El recurso a la Santa Sede

(Acerca del testimonio público)

Por E.B.E., 24.11.2006


Si la Opus Dei es hoy una institución con un gran respaldo por parte de la Iglesia, es porque construyó esa fortaleza dentro del sistema. Ya sea del sistema de valores, del sistema jurídico, del sistema de autoridad, etc., que forman parte de la Iglesia.

Su prestigio y su poder no se deben al dinero ni a las influencias políticas o sociales de las que hoy pueda gozar la Obra. Estas son cuestiones externas, que van por fuera del sistema, cuando no ocultas al sistema. La legitimidad de la Obra es la reputación que obtuvo dentro de la Iglesia y que no tiene nada que ver con un prestigio material. Es un prestigio obtenido a modo de condecoración, concedido por la misma Iglesia. Por eso, no importa que los miembros crean en una iluminación de Escrivá. Sin la Iglesia, la Obra no sería lo que es.

No dejo de lado la capacidad de movilizar gente que tiene la Obra –ej., la beatificación de Escrivá- o los numerosos sacerdotes que ordena cada año, elementos que le permiten ganar espacio dentro de la Iglesia y hacer su propia demostración de poder, directa o indirectamente. Pero este es, de todos modos, un prestigio posterior en la línea temporal. Le antecede todo un prestigio doctrinal y disciplinal (al menos teórico y aparente) que es el que termina siendo aprobado oficialmente en los papeles. Aunque debo reconocer que el prestigio de la Obra es una mezcla entre un prestigio jurídico (“hacer los deberes” que pide la Iglesia) y un prestigio de facto (la invención de la institución), que se ayudan y acompañan. La invención es tan importante como la aprobación. La Obra no es la prelatura, sino que la prelatura es la forma que legitima el funcionamiento de la Obra. No son para nada términos idénticos.

Por el lado del prestigio de facto, la Obra fue inventando su reputación, mediante diversas historias internas y en especial por el culto al fundador. Es la imagen que cada uno conoció de manera directa, sin mediación de la Iglesia, especialmente quienes coincidieron con la etapa anterior a la erección como prelatura. Imagen que fue ratificada por el pragmatismo y el culto a la eficacia, que se concretaba en edificaciones y vocaciones. Como bien lo resumía un consiliario, hace unos años: dólares y vocaciones es lo que busca y necesita siempre la Obra.

Pero a su vez este prestigio fue acompañado y confirmado por las diversas aprobaciones que la Obra fue recibiendo de la Iglesia, gracias a su perseverante y metódica insistencia.

Una barca que fue avanzando con ayuda de estos dos remos.

Pero que puede retrocede, si los remos cambian de dirección. Si bien la Obra es muy fuerte construyendo su prestigio por la vía de los hechos, depende totalmente del otro remo que le presta la Iglesia con su apoyo. Si la Iglesia deja de remar, la Obra comenzará a girar en círculos.

Y esa legitimidad que hoy tiene, la obtuvo de manera reglamentaria. Su ascenso le fue concedido por la Iglesia. Esta es su fortaleza, su carta de presentación, su fachada pública para todo lo demás. El resto son especulaciones, hasta que se demuestre lo contrario…

Y aquí es donde intervienen de manera fundamental los testimonios personales.

Si hay algo fundamental para la Obra es convertir a todo exmiembro en un outsider, en alguien fuera del sistema. Y no es extraño, por ello, que uno mismo se sienta fuera del sistema al dejar la Obra y no intente reclamar nada dentro de la Iglesia, o directamente prefiera dirigir todo reclamo exclusivamente fuera de la Iglesia, el cual, en cierta manera, es estéril e inofensivo. Precisamente es lo que busca la Obra, y hasta ahora le ha dado resultado. ¿Cuántas personas han presentado hasta el día de hoy reclamos formales a la Iglesia por la vía reglamentaria, adecuadamente preparados?

Creo que dos son los sentimientos más fuertes que dominan en esta situación: o bien una desconfianza hacia la Iglesia (que “dejó hacer”) o bien una sensación de impotencia frente a la Obra (que “hace lo que quiere”).

Existe una tercera posición: es no hacerle caso a ninguno de esos dos sentimientos y actuar según la lógica de cualquier organización, esto es, informar a la instancia superior lo sucedido. La Obra no es tan poderosa ni la Iglesia puede desoír fácilmente los reclamos legítimamente presentados. Y si lo hiciera, sería muy grave. Lo que no conviene es prejuzgar lo que pueda suceder, pues ello invitaría a la inacción.

No son pocas las personas que descreen de las críticas a la Obra justamente porque no son encauzadas por los caminos ordinarios.

La Obra es formalista y legalista. Pero no por casualidad ni gratuitamente. Le es profundamente redituable.

