De maldiciones y dos cifras sangrantes

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Por Stoner, 17/12/2021


Recientemente se ha publicado Historia del Opus Dei, de José Luis González Gullón y John F. Coverdale (Rialp, 2021). El libro presenta varios datos inéditos.

Me quiero centrar en dos que muestran que la sangría de miembros es algo llamativo y escandaloso. Y para nada reciente.

Si bien el libro no co name="_GoBack"ntiene un análisis detallado de las estadísticas (son unos pocos datos, sueltos y puntuales, nada sistemáticos), hay dos que me llamaron particularmente la atención, referidos a España que es donde las muestras son más representativas. Son, podríamos decir, anecdóticos. Pero no por eso poco informativos o útiles, dado el hermetismo corporativo en este tema espinoso. Refieren a las agregadas y a las numerarias auxiliares.

Agregadas: “entre 1983 y 1985 en España, 385 mujeres pidieron la admisión como agregadas pero un número considerable de ellas —332— no se incorporaron después (...).”

Es la primera vez que leo un dato así, oficial, duro, objetivo, sobre la tasa de perseverancia para un grupo demográfico concreto...

Casi el 90% no perseveraron al poquísimo tiempo (parece que el informe es de 31-XII-1985, por lo que no había casi tiempo material de despitar para las últimas pitadas, por lo que el porcentaje final sería mucho más escandaloso). Y habría que analizar de las 53 que se incorporaron (¿oblación?) cuántas perseveraron al cabo de 10, 20, o 30 años... Aquellas mujeres rondarán hoy los 55 o 60 años de edad. ¿Cuántas quedan? ¿Cuántas fallecerán dentro de la Obra? Porque no es inusual que se produzcan salidas de la Obra después de décadas dentro. Nadie tiene garantizada la perseverancia, dirán unos. Otros dirán que son bichos raros los que pitan, pero bichos todavía mucho más raros los que logran perseverar en el manicomio que es la Obra de Escrivá.

Y de las agregadas que perseveraron, ¿cuántas tuvieron que recurrir a dosis excesiva de pastillas para lograrlo? Es decir, de las 385 que un día, con toda su ilusión y juventud, entregaron su vida en aquella carta, ¿a cuántas de ellas realmente el Opus Dei logró brindarles una vida plena, una vida con sentido, el ciento por uno que habían prometido? Y, por el contrario, para cuántas otras aquel día del pitaje fue el comienzo de… una estafa... Cuán sanas o enteras salieron las que salieron y cuán sanas o enteras permanecen las ¡poquísimas! que continúan dentro.

Como digo, las estadísticas son muy parciales, nada sistemáticas ni completas. De todas formas, creo que es la primera vez que los Prelaticios comienzan a transparentar un poco los datos, que siempre tuvieron muy bien sistematizados y analizados, pero inaccesibles.

En el caso de las auxiliares, brindan el siguiente dato para España en 1978: 129 jóvenes pidieron la admisión como numerarias auxiliares. Pero de ellas, “102 no se incorporaron después al Opus Dei”.

Habría que ver en qué estado salieron esas 102. Y de las 27 restantes, ¿cómo prosiguió su vida luego de la incorporación? ¿Cuántas siguen en el Opus Dei hoy en día? Si fueran 10, que es mucho suponer, la tasa de perseverancia sería del 8%. Pero a lo mejor hoy ya no quedan ni cinco numerarias auxiliares pitadas en España en 1978.

Es muy probable que la mayoría de las 102 auxiliares que se fueron hayan sufrido un proceso traumático. Porque, para una persona de fe, recibir las maldiciones que lanzan los directores y sacerdotes a los que abandonan La Barca son algo que producen pavor. Algunas de estas maldiciones están recogidas en esta página, por ejemplo lo que escribí en Sobre el Proselitismo (2017):

Traté de saltearme lo que seguía, porque conocía el texto, pero no había forma de hacerlo, así que inspiré hondo y continué: si te sales de la barca, caerás entre las olas del mar, irás a la muerte, perecerás anegado en el océano, y dejarás de estar con Cristo, perdiendo esta compañía que voluntariamente aceptaste, cuando El te la ofreció. (…)
Hijo mío, convéncete de ahora y para siempre, convéncete de que salir de la barca es la muerte.

