Niña de San Rafael

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Por Mencía, 16 de Mayo de 2007


Queridos lectores,

Yo estudié en Fomento. He sido niña de San Rafael durante un tiempo.

Lo que peor llevaba era el fundamentalismo con el que hablaban en clase. Daba igual historia, filosofía o lengua. Recuerdo las clases de historia en las que sólo los tecnócratas (López Rodó y sus amigos) habían hecho todo por la España de la que disfrutamos hoy; también los filósofos prohibidos y teorías de “mala gente” (pobres, Dios no les dio la oportunidad de conocerle) y para que hablar de muchos escritores que eran gente descreída y alejada de Dios. Yo me movía en una familia totalmente diferente a este tipo de teorías… Gente abierta y descomplicada que cree que todos tienen algo que aportar al mundo. Imaginaros el “cacao mental” que llegaba a tener en la cabeza.

Eso hizo que con 18 años, en vez de pensar en pájaros y flores, tuviera un sin fin de dudas existenciales, que me obsesionara todo lo religioso y que me alejara mucho de la gente de mi edad, de mis amigos y de mis compañeros de facultad. No me arrepiento para nada de haber querido saber tanto de este tema, porque eso me ha forjado, y me ha hecho una persona tolerante y respetuosa con los demás y sus ideas.

Esta sensación, me hizo acercarme y alejarme del Opus Dei en múltiples ocasiones. Sé que para muchas numerarias yo he sido un “estorbo”, una mala influencia... El único estorbo en la sociedad es la gente que se empeña en dirigir la vida de los demás. La mentira y la manipulación es igual de mala la hagan unos o la hagan otros. A los ojos de Dios y de cualquier persona cuerda, lo malo es malo y lo bueno es bueno, lo haga quien lo haga. Para otras he sido un reto o una “rebelde”. Para mi han sido una “pesadilla”. Siempre intentando que no me alejara del todo. Utilizando la amistad que me unía con alguna, para volver. (No soporto la idea de haber creído amiga a alguien que sólo estaba interesada en meterme en su saco).

Nunca ví a Dios detrás de las cosas. Yo me esforzaba todo lo que podía. Me empeñaba en hacer las cosas lo mejor que podía. Recuerdo como la numeraria con quien debía hablar (a día de hoy sigo sin entender por qué tenía que hablar con ella si yo no la conozco de nada) me decía: “tienes miedo a seguir a Jesucristo. porque tú sabes que sólo Él puede darte la felicidad”. Yo pensaba en lo feliz que era con mis amigos, escuchando música y en otros quehaceres y lo infeliz y agobiada que me sentía encerrada entre cuatro paredes en el club y luego en el Centro de Estudios. Lo insoportables que se me hacían muchas numerarias, las malas caras que les he puesto a muchas (y que las seguiré poniendo) y lo aburrido de muchos planes. Yo no soy como ellas, a mi rezar el Rosario al aire libre, irme a comer chorizo o bañarme con traje de neopreno (porque los bikinis incitan al pecado, pese a que todas somos mujeres, entonces incitarán al lesbianismo porque si no no lo entiendo), me divierten un rato, pero vamos que no es mi plan soñado. Sobretodo porque yo también tengo amigos en otros sitios, aunque no piensen que San José María es lo mejor que le ha pasado a la humanidad, también son gente con la que se divierte uno. No soporto las malas caras, ni las insistencias… así que muchas veces he tenido que decir sí, queriendo decir no. Cuando lo haces con tanta frecuencia como yo lo he hecho, empiezas a no distinguir cuando estás haciendo lo que te apetece y cuando haces lo que los demás te dicen que hagas.

En el colegio nos insistían mucho en el sacramento de la confesión. Durante años me he confesado con el mismo sacerdote, él sabe todo de mi, esos pequeños secretos que todos tenemos. Lo que me llama la atención es que cuando hablo con alguna numeraria (me han cambiado varias veces de pastora) sabe perfectamente cómo soy. Sabe todo de mi. Mi pasado, mis miedos, sabe casi hasta el orden de los pecados. No entiendo cómo un sacerdote puede violar el secreto de confesión. Yo comparto mi intimidad con quien quiero, y cuando entro a confesarme, no lo hago para que toda la prelatura “sepa lo que hay”, sino para reconciliarme con Dios y tratar de “ser mejor persona”.

También diré que muchas veces, los “consejos” de los sacerdotes, han sido pésimos y al final me han creado más problemas y complicaciones. Inicialmente, pensé que era lo que Dios quería. Ahora me doy cuenta de que el único interés que había era manipular mi vida.

“Pasa con el cura. Te espera…” Odio pensar la de veces que he tenido que hablar de mí, sin tener ganas, sin tener motivación. Recuerdo cuando llegaba a casa, fingiendo estar cansada y me metía en la cama y lloraba largas horas. Todo porque yo no era buena, yo no quería a Dios todo lo que debía…

Hay muchas niñas que se confiesan con sacerdotes del Opus Dei, recibiendo consejos y lecciones de vida, que probablemente en un futuro tengan consecuencias negativas e irreparables para ellas. Después de muchos años de amistad con una compañera de clase, descubrí que su padre la maltrataba física y psicológicamente desde que era una niña. Cuando por fin decidió confesarme su problema, le pregunté por qué había silenciado esto durante tanto tiempo, ella me contó que el cura le dijo que cada uno tenía una cruz que llevar y la suya la haría Santa. ¡Pero quién puede decirle a alguien semejante locura! No sólo ha tomado durante mucho tiempo pastillas para dormir, sino que también superó una anorexia terrible.

Hace un tiempo que me alejé otra vez del Opus Dei. Había demasiadas pequeñas y grandes cosas que no me gustaban. Me empezaba a sentir manipulada y agobiada.

¿Cómo decir hasta aquí hemos llegado? Pues sinceramente, no lo sé. El Opus Dei para mí ha sido como el novio que te deja y te toma y te tiene a su disposición siempre que quiere, porque te conoce tan bien y sabe tanto de ti, que el día menos pensado, al doblar una esquina, allí está. Te dice la frase apropiada, te invita a un largo café y después se mete poco a poco en tu vida. No te quiere. No le importas nada. No quiere que seas tú. Quiere que seas él. Te hace creer que sin él no eres nada.



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