Repudio y negación de los religiosos

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Por E.B.E. - 6 de Septiembre de 2010


Es interesante ver cómo en el Opus Dei todo lo que se relaciona con los religiosos es negado de forma tan categórica, que hace creer, automática e inconscientemente, que los miembros del Opus Dei no podrían jamás vivir como religiosos sino sólo como laicos.

Esa negación tan rotunda pareciera indicar que Escrivá no se dedicó a construir un Opus Dei laical –que era lo difícil- sino principalmente a negar a los religiosos, particularmente de dos maneras.

Primero tomando elementos de sus diversas tradiciones, sin otorgarles el debido reconocimiento o copyright, y así combinarlos en una nueva institución, el Opus Dei con personas que viven al modo religioso; y en segundo lugar, negando todo acceso a los miembros del Opus Dei, para que no tuvieran contacto alguno con el mundo consagrado (para no tomar conciencia de dónde provenía todo). Es llamativo como los laicos hacen la ceremonia de incorporación (oblación y fidelidad) por obediencia, porque no saben lo que están diciendo -en latín- ni haciendo jurídicamente (todo indica que la oblación y fidelidad son votos sagrados). Esto es gracias a que no conocen el mundo de los religiosos.

Esta doble negación de los religiosos pareciera ser la piedra angular para la construcción del Opus Dei.




Además de la negación, pienso que hay también un cierto repudio hacia todo lo que sea el mundo de los religiosos. Porque Escrivá los niega como si todo aquello estuviera contaminado y fuera de gran peligro para la salud de los miembros del Opus Dei.

La negación del Opus Dei hacia los religiosos no es una cuestión simplemente conceptual, teórica, epistemológica. Por ejemplo, Escrivá jamás planteó la negación “no somos una secta”, que bien lo podría haber hecho, pero esa negación hubiera sido totalmente contraproducente y daría qué pensar, porque negar algo cuando nadie ha levantado cargos, es de por sí sospechoso y auto-incriminatorio: habla generalmente de una conciencia culpable.

En cambio, podría decirse que el Opus Dei nace por oposición al mundo religioso, de manera militante, y a la vez, de manera defensiva, como adelantándose a la “acusación” de ser religiosos.

Pero el problema no es la acusación, sino que su laicidad está vacía. Su laicidad está llena de negaciones teóricas y de prácticas provenientes del ámbito opuesto. Ese es el problema.

Cómo Escrivá, desde el comienzo, va a inyectar en los laicos toda una serie de prácticas propias de los religiosos, tiene que adelantarse y negar severamente dicha acusación. Su grito de negación tiene que ser más fuerte, desde el principio, que el balbuceo de dolor de los laicos al sufrir ese proceso traumático e invasivo en sus vidas.

Un tercer efecto de esa negación, es provocar la creencia de que “si no somos religiosos, hemos de ser necesariamente laicos”.

Por lo cual, hay una suerte de intolerancia en el modo en que Escrivá niega todo ese mundo de los religiosos, como si se tratara de una situación de grave peligro para la salud del alma. Es un mundo al cual no hay que acercarse ni siquiera interesarse. Más o menos como el mundo del sexo opuesto para los miembros célibes. Hacerlo implicaría ir contra la propia vocación, como poner en peligro la propia castidad.




Pero además había una cuestión de competencia y superioridad, porque el Opus Dei venía a proclamar una rectificación doctrinal como si se tratara de una lucha contra la herejía, cuyos representantes eran los religiosos: si anteriormente el monopolio de la santidad lo tenían los religiosos, ahora Escrivá con su cruzada secular venía a proclamar que “para ser santos no era necesario ser religiosos”. Escrivá planteo su cuestión como un verdadero enfrentamiento contra los religiosos, por más que luego dijera “a los religiosos los queremos mucho”. En boca de Escrivá, los religiosos eran una suerte de herejes que con su doctrina de la santidad habían contaminado el mundo. Escrivá venía a liberar al mundo católico de esa confusión.

Cabe agregar que las persecuciones que dice el Opus Dei haber sufrido a lo largo de su historia, se las atribuye en gran parte a los religiosos, o más bien a “ciertos religiosos”.

Por lo cual, ¿a quién se le ocurriría dentro del Opus Dei preguntarse si no habría alguna relación entre los religiosos y el Opus Dei? Con su negación rotunda de los religiosos, Escrivá logró una adhesión sorprendente.

Pero a todas las personas que lo siguieron, Escrivá las condujo hacia un callejón sin salida, un verdadero encierro. Pues el Opus Dei no fue un camino hacia la apertura de ese mundo laical de santidad, supuestamente monopolizado por los religiosos, sino hacia el peor de los encierros: si anteriormente la santidad les estaba vedada a la mayoría de los laicos, ahora también la laicidad se sumaría a esa veda, sin tener tampoco acceso a la santidad (pues la mayoría de los miembros célibes acaba fuera del Opus Dei y en condiciones espirituales y psicológicas de deterioro). Es difícil no ver en Escrivá una maniobra maquiavélica, de alta destreza, con el fin de construir su Opus Dei. Qué difícil resulta salvar su conciencia.

La fobia que sembró hacia los religiosos produjo una reacción favorable a sus objetivos. Y esa reacción –esa energía- la usó para construir su Opus Dei. Por eso dicha negación pareciera ser la piedra angular del Opus Dei.

Negar a los religiosos fue muy redituable para Escrivá: 1) tomo sus tradiciones e ideas y por otro lado, 2) logró una reacción de los laicos a su favor. Lo que en billar se llama “hacer carambola”.

Esas dos bolas de billar que se disparan equidistantemente, por el golpe de la negación, constituirán en el futuro la gran disociación, entre las prácticas religiosas y el convencimiento laical. Pues sólo la disociación hace posible algo tan incoherente como el Opus Dei.

Pensar que Escrivá estaba mintiendo y que esa orden de negar el mundo de los religiosos era ilegítima y había que transgredirla, era algo inimaginable dentro del Opus Dei.

Por eso, este tipo de cuestiones sólo se pueden plantear una vez afuera. Quien se las plantea adentro, es que ya ha comenzado su partida anticipada.

Mentira versus engaño

Una breve digresión antes de continuar, sobre la diferencia entre la mentira y el engaño. Sirve para entender mejor el porqué de la negación del Opus Dei sobre los religiosos.

El engaño no sólo consiste en la mentira de negar todo origen religioso, sino sobre todo, en la insistencia con que se lo niega. Diría que más grave es la insistencia que la mentira en sí. El engaño –hacer creer- es peor que la mentira –hacer una afirmación falsa- .

La mentira es algo puntual. Sus efectos pueden ser gravísimos pero son instantáneos.

El engaño, a diferencia, tiene efectos prolongados (se monta sobre mentiras, sin duda).

La mentira es una sola: “no tenemos nada que ver con los religiosos”. La mentira, dice el dicho, “tiene patas cortas”. En cambio, el engaño no. Tiene patas muy largas y da pasos de a lustros o décadas.

El engaño es la construcción de una verdad -en base a supuestos falsos- y en ese caso es mucho peor: nos permite creer que “somos laicos”. El engaño asienta doctrina. Por eso Escrivá Doctor de la Iglesia sería mucho peor que su Canonización, como me decía una alta autoridad de la Iglesia.

La mentira son los ladrillos, el engaño es el castillo.

Por lo cual desarmar esa verdad consolidada no es tarea fácil (piénsese nomas en lo que significa desarmar una canonización: por eso creo que Escrivá ha sido un experto del engaño). Porque más que una verdad, es una creencia.

Una verdad científica surge de la contrastación (y no teme pasar nuevas pruebas posteriores), en cambio la creencia (no me refiero a la Fe) es un voto de confianza en que algo sea verdad, hasta que se contraste.

En muchos casos, hasta que se dé esa contrastación, pueden pasar muchos años e incluso no darse nunca. A esa improbabilidad apuestan los defraudadores: a que la creencia que fabrican no pueda ser contrastada nunca. Mientras ello suceda, saldrán ganando. Son maestros en crear confianza.

El problema es cuando, en el ínterin de años o décadas, se han construido muchas cosas vitales sobre la base de esa creencia o “verdad en espera de confirmación”. Si luego de esos largos años, con inversiones de todo tipo (afectivas, vitales, económicas, e incluso religiosas al haber tal vez invertido la propia Fe católica en el Opus Dei, que por ello muchos la pierden luego, etc.), si luego surge de manera incontrastable que esa creencia “no es verdad”, entonces la resistencia a aceptar la noticia es total. Es lo que sucede con los Legionarios: no pueden creer lo que les dicen de su fundador.