Al igual que había escrito aquella vez, hay otro episodio personal doloroso que todavía me altera. Es el de aquel otro, que jamás debería haber pitado por problemas que hacían que fuera imposible vivir la vocación, pero a quien lo convencieron, y, una vez dentro, le insistieron que la suya era una entrega del todo y para siempre. A los años, llegó a mi despacho, con lágrimas en los ojos, y una publicación interna en la mano. Yo sabía que consideraba marcharse, que dudaba si renovar el 19 de marzo. Pero no se atrevía. A mí no solo me parecía que no debía renovar, sino que nunca deberían haberlo empujado a pitar. Decía que entró, se sentó, y, entre lágrimas, me leía:

Si alguno de mis hijos se abandona y deja de guerrear, o vuelve la espalda, que sepa que nos hace traición a todos: a Jesucristo, a la Iglesia, a sus hermanos en la Obra, a todas las almas [Escrivá, Tiempo de reparar].

Él no quería ser traidor. Pero las palabras del Fundador no dejaban espacio. Me confesaba que hacía unos años había hecho una promesa a Dios. La petición desde el fondo del alma, frente al Sagrario, de que si no iba a ser fiel en el Opus Dei, que Dios lo matara, que se lo llevara ya consigo. Yo también en algún momento había hecho ese ruego, esa oración, ese pedido, para mí mismo: O perseverar o morir. ¡Ya mismo, Señor, si no voy a ser fiel! ¡Estoy dispuesto a que me lleves ahora mismo a Tu Presencia! ¡No quiero salir de la Barca! ¡No quiero alejarme de Ti! ¡No quiero la infelicidad, el rejalgar, la amargura y desgracia en esta vida para después caer al fuego eterno merecido! Lo mismo él que yo antes. Y tantos otros antes que nosotros. La historia se repite, la rueda sigue girando. La maldición del santo perdura. Sigue cumpliendo su función. Impunemente, sigue causando daño irreparable.

De esas amenazas y maldiciones las hay y muchas. Añado una más, por si alguno no la había oído y estaba pensando en abandonarnos: Tú, mi hijo, no tienes derecho a volver la cara atrás, a condenar tu alma o, al menos, a ponerte en grave e inminente peligro de perderla. [De nuestro Padre, Meditación Señal de vida interior, 10-II-1963, a veces fechada 3-III-1963]. Esa meditación fue ampliamente difundida a través de: (1) la revista Crónica 1974, pp. 1015-1020, en la que aparece en un lugar preeminente en la edición de octubre, como editorial en páginas 5 y ss, firmado por Mariano; (2) el libro En Diálogo con el Señor, (Roma, 1995), en pp. 63-68; y (3) en el libro Meditaciones, Tomo II, p. 179, que se lee anualmente en todos los Centros en el viernes de la tercera semana del tiempo de cuaresma.

El año pasado, Hondo brindó su testimonio: Una canción marinera. Siendo todavía adolescente, y queriendo ya entonces salir de la Obra en la que había “ingresado” con 14 años y medio, el director lo mandó al oratorio con un ejemplar de Crónica bajo el brazo, para que lo meditase detenidamente: “Era uno de esos artículos que recogían la predicación del Fundador sobre lo que les esperaba a quienes abandonaban “la barca”. Yo era demasiado joven y demasiado ingenuo. ¿Qué podría argumentar contra esas frases proféticas, apabullantes, avasalladoras? Lloré en el oratorio solitario (había escrito la carta a las 14 y medio, y esto pasó antes de hacer la admisión).” Después de eso, permaneció décadas dentro en la barca.

Como él, tantos. ¡Y cada testimonio individual se agradece, se valora, es necesario!

Me parece de una ruindad, de una maldad, (no encuentro las palabras dado mi enfado) que los que conocían estas estadísticas no hayan hecho nada para mejorar la situación, para hacer más amable la salida, para reconocer parte de la culpa institucional en estas vocaciones fallidas, algunas que objetivamente no deberían haber pitado, pero fueron presionados para cumplir las metas impuestas por la Dirección de esta multinacional del espíritu.

¡Todavía en 2021 se siguen manteniendo esas maldiciones en los guiones de formación interna, en los libros de Meditaciones, en los Cuadernos!

Mientras escribía estas líneas, leí los testimonios que Agustina había compartido el 1 de diciembre.

Cuando Agustina decidió dejar el Opus Dei, cansada de tantas mentiras, manipulaciones, y sorpresas, las numerarias de su centro le decían las siguientes frases, para que no se marchara: "el que se va de la Obra es como otro Judas, que traiciona y vende a Jesús"; "nadie que se ha ido de la Obra ha sido feliz", "te espera el infierno..." (La historia amarga de una numeraria del Opus Dei, 1988). Probablemente, muchas de aquellas numerarias también hayan terminado marchándose. ¿Quiénes son los responsables de haber lanzado esas maldiciones? Evidentemente, y en primer lugar, las personas individuales. Pero, sobre todo, los que diseñaron el sistema. Porque las numerarias aquellas no hacían más que aplicar el manual, la praxis, bajo pena de caer ellas también en la maldición del mal espíritu. Los responsables finales de lanzar miles y miles de maldiciones, de cargar las conciencias, de procurar el rejalgar para los malvados “Judas”, que no eran más que jóvenes que habían sido engañados y muchos se marchaban muy heridos y sin nada, los responsables de esas actitudes tan ruines, no son otros que el santo, el beato y el futuro siervo de Dios. Ellos conocían la realidad de la sangría constante de miembros, de los porcentajes bajísimo de perseverancia en la institución que habían inventado y que tantas fallas tenía. Y, para tratar de limitar ese éxodo de personas, no tuvieron mejor idea que profetizar y conjurar penas del infierno y tristeza en esta vida, para quienes, dándose cuenta del engaño en que habían caído siendo menores de edad, habían decidido buscar el amor de Dios en otros ambientes más oxigenados (o buscar otra cosa que les apeteciera, no lo sé, pero quedaba dicho mejor así ;-)..)

Algunos no tuvieron la fuerza para salir, y se arrojaron por una ventana, o a las vías del tren. O perseverar, o morir.

En la misma actualización del 1 de diciembre, que era un homenaje a los primeros contenidos que se colocaron en opuslibros en 2002, aparece también el testimonio de Sharon Clasen, una ex numeraria norteamericana. Sharon decidió marcharse después de que le pusieran impedimentos en la Obra para poder acompañar a su hermana, ingresada en un hospital después de un desgraciado accidente. Decidió escaparse para ayudar a su familia, y en ese momento supo que nunca regresaría. Las numerarias hicieron lo que tenían que hacer: augurarle el infierno por marcharse de la barca: “Durante los cuatro meses siguiente a mi salida fui hostigada por asociadas del Opus Dei. María incluso fue a mi lugar de trabajo. Cuando le dije que estaba ocupada y que tenía que ir a una reunión de trabajo, me siguió en el metro, mientras me decía que si no regresaba iría al infierno.”

Otro testimonio es el de un ex numerario de Asia. También incluye la misma idea: alejarse del Opus Dei [es] como un viaje al infierno.

El testimonio de Durero (Ni olvido ni perdono, 2003) es sumamente recomendable. No indica expresamente si recibió maldiciones antes de su salida; probablemente sí. Él era supernumerario, y tras dejar a su novia de la que estaba profundísimamente enamorado, pasó a numerario. A los seis años se marchó, pero ya su vida había quedado marcada, imposibilitado de perdonar a los que tanto daño le causaron. Además, afirma que ya ni siquiera pertenecen a la Obra el sacerdote del centro (casado y con dos hijos), ni el director espiritual (quien se escapó con su secretaria), ni su “amigo” que lo trató, ni su novia (que dejó de ser supernumeraria cuando él pasó de supernumerario a numerario). No queda nadie. Y él sigue arrastrando su dolor.

Y en los de Flavia, y Halma que vienen a continuación, también está presente la misma amenaza. No es un error atribuible a los directores concretos que los maltrataron, sino que es una praxis profundamente institucional, corporativa, escrivariana, fundacional. Es (¿era?) de buen espíritu lanzar estas maldiciones.

Flavia, agregada del Opus Dei en Argentina desde 1982 a 1987, expone el mismo concepto: “Salir del Opus Dei, según la doctrina de Escrivá, es elegir el infierno.”

Por último, a Halma también la amenazaron con las peores desgracias. “María desplegó su artillería pesada: Me dijo que "si me iba dejaría de ser hija de Dios", que me convertiría en "hija del demonio" (son palabras textuales) porque "estaba escuchando al mismo demonio", que "me iba a condenar", que iba a ser "una desgraciada por no seguir a Dios", que yo "le daba pena..." (...) Y así siguió y siguió hasta el hartazgo... Recordemos que yo tenía 15 años, casi una niña. En mi caso, apenas se podía ver en mi cuerpo las huellas de una incipiente mujer.”

