La Obra como creación lingüística. Un guión sobre su patrón lingüístico

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“El Opus Dei ha llegado con un siglo de anticipación”.

By Julito Membrillo, 18.09.2012


Yo, por mi parte, puedo seguir asegurando que no he llegado a echar de menos ninguno de sus cuidados, de sus charlas, de sus consejos, de sus diálogos, de sus apostolados, nada. Porque era eso precisamente lo que costaba y me repelía por contradictorio” (Antonio Perez-Tenesa). [1]


Existe una saga familiar legendaria en Roma. Ellos son abogados y curiales. Ellas, amas de casa o religiosas. Todos practican lo más distintivo de la intelectualidad latina: la claridad. El culto a la inteligencia lúcida, que es lo mejor y más representativo del alma italiana; los abogados y las amas de casa lo expresan popularmente; los curiales y las religiosas lo hacen con “finezza”. Por estas cualidades son reconocidos.

A los efectos de este artículo, a esta saga familiar, la denominaremos los Mateotti.


Contradicciones lingüísticas: absurdos, oxímoron y programas incompatibles (simultaneos o sucesivos).

Los Mateotti están acostumbrados a escuchar a clientes que hacen alegaciones que le parecen evidentes en favor de su situación y de sus pretensiones. Discursos que introducen, siempre, diciendo que su situación es diferente, que presentan lo que dicen como algo obvio y, por tanto, lo suponen como plenamente legal; y suelen añadir que no entienden el problema que se ha suscitado o que pueda haber. En este caso último caso, temen que se suscite por la incomprensión, codicia o mala fe del otro.

Realmente lo que los Mateotti escuchan son las pretensiones antinómicas, es decir, contradictorias de sus clientes. Por ejemplo, cuando un empresario, que, en el fondo, prácticamente no puede asumir económicamente el coste de la Seguridad Social de un trabajador, pero que lo necesita, está convencido, “ve”, de buena fe, lo que en el fondo es una relación por la cual el trabajador es trabajador realmente, pero formalmente está al amparo de un contrato de autónomo.

Si en 1945, Alvaro del Portillo y Salvador Canals se hubiesen encontrado con un Mateotti abogado, a fin que les representase ante la Santa Sede para obtener una autorización para el Opus Dei, cualquiera de ellos, después de haberles escuchado atentamente, les hubiese contestado que lo que describían como el Opus Dei, lo que pretendían ser como Opus Dei no era otra cosa que “era estar en misa y repicar campanas”, o, en un contexto más informal “ser un pescado muy grande que pesase muy poco”. Pero Alvaro del Portillo y Salvador Canals se encontraron con un Mateotti curial quien, después de haberles escuchado, les contestó: “ustedes han venido con un siglo de anticipación”. Alvaro del Portillo y Canals no entendieron la “finezza” de la contestación y transmitieron literalmente el mensaje al Padre. Le dijeron: la Curia no piensa aprobar la Obra, por lo que su presencia en Roma es necesaria; dicen que “el Opus Dei ha venido con cien años de antelación”.

Lo que habrían formulado los Mateotti, traduciendo lo que les decía Alvaro del Portillo y Canals, es técnicamente un oxímoron.

Como dice wikipedia: “El oxímoron (en latín contradictio in terminis), dentro de las figuras literarias en retórica, es una figura lógica que consiste en usar dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión, que genera un tercer concepto. Dado que el sentido literal de oxímoron es opuesto, ‘absurdo’ (por ejemplo, «un instante eterno»), se fuerza al lector o al interlocutor a comprender el sentido metafórico (en este caso: un instante que, por la intensidad de lo vivido durante su transcurso, hace perder la noción del tiempo). El recurso a esta figura retórica es muy frecuente en poesía mística y amorosa, por considerarse que la experiencia de Dios o del amor trasciende todas las antinomias mundanas.”