Pues la verdad les viene a devaluar todo lo que han construido. A la hora de elegir, prefieren la creencia por encima de la verdad.

Las creencias son las raíces que sostienen todo un desarrollo vital frondoso.

Y Escrivá apuntó a esos fundamentos, por eso el daño que provocó es muy grave. Sabía dónde estaba pegando.

Lo que ha fallado en estas décadas en ciertos niveles claves de la jerarquía de la Iglesia, al parecer, es que muchos sucesos se han ponderado con la vara de la credibilidad y no de la verdad (comprobada). Pienso en el tema de la paidofilia, en el tema de Maciel, en el tema de Escrivá, etc. Y en este sentido, supongo que la experiencia hará que la Iglesia cambie los criterios de evaluación a partir de ahora. Todo indica que Benedicto XVI es amante de la verdad más que de la credibilidad.

Mundo cerrado

El Opus Dei funciona en la medida en que es un espacio cerrado. Pero no cerrado simplemente al mundo, pues en ese caso tal encierro sería evidente.

Para cerrar el acceso mundo, sin que sea evidente, hay que hacerlo desde otro lugar. Por un lado hay todo un aliento a participar en el mundo, y por otro lado hay todo un impedimento para lograrlo. Es una situación neurótica. Hay idealismo y por otro lado hay angustias.

La acción de impedir no sólo bloquea sino también encadena con imposiciones (por eso las angustias), que obligan a echar raíces (suerte de esclavitud). No sólo no hay avance sino que además hay hundimiento. Para esclavizar las conciencias, la disciplina religiosa hábilmente manipulada puede ser un efectivo instrumento psicológico de largo alcance.

Mientras el mundo permanece abierto frente a mis ojos, hay todo un mecanismo de retención (a mis espaldas, que no veo) que me encadena e impide avanzar hacia el mundo.

Mientras miro el mundo, mis pies son atados con grillos o cepos a obligaciones elaboradas con el material de diversas constituciones y reglas conventuales. Difícilmente esto pueda ser producto de la espontaneidad sino más bien de una actuación calculada.

En esta situación, no era imposible pensar que se podía santificar el mundo y liberarlo del pecado (idealismo). Lo imposible era actuar (angustia). Para ello, primero debíamos liberarnos nosotros mismos de las propias cadenas que nos ataban, pero no éramos conscientes de ello (origen de tantas neurosis) y por lo tanto tampoco existía la preocupación. Sin embargo, se sufría, sin saber a conciencia bien por qué. Frente a la perplejidad, es probable que muchos pensaran que todo era culpa de una incapacidad personal y hasta de falta de voluntad, lo cual producía culpa. El remedio, entonces, parecía ser esforzarse más todavía, lo cual no hacía sino empeorar las cosas.

Como el mecanismo de retención es negado (“jamás seremos religiosos”), resulta imposible resolver la situación generada, porque nos falta información clave. El mundo permanece accesible, pero yo no puedo acceder, y además me hundo en un terreno que no logro entender. Negando a los religiosos, Escrivá cerró la puerta y tiró la llave.

La Apertura

Es con la negación de los religiosos que Escrivá logra crear ese mundo cerrado donde desarrollará su nueva institución, aunque parezca una paradoja. Pues para los agregados y numerarios no mirar a los religiosos es no mirar afuera. Porque nuestros semejantes, aquellos con quienes podíamos identificarnos, eran los religiosos, no los laicos.

No es casual esa forma de dividir el Centro de Estudios en “zona interna” y “zona externa”: así se divide la vida institucional del Opus Dei. El mundo cerrado hacia adentro y el mundo abierto hacia afuera. Ambas esferas, bien diferenciadas e incomunicadas.

No sólo físicamente: especialmente en la conciencia de cada uno esas esferas estaban incomunicadas, para no contrastar el laico que había dentro con el religioso que cohabitaba. Esa división no era en razón de “los otros” (esa era la excusa de Escrivá) sino en razón de nosotros.

