado, hacer la profesión (…). Escrivá fue admitido, el 2 de octubre de 1932, como respuesta a la instancia presentada personalmente el día 12 de septiembre. Ahí comenzó su noviciado. No sé si perseveró un año en su decisión, por más que hubiera pagado más de un año de cuota. Y si hizo por tanto la profesión. Supongo que los archivos de los carmelitas (si se salvaron de la quema de la guerra civil), podrán arrojar luz. En los libros debían consignar la toma de hábito de los Terciarios, con el nombre del siglo (en este caso, José María Escrivá y Albás), y además el nombre que se han impuesto al entrar en la Orden (en este caso José María de San Simón), su domicilio (Viriato, 24), su edad (30, con f.nac. 09 de enero de 1902), y el día, mes y año en que tomaron el hábito. En ese libro el Superior o Director debía anotar además las profesiones y si fueron hechas con dispensa. Sería bonito ver los originales de estos documentos, así como la instancia manuscrita de sanjosemaría, para ver su caligrafía, sus deseos en aquel entonces, etc.

· Pueden dar el hábito y admitir a la profesión de la Orden Tercera N. M. R. P. Prepósito General de cualquier lugar, los RR. PP. Provinciales dentro del territorio de su Provincia y los Superiores locales en sus propios distritos. Escrivá fue admitido el día 2 de octubre de 1932… Fecha emblemática esa del 2 de octubre, que entonces no tenía el valor que con el tiempo fue adquiriendo… En cualquier caso, providencial coincidencia.


· (Art. 14) Pueden ser admitidas en la Orden Tercera las personas de ambos sexos a cualquier estado y clase a que pertenezcan: eclesiásticos o legos, célibes, viudos o casados, con tal que tengan las siguientes condiciones:

a. Que no pertenezcan como novicios ni profesos a otra Orden Tercera [Escrivá no lo era];

b. Que sean de vida ejemplar, constantes y firmes en la profesión de fe católica y en la obediencia a la santa Iglesia Romana [Escrivá en términos generales lo era]

c. Que tengan vivo deseo de llevar una vida más perfecta con la observancia de los deberes propios y comunes e intención de servir con más exactitud a Dios y a la Santísima Virgen del Carmen [Escrivá había retomado este deseo de perfección, después de una época queriendo opositar a trabajos incompatibles con su condición sacerdotal];

d. Que hayan llegado a la edad de 24 años (…).

· El Hábito (…) propio de cuantos pertenecen a nuestra Orden Tercera consista en un escapulario de paño, (que puede en el estío sustituirse por otro de sayal) de color castaño, compuesto de dos partes iguales, cada una de 25 centímetros de larga y 18 de ancha.

· De la Admisión. Antes que los postulantes sean admitidos a la toma de hábito, estarán sujetos a una prueba de dos meses, en los cuales se les instruirá sobre las obligaciones que contraen al entrar en la Orden Tercera. Se ve que en caso de Escrivá este período se abrevió a algo menos de un mes, probablemente porque lo conocían desde hacía tiempo, y por las buenas referencias que presentaría don Norberto, a quien los carmelitas conocían de antes.

· Para la toma de hábito se dispondrán con el retiro y recogimiento de algunos días, bajo la dirección del propio confesor.

Por eso yo afirmo que de ninguna manera es casualidad que Escrivá hubiera acudido el 3 de octubre de 1932 al Convento de los Carmelitas Descalzos en Segovia… Y, que haya realizado sus Ejercicios, como indica el Manual, bajo la guía de un sabio Carmelita quien le explicaría sus nuevos compromisos. Este santo varón, como va dicho, era el P. Narciso de San José… Además, contaba con un guion con algunos puntos de meditación que le había entregado su confesor, el P. Sánchez (Apunte n. 1692).

Por tanto, no es casualidad que, al día siguiente de ser admitido por el nuevo Provincial, José María de San Simón haya acudido a mejorar su formación al Convento-Noviciado de Segovia, bajo la guía del P. Narciso, quien recibió y guió al nuevo novicio.

José María era una nueva vocación, que había que cuidar con particular esmero: como una flor que recién se abría… Era una pequeña llamita (o lucecica) recién encendida, que había que proteger.

Por tanto, en aquellos ejercicios mi impresión es que Escrivá vería aspectos concretos para mejorar en su vocación cristiana en general… y de Carmelita en particular... Los prelaticios liberaron parte de los Apuntes de esos ejercicios, los más relacionados con la Obra (p.ej. el nombramiento, en la capilla de san Juan de la Cruz, frente al sepulcro recién estrenado, de los tres Arcángeles como protectores de cada labor de la Obra), y mi impresión es que obviaron los aspectos más relacionados con la vocación carmelita de nuestro Padre… Probablemente en los Apuntes no liberados aparezcan más menciones a su nuevo Director o Superior institucional: el prior o maestro de novicios, el P. Narciso. ¿Qué otras cosas le habrá explicado? ¿Cuántas veces más aparecerá mencionado en esas páginas manuscritas?

Años más tarde, Álvaro del Portillo (que no vivió directamente esta historia, sino que ingresó en lo que yo denomino el segundo o tercer Opus Dei, el de 1935), digo que Álvaro afirmó “Así hacía su curso de retiro cuando aún no había hijos suyos sacerdotes. Solía confesarse con un carmelita viejecito, a quien yo conocí: un hombre muy bueno que se llamaba Padre Narciso de San José” (Crónica, enero 1982, p. 81). No sé si don Álvaro supo (antes de 1975) que sanjosemaría, a los cuatro o cinco años de supuestamente haber fundado la Obra (en realidad, todavía no había fundado nada…) se había hecho Terciario Carmelita, y había asistido al Convento-Noviciado para afinar en su nueva vocación, bajo la guía del prior, P. Narciso. Y en este contexto, yo me permitiré dudar sobre si el P. Narciso era el confesor de Escrivá, como dice Portillo, o si más bien era el Superior o Director que, según las Constituciones, cada Terciario debía tener. En ese rol, el P. Narciso orientaría espiritualmente a sanjosemaría en aquellos aspectos de su vocación (divina) como Terciario Carmelita. Pero la confesión semanal seguiría probablemente a cargo del P. Sánchez Ruiz (justamente en esos días de retiro se propuso ir a confesar dos veces por semana: los martes y sábados: a lo mejor con un carmelita los martes, y con el jesuita los sábados, porque, si no, hubiera sido demasiado pedirle al buen P. Sánchez… No digo que una tortura, pero casi…).

· Supongo que, como señala el Manual, Escrivá tomaría el hábito conforme al rito que se prescribe en el Ceremonial, ya en el convento de Segovia, ya en el convento de la plaza de España, en Madrid. Probablemente Escrivá dio estos pasos, para confirmarse en su sacerdocio, ya que afirmaba que mi Madre del Carmen me empujó al sacerdocio, y -en mi relato- Escrivá dudó muchas veces de continuar su camino sacerdotal. Pensó, seriamente, en seguir los pasos de su más íntimo amigo, Francisco Moreno Monforte, que había dejado el sacerdocio al poco tiempo, y esto impactó profundamente en Escrivá…, de una forma que ni nos imaginamos…

· El Ceremonial de la toma de hábito muestra una ceremonia similar a las que hacemos en la Obra (principalmente los numerarios, porque los supernumerarios no pertenecen de la misma manera y hacen sólo la primera parte, en sus casas o en Dirección), en el oratorio, con el sacerdote sentado con su roquete y estola, y el candidato de rodillas, etc. Ahí le habrían preguntado ¿Está resuelto a perseverar hasta la muerte en el estado que pretende abrazar? A lo que nuestro Padre respondería: así lo espero y deseo ayudado de Dios y de las oraciones de toda la Orden. Perseverar usque ad mortem...

Recuerdo mi sorpresa al tener que hacer estas ceremonias, ya desde la admisión: Coram Deo Dómino Nostro, cui omnis glória, confidens intercesione Sanctae Mariae nostrorumque Patronum, teste meo Sancto Angelo Custode, me dédico ad effectivum regnum Christi in terra propagandum, iuxta régimen el spíritum Operis Dei… ¡Qué jóvenes éramos! Estos ritos en latín, las bendiciones, y ni qué decir el anillo cuando llegó la fidelidad… Aquel Confirma hoc, Deus, quod operatus es in eo (in ea), que le dijeron entonces a Escrivá según el Ceremonial de los Carmelitas, y que me dijeron a mí en la Fidelidad, según el Ceremonial del Opus Dei.