Pero en este artículo nos referiremos a oximoron en un sentido amplio, no técnico, en el supuesto que el técnico sea el descrito. Incluimos también un campo vecino, las paradojas. Aquí queremos señalar la amplia categoría de “lo opuesto”: de lo opuesto como pura contradicción o absurdo, de lo opuesto como salida para un tercer significado, o de lo opuesto como opuesto con la intención real que las dos proposiciones contradictorias se apliquen. En otras palabras, desde decir “una virgen con experiencia” o imaginar y desear que, porque llamamos “colaborador semi-interno”, a un trabajador deja de serlo (contradicción absurda), o decir “menos es más” que expresa, por ejemplo, la experiencia de un arquitecto que ha vivido la elocuencia de la abstención (otro oxímoron) en un espacio, o decir, “cuanto peor, mejor”, que expresa un frio calculo utilitario, (contradicciones que expresan un tercer concepto) o decir que soy un “conservador-revolucionario”, como expresó el escritor Norman Mailer cuando se presentó a la alcadía de Nueva York, y que refleja una imagen, una identificación con dos modos de hacer contradictorios, que, quizás, sean oportunos usarlos alternativamente en temas y situaciones distintas (que más bien entra en la categoría de sostener dos cosas contradictorias simultanea o sucesivamente). En fin que en cualquiera que sea la categoría donde entre afirmaciones tales como: “los socios del Opus Dei no son, pero tienen un modo de vivir -entregados a Jesús Cristo- que, en lo esencial, no es distinto de la vida religiosa» o la amplia gama de contradicciones (desde los “colegios que son pero que no son” hasta “no somos como los demás, somos los demás”) y que es el patrón y los usos lingüísticos propios y característicos del Opus Dei.

Lo que dicen los clientes a los Mateottis, lo que decían del Portillo y Canals, son realmente un oxímoron, pero probablemente no son conscientes de ello. No los formulan mediante una figura retórica sino mediante larga verborrea y ninguna precisión conceptual. Pero, al final, la conclusión puede adquirir la forma retórica de un oxímoron. ¿Lo expresan por ser manipuladores, engañadores o delincuentes?. Definitivamente no, de ninguna manera. Lo que expresan es una imagen-deseo motivado por la necesidad, la pasión, el entusiasmo, o el celo según los casos. Sus narraciones no son producto de un razonamiento (“cuanto peor, mejor”) o de una experiencia (vivir un “instante eterno”) sino de una imagen que se quiere, o de una imagen que necesitan ver y que la desean, o el deseo que se hace imagen. Esa naturaleza les permite “ver” salidas que, en realidad, son posiciones contradictorias. Desde luego, no la formulan como un oxímoron y, cuando así se hace, la primera tendencia es negarlo.

Los abogados saben que si la cuestión es litigiosa esos planteamientos antinómicos y contradictorios no tienen ninguna viabilidad. Su público, el juez, realiza una función crítica; y un planteamiento contradictorio, en un crítico occidental, es la ruina de la alegación.

Pero, las contradicciones y los oximoron tienen posibilidades de éxito en el ámbito de la negociación, de la persuasión, y de la venta porque en esos ámbitos, todos ellos de carácter lingüístico, todo vale (en el orden lingüístico) y es posible no encontrarse con críticos profesionales. Lo cual quiere decir que las posibilidades de éxito son mayores en una doble medida: cuanto mayor sea la fe, la habilidad y la pasión expositiva del vendedor o persuasor y menor sean los elementos críticos del público; o más receptivo sea el público a las promesas del discurso y haya menos exposición de los elementos contradictorios.