Presentarse en público

Desde el destierro moral y psicológico se regresa gradualmente. Es un largo camino la vuelta desde la periferia hacia el centro. Una forma es hacerlo mediante el ejercicio de la libertad de expresión. Opuslibros fue desde su inicio un acto de presencia fundamental, fundacional diría, por su carácter excepcional. Echó las bases para recuperar la propia identidad y dignidad. Hoy es un espacio para que muchos exmiembros expresen libremente su opinión sobre la institución.

Pero es necesario seguir avanzando, para obtener una verdadera reivindicación.

Hay muchas formas de “lo público”. Internet es una de ellas, con los diversos niveles que comporta (desde periódicos online hasta sitios personales como los blogs). Y Opuslibros es una forma de dar a conocer la Obra públicamente.

Otra, es la vía “oficial”, que no tiene tanto que ver con la libertad de expresión sino con procedimientos. La vía oficial es la única válida en todo lo que hace al funcionamiento de las instituciones. Se puede expresar libremente las opiniones, pero estas no siempre influyen tanto como un procedimiento (judicial, burocrático, etc.). En cualquier caso, se trata de dos caminos complementarios, ninguno suplanta al otro y uno es tan necesario como el otro. No son opciones excluyentes.

En la medida en que la crítica a la Obra no sea presentada por los canales oficiales, esto siempre será un serio obstáculo para su credibilidad. Pero sobre todo, un obstáculo para su efectividad a nivel de las estructuras institucionales.

No importa tanto la respuesta que se obtenga como la presentación que se haga. Cuando algo está bien presentado y fundamentado, no puede recibir una contestación de cualquier tipo sin que la autoridad pague un gran descrédito por ello.

Cada uno ha hecho un recorrido por dentro del laberinto de la Obra y ha encontrado cosas buenas y cosas malas (en diferentes proporciones). Especial interés tienen estas últimas, porque la Obra las intenta mantener en silencio. Dar a conocer estas situaciones es, entre otras cosas, un acto de justicia para con uno mismo que las padeció. Lo mejor, ante todo, es presentarse a la autoridad que está por encima de la Obra, o sea la Santa Sede.

La Santa Sede

Pero antes de seguir, es pertinente hacerse una pregunta. La presentación del testimonio por la vía reglamentaria sólo puede ser hecha frente a la Santa Sede, porque la Obra como tal depende directamente del Vaticano. No hay otra instancia intermediaria.

Por eso es bueno preguntarse frente a quién se está, antes de dirigir cualquier escrito. Aquí se pueden tomar varias actitudes, que van desde la más idealista hasta la más cínica. En el medio, muchos matices.

El Vaticano es un país, cuyo gobierno es de tipo monárquico. El soberano es el Papa. No hay ninguna constitución que limite su poder (como las monarquías constitucionales). Tanto el Papa como muchos de sus funcionarios poseen inmunidad diplomática, son intocables. No es un dato menor.

Hace unos años, en Irlanda una persona quiso hacerles juicio a un obispo, un nuncio y al mismo Papa, por haber sufrido abuso sexual de parte de un sacerdote (acusado de 66 casos más), quien fue trasladado de una parroquia a otra luego de sus primeros abusos, en lugar de ser llevado a la justicia. De esta irresponsabilidad acusaba al obispo, al nuncio y al Papa. Evidentemente, esta persona fue mal asesorada o su indignación le impidió ver que era imposible e infructuosa la tarea que se proponía. En estos casos es mejor no presentar un recurso de este tipo, porque empeora la situación, provocando además una gran impotencia y un resentimiento mayor.

En síntesis: la posición personal de cualquier cristiano frente al Vaticano es muy débil, sobre todo si lo que quiere es reclamar algo que involucre directamente a la Santa Sede como tal. El caso de la Obra cae dentro de esa órbita. Por eso es un tema tan delicado de tratar, con alta probabilidad de provocar un directo rechazo o un desinterés.

Recurrir al Vaticano no es tarea sencilla. No se le puede reclamar nada propiamente, y toda comunicación dirigida hacia él ha de redactarse en un tono muy cuidado. De lo contrario, las palabras emitidas en un tono equivocado caerán en el vacío.

La presentación

El testimonio de cada uno es muy valioso. Es mucho más valioso de lo que parece, aunque a alguno no le parezca. Por eso es importantísimo cuidarlo y darlo a conocer de manera adecuada. Una gran mayoría de personas que defiende a la Obra, no conocen realmente lo que sucede allí dentro. Sólo quienes han estado adentro pueden dar a conocer los abusos (de confianza, de autoridad, etc.) y ser testigos calificados. Pero para ello, es necesario cuidar el testimonio, que ni se pierda ni se deforme.

