Cuadernos 11: Familia y milicia/Día de guardia

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DÍA DE GUARDIA


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Nuestro paso por la tierra, que ha de ser un paso a lo divino (...), se convierte en tiempo de lucha sin tregua, en tiempo de pelea santa, corredentora, encomendada al linaje de Dios, a las hijas y a los hijos de Santa María 1. Y nosotros —son también palabras de don Álvaro— por vocación divina, estamos seriamente comprometidos en esta hermosísima guerra de amor y de paz; y por eso la Obra es milicia, que nos prepara para caminar fuertes y eficaces en el servicio de Dios —como decía nuestro Padre— ut castrorum acies ordinata, como un ejército en orden de batalla 2.

Este sentido constante de milicia, de estar alerta, tan propio del Opus Dei, se plasma en una de las Costumbres de nuestro plan de vida: el día de guardia, ese día en que estamos particularmente vigilantes y pendientes de la santidad de los demás 3.


En un puesto avanzado

Nació esta Costumbre, como todas, de la vida de nuestro Fundador, siempre atento incluso de las más pequeñas necesi-

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dades espirituales o materiales de sus hijos. ¿Quién desfallece sin que yo desfallezca? ¿Quién tiene un tropiezo sin que yo me abrase de dolor? 4. Luego, se determinó su figura precisa en la mente y en el corazón de nuestro Padre, por querer de Dios, para estimular en nuestras almas el sentido de responsabilidad por la santidad de los demás de Casa.

En esta guerra de amor y de paz, que es la vida nuestra, el día de guardia contribuye a que cada uno mantenga viva la conciencia de estar en un puesto avanzado, de centinela 5, y le ayuda a permanecer en vigilia de amor, tenso, sin dormir, trabajando con empeño en la consecratio mundi, respondiendo a la voz divina que le llama: ¡alerta!, custos, quid de nocte? (Isai. XXI, 11), centinela, ¡alerta!: sabiendo a sus compañeros lealmente entregados a su misión con la misma responsabilidad personal, cada uno en su sitio 6.

Sólo el propio Director local conoce qué jornada de la semana dedicamos a esta vigilia de cariño fraterno, que comenzamos a vivir desde el primer momento de nuestra vocación. Es un acicate más que espolea nuestro sentido de responsabilidad, pues todos somos conscientes de que cada uno tiene necesidad del apoyo de sus hermanos. A mí —comentaba nuestro Padre—, esta consideración me sirve para comenzar y recomenzar continuamente 7, porque el primer proselitismo, en la Obra, consiste en no dejar que se pierda ninguna vocación; no permitir que los demás se vuelvan tibios, comodones, aburguesados. Hemos de ayudarnos, con la oración, con la mortificación, con el trabajo, con la corrección fraterna, con el cariño de hermanos 8. Y a esto se encamina específicamente la Costumbre del día de guardia.

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Vigilar es luchar

Cada semana tenemos un día de guardia, una jornada en la que de modo especial procuramos cuidar de los demás, como centinelas que vigilan incansablemente. Practicándolo como nuestro Padre nos indicó, se cumplen una vez más las palabras de Isaías: ven, pon uno en atalaya que comunique lo que vea. Si ve un tropel de caballos, de dos en dos, un tropel de asnos, un tropel de camellos, que mire atentamente, muy atentamente, y que grite: ya los veo. Así estoy yo, Señor, en atalaya, sin cesar todo el día, y me quedo en mi puesto toda la noche 9.

El primer pensamiento del día, que siempre es para Dios, se tiñe esa mañana de un matiz especial: y al pronunciar el serviam! que inaugura nuestras jornadas, el que está de guardia ese día, renueva el deseo de servir más y mejor, de poner su corazón en el suelo como una alfombra, para que sus hermanos pisen blando 10, y de procurar cumplir con la mayor delicadeza y amor posibles las Normas y Costumbres del plan de vida. Porque —como escribió nuestro Fundador— vigilar, hijos, es luchar, para ser buenos cristianos 11.

Nos lanzamos, pues, con alegría a la pelea cotidiana, que en el día de guardia tiene un atractivo particular: vivir plenamente para nuestros hermanos. Y como tenemos experiencia de que si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan sus centinelas 12, sentimos la necesidad urgente de apoyar esta vigilancia en una oración más intensa, en una mortificación más generosa, que refuerce aún más esa particular Comunión de los Santos 13 de que hablaba nuestro Padre; para que

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cada uno sienta, a la hora de la lucha interior, lo mismo que a la hora del trabajo profesional, la alegría y la fuerza de no estar solo 14.

La sal que se consume

Cuidaremos especialmente la oración mental, alargando quizá su tiempo unos minutos, porque es allí donde se obtienen las energías que darán la victoria a nuestros hermanos, como hizo Moisés en la batalla contra el pueblo de Amalee: mientras Moisés tenía alzadas las manos, llevaba Israel la ventaja; y cuando las bajaba, prevalecía Amalee. Moisés estaba cansado y sus manos le pesaban; tomando, pues, una piedra, la pusieron debajo de él para que se sentara, y al mismo tiempo Arón y Jur sostenían sus manos, uno de un lado y otro del otro, y así no se le cansaron las manos hasta la puesta del sol, y Josué derrotó a Amalee al filo de la espada 15. También serán más numerosas las oraciones saxum pidiendo por quien más lo necesite, por los demás del Centro, por todos en la Obra.

