La voz de los que disienten/Introducción

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El papa Pablo VI, en septiembre de 1963, poco antes de la segunda sesión conciliar, reconoció la necesidad del ejercicio de la critica con estas sabias palabras: «Ella constituye una llamada a la vigilancia y a la obediencia, una invitación a la reforma, un estímulo para el perfeccionamiento. Tenemos que aceptar con humildad la crítica que nos rodea, aceptarla con reflexión y también con reconocimiento. Roma no necesita defenderse haciendo oídos sordos a las insinuaciones salidas de voces bien intencionadas, sobre todo cuando se trata de voces de amigos y hermanos».

«No les tengáis miedo, pues no hay nada encubierto que no se haya de descubrir, ni oculto que no se haya de saber». (Mt 10, 26)
«La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquella [...]. La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad». (Gaudium et Spes 16)

Introducción

Cuando finalicé el libro Ser mujer en el Opus Dei, estaba convencida de que, para mí, este asunto quedaba definitivamente cerrado. Sin embargo, tal convencimiento duró poco, y ante el constante goteo de cartas, llamadas telefónicas y encuentros con personas que deseaban seguir hablando del tema de la Obra, pensé que, aparte de la correspondiente atención personalizada a los que a mí se dirigían, tal vez sería bueno trabajar con todo el rico contenido que estaba llegando a mis manos -vía correo, vía telefónica o vía entrevista-, con el fin de ahondar más sobre todo aquello que los lectores -a los que por razones obvias no cito con nombre y apellido- me iban aportando. De esta forma, no sólo yo me beneficiaba de las opiniones ajenas, sino que a mi vez podía devolver a cada uno la aportación enriquecida de todos. En primer lugar, mi tarea ha consistido en ir agrupando por temas todas las comunicaciones escritas y orales, ya que se podían establecer denominadores comunes. A continuación, sobre este consistente temario, he hecho mis propias reflexiones personales: he aquí el resultado.

Se trata de 43 apuntes que envío al propio san Josemaría porque, de una u otra forma, a él también le incumben todos estos trozos de vida: interrogantes, desconciertos, dudas, desacuerdos, asombros y pasmos, que numerosos creyentes y descreídos, que han conocido de cerca su Obra -y bastantes de ellos también personalmente a él-, sienten o han sentido, padecen o han padecido.

Para mí, que no busco recetarios, este trabajo ha sido enriquecedor. En mi afán de búsqueda, lo que más me ha entusiasmado ha sido encontrar personas válidas: hoy me sirve esto de esta persona, y mañana eso otro de aquella otra, pero el hecho de que una u otra con capacidad te ayude a ordenar tus propios pensamientos, te descubra, de pronto, una vinculación de un aspecto de la realidad con otro que no se te había ocurrido, a mí me parece muy importante, es algo que busco casi todos los días.

Son apuntes para san Josemaría porque creo en la importancia de saber escuchar al que disiente (los que disienten o discrepan no son desertores ni soberbios). Los líderes verdaderamente grandes comprenden hasta qué punto es necesario escuchar a las personas que se muestran en desacuerdo con ellos, y por eso suelen rodearse de críticos constructivos; porque nadie está por encima de toda crítica, y es legítimo cuestionar las actuaciones de personajes influyentes en los muy distintos planos de la realidad.

No es éste un trabajo preciso y riguroso; son fragmentos de vida con toda su grandeza, y también con todos sus errores y limitaciones. No son para nada historias académicas, secas como el polvo, con gran acopio de datos y rigores filosóficos, sino fluidos relatos de vivencias personales, de opiniones sobre esto o aquello, que cada uno ha visto o sentido muy de cerca. En fin, tal como el propio lector podrá comprobar, su intención también está muy lejos de la de Dan Brown en su multimillonario libro El código Da Vinci, a pesar de coincidir con este escritor norteamericano en algunas críticas al Opus Dei: el libro de Brown es una novela que acentúa elementos cabalísticos y ocultistas que rayan lo fantasioso, mientras que este trabajo no es una novela ni está novelado, sino que se basa exclusivamente en hechos reales, sin mezclarlos con nada de ficción ni de afición al ocultismo; el libro de Brown tiene como trasfondo ideológico un componente protestante anticatólico y, sobre todo, antipapista, mientras que el presente volumen está escrito por una católica creyente. Algunas de las observaciones de Dan Brown acerca del Opus son correctas, pero, al estar enmarcadas en una narrativa tan fantasiosa, tan en clave de «teología-ficción», pierden credibilidad ante un lector serio.

En la actualidad abundan las novelas, y sus correspondientes adaptaciones cinematográficas, que se apuntan al sensacionalismo -todo vale para llamar la atención- y a la llamada «teología-ficción» para cuestionar la veracidad histórica del cristianismo. No cabe duda de que pretenden aprovecharse comercialmente del escándalo que suscitan en los creyentes, y a la vez enganchar con un público carente de cultura religiosa pero todavía familiarizado con la imaginería cristiana.

Estos apuntes no aspiran al sensacionalismo, ni a llamar la atención por cualquier medio, ni desean sentar a nadie en el banquillo de los acusados, ni desprestigiar ni fastidiar, y mucho menos inventar y escandalizar. Son un intento de iluminar -aunque sea con luz tenue-, más que de desacreditar; además, aunque de intento de desacreditación se trataran, soy consciente de que mi impacto no pasaría de ser mayor que el de una chincheta en la piel de un paquidermo.


NOTA: Cuando yo era numeraria de la Obra, entonces el Opus Dei era un «Instituto Secular» de la Iglesia católica, y los vinculados a un Instituto Secular nos denominábamos «socios/as», «asociados/as». Por eso, el lector observará que a lo largo del presente libro todavía utilizo esta terminología, pues estoy más acostumbrada a ella. Desde que el Opus Dei dejó de ser Instituto Secular y, por decreto del papa Juan Pablo II, pasó a ser en el año 1982 una «Prelatura Personal» -de momento, la única que hay en la Iglesia católica-, los laicos vinculados a la «Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei» se denominan «miembros» y no «socios», ya que los canonistas del Opus distinguen y distancian la figura jurídica de la «Prelatura Personal» de las distintas «Asociaciones de fieles» que hay en la Iglesia. De vez en cuando también utilizo esta terminología («miembros» del Opus) más reciente.


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