La sanción jurídica del disparate y sobre la vocación al Opus Dei

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Por Flavia, 14 de enero de 2005


Me ha impresionado mucho el texto de EBE, "La Obra como Revelación", en buena medida porque sistematiza muchos problemas medulares respecto del Opus Dei, y da marcos de comprensión para las experiencias individuales.

Claro, el tema perpetuo es que si bien puede y debe analizarse a la Obra desde mil ángulos, hay uno insoslayable, y es su institucionalidad religiosa.

En un marco de acuerdo general con lo que dice EBE, hay dos cosas sobre las que me quiero detener:

- asumiendo como problema nodal el de la autoatribuída revelación de la Obra a Escrivá por parte de "Dios", en tanto argumento de fundamentación absoluta de todo lo que se derive de ahí para abajo, también creo que semejante estupidez, eficaz estupidez, desgraciadamente, tuvo el devenir que tuvo y tiene, sobre la base de una configuración eclesial, y hasta ideológica en sentido general, del catolicismo romano. La "solución jurídica", que es, como ya lo he comentado en su momento, la "sanción legal" del disparate, ocurrió en un momento señalado de la historia eclesial: el actual pontificado. Ni Juan XXIII, ni Pablo VI habían prestado anuencia a ese engendro. Supongo que hay una razón importante: estaba en juego otro "modelo" de Iglesia, y en ese modelo de Iglesia, la Obra no entraba, y menos del modo en que ha entrado en la actualidad.

El fracaso de una "promesa", la del Vaticano II, es una de las causas del triunfo del Opus Dei. Con todo podemos ver hoy, desafortunadamente, la proliferación de instituciones de corte integrista y organización rígida, en consonancia con el modelo romano centrista y restaurador actual.

También explica al Opus Dei, y su supuesto caracter de realidad revelada por Dios, el contexto ideológico del franquismo, los devenires de la Guerra Fría, y la necesidad de detener a la "infección marxista" en América Latina, en el contexto de una Iglesia signada por la contradicción de un continente mayoritariamente pobre y mayoritariamente católico: el desgarro interior que terminó en baño de sangre, convenientemente bendecido por los acólitos de Escrivá, y lacras por el estilo.

Quiero destacar entonces que ese conjunto de "mitemas" por los que la Obra puede fundarse en el plano de los "hechos", construyendo una perspectiva fáctica, a saber: su legitimidad de Revelación divina, es una trama anudada, configurada en políticas más generales, eclesiales y no eclesiales, en las que una afirmación normalmente ridícula, cobra la contundencia de "la fuerza de los cosas", que los ex miembros hemos vivido en nuestros cuerpos, almas, corazones.

A su vez, en ese caracter reactivo que puede constatarse en su práxis: ahogar, reprimir, limitar, prohibir, (la Obra es una institución reactiva y negativa por excelencia), se encuentra la única afirmación, que es la "inicial", su condición revelada.

De ahí en adelante, ese punto "0" la facultaría para definir qué queda del lado de Dios, y qué, del lado del demonio, incluidas las diversas realidades eclesiales existentes.

Tal revelación es el "factum religioso", que, "legitimando" a la Obra, resulta un escándalo para el creyente cuando lo examina desde la propia vida, y, por qué no, desde la reflexión teológica: qué "palabra" sobre Dios dice ese "hecho", qué "Dios" es el que se revela a Escrivá.

En fin, que en mi opinión esa "revelación" que se ubica en el comienzo, ha "actuado" como origen legitimador en un proceso que ha de leerse en diversos registros. Y es allí donde no puedo adscribir a la teoría del Caballo de Troya: la Obra, tal como hoy se conoce, cuando entró por la puerta "grande" de la aprobación eclesial, entró sin disimulo, la figura de la Prelatura es una figura "a medida" aprobada eclesialmente, pues aquellos ante quienes antaño los prosélitos de Escrivá habían tenido que "disimular", ahora les abrían las puertas, en pro de la salvación de una Iglesia que parece querer salvarse a costa de sí misma.

Es el viejo problema de buscar la respuesta a las situaciones críticas, la crisis de un modelo de catolicismo, en los factores que son parte del problema: no son esos los ejemplos de la Sagrada Escritura: Abraham, Moisés, se pusieron en movimiento para encontrar las respuestas de los dilemas de su actualidad. Jesús el Señor se hizo Él mismo camino, no muralla. (A propósito, habría que hacer un juicio por fraude intelectual al Opus Dei, por el título del libelo de Escrivá, pues le hace poca justicia a la noción de "camino", esencialmente abierta, y en "tránsito").


- El otro gran tema que deseo mencionar, es el de la vocación. Es imposible hablar de vocación, sino como llamado personal, como discernimiento: en el Opus Dei, no hay nada como eso, pues no hay una "personalización" del llamado. No sólo por la política proselitista feroz (en eso sí respetan la referencia semántica: crasa propaganda), o por el deceso de la vocación por "decreto", en ciertos casos, sino también porque la respuesta a ese llamado personal, a esa "convocatoria" de Dios, ha de plantearse desde la libertad y la conciencia personal, lo cual está en las antípodas de lo vivido y planteado en la Obra, no sólo en razón de los métodos y nociones asociadas a la captación de los nuevos miembros, sino por la comprensión general de la vocación a la Obra en tanto tal, lleve uno dentro el tiempo que lleve.

Uno de los grandes problemas de la Obra es el infantilismo de sus miembros: creo que hay allí una muestra clara de cómo se reduce y cosifica a las personas, cuando no pueden hacer un proceso consciente de lo central de su vida: aquella vocación en la que han empeñado su existencia.

El punto es que el caracter "divino" de la vocación se deriva del caracter divino de la Obra, por mor de una lógica macabra: es la Obra la que adjudica, administra y liquida "vocaciones", en tanto ella es el canal de la "gracia". Claro, si eso no fuera así, como lo he expresado en otras instancias, no habría Opus Dei: el Opus Dei consiste en eso. Claro, el problema es que nadie en esta tierra puede cumplir ese rol, por eso la Obra lo realiza tan mal, por eso sus "mediaciones" postulan como absoluto, lo que es contingente, y crean una deformación constitucional en la propia valoración de las personas involucradas.

Este es un modelo vocacional que se opone por el vértice con la doctrina tradicional del discernimiento y el camino de la fe, pero a su vez, es un diseño ideal para pertrecharse en un contexto sociocultural para el cual, falsamente, se supone que las inestabilidades de nuestra época se solucionan con rigidez extrema.

Modestamente creo que a las inestabilidades de esta época, les corresponde, como a toda experiencia humana en el tiempo, ser discernidas a la luz de la que, para mí, es la experiencia central del cristianismo: las palabras y las acciones de Jesucristo el Señor. La Iglesia no existe más que para eso, para hacer memoria viva del Señor, para predicarlo, para hacerlo presente en la historia. La promesa de permanencia se vincula con esa misión.

Digamos que la Obra de Escrivá estaba preocupada por las palabras de Escrivá, y las palabras de Escrivá se parecían demasiado a la caterva de lugares comunes e imbecilidades del nacional catolicismo español, como hoy a las de las derechas católicas y de otras confesiones cristianas que nos ha deparado el siglo XXI.

El problema es que esas palabras y esas acciones eran funcionales, ampliamente funcionales para los poderes de diverso orden, no es simplemente la megalomanía de Escrivá, ni la manga ancha de alguna jerarquía eclesiástica las que han puesto al Opus Dei en el lugar donde está, ni las que lo han estabilizado en todos estos años.

Las "acciones" de Escrivá tenían un leit motiv anticristiano si los hay: poder, más poder, y mucho más poder. Sobre las personas, sobre los bienes materiales, sobre las opiniones... y desde la "cumbre", que "reine" Cristo.

Me temo que Jesús no eligió ninguna cumbre para manifestar su "realeza": dos fueron sus moradas centrales entre nosotros: un pesebre, y un patíbulo.

Claro, una vocación que en nombre de Dios pervierte aquello que la fundamenta, tarde o temprano, mecaniza, narcotiza, o enloquece, borra lo humano.

Reitero que este modelo "vocacional" también es para mí parte de una concepción eclesial actual, que entiende (aún mediante el recurso de la "mala conciencia"), que el ejercicio de la libertad, el uso de la razón, y el discernimiento personal, son meros "esclavos" de la voz del amo, llegando a tergiversar gravemente el concepto de autoridad: la autoridad, del "augere" latino, es aquella fuerza que hace crecer algo, que da signos (también proviene de "augur"), por eso la autoridad de la Iglesia está instituída para hacer crecer a la comunidad cristiana, para ser un signo en el que el mundo crea.

La autoridad del garrote es la del miedo y, muchas veces, la de la crueldad. Me parece que estamos en esa hora.

Cuando el pueblo de Israel estaba cautivo en Babilonia, los captores les pedían que cantaran, junto al río en el que realizaban sus tareas, un "canto de Sión", un canto patrio, que para ellos además tenía el sabor del canto de la ciudad Santa, de la Morada del Señor, y les contestaban: ¿cómo cantar un canto de Sión en tierra extranjera? ¿cómo cantar a Dios en tierra extraña?. Y decían: "Si me olvido de tí, Jerusalén, que se me paralice a mano derecha"...

No puede prestarse alabanza a Dios por aquello que nos conduce fuera de la promesa de vida en abundancia, de fraternidad y paz. Entiendo que hay que hacer un esfuerzo por recordar el nombre de "Jerusalén" en medio de tanta mentira, de tanto dolor, hay que hacer esfuerzos ímprobos para mantener la memoria del nombre de la morada de la Promesa, la que Dios depositó en nosotros, la que supera largamente a la Iglesia, y al Opus Dei.

En los seres humanos hay dimensiones importantes, nodales, entre ellas hay una central que puede ser herida, pero no arrebatada, que ni siquiera puede ser entregada a nadie, ni Dios se ha arrogado ese "derecho" (es más, la "ilusión" de que es posible entregarla, es el síntoma por excelencia de la alienación y de la idolatría): la dignidad de ser humanos, esa que se manifiesta en cada una de las historias que pueblan esta WEB, en esos detalles, en esos "síes" y esos "noes" que nos fueron dando pistas de otras promesas y otras revelaciones, por las que, cada uno con su lengua, podemos cantar hoy, y si no es hoy, será mañana, "un cantar de Sión", un canto de libertad.

Últimamente tengo una muy baja valoración de lo que la Iglesia vaya a hacer respecto del tema Opus Dei, no he perdido la fe, por la gracia de Dios, ni he apostatado, al contrario: entiendo que lo que hayamos de andar en el campo de la memoria, de la verdad, de la justicia acerca de estos temas, ha de ser una andadura nuestra, en la que, modestamente, podamos ser, como ya son quienes mantienen y hacen crecer esta WEB, "motivos para seguir creyendo": en el Dios Viviente, en el que nos quiere con una vida plena, o en la vida de cada uno, en su fecundidad, que al menos para mí, son realidades equivalentes.

Chesterton relata, como parte del argumento de uno de sus cuentos del P. Brown, el ardid de un asesino que oculta a la víctima en el cementerio ¿Quién iría a buscar a un muerto, "al cuerpo del delito", al cementerio, a la morada de los muertos?.

Creo que hay que ir a buscar al "cuerpo del delito" de la Obra, allí donde ella lo ha escondido con más eficacia: un contexto eclesial determinado, el mismo que la ha aprobado y apoyado en estas últimas dos décadas. Cuando lleguemos allí posiblemente veamos que su "secreto", que su "crimen", está muy bien escondido porque nadie lo considera tal, porque la Obra es parte de un paisaje más general, y tal vez más complejo.

En fin, es difícil cantar un canto de Sión, pero es necesario recordar los nombres de la Promesa, esos que cada uno guarda en su corazón, en ese "abrazo del alma" que es la memoria.


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