Programa de formación inicial (B-10), Roma, 1985/Apartado I 8

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APARTADO I Charla nº 8

Preces

Las Preces son una oración unánime, de toda la Obra. Se rezan en latín, con pronunciación romana (todos igual: Numerarios, Agregados y Supernumerarios). Todos hemos puesto una gran ilusión en aprender a rezar las Preces de este modo, también los que son de idioma de raíz distinta a la latina, y cualquiera que sea la cultura personal. Rezamos así, cor unum et anima una y hasta las mismas palabras, actualizando los vínculos sobrenaturales que nos unen, dando una gran fuerza a nuestra oración, a nuestras peticiones.

Percibimos, al rezar las Preces, esa particular Comunión de los Santos que en la Obra es una maravillosa realidad: "La Comunión de los Santos es un dogma de la Iglesia, una realidad maravillosa. Estamos bien unidos. Sentimos fuertemente la filiación divina. ¡Qué alegría! (...) Los miembros de la Obra rezamos cada día unas Preces muy cortas. Pedimos por el Papa, por los Obispos, por el apostolado, por nosotros. Al final imploramos al Señor que nos conceda el gaudium cum pace; ese gozo y esa paz que no pueden compararse con ninguna alegría de la tierra, porque son de un orden superior, un don de Dios, un regalo" (Del Padre, en 1982, p. 471).

Ordinariamente, al decir Serviam!, antes de empezar a rezar las Preces, se besa el suelo. Sin embargo, cuando alguno lo prefiera -una vez puesto de rodillas-, bastará hacer una inclinación muy profunda hasta casi tocar el suelo con la cabeza. Es a un tiempo gesto de humildad y de afanes de plenitud en la entrega al servicio de Dios, de la Iglesia Santa, de nuestros hermanos, de todas las almas sin excepción.

Es preciso que las recemos con pausa y devoción, con mucho amor. A nuestro Padre le dolía enormemente cualquier distracción: "Glorificad continuamente a la Trinidad Beatísima. Siempre me han conmovido esas alabanzas que dirigimos en las Preces a la Santísima Trinidad. El otro día quise rezar atentamente una oración a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo, paladeando las palabras, pero llegué al final sin darme apenas cuenta de lo que decía. Sentí una pena enorme. Tuve ganas de llorar por mi falta de delicadeza y me acordé de aquel crío que rompió en lágrimas, porque se había tomado el dulce que más le gustaba sin darse cuenta. No lloré, pero advertí una vez más que soy muy poca cosa ante Dios, menos que un niño delante de mí (...)" (De nuestro Padre, cn 1973, p. 815; ver Carta del Padre, IX-1975, pp. 84-85).

Las distintas oraciones de las Preces nos servirán muchas veces para mantener la presencia de Dios durante el día, y para la oración personal.

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Charla fraterna o Confidencia

La charla fraterna es una conversación -cordial, sencilla confiada, fraterna- con el Director local u otro miembro de la Obra designado para ello, que tiene por objeto identificar nuestro espíritu con el espíritu del Opus Dei y mejorar nuestras actividades apostólicas.

Es un medio sobrenatural para un fin sobrenatural; sería grave falta reducirla a mero medio humano. A la dirección espiritual "no se va por amistad, ni por motivos personales; sino por motivos sobrenaturales" (De nuestro Padre, Cuadernos 3: Vivir en Cristo, p. 144).

Al hacerla hemos de tener en cuenta que "cualquiera que sea quien recibe la Confidencia, siempre es el mismo Padre vuestro quien la recibe" (De nuestro Padre, n. 244).

Los temas propios de la Charla son: el cumplimiento de las Normas y Costumbres, especialmente de la oración, la mortificación y los exámenes de conciencia; de cuanto se refiera a la fe, a la pureza y a la vocación; "del espíritu de filiación, de fraternidad y de proselitismo; de las preocupaciones, tristezas o alegrías; del amor a la Santa Iglesia y a la Obra; de la petición por el Romano Pontífice y por los Obispos en comunión con la Santa Sede; de la oración y mortificación por el Padre y por todos los miembros de la Obra" (De nuestro Padre, Cuadernos 3: Vivir en Cristo, p. 145).

Se ha de hablar también del desempeño de las labores apostólicas y de las otras tareas encomendadas, especialmente del encargo apostólico; del trabajo profesional y de las relaciones sociales y familiares sólo en su dimensión apostólica y en cuanto influyen en la propia vida interior.

Para hacer bien la charla periódica es preciso prepararla dedicando el tiempo necesario para poder tratar con hondura los temas indicados, de modo que se hagan patentes nuestras disposiciones interiores. Desearla ardientemente y persuadirse de sus ventajas y necesidad.

De este modo, de ordinario, bastan diez o quince minutos para tratar con claridad todos los puntos necesarios: "es preciso hablar con humildad y brevemente" (De nuestro Padre, Cuadernos 3: Vivir en Cristo, p. 148).

"Después de la Charla hay que dar gracias a Dios, grabar en el corazón los consejos recibidos y tratar de ponerlos en práctica" (ibid.), sabiendo que vienen del mismo Jesucristo Señor Nuestro. En la Charla, Dios nos da a conocer los puntos en los que quiere que luchemos durante los días siguientes, y nos da la gracia -abundante- para que esa lucha tenga eficacia sobrenatural. Para hacerla bien no basta no poner obstáculos (por ejemplo, la insinceridad), es preciso de todo punto acudir con disposiciones activas, con deseos eficaces de recibir la ayuda de Dios.

Es muy importante cuidar la puntualidad. Siempre será preferible adelantarla que atrasarla, en caso de dificultad. Tener día y hora fijos.

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9. "¿Vosotros pensáis que las personas que reciben vuestra charla son gente que no comprende? ¡Si están hechos de la misma pasta! ¿A quién le va a extrañar que un vidrio se pueda romper, o que un cacharro de barro necesite lañas? Sed sinceros. Es la cosa que más agradezco en mis hijos, porque así se arregla todo; siempre" (De nuestro Padre, cn IV-1972, p. 10).