Crecer para adentro/Cierta e incierta es la muerte

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CIERTA E INCIERTA ES LA MUERTE (28-VI-1937)

J. M. Escrivá, fundador del Opus Dei


1) Cierta e incierta es la muerte. Cierto es que hemos de pasar por ese trance; incierto el momento en que nos arrebatará de este mundo. También sabemos que la muerte nos ha de llegar semel (133), una sola vez. Nuestra composición de lugar en esta meditación será vernos a nosotros mismos difuntos; la petición, el conocimiento de la fugacidad e insignificancia de las cosas de este mundo, y el deseo exclusivo de las cosas eternas.

Sí, es cierto que hemos de morir y que la muerte ocurrirá sólo una vez, no conocemos cuándo. ¿Dentro de unos años, de unos días? Es lo mismo: llegará un momento en el que nos convirtamos en un montón de carroña, que todos desearán alejar de su vista, aun los que más nos amaban en la tierra. ¿De qué nos servirán entonces los honores y los placeres que hayamos gozado en el mundo? Luego si todo debe acabar ahí, el pensamiento de la muerte ha de matar en mí las tres concupiscencias: la del dinero, la de la carne, la de la ambición (134).

El dinero: ¿de qué me servirá, cuando muera, haber sido dueño de todo el oro de los bancos, de las joyas más preciosas, de los palacios más espléndidos? ¿De qué me valdrá eso en aquel trance? Para que me compren, a lo sumo, cuatro tablas en que enterrarme. ¿Qué ha de parecerme la sensualidad, considerada a la luz de la muerte? Nada: miseria, podredumbre. ¿Y el amor de las criaturas? Allí se acabará también; sentirán en el primer momento nuestra muerte los que nos aman; luego se olvidarán, se consolarán, acabarán por encontrar oportuno nuestro fin. ¿La familia? Nos recordará los primeros días, en el primer aniversario con menos intensidad, y después... nada. No somos nada; para nada, para nadie somos necesarios. ¿Y nuestras ambiciones? Por mucho que hayamos soñado y por mucho que en la realidad hayamos logrado, tendrán que terminar detrás de una lápida. Y allí, las letras rituales: RIP. Que descanse en paz, si es que ganó el descanso. Todo ha de terminar así.


2) Al pensar de este modo, nos viene quizá un sentimiento de desconsuelo. ¿Estamos solos entonces? ¿Pasamos por la tierra sin dejar huella? La respuesta es: no, no estás solo. Tienes tus obras que te siguen como cola de manto de corte, si fueron buenas; como cola de inmundo reptil, si fueron malas. Si fuiste apóstol, tú no estás solo; tus obras santas irán dando testimonio de ti. Además te acompañarán las oraciones de tus hermanos en la Obra, facilitando tu entrada en la mansión eterna y alcanzándote más gloria en el Cielo. Sabéis que nosotros hemos cultivado siempre una especial veneración por el dogma de la Comunión de los Santos. Nunca, ¡nunca!, nuestros hermanos vivos o muertos han de sentirse aislados. Por su mejoramiento, por su salvación, hemos de acudir a la oración y al sacrificio. Ayudémosles, desde lejos, a sobrellevar los peligros, las tentaciones de esta vida que, con ser tan corta, es tan engañosa y tan dura. Pero sírvanos esto de consuelo: la muerte, nuestra amiga la muerte, está cerca para facilitamos el camino.

Sí, la vida es irremediablemente corta; apenas un sueño del que uno se despierta para gloria eterna o para pena eterna. Los poetas sintieron fuertemente esta brevedad de nuestro caminar, y comparaban su duración a la de un relámpago. Pues si éste es el lugar de nuestro destierro, si aquí hemos de ser acrisolados, corta es nuestra prueba. Miserablemente pasajeros serán los goces que aquí queramos granjear. Cuando no hayamos aún empezado a saborearlos, se nos habrá acabado el tiempo, como se va de las manos el agua que recogimos de un regato. No pongamos nuestra esperanza en los consuelos de aquí abajo; se los llevará con nuestra existencia la muerte, como se lleva el viento a la nube que por un momento permanece en el cielo. Apenas habrá sido nuestro deleite como un rayo de sol que se esfuma cuando casi no ha brillado. Todo se dirige inevitablemente hacia ese océano sin fondo de la muerte. Nuestras vidas son los ríos / -decía el poeta- que van a dar a la mar, que es el morir (135). Todo pasa y todo se acaba. ¿Nos asiremos a lo que no perdura, creeremos en lo que no es sino un pobre sueño? ¿Miraremos todavía a la tierra, cuando todo aquí abajo es ilusión caduca antes de nacer?


3) Aún queremos insistir en el pensamiento de la muerte, para matar más y más nuestra soberbia. Sí, tú pasarás; pronto nadie se acordará de ti. Porque tú, ¿qué eres? Pregúntate: ¿para qué eres necesario? ¿Qué significas en el mundo, en Europa, en Madrid, aquí, en esta casa? ¿Qué rueda se parará cuando tú mueras? Otros ocuparán tu lugar; tú no eras imprescindible. Desengáñate, si pensabas que eres necesario para algo. Nada, no eres nada. Pero con tu insignificancia ocupas un lugar en el Corazón de Dios. Volvámonos, pues, a Él como el hijo pródigo a su Padre (136). Nuestro sitio seguro está allí. En la tierra pasaremos como sombras, en medio de miserias y trabajos, y las gentes nos olvidarán. Pero será para gozar eternamente, en nuestro Padre-Dios, de la gloria a la que su piedad nos llama. Y, por la Comunión de los Santos, espero de mi Dios que en la Obra nos recuerden siempre.



(133). Cfr. Hebr 9,27.

(134). Cfr. 1 Jn 2, 16.

(135). Jorge Manrique, Coplas por la muerte de su padre.

(136) Cfr. Lc 15, 17-19