Cuando la contradicción se convierte en publicidad engañosa

Sobre la afirmación anterior, que “lingüísticamente” todo vale, se debe hacer una aclaración. Ejemplarizemosla con la típica póliza de seguros que, en el contrato en la primera página, la de la letra gruesa y recuadro, afirma que la cobertura de los riesgos es, por ejemplo, “todos los accidentes” y, a continuación, en el anexo de condiciones generales (el texto de la letra pequeña) se excluyen determinadas contingencias. No es inhabitual que haya anexos que excluyan prácticamente todas las coberturas, lo que contradice lo firmado en el contrato. El cliente paga la prima de acuerdo con el contrato “todos los accidentes”. Si tiene un accidente y reclama, la compañía alega que, precisamente, ese accidente es un supuesto expresamente excluido, tal como ha firmado el cliente en el anexo, y que, por eso, no tiene porqué pagar el siniestro. Lo que descubre un abogado es que casi todos los supuestos son de exclusión, por lo que afectan a la totalidad de la cobertura, lo que genera la nulidad de las cláusulas de exclusión. Aquí, se produce lo que hemos denominado, laxamente, un oxímoron. Pero no es válido, ni es lícito, porque en el tráfico, no se exige un espíritu crítico, sino que se exige la confianza y, por tanto, en virtud de tal confianza exigida, lo exigible, es la bondad de la oferta publicitaria (es decir, el contrato, no las condiciones, actuando, el primero como publicidad). Siendo el Opus Dei una institución aprobada por la Iglesia, que, desde luego, no es equiparable a una compañía de seguros (aunque algunos vean analogías, porque no cobra primas, no cubre riesgos, no firma contratos y anexos de condiciones especiales etc) debería operar en el “mercado espiritual”, para hacer una analogía con el ejemplo anterior, que hiciera buena la presunción que hace el consumidor de la bondad del discurso u oferta publicitaria, sin precisar de un juicio crítico afinado (juicio difícilmente exigible, además, a un público adolescente); y que es lo que no sucede.

El campo de la publicidad es, pues, terreno abonado para los “oxímoron”, sean formulados técnicamente o en “prosa”. Porque el oxímoron, como la paradoja, en la medida que es lenguaje, crea o intenta crear realidad. Y los usos lingüísticos corrigen y regulan la realidad.

Pongamos ejemplos de ello. Uso aquí, en OL, para referirse a Escrivá, la palabra “sanjosemaría”. Como uso lingüístico, que lleva aparejada una categoría, se debe a un doble motivo: a la reivindicación respetuosa de aceptar el nombre (el apodo o simplemente el título de presentación) que se nos da y al distanciamiento respecto de aquellos lectores de OL que, considerándolo un devoto idiota, increíblemente ciego y extraordinariamente loco, no debaten si tales adjetivos responden a una descripción adecuada, sino que los ejercitan como una valoración llena de falta de respeto (probablemente un signo distintivo del españolismo, del que, por cierto, y a pesar de ser aragonés, sanjosemaría a veces hizo gala). De la misma manera, una vez usé “padre Escrivá” frente a un supernumerario lleno de celo, cuya evidente intención era hacer apostolado conmigo. Una utilización que hice nada más percatarme de sus intenciones. Me pareció más disuasiva que advertirle: ante todo nada de celo. El hombre se deshinchó inmediatamente, simplemente balbuceó algo así “como una mentalidad clerical” y pasó a otro tema. Indudablemente percibió una distancia tan enorme que, en su análisis tiempo-rendimiento, le hizo dar marcha atrás. En ambos casos, la distancia, el distanciamiento, es real, porque lingüísticamente, aquí, se modifica la realidad, se pone por el medio unos metros simbólicos, pero existentes.

Por el simple hecho de hablar no creamos lingüísticamente. ¿Cuando hay creación lingüística? ¿Cuando se crea realidad?. ¿Cuando hay construcción lingüística que crea realidad?

Empezemos por el final. Cuando explicamos al niño un cuento que le asombra, le hace temblar o le emociona. Cuando la obra literaria nos asombra, nos hace temblar o nos emociona. Las ficciones literarias son creaciones lingüísticas. En sí mismas no son ni verdad ni mentira. Pero pueden contener verdades y mentiras. Y suelen crear realidad. Hay quien sostiene que la hinopsis de la imagen (de la imaginación) es lo que nos la hace vivir como real. Hay personajes que son más reales (en la medida que son existentes), hay frases que nos iluminan permanentemente, que viven en nuestra memoria. Lo que significa, a “sensu contrario”, que hay construcciones lingüísticas que no crean ningún tipo de realidad.