Dudo que Agustina haya seleccionado los testimonios para apoyar lo que yo estaba escribiendo. Tan coordinados no estamos... Por eso, me sorprendió muchísimo ver en esa muestra de historias de vida, que corresponden a un abanico de países y años, que en todas ellas se repitieran las maldiciones del infierno para los que salían. ¡Y resulta que se iban casi todos los que pitaban! Y aquellos quienes repetían las maldiciones que Escrivá y Portillo habían puesto en sus labios, probablemente también ellos mismos terminarían marchándose a los pocos años. Víctimas y victimarios. Es todo una locura.

¿Cómo es posible todo este sinsentido? Habrá muchas explicaciones. Pero una evidente es que para mantener funcionando un sistema así de siniestro, injusto, dañino, era necesario cortar de raíz la comunicación entre pares. Impedir que los miembros hablaran entre sí, bajo amenaza de pecado grave. Había (¿hay?) una prohibición expresa de hablar estos temas entre los socios, entre los hermanos, entre los miembros de a pie. Y también entre los directores del mismo nivel (directores de centros, p.ej.). Consiguieron impedir toda comunicación horizontal referida a materias relevantes. Esto es asombroso y digno de admiración. Si no fuera algo que produjo tanto mal, es para felicitarlos. Para alguien que nunca perteneció a esta institución (¿secta?), para un observador externo, le puede llamar la atención que algo así sea posible. Hablar con el prójimo, con el hermano, con el vecino, les debe parecer algo natural, sencillo, normal, algo imposible de impedir. Ni en los campos de concentración, ni en el ejército, ni en una corporación, en tantos ambientes no familiares se puede prohibir esa comunicación horizontal. O si se prohíbe en los papeles, ¿cómo se implementa en la realidad? Impedir que se sepa a dónde fue quien hasta ayer dormía en mi misma habitación. Hablar o preguntar sobre los que se iban, sobre los que desaparecían, era un tema tabú. Es sorprendente cómo en el Opus Dei lograron no solo establecer tal prohibición, sino implementarla eficazmente. Probablemente la corrección fraterna, la delación entre hermanos, ayudó a mantener el secretismo, la falta de real comunicación. A ese observador externo le debe parecer imposible que no se supiera que, de 330, había 300 que se marcharon en menos de dos años. No es algo que se pueda ocultar, y sin embargo los prelaticios lo lograron. Un milagro del santo fundador.

Que estos números no fueran más conocidos por todos, que la sangría constante y casi total de cohortes enteras pasara casi desapercibida para el resto (tanto de los que se marchaban como de los que se quedaban), que la sensación de traición y salir por la puerta trasera, como un ladrón con la maleta a cuestas, que es una sensación mil veces repetida, eso sólo se puede explicar por el enorme control que ejercían los Directores sobre la información. Síntoma evidente de un poder sorprendente, que les permitía transmitir una imagen alejadísima de la realidad, que no se apoyaba para nada en los verdaderos datos. Algunos dirán que es una muestra del lavado de cerebro. No se veía lo evidente. Y se generaba un sufrimiento en tantos jóvenes que es inadmisible. Llama la atención que hayan podido mantener el montaje tanto tiempo. Creo que para alguna de las más de 300 agregadas que dejaron la Obra en el ejemplo del que tenemos datos, o de las más de 100 auxiliares (de nuevo ¡cada número es una vida, una historia única, irrepetible!) para ellas hubiera sido todo muy diferente de saber que no estaban solas. Que no eran las únicas.

A Dios gracias, Internet cambió todo. Probablemente uno de los beneficios impagables que está produciendo OpusLibros en particular (y las redes sociales como Facebook o Instagram donde se puede ver cómo se marchan los otros y cómo al tiempo aparecen con novia o novio o esposa), es saber que no estamos solos. Que son, literalmente, miles y miles los que han pasado por la misma situación. El secretismo, el impedir la comunicación entre los miembros de a pie, daba un enorme poder a los directores centrales, que les permitió perpetrar todo tipo de abuso a la conciencia y a la buena voluntad de las personas. Criminales. Si no en juicios de esta vida, a lo mejor en el más allá. Alguien tiene que ser responsable de tanto sufrimiento.



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