Las instrucciones del fundador del Opus Dei

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dedicado a María Angustias Moreno

Por Oráculo, 3 abril 2006


1. No hace mucho escribía en esta web sobre los documentos internos del Opus Dei: es decir, esos textos que muestran el auténtico “ser” y “hacer” de la institución. En sustancia coincido con los comentarios que poco después Agustina hizo a mis líneas. Es verdad que la Prelatura del Opus Dei se cuida mucho de ocultar esos textos a las miradas ajenas, pero también de los propios, si entiende que esa vista puede ser también indiscreta. ¿Son “cosas de familia”? No, por favor, no seamos ingenuos. La gradualidad en el otorgamiento de confianza a sus fieles forma parte del “método de iniciación” en sus “secretos internos” que, por supuesto, se negará que existan. Pero es verdad que deliberadamente se ocultan determinadas cosas, porque hay aspectos que se desea que todos conozcan, mientras otros muchos son sólo accesibles a unos pocos.

Por eso uno se pregunta: ¿es que hay tanto que ocultar? Tiendo a pensar que no. Pero lo cierto es que la “política interna” del Opus Dei es un constante rehuir el “darse a conocer” plenamente, verazmente, con transparencia… no vaya a ser que nos conozcan demasiado bien, pues por la boca muere el pez. La “cultura de armarios y llaves”, para uso restringido de iniciados. Esto resulta doblemente sorprendente en una institución que, en todo momento, insta a los suyos a practicar una sinceridad salvaje, a contar todo de todo, hasta las intimidades más íntimas del alma, y hasta el extremo de ser éstas mostradas desnudamente en el fuero externo. O sea, la Prelatura del Opus Dei promueve un “nudismo personal” y, curiosamente, con esas prácticas “se viste” a sí misma o se protege a sí misma de toda crítica interna...

Aconsejo releer con morosidad, sin prejuicios, con atención suma, el extraordinario libro Opus Dei. Anexo a una historia de María Angustias Moreno. Esta lectura reserva grandes sorpresas: cuantos más años se lleven “dentro” de la institución, más y mejor podrá apreciarse el valor de ese testimonio, la ponderación de sus descripciones y en general el diagnóstico. Ha pasado además tanto tiempo desde su impresión que es ya casi un libro “profético”. Mi modesto homenaje a la autora es hoy mi dedicatoria. Pensaba en este libro al reflexionar sobre el gobierno de la institución y al preguntarme de dónde brotan sus experiencias como criterios de acción.

¿Brotan de la vida del Espíritu en sus fieles según su “espíritu” peculiar? No parece pues, según expresión del Fundador, ese “espíritu” quedó hasta esculpido en piedra… Será por las muchas lápidas conmemorativas que adornan centros y rincones, inmortalizando a veces sucesos nimios o conmemorando efemérides, para recordatorio eterno en los siglos futuros. Las lápidas de hoy dicen a los hombres del futuro qué merece ser recordado y cómo debe ser recordado. O sea, apenas ha nacido la criatura y ya está celebrando los gozos de la madurez como si fueran gestas de su ancianidad. Curioso, ciertamente curioso. Y, sin embargo, este hecho aparentemente trivial muestra que se practica una concreta metodología de acción.

Ésta podría describirse así: desde el “hoy” pretende configurarse la “memoria” del futuro —si fuera necesario, cambiando la “memoria” de los hechos reales que acontecen— porque la fuente de la acción no brota de una vida personal —una vida sobrenatural vivida con intensidad por el yo personal de sus fieles— sino desde de un “yo colectivo”, cuya plenitud se supone realizada en la persona del Fundador, bien que su tiempo haya pasado y sea tiempo caduco, como sucede con todos los mortales. La “fundación” es entonces una tarea colectiva, haciéndose viva de continuo bajo la dirección y el control del mando, como concreción de un “modelo ideal divino” ya verificado en la persona del Fundador.

Me basta esta reflexión para entender que muchos de los aspectos que esta web está sacando a la luz, sobre criterios de gobierno o de formación en el Opus Dei, resultan hoy peculiares, chocantes, extraños, o sencillamente curiosos, porque “se fundan” en otro tiempo de la historia y pertenecen a “un yo” de otras circunstancias. De este modo el supuesto “espíritu del Opus Dei” no se muestra como un “espíritu” renovado desde la fidelidad personal de quienes son protagonistas originales en cada momento de la historia. Al contrario, tiende a ser la rígida aplicación de una horma —supuestamente perfecta — llamada a configurar o moldear la vida de los fieles de su Prelatura. Y, cuando las cosas se entienden así, es evidente entonces que en el fenómeno “Opus Dei” ocupan por fuerza un puesto singular, único, los “dichos y hechos” de su Fundador o bien, en la duda sobre su veracidad, sus escritos, porque a estos efectos parecen tener mayor relevancia que la Escritura Sagrada.


2. Si dejamos a un lado ahora sus obras estrictamente ascéticas o espirituales, siempre importantes, parece claro que la configuración institucional del Opus Dei y sus hábitos de gobierno brotan de las Cartas y de las Instrucciones dadas por tan singular Fundador, pues estos escritos fueron redactados precisamente para la consolidación de la fundación emprendida. He aquí por qué conviene reducir los vademécums, o las glosas, o las ahora llamadas experiencias, a esas fuentes más genuinas, porque desde esa perspectiva se comprenden mejor las dimensiones de su caducidad. Y, por supuesto, la gran tarea del “hoy” está en realizar su contraste con la disciplina y el magisterio de la Iglesia, cuyo dogma y enseñanzas no dejan de progresar por la mejor inteligencia de la Palabra revelada, que va descubriendo significados nuevos desde lo antiguo al igual que lo antiguo adquiere significados nuevos desde el acontecer original de cada tiempo histórico. La Persona del Espíritu, con mayúscula, trabaja así con los hombres.