La doble vida (zona externa/zona interna) reflejaba ese ser laico ad-extra y ser religioso ad-intra, porque mientras frente a los laicos actuábamos como laicos, una vez "adentro" (en "zona interna") se actuaba como religioso, sin saberlo. De esto no teníamos conciencia para nada. De hecho, nunca tomamos conciencia de “en qué momento preciso” dejamos de ser laicos. Pensábamos que éramos más laicos que los laicos aún –más papistas que el Papa-, debido a la vocación “extraordinaria” del Opus Dei. ¿Cómo salir de semejante laberinto mental?

Esa doble vida se la aceptaba en nombre de la intimidad y la familia por un lado y el mundo exterior por el otro, una engañosa forma de ocultar la doble vida conventual/secular.

Para que el Opus Dei no se abriera a la realidad (de los religiosos), Escrivá inoculó, especialmente en los miembros célibes, una suerte de fobia a todo lo que tuviera que ver con los religiosos.

El mundo podía ser una amenaza para el encierro en el cual funciona el Opus Dei, pero siempre se podrían ajustar “las tuercas” de los mecanismos religiosos y exigir mayor entrega o, a lo sumo, negociar una salida en casos extremos.

En cambio, ese encierro sería seriamente amenazado el día que el Opus Dei le abriera las puertas al conocimiento de los religiosos. En efecto, el Opus Dei ha durado décadas en medio del mundo sin correr serio peligro su encierro (pensemos cómo el Opus Dei reforzó su encierro exitosamente en los años 60 y 70 del postconcilio). Porque en el mundo, los miembros del Opus Dei no encontrarían fácilmente la llave que les abriría los ojos a la realidad. El mundo les podría ofrecer todas sus tentaciones pero jamás ninguna explicación. El mundo nada sabe de la vida de los religiosos. Por eso el Opus Dei no temía a las tentaciones ni al mundo.

Salir del Opus Dei es sólo el comienzo. Pues si uno va al mundo a buscar la explicación de lo que le sucedió, no la encuentra. Al contrario, se encuentra con la perplejidad de los oyentes que no entienden la pregunta. Para encontrar respuestas, hay que volver a mirar al Opus Dei, pero desde otra perspectiva, no sólo crítica sino también epistemológica: en cuanto a la calidad y diversidad de fuentes de ese conocimiento. Aquí es donde resurge el conocimiento de todo lo que tiene que ver con los religiosos, negados y enterrados por el Opus Dei. Es una labor arqueológica.

Fue entonces cuando arribó Opuslibros. Esa fue tal vez la amenaza más seria para el Opus Dei. Porque Opuslibros lentamente inauguró la apertura de ese mundo cerrado, donde los miembros y ex miembros encuentran el contraste entre lo que son, eran y creían ser. Pues por primera vez miles de personas podían ponerse en comunicación unas con otras de manera espontánea.

Como decía alguien hace poco, cuando el Opus Dei afirma, es que niega, y cuando niega, es que afirma. Esto se aplica sin problemas a la secularidad y al modo religioso de ser de sus miembros.

El desafío del Opus Dei

¿Cuál era el desafío del Opus Dei? Que el compromiso por la santidad que logran los religiosos, mediante un vínculo sagrado, sea llevado a cabo por laicos mediante un vínculo de palabra o contrato. ¿Eso que supone? Que existe una vocación y que existe la confianza para vivir esa vocación.

Lo que muestra la historia es que, sin un vínculo sagrado y la pertenencia a una organización con rígidas normas, ese compromiso vocacional tiene corta vida. Si no había alguna instancia institucional fuerte, los deseos de santidad se disolvían al poco tiempo. El Opus Dei venía a desafiar a la Historia.

El desafío del Opus Dei era –al menos así lo he percibido desde dentro- lograr que la santidad fuera posible sin esos votos y medios institucionales que, a modo de presas, sostiene un modo de vida “a la fuerza”. El desafío era la búsqueda de la santidad en un medio libre, sin la ayuda de coacciones institucionales ni fuerzas exteriores de ningún tipo.

En principio, parecía imposible. Pero en apariencia el Opus Dei lo estaba haciendo realidad.

De ahí que era fácil presuponer la existencia real de una vocación al Opus Dei que proveyera de la fuerza interior necesaria para sustituir la fuerza exterior de la instancia institucional (religioso conventual).

Parecía posible la santidad en medio del mundo, y eso alentó a muchos a entregarse.