Si se quiere circular por dentro del circuito oficial, hay que acatar ciertas reglas, ciertos modos de decir y ciertos modos de presentar las cosas. Lo cual ayuda mucho a puntualizar y aclararse uno mismo qué fue lo que sucedió y de qué manera. Es sorprendente lo que se puede descubrir revisando detenidamente los acontecimientos, detalles que jamás se habían tenido en cuenta. Es una labor de investigación e introspección.

Es muy importante documentar lo sucedido (adjuntando, si existieran, los testimonios de psiquiatras o psicólogos, por ejemplo), y lo mejor para ello es escribir detenidamente los sucesos. Es el modo de hacer la historia personal e institucional-no-oficial.

En principio, no creo que sea conveniente presentar nada en grupo, entre otras cosas porque significaría un acto de fuerza y eso de por sí no sería una buena carta de presentación. Es oportuno que cada caso tenga su propia entidad y no sea algo genérico, un número más. Con el paso del tiempo, la acumulación de testimonios permitiría a la Iglesia obtener el común denominador que hace semejantes a casos tan dispares. La conclusión caería por su propio peso, sin necesidad de ningún acto de fuerza.

Al formular el testimonio o reclamo, no se puede, por ejemplo, presentarlo en forma de queja, exigencia o ataque de ningún tipo. Se ha de buscar el mayor equilibrio posible en la redacción del escrito, lo cual no es ningún impedimento para señalar excesos, abusos o cualquier clase de hecho grave. No es necesario recurrir a adjetivos calificativos especiales para reforzar lo que se quiere decir.

Más que recibir una opinión o una teoría personal, lo que le interesa a la autoridad es la descripción de los hechos, la cual es suficiente para dar cuenta de la gravedad. De esta manera, además, se evitan polémicas o juicios demasiado subjetivos.

Una vez redactado y revisado, utilizando el tiempo que haga falta, sin apuros, se puede presentar el escrito a la Santa Sede. A partir de ese momento, lo que se necesita es paciencia. Porque el sistema tarde o temprano contesta. Tal vez habrá que insistir, mandando otras cartas, si no se recibe al menos una respuesta formal.

En la Opus Dei, en cambio, si se presenta un reclamo vía interna antes de dejar la institución, la Obra entra en “contradicción”, porque no tiene respuestas para una gran cantidad de cosas y luego, no es honesta en tantas otras y por lo tanto no puede dar una respuesta sincera. Puede retrasar la respuesta (es lo que hace usualmente), pero no la puede dar, finalmente, porque honestidad es lo que no tiene. En última instancia, la decisión que tomará la Obra, si se insiste en obtener una respuesta, será la trampa o la incoherencia y generalmente –en estos casos- la incoherencia es una manifestación de la trampa.

¿De qué sirve llegar a esa instancia cuando uno ya intuía anticipadamente el resultado? Pues una cosa es saber algo y otra demostrarlo. Es obtener la prueba, ni más ni menos. A partir de allí, uno puede tomar otra decisión, con el enorme respaldo de haber agotado las instancias institucionales, o peor aún, haber demostrado la deshonestidad institucional. Más que un éxito exterior, ir por la vía reglamentaria asegura una satisfacción de conciencia. No es lo más importante “ganar” externamente en estas situaciones. Irse de la Obra habiendo llevado al sistema a su propia contradicción, puede ser una de las satisfacciones más profundas, porque, cual sea la verdad de la Obra, queda patente como nunca.

En el caso de la Iglesia, doy por supuesto que se trata de una institución honesta como tal, de lo contrario estaríamos en serios problemas y no valdría la pena hacer nada. Lo mismo sucede con la Obra cuando se recurre internamente por la vía reglamentaria: como se parte de la suposición de que la Obra debe ser honesta, ella misma no puede responder de manera incoherente sin poner en evidencia su trampa. Y es lo que sucede.

Es fundamental buscar asesoramiento adecuado para presentar las cosas de la forma más diplomática posible. No hipócrita, porque eso sería contrario a la verdad. Pero sí hay que buscar formas que sean convenientes, que sean amables aunque sin dejar de ser fuertes, de ser necesario.

Lo público y lo privado

Al hacer pública la crítica a la Obra se ha de elegir uno de los dos caminos: o dentro de la Iglesia o fuera de la Iglesia. Al menos, sino, primero dentro de la Iglesia y luego –acabada esa etapa- fuera de la Iglesia. Pero nunca acudir a la Iglesia en segundo lugar, pues difícilmente acepte algo así.

