Programa de formación inicial (B-10), Roma, 1985/Apartado III 19

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APARTADO III Charla nº 19

Corrección fraterna

"Tenemos este mandato de Dios: que el que ama a Dios, ame también a su hermano" (Ioh 4,21). Y nuestro Padre no se cansaba de advertirnos que "querer, en la Obra, es ayudarnos a ser santos. Os quiero con locura -repetía- pero os quiero santos". Esto es caridad de veras: procurar el mejor bien de los que amamos. Les ayudamos a ser santos con la oración, la mortificación, el buen ejemplo y la corrección fraterna, que está incluida en el precepto de la caridad: "si tu hermano peca, anda y corrígele a solas. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano" (Mt 18,15).

Estamos en este redil de Jesucristo, que es la Obra, para ser santos. Y todos somos al mismo tiempo oveja, que se deja formar dócilmente, y pastor, que ayuda en la formación de los demás. "El Buen Pastor da su vida por sus ovejas" (Ioh 10, 11). La corrección fraterna es dar a nuestros hermanos luz clara para ayudarles a ser santos.

3. La corrección fraterna no es algo que puede hacerse o dejarse de hacer: es una obligación de amor, de caridad, de la que nadie puede sustraerse pensando en su inexperiencia, en su escasa edad o en los pocos años que lleve en la Obra. Es obligación de todos. "¿No te importan las heridas de tu hermano? -dice San Agustín-. Le ves perecer o que ha perecido, ¿y te encoges de hombros? Peor eres tú callando que él faltando" (Sermo 82, 7).

4. Además de ser un compromiso de amor, la corrección fraterna es obligación de justicia, pues si la falta de una persona es perjudicial para el que la comete, repercute también en otros, a los que puede hacer daño o desedificar; en este caso, corregir al que falto es un deber de justicia que viene exigido por el bien común: por el bien no sólo de aquel hermano nuestro, sino también por el bien de toda la Obra, que ha de mantener en todas partes y en todos los tiempos la identidad del buen espíritu. "Cuando hacéis la corrección fraterna, además de vivir la caridad con vuestros hermanos, estáis amando a la Obra, porque la santificáis" (De nuestro Padre).

5- "La primera manifestación del proselitismo es que os ayudéis entre vosotros a perseverar y a ser santos" (De nuestro Padre). Y una muestra importantísima de ese cariño sobrenatural y humano es esa "advertencia, llena de delicadeza y de sentido sobrenatural, con que se procura apartar, a un miembro de la Obra, de algún hábito ajeno a nuestro espíritu" (De nuestro Padre). Sin el empeño por la santidad de los que están ya en la barca, vanos serían los esfuerzos por atraer a otros peces; vanos y muy equivocados...

6. La práctica de la corrección fraterna es fuente de santidad personal, en quien la hace y en quien la recibe, en

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cuanto supone el ejercicio de muchas virtudes: la caridad, la humildad, la prudencia; mejora la formación humana, nos hace más corteses y educados; ayuda a quitar obstáculos en el apostolado; facilita el trato mutuo, haciéndolo más sobrenatural y, a la vez, más agradable en el aspecto humano; encauza el posible espíritu crítico, que lleva a juzgar -seguramente sin malicia, pero con sentido poco cristiano- el comportamiento de los demás; impide las murmuraciones y bromas sobre defectos de nuestros hermanos; fortalece la unidad de la Obra y contribuye a dar mayor eficacia a todas sus labores; garantiza la pureza de nuestro espíritu; nos hace sentirnos seguros y protegidos.

"¡Bendita corrección fraterna! ¡Cuánto contribuye a hacer amable y alegre el camino de la santidad, saber que nos quieren; que rezan por nosotros; que nos dicen las cosas noblemente, a la cara, para ayudarnos; que sufren si sufrimos! La corrección fraterna, además, es una necesidad. Es medicina maravillosa y tiene una razón de ser sobrenatural: que cada uno no puede conocerse bien a sí mismo, y precisa de la ayuda de los demás. La corrección fraterna es un buen remedió para nuestra flaqueza: un remedio eficaz, divino y humano. Y es una de las mejores manifestaciones de la caridad con nuestros hermanos y con la Obra" (De nuestro Padre).

Al hacer la corrección fraterna hemos de llenarnos de humildad (cualquier falta ajena puede ser también nuestra) y de sentido sobrenatural (en los modos y en las razones). Hacerla con delicadeza y fortaleza; a solas, sin comentarios ni bromas, con claridad y cariño, sin humillar. Y recibirla también con humildad: sin excusarse ni justificarse, y con alegría y gratitud; dando, con sencillez y una sonrisa, las gracias.

9. La prudencia exige que, antes de hacer la corrección fraterna, examinemos el motivo en la presencia de Dios, y sin dejarnos guiar por una apreciación hecha a la ligera; y consultar al Director que, por la gracia de su cargo, puede ayudarnos a discernir con objetividad. La consulta en modo alguno es delación, sino manifestación de caridad y de prudencia, pues evita, además, agobiar a una persona con múltiples advertencias sobre la misma materia.

La negligencia en la corrección fraterna –excusándose con falsas razones para no ejercitarla- denotaría desinterés por la santidad de nuestros hermanos y de la Obra, es decir, tibieza. Si la vivimos con diligencia, en cambio, estamos siendo leales -interior y exteriormente- con la Obra y con nuestros hermanos: jamás caeremos en la murmuración.

Los Directores necesitan esa ayuda, como los demás y más que los demás.

Constituyen materia de la corrección fraterna los hábitos que se oponen a nuestro espíritu y a las Normas y Costumbres; aspectos de comportamiento social, profesional, etc., que desdigan del tono propio de la Obra o quiten eficacia a la labor apostólica; y, a veces, hechos aislados que revistan una cierta gravedad.