Vida y milagros de Monseñor Escrivá de Balaguer/Su tío el canónigo

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SU TÍO EL CANÓNIGO


José María Escrivá debió estar muy poco tiempo en el seminario menor de Logroño. Cuando en noviembre de 1918, el administrador apostólico de Barbastro, a petición del propio Escrivá, transfiere su jurisdicción sobre el joven al obispo de Calahorra, a fin de que éste pueda conferirle órdenes menores y mayores, el futuro fundador está ya pensando en trasladarse a estudiar a Zaragoza. En Logroño, según su compañero de estudios en el seminario menor, don José María Millán, Escrivá simultaneaba su recién iniciada carrera eclesiástica con el bachillerato, que en los últimos años debió cursar por libre en el instituto logroñés. Pero, ¿qué ocurrió en el seminario de Logroño para que apenas obtenido el "Exeat" o transferencia de jurisdicción de Barbastro a Calahorra decidiera trasladarse a Zaragoza? No descartan ciertas informaciones la posibilidad de que José María Escrivá hubiese sido protagonista de algún incidente y hasta hay quien hace la atrevida hipótesis de una expulsión del seminario. El padre Millán explica este nuevo traslado de quien no se resignaba a ser un sencillo "mosén" en su diócesis, diciendo que Escrivá deseaba estudiar derecho, cosa que no era posible en Logroño, y que en Zaragoza existía Universidad Pontificia mientras el seminario de Logroño dependía de Burgos.

La falta de datos hace imposible seguir con exactitud los primeros pasos de la carrera del ambicioso joven. El jefe de la secretaría de información del Opus Dei en Madrid, Javier Ayesta, ya conocido del lector, decía en una entrevista a un diario católico holandés que monseñor estudió la carrera de derecho antes que la eclesiástica, que "se hizo abogado y posteriormente se ordenó sacerdote". Esto no es exacto, pues Escrivá comenzó antes la carrera eclesiástica que la de derecho y como veremos, simultaneó ambos estudios en Zaragoza. La afirmación de Ayesta se deriva de una de las más acuciantes preocupaciones del Opus Dei: demostrar que ellos no constituyen una organización clerical y que sus miembros son laicos químicamente puros, aunque algunos de ellos se hayan ordenado después sacerdotes. En este punto remito al lector al libro de Yvon Le Vaillant, "Sainte Mafia", que analiza muy bien este aspecto. Sólo diré aquí que, a pesar de ser la Obra una de las organizaciones más típicamente clericales de la Iglesia y a pesar de que todos los puestos claves corresponden en ella a los sacerdotes, englobados corno se sabe en la llamada "Sociedad de la Santa Cruz", la propaganda opusdeísta se empeña en demostrar que los sacerdotes de la Obra siguen ejerciendo las funciones que tenían cuando laicos y son "abogados-sacerdotes", "médicos-sacerdotes", etc., haciendo así hincapié en el carácter laical más que sacerdotal de su apostolado.

De todas formas, aquí nos interesa anotar que, desde una edad muy temprana, las ambiciones de José María le llevan a decidir cursar la carrera de leyes, de tanto prestigio social en España [Poco antes de tornar la decisión de hacerse sacerdote, Escrivá quiso cursar la carrera de arquitecto. Desistió de su propósito, según se dice, porque su padre le dijo que eso significaba ser "albañil distinguido"]. Su madre, doña Dolores, mujer de gran temple al decir de quienes la conocieron, ejerce un papel mucho más importante que su esposo, el puntual empleado de "La Ciudad de Londres", en lo que se refiere a espolear las ambiciones del hijo. Doña Dolores tiene en Zaragoza un hermano sacerdote, don Carlos Albás Blanc, que ocupa un cargo de relieve en la Seo zaragozana, el de canónigo arcediano. Sin duda, la influencia que ejercía don Carlos en el clero de la ciudad es un factor importante a la hora de decidir el traslado de los estudios de José María de Logroño a Zaragoza. Se describe a Albás como un canónigo a la antigua, hombre diplomático, de costumbres principescas, dentro del marco provinciano en que vive, que gusta rodearse de una pequeña corte de amigos a quienes reúne en prolongadas tertulias en su casa. Vivía don Carlos en esta época con un hermano suyo, don Vicente Albás Blanc, también sacerdote, quien, andando el tiempo, se trasladaría a Burgos después de haber obtenido una plaza de beneficiado en su catedral. Aunque se sostiene que don Carlos, y con él su incondicional hermano, fuesen de ideas más tradicionalistas que liberales, ello no obstaba para que mantuvieran amistades con personas de otros credos políticos. Consta que don Carlos tuvo influencia con el conde de Romanones, a través del secretario político de este último, señor Brocas, y la amistad y amparo del político liberal debió jugar algún papel en la obtención de las dignidades eclesiásticas que ostentaron los dos hermanos.

Muchas personas recuerdan a don Carlos Albás, hombre de gran prestigio en la ciudad. Uno de los que más le trataron fue don Francisco Izquierdo Trol, deán de la catedral de Barbastro durante un largo período y que, cuando yo le conocí, residía en Zaragoza y tenía a su cargo la página religiosa de "El Heraldo de Aragón". Don Francisco iba muchas tardes a casa de don Carlos Albás a tomar parte en su tertulia o a jugar al guiñote. Conoció también a José María Escrivá, quien, en los primeros tiempos de su estancia en Zaragoza, visitaba frecuentemente a su tío, y ha seguido manteniendo con el fundador del Opus Dei relaciones amistosas, hasta el extremo de que fue don Francisco Izquierdo quien procuró a monseñor a petición suya los primeros datos sobre la ermita de Torreciudad y su Virgen.

