Opus Dei y Concilio Vaticano II
Por Josef Knecht, 8.07.2011
El fundador de la Obra, Josemaría Escrivá, no vio con buenos ojos las enseñanzas del Concilio Vaticano II (1962-1965). Él era amigo personal de cardenales de la curia romana, como Ottaviani, opuestos a las novedades y propuestas reformistas del Concilio. Tras la celebración de esa asamblea conciliar, monseñor Escrivá intensificó su devoción por el papa san Pío X, el cual había condenado los errores del modernismo, siendo así que Escrivá veía en las aportaciones del Concilio errores modernistas. El “índice de libros prohibidos” que Escrivá impuso a los miembros del Opus después del Concilio iba en esa dirección: mientras el papa Pablo VI suprimía de la Iglesia el “índice”, Escrivá lo imponía a los suyos. Además, se negó a celebrar la eucaristía de acuerdo al nuevo misal de Pablo VI; seguía celebrándola según el rito tridentino, pues desconfiaba de la ortodoxia de la reforma litúrgica. Su postura ante el Vaticano II fue próxima a la de monseñor Marcel Lefebvre (1905-1991), aunque Escrivá nunca llegó al cisma, a diferencia del arzobispo Lefebvre y sus seguidores (Fraternidad Sacerdotal San Pío X).
Respecto a la devoción de Escrivá por el papa antimodernista san Pío X, conviene no olvidar que, en los últimos años de su vida, Escrivá coleccionó muchas “reliquias” de ese santo papa, habiéndolas adquirido de sus herederos: muebles, ropa, vajillas y otros objetos que el santo había usado a lo largo de su vida. Esas reliquias se encuentran guardadas en la “casa del fiume” o “casa del Padre” ubicada en los terrenos de Cavabianca o sede del Colegio Romano de la Santa Cruz. Si mi memoria no me falla, creo recordar que la cama en la que duerme el Padre cuando pasa temporadas en la “casa del fiume”, es la misma, debidamente arreglada, que utilizó Giuseppe Sarto (este es el nombre de pila de san Pío X) en algún momento de su vida (1835-1914); supongo que el colchón actual de esa cama no será del siglo XIX, pues un cierto aggiornamento se impone por necesidad. Además, en el vestíbulo del oratorio principal de Cavabianca se halla una estatua marmórea de san Pío X, cuyo pie es piadosamente besado por los alumnos del Colegio Romano (o Seminario Internacional de la prelatura personal) antes de entrar al oratorio para los actos litúrgicos. Es decir, Escrivá no sintonizó con Pablo VI (1963-1978), pero sí con Pío X (1903-1914).
Tras el fallecimiento de monseñor Escrivá (1975), su sucesor al frente del Opus, Álvaro del Portillo, moderó esa tendencia a rechazar las novedades conciliares y así logró que el Vaticano no asemejara el Opus Dei a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X fundada por Lefebvre. Del Portillo tenía una visión de la política eclesiástica un poco más amplia que Escrivá y consiguió crear una imagen del Opus que agradara al papa Juan Pablo II, apartándose por completo de las estridencias y del enfado histérico propios de un cismático e integrándose bien en los entramados del Vaticano. La erección del Opus Dei como prelatura personal (noviembre de 1982) puso de manifiesto que las relaciones entre el Vaticano y el Opus eran excelentes: ya no había motivo para enfadarse con el papa ni con la curia romana; ya podían los dos ir de la mano.
Después de la celebración del concilio Vaticano II (1962-1965), surgieron dos tendencias entre los teólogos católicos, bastante diferenciadas, acerca de cómo interpretar y aplicar las enseñanzas conciliares. La tendencia progresista fundó la revista teológica denominada Concilium, fundada en 1965 por Congar, Küng, Rahner, Schillebeeckx y otros, y la moderada se agrupó en torno a una nueva revista que llevaba –y lleva– el nombre de Communio, fundada en 1972 por Ratzinger, von Balthasar, de Lubac y otros. Estas dos interpretaciones del Vaticano II aún siguen hoy en día disputando entre sí. Durante los pontificados de Juan Pablo II (1978-2005) y de Benedicto XVI, los teólogos seguidores de Communio cuentan con todo el apoyo de la curia romana: sus ideas teológicas se recogen en los documentos oficiales de los papas (encíclicas, exhortaciones apostólicas, homilías, discursos, etc.); en cambio, muchas ideas de los agrupados en torno a Concilium, como es el caso de los teólogos de la liberación o Hans Küng o la Asociación de Teólogos Juan XXIII, son vistas como heterodoxas por la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe.
Una de las aportaciones de Álvaro del Portillo como prelado del Opus Dei fue ampliar el horizonte teológico de los sacerdotes e intelectuales de la prelatura orientándolos hacia la corriente cristalizada en torno a Communio. En los años en que Alberto Moncada perteneció al Opus, el nivel teológico de los sacerdotes del entonces instituto secular era muy bajo y estaba próximo al tradicionalismo integrista del catolicismo más rancio (de ahí, por ejemplo, que Raimundo Panikkar estuviera en el Opus como un pulpo en un garaje y acabara desvinculándose del instituto secular). Años después, Álvaro del Portillo lograría elevar la altura teológica de los curas del Opus reforzando la formación intelectual de los profesores de las Facultades eclesiásticas de la Universidad de Navarra (Pamplona) y creando la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma). Muchos de los profesores más jóvenes se han formado en universidades europeas y norteamericanas y no destilan ante los monseñores de la curia vaticana aromas de integrismo; al contrario, se presentan como bien integrados en la tendencia moderada de Communio, y de hecho los profesores residentes en Roma prestan servicios a diferentes dicasterios del Vaticano.
Se podría objetar que esa inteligente maniobra de Álvaro del Portillo no fue más que una treta para medrar en el Vaticano en orden a intensificar la capacidad de influencia del Opus en la curia romana. Pienso que se trata de eso; en el fondo a los directores del Opus Dei la teología les importa un bledo (excepto para defender los propios intereses institucionales: carisma de santificación del trabajo en medio del mundo, autonomía del laicado, prelatura personal, etc.), pero comprenden que, para insertarse en las estructuras del Vaticano y en las de las diócesis territoriales donde la prelatura actúa, necesitan sacerdotes de la prelatura que estén al mismo nivel teológico y cultural que los demás clérigos de esas curias. Es una estrategia que aminora en su imagen externa el régimen integrista que en realidad predomina en la vida interna del Opus y en la mentalidad de sus dirigentes; sin ir más lejos, Javier Echevarría, actual prelado del Opus Dei, mantiene su más estricta fidelidad a la estrechez mental de Escrivá y pasa olímpicamente de la revista Communio: ¿la habrá leído alguna vez? También dudo de que Fernando Ocáriz, Vicario General de la prelatura, sintonice de veras con el pensamiento teológico de Joseph Ratzinger; así lo expuse en una nota del 22.10.2010.
En el libro Breve historia del Concilio Vaticano II (1959-1965), ed. Sígueme, Salamanca 2005, el historiador Giuseppe Alberigo acentúa en su relato los combates ideológicos que durante esos años disputaron obispos y cardenales en torno a las propuestas reformistas del Concilio. El Vaticano II se propuso suprimir de la Iglesia Católica la tendencia al integrismo, pero por desgracia éste sigue todavía muy vivo en las mentes de muchos obispos que actualmente gobiernan la Iglesia. A fecha de hoy, aún está pendiente de aplicarse bien el Concilio Vaticano II. Incluso la corriente teológica capitaneada por Communio se escora poco a poco hacia una actitud cada vez más fundamentalista y preconcilar.
En la página web opuslibros se ha debatido mucho sobre las relaciones entre Vaticano II y Opus Dei. Convendría que Alberto consultara algunos de esos escritos, como, entre otros, los de Ana Azanza del 11.01.2010 y del 18.01.2010. Igualmente, el libro de Isabel de Armas sobre monseñor Escrivá y el padre Arrupe puede serle de gran ayuda.