Los miserables

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Por El Cid Campeador, 20/03/2020


Se ha escrito sobre la pobreza últimamente y me gustaría aportar mi opinión sobre el tema. Leí en una ocasión que el deber del soldado no era morir por su patria, sino que el soldado enemigo muera por la suya. En el Opus Dei pasa algo parecido: nuestro deber de numerarios no era tanto ser pobres -o vivir la pobreza- sino que el Opus Dei fuese rico...

El numerario nunca puede decidir los gastos que hace o el dinero que aporta para las labores apostólicas. Está obligado a entregarlo todo y se le da el dinero que el consejo local y el secretario consideran conveniente. Hasta el día 5 de cada mes presenta una absurda “cuenta de gastos” en la que declara, como a la Agencia Tributaria, todos los gastos del mes. Si considera que necesita ropa lo consulta y es el criterio del director el que prevalece; cuando compra la ropa se le dice también cuanto puede gastarse. Y no sigo, hay multitud de normas que todos conocemos.

Así que el numerario no vive en ningún momento la virtud de la pobreza, ni actualiza en cada decisión por sus actos propios esta virtud. Es absurdo llevarlo a la oración, no tiene sentido. Le dicen lo que hay que hacer y punto. Siempre he escrito que la única virtud que importa a la obra es la obediencia: tener bien cogidos a los numerarios y convertirlos en personas sin criterio. Solo se vive la virtud pasiva de la obediencia.

La idea no es que los numerarios sean pobres, sino que el Opus Dei sea rico. Y así es: la obra tiene muchísimo dinero. No digo en bienes inmuebles, me refiero a dinero líquido; esto no es una paranoia. El problema de los numerarios de Roma que se ocupan de estas cosas es invertir el dinero con una buena rentabilidad. Hablan con fondos de inversión y gurús de Wall Street para trabajar una estrategia. A veces tienen pérdidas, otras veces beneficios (ahora, con la caída libre de los mercados por la guerra del petróleo y el coronavirus, aquello debe ser un valle de lágrimas). Alguna cagada importante también ha sucedido. Entonces se hacen campañas de austeridad y de petición de dinero para las labores apostólicas. O se pide para un sagrario o se pide para pagar la formación de un sacerdote. Como el más vulgar trilero, manipulan a la gente de buena voluntad.

En una ocasión presencié una escena digna de película de Buñuel. Vivía en un centro que ocupaba varios pisos. Para que todo fuese más sencillo, sobre todo de cara a la administración, era conveniente comprar el piso que estaba en medio de todos los nuestros para conectarlos. El director del centro se fue a ver al propietario de ese piso. El señor no quería venderlo y el director del centro, en la enésima reunión, con un par, insiste y le suelta como argumento irrefutable: “es la voluntad de Dios que nos vendas este piso”. Ahí se acabaron las negociaciones y el centro, con el mismo nombre, trasladó su sede al cabo del tiempo. Otro director de centro que conozco se hizo la cirugía estética: una rinoplastia, un raspado de nariz (tenía la napia muy grande). Yo me imagino que lo vio en la oración: “es voluntad de Dios que me lime la nariz para que mi apostolado sea más fértil”. Siguió el ejemplo del Fundador: uno se cambia el apellido, el otro la nariz. Patético.

Estos son los directores que te dice en qué y cuánto puedes gastarte. Condenados al fracaso. Después de la última aportación de Gervasio, en la que hablaba de los cambios en el Opus Dei y en como todas estas reglas se han desvirtuado poco a poco, solo puedo llegar a la conclusión que aquello, ahora, debe ser un desgobierno total y que nosotros teníamos razón:

Están decepcionados conmigo y yo con ellos. Y no obstante creo que tengo el Espíritu. Me va bien no ser considerado, no tener ningún prestigio (Raimon Panikkar, El agua de la gota. Fragmentos de los diarios, Editorial Herder 2019, pág. 46).
Buena gente con voto de pobreza, pero viviendo mejor que la inmensa mayoría de la población; con voto de obediencia, pero sin su mística; con voto de castidad, pero sin dominar todos los demás instintos; con actividad misionera, pero sin ser los mensajeros de tu Palabra; con fe, pero sin entendimiento de ella (sin teología); con esperanza, pero sin ilusión ni contemplación; con caridad, pero sin pasión, sin enamoramiento, sin morir por ello (pág. 41).

Más adelante añade Panikkar algo en lo que yo he insistido en varios escritos: me pregunto si es solo la virtud de la obediencia y la docilidad lo que me hace tan pasivo y estar tan contento (pág. 45). Ya escribí una vez (Kant y la moral del Opus Dei) que la obediencia que pide la obra a sus miembros numerarios es indiscreta: “La frase el que obedece no se equivoca nunca niega toda posibilidad de conocimiento moral a los súbditos”. Por eso pienso que en el Opus Dei los numerarios no pueden vivir la virtud de la pobreza, solo viven la virtud de la obediencia, que anula el proceso de reflexión propio de la ética. La obediencia tampoco es virtud si no va acompañada de esa reflexión porque los juicios prácticos o morales no son universales ni universalizables: “son particulares, vinculados a la situación, concretos, y, como Aristóteles dice ‘siempre cambiantes’” (Martin Rhonheimer, sacerdote numerario, La perspectiva de la moral, pág. 19).

