La falsificación del marquesado de Peralta

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Por Ricardo de la Cierva, del libro Los años mentidos, Editorial Fénix. Año de publicación: 1993


CAPÍTULO X. LA FALSIFICACIÓN DEL MARQUESADO DE PERALTA (páginas 143 a 158)

Las máquinas de propaganda - o los llamados ahora púdicamente "centros de imagen" – cuidan, por definición, mucho más la imagen que la realidad; maquillan la realidad e inevitablemente la deforman. Las máquinas de propaganda actúan muchas veces, inevitablemente, como máquinas de la mentira. Lo acabamos de ver en el caso de los jesuítas; ahora lo comprobaremos en otra importante institución religiosa de nuestro tiempo, el Opus Dei.

Me he referido muchas veces en mis escritos al Opus Dei y concretamente a su fundador, el padre José María Escrivá; he estudiado la beatificación de monseñor Escrivá recientemente, en la segunda serie de mi libro Misterios de la Historia, publicado por Planeta en 1992 y que ya va por la tercera edición. Voy a referirme mucho mas extensa y profundamente al Opus Dei en mi ya muy próxima Historia de la Iglesia contemporánea y por supuesto mantengo aquí mis opiniones anteriores y muy especialmente las que comuniqué a propósito de la beatificación: como cristiano de filas acepto la beatificación de monseñor Escrivá, me adhiero, aunque algo más críticamente, al entusiasmo de los trescientos y pico mil fieles que batieron todos los records de llenado en la plaza de San Pedro; tuve la suerte de ser el primer observador que informó anticipadamente sobre la fecha de la beatificación, como bien sabe el director de ABC Luis María Anson que gracias a una llamada telefónica mía se adelantó a todos los demás medios en dar esa noticia; me pareció fatal que la diputada Isabel Tocino, miembro del Opus Dei, creyera más político no asistir a la beatificación; y creo que el espíritu evangélico, la fidelidad a la Santa Sede y la eficacia apostólica del Opus Dei en sus obras de enseñanza y de caridad por todo el mundo merecían este gran reconocimiento público del Papa, porque en medio de sus defectos como persona humana y baturro de pro que la proximidad hace resaltar más, la vida del padre Escrivá estuvo, en efecto, llena de virtudes heroicas y de una tensión permanente en servicio de la Iglesia.

Sucede también que como he indicado en algunas anotaciones de pequeña historia personal he recibido de algunos miembros del Opus Dei grandes ejemplos y grandes ayudas que contrastan con las faenas, a veces negras e indignas de cristianos, que me han dedicado otros miembros o allegados del Opus Dei sobre todo en mi vida profesional, donde algunos de ellos se han estrellado repetidas veces contra mí, aunque en todos los casos hayan recibido la respuesta contundente que se merecen. Estas actitudes contrarias no me hacen variar mi alto concepto sobre el Opus Dei y su fundador, pero sí me facilitan la tarea crítica cuando me encuentro con hechos reprobables en la Obra y en quien la creó. Con este espíritu abordo este capítulo, por .el que pido perdón a mis amigos del Opus Dei y a las innumerables personas a quienes el Opus Dei ayuda de forma profunda para su vida espiritual al orientarles en el difícil camino de los hombres hacia Dios. Yo tomo mi orientación de otras fuentes pero ello no me impide respetar a quienes hacen del Opus Dei el principal apoyo y la principal razón de sus vidas.

VIGESIMO OCTAVA MENTIRA: "Don Alvaro del Portillo disimula con poca habilidad las profundas relaciones del Opus Dei, monseñor Escrivá, Franco y su régimen, aunque no niega algunos contactos de Escrivá con Franco, en los que, dice, sólo actuó como sacerdote. Y luego difumina también la trayectoria de los miembros del Opus Dei en España "unos en el poder y otros en la oposición. En otro momento señala don Alvaro que ya en 1964 aconsejó monseñor Escrivá a la Santa Sede que la Iglesia de España se despegara del franquismo para evitar identificaciones futuras que podrían resultar enojosas y peligrosas" (Entrevista de don Álvaro del Portillo con Le Figaro 12 de mayo de 1992 resumida e interpretada en mi obra citada p. 365).

Don Álvaro del Portillo, por quien siento un especial afecto y respeto - sed magis amica veritas- ofrece una acusada tendencia al maquillaje histórico. En mi reciente libro de 1993 Franco y don Juan, los reyes sin corona, he publicado por vez primera una carta de monseñor Escrivá al general Franco felicitándole nada menos que por la promulgación (que se hizo sin debate parlamentario) de la Ley de Principios Fundamentales del Movimiento Nacional. Y me consta que hay varias cartas más de monseñor Escrivá en el archivo de Franco, que hasta ahora no se han publicado (yo obtuve esa carta por medios propios) lo que tal vez pueda explicarse ante el hecho de que el encargado de ordenar y comunicar gradualmente los documentos del archivo es un miembro numerario del Opus Dei. Me extraña mucho que el padre Escrivá recomendase a la Santa Sede en 1964 el despegue del régimen de Franco cuando él mismo se sentía feliz con la irrupción de un poderoso grupo del Opus Dei en los gobiernos de Franco donde se mantuvieron firme y provechosamente (para ellos y para el Opus Dei, y también para España) entre 1957 y 1973, cuando fueron eliminados en bloque al desaparecer su gran valedor, el almirante Carrero Blanco. La equiparación de miembros del Opus Dei en el poder de Franco y en la oposición es falsa. Estaban en su inmensa mayoría con el poder; iniciaron una corriente de oposición muy minoritaria entre ellos mismos ya muy al final del régimen, por medio del profesor Calvo Serer, que durante décadas había sido un ardiente partidario de Franco y su régimen, hasta el punto de entregar a Franco, "abierta al vapor" según testimonio de Carrero Blanco, una carta de don Juan de Borbón portada por el propio Calvo Serer a un colaborador de don Juan en España.

Don Alvaro del Portillo, alferez provisional

Las biografías publicadas sobre el beato Escrivá son de dos clases. Unas, como las del señor Luis Carandell (agudo crítico del franquismo que ahora no profiere una sola critica al socialismo) y la de un divertido sobrino del beato, son agresivas, hipecríticas y plagadas de injusticias y deformaciones que las invalidan. Otras, como todo el bloque biográfico debido a miembros o simpatizantes del Opus Dei, contienen a veces datos interesantes pero son apologéticas y ocultan todos los elementos negativos. No existe una sola biografía crítica, es decir fiable, sobre este personaje fundamental para la historia de la Iglesia en el siglo XX y esto me parece un error por parte del Opus Dei.

Pero es que el propio don Alvaro en sus entrevistas no facilita tampoco demasiados datos sobre su propia trayectoria. Comprendo que no revele sus inteligentes movimientos en la Curia romana, a buena parte de la cual se metió en el bolsillo con habilidad política de primera clase. Pero entre mis lecturas predilectas figura una aparentemente muy árida, el Boletín Oficial del Estado, donde a veces la tenacidad recibe, en medio de páginas tan aburridas, sorpresas muy remuneradoras. Así en el Boletín Oficial del Estado publicado en Burgos el 1 de enero de 1939, Tercer Año Triunfal, número 1 de ese año, cuando ya se presentía la victoria de Franco, aparece en la pág. 8 una orden del ministerio de Defensa Nacional promoviendo al empleo de alférez provisional del arma de Ingenieros "por haber terminado con aprovechamiento el curso llevado a cabo en la Academia para Oficiales provisionales del Arma de Ingenieros de Burgos" a varios alumnos, entre los que figura don Alvaro del Portillo Díez de Solano, actual Prelado del Opus Dei. Y el número 1 de la promoción, con quien he comentado esta circunstancia, me aclara que "puedo dar fe de que era de los más entusiastas y fervorosos seguidores del Caudillo" lo cual a mí me parece muy natural, muy positivo y muy digno de que no se oculte en las reseñas biográficas.

VIGESIMO NOVENA MENTIRA: "El título de marqués de Peralta pertenecía al padre de monseñor Escrivá; al morir éste, sólo el primogénito - o sea, él- podía reclamarlo. Pues bien, consultó a compañeros de la Obra, consultó a la secretaría de Estado del Vaticano y después de mucha reflexión resolvió pedirlo. A las veinticuatro horas lo había traspasado a su hermano. ¿Dónde está su ambición? Todo lo que quiso fue restituir a su familia lo que le pertenecía y sólo él podía proporcionarle, lo que por otra parte, además de un derecho, era una compensación por todas las privaciones que habían, pasado ayudándole en su Obra". (Padre Rafael Pérez, O.S.A., nonagenario aragonés, juez del proceso de beatificación de monseñor Escrivá, declaraciones en la revista EPOCA, 10 de febrero de 1992).

Por su avanzadísima edad, el padre Rafael Pérez incurre en una serie de lapsus que subjetivamente no deseo calificar como mentira -seguramente llegó a creerse personalmente esta especie de versión oficiosa del Opus Dei sobre el famoso marquesado de Peralta- pero que objetivamente equivalen a toda una sarta de falsedades que voy a analizar en el resto de este capítulo.

Vayamos, ante todo, a los hechos. Según la publicación del ministerio de Justicia (Madrid, Centro de publicaciones, 1988) Grandezas y títulos del Reino, guía oficial, el marquesado de Peralta fue concedido e14 de marzo de 1718 a don Tomás de Peralta, secretario de Estado de Guerra y Justicia del reino de Nápoles. No se hace mención alguna de la rehabilitación del título a favor de monseñor Escrivá, sino que figura como titular, según carta expedida en 17 de noviembre de 1972, el hermano del fundador del Opus Dei don Santiago Escrivá de Balaguer y Albás.

Sin embargo en el archivo del ministerio de Justicia puede comprobarse que el marquesado de Peralta fue rehabilitado a petición de don José María Escrivá de Balaguer en 3 de agosto de 1968, de acuerdo con la solicitud formulada por el interesado el 25 de enero del mismo año; el título se concedió con inusitada rapidez, como parece ser norma en los grandes honores que antes y después de su muerte obtuvo el fundador del Opus Dei. Por lo tanto, como según la citada Guía (que en esta fecha no se equivoca aunque sí en otra muy esencial) don Santiago Escrivá no sucedió a su hermano en el título hasta el13 de noviembre de 1972 resulta que monseñor Escrivá lo disfrutó durante más de cuatro años, y no "lo traspasó en veinticuatro horas" como afirma el padre Pérez. Eso sí; no consta que monseñor Escrivá utilizase el título públicamente, aunque sí lo hizo, según fuentes romanas que luego concretaré un tanto, de forma reservada para uno de los fines de su estrategia religiosa. Queda pues desenmascarada la primera falsedad sobre el marquesado.

Las razones del marquesado

¿Por qué el marquesado? Hasta el beato Escrivá los nobles titulados habían renunciado generalmente a sus títulos y honores cuando decidían abrazar el estado de perfección; el caso más notorio es el de san Francisco de Borja, duque de Gandía y marqués de Lombay, que dejó sus títulos al ingresar en la Compañía de Jesús. Yo no conozco un solo caso de un miembro de una institución religiosa, menos que nadie un fundador, que pidiese y obtuviese para sí un título nobiliario. Tampoco creo que el padre Escrivá lo pidiera por vanidad y ostentación. ¿Cuáles fueron entonces las razones?

En el fondo fondo algo de lo que dice el padre Rafael Pérez es verdad. El padre Escrivá provenía posiblemente de una familia hidalga del Alto Aragón, donde la hidalguía - que es un grado menor, pero auténtico, de nobleza- se valora todavía muchísimo. La familia, que había disfrutado de posición acomodada, luego vino a menos, tuvo que abandonar su solar de Barbastro y su posición independiente; el padre de monseñor se colocó corno dependiente en una casa comercial de Logroño. Es cierto que la familia hizo verdaderos sacrificios para poder dar estudios superiores al futuro fundador, quien deseaba recompensarles por ello. Pero hay una razón más profunda. Venir a menos crea siempre en una familia hidalga un complejo mayor o menor de inferioridad, una nostalgia humanamente muy explicable. Incorporar a su familia nada menos que un marquesado suponía para ella toda una rehabilitación histórica. El padre Escrivá estaba muy unido a su familia, gozaba en los años sesenta de una extraordinaria influencia política y social en España dada la posición preeminente de varios miembros de la Obra en el régimen de Franco (ruego a mis amigos del Opus que no rezonguen al oir estas verdades que son evidentes) y solicitó el marquesado. La decisión no fue muy ortodoxa según la historia de la santidad pero humanamente resulta explicable y comprensible. Ya antes del marquesado el padre Escrivá, que se llamaba solamente Escrivá, obtuvo legalmente la ampliación de su apellido a la forma mucho más solemne de Escrivá de Balaguer. Otro recurso para vencer el complejo de inferioridad; otras personas lo han hecho desde siempre en España, véase el caso del hijo del carretero de Granátula que ha pasado a la Historia con el sonoro nombre de Baldomero Espartero, que no era el suyo. No me parece mal que cada uno se haga llamar como quiera.

Antes aludí a una razón estratégica. La expliqué en el primer ensayo de mi libro Misterios de la Historia, segunda serie (Planeta 1992) sobre la Orden de Malta. El Papa Pío XII estaba muy preocupado con la situación de la Orden de Malta, religiosa y nobiliaria, que data del tiempo de las Cruzadas, desde la fundación de su gran hospital de San Juan en Jerusalén. Se trata de una Orden religiosa plena, aunque en trance de extinción por el número decreciente de profesas; y que a lo largo de los siglos había degenerado en lo que hoy es, un muestrario de vanidades, plumeros y cosas peores, aunque en algunas naciones -las antiguas Lenguas- mantiene encomiables obras de asistencia y caridad; entre esas naciones no se encuentra España, por desgracia. El padre Escrivá, según parece por indicación de la propia Santa Sede, pensó en la posibilidad de hacerse con la Orden de Malta (que con sus cincuenta y tantas representaciones y valijas diplomáticas es además un importante centro de poder mundial) para reconducirla a sus antiguas finalidades espirituales, ahora muy abandonadas. Según informaciones que me fueron facilitadas en Roma, a esto se debe que varios miembros del Opus Dei hayan ingresado en las diversas clases de la Orden de Malta, como algunos Caballeros de Obediencia en España y el propio prelado del Opus Dei, monseñor Alvaro del Portillo, que figura en los catálogos sanjuanistas como caballero de honor y devoción con el número 160 en la Lengua de España. Las mismas fuentes romanas me indicaron que monseñor del Portillo, noble por los cuatro costados, ingresó sin dificultad pero la solicitud del padre Escrivá fue denegada por falta de pruebas de nobleza. Tal vez a ello se debiera la obtención del marquesado de Peralta, aunque ello supondría un cierto desconocimiento del padre Escrivá sobre los mecanismos y rigideces nobiliarias de la Orden de San Juan. Yo desde luego prefiero que la venerable y degradada Orden de Malta caiga en manos del Opus Dei y eluda así las infiltraciones y amagos de la masonería y de la mafia que, como he probado documentalmente, la acechan; registro este episodio como un hecho, no como una crítica. La Orden de Malta se rige por un sistema de patronato, prelatura y soberanía que seguramente ha inspirado al Opus Dei para su configuración actual.

Un defensor de la rehabilitacion

La verdad es que si éstas fueron las razones del padre Escrivá para solicitar el marquesado de Peralta pueden resultar comprensibles, aunque todo ello sigue sin convencerme desde el punto de vista de la tradición religiosa. Sin embargo esto no es lo grave. Lo grave es que, después de estudiar muy a fnpdo el problema, he llegado a la conclusión de que el marquesado de Peralta se concedió al padre Escrivá en virtud de una falsificación. Decir esto me resulta terriblemente enojoso pero me debo a la verdad y voy a probarla.

El recuerdo -casi se trata de un culto- de los títulos nobiliarios españoles en la antigua América española sigue produciendo en las antiguas Indias notables expertos en genealogía, entre los que destacan los miembros de la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas, que publican una acreditada revista cuyos números 30-31, de octubre de 1987 (año 34) tengo delante. En su portada figuran varios apellidos de la más rancia nobleza española allí afincada, entre ellos el de Volio, que me resulta familiar porque es el que lleva mi distinguida amiga Marina Volio, que fue ministra de Cultura en su patria durante el año 1980; tuve el honor de recibirla en nombre del gobierno de España en aquel año. Otro de los linajes nobles trasplantados de España a Costa Rica, que figura en la misma portada, es el de Peralta. Si combinamos los datos de esta revista en el citado número con los obtenidos por uno de mis colaboradores, que es además un experto genealogista, en el archivo del ministerio de Justicia los resultados son explosivos y los voy a analizar inmediatamente.

Pero antes debo referir las conclusiones a que llegó don Adolfo Castillo Genzor, experto genealogista español de Zaragoza, ya fallecido según creo, sobre el marquesado de Peralta aplicado a monseñor Escrivá de Balaguer ya que el señor Castillo Genzor fue uno de los técnicos que colaboró en la rehabilitación. El artículo se titula Nobiliario general de Aragón, el marquesado de Peralta y fue publicado en El Noticiero de Zaragoza el día 6 de agosto de 1968, es decir tres días después de la rehabilitación en favor del padre Escrivá.

Ante todo el señor Castillo Genzor defiende la vigencia de la nobleza y se apoya en la ley de 4 de marzo de 1948. El autor señala que el marquesado de Peralta fue creado por el archiduque Carlos de Austria en su condición de Pretendiente al trono de España (debiera decir en su condición de presunto Rey Carlos III de España) "según Real Cédula datada en la ciudad de Viena con fecha 4 de marzo de 1718". Esta es precisamente la fecha que sigue aceptando en 1988 la Guía Oficial del ministerio de Justicia. Añade Genzor que Felipe V, mediante la ratificación del tratado de Utrecht (mejor sería decir el Tratado de Viena) en 18 de julio de 1725, reconoció las mercedes otorgadas hasta esa fecha por el Pretendiente, convertido en Emperador Carlos VI de Austria. Uno de los caballeros qué acompañaron a don Carlos a su patria cuando perdió la guerra de sucesión española fue, según Castillo Genzor, "cierto caballero hidalgo aragonés llamado don Tomas de Peralta", del que no ofrece más apellidos aunque le cree "de linaje oscense". Al marcharse dejó establecido en la ciudad de Barbastro a su hermano don Diego de Peralta, también sin más apellidos, extraña cosa en un genealogista. Sin embargo el marquesado de Peralta no sería reconocido por la Casa de Borbón, según Castillo Genzor, hasta Fernando VI, "en la persona del sobrino carnal del concesionario, don Manuel de Peralta" según Real Cédula de 4 de diciembre de 1758. Castillo reconoce, pues, que el marquesado no fue aceptado por Felipe V, y que tras el reconocimiento de Fernando VI el concesionario no lo utilizó aunque "dejó expedito el camino a su descendencia". Todo muy extraño.

Y así salta de golpe el técnico, sin más conexiones intermedias, hasta la segunda mitad del siglo XX, cuando alaba a monseñor Escrivá de Balaguer por reclamar un título que le viene "por rigurosa herencia de sangre." Y aquí paz y después gloria.

La verdadera casa de Peralta

Pero ni el señor Castillo Genzor, ni monseñor Escrivá de Balaguer, ni el gobierno español que rehabilitó el título, ni el general Franco que puso su firma en el decreto, dando por buena la obra de los expertos, podía imaginar que don Ricardo Fernández Peralta, fundador y presidente de la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas, hidalgo a fuero de España, fuese realmente descendiente de la auténtica casa de Peralta y se dedicara certera y amorosamente a investigar y estudiar la auténtica historia de su familia, que publicó en el número citado del Boletín que nos sirve de referencia. Arranca -en su estudio de la que llama "rama andaluza" - de don Juan de Peralta y Bosque nacido en 1517, que obtuvo licencia en 1565 para pasar a Costa Rica aunque no lo hizo. Sigue la genealogía hasta el primer miembro de la familia Peralta que veo aparecer en América Central, don Francisco de Peralta y García de San Juan, capitán de navío de la Real Armada, que murió heroicamente frente a Panamá combatiendo a una flota pirata inglesa. Uno de sus hermanos, don José de Peralta y García de San Juan, caso con doña Juana Franco de Medina en 1697 y su primogénito, don Juan Tomas de Peralta y Franco de Medina, nacido el 30 de mayo de 1698, fue precisamente quien. al servicio del pretendiente austriaco don Carlos (llamado Carlos III de España) recibió de él el marquesado de Peralta el 19 de febrero de 1738, (no 1718) cuando don Carlos ya era emperador de Austria. Don Juan Tomás, que era natural de Jerez de la Frontera y no "de linaje oscense" casó en Viena en 1721, enviudó y regreso a España, donde murió en Jerez de la Frontera el 1 de mayo de 1743.

¿Qué valor puede tener una genealogía como la que sirvió para rehabilitar el marquesado en favor de monseñor Escrivá, una genealogía sin apellidos ni fechas, ni datos de nacimiento ni de muerte? ¿Por que el Peralta oscense del señor Castillo Genzor no utilizó su título nobiliario de l718? ¿Por qué no lo heredó su hermano que se había quedado en Barbastro, la ciudad natal del padre Escrivá, muy previsoramente? Muy sencillo; porque el título no se concedió hasta 1738, cuando ya el reconocimiento no era automático; porque se trataba de un título austriaco y no español; porque para convertido en título español hubo sencillamente que falsificar la fecha de concesión y convertirla en 1718, para que cayese antes de 1725, tope de los reconocimientos de los títulos del Pretendiente por el vencedor Felipe V.

El hermano del primer marqués de Peralta no se llamaba don Diego ni tuvo que ver con Barbastro; se llamaba don Esteban Francisco de Peralta y Franco de Medina y también era natural de Jerez de la Frontera. Uno de sus nietos, don José María de Peralta y de la Vega, nacido en Jaén en 1763, fue el fundador de la Casa de Peralta en Costa Rica. Fue un prócer de la Independencia, lo que explica que el titulo marquesal dejara de usarse en la familia, aunque nunca renunció a su calidad de tercer Señor del mayorazgo de Peralta, creado por el primer marqués.

La documentadísima genealogía costarricense continúa por todas sus ramas, frondosa pero clarísima, hasta desembocar en un singular personaje que nos interesa muy especialmente: don Manuel María de Peralta y Alfaro.

Alfonso XII y Alfonso XIII ante el marquesado de Peralta

Ruego al lector que tenga delante. el documento del Ministerio de Gracia y Justicia expedido el 3 de septiembre de 1930 durante el reinado de don Alfonso XIII porque resulta esencial como prueba y lo reproducimos aquí en facsimil.

La falsificación del marquesado de Peralta.jpg

En primer lugar reconoce que el marquesado de Peralta se concedió en 1738 y no en 1718 como dice la guía actual del Ministerio de Justicia a quien se le ha colado el interesado adelanto de la fecha, es decir la falsificación. En segundo lugar porque consta la verdadera rehabilitación del título por el Rey Alfonso XII en favor de don Manuel María de Peralta.

Este nuevo prócer costarricense de la familia Peralta era hijo natural de don Bernardino de Peralta y Alvarado y una descendiente de los conquistadores de América, doña Ana de Jesús Alfaro; pero su padre le reconoció ante el consulado de España en Costa Rica el18 de marzo de 1881. Don Manuel, cargado de honores en su patria, desempeñó importantes misiones diplomáticas; una de ellas en España. El editor de la revista costarricense que nos sirve de guía hace las siguientes interesantísimas consideraciones:

"Don Manuel María de Peralta solicitó y obtuvo de don Alfonso XII la rehabilitación del título de marqués de Peralta por R.O. de 16 de agosto de 1883,(como se indica en el documento que reproducimos en este libro, n.del a.). No obstante hubo cierta reticencia de parte de la Administración española de aquellos tiempos, y fue así como le propusieron a don Manuel María que optara por un cambio de nacionalidad, a lo que él naturalmente se opuso con mucha discreción. Finalmente le sugirieron la intervención del Vaticano en la transmisión del título, cosa que tanto la Santa Sede como él aceptaron con la sola condición de parte de aquélla de que el título debía ser vaticano para no aparecer la Santa Sede como mera transmisora de dicha dignidad. Este es el origen de la duda sobre la nacionalidad del título de marqués de Peralta, que definitivamente es un título del Imperio Austriaco ya que como vimos más atrás, lo otorgó el emperador don Carlos VI de Austria a don Juan Tomas de Peralta, súbdito español, en Viena a 19 de febrero de 1738 es decir trece años después de estar vigente el llamado tratado de Viena (1725). Con dicho tratado quedaron reguladas las concesiones de dignidades a súbditos españoles por parte del otrora archiduque pretendiente, ya por entonces reconocido como emperador de Austria" .

Al referirse a la rehabilitación de Alfonso XII mi colaborador genealogista, que ha estudiado el caso en el archivo del ministerio de Justicia, añade: "El rehabilitador, en este caso, lo fue el embajador de Costa Rica en España, don Manuel María de Peralta y Alfaro, sobrino tataranieto del concesionario. Como en aquel entonces la rehabilitación fue impecable, no se falseó la fecha de creación del título, por cuya causa no podía rehabilitarse como título español. Se llegó a una fórmula original en la que intervinieron el Rey de España y Su Santidad el Papa, en nombre del Sacro Imperio. La fórmula consistió en que la rehabilitación se firmaba por el monarca español, una vez oído el parecer de Su Santidad, y siempre que la merced en cuestión se considerase de forma subsidiaria como título de la Iglesia. De esta manera se concedió un título de características muy especiales que en definitiva no era del todo español ni típicamente vaticano. El Rey de España puso como condición que el título de referencia no se insertase en la guía oficial de títulos de Castilla."

"Llama la atención -continúa el autorizado editor- que la persona que "rehabilitó" -en España y en 1968- dicho título de marqués de Peralta se tomó el trabajo de alterar la fecha de la concesión original y dijera en la solicitud de rehabilitación que dirigió en su oportunidad al Ministerio de Justicia que dicho título le había sido concedido a don Tomas de Peralta el 12 de febrero de 1718. La alteración del día de la concesión aparentemente no tiene mayor importancia; lo que sí constituye un fraude es la alteración del año de la concesión cuando pone 1718 en vez de 1738. Vamos a explicar el por qué. ... Al poner el año de 1718 en la solicitud de rehabilitación incoada por el hermano del actual marqués de Peralta evidentemente quiso convertir el título austriaco en uno español, cosa que seguramente logró el buen señor cambiando simplemente un 3 por un 1 en cuanto al año de la concesión. La curioso fue que la Administración española de 1968, tan severa aparentemente en otros aspectos, esta vez cerró el ojo.

Como historiador y relativo conocedor del personaje yo creo estar seguro de que monseñor Escrivá, que naturalmente estaba de acuerdo con la rehabilitación del título y por supuesto la había promovido, firmó los papeles que le pusieron delante los expertos en quien confiaba y por eso yo no me atrevería en modo alguno a acusarle de la falsificación. Pero creo haber demostrado que la falsificación existió. El marquesado de Peralta ya se había rehabilitado en España. El primer concesionario y su familia no eran "de linaje oscense" sino de Jerez de la Frontera, de donde su linaje paso a Costa Rica. Una genealogía sin apellidos ni fechas ni documentación fehaciente no sirve para nada y en cambio la genealogía costarricense me parece completamente fundada, documentada y probada. En el expediente de rehabilitación de 1968 no se prueba en modo alguno el parentesco de monseñor Escrivá con los Peralta de Jerez, verdadero linaje del título. El autorizado Nobiliario en cuatro tomos publicado unos años antes de la rehabilitación por una comisión en la que figuran autoridades tan relevantes como el marqués de Siete Iglesias y don Vicente Cadenas da la razón a los Peralta de Costa Rica y no alude a los apellidos Escrivá y Albás como nobles. Con tantos títulos de posible rehabilitación monseñor Escrivá fue a estrellarse contra uno lleno de luz y taquígrafos. No me lo explico, no tiene explicación. El deseo de un marquesado por parte de monseñor Escrivá no me gusta pero me parece, dada la idiosincrasia del personaje, comprensible y hasta perdonable. Que el título se base en una falsificación me parece tristísimo e incluso gravísimo. Pero mi deber ante la Historia era decir la verdad y lo he cumplido.