Si te pregunto por...

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Por Satur, 24 de octubre de 2005


Es muy difícil que se asuman responsabilidades cuando no se quiere aceptar responsabilidades más que en un sólo sentido: el de cada uno. La culpa de lo que ha sucedido es tuya, nunca de la institución. La institución no puede fallar porque tiene la panacea completa para curar toda enfermedad del alma, del espíritu y del pneuma, porque Dios está con ella y porque “pase lo que pase, no pasa nada”. Te pasa a ti, por burro, por no obedecer, por egoísta y por irte tras los placeres del mundo.

Hay en el mismo núcleo duro del Rayo Vallecano ideales que tal vez sean imposibles de conseguir, pero son muy atractivos. También los hay que no son ni siquiera deseables, aunque pintan muy bonitos. Uno es el modo de hacer proselitismo: habla a mil críos, sean cuales sean sus condiciones, y el tiempo matará muchos de ellos –como contaba el fundador de la Maragatería, que dejaban al niño al relente por la noche y el que sobrevivía a la helada, ése era un campeón, : los que queden, quedarán.

Eso no está bien...

No son pocos los chavales que a los dieciséis años han dejado de ser numeraritos y les han prohíbido seguir yendo al club “porque pueden dar mal ejemplo a otros numeraritos”. ¿Qué hacen entonces?, ¿dónde pueden ir a formarse si ése es el único lugar de ocio que han mamado desde su más tierna infancia?. No, no está bien.

Desear que piten muchos numeraritos como sea, sin mirar condiciones, edades, formas de ser, etapas de su desarrollo personal, planteándoles compromisos de celibato de por vida a edades atontolinadas e inmaduras –“basta haber visto la vocación una sola vez para no dudar nunca más de ella”-, no sólo no es un ideal alcanzable, sino un ideal que no debe de ser alcanzado. Y cuando se plantea ese ideal y el chaval se entrega llevado de entusiasmos tan fantásticos como hermosamente ingenuos, no se le puede negar, cuando se enfrió esa entrega, el calor de una formación, de unos amigos, de sus partidos de fumbol, de su peliculón y cena fría, de su charlar con el cura, o de ir a estudiar a la sala de estudios.

Y se hace: con dos cojones.

La vocación, la verdadera vocación es algo más serio, más misterioso y más profundo.

Esto sucede con los numeraritos, ¿pero qué hay de esos numerarios que tiran y tiran durante años con una entrega que mirada sobrenaturalmente no tiene peso ni medida y que están allí porque sí, o por su bohomía, o porque saben que, al final, la decisión sólo dependerá de ellos. Que no esperen consejos cuando llevas años, cuando tienes crustáceos en el casco, cuando el camino se dirige hacia ninguna parte. Y se asoma el miedo, y tantas cosas…

No sé si se estará de acuerdo conmigo en estos ejemplos, pero añadiré el ejemplo que a mí más me afectó. Mi mayor escándalo fue conmigo mismo, y la actitud de la opus con respecto a mí. El escándalo de comprobar que uno, sinceramente, se entregó en cuerpo y alma, ilusionado, dispuesto a todo, a un Ideal que me comprometía totalmente. Pero ese compromiso, ese contrato, pedía una correspondencia por mi parte. Si un compromiso no sirve para nada, si de verdad no compromete, no me ata a lo prometido, entonces, no significa nada, es un cuento. Si no hay consecuencias a la ruptura de promesas sistemáticas –ya sea por debilidad, maldad, falta de virtud, carácter inestable…-, arruina la moralidad y, encima, destruye la aventura.

Los premios, peligros, sanciones y logros de una vida de vocación deben de ser reales o, de lo contrario la aventura no será más que una pesadilla vacía.

Si me lancé a una aventura por amor de Dios, comprometiéndome en una serie de virtudes, y a un modo de vivirlas en el mundo, se me tiene que exigir pagar, o no hay nada detrás. Tan sólo una mentira compartida por los dos lados: yo, que sé que no llego, y ellos, que saben que no llegas. Si me lancé a un desafío, se me debe obligar a que luche, si no, ¿qué sentido tiene desafiar nada?. Si cuando una y otra vez hablas durante años de incumplimientos graves, si ven que ya todo es papel mojado, debo de ser reprobado.