Cuando se afirma (evangelio de san Juan) que la Palabra creó el mundo, nos permite hacer referencia a esa cualidad primordial del habla. Un sacramento es la palabra que causa lo que pronuncia. Lo prediquemos de lo secular o de lo religioso. Por eso, son tan raras las palabras de verdad y casi todas ellas “se las lleva el viento”, y se dice que “son solo palabras”, es decir locuciones, construcciones lingüísticas sin ninguna realidad-real, por decirlo de alguna manera. Y sin embargo, todos hemos vivido la fuerza sacramental de la palabra verdadera. Sin hacer las precisiones necesarias podríamos decir que la afirmación eucarística, crea realidad. El cristianismo es una religión de la palabra, no del libro. La letra mata, el espíritu vivifica, se insiste. Y el espíritu se manifiesta por la palabra.

Un ejemplo característico de crear realidad es afirmar que hay vocación divina, que aquello que llamamos Opus Dei es una realidad sobrenatural, divina y que sus propuestas son una llamada de Dios a ser uno mismo Opus Dei. Ese discurso suele crear realidad. Si no que se lo digan a muchos. Pero esa realidad, ¿es real?, ¿es verdad?. Porque, como decíamos, no toda realidad es verdadera; la falsedad es eso, una realidad contraria a la verdad. La apariencia es realidad, una manera de ser, pero no es verdadera. Pero ese es otro tema. Pascal expresó que muchas veces la falsedad no es propiamente una negación de la verdad, sino una parcialización o exageración de la verdad, o una manera de afirmarla que excluye sus complementos dialécticos.

Y desde luego, casi toda afirmación, discurso, son, por sí mismos, creaciones lingüísticas..

No se puede negar que el Opus Dei es o ha sido un gran creador linguístico, independientemente, que en todas sus construcciones cree o no realidad o que las mismas sean verdad.

Un discurso “oxímoronico” no justificado, o no entendido, es una creación lingüística que no ha creado más realidad que un incordio pasajero. Las contradicciones nacidas de la verbalización de una imagen-deseo (la arquetípica sería la de “la virgen con experiencia”) son esencialmente creaciones lingüísticas que al no corresponderse con la realidad, ni con la verdad, poca realidad aportan, ni, desde luego, crean realidad. Aunque puedan crear una realidad social: aquél grupo que imagine (y se lo crea) que se puede tener una gran experiencia sexual con quien no tiene ninguna. La gran experiencia que pueda haber en el encuentro será de otra naturaleza, pero no sexual. Volveremos sobre el asunto.

La opción de vivir camuflados y el lenguaje uni-dual

Gracias a una correspondencia con un Mateotti curial, Julio Meinvielle, escribió lo siguiente en el año 1970 (en su libro “De la Cábala al Progresismo”):

“Pero así como la Iglesia comenzó siendo una semilla pequeñísima, y se hizo árbol y árbol frondoso, así puede reducirse en su frondosidad y tener una realidad mucha más modesta. Sabemos que el mysterium iniquitatis ya está obrando; pero no sabemos los límites de su poder.
Sin embargo, no hay dificultad en admitir que la Iglesia de la publicidad pueda ser ganada por el enemigo y convertirse de Iglesia Católica en Iglesia gnóstica. Puede haber dos Iglesias, la una la de la publicidad, Iglesia magnificada en la propaganda, con obispos, sacerdotes y teólogos publicitados, y aun con un Pontífice de actitudes ambiguas; y otra, Iglesia del silencio, con un Papa fiel a Jesucristo en su enseñanza y con algunos sacerdotes, obispos y fieles que le sean adictos, esparcidos como “pusillus grex” por toda la tierra.
Esta segunda sería la Iglesia de las promesas, y no aquella primera, que pudiera defeccionar. Un mismo Papa presidiría ambas Iglesias, que aparente y exteriormente no sería sino una. El Papa, con sus actitudes ambiguas, daría pie para mantener el equívoco. Porque, por una parte, profesando una doctrina intachable sería cabeza de la Iglesia de las Promesas. Por otra parte, produciendo hechos equívocos y aun reprobables, aparecería como alentando la subversión y manteniendo la Iglesia gnóstica de la Publicidad”

