Tiene que saberse aunque el Opus quiera silenciarnos

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Por Mediterráneo, 08.04.2022


Las cosas que aquí se ven / ni los diablos las pensaron” – José Hernández, Martín Fierro.

Hay un grupo de ex (auxiliares, numerarias, agregadas) cuyos miembros nos reunimos periódicamente, para echar unas risas, tomar unas cervezas y compartir vivencias, pasadas y presentes. El otro día les tocó a las vivencias pasadas. Mientras las escuchaba veía sus historias pasar por delante de mí como una película, y pensé que tenía que escribir esas vivencias, tenía que hacerlas públicas, eso tenía que saberse…

Por lo visto, la nueva frase de moda en la institución es “lo pasado, pisado”, cuando alguien comenta “pues antes esto no era así”. Dejando aparte el hecho de que “pisar” vivencias es, como mínimo, una falta de respeto hacia quienes las protagonizaron, quiero contar lo que estas amigas mías vivieron porque DEBE SABERSE. Tiene que saberse, es imperativo que se sepa cómo se ha tratado (¡se trata!) a las numerarias auxiliares, siguiendo directrices de alguien a quien la iglesia ha tenido a bien canonizar.

Ahí van las vivencias y los recuerdos de mis amigas:


“En un retiro, en lugar de la charla nos pusieron una grabación de voz del fundador, acerca de cómo había que tratar a las auxiliares. Decía que las numerarias siempre debíamos ir con bata blanca, siempre, para distinguirnos de las auxiliares, que éramos eso, “auxiliares”, y que las numerarias debían ir por delante... Y luego las veíamos, tan pijas y tan señoritingas, y todo el trabajo sucio, el trabajo escondido, el trabajo duro, el trabajo pesado, todo, todo, lo hacíamos siempre nosotras, las auxiliares. Y seguía diciendo el fundador que nunca se nos podía dejar solas, como si fuéramos seres raros, como si dejarnos solas supusiera un peligro, también decía que había que vigilar qué se decía delante de nosotras, las auxiliares “como en una familia, que delante del servicio no se habla de según qué cosas”, o “como en una familia, que delante de los hijos pequeños no se dice según qué porque no pueden entenderlo”... Esas eran sus palabras”


“Fui a comprar ropa con una numeraria, era una excepción, porque normalmente ibas al ropero y elegías lo que las numerarias habían desechado, si algo te gustaba especialmente procuraban que no te lo quedaras. Pues con esa numeraria me compré una falda muy bonita, y una camisa a juego. Y cuando llegamos al centro y lo dejamos en dirección para que la directora lo viera, el comentario que hizo a la numeraria que me había acompañado fue “¿creíste que ibas con una numeraria, que le compraste algo tan bonito?


“Muchos años después de dejar la institución fui a una tienda con mis dos hijos, eran pequeños. Y ahí, casualidades de la vida, me encontré con una numeraria que había sido mi directora. Después del “hola, hola” de rigor, miró a mis hijos y preguntó “¿Y estos niños?”, “son mis hijos”, contesté. “Ah, mira, mejoraste la especie”, fue el comentario. No los saludó, solo los inspeccionó de arriba abajo. Me dolió tanto, no por mis hijos sino por ella, por cómo alguien puede ser tan malvado, tan perverso... y me convencí, una vez más, de cuánta razón había tenido marchándome”.


“Mi mamá era muy generosa. No porque estuviera de acuerdo con la institución, o porque quisiera a las numerarias, o al fundador, sino porque sabía lo que representaban para mí. Una vez me dijeron que le pidiera un procesador de alimentos para la cocina de la comisión, yo se lo pedí, mi mamá lo compró, la cocina de la comisión tuvo su procesador de alimentos. Y al poco me dijeron que invitara a mi mamá a comer, pero que ella tenía que pagarse su comida. Nunca la invité. No podía con la vergüenza. ¿En serio? ¿Mi mamá tenía que pagar el plato de comida cuando iba a ver a su hija?”


“Cuando la beatificación nos dijeron que, siempre que consiguiéramos el dinero, podíamos ir todas las que quisiéramos. Me dijeron que el viaje costaba $$$, mi mamá me lo pagó y fui. Pasaron los años y, hablando con una numeraria, me dijo “mira, no sé si lo sabes, pero con el dinero que te dio tu mamá para el viaje también viajaron xx y zz, porque en verdad el viaje no costaba $$$ sino $ y poquito”. Mi mamá, que trabajaba como empleada de hogar y sudaba cada céntimo que ganaba, pagó el viaje de tres personas”.


“No recuerdo si fue para la beatificación o para la canonización, varios supernumerarios dieron dinero y dijeron, específicamente, que era para pagar el viaje a Roma a tres auxiliares. La residencia se quedó con el dinero, a las auxiliares no nos dijeron ni una palabra, y nosotras seguimos arañando céntimo a céntimo de donde podíamos, para ir a Roma. Me imagino que ese dinero sirvió para pagar el viaje de tres numerarias”


“La Navidad era horrible. Desde el 15 de diciembre solo rezabas para que llegara el 10 de enero y se hubiera terminado todo. Al final te daba igual que hubiera nacido el Niño Jesús, no tenías ánimo ni para rezar, solo querías subir a dormir y descansar. Te dormías en la meditación, era sentarte un minuto y ya te dormías porque estabas reventada, llegabas a sentir rabia porque llegaban las fiestas y tú no podías disfrutarlas, solo querías que llegara la noche para acostarte, y tenías que sonreír y estar contenta “porque eso es de buen espíritu” y si no sonreías, al día siguiente te caía una corrección fraterna, “estabas muy seria, como enfadada, en familia tenemos que estar contentas”, y lo único que estabas era exhausta físicamente, no podías más. ¿Qué te importaba si sonreías o no, si no podías con tu alma?


“Te levantabas de la tertulia y tenías que mullir los almohadones del sofá, para que no se viera que ahí se había sentado alguien... todo tenía que estar perfecto, siempre, como si allí no viviera nadie. No podías tumbarte en el sofá a descansar cinco minutos, siempre tenías que sentarte derechita, con las piernas juntas y guardando la compostura. Los centros no eran casas de familia, eran casas-museo para ser vistas, no para ser vividas”


“Las fiestas en Roma eran una pesadilla. A las numerarias auxiliares, que éramos quienes sacaban todo el trabajo, jamás nos consultaban, jamás nos decían “¿les parece bien este primer plato con este segundo, y este postre?”, hubiéramos podido decir “este primero sí, pero cambiemos el segundo, porque son dos platos muy complicados, muy de última hora”, por ejemplo. Pero nunca nos consultaban. Lo anotaban en la pizarra, allí te lo encontrabas y con ello tenías que apechugar, y podías encontrarte primero, segundo y postre de última hora, más el aperitivo, más los bomboncitos o los dulces para la tertulia, y hablamos de 28 mesas de 8 personas mínimo cada una. Era quintuplicar el trabajo, siendo las mismas personas, y muchas veces eran menús sin sentido, parecía que cuanto más historiados y más complicados más de fiesta eran. Sin olvidar vajilla, cristalería, cubertería y manteles diferentes, todo de fiesta, desde primera hora de la mañana. Las fiestas en Roma eran auténticas pesadillas”



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