La conciencia y la Obra/Conclusiones

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La aprobación de la Iglesia

¿Puede haber sido la Iglesia víctima del mismo engaño que sufrimos tantos de nosotros? Sería muy tranquilizador, porque sorprende la adhesión incondicional que la Iglesia le ha prestado a la Obra hasta ahora y la poca o nula atención que le ha prestado a los cuestionamientos provenientes de quienes se han desvinculado de la prelatura.

Hay que reconocer que no pocas personas le hemos dado una gran aprobación a la Obra durante mucho tiempo y que eso mismo podría sucederle a otros (cfr. Satur, su relato sobre la visita de Ratzinger a Cavabianca: más allá de la rigurosidad de la narración, el hecho es que Ratzinger quedó muy bien impactado).

Pero el caso de la Iglesia, su jerarquía, es muy distinto, porque a ella le toca la función de juzgar las doctrinas y los ejemplos. Maneja mucha más información y tiene la grave obligación de no dar su aprobación a aquello que no lo merece...

Haber canonizado a Escrivá es un verdadero problema para muchas conciencias, un verdadero trauma, y en no pocos casos, causa de escándalo y apartamiento de la Iglesia. No es una simple discrepancia de ideas: hay de por medio grandes sufrimientos e injusticias que no deben ser ignorados.

Contrastan profundamente con muchos testimonios de Opuslibros, las afirmaciones del Prefecto para la Congregación de la Causa de los Santos, cardenal José Saraiva Martins, realizadas en una entrevista en 2002, al referirse a las características personales de Escrivá:

«Quisiera subrayar (…) su gran amplitud de mente y de corazón que lo llevaba (…) a tutelar la inviolable libertad de cada uno. Pero el nuevo santo fue también un “gran promotor de la unidad eclesial”. El demostró con el ejemplo que la diversidad de carismas no significa oposición, que las diferencias no deben generar contrastes, que en la vida de la Iglesia todo es patrimonio de todos.»

Por lo cual las preguntas surgen inmediatamente: ¿estamos hablando de la misma persona declarada santa? ¿Cómo puede haber tanta discrepancia entre quienes lo padecieron y quienes lo santificaron?

Más que terminar con la controversia, las palabras oficiales de la Iglesia perturban aún más, especialmente porque se parecen más a un encubrimiento que a un esclarecimiento.

La gravedad del asunto reside en lo que este mismo cardenal decía al comienzo de la entrevista, sobre la función de canonizar:

«Se trata de poner en el “candelabro” esos modelos de santidad cristiana y proponerlos como ejemplo a todos los fieles, al entero Pueblo de Dios»

No sirve entonces el consuelo de pensar que Escrivá fue declarado santo «a último momento por la misericordia de Dios». Escrivá fue puesto en el «candelero» por la Iglesia como modelo y ejemplo para todos. El asunto es dramático.




Puede resultar desalentador para muchas conciencias leer la elogiosa carta que Benedicto XVI le escribió al Prelado de la Obra en Septiembre último, con ocasión del 50 aniversario de la ordenación sacerdotal del Prelado (está en la web oficial). Se puede leer como un gesto diplomático y nada más, pero sería una lectura parcial si no se advirtiera el enorme respaldo que la Iglesia le sigue dando a la Obra sin cuestionamiento alguno.

Puede ser una solución temporal el hecho de creer que la Iglesia también ha sido víctima de un engaño y así evitar una crisis de fe más profunda. Pero repito: es una solución temporal. Mientras tanto, los tiempos de la conciencia siguen corriendo y esperando una explicación.

El único modo de resolver definitivamente este hondo desconcierto para la conciencia, es que la Iglesia se pronuncie explícitamente y tome cartas sobre el asunto.

Parece muy poco probable que en el corto plazo surja alguna respuesta al respecto. Lo más factible es que la conciencia de cada uno tendrá que lidiar privadamente -es decir, en soledad, sin el acompañamiento de la Iglesia- con esta dificultad pública para la fe personal.

Digo privadamente porque la autoridad pública pertenece a la Iglesia, lo cual no impide que cada uno exprese su opinión en conciencia pero al mismo tiempo en soledad, por el vacío que implica el silencio de la Iglesia.

Tal vez exista alguna posibilidad de presentar, por llamarla de alguna manera, una cierta «desobediencia civil» a aceptar la canonización sin reservas y sin explicaciones profundas de cómo fue ese proceso y de por qué se rechazaron a ciertos testigos claves.

Cada uno deberá sondear qué le dice su conciencia y actuar en consecuencia, aunque le resulte adverso:

«si aquel a quien el precepto va dirigido tiene conciencia de que eso es pecado e injusticia, lo primero que debe hacer es salir de esa situación de conciencia; pero si no puede, ni estar de acuerdo con el juicio del Papa, en ese caso su deber es seguir su propia conciencia privada y sufrir pacientemente si el Papa lo castiga» (texto citado por Newman, en A. Ruiz Retegui, Lo teologal y lo institucional, cap. 12)

La Obra como problema para la conciencia

¿Podría suceder que, en caso de la Obra, Dios haya querido manifestarse al mundo de manera paradójica? Es decir, que se cumpla lo que dice San Pablo, que Dios eligió a lo necio y lo despreciable para confundir a los sabios, ya que «la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres» (1 Cor, 1,25). Pues sólo de una manera paradójica podría entenderse el sentido divino de una institución que produce tanto daño con el supuesto fin de santificar...