¿Suscribiría Josemaría Escriva esta cita? Internamente compartía su contenido. Pero nunca la suscribiría. ¿Por qué?

Antes de contestar, introduzcamos a Julio Meinvielle (1905-1973), estricto coetáneo de sanjosemaría (1906-1975). Meinvielle fue un sacerdote católico integrista o tradicionalista y fue uno de los fundadores y directores del escoltismo argentino. Entre muchas cosas que unía a sanjosemaría y a Julio Meinvielle es la persona, la doctrina y la obra de san Pio X. (Dicho sea de paso un autor, otrora enormemente citado en los documentos vaticanos y, hoy, silenciado. Por ejemplo, en el catecismo brilla por su ausencia, a pesar, de ser uno de sus antecedentes, el llamado catecismo de san Pio X). Los tres fueron enemigos acérrimos del modernismo. Pero Josemaría Escrivá nunca estaría dispuesto a que se le asociase con el tradicionalismo o el integrismo. La diferencia de Josemaría Escriva, respecto a los otros dos, era que estos últimos eran enemigos “declarados” del modernismo (en realidad del fondo de la modernidad, que es libertad de conciencia), pero Josemaría no era un enemigo “declarado” sino un enemigo “emboscado” del modernismo (modernidad) porque se publicitaba como amigo del mundo, y hablaba elogiosamente de lo moderno. Y mientras el padre Meinvielle y san Pio X aborrecían de esas dualidades descritas, a sanjosemaría le era connatural el esquema lingüístico que ofrece Julio Meinvielle [2].

Si uno de los chicos de Meinvielle le dijese: “padre Julio, voy a montar un blog contra la sodomía”, es muy probable que el celo del muchacho inspirase al padre Meinvielle a darle la conformidad.

Si uno de los hijos de sanjosemaría le dijese: “padre, voy a montar un blog contra la sodomía, para luchar contra ella”, el padre se lo desaconsejaría (prohibiría) porque el sexo es materia como la pez, que se engancha y no se suelta. Es decir, sanjosemaría aconsejaría la evitación. ¿Por qué? Porque no vería la eficacia, es decir, no “vería” la victoria y, además sospechaba, que en la confrontación, el muchacho se pudiera perder (y tal imagen negativa, que veía como un escándalo, le aterrorizaba). Por esas mismas dos razones (no asegurar la victoria y no tener garantizado que no haya derrota), Josemaría Escriva evitaba las confrontaciones públicas. Ello demuestra, además, una muy, pero que muy sospechosa falta de confianza en sí mismo o, en todo caso, confianza en sus propias verdades.

Si se le pidiese una justificación de tal opción, no tendría reparo en mal-justificarla en un oxímoron que solía usar y que, para este caso, no tendría razón de ser: “se valiente, huye”. Y es que a veces el embrujo de sus propios hallazgos lingüísticos le deslumbraba y repetía y repetía.

A lo anterior, se podría añadir que Josemaría Escriva, que no era deportista y no le gustaba practicar deporte, también carecía de espíritu deportivo. El no compartía el principio de participar en una competición para ganar, sabiendo ganar o perder. Su concepto de la lucha, del combate era el analizado por el resultado. Por ello, se ha destacado, que solo asistía a aquellas reuniones en que se admitiera su posición de superioridad o dominio. Su sentido de la lucha y del combate se asemejaba al militar, no al deportivo, ni a mi juicio, al espiritