Qué os escandaliza?

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Señor@s, no he venido a traer la paz, sino la espada. El rejalgar que os profetizaba San Josemaría –lamento decirlo– os lo tenéis bien merecido, ya sea porque pusisteis la mano en el arado y luego habéis vuelto la cara atrás, ya sea porque el que no está conmigo está contra mí, o porque el Reino de los Cielos padece violencia y sólo los esforzados son los que lo arrebatan.

Muy ingenuos habréis de ser si pretendéis que pongamos en duda lo que dijo nuestro Fundador sobre los que no siguen adelante. Si dudáramos de eso ¿por qué no habríamos de dudar de todo lo demás? Si se hubiera equivocado en su profecía –que no se equivocó– ¿no podría haberse equivocado también en sus indicaciones sobre las Normas, sobre la separación entre hombres y mujeres, sobre nuestro modo de hacer apostolado? El que empieza a dudar de una pequeña cosa, y lo consiente, termina dudando hasta de qué pasó el 2 de octubre de 1928. De ahí a la infidelidad hay un paso, así que no pidáis peras al olmo, y contentaos con vuestro rejalgar, que tan mal no os sabrá, porque a todo uno se acostumbra...

Pero no era de eso de lo que quería hablar. Ahora veo que en vuestra página os quita el sueño la validez (y aun la existencia) de las tesis doctorales de San Josemaría, de don Álvaro y hasta del Padre actual. Ya pasó lo mismo con el Marquesado de Peralta, con las fechas de los escritos del Fundador de la Obra y con no sé cuántas cosas más: os habéis empeñado en querer desentrañar la verdad histórica porque parece que no os convence lo que ya han dicho historiadores, biógrafos, la Obra misma a través de medios diversos, y hasta creo que la Iglesia.

Espero no escandalizar a nadie con lo que voy a decir ahora, y si alguien se escandaliza, pues es que tiene que espabilar, que ya es hora. Lo cierto es que nuestro Padre decía que la historia de la Obra debía escribirse de rodillas y, como todo lo que decía, tenía una razón profunda: no se la ha de escribir como se escribe la historia de cualquier institución, en la que lo que se dice debe ajustarse puramente a los hechos documentados, al sentido común, a las hipótesis y pruebas puramente humanas. La historia de la Obra es la historia de las misericordias de Dios. Eso significa que es una historia de origen sobrenatural (el querer expreso de Dios), de transcurso sobrenatural (la gracia obrando en nosotros), y de fin sobrenatural (la salvación de todas las almas). Consecuencia de eso, de que no es una historia puramente humana, sino divina, la ciencia histórica no basta para documentarla como es debido, y es necesario tomarse algunas licencias (llamadlo “santa picardía” si queréis). ¿Que hay que modificar una fecha de un documento? Pues se hace, nadie peca por eso. ¿Que no conviene dar detalles sobre cómo se hicieron unas tesis doctorales? Pues no se los da, y no veo por qué alguien tendría que salir herido.

Ya el pueblo de Israel –que también era elegido, como lo somos los miembros de la Obra– supo usar el mismo criterio, y a nadie le escandalizó. Las redacciones del Pentateuco sobre todo se parecen a un palimpsesto. Los israelitas desarrollaron su saga, la cambiaron, la adornaron, le añadieron cosas, la reinterpretaron y, con el correr de los siglos, hicieron que tuvieran un nuevo significado en las nuevas circunstancias de su tiempo. Hay consenso entre los eruditos en que el relato del Éxodo de Egipto no es histórico. Las narración bíblica refleja las condiciones del siglo VII o VI, cuando se escribieron la mayor parte de esos textos, no las del siglo XIII. El paso del mar Rojo fue en realidad una simple batalla a orillas del río Jordán, no contra los egipcios, sino contra los cananeos, de la que los israelitas salieron bien parados, y que después magnificaron con el tiempo. Lo importante es que los escritores bíblicos no trataban de escribir un relato científico y preciso que pudiera satisfacer a un historiador moderno. Iban en busca del sentido de la vida. Sus relatos eran épicos, sagas nacionales que ayudaban al pueblo a crearse una identidad propia. Israel hizo algo que no había hecho ningún otro pueblo antes: insertó sus relatos épicos (que no eran del todo exactos) en el tronco de su narración histórica, y éstos se fueron integrando a ella. Con el tiempo, se hicieron indistinguibles. Si eso servía para que los israelitas reforzaran su idea de que Dios los había elegido y de que ellos debían serle fiel, cuál era el problema. Si al final, lo que importa es el sentido de la vida –su condición de pueblo elegido–, no la cantidad de metros que tenían las paredes de agua en el mar Rojo cuando Moisés los hizo pasar a pie enjuto.

La Iglesia ha escrito su propia historia con ese mismo criterio (el revisionismo es cosa nueva, y ya veremos en qué acaba), y la Obra, es lógico, se rige por el mismo criterio. A nadie debería espantarle. Los puristas de la historia deberían entender que sus criterios no se aplican al Opus Dei: aquí lo que importa es lo que da sentido a nuestras vidas (que Dios nos eligió para que seamos santos según el espíritu que Él mismo transmitió a Nuestro Padre), y punto. Todo lo demás –fechas de documentos, marquesados, tesis doctorales–, son minucias.

Que Jesús os guarde,

J.J. Irrazábal, 20.02.2008


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