Programa de formación inicial (B-10), Roma, 1985/Apartado I 14

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APARTADO I Charla nº 14

Mortificación corporal

"Paradoja: para Vivir hay que morir" (Camino, n. 187). Para darnos Vida, murió Dios en la Cruz. Por su parte, todo está cumplido (Ion 19,30). Ahora falta "lo que resta a la Pasión de Cristo" (Col 1,24): que cada uno de nosotros tomemos nuestra cruz de cada día y sigamos al Señor (cfr. Mt 16,24); "morir" como el grano de trigo, para dar abundante fruto (cfr. Camino, n. 199). "Si vivís según la carne, moriréis; si con el espíritu mortificáis las obras de la carne viviréis" (Rom 8,13).

"Di a tu cuerpo: prefiero tener un esclavo a serlo tuyo" (Camino, n. 214). "¡Cadenas de Jesús! Cadenas, que voluntariamente se dejo El poner, atadme, hacedme sufrir con mi Señor, para que este cuerpo de muerte se humille. Porque -no hay término medio- o le aniquilo o me envilece. Más vale ser esclavo de mi Dios que esclavo de mi carne" (Via Crucis, I, n. 2).

La mortificación corporal -oración del cuerpo- es necesaria para el que quiere seguir a Cristo, hasta la santidad. En la víspera de las Bodas de Oro de la Sección femenina, el Padre decía que "no podemos transigir en lo que se refiere a la penitencia, porque, además, no hay absolutamente ningún santo -confesor o virgen: mártires, sí- canonizado que no haya utilizado voluntariamente los medios cristianos de mortificación corporal (...) Hijos míos, vamos a concretar el agradecimiento que constantemente hemos de elevar al Señor, abrazándonos a la Cruz: es la verdadera señal de que le amamos sinceramente (...) Es la víspera de una gran fiesta y estoy venga a hablar del cilicio, de las disciplinas. Pues sí: ¡duro duro!, porque nuestra vida es de acción de gracias, pero también de reparación (...) Vamos a dar gracias y a reparar durante la vida entera, porque solamente así sale la Obra: con oración, con mortificación, con penitencia, y con la alegría de los hijos de Dios; esa alegría que ahora veo en vuestras caras" (Del Padre, cn 1980, pp. 174-176).

La mortificación corporal tiene manifestaciones distintas según se trate de Numerarios, Agregados o Supernumerarios.

Los Numerarios usan dos horas diarias el cilicio; las disciplinas semanalmente, por el tiempo que dure una oración vocal, como el Padrenuestro, el Credo, el salmo Miserere, o cualquier otra según la devoción de cada uno; y un día a la semana duermen en el suelo (o sin almohada). Se excluyen los días de fiesta litúrgica o de Casa.

Los Agregados han de concretar, en cada caso, con sus Directores, si pueden hacer las indicadas para los Numerarios o deben conmutarlas por otras.

c) El plan de vida de los Supernumerarios no incluye esas mortificaciones. En su lugar, y de acuerdo con el Director, deben practicar también alguna mortificación corporal fija y discreta: rezar de rodillas unos misterios del Rosario; no apoyarse algún rato en el respaldo de la silla; si tiene sed, esperar unos minutos para beber agua, etc.

5. El Director es quien debe moderar la mortificación corporal; "pero moderarlas no quiere decir siempre disminuirlas, sino también aumentarlas si lo cree conveniente" (De nuestro Padre, cn II-1962, p. 13).

Otras Costumbres

Las Costumbres, como las Normas del plan de vida, han brotado con sobrenatural naturalidad de la vida interior de nuestro Padre, siempre dócil a las mociones del Espíritu Santo. Expresan de modo práctico, y nutren, la vida interior, según el espíritu que Dios ha querido para sus hijos en el Opus Dei. Nos obligan de la misma manera que las Normas, y nos confieren una peculiar fisonomía espiritual.

Entre las Costumbres se hallan algunas que se refieren a la que, en rigor, debe ser nuestra primera devoción: el misterio inefable de la Santísima Trinidad, principio y fin de toda nuestra vida. Somos llamados a participar cada día más en su Vida íntima, Sabiduría y Amor infinitos. "El corazón necesita (...) distinguir y adorar a cada una de las Personas divinas. De algún modo es un descubrimiento, el que realiza el alma en la vida sobrenatural, como los de una criaturica que va abriendo los ojos a la existencia. Y se entretiene amorosamente con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo; y se somete fácilmente a la actividad del Paráclito vivificador, que se nos entrega sin merecerlo: ¡los dones y las virtudes sobrenaturales!" (Amigos de Dios, n. 306).

Tratando asiduamente a Dios Padre, vamos ahondando en el sentido de la filiación divina, ganamos en infancia espiritual. Tratando a Dios Hijo avanzamos hacia la reciedumbre y madurez de la edad perfecta de Cristo (cfr. Eph 4,13-14). Tratando al Espíritu Santo -el Amor de Dios en Persona- nos enamoramos cada vez más de la Trinidad Beatísima, hasta la locura de amor que convierte nuestra vida entera en un canto interrumpido: ¡Gloria al Padre, Gloria al Hijo, Gloria al Espíritu Santo!

Para confirmarnos y alentarnos en ese maravilloso camino -que recorremos de la mano de la Santísima Virgen y de San José, con nuestro Padre y los Santos Ángeles-, los terceros domingos de cada mes, rezamos el Símbolo Quicumque y lo meditamos en nuestra oración. También, en el triduo de la Solemnidad de la Santísima Trinidad, en nuestros Centros, rezamos el Trisagio Angélico.

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Los martes, con el rezo y meditación del Salmo II, recordamos la filiación divina en Cristo Jesús y nos llenamos de seguridad al sabernos al servicio de su realeza.

Los jueves, el Adoro te devote nos enciende en la fe, en la esperanza, y en el amor a la Sagrada Eucaristía.

Hay otras Costumbres que configuran la vida ascética en el modo que Dios ha querido para los miembros del Opus Deis poco a poco irán conociéndolas y viviéndolas todas.