¿Por qué lo hizo Escrivá?

Hace unos días me escribió un amigo presentándome una posible explicación, sin que fuera en absoluto una justificación.

En lugar de plantear que los miembros del Opus Dei estaban llamados a “ser santos como los religiosos sin ser religiosos”, el carisma que plantearía Escrivá en su interior sería que “la vida que habían llevado hasta ahora los religiosos no era privativa de los religiosos, sino común a todo aquel que quiera dedicarse efectivamente al servicio de Dios” sin que por ello debiera ser religioso. Poner al alcance de todos los cristianos –que lo desearan- la vida de los religiosos, sin necesidad de ser religiosos ni hacer votos solemnes.

Si Escrivá hubiera dicho abiertamente esto, posiblemente le habría ido mejor. ¿Por qué no lo hizo?

No está claro hasta dónde habría tenido éxito. Le habría ido mejor en cuanto nadie se hubiera sentido engañado. Pero no sé si hubiera sido posible llevar a cabo dicho proyecto, porque en algún punto se contradice: “ser religioso sin ser religioso”. No sería extraño que dicho proyecto terminara en disolución o en una rigurosa regla conventual.

Finalmente Escrivá optó por la fórmula “ser santos como los religiosos sin ser religiosos, pero viviendo como los religiosos sin saberlo”.

Creo, de todas maneras, que el problema de la negación de todo vínculo con los religiosos se enmarca en un contexto más amplio.

El de la secularidad no es el único tema en el cual Escrivá engañó a los miembros del Opus Dei y al resto de la Iglesia.

Lo problemático de Escrivá es el recurso habitual al engaño, y entonces ahí es cuando lo de la secularidad pasa a segundo plano.

Por lo cual, el asunto no sólo es salvar la razón por la cual Escrivá engañó con la cuestión vocacional.

Es aquí tal vez donde la negación de los religiosos tiene su sentido: en un contexto más amplio de engaño. ¿Y por qué lo hizo Escrivá? Habrá que ver aquí su vínculo con el narcisismo seguramente, la búsqueda de un proyecto personal, crear su propia institución y su propia gloria. Tal vez haya otras causas, pero la más evidente es su propio beneficio.

Como decía, el recurso al engaño es algo generalizado. Se aplica en temas tan dispares como (la lista se puede ampliar mucho más):

  • Dirección espiritual y su sometimiento al gobierno: los miembros del Opus Dei creen recibir una dirección espiritual genuina y en realidad se los engaña: la primacía está puesta en los objetivos de gobierno, no en el bien de las personas.
  • Engaño doctrinal, haciendo creer que quien abandonaba la vocación se iba al infierno o al menos ponía en serio peligro su alma.
  • El interés por todas las almas no es cierto: al Opus Dei le interesa su proselitismo por encima de cualquier otro fin;
  • La coacción sobre las conciencias es otra forma de engaño, porque la libertad que predica y el respeto por las conciencias, en los hechos no se cumplen.
  • El interés por todo lo que tenga que ver con las diócesis y la Iglesia universal: el Opus Dei va a lo suyo y no le interesa el resto. Al contrario, siembre busca su beneficio pero lo encubre engañosamente.
  • El proceso de canonización es otra construcción gravemente sospechada de engaño, por el modo en que se realizó, siendo A. del Portillo el principal testigo de la causa, confesor de Escrivá.
  • El modo en que se escribe y se falsea la historia del Opus Dei;
  • El modo en que se hace uso de las asociaciones civiles a modo de testaferros del Opus Dei.
  • La lealtad que exige de sus miembros no se corresponde con la pillería con la cual los superiores actúan y toman decisiones. Es notable cómo Escrivá elogiaba la pillería como virtud.

La razón última que se daba a todos estos engaños era que, en definitiva, se ordenaban a un fin bueno. Por supuesto, ese fin bueno, diría Escrivá, “lo sé yo, confíen en mí”. Esta es la tesis disparatada de Escrivá y que ha sido aceptada por muchos, sin advertir la gravedad, debido seguramente a que Escrivá era un maestro en crear confianza.

El recurso al engaño se aplica cuando las intenciones ocultas no se pueden hacer públicas. Si el Opus Dei hubiera sido transparente, hoy no existiría.

