Nota sobre el nacional Catolicismo y el Opus Dei

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Por Jacinto Choza, 29 de enero de 2007


Después de las observaciones que habéis hecho algunos a mis ultimas comunicaciones, he estado conversando sobre el Nacional Catolicismo con Juan María Sánchez Prieto, profesor de Historia contemporánea de la Universidad Pública de Navarra, y buen conocedor de nuestra institución por experiencia directa y prolongada.

Yo no soy historiador, no puedo hablar de la historia del franquismo y de la historia de la obra en España sin confrontar mis recuerdos con alguien que tenga conocimiento de ambos temas por estudio de ellos. Por otra parte, la historia del franquismo y de la obra en España suscita un interés y unas cuestiones que yo no tengo competencia para resolver pero que son de gran importancia para la comprensión de nuestro pasado reciente.

Confrontando lo que yo recuerdo con lo que Juan María sabe puedo redactar esta nota, con el ánimo de señalar un tema que otros más competentes que yo podrán desarrollar dado su interés para muchos.

En líneas generales, y en términos esquemáticos, puede decirse que el fascismo español corresponde a la obra de José Antonio Primo de Rivera y a la Falange Española. Franco inicialmente, y nada más ganar la guerra, asumió la posición del fascismo por su afinidad con el fascismo europeo y por haber recogido la herencia de José Antonio. Serrano Suñer, cuñado de Franco, asumió esas mismas posiciones por convicción y por solidaridad con Franco. Después de 1945, cuando los aliados ganaron la guerra, Franco se distanció del fascismo y se centró en lo que era su propia tradición cultural ideológica, y así surgió lo que puede llamarse nacional catolicismo. Consistía en replegarse sobre los ideales del imperio español de los austrias y en fantasear desde ahí una grandeza española a nivel universal. En eso Franco y Escrivá coincidieron casi al 100%, a partir del final de la guerra mundial, aunque desembocaron en esa posición por distintos caminos...

Se puede decir que el nacional catolicismo estuvo posibilitado, en último termino, por las decisiones de los presidentes norteamericanos de proteger a Franco. Cuando empezó la guerra civil española, y a pesar del apoyo de las brigadas internacionales al bando republicano, la Texaco le ofreció Franco todo el petróleo que necesitara. Franco dijo que no podría pagárselo, pero la Texaco contestó que no se preocupara, que ya pagaría cuando pudiese. Durante toda la guerra civil, el presidente americano fue Roosvelt, un demócrata que en modo alguno puede considerarse ajeno a la oferta de la Texaco. Esta información la recibí directamente de Gonzalo Redondo, mientras redactaba los dos tomos de La Iglesia en el mundo contemporáneo, Eunsa, Pamplona, 1979.

Después de la derrota del fascismo, en el tratado de Yalta y en el de Postdam de 1945, Roosvelt primero, y tras su muerte en ese mismo año, su sucesor Truman, se opusieron a la idea propuesta por los otros dos jefes de gobierno (Stalin y Churchil), de promover la caída de Franco en España y de instaurar en su lugar un régimen democrático.

Truman, el promotor del plan Marshal, de la guerra fría y de la caza de brujas, consideraba más seguro para hacer frente al imperialismo soviético, un régimen como el de Franco, que un régimen democrático como el de Italia o Francia, que daba mucho más margen de maniobra a los partidos comunistas.

Amparado por ese paraguas norteamericano, el nacional catolicismo se desarrolló en España según la nueva línea abierta por Franco, que podía considerarse a sí mismo como el guardíán de “la reserva espiritual de occidente”. Así pues Franco, que en un principio era probablemente monárquico tradicionalista, y que asumió el papel del fascismo hasta el fin de la segunda guerra, a partir de 1945 prescinde de Serrano Suñer y toma como primer ministro de confianza a Carrero Blanco, hombre también de espíritu tradicionalista, de religiosidad ferviente y que desarrolla los ideales del nacional catolicismo en perfecta sintonía con el jefe del estado.

A partir de los años 60 es cuando el nacional catolicismo de Franco converge con el de Escrivá. Entonces es cuando Carrero Blanco da entrada en sus gobiernos a los tecnócratas, los hombres del Opus Dei (López Rodó, López Bravo y sus equipos), que mantienen y desarrollan ese ideal del nacional catolicismo a partir de su elaboración de la historia de la guerra civil española y de su formación religiosa en el Opus Dei.

A mediados de los 50, otro numerario, Calvo Serer, que provenía también de la tradición monárquica, adopta una posición liberal democrática, después de un viaje a Estados Unidos que le produce un gran impacto. Por eso no sintonizó con el grupo de los tecnócratas. A partir de entonces Calvo Serer y Antonio Fontán crean el diario Madrid y abren la línea liberal. Por eso Escrivá podía decir que en el Opus Dei había pluralismo político y libertad política. No obstante, el grueso del Opus Dei en España, adoptó como línea de pensamiento dominante, la de los tecnócratas, y no la de los liberales. Y ese es el motivo de que la actuación de Calvo Serer, primero en su sintonía con el “contubernio de Munich” a comienzo de los sesenta, y luego en su participación en la constitución de la plataforma democrática en París, a comienzo de los 70, fuera visto desde dentro del Opus Dei como una actuación improcedente y achacable a veleidades de anciano, como conté en el escrito sobre Ideologías y sectas.

Esta doble dirección que se abre para la Obra, la del nacional catolicismo y la del liberalismo democrático, puede apreciarse en la trayectoria de dos historiadores, numerarios del Opus Dei, que trabajaron en esas dos líneas diferentes. Vicente Cacho y Gonzalo Redondo. Ambos fueron iniciados en la historia y orientados a sus investigaciones respectivas por Florentino Pérez Embid. Pérez Embid era un hombre del régimen, que no pertenecía inicialmente ni al grupo de los tecnócratas ni al de los liberales. El le sugirió a Vicente Cacho que hiciera su tesis sobre la “Institución Libre de Enseñanza” y a Gonzalo Redondo que hiciera la suya sobre “Las empresas políticas de Ortega y Gasset”, y, de un modo u otro, ejerció como director de ambas tesis doctorales.

Vicente Cacho hizo un gran trabajo como historiador y se identificó cada vez más con el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza, la Residencia de Estudiantes y los liberales, y vivió en ese ambiente en Madrid hasta su muerte en 1997.

Gonzalo Redondo también hizo un gran trabajo como historiador, se identificó cada vez más con el nacional catolicismo y trabajó su elaboración por parte del Opus Dei. Se ordenó sacerdote y desempeñó su tarea docente e investigadora en la Universidad de Navarra hasta su muerte en 2006.

El nacional catolicismo del Opus Dei se diferenciaba del de Franco en que no estaba implícitamente referido al despliegue de la política española, y se parecía al de Franco en que sí estaba referido al despliegue de la cultura española y especialmente al de la espiritualidad y los apostolados del Opus Dei. Por eso la Universidad de Navarra podía y de algún modo puede considerarse el buque insignia de ese nacional catolicismo.

Buena parte de los académicos que crearon la Universidad de Navarra y la desarrollaron compartían la idea de que el Opus Dei era, por una parte, la salvación de España, la institución y el espíritu que podía devolver a España su antigua grandeza, de lo cual empezaba a vislumbrarse las primicias en la tarea de los tecnócratas, y por otra parte, la salvación de la Iglesia, lo cual podía percibirse también en el modo en que se “refugiaban” en la Obra los fieles que padecían el escándalo del Vaticano II y sufrían daños en su fe.

Cuando yo llegué a Roma en septiembre de 1965, y luego a Pamplona, a la Universidad de Navarra, en octubre de 1967, viví muy claramente la convicción de que la Obra era la salvación de la Iglesia por una parte, y, por otra, la salvación de España. La certeza de que “sin la Obra y sin la gente de la Obra España era un país abocado al desastre completo”, estaba viva en Juan Jiménez Vargas, catedrático de Fisiología, y que por entonces era el numerario más antiguo del Opus Dei, y lo estaba igualmente en Gonzalo, en Leonardo Polo y probablemente en Alejandro Llano, que se incorporó a la Universidad de Navarra a mediados de los 70. En concreto Alejandro estaba convencido que mi disidencia respecto de las directrices y el espíritu de la Obra y de la Universidad provenían en buena medida de mi estancia en Estados Unidos entre 1979 y 1980 (como si se hubiera repetido en mi, salvando las distancias, la experiencia de Calvo Serer), y que los numerarios que se apartaban del camino de los primeros perdían el espíritu. Por eso emprendió la tarea de poner fuera de la universidad a todos los ayudantes y profesores jóvenes que habían trabajado conmigo y en quienes percibía una particular sintonía con mi modo de ser y de pensar. Tenía que mantener limpia la Universidad de Navarra porque era el buque insignia de ese nacional catolicismo.

Desde este punto de vista, se entiende mejor el éxito del Opus Dei en España durante los años 60 e incluso durante los 70, y que sus miembros, especialmente los directores, se sintieran legitimados para exigir sacrificios extraordinarios a todos cuantos se integraban en la institución.

Estas aclaraciones levantarán todavía más cuestiones, pero confío en que los historiadores profesionales (entre los cuales hay muchos y del máximo calibre nacional que han pertenecido a la Obra) acudan a un diálogo más esclarecedor sobre la historia del nacional catolicismo.



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