Hacer públicamente una presentación paralela, denunciando a la Obra dentro de la Iglesia y fuera de ella a la vez, implicaría automáticamente un desprestigio y desautorización para la misma Iglesia y por lo tanto no lo toleraría. Sería considerada una afrenta (distinto es, por ejemplo, el caso de los delitos sexuales, porque son ámbitos diferentes el de la justicia civil y el disciplinal eclesial, y de hecho es conveniente acudir a los dos).

Se acude fuera del sistema sólo cuando, o bien no se confía ya en él, o bien no se obtiene ninguna respuesta más de él. Es el caso extremo. Pero eso es, en todo caso, en una segunda etapa y no al mismo tiempo.

Salvo una excepción: que se haga de manera anónima.

Por eso es muy importante el anonimato que facilita Opuslibros, pues evita causar desprestigio alguno a la Iglesia y al mismo tiempo se hacen pública las críticas a la Obra. Es decir, se puede proceder por la vía reglamentaria (abrir un procedimiento) sin abandonar la vía externa al sistema (opinar).

Por eso posiblemente la Obra quiera saber los nombres de quienes escriben aquí: para descalificarlos dentro de la Iglesia y anular así todo cuestionamiento que ponga en peligro el lugar de la Obra dentro de la Iglesia. No es cobardía, el anonimato es jurídicamente necesario.

En la medida en que sea la Obra quien revele la identidad, será ella la que cometa la trasgresión y no quien se comprometió a mantener su identidad en el anonimato y fue expuesto por la Obra. No creo, por lo tanto, que la Obra pueda descalificar un testimonio por esta vía.




No sé si todos, pero una gran mayoría de los que escriben o leen en Opuslibros han sido testigos de cómo la Obra se maneja por fuera del sistema para obtener sus beneficios y cometer su fraude y esto es lo que en gran manera se señala o denuncia en esta web. La Obra funciona utilizando verdaderos mecanismos conspirativos en todo lo que hace al proselitismo (desarrollando sus planes a espaldas del candidato), tanto para obtener vocaciones como para descartar aquellas que ya no le interesan más. Pero también en lo que hace al gobierno y la instrumentalización de la dirección espiritual, por el modo en que maneja la confidencialidad (Cfr. Silencio de oficio y Confidencialidad y aborto en la Obra). Este funcionar en las sombras puede ser puesto en evidencia con sólo describir situaciones vividas por cada uno, sin necesidad de teorizar ni de descalificar.

Exponer ese fraude a la luz de los procedimientos legales es esencial para que la Obra no pueda seguir más funcionando de la manera que lo hace.

El requisito fundamental para la Obra –por elección propia- es mantenerse en el sistema y al mismo tiempo manejarse fuera del sistema sin que nadie sea testigo de ello o al menos pueda demostrarlo fehacientemente. Aquí reside su obsesión por el control y el secretismo, por exigir todo por escrito y en cambio no dar nada por escrito (procesos de admisión y dimisión, por ejemplo).

Teniendo esta doble vida, la Obra puede mantener su prestigio público otorgado por la Iglesia. Si esas maniobras se hicieran públicas o evidentes, la Iglesia ya no le podría mantener ese respaldo fácilmente.

Por ello, criticar o denunciar a la Obra sólo desde fuera del sistema es infructuoso y además contraproducente, porque toda crítica hecha exclusivamente desde fuera es hostil para el sistema como tal. En este caso, el sistema es la Iglesia y toda crítica hecha fuera de la vía reglamentaria se convierte automáticamente en insubordinación (de ahí la importancia estratégica de que Opuslibros no sea confesional y además permita el anonimato).

Contrariamente, acudir primero a la Iglesia es una buena manifestación de lealtad para con ella.

Escenarios posibles

Varias son las posibles respuestas frente a la presentación de un testimonio. Una es que no haya contestación. En ese caso, hay que insistir como la viuda del Evangelio hasta recibir algún tipo de respuesta.

«Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: "¡Hazme justicia contra mi adversario!" Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: "Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme."» (Lc. 18, 2-5)

Puede suceder entonces, que se reciba una respuesta inadecuada. ¿Qué quiere decir esto? Que la respuesta refleje que no ha sido comprendida la carta que se envío. Es decir, que no se haya efectuado una buena comunicación. En este caso también hay que volver a insistir, pero esta vez aclarando, si hiciera falta, lo que se quiso decir en la primera carta.

Se puede recibir también un acuse de recibo, frío y burocrático. No está mal, porque de lo que se trata es de que el testimonio sea recibido. No se puede pretender una respuesta en profundidad, pues lo que se espera es que el testimonio sea estudiado más adelante junto con otros. Sería mejor recibir una carta alentadora, pero no hay que esperarla como algo seguro ni menos exigirla.

Lo importante es que el testimonio no sea rechazado, y si lo fuera, sería vital conocer las razones por las cuales sufrió ese destino.