José María estaría visiblemente emocionado con las bendiciones, agua bendita, la limpieza que pedían para él. Señor, Dios de las virtudes, suplicamos humildes a tu clemencia, que la abundancia de tu misericordia limpie a este siervo tuyo de todo error pasado y le haga capaz de una vida santa y nueva. Y José María repetiría que quería comenzar de nuevo, que se arrepentía de sus errores pasados: ya no más, Señor, ya no más.

El sacerdote aspergió a Escrivá con agua bendita, le impuso el nombre, y le declaró hijo de la Orden y partícipe etc., diciendo (en latín): Yo, con la autoridad que ejerzo y que se me ha concedido, te recibo en nuestra santa Religión y te enriquezco y hago partícipe de todos los bienes espirituales de la misma. Ahí nacía José María de San Simón.

· Después de tomado el hábito, los postulantes permanecerán durante un año en calidad de novicios, dando prueba de su vocación con la exacta observancia de la Regla y disponiéndose con el ejercicio de la oración y de las virtudes cristianas para recibir dignamente la gracia de la profesión. Así que Escrivá, como Terciario Carmelita, tendría un Superior o Director que lo iba guiando. Durante el tiempo del noviciado, los Terciarios que no están para ello impedidos, se presentarán por lo menos una vez al mes –y después del noviciado de tiempo en tiempo, por ejemplo, de dos en dos meses- al Superior o Director, a fin de ser instruidos en sus deberes. Por tanto, Escrivá acudiría con cierta frecuencia al P. Narciso, o a quien fuera su superior (probablemente un carmelita de Madrid). En cuanto a la elección de confesor, son libres para elegirse el que juzguen conveniente. Y por eso, Escrivá continuaría con el jesuita P. Sánchez, que además cumplía un rol clave en la Obra de Dios, como veremos llegado el momento.

· El Capítulo VII trata de la Profesión. Aquí importa mucho la opinión del Superior o Director, quien estando cierto de la vocación divina a este estado y de la perseverancia de los novicios Terciarios en sus buenos propósitos, puede concederles la profesión. Determinado, de acuerdo con el Superior o Director, el día de la profesión, cada novicio se preparará para ella con los ejercicios espirituales y con otras obras de piedad, conforme al consejo del Director.

· La profesión se hará en manos del Superior o de un delegado suyo, en la siguiente fórmula: Yo [José María Escrivá y Albás] hago mi profesión y prometo a Dios, a la Santísima Virgen María del Monte Carmelo, a nuestra Madre Santa Teresa y los Superiores de la Orden, obediencia y castidad, según la Regla de la Orden Tercera, la cual quiero observar con la mayor perfección que me fuera posible hasta la muerte. No sé si Escrivá llegó hasta esta etapa; Dios quiera que sí, porque era su deseo, y había pedido gracia de Dios para perseverar hasta la muerte.

· Los votos. En aquella época, el José María Escrivá fundador, el original, era muy de hacer votos… Y de exigirlos a los miembros de la Obra… Después, lo negaría. Pero entonces, en la versión real de la historia, incluso antes de que la Iglesia ni nadie se los pidiera, él los imponía a sus hijos... De hecho, no solo la Iglesia no se los pedía, sino todo lo contrario: ¡¿Qué habría pensado el Obispo de Madrid, quien no conocía a Escrivá, por más que años más adelante afirmara que lo apoyaba desde 1928…, digo: ¡¿Qué habría pensado el Obispo de saber que un sacerdote extradiocesano -a quien quería devolver a Zaragoza- estaba imponiendo votos de Esclavitud a un puñado de files de la diócesis?! No había ninguna aprobación diocesana ni nada para la Obra, y Escrivá imponía votos a los numerarios. Hablaremos con detalle del Voto de Esclavitud de 1935. Lo de “ni votos, ni botas, ni botones, ni botines”, es un invento posterior... Una mentira. Una reconstrucción del pasado. En la época fundacional, Escrivá era muy de hacer y exigir votos. Realmente los necesitaba para atar a los laicos en el conflicto que tuvo con los sacerdotes, como también veremos en algún momento.

En cualquier caso, lo que quiero decir ahora es que Escrivá, al hacerse Terciario Carmelita, tenía que hacer sus votos. Esos votos no se exigían, evidentemente, para los seglares de a pie, ni para los sacerdotes seculares como era Escrivá. Pero nuestro Padre, después del 1928, quería ingresar en un estado superior de perfección… Y es por eso que quiso realizar esta incorporación o consagración religiosa… En concreto, los Terciarios Carmelitas debían hacer los votos de obediencia y castidad, aunque “… no son votos solemnes y perfectos, sino simples y relativos y, en ciertos casos, rescindibles”. Debía renovarlos dos veces por año, el día de la Exaltación de la Santa Cruz y en Epifanía. Allí Escrivá y su búsqueda de votos. Quería la perfección y esta era una forma muy concreta de ponerse en ese estado superior, por más que Dios le hubiera mostrado –supuestamente- algo diferente un 2 de octubre.

· La Oración Mental. No sé si antes de ser admitido como Terciario Carmelita, nuestro queridísimo Padre hacía dos medias horas de oración. Entiendo que no… No era algo que se le exigiera por ser sacerdote diocesano. Hacía oración, ciertamente, pero sin una tasa fija.

Debemos agradecerles pues a don Norberto, a Fray Joaquín, a Fray Epifanio, y a Fray Narciso, que hayan guiado al joven José María hacia estos caminos de oración contemplativa… En efecto: teniendo nuestra Orden por fin principal la vida contemplativa, nuestros Terciarios, que pertenecen a ella, han de procurar habituarse a la oración mental. Y ahora viene lo interesante (artículo 51): harán cada día media hora de meditación, un cuarto de hora por la mañana y otro por la tarde, o bien, si sus ocupaciones no se lo permitieren en esta forma, media hora de una vez. Los Terciarios sacerdotes harán media hora por la mañana y media hora por la tarde.

Aquí tengo que discrepar con Haenobarbo quien había indicado que Escrivá estaría adscrito a la Cofradía del Carmen, pero no podía pertenecer a la Tercera Orden, por ser absolutamente laica. Entiendo que esto es incorrecto. El artículo 14, citado anteriormente, establecía que podían pertenecer los miembros del estado eclesiástico: lo importante es que no fueran novicios o profesos de otra Orden. Y este artículo n. 51, sobre los tiempos de oración, señala claramente requisitos más exigentes para los sacerdotes. Además, los sacerdotes Terciarios gozaban de algunos privilegios, como indulto de altar privilegiado personal tres veces por semana.

Escrivá, porque quería ser santo, mientras meditaba sus compromisos de Terciario allá en Segovia en 1932, se propuso incluso más oración: una hora por la mañana y otra por la noche. Así hacen los santos, supongo. E insistía: Por lo menos dos horas diarias ¡sin excusa!, aunque sea quitándolas al sueño. Habría que ver durante cuánto tiempo cumplió este propósito... Mi impresión es que le duró más bien poco… Que ese programa mínimo de vida espiritual, porque así lo tituló, en realidad representaba un máximo difícil de alcanzar. En efecto, tengo para mí que, hasta tanto no tuvo resuelto el tema económico, el servicio doméstico, etc., no le fue posible llevar el ritmo de oración que quería llevar. Trabajando como entonces trabajaba para ganarse el pan…, mi impresión es que no podría cumplir su plan de vida... Otra cosa sería ya instalado en su Villa Tevere… Es por eso que, si bien nuestro plan de vida es más ligero que aquel que el santo Fundador se propuso en 1932, aun así es casi imposible vivirlo cada día: sólo los funcionarios de las delegaciones y comisiones, o los numerarios en curso anual, lo pueden cumplir íntegro cada día (y ni qué decir de los supernumerarios que todavía no se hayan jubilado… porque lo que es la vida de los supernumerarios con hijos pequeños…).

· El reglamento por el que se comenzaría a regir nuestro Padre, además de las dos medias horas de oración por ser sacerdote, incluían la lectura espiritual, el examen de conciencia, la presencia de Dios mediante jaculatorias, la misa diaria, la comunión frecuente, la comunión espiritual, la visita diaria al SS. Sacramento, retiro mensual y ejercicios anuales, el tiempo de la noche, etc. Así como las visitas a los hermanos enfermos, los sufragios por los difuntos, etc.