El balance final siempre puede hacerse de manera simple: cuánto daño produjo (a otros), cuánto beneficio produjo (para sí). Si ambos números son grandes, difícilmente se trate de un caso de inocencia.

Conclusión

“Nadie en la tierra nos podrá obligar a ser religiosos”, decía Escrivá, reforzando así el miedo de los miembros del Opus Dei hacia todo lo que fuera religioso, de manera tal que jamás se les ocurriera husmear en el asunto. Bueno, pues tengo entendido que el Papa pudo hacerlo, en el caso de la fundación de San Francisco de Sales, hace varios siglos atrás.

De todas maneras, lo gracioso del asunto es que Escrivá había obligado a “sus hijos” a abrazar las prácticas de religiosos sin chistar, pero también sin ellos saberlo.

Quien con más efectividad engaña es aquél que con más efectividad niega.

Por eso creo que Escrivá ha sido un “maestro” del engaño, por su enorme capacidad de negación, la cual le ha permitido defraudar a un sinnúmero de personas, de todo tipo y condición.

¿Por qué el Opus Dei no ha sido intervenido aún por la Santa Sede de manera pública, por ejemplo mediante una visita apostólica?

Por su extraordinaria capacidad de negación. Tanto de negar los cargos, como también de negar su propia esencia fraudulenta frente a los demás, para dar así una imagen impecable. Esa capacidad de negación le permite hacer un daño y al mismo tiempo negarlo, como si jamás hubiera sucedido. Esto es propio de sociópatas.

En este sentido, es interesante observar cómo el Opus Dei fomenta esa “negación de sí mismo” (que puede ser una virtud ascética, a imitación de Cristo) pero para lograr un objetivo diferente: personas con una capacidad de negación tan poderosa que terminan imitando al mismo Escrivá en su capacidad de negar la realidad. De esta manera es que pueden vivir como religiosos sin reconocerlo, hacer daño a otros sin reconocerlo, manipular las conciencias sin reconocerlo, etc. Desde esta perspectiva, el Opus Dei es algo realmente peligroso y espantoso.

La negación de los religiosos es la punta de un iceberg: el de la patología subyacente en Escrivá y todo su Opus Dei.




Hace poco, buscando material para este escrito, leía una de sus frases célebres –celebres por su carácter auto-laudatorio- que si no fuera por lo dramático del asunto, daría para la carcajada: “Dios me llevaba de la mano, calladamente, poco a poco, hasta hacer su castillo: da este paso —parece que decía—, pon esto ahora aquí, quita esto de delante y pon lo allá (…). No he tenido que andar calculando, como jugando al ajedrez; entre otras cosas porque nunca he pretendido averiguar la jugada de otro, para poder dar jaque mate después. Lo que he tenido que hacer es dejarme llevar” (Med. VI, pág. 296). Es un ejemplo de cómo negaba que el Opus Dei fuera producto de una planificación y controles exhaustivos, en todos aquellos aspectos que al Opus Dei le interesa. Es notable cómo los directores viven jugando al ajedrez con los miembros del Opus Dei (sin que éstos lo sepan, claro), y esto es algo que Escrivá mismo les ha enseñado.

Otras veces su capacidad de negación se manifestaba “afirmativamente” en cómo fantaseaba con el horizonte que les esperaba a los miembros célibes: “Así sentiréis la alegría de trabajar eficazmente en servicio de la Iglesia Santa de Dios y de todas las almas, cuando realizáis esa hermosísima labor de dar doctrina, con el ejemplo y con la palabra, con vuestro trabajo profesional, en medio del mundo; en lugares inasequibles y aun prohibidos a los sacerdotes y a los religiosos y, por eso, con gran dolor de la Iglesia, frecuentemente abandonados o sin la suficiente atención” (Med. VI, pág. 133). Panorama que, por supuesto, no se cumplió –salvo excepcionalmente- y cuya factibilidad iría declinando con el tiempo: cada vez más lugares se hacían inasequibles por el abandono de trabajos externos a cambio de trabajos internos o en colegios, etc.

Tal vez con el tiempo suceda lo que teme el actual prelado: que el Opus Dei pase a depender de la Sagrada Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, como decía Gervasio hace unos días.

Pero en ese caso, debe quedar claro que no habrá sido el Papa quien obligara a nadie a ser religioso o consagrado. Fue Escrivá, desde el principio.



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