Programa de formación inicial (B-10), Roma, 1985/Apartado III 50

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APARTADO III Charla nº 50

Perseverancia

1. "La fidelidad en el Opus Dei es una virtud absolutamente necesaria, que nos confirma en nuestra misión de corredentores con Cristo. Y debemos tener presente que es una virtud humana: hay quienes no son buenos cristianos, que llevan mala conducta, que se portan mal en casi todos los terrenos, pero no toleran un ataque a su madre, porque la defienden con todas sus fuerzas. Hay gentes que son fieles a la patria, otros a la empresa en que trabajan: y muchas veces no son modelo de otras virtudes.

Yo querría que lleváramos al terreno sobrenatural esa virtud humana de la fidelidad, para ser perseverantes en nuestro servicio a la Iglesia, a las almas, a la Obra, a la vocación. Por eso os pido, hijos míos, que no olvidéis nunca la lealtad humana, que es la base de la fidelidad. De una fidelidad que es felicidad" (De nuestro Padre).

2. ¡Fieles! Tenemos con el Señor un compromiso de Amor, que nos vincula fortísimamente a la Obra. No podemos tolerar que se meta en nosotros una especie de mentalidad -que se va extendiendo en otros- de deslealtad, que nos impida conceder valor a la palabra dada. Dios nos ha llamado de una vez por todas, y nosotros, de una vez para siempre, le hemos dicho que sí. Ese "sí" ya no es nuestro, es del Señor, y es de la Obra. No tenemos derecho a negarlo: sería quebrantar nuestra honradez de hijos de Dios. Por lo demás, nos dice nuestro Padre, después de una larguísima experiencia: "No encontraréis la felicidad fuera de vuestro camino. Si alguien se descaminara, le quedaría un remordimiento tremendo: sería un desgraciado. Hasta esas cosas que dan a la gente una relativa felicidad, se hacen amargas como la hiel, agrias como el vinagre, repugnantes como el rejalgar" (De nuestro Padre).

3. Pero para ser felices, es preciso que nuestra fidelidad a la fe, a la pureza, al camino, sea intangible, firme, virginal, alegre, indiscutida. Y hemos de tener presente que, en esos aspectos de nuestra entrega, no hay detalles sin importancia: "Suelo afirmar que tres son los puntos que nos llenan de contento en la tierra y nos alcanzan la felicidad eterna del Cielo: una fidelidad firme, delicada, alegre e indiscutida a la fe, a la vocación que cada uno ha recibido y a la pureza. El que se quede agarrado a las zarzas del camino -la sensualidad, la soberbia.-, se quedará por su propia voluntad y, si no rectifica, será un desgraciado por haber dado la espalda al Amor de Cristo" (Amigos de Dios, n. 187).

4. La fidelidad -cumplir exactamente lo prometido- requiere la gozosa lucha del enamorado por cumplir cada día mejor sus compromisos. La perseverancia significa progreso espiritual,

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y no inmovilidad. Es una virtud dinámica. Y es cuestión de Amor. "¿Que cuál es el secreto de la perseverancia? El Amor. -Enamórate, y no ‘le’ dejarás" (Camino, n. 999)-

5. El Amor -el nuestro es con mayúscula- es lo que mueve a la voluntad a la entrega; lo que explica que seamos máximamente libres y plenamente rendidos al querer de Dios. Hemos escogido la mejor parte de la libertad: ofreciendo la nuestra, ganamos la de los hijos de Dios. Dios la purifica, la ennoblece y potencia, la diviniza para que siempre podamos hacer el mejor uso de ella: ponerla, por Amor, al servicio de todas las almas. Aunque la puerta, para salir, esté abierta de par en par, no nos iríamos "ni a tiros", porque en Casa tenemos nuestro Amor, nuestro gozo y nuestra eficacia sobrenatural. "¡Bendita perseverancia la del borrico de noria! (...)" (Camino, n. 998).

"Los dones y la vocación de Dios son irrevocables" (Rom 11,29)' Por eso, "el hombre que ha visto clara su vocación, aunque sólo haya sido una vez, aunque ya no vuelva a verla más, debe continuar para siempre, con sentido de fidelidad, sin volver la cara atrás, después de haber puesto la mano en el arado" (De nuestro Padre).

¿Qué hemos de hacer para ser fieles? En primer lugar, cumplir las Normas: "No dejéis de cumplir las Normas con amor. Lo mismo cuando hay sol que cuando hay tormenta, cuando estamos sanos que cuando estamos enfermos, cuando hay motivos de alegría o cuando hay motivos de pena" (De nuestro Padre). Así nos iremos enamorando del Señor y no le dejaremos jamás. "Si las cumplís, tenéis la garantía de perseverar, porque son como la mano de Dios, que -aunque os caigáis- os sujetará paternalmente, para que no os descaminéis" (De nuestro Padre).

Para evitar tentaciones y preocupaciones personales que pondrían en peligro nuestra entrega, el gran remedio es olvidarse de sí mismos, para servir a los demás por Dios.

El proselitismo es el mejor servicio que podemos prestar a los demás; y la mejor "contratuerca" de nuestra vocación son las vocaciones que obtenemos del Señor con nuestra oración y sacrificio. La nuestra es una fidelidad personal proselitista.

El mejor seguro de nuestra perseverancia es la sinceridad. Por eso nos la encarecía tanto nuestro Fundador: "Si sois sinceros, seréis fieles; y vale la pena".

La sinceridad -consecuencia de la humildad- es también premisa de la sencillez -hay que descomplicarse-, y de la docilidad. Siendo siempre dóciles en la dirección espiritual, andaremos muy deprisa en el camino de la santidad. "¡Bendita perseverancia la del borrico de noria! -Siempre al mismo paso. Siempre las mismas vueltas. -Un día y otro: todos igual.

Sin eso, no habría madurez en los frutos, ni lozanía en el huerto, ni tendría aromas el jardín.

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Lleva este pensamiento a tu vida interior" (Camino, n. 998).

Trabajando, como el borrico, con orden y constancia, teniendo ocupado todo el tiempo, seremos contemplativos en medio del mundo; cumpliremos el fin de nuestra vocación; alcanzaremos la gloria eterna de los elegidos fieles. Y si alguna vez tuviése­mos la desgracia de traicionar a nuestro Amor, recordaríamos la enseñanza de nuestro Padre: “A Jesús siempre se va y se vuelve por María” (Camino, n. 495), Madre de Dios y Madre nuestra, Omnipotencia Suplicante, Esperanza nuestra, Reina del Opus Dei.