Entonces, de este Manual bebimos nosotros. En efecto, como Escrivá estaba en esos días estrenando su vocación de Terciario Carmelita, debía ajustar su plan de vida conforme a su nueva llamada divina, para así cumplir con el Espíritu de la Orden, sus Reglas y Estatutos. Sobre esa base nacería, poco más adelante, nuestro plan de vida. Así, en febrero de 1933, Escrivá decide elaborar un plan de vida al que nos sujetemos todos en la Obra, para que oficialmente nos obliguemos a cumplirlo desde el día de Nuestro Padre y Señor San José, en este año. Sería algo corporativo. Institucional. La oficialización del plan de vida se retrasó unos días, pero finalmente quedó plasmado el 24 de marzo de 1933 (fiesta de san Gabriel), en un documento titulado “Normas provisionales”. Este documento nacía nada menos que como un resumen de las normas que nuestro Padre se había trazado durante el retiro de 1932 en Segovia… (cfr. Apunte n. 966). ¡Cuánto tenemos pues que agradecer a los Carmelitas! De alguna forma, en términos demasiado genéricos, parecería que la conjunción entre la vida contemplativa y activa que supuestamente logró Escrivá por particular revelación divina, se nutre en la parte contemplativa de la espiritualidad Carmelitana, y en la parte activa, de copiar a los jesuitas o a los propagandistas u otros (incluso a la ILE: vamos a hacer, por la Iglesia, en todo el mundo, algo parecido a lo que hace contra la Iglesia en España la Institución Libre de Enseñanza).

· En cuanto a las mortificaciones, además de los ayunos y otras ya previstas, la Regla invitaba a: “añadir a las dichas obligaciones otras, principalmente penitencias, a fin de conformarse más de esta suerte con el espíritu de la Orden, pida antes la aprobación de su padre espiritual, seguro de que el Señor le retribuirá superabundantemente por todo.”

Y Escrivá, que quería identificarse con el espíritu de su nueva Orden, y además quería ser muy santo, es que se propuso un extra muy generoso de mortificación: a diario: un cilicio; los viernes y los martes: dos; cada semana: dormir tres noches en el suelo sin colchón, y cada semana (si podía) debía observar “un día de ayuno natural total, es decir, sin tomar pan, ni agua, ni cualquier otro alimento”. Realmente, muy generoso. Y, como lo indicaba este artículo n. 95, puso su plan de vida y de mortificaciones en las manos de su confesor, quien lo aprobó: el martes 25 de octubre de 1932 en el Sdo. Corazón de Leganitos, me devuelve el P. Sánchez estas notas. Sinceramente, no sé cuánto tiempo perseveró con estos propósitos de mortificación, si un par de semanas, o meses, o años, o toda su vida. Me inclino más por un par de meses.

· El formador de Escrivá, o maestro de novicios, debía explicarle la Regla, como hacían con todas las personas que pedían ser admitidas. Además, debía presentarlo al Superior para que examine su vocación. Y, finalmente, conducir al novicio ante el altar el día de su toma de hábito y profesión. Después, debía inculcarle la exacta observancia de la Regla, el espíritu de oración y mortificación y una verdadera devoción a María Santísima.

· Finalmente, todas las cosas supradichas componen la norma de vida, o sea, la Regla que han de observar nuestros Terciarios para corresponder dignamente a la gracia de su vocación. Y José María de San Simón quería responder fiel y dignamente a la gracia de su vocación. También prestaría atención al artículo 91: su observancia, fuera de los votos, no obliga ni a culpa ni a pena; sin embargo, nuestros Terciarios deben observarlas con toda exactitud (…)

El día de su admisión, José María de San Simón pagó su cuota. Quince meses de cuota (cfr. Cronología).

No sé cuántos meses perseveró en su vocación (además de cuántos meses perseveró en sus propósitos de oración y mortificación). En concreto, no sé si usufructuó los 15 meses que había pagado por adelantado.

La devoción de Escrivá por los Carmelitas era tan visible, tan patente, que hasta su hermano pequeño se había dado cuenta. Me decía Guitín, con su plan de guasa: “¿sabes qué podrías hacer? Fundar una orden y que la Academia sea el primer convento”. Y seguía luego: lo mismo que D. Pedro Poveda ha fundado las teresianas, funda tú las… “carmelitanas” (Apunte n. 1124). Y la verdad es que no estaba muy errado el pequeño, porque ¡qué sorpresas tiene para nosotros numerarios conocer más de la vida y proyectos de José María de San Simón Stock… ¡Qué mezcla! Evidentemente estoy desconcertado con lo que era y es la espiritualidad propia de la Obra, sobre cómo Escrivá reglamentó nuestra vida, sobre lo que de verdad ocurrió en 1928 y en aquellos años fundacionales, de los que sabemos tan poco. ¿Qué vio o qué dejó de ver el Padre?