Es muy difícil entender, quizá porque no es intuitivo:

  1. Cada persona, aunque compartamos la misma naturaleza, tiene “una naturaleza distinta en tanto que naturaleza individual” (Antonio Millán-Puelles, numerario, Léxico filosófico, pág. 440). Esta intuición la desarrolla Sartre en El existencialismo es un humanismo. “La noción de ‘naturaleza humana’ es tan abstracta como cualquier noción universal, pero ello no justifica que se incurra en un abstraccionismo igualitario cuando se trata de su aplicación a los diversos individuos concretos, cada uno de los cuales es un hombre a su modo y su manera” (Millán Puelles, pág. 440).
  2. No existen juicios morales universalizables, que sirvan para todos por igual y que puedan ser aplicados por otra persona. En todo caso. otra persona puede orientar, dar una visión distinta de la situación, resaltar aspectos que han quedado ocultos para nosotros. Pero no tiene la solución y no puede imponerla.
  3. El único que puede decidir moralmente es uno mismo. La “moral del guardián de campo de concentración”, que piensa que irá al cielo simplemente obedeciendo y sin ninguna responsabilidad de lo que hace, no es una moral.

Una cuestión clave. En la praxis del Opus Dei este hecho, aceptado y conocido, junto con la obediencia a los directores, es la manera de justificar la arbitrariedad en todos los mandatos. Así se justifica que yo no pueda ira a la boda de mi hermano y otro sí, o que yo no pueda jugar a golf o esquiar y otro sí. Se olvida que la decisión la tiene que tomar cada uno y no puede ser impuesta por el director; la responsabilidad en consecuencia es también personal. El aforismo “el que obedece no se equivoca nunca” es falso. Aunque añadan: “excepto cuando el mandato es una ofensa a Dios”. En una ocasión, después de dos años y medio de no ver a mis padres (vivía en un centro muy lejos de España y mis padres no tenían medios para visitarme) se me negó pasar unos días con ellos. Contesté a mi director: esto es una ofensa a Dios, llevo dos años y medio sin ver a mis padres y esta Semana Santa me voy a España. Me mandaron un billete (6 horas de tren y 21 horas de autobús) y me fui a España a pasar la Semana Santa con mis padres. En medio de mala leche y remordimientos de conciencia, claro, con 21 añitos… (catorce años más tarde tampoco me dejaron ir a la boda de mi hermano y tampoco obedecí; en la boda me encontré con tres numerarios que vivían en la ciudad). Lo que quiero decir es que la coletilla “excepto cuando el mandato es una ofensa a Dios” no hace buena a la primera parte porque no hay que obedecer siempre, solo en aquello en lo que los directores tienen imperio para mandar, que es muy poco.

Es fundamental entender esto, por eso tiene razón Panikkar cuando dice mi vida se está derrumbando y consumiendo. Me estoy muriendo: y eso es bueno. El problema es ahora saber si esta forma de muerte es la voluntad del Señor (pág. 46) y esta mañana tertulia en la casa Orsini con el Padre ¿soy el único que carece de entusiasmo? (…) En cualquier caso mi posición debe ser clara: permanezco leal al Opus Dei, como miembro de la Iglesia y, consecuentemente, como un medio para mi perfeccionamiento (imitación de Cristo a través de la obediencia), pero solo como tal y no como institución ‘autónoma’ con características que no puedo aceptar (pág. 47). La reflexión personal, llámese oración, es fundamental.

Por último, también se ha escrito recientemente sobre la prohibición de visitar a la familia de sangre en ciertos momentos. Os transcribo una experiencia de Panikkar:

Pero estos ritos tienen su inicio en el sentido profundo de aquel acto que, hecho con buena intención, imitando el sacrificio de Abraham y siguiendo el consejo de Jesús, hizo que abandonara violentamente a mi papá moribundo y a mi madre implorándome de rodillas, y creo que maldiciéndome (aunque después hubo reconciliación, desgraciadamente tácita) (pág. 288).

El motivo de la espantada: unos exámenes de teología en Madrid. Rompió con su familia en 1945 (pág. 60). Cuando todavía era numerario, en 1965, hizo escala en Madrid y necesitaba alojarse una noche en un centro de la obra. No se lo permitieron y tuvo que pasar toda una noche en la calle con su equipaje: Mi paseo solitario por las calles de Madrid, ayer de 10 de la noche hasta las 12.30, hubiera merecido un poema: solo, cargado, expulsado, agotado, sin poder ver a mis amigos y andando por unas calles cuyas piedras me conocen (pág. 59). Así agradecen la entrega.

Me gustaría leer los diarios de Panikkar de aquellos 26 años en los que fue numerario (1940 – 1966). Un día se lo pediré a la Fundación Vivarium, que los tiene depositados.


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