Por todo esto, hoy deseo llamar la atención sobre los dos volúmenes que contienen las Instrucciones del Fundador, porque son de suma importancia para la comprensión de los temas y de las experiencias que con frecuencia reaparecen en esta web. ¡Qué gran cosa sería su publicación total o parcial!, para enriquecer las reflexiones yendo a “los fundamentos”. Confiemos en que, más tarde o más temprano, esos “secretos” se desvelen, sin esperar al juicio final, cuando lo que se dijo in occulto parece que será proclamado desde los tejados.

El título de la publicación interna editada es éste: Instrucciones del Padre. (Edición completa). Notas de Álvaro del Portillo (Roma, enero 1967). Consta de dos volúmenes, que editan un total de seis Instrucciones diversas. Menciono a continuación sus títulos, poniendo entre paréntesis la referencia al volumen y número de páginas que respectivamente ocupan. Son en efecto: 1. Instrucción acerca del espíritu sobrenatural de la Obra de Dios de 19 de marzo de 1934 (I.5-38). 2. Instrucción sobre el modo de hacer el proselitismo de 1 de abril de 1934 (I.41-83). 3. Instrucción para la obra de San Rafael de 9 de enero de 1935 (I.85-217). 4. Instrucción para los Directores de 31 de mayo de 1936 (I.219-352). 5. Instrucción para la obra de San Miguel de 8 de diciembre de 1941 (II.5-190). 6. Instrucción para la obra de San Gabriel fechada en mayo de 1941, pero comenzó a escribirse en mayo de 1935 y fue concluida en septiembre de 1950 (II.193-384).

El texto de estas seis Instrucciones debe leerse e interpretarse a la luz de las notas del pie de página redactadas por Álvaro del Portillo, según expreso deseo del mismo José María Escrivá. Son notas a veces extensas, que orientan la interpretación en sentidos muy determinados. Pero, al haberse publicado esas notas en vida del Fundador y con su anuencia, no hay duda de que poseen idéntico valor que el texto principal de cada “instrucción”, como exégesis autorizada, auténtica, de su entender y querer.


3. Un dato más, antes de cerrar estas líneas. El Volumen I se abre con una dedicatoria firmada por Álvaro del Portillo, que dice: A nuestro Padre, al cumplir sus sesenta y cinco años, dedica esta edición en nombre de todos sus hijos e hijas. Y, tras la firma, sigue a continuación este preámbulo:

Nuestro Padre ha venido escribiendo las Instrucciones, para fijar puntos esenciales del Opus Dei, para resolver problemas del momento, para encaminar las distintas labores de apostolado.

Queda dicho, con esto, que en cada una de las Instrucciones —sucede, a veces, también en sus Cartas— hay una parte perenne, que afirma el espíritu y la manera propia de nuestra Obra; y otra circunstancial, que responde a realidades del tiempo en el que esos documentos fueron redactados. No faltan tampoco —pasados los años— pormenores de nuestra historia interna, que conviene explicar.

Por eso, hemos creído oportuno, al transcribir estos escritos que tanto bien harán a nuestros hermanos, añadir algunas notas breves —más o menos breves— y numerar los párrafos, para así facilitar la cita oportuna de estas fuentes.

Reléase con atención esta presentación. Aquí se reconoce sin ambages que en los escritos del Fundador hay aspectos perennes y otros caducos por circunstanciales. Pero recordar hoy algo tan obvio en algunos ámbitos de la Prelatura sería casi sospechoso de “desviación”, si al tiempo no se dieran muestras de adhesión inquebrantable a su cabeza, cada día más desorientada, si no enferma (que también): una cabeza que se ha empeñado en repetir lo que hacía y decía “el Padre” ad pedem litterae. Allí donde aquél dejó una silla en determinada posición, allí exactamente igual deberá quedar “inmovilizada” esa silla por los siglos. Y, si esto se hace en cosas tan menudas, qué vamos a decir de otras objetivamente más sustanciales. Encerrada en ese “integrismo” de su inmediata tradición, la Prelatura del Opus Dei apenas ha iniciado el camino de la reflexión sobre “lo caduco” y “lo perenne”. Y así, de hecho, parece haber perdido el ritmo del tiempo histórico, como también la sensibilidad para comprender nuestro presente.

Lo cierto es que una reflexión de esa naturaleza es algo que no puede ser improvisado. Para mí es indudable que la página de Agustina está siendo un eficaz catalizador que, entre otras muchas cosas buenas, fuerza a mirar hacia este problema. Pero mientras esta web sea percibida por las autoridades de la Prelatura desde el “victimismo patológico” de quienes de continuo se sienten atacados —perseguidos, agredidos o calumniados— cuando no se comparten sus puntos de vista, será difícil que la institución se beneficie de estas bondades. Por eso pienso que sólo la esterilidad apostólica cada día en aumento, o el continuo goteo de abandonos de tantas personas maduras —cuya fidelidad a Dios no puede ser discutida sin hacerles agravio— o la misma crisis financiera que todo esto conlleva, son —están siendo o serán— “bofetadas sonoras” para que ¡Dios quiera! algunos despierten. Y sí, en efecto, este futuro es ya presente.


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