Programa de formación inicial (B-10), Roma, 1985/Apartado I 7

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APARTADO I Charla nº 7


Lectura espiritual

Como todas las Normas y Costumbres, ésta ha aparecido en la Obra con la naturalidad con que mana el agua de una fuente, del ansia de santidad de nuestro queridísimo Fundador: "No dejes tu lección espiritual. -La lectura ha hecho muchos santos" (Camino, n. 116). "En la lectura -me escribes- formo el depósito de combustible. -Parece un montón inerte, pero es de allí de donde muchas veces mi memoria saca espontáneamente material, que llena de vida mi oración y enciende mi hacimiento de gracias después de comulgar" (Camino, n. 117). Enriquece nuestras ideas y deja un poso saludable de buena doctrina, estímulo del amor a Dios y a las almas todas.

La lectura espiritual es, pues, una parte importante de la vida de piedad y de la formación; de ahí que deba hacerse con libros cuidadosamente escogidos, y aprobados por los Directores, de modo que constituya con seguridad el alimento que necesita cada alma según sus circunstancias.

Como regla general, el tiempo que empleamos en hacer la lectura del Santo Evangelio y del libro espiritual suma en total un cuarto de hora. No es preciso hacer ambas cosas seguidas.

Para la lectura espiritual se emplean:

  • los libros del Antiguo Testamento, de los Santos Padres y los documentos del Magisterio de la Iglesia;
  • los escritos de nuestro Fundador, que todos hemos de leer y releer muchas veces a lo largo de los años; así como los del Padre;
  • editoriales y artículos doctrinales de Publicaciones internas, siguiendo siempre un orden adecuado;
  • libros clásicos de espiritualidad y otros recientes de bien experimentada utilidad para las almas.

A veces, puede ser útil al leer, buscar algún propósito concreto, para centrar más la atención y llevar a la práctica la doctrina aprendida: no se trata sólo de un medio de información, sino sobre todo de formación de la vida espiritual.


Obediencia

El poder de la obediencia es enorme (cfr. Camino n. 629). Sin embargo, por encima de toda razón de conveniencia, su necesidad no radica en otra cosa que en el plan de salvación trazado por la Sabiduría divina. La obediencia constituye un principio capital de la economía de nuestra Redención: el pecado -raíz de todos los males que aquejan a la humanidad- es desobediencia, y sólo obedeciendo se ataca de raíz el pecado y sus consecuencias. De ahí que nuestro Redentor fuese obediens usque ad mortem, mortem autem crucis (Phi I 2,8); "mi alimento es hacer la voluntad del que "me envió y llevar a cabo su obra" (Ioh 4,34).

Nosotros -llamados a corredimir con Cristo- hemos de imitar cada día más y mejor la vida de Cristo: hacer de nuestra vida un holocausto, obedecer usque ad mortem. "¡Qué bien has entendido la obediencia cuando me has escrito: ‘obedecer siempre es ser mártir sin morir’!" (Camino, n. 622). Pero no nos sentimos "víctimas" -El es la "única" víctima-, porque nos mueve el Amor, y nos lleva la libertad: "Yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para quitarla y tengo poder para recuperarla. Tal es el mandato que he recibido de mi Padre" (Ioh 10,17-18).

"Los Santos Evangelios nos han transmitido otra biografía de Jesús, resumida en tres palabras latinas (…): erat subditus illis (Lc 2,51), obedecía. Hoy que el ambiente está colmado de desobediencia, de murmuración, de desunión, hemos de estimar especialmente la obediencia.

"Soy muy amigo de la libertad, y precisamente por eso quiero tanto esa virtud cristiana. Debemos sentirnos hijos de Dios, y vivir con la ilusión de cumplir la voluntad de nuestro Padre. Realizar las cosas según el querer de Dios, porque nos da la gana, que es la razón más sobrenatural" (Es Cristo que pasa, n. 17). Al amar sobre todas las cosas la amabilísima Voluntad de Dios -infinitamente más amable que la nuestra-, es razonable que nos dé la gana cumplirla con toda fidelidad.

"Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo". ¿Cómo se hace en el cielo la voluntad de Dios? Con la velocidad del pensamiento, con perfecta exactitud.

La obediencia nos inserta en el plan de Dios; da valor divino -inconmensurable- a nuestras acciones humanas más pequeñas, y les confiere eficacia sobrenatural.

Por eso es nuestra alegría y nuestra paz obedecer en todo, en lo que parece grande, y en lo que parece pequeño, "como en manos del artista obedece un instrumento" (Camino, n. 617; vid. nn. 618, 620, 616, 623, 619, 625-627).

Obedecer sabiendo que nos encontramos trabajando en una gran empresa sobrenatural; en "esta nueva arca de la alianza" (De nuestro Padre, citado por el Padre, Discurso en la Universidad de Navarra, 12-VI-1976, p. 30), arca de salvación para millones de almas a través de los siglos, que ha de surcar todos los mares para llenar de Amor todas las naciones. Vale la pena ser militia en nuestra familia sobrenatural. Y cuando cueste, acudir a Nuestro Señor: "Jesús, ¿cómo obedeciste tú? Usque ad mortem, mortem autem crucis (Phil 2,8). Hasta la muerte y muerte de cruz.

Hay que obedecer, cueste lo que cueste; dejando el pellejo. Nunca sucederá esto ordinariamente; pero si llega, no te preocupes: hasta eso llegó Jesús" (De nuestro Padre, Cuadernos 3, p.72).

"Que seáis como esos grandes brillantes que se quedan donde los colocan, sin protestar, sin soberbia" (De nuestro Padre, cn VI-1956, p. 10). "Yo querría que el espíritu de obediencia estuviera metido hasta el último rincón de nuestro ser" (De nuestro Padre, cn V-1962, p. 13).

Ver: De nuestro Padre, voz "Obediencia".