Quiso nuestro Padre que hubiera también en este día el ofrecimiento al Señor de una mortificación extraordinaria 16, la que cada uno prefiera, pero encaminada a darse generosamente en el de servicio de nuestros hermanos. Siempre, a pesar de nuestras miserias y equivocaciones personales, hemos de ser luz, hemos de ser sal, hemos de ser salud espiritual, hemos de ser apostolado constante, hemos de ser vibración y servicio a Dios y a los hombres 17. Pero en el día de guardia hemos de ser, muy especialmente, la luz que se gasta alumbrando to-

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dos los rincones del hogar, la sal que se consume desapareciendo para hacer sabrosa la vida de familia.

Para hacer amable el camino

La convivencia con las personas que nos rodean, y especialmente con nuestros hermanos, ha de estar llena de constantes detalles de servicio, sabiéndonos fastidiar alegremente y discretamente para hacer agradable la vida a los demás, para hacer amable el camino de Dios en la tierra 18. Como decía nuestro Padre, comentando las enseñanzas del Apóstol, alter alterius onera portate, et sic adimplebitis legem Christi (Galat. VI, 2). Llevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo. Pero llevadlas con gusto. Daos, con amor a Dios y con amor a vuestros hermanos, en un servicio qué pase inadvertido. Y veréis cómo, si vivís así, comenzarán a vivir otros lo mismo, y seréis como una gran hoguera que enciende todo 19.

Nunca debe faltar la preocupación por cuidar mejor los detalles materiales en el servicio a nuestros hermanos. Pero más importante y necesario es el desvelo por su salud espiritual, por su felicidad temporal y eterna. Por eso nos exhortaba don Álvaro a sostenernos mutuamente para estar vibrantes, porque el diablo se sirve de muy variadas mañas para solicitar la comodidad, la falta de sobriedad, la vanidad o la sensualidad 20. El sentido de responsabilidad ha de llevarnos a no tolerar que nadie, a nuestro lado, se deje engañar por las argucias del enemigo de las almas. Velad, con cariño, unos por otros —advertía nuestro Padre a sus hijos mayores, y a todos—; que en la madurez, el dia-

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blo insiste con asaltos más sutiles y pertinaces (...). Apoyaos, quereos, fortaleceos unos a otros; sentid la responsabilidad de la vocación de todos 21.

El día de guardia es también el momento de demostrar una sensibilidad especial en la práctica de la corrección fraterna; de afinar la caridad para obrar —si es necesario— como nos enseñó nuestro Fundador. Si os dais cuenta de que le cuesta rezar el Rosario, ¿por qué no invitarle a rezar con vosotros? Si se le hace más difícil la puntualidad: oye, que faltan cinco minutos para la oración o para la tertulia (...) 22.

Día de guardia. Una jornada para vivir con ánimo más vibrante y esforzado los deberes de fraternidad, colaborando activamente para que los demás lleguen hasta el final del camino. Animadles con el ejemplo —insistía nuestro Fundador—, con la caridad, con la docilidad, con la corrección fraterna, con la sinceridad, porque así seremos más fieles al Señor23.

Para vivirlo como Dios quiere, acudiremos a los Santos Ángeles Custodios y nos pondremos muy cerca de la Santísima Virgen, que incansablemente vela por cada uno de sus hijos. Que la Madre de Dios sea para nosotros Turris Civitatis, la torre que vigila la ciudad: la ciudad que es cada uno, con tantas cosas que van y vienen dentro de nosotros, con tanto movimiento y a la vez con tanta quietud; con tanto desorden y con tanto orden; con tanto ruido y con tanto silencio; con tanta guerra y con tanta paz 24.

1. Don Alvaro, Cartas de familia (2), n. 249.
2. Ibid.
3. De nuestro Padre, Meditación, 13-IV-1954.
4. II Cor. XI, 29.
5. De nuestro Padre, Carta 31-V-1954, n. 16.
6. Ibid.
7. De nuestro Padre, Tertulia, 30-IV-1972.
8. De nuestro Padre, Carta 28-III-1973, n. 15.
9. Isai. XXI, 6-8.
10. De nuestro Padre, Carta 8-VIII-1956, n. 7.
11. De nuestro Padre, Carta 28-III-1973, n. 9.
12. Ps. CXXVI, 1.
13. Camino, n. 545.
14. Ibid.
15. Exod. XVII, 11-13.
16. De nuestro Padre, Meditación, 13-IV-1954.
17. De nuestro Padre, Crónica, 1970, p. 341.
18. De nuestro Padre, Meditación, 13-IV-1954.
19. De nuestro Padre, Meditación, 29-III-1956.
20. Don Álvaro, Cartas de familia (2), n. 277.
21. De nuestro Padre, Carta 28-III-1973, n. 15.
22. De nuestro Padre, Meditación Tiempo de reparar, febrero de 1972; En diálogo con el Señor, p. 155.
23. De nuestro Padre, Crónica, 1973, p. 1098.
24. De nuestro Padre, Meditación Consumados en la unidad, 27-III-1975; En diálogo con el Señor, p. 231.