En dos colaboraciones anteriores habíamos ya hablado de este retiro en Segovia. Entonces no nos habíamos fijado en el novicio que aprendía la nueva espiritualidad a la que se estaba comprometiendo. Nos habíamos enfocado en otros dos aspectos, a saber:

1. La de adaptación de los métodos de los religiosos, con el Nuevo curso de meditaciones sacerdotales del jesuita francés Pierre Chaignon.

2. Algunos de los varios plagios que cometió el santo Fundador. Entre otros, aquel famoso punto sobre humildad (Surco, n. 259). También el plagio para Camino n. 734 (y Vía Crucis I.2). Y, llegado el momento, tendremos la oportunidad de compartir otros plagios en Camino... Escrivá es un autor sorprendente.

Hace unos meses, Hilario en No somos religiosos... contaba sobre la visita que hizo a una muy buena amiga que había ingresado en las Carmelitas Descalzas. A través de la reja le contó muchas cosas sobre su día a día. Y resulta, la verdad, muy pero muy parecido al de un numerario/a. Y así tiene que ser, no solo porque somos como religiosos, sino por la propia y específica vocación carmelita de sanjosemaría en 1932… “Cualquier parecido, es pura coincidencia” concluía Hilario.

El que era Terciario Franciscano, era Luis Gordon, el primer “numerario” en alcanzar la Casa del Padre. En efecto, el bueno de Luis era Terciario Franciscano, así como Archicofrade de Nuestra Señora del Carmen [entiendo que podía ser archicofrade del Carmen, pero no Terciario Carmelita, porque ya lo era franciscano…], Hermano de la Congregación de San Felipe Neri [igual que Escrivá, a quien conoció ahí], y Adorador Nocturno: todo eso era, además de miembro del Opus Dei. De hecho, no sé si pertenecía a la incipiente Obra con la misma intensidad con que pertenecía a las otras asociaciones…

Escribá, por su parte, desde un año antes de ser Terciario Carmelita se había estado ejercitando con los Hermanos de San Felipe Neri. Para esto, en octubre de 1931 había obtenido permiso expreso de su confesor. Tuvo un período de “postulantado” o “noviciado”. Tendría su maestro de novicios, su formador. También este era un proceso reglamentado. Al terminar el período de prueba, dos Hermanos tenían que redactar y elevar a la Junta informes secretos positivos sobre el postulante (capítulo XXX de las Constituciones). Y la Junta debía votar por unanimidad su incorporación.

Por tanto, luego de ese período de formación y prueba, el domingo 3 de abril de 1932 Escrivá realizó su profesión en dicha Congregación, y, literalmente, tomó el hábito… Con los Carmelitas no sé si llegó a la profesión. Con los Hermanos de San Felipe Neri, sí. Y pasó también a integrar la Junta de Ancianos.

No sé, pero supongo que sí, que Escrivá adoptaría algún nombre de religión al ser admitido como Hermano. Por decir algo “José María del Amor Seráfico” o “Mariano de Jesús”, o similar. Tampoco tengo muy claro algunos aspectos de su pertenencia a dicha Congregación (que tenía más de 200 años de vida), ya que era de seglares, y la parte espiritual estaba encargada a los sacerdotes de San Felipe Neri. Esto a lo mejor le trajo problemas e incomprensiones. No entiendo mucho el rol que cumplía allí el presbítero Escrivá, que evidentemente era más que bienvenido, porque tuvo su proceso de admisión, su posterior aprobación unánime por la Junta, su profesión, etc.

Al ser una Congregación para seglares (como su nombre lo indica), es razonable que Escrivá “pescara” para su Obra. Por eso no es sorprendente que Hermanos de San Felipe Neri fueran algunos de los primerísimos numerarios de la Obra de Dios: Luis Gordon, Jenaro Lázaro y Antonio Medialdea.

