Programa de formación inicial (B-10), Roma, 1985/Apartado I 6

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APARTADO I Charla nº 6

Oración vocal

La naturaleza humana -alma sustancialmente unida al cuerpo- ha de expresar a menudo sus pensamientos y afectos con signos externos, sensibles. La palabra es el gran instrumento del pensar y del querer. Ex abundantia cordis os loquitur (Mt 12,34). Con palabras que salen de la boca, procedentes del corazón, nos dirigimos a Dios, para alabarle, adorarle, desagraviarle, agradecerle y pedirle cuanto necesitamos. Gran importancia tiene la oración litúrgica (cfr. Camino, n. 86); y, siempre, la oración vocal será un estímulo seguro de la piedad, de la devoción, que arrastrará todo nuestro ser hacia Dios.

"'Domine, doce nos orare' -¡Señor, enséñanos a orar! -Y el Señor respondió: cuando os pongáis a orar habéis de decir: 'Pater noster, qui es in coelis' -Padre nuestro, que estás en los cielos. ¡Cómo no hemos de tener en mucho la oración vocal!" (Camino, n. 84).

3. "El sendero, que conduce a la santidad, es sendero de oración; y la oración debe prender poco a poco en el alma, como la pequeña semilla que se convertirá más tarde en árbol frondoso.

"Empezamos con oraciones vocales, que muchos hemos repetido de niños: son frases ardientes y sencillas, enderezadas a Dios y a su Madre, que es Madre nuestra. Todavía, por las mañanas y por las tardes, no un día, habitualmente, renuevo aquel ofrecimiento que me enseñaron mis padres: ¡oh Señora mía, oh Madre mía! (...) ¿No es esto -de alguna manera- un principio de contemplación, demostración evidente de confiado abandono?" (Amigos de Dios, nn. 295-296. Vid. Camino, n. 553).

"Primero una jaculatoria, y luego otra, y otra..., hasta que parece insuficiente ese fervor, porque las palabras resultan pobres! y se deja paso a la intimidad divina, en un mirar a Dios sin descanso y sin cansancio" (Amigos de Dios, n. 296). "En este entramado, en este actuar de la fe cristiana se engarzan, como joyas, las oraciones vocales. Son fórmulas divinas: Padre Nuestro, Dios te salve, María, Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo. Esa corona de alabanzas a Dios y a Nuestra Madre que es el Santo Rosario, y tantas, tantas otras aclamaciones llenas de piedad que nuestros hermanos cristianos han recitado desde el principio" (ibid., n. 248).

"Despacio. -Mira qué dices, quién lo dice y a quién. -Porque ese hablar deprisa, sin lugar para la consideración, es ruido, golpeteo de latas.

"Y te diré con Santa Teresa, que no lo llamo oración, aunque mucho menees los labios" (Camino, n. 85).

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Sin una gracia especial, la limitación humana impide una atención continua y perfecta. Las distracciones, si no son voluntarias, son imperfección, no irreverencia, ni motivo de desánimo (cfr. Cuadernos 4, pp. 41-42). Si luchamos, tampoco indican rutina. Te diré que, si tienes esa preocupación, ya no tienes rutina. ¿Tú eres cariñoso con tu madre? ¿La besas? Muchas veces, casi no te darás cuenta de que la besas; y es un acto de amor, no es rutina. No te preocupes, no dejes tu vida de piedad (...) Supongamos que tocas la guitarra, y que cantas, y que casi no te das cuenta. Te distraes, pero sigues tocando. ¡Es una maravilla! En tu vida espiritual lo mismo. Sigue con la oración vocal y con la oración mental. En la oración vocal hablas con palabras; en la mental, con la cabeza (...) ¡Háblale con palabras tuyas, con espontaneidad! Y sin miedo a la rutina. Estoy seguro de que no tendréis rutina nunca" (De nuestro Padre, Catequesis en América I, pp. 31-32).

Habíamos empezado con plegarias vocales, sencillas encantadoras, que aprendimos en nuestra niñez, y que no nos gusta abandonar nunca. La oración que comenzó con esa ingenuidad pueril, se desarrolla ahora en cauce ancho, manso y seguro, porque sigue el paso de la amistad con Aquel que afirmó: Yo soy el camino" (Amigos de Dios, n. 306).

Pero "no dejéis nunca la oración mental (...) Cuando un alma empieza a pensar que no sabe hacer oración, que lo que nos enseña el Padre es muy difícil, que el Señor no le dice nada, que no le oye, y se le ocurre: pues para estar así, lo dejo todo, y me quedo con las oraciones vocales, tiene una mala tentación" (De nuestro Padre, cn X-1973, p. 30).

El recurso constante a la oración de la estampa para la devoción privada a nuestro Padre.

Filiación a nuestro Padre y al Padre

Una de las más grandes maravillas que Dios ha puesto desde el principio en el Opus Dei es la naturaleza del vínculo que nos une a la Obra y a todos nuestros hermanos: vínculos sobrenaturales, entrañables, más fuertes que los de la sangre, que nos constituyen en auténtica familia; ampliación maravillosa de la Sagrada Familia de Nazaret. San José hacía cabeza, y la Virgen y el Niño obedecían en todo, con veneración y cariño sin límites.

Siempre, en Casa, habrá una cabeza visible: el Padre, partícipe de la espiritual paternidad de nuestro Padre. Y recibirá a lo largo de los siglos, entre las circunstancias cambiantes, la luz del Espíritu Santo, a través de la intercesión de nuestro Fundador, para gobernar la Obra con plena fidelidad al querer de Dios.

¿Como conjugar la filiación a Dios, a la Virgen, a San José, a nuestro Padre y al Padre? "Es todo una sola cosa, hijo mío. La Santísima Virgen es Hija, Madre y Esposa de Dios. Si tratas a Dios Padre, tratas a Santa María, su Hija predilecta; si tratas a Dios Hijo, tratas también a su Madre; si tratas al Espíritu Santo, necesariamente tratas a su Esposa inmaculada. No es posible separar a la Virgen de Dios.

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"¿Y cómo vamos a desunir a San José de Santa María? ¡No podemos! ¿Y a Jesús de su padre putativo? ¡Tampoco! Y nuestro Padre Nuestro Fundador es un eslabón absolutamente necesario en esta cadena sobrenatural de la Obra: es el primero, bien anclado a la Santísima Trinidad. Si no estuviéramos muy unidos a nuestro Padre, nos vendríamos inmediatamente abajo. Además, sigue viviendo ahora en mí, que soy su sucesor. A pesar de ser un pobre hombre, mientras esté aquí abajo soy también un eslabón necesario para vosotros. Ya podéis rezar por mí, para que no me resquebraje ni me rompa, para que siempre sea un eslabón fuerte y bueno, bien unido a nuestro Padre" (Del Padre, cn III-1980, pp. 73-74). "¿Lo ves? No puedes separar una cosa de otra: sería un verdadero desastre. Por lo tanto, a apretar fuerte. Si te diriges a la Santísima Virgen, terminarás pidiendo por este pecador; y si empiezas rezando por mí, acabarás alabando a la Trinidad Beatísima" (ibid.).

Tenemos el gozoso deber filial de no ser remisos, sino muy generosos (siempre cabrá serlo más) en la oración y mortificación por la persona e intenciones del Padre. Hemos de pedir siempre lo que pida el Padre, muy unidos a su Misa.

Da la medida del buen espíritu el interés por oír -o leer- su palabra, ponderándola amorosamente en el corazón, con firme propósito de hacerla carne de nuestra carne.

Las cartas al Padre, otra manifestación de la filiación bien sentida.