¿Puede la Iglesia no contestar nunca? Es muy difícil. Habría que otorgar el beneficio de la duda, sobre todo si se diera el caso de que la respuesta se hubiera extraviado en el camino de vuelta (lo cual puede suceder). Si no se recibiera nunca una respuesta, habría que revisar si hubo algún elemento ofensivo en el testimonio que se envió. Si a pesar de haber hecho bien las cosas, no hubiera respuesta, tal vez habría que mandar una última carta lamentando el hecho.

Motivaciones

Tanto las respuestas como los escenarios posibles responden a la pregunta que da pie a todo el proceso: ¿para qué quiero presentar mi testimonio? La motivación es fundamental, porque explica muchas de las cosas que vendrán o que no vendrán luego.

Creo que entre las mejores motivaciones debe estar el contribuir al funcionamiento de las instituciones, en este caso, al funcionamiento de las propias instituciones que hacen al gobierno de la Iglesia. Cada uno como fiel de la Iglesia forma parte de su sistema y puede con todo derecho asistir a quienes gobiernan.

En este caso, la función de ayudar con el propio testimonio acerca del malfuncionamiento de una prelatura que depende directamente de la Santa Sede, es una tarea irremplazable y de mucha ayuda para quienes tienen la obligación de custodiar tanto la doctrina como la salud espiritual de las personas encomendadas.

Finalmente, se puede acudir herido a dar testimonio, pero no se debe actuar motivado por la herida. Los problemas personales necesitan ser atendidos de una forma muy distinta a los problemas institucionales. Y la solución de uno no coincide con la del otro, ni en lugar ni en tiempo. Curación y justicia son dos cosas distintas, aunque en muchos puntos puedan coincidir. La curación tiene que ver con lo más personal mientras que la justicia tiene que ver con el funcionamiento de las instituciones.

Por eso el dar testimonio como una forma de contribuir con la Iglesia es un signo de recuperación personal muy importante.

Prudencia o reserva

La Iglesia de suyo es reservada con todos los temas que pueden producir escándalo o un cierto sensacionalismo en la opinión pública. El tema de la Obra –por la naturaleza peculiar de esta prelatura- despierta curiosidad, cuando no polémica.

Por eso, al menos mientras se lleve a cabo el recurso a la Santa Sede, es muy importante no hacer publicidad del procedimiento que se está desarrollando. De lo contrario, la falta de reserva o prudencia puede ser motivo para desestimar el testimonio presentado. De lo que se trata es de evitar escándalos prematuros o presiones de la opinión pública sobre el juicio de la Iglesia.

Creo que no hay ningún problema en admitir públicamente que se ha presentado un testimonio crítico, o en señalar elementos que son de dominio público y que pueden ser consultados por cualquiera en sitios de Internet como Opuslibros.

El asunto es no dar detalles de lo que uno mismo escribió, para evitar que el juicio público se anticipe al de la Iglesia. Es un reconocimiento público de respeto y lealtad por el juicio de la Iglesia y esto la Iglesia lo tiene en cuenta a la hora de considerar el valor de un testimonio.

Por lo tanto, el anonimato se justifica no sólo por posibles represalias de parte de la Obra o sus círculos cercanos, sino también para preservar la validez del testimonio presentado.




¿Hasta cuándo mantener esta reserva? Difícil contestar. Lo cierto es que no se puede esperar indefinidamente, pues aunque los tiempos de la Iglesia se midan en siglos, los tiempos de las personas no. Será la prudencia de cada uno la que juzgará. Pues como tampoco se tiene conocimiento cierto de los procedimientos que la Iglesia pueda o no llevar a cabo internamente, tampoco se tiene una medida precisa de los tiempos. Lo deseable sería que la Iglesia misma diera a conocer algún tipo de criterio o directiva para saber uno mismo a qué atenerse. Una cosa es que un proceso lleve cinco años y esté en marcha y otra muy distinta es que se trate de cincuenta años con ritmos variables.

La gran desventaja es que no se conocen los tiempos y ni los procedimientos, por lo cual uno está en manos de la espera, que puede ser concreta o indeterminada (lo cual desalienta mucho). La Iglesia es soberana y no puede ser presionada. Salvo de manera indirecta, es decir, conociendo sus procedimientos internos y usándolos a favor propio.

En este sentido, la Obra fue muy pragmática en el proceso de beatificación de su fundador, empujando los tiempos más que acelerándolos, por la presentación de todos los papeles y requisitos necesarios en tiempo y forma. La burocracia tiene una inercia enorme y la Obra se esforzó en vencer esa fuerza por medio de una apabullante eficacia de los procesos burocráticos. Quien no conoce los procedimientos, espera a saber cuál es el próximo paso y por lo tanto está en manos del burócrata. En cambio, quien los conoce, se adelanta y aturde con la eficacia al burócrata a quien pone a trabajar como si fuera su propio empleado. La diferencia es abismal. La Obra así lo hizo y consiguió su objetivo.

Probabilidades

Más allá de lo que uno pueda hacer, existe la posibilidad de que lo hecho no sirva de mucho. Por eso es importante que la motivación principal no sea tanto lo que se logre (como consecuencia) con el testimonio sino que el testimonio mismo sea visto como parte del funcionamiento de las instituciones.

Es decir, dar testimonio forma parte del “circuito institucional”. Dar testimonio (de lo que no funciona) es algo que la institución espera (más allá de quienes gobiernen), porque forma parte del “sistema de salud”. Por eso la mejor manera de contribuir al funcionamiento de la Iglesia es dando testimonio de lo que funciona mal dentro de la Prelatura Opus Dei.

¿No es un tanto ingenua esta visión? ¿No es acaso conveniente para las instituciones ocultar sus propias miserias? Seguramente si lo que se denuncia toca de cerca al corazón institucional, es probable que se encuentren serios obstáculos.

En el ámbito de las instituciones en general, la estabilidad del sistema siempre está por encima de la verdad como valor (aunque esto pueda consternar). Es una cuestión biológica, no moral. Entre la verdad y la integridad, el sistema elige la supervivencia. Y la verdad muchas veces lleva al martirio. El sistema no tiene vocación de mártir, su misión es permanecer con vida a toda costa. No tendría por qué haber semejante contradicción, pero cuando así se la percibe, el sistema elige esquivar la verdad.

Sin embargo, de los pocos casos que se conocen que han dado testimonio, es alto el porcentaje de su poca efectividad. Tal vez la causa de este “fracaso” tenga que ver con dos preguntas: 1) ¿fueron presentados correctamente? (calidad) y 2) ¿fueron muchos los presentados? (cantidad). El mejoramiento de estos dos elementos seguramente influirá en las probabilidades de efectividad.

Un tercer elemento a tener en cuenta es que los tiempos de la Iglesia son desconocidos, más bien tendiendo a lentos. Por lo cual puede suceder que lo que uno considere un fracaso, sea en realidad un problema de lentitud.

Obstáculos

Siempre es posible pensar que la única causa real por la cual los testimonios resultan inútiles es el mismo desinterés de la Iglesia o un interés especial en no prestar interés. ¿Qué pasaría si se diera esta situación? No es una pregunta disparatada, porque la esencia del testimonio (que se quiere dar) es sobre una institución que ha engañado y mentido usando el nombre de Dios, institución que fue aprobada y alentada por las autoridades de la Iglesia.

Este es un punto muy delicado y que no se puede evitar, porque el vínculo entre la Obra y la Iglesia es ineludible. Cabe excusar a la Iglesia de mil formas, pero el vínculo con la Obra no deja, aún así, de ser problemático en extremo.

Esta inquietud se puede intensificar si se tiene en cuenta un mal antecedente muy reciente, y es el modo en que los abusos sexuales cometidos por sacerdotes fueron encubiertos por altos sectores de la jerarquía de la Iglesia. Esto ha sido patente en muchos lugares de Estados Unidos (Boston, Chicago) y en otros países.

Considerando que se trataba de una persecución a la Iglesia, quise interiorizarme en el tema y tuve la oportunidad de conversar con una persona que trabajaba en la recuperación de sacerdotes abusadores. Me confirmó –contra lo que imaginaba- que normalmente las denuncias son reales y no inventos ni falsedades debidas a algún tipo de venganza.

Este dato estadístico cambia dramáticamente los términos del asunto: ya no se puede hablar de persecución sino de encubrimiento (el mismo criterio se puede aplicar para la Obra y sus numerosas denuncias en contra).

En muchos casos las victimas reportaron el hecho a las autoridades de la Iglesia, quienes oyeron pero no tomaron medidas efectivas (salvo el traslado del abusador, de una parroquia a otra). En algunos casos la Iglesia estableció acuerdos con las víctimas con la condición de que firmaran unas clausulas de confidencialidad para que no hablaran de lo sufrido con nadie más.

Este encubrimiento llevado a cabo por sectores jerárquicos de la Iglesia fue profundamente desmoralizante, no sólo por los traslados sino también, en algunos casos, por el silenciamiento que buscaron a través de abogados (contratados por la jerarquía) que comenzaron a intimidar a las víctimas para que no hablaran, según testificaron ellas mismas (tengo entendido que esto ocurría al margen de la cláusula de confidencialidad).