El hábito de la Congregación lo vestiría durante su actividad en el Hospital General y en las reuniones de la Congregación. Era la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, en el grupo de los Filipenses del Hospital General de Madrid. A lo mejor, de sus prácticas con ellos, y de la correspondiente ornamentación de los locales y ceremonias, Escrivá habría sacado la idea de sus dos calaveras: doña Pelada y don Alonso, que así las llamaba, o la idea de la emendatio, etc.

Así que, durante aquel año de 1932, Escrivá vivió al menos dos períodos de discernimiento… uno para la Congregación de San Felipe Neri, y otro para la Orden Tercera Carmelita. Y tomaría los dos hábitos en ceremonia formal…

Recordemos, además, que Escrivá pertenecía, desde 1929, a la Unión Sacerdotal de Hermanos Espirituales de Santa Teresita de Lisieux (Apunte n. 536). A lo mejor fue otro intento del bueno de Norberto por encender a José María.

Todas estas asociaciones, ¡y dos tomas de hábito!, son posteriores a la supuesta “fundación” del Opus Dei el 2 de octubre de 1928. En mi relato veremos que Escrivá no tenía conciencia de haber fundado nada por aquel entonces, y menos que Dios mismo hubiera fundado algo…

Por último, habría que analizar si no pertenecía a otras asociaciones. Por ejemplo, a la Asociación de Almas Víctimas en Unión con los Sagrados Corazones de Jesús y María. Sería coherente con su espiritualidad de entonces. Era como una manera de formalizar el espíritu de sacrificio y penitencia… En este sentido, vincularse a los franciscanos servía para vivir mejor el espíritu de voluntaria pobreza; a los Carmelitas para el espíritu de oración y contemplación; alguna asociación espiritual vinculada a santa Teresita para vivir mejor el espíritu de infancia espiritual o para concretar su ofrecimiento como alma-víctima en un holocausto espiritual. Más adelante, el Espíritu de la Obra sería superior a todos los demás, y no necesitaríamos de esas asociaciones u Órdenes. Nuestra Madre Guapa nos proporcionaría todos los medios... Pero no era así al principio, en aquel 2 de octubre de 1928, en el que Escrivá más que ver el Cielo abierto y a Dios que le revelaba Sus Designios para la Historia de la Humanidad, el joven fundador decidió permanecer en su sacerdocio y reflotarlo mediante una fundación, de algo, de lo que fuera. Y tenía gran necesidad de alimento espiritual, y por eso se asociaba a este tipo de instituciones, y por eso copiaba y copiaba todo lo que podía (del polaco P. Honorato, de los Paulinos del Cardenal Ferrari, sobre los que tanto hablaremos llegado el momento). Así, en base a su propia vida y a lo que copiaba de los demás, Escrivá fue elaborando el Espíritu de la Obra, sus Reglamentos, Ceremoniales, Normas, etc.

Escrivá no pudo ser Terciario Franciscano (como Luis Gordon) o Terciario Dominico (como su amigo don Antonio Sanz Cerrada, Fray Junípero). Sin embargo, aprendería de todos ellos, y lo iría adaptando para su Obra. En concreto, supongo que adaptaría ideas de aquella Milicia que formaba la Venerable Orden Tercera. Como explicaba Marín del Campo en 1926, esa clase estaba formada por solteros o viudos, quienes formaban una milicia, creada a manera de Orden militar, e igualmente sometida a los votos de pobreza, obediencia y castidad rigurosa. Estos campeones católicos observaban la regla de San Agustín, dedicábanse a los ejercicios de una vida piadosa, y distribuían el tiempo entre el cumplimiento de sus deberes, práctica de la oración y frecuencia de sacramentos, con otras devociones y obras de penitencia para librarse del pecado. Llamáronse estos hombres soldados de Cristo, y su compañía, milicia de Cristo.

Yo creo que Escrivá se inspiraría en estas Órdenes Terceras para reglamentar su Obra y escribir su Espíritu. El Seráfico Padre y Patriarca san Francisco parece que había afirmado: Sabed, hermanos míos carísimos, que el Señor me ha revelado una traza con que podréis ser como religiosos, sin que dejéis vuestras casas ni desamparéis vuestros hijos. Y a Escrivá estas ideas le vendrían muy bien, y así, a lo mejor, las anotaría en sus Apuntes: ser como religiosos en medio del mundo (Apunte n. 16, n. 745, Artículo n. 9 del Régimen y n. 1 del Espíritu de 1941, etc.), vestir un hábito invisible (Apunte n. 234), etc.…


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