Sí. Cuando no hay una fidelidad repetida debemos de ser aconsejados que mejor busquemos otro camino; de no hacerlo, el Ideal Primero no significa nada: no es ni grande, ni fantástico. Es de una tristeza que arruina todo lo bueno que algún día quisimos ser.

Y ésta es la primera y la última cosa que yo le pediría a la Cultural Leonesa, y la pediría apelando no sólo a mi honradez, sino a la de aquellos que me comprometieron en ese Ideal; pediría que me exigiesen cumplir aquello que me había propuesto, que mis juramentos fueran tomados en serio… y si no es así, pista,motorista.

Allí es donde la opus no responde. No es su problema. Prefieren el número por el número, aunque el número esté dumiente, o las cualidades exteriores de simpatía, influencia apostólica, eficacia profesional, antes que aconsejar de corazón “ya vale, déjalo, esto no es lo tuyo”. No todo está en que no se vea, en que lo sepamos unos pocos bastantes, en llevarte de un lugar a otro para tapar. Como cuando se me aconsejó, al decir que lo sentía mucho pero que me iba, “vete a Argentina, o a Chile: vuelva a empezar”. Todo menos que nos dejes: aunque termine haciendo la labor en Alaska escapando a un iglú a rozarme la nariz con Sancantancangua.

Y sí que es, también, su responsabilidad. Sí que lo es.

Defienden lo suyo afirmando que la gracia de Dios lo puede todo, que falta fe en el interfecto, que no hay visión sobrenatural, y que siempre se puede, si de verdad uno quiere.

Cualquiera sabe que no. Dios actúa sobre una naturaleza, la mía, con mis virtudes, mis defectos, mis negaciones y mis afirmaciones, mis condiciones, mi imaginación, mis afectos más o menos encauzados… Dios me quiere como soy: la opus me quiere como ella quiere que sea. Mal vamos.

Y, como ellos no se hacen responsables de mi nueva vocación, de mis miedos, ni de mis lágrimas, ni de mis risas, pues ya respondo yo de la única libertad que tengo: la de atarme a mis decisiones.

Termino de ver “El indomable Hill Hunting”. Hay un buen monólogo, que les va como anillo al dedo a todos aquellos que tocan de oído y desafinado, que no saben de qué hablan, ni saben responder, ni por ellos, ni por nadie:

“Si te pregunto algo sobre arte, me responderás con datos de todos los libros que se han escrito. De Miguel Ángel, lo sabes todo: vida y obra, aspiraciones políticas, su amistad con el Papa, su orientación sexual… lo que haga falta,¿no? Pero tú no puedes decirme cómo huele la Capilla Sixtina. Nunca has estado allí ni has contemplado ese hermoso techo. No lo has visto.

Si te pregunto por las mujeres, supongo que me darás una lista de tus favoritas. Puede que hayas echado unos cuantos polvos, pero no puedes decirme qué se siente cuando te despiertas junto a una mujer y te invade la felicidad. Eres duro.

Si te pregunto por la guerra, probablemente me citarás algo de Shakespeare (“de nuevo en la brecha, amigos míos…”), pero no has estado en ninguna. Nunca has sostenido a tu mejor amigo entre tus brazos esperando tu ayuda mientras exhala su último suspiro. No tienes ni idea de lo que hablas. Es normal, nunca has salido de Boston.

Si te pregunto por el amor, me citarás un soneto. Pero nunca has mirado a una mujer y te has sentido vulnerable, ni te has visto reflejado en sus ojos. No has pensado que Dios ha puesto un ángel en la Tierra para ti, para que te rescate de los pozos del infierno, ni qué se siente al ser su ángel, al darle tu amor; darlo para siempre. Y pasar por todo, por el cáncer… No sabes lo que es dormir en un hospital durante dos meses cogiendo su mano…”


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