Pero quedarse con ese solo dato sería una derrota. Para revertir este tipo de conductas hay que hacer uso de los recursos institucionales, presentando los testimonios a la Iglesia y esperando la respuesta. Si bien el encubrimiento de los casos de abuso sexual es un triste antecedente, también es una bochornosa experiencia que difícilmente la Iglesia querrá que se repita.

Dar testimonio es posiblemente lo único que uno puede hacer dentro de la Iglesia, pero no es poco. Y luego fuera del ámbito oficial de la Iglesia se pueden hacer muchas cosas, especialmente ayudar a las víctimas.




El sistema de la Iglesia mostró ser vulnerable. La Obra se hizo pasar por una institución altamente confiable, doctrinal y moralmente, cuando en verdad resultó que muchas de sus realidades las emulaba. Así engañó a muchos.

La Iglesia no va a explicar cómo sucedió eso, ni tampoco hay manera de obligarla a ello. Serán los historiadores quienes, tal vez en algún momento, puedan llegar a dar razones históricas de lo sucedido.

En este sentido, las soluciones se han de buscar hacia delante, lo que implica una suerte de “hacer la vista gorda” con una mezcla de “olvidar y perdonar”. Sencillamente porque un enfrentamiento con la jerarquía de la Iglesia no llevaría a nada y por otro lado la única forma de frenar la mala praxis de la Obra, es con la cooperación de la Iglesia. Esto dicho en términos puramente pragmáticos y políticos, para nada moralmente ideales.

Suponiendo un escenario de corrupción generalizada, lo mejor que se puede hacer más que nunca es contribuir al funcionamiento de las instituciones, a mantenerlas con vida, porque la corrupción sobrevive a la sombra del mal funcionamiento de aquellas.

Riesgos para la Fe

Es una dura tarea la que se presenta por delante. Dar testimonio no es algo divertido. Puede ser profundamente decepcionante.

Presentarse a declarar frente a la Iglesia puede significar un riesgo para la propia fe. No digo la fe dogmática (en la Trinidad, por ejemplo) sino la fe en un sentido más amplio. El resultado puede ser desesperanzador por lo cual hay que estar preparado. O de lo contrario, tal vez convenga no presentar nada. Es muy duro comprobar –si así sucediera, lo que es una posibilidad- el desinterés o la hostilidad por parte de las autoridades de la Iglesia.

No es algo agradable lo que van a oír o leer, pues ellos mismos están de alguna manera involucrados. La supervisión del funcionamiento de la Opus Dei es responsabilidad de las mismas autoridades a las cuales uno se va a dirigir.

Antes de hacer nada, hay que plantearse seriamente la posibilidad de chocarse con algo peor de lo que se quería denunciar. Si uno está dispuesto a pasar por ello, de suceder, el golpe no será tan fuerte.

El otro tema es cuánto interés o desinterés pueden despertar tales testimonios en el resto de la Iglesia. Aunque pueda parecer incomprensible, es muy probable que al resto de los fieles de la Iglesia no le interese para nada el tema Opus Dei (sobre todo si afecta a la jerarquía de la Iglesia), pues lo que desean es que su Iglesia funcione armoniosamente. Este egoísmo colectivo es una reacción instintiva. Ojos que no ven, corazón que no siente: prefieren no ver para no sentir y si alguien les ayuda a ver, le echarán la culpa a esos ojos por el dolor que siente el corazón.

Mientras lo que uno puede desear es el esclarecimiento de la verdad, gran parte del resto de la Iglesia probablemente desee que todo el tema conflictivo pase rápidamente al olvido y desaparezca de la memoria.

En este sentido, la Jerarquía no está tan equivocada políticamente cuando detecta la conveniencia de evitar que el fuego se encienda o se expanda, pues es lo que la masa de los fieles desea en lo más íntimo (pienso que esta es la justificación política –la Razón de Estado- para los encubrimientos). Es decir, más allá de los escándalos que puedan despertar (en la opinión pública), las medidas tomadas por la Iglesia están tácitamente respaldadas por una gran parte de su pueblo.

De todas formas, cuando fallan, estos métodos provocan más fuego del que se pretendía apagar.

Los resultados

¿Pero acaso no es cierto que muchos han ido por la vía reglamentaria y han fracasado, cuando no comprobado que existía una cierta connivencia?

No hay que esperar respuestas concretas o resultados inmediatos. Es un proceso largo la recolección y análisis de testimonios, que lleva tiempo. Lo único importante es que el testimonio sea recibido. Por eso, si de alguna manera es rebotado (hay muchas formas de dar a entender esto) o directamente no tiene respuesta alguna, será necesario insistir paciente y respetuosamente hasta recibir la respuesta mínimamente adecuada, es decir, un llano acuse de recibo. Pues el primer paso de todos es que la Iglesia reciba el testimonio.

Recibir un testimonio supone un compromiso, por eso la Iglesia se cuida muy bien de qué recibe y qué rechaza.

Tampoco hay que esperar resultados espectaculares. No los va a haber, menos en un ámbito como el de la Iglesia.

Lo que haga luego la Iglesia, está fuera de alcance. De parte de uno, lo máximo que puede ser hecho es dar testimonio y a lo sumo allí termina todo la contribución que se puede dar. No es poca, pero es limitada.

Si lo que se busca es denunciar a la Obra en la sociedad, ahí no es necesaria ni siquiera la fe. Pero pienso que mucho más importante que denunciar a la Obra frente a la sociedad, es hacerlo dentro de la Iglesia en primer lugar. Entre otras cosas, porque el prestigio que tiene le ha sido concedido por la misma Iglesia y no por una instancia secular.

De cuestionamientos externos, la Obra podría resistir durante largo tiempo, pues se escudaría en la Iglesia y la Iglesia como tal la protegería. Pero de cuestionamientos internos graves, la Obra no es invulnerable, más aún cuando hay miles de testimonios en su contra que se pueden presentar hoy. Ahí sería la misma Iglesia la que se encargaría de sancionar a la Obra y neutralizar su poder destructivo.

Es más, la Obra se escuda en la fe para deslegitimar muchas de las críticas que recibe por fuera del sistema, argumentando que quienes critican a la Obra critican a la Iglesia. Si bien no es muy fuerte el argumento –se lo puede rebatir por la lógica-, resulta eficaz en los hechos, porque pone a las críticas afuera de la Iglesia, y en la medida en que no suben por la vía reglamentaria, las críticas son recibidas como elementos extraños, cuando no hostiles para todo el sistema.




Puede suceder que al final de la jornada uno concluya que todo lo hecho fue en vano, que no obtuvo ningún resultado. Es una de las posibilidades. Pero si se hizo en conciencia, lo más importante ya se logró: dar testimonio.

Lo importante del hecho de dar testimonio no es lo que se consiga, sino lo que uno mismo consigue dentro de sí. Respecto de resultados externos, no creo que se consiga nada a la altura de las propias expectativas.

El dar testimonio es más bien una forma de dar por terminado oficialmente un extenso proceso personal. Por eso, en cierta manera, no hay más resultados que esperar. Es la conclusión de una etapa. Si los pastores de la Iglesia no quieren hacer nada al respecto será, más que nunca, un problema sólo de ellos (respecto a los pastores que se apacientan a sí mismos y se olvidan de sus ovejas, cfr. Ez. 34).

Ningún resultado exterior podrá compensar lo que se ha perdido en la esfera personal. Y por ello mismo, ninguna expectativa podrá ser colmada por proceso alguno que lleve a cabo la Iglesia sobre la Obra.

Anexo: qué esperar

Si hay algo que es improbable que suceda, como consecuencia de los testimonios críticos a la Obra, es un cambio espectacular. Nomás ver lo que aconteció respecto del caso del padre Maciel.

Pienso que dentro de lo razonable, lo factible y lo conveniente, lo que se puede lograr con el tiempo y con mucha paciencia, son al menos cuatro cosas:

  1. una intervención de la institución por parte de la Iglesia: intervención que no sería escandalosa pero que en los hechos implicaría una acción directa por parte de la Santa Sede (pensemos en el caso de la Compañía).
  2. Una declaración de la Iglesia que resuma los puntos censurables más destacados de la praxis institucional de la prelatura. A partir de esos puntos debería realizarse una reforma institucional, pero muy lenta y nada llamativa.
  3. Una declaración de perdón en nombre de la prelatura, posiblemente realizada por la misma autoridad interventora, pero que no pasaría a mayores consecuencias. Podría resultar para muchos algo totalmente teórico y sin valor, como puede ser la reivindicación de Galileo.
  4. Un saneamiento de la institución, para que toda su conducta censurable no vuelva a repetirse.

Entre algunas de las cosas improbables o de las cuales no conviene formarse una esperanza, porque difícilmente sucederán, están:

  1. Obtener, por parte de la Obra, algún tipo de compensación material, salvo que se planteara un juicio en el ámbito civil;
  2. Lograr que la Obra desaparezca como institución de un día para el otro;
  3. Un mea culpa de la misma Iglesia debido a su responsabilidad sobre el control de la Obra;
  4. Un esclarecimiento de la verdad histórica, sobre el rol que tuvo la Iglesia en todo lo que respecta al ascenso y consolidación de la Obra;
  5. La des-canonización de Escrivá;
  6. Una declaración crítica sobre las doctrinas y enseñanzas de Escrivá, pues implicaría una desautorización de la misma canonización;
  7. Una apertura de los archivos secretos de la Obra.



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