Las relaciones entre don Carlos Albás y su sobrino, al principio cordiales, no tardaron en enfriarse. Si a su llegada a Zaragoza, José María utilizó las influencias del canónigo arcediano y a través de ellas las del conde de Romanones (paradoja ésta de las más notables y divertidas de esta singular historia), pronto, sin embargo, se distanció de su tío y de algunos otros miembros de su familia zaragozana. No vamos a entrar en las causas y motivos de estas disensiones que, como es notorio, son tan frecuentes en las familias de la burguesía media española, que apenas añadirían nada de interés a este relato. Lo cierto es que don Carlos Albás y algunos otros familiares dejan de tratarse con los Escrivá-Albás y se tiene noticia de que no asisten a los acontecimientos y efemérides de la familia que continúa residiendo en Logroño. José María deja de tratarlos en Zaragoza, aunque mantiene buenas relaciones con otros tíos y primos suyos. Se sabe, por ejemplo, que, con motivo de uno de los viajes que monseñor realiza en la posguerra a Zaragoza, visita a una de sus primas por entonces enferma, y le dice: "Soy muy pobre y te doy el rosario que he llevado durante más de treinta años", frase ésta muy digna de ser retenida en la descripción de la enrevesada personalidad del ya por entonces habitante del palacio romano de Bruno Buozzi.

Apenas llegado a Zaragoza, se supone que a fines de 1918, el joven seminarista procedente de Logroño entra en el seminario de San Francisco de Paula y obtiene, sin duda por influencia de su tío, una plaza en la Residencia Sacerdotal de San Carlos. He mencionado ya los nombres de algunos de los compañeros de Escrivá en esta época. Aparte de don Luis Borraz, vicario general del Arzobispado de Zaragoza en la época en que yo le visité, del cartujo padre Hugo, en el siglo don Clemente Cubero, y de don Antonio Maimar, párroco de San Miguel, que antes he mencionado, debemos anotar también los nombres de don Manuel Yagües, actual coadjutor de la parroquia de Santiago, don Joaquín Borrero, director del Hogar Pigatelli, don Angel Lapeña, cura de Grisén, don Antonio Moreno, don Francisco Muñoz y un sacerdote que se trasladó a Madrid y fue nombrado director del Instituto Ramiro de Maeztu, don Manuel Mindán.

Ya he contado anteriormente la extrañeza que las maneras un tanto atildadas y peripuestas del joven Escrivá producen en sus compañeros, muchos de ellos gente del campo aragonés, cuya forma de ser responde a la descripción que hiciera Baltasar Gracián hace siglos: "Todo Aragón está poblado de gente sin embeleco." Sin que ello quiera decir que conserven de Escrivá un mal recuerdo, y aunque algunos de ellos declaran profesarle un sincero afecto, esta impresión de vanidad que produce su forma de vestir y de arreglarse, sus calcetines de seda, el bonete ladeado, el pelo largo cuando todos lo llevaban corto, el perfume que a menudo usa, constituye el recuerdo dominante que de él guardan sus compañeros. Incluso cuando bromea se hace patente su presunción. Un condiscípulo recuerda, por ejemplo, que en una ocasión, en el dormitorio, José María Escrivá se colocó sobre los hombros la colcha de la cama y preguntó a los demás: "¿Qué tal estaría yo de bailarina?" En otro momento, cuando alguien le tacha de ser antipático, contesta: "¿Yo? ¡Si soy más dulce que la miel de la Alcarria!" Un seminarista de entonces cuenta una anécdota muy reveladora de la personalidad de Escrivá. En una ocasión, en la capilla, este compañero se coloca detrás de José María y, sin querer, al arrodillarse, toca ligeramente la espalda del futuro fundador. "¡No me toques! -exclama éste-. ¡Me deshaces!"

En sus estudios en el Seminario, no obtiene resultados particularmente brillantes. "No era ninguna lumbrera -dice un condiscípulo, y añade con sacerdotal unción no exenta de ironía-: Para realizar su obra, Dios no elige a un superdotado, sino a uno del montón. Y aquí vemos la grandeza del Señor." Como ya he dicho, José María Escrivá simultaneaba sus estudios eclesiásticos con los de derecho en la Universidad de Zaragoza. Tal vez el hecho de cursar dos diferentes carreras le impidiera obtener resultados más brillantes en una y otra. Cuando en 1960, el rector magnífico de la universidad cesaraugustana, doctor Cabrera, invistió a don José María Escrivá de Balaguer con el doctorado honoris causa (a lo que don José María Escrivá de Balaguer correspondió más tarde invistiendo a su vez al doctor Cabrera con el doctorado honoris causa por la Universidad de Navarra), monseñor Escrivá apareció ante el catedrático que actuaba de padrino con la muceta azul de los doctores en filosofía y no con la roja de los doctores en derecho. El doctor Cabrera explicó en su discurso que la actividad a que se había venido dedicando monseñor Escrivá de Balaguer no era la específica de un doctor en derecho y que era la facultad de filosofía y no la de derecho la que había solicitado que le fuera concedido el doctorado honoris causa. Un catedrático de derecho con quien se examinó el seminarista José María Escrivá me dijo en una visita que le hice en 1970 al preguntarle yo por los resultados que había obtenido monseñor en su asignatura: "No sabía mucho, no sabía mucho. Para un aprobadete. Le di notable porque era cura. Y se enfadó porque no le di sobresaliente."

En Zaragoza pasa José María los años de su primera juventud hasta que se ordena sacerdote el 28 de marzo de 1925 y se licencia en derecho, obteniendo años más tarde el doctorado en la Universidad de Madrid.


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