A propósito de enfermos y muertes

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Por U2, 2.10.2006


A propósito del abandono por parte de la Obra a la hora de atender a una supernumeraria, recordé una pequeña anécdota que me sucedió cuando era numeraria.

En aquel momento había muy pocas personas en el centro para atender la labor con gente casada, supernumerarias, cooperadoras, lo que se llama la labor de San Gabriel. La directora estaba seriamente enferma, dos encargadas de grupo estaban con una buena depresión, al igual que la que suscribe, y el resto de los altos mandos andaban despistadas y cargando con bastante trabajo.

En estas estábamos cuando se le agrava un cáncer a una Supernumeraria muy mayor. Hacía poco más de un año que había pitado, tras una vida muy dura y sacrificada y era de esas personas que sabes que son santas sin que te lo digan del Vaticano. Me encargaron de su formación, le di las clases, hablaba conmigo, todo. La conocía bien y nos queríamos un montón. Si ella no podía ir al centro, yo iba a su casa para verla, y siempre tenía para mí unas pastas, chocolate, alguna golosina de esas que no se comen en los centros. Me encantaba; era como ir a la casa de mi abuela... a dar y recibir cariño.

Pues bien, cuando se puso tan enferma y la ingresaron en el hospital, yo fui todas las tardes, después de venir de trabajar de bastante lejos, después de atender no sólo uno sino dos grupos de supernumerarias, y después de correr como una loca para llegar a todo. Por aquellos días andaba exhausta, llegaba a la noche que no me tenía en pie, de hecho, perdí más de trece kilos en tres meses... Estuve a su lado rezándole cuando se murió, y sus manos estaban entre las mías, la besé con todo mi cariño y lloré desconsoladamente cuando dejó esta vida que no la trató precisamente bien. La poca familia que tenía esta señora tenía problemas de todo tipo, los hijos eran varones y yo me preocupé de ella como lo haría una hija.

Hubo otra numeraria -me he enterado de que está a punto de pasar al club de los ex– que en la medida de lo posible la atendió muy bien. El resto, por lo que fuera, pasó del tema. No entro a juzgarlo. Tampoco lo que voy a relatar a continuación. Creo que habla por sí mismo:

Un día estuve casi toda la tarde en el hospital, atendiendo a esta señora. Entre unas cosas y otras, no tuve tiempo de hacer la oración de la tarde y cuando llegué a cenar, le dije a la directora –fue la única vez en mi vida que hice esto- que si podía dispensarme de hacerla, porque estaba cansadísima.

-Parece mentira que no sepas organizarte y pongas antes ir al hospital que cumplir las normas. Vete al oratorio y haz la oración, y si no te da tiempo, la acabas cuando estemos en la tertulia... Andas todo el día corriendo y con.... (nombró a la señora), y creo que no has entendido nada.

Se me cayó el alma a los pies e hice lo que me dijo. Lloré al ver lo que era el amor a los enfermos en la Obra. Tenía ya muy claro que no era “el mejor lugar para vivir y el mejor lugar para morir”. Al menos, no para mí.


Addenda: para no acabar de esta forma, quiero traer aquí una anécdota que me contó la señora de la que hablé. Resulta que un día estaba en una pequeña iglesia a la que solía ir a rezar y vio que una de las que ponía las flores se levantaba la falda y se colocaba bien las ligas para poner bien las medias. Ella le dijo que no le parecía muy bien que hiciese eso en la iglesia aunque no estuviesen más que ellas, a lo que la otra le respondió : !Es que yo tengo tanta confianza con Nuestro Señor!, y ella , muy normal y campechana, le dijo: -¡mirado así, claro!.

Muchas veces me he acordado de esta anécdota -es real y no de libro- y me ha ayudado a ser más natural y normal en el trato con Dios y a no juzgar cosas que me pueden parecer raras y que sólo son confianza con Nuestro Señor



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