Pero en el caso de la Obra no sería para confundir a los sabios, pues ha logrado confundir a un amplio espectro de personas; además, lo despreciable en el contexto de San Pablo lo es según el mundo, o sea, la debilidad, la pobreza, la ignorancia, características que no se aplican precisamente a la Obra. Me cuesta, entonces, ver en la Obra un signo de la contradicción con la cual pueda actuar Dios para confundir a los hombres.

No veo ningún misterio trascendente en la esencia de la Obra, me parece más bien una institución que se puede explicar en términos humanos, muy humanos.

Sin embargo creo posible pensar la Obra como un misterio en un contexto más amplio, desde el punto de vista de su lugar dentro de la historia de la Iglesia y la Salvación, pues no es fácil de entender qué hace una institución como la Obra dentro de la Iglesia, con el nivel de aprobación que ha obtenido.

Tal vez haya habido otras instituciones dentro de la Iglesia atravesadas por una conducta fraudulenta y características sectarias, con consecuencias tan dañinas y generalizadas, pero lo desconozco. Ha habido instituciones que se han descaminado con el tiempo y como tuvieron un origen legítimo pudieron reformarse. En cambio la Obra resulta, hasta ahora, una institución sin ese origen legítimo al cual volver y por lo tanto irreformable en aquél sentido.




Se podría comparar a la Obra con un crimen: hasta que no se resuelva, se determinen causas y responsables, la conciencia de las víctimas seguirá inquieta.

Ya sea esto desde el punto de vista de la historia como del presente, pues la conciencia quiere resolver el problema en vida o enterrarlo una vez muerto. Lo que no acepta es la indeterminación.

El pasado puede quedar sin resolverse, aunque suponga un peso para la conciencia. Todo cadáver puede ser enterrado aunque las causas de la muerte no se terminen de conocer nunca. La muerte pone un fin, un límite. Toda muerte puede sobrellevarse mejor con un proceso de duelo.

Pero no se puede archivar una situación que sigue vigente. Pues en gran parte, hoy la Obra se mantiene en pie gracias a la impunidad de la cual goza.

El fin de la relación institucional con la Obra no supone una solución para los problemas que ésta ha causado a tantas conciencias.

En la medida en que la Obra siga existiendo en el estado de impunidad que la rodea, será un problema a resolver para toda conciencia que ha sido testigo y víctima del fraude llevado a cabo por esa institución.

Todo avance en el sentido de la justicia seguirá conmocionando a estas conciencias, por más que pasen los años.

La Obra sigue siendo un pasado que no descansa (porque no hay muerte) y un presente que sigue sin resolverse (porque no hay justicia).

Todo el peso de estas conciencias seguirán siendo un peso para la Obra misma: por más que su estrategia sea escapar hacia delante, el testimonio vivo de todas las personas a las que defraudó la seguirá como su sombra.

«Cuando llegó el día de salir del hospital, apenas sabía andar, casi no recordaba quien era (…). Me habían desahuciado, y ahora que había desbaratado sus predicciones y seguía misteriosamente con vida ¿qué otra cosa podía hacer sino vivir como si tuviera todo un futuro por delante?»
(Paul Auster, La Noche del oráculo).

«Los santos no se escandalizaron de los defectos de la Iglesia o de las arbitrariedades, a veces clamorosas, de los que en ella mandaban. Sabían que la ley natural, la ley de Dios y la propia conciencia están muy por encima de la autoridad humana. Por eso, cuando experimentaban las consecuencias de esos errores o las dificultades de un gobierno arbitrario se reconocía que a través de esos hechos brutos Dios mismo estaba presente» (A. Ruiz Retegui, Lo teologal y lo institucional, cap 12).

Puede ser difícil reconocer a Dios detrás de ese «hecho bruto» que es la Obra para muchas conciencias. Sin embargo no deja de ser un desafío y una oportunidad que ayude a la reconstrucción de la propia vida psicológica y espiritual...

En esos días, junto a las reflexiones de Jacinto y Flavia, también me reconocí en un comentario que hizo Carmen Charo, sobre su resistencia a pensar que no tenía vocación. Me pareció una forma válida de recuperar la integridad de la propia conciencia.

En mi caso nunca tuve la sensación de ser un ex-miembro sino de que la Obra en un momento dejó de existir como tal, ella misma se volvió «ex», dejó de ser lo que era, o mejor, dejó de fingir y se mostró como siempre fue. Es la esencia de todo fraude puesto al descubierto: darse cuenta de que algo nunca fue.

En este sentido la Obra valió la pena por las respuestas personales que produjo, aunque como institución fuera un engaño. Ese es mi mejor recuerdo y lo que finalmente permanece.

Dicho de otra forma, me siento orgulloso de haber dado la vida por una causa que inicialmente parecía ser noble. Que luego haya sido una estafa, eso no me ha de llenar de vergüenza ni hace de ese pasado un objeto de negación. La ignominia y la vergüenza pertenecen exclusivamente a la Obra.

Opuslibros es en gran medida una continuación de aquélla respuesta inicial de cada uno, forma parte de su coherencia y su honestidad. En este sentido, más que una ruptura, Opuslibros marca una continuidad, una integridad del testimonio de la propia conciencia. El quiebre real pertenece a la Obra.

Y me pregunto ¿cómo pudo haber existido la Obra? Pues como tal, como originalmente la conocí, ya no existe más.

Es como un truco de magia: ya me di cuenta de que era una ilusión pero aún así me sigo preguntando cómo fue el truco.


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