La obstinación en la mentira

From Opus-Info
Jump to navigation Jump to search
The printable version is no longer supported and may have rendering errors. Please update your browser bookmarks and please use the default browser print function instead.

Por E.B.E., 2 de septiembre de 2005


Estaba yo leyendo el correo de Hormiguita cuando repentinamente me vino a la mente la frase de la Escritura que dice algo así como «el santo justifíquese y el impío corrómpase más», palabras que siempre me han impactado pues parecían contener una cierta «impiedad» divina.

Posiblemente la asocié porque la mentira machacada una y otra vez no deja de sorprenderme. Me refiero a las afirmaciones de la entrevistada, que cita Hormiguita.

Se me ocurrió entonces buscar esa frase en los sagrados libros de Meditaciones y la encontré citada en un contexto muy acorde al sentir y al espíritu de la mentira (mis comentarios, entre corchetes), pues el que miente por hábito también se crea sus propias verdades:

«Quien estaba llamado por el Señor para ser sal de la tierra, si se desvirtúa, viene a ser cosa inútil “que para nada sirve ya, sino para ser arrojada y pisada por las gentes”. Los que, cegados por su egoísmo o por su soberbia, abandonan el servicio del Señor, difícilmente sirven ya para trabajar por Cristo [el texto de los directores –por llamarlo de alguna forma- es muy impresionante, los “ex” vienen a ser como “irrecuperables”, la condena es fatal], “pues ninguno que, después de haber puesto su mano en el arado, vuelve los ojos atrás, es apto para el Reino de Dios”. “No hallé —escribe San Agustín— personas mejores que las que adelantan en la santidad, pero tampoco las he encontrado peores que las que la abandonaron, hasta el punto de que pienso que a esto se refiere lo que está escrito en el Apocalipsis: el justo justifíquese más y el corrompido corrómpase más aún (Apoc. XXII, 11)”.

»El precio por el que vendieron su vocación y su ideal, es una bagatela, que pronto se deshace entre las manos. “No encontraréis la felicidad fuera de vuestro camino, hijos, nos enseña nuestro Fundador. Si alguien se descaminara, le quedaría un remordimiento tremendo: sería un desgraciado. Hasta esas cosas que dan a la gente una relativa felicidad, en una persona que abandona su vocación se hacen amargas como la hiel, agrias como el vinagre, repugnantes como el rejalgar» (Meditaciones III, pág. 388).

Es llamativo que la única vez donde se cita esa terrible frase del Apocalipsis en los tomos de Meditaciones –junto al terrible comentario de San Agustín- es para dedicársela a los ex-miembros de la Obra. Resulta alevoso, una especie de encarnizamiento.

Y las palabras del fundador son una suerte de profecía, una maldición (“deseo de que le venga algún daño”, DRAE 2002).

Se me ocurrió, entonces, consultar la Biblia de Straubinger, importante estudioso y traductor de las Escrituras, para leer sus comentarios a ese texto bíblico.

  • Primero cita a otros autores: «Es como si Cristo dijera “que cada uno obre a su guisa, Yo no fuerzo las voluntades”».
  • Y respecto a esto último, Straubinger sugiere leer su comentario al Cantar de los cantares 3, 5 donde dice: «hay aquí también una gran luz sobre la doctrina de San Agustín que combate el falso celo violento, diciendo: “nadie debe ser llevado a la fe por la fuerza” (…) Es lo que Alcuino mostró a Carlomagno cuando pretendió por motivos políticos que los sajones optasen por el bautismo o la muerte: ‘la fe es asunto de la voluntad, no de la coacción’».

La misma frase apocaliptica a la que la Obra recurre para condenar a los ex miembros, esa es la que da pie a Straubinger para condenar la coacción que tanto apetece a la Obra. Es lo que se llama «salir el tiro por la culata». Por otro lado, no encuentro muchos obstáculos para aplicar esas mismas palabras de San Agustín directamente a la Obra. Pero es tal la excepcionalidad con la que se considera la Opus Dei, que ni se le pasa por la cabeza examinarse al respecto.

Al finalizar su lectura pude contrastar el carácter netamente deliberado con el que la Obra aplica la Palabra de Dios a otros y ella misma la esquiva cuando le es conveniente.

Pude interpretar también –a modo de diagnóstico- por qué la Obra persevera en la mentira.

No deseo que la Obra se condene sino que se convierta. Toda conversión –en el sentido evangélico- es siempre un motivo de alegría y festejo, a tal punto que uno podría olvidar instantáneamente todo el pasado sin resentimiento alguno (es lo que sucede en la parábola del hijo pródigo y es lo que posiblemente no pocos ex miembros, en sus corazones, esperan de la Obra, razón por la cual sufren más al comprobar la obstinación de la Obra en el mal).

Pero una falsa conversión posiblemente merezca las duras palabras del Apocalipsis. Para concluir, podría decirse: «el que miente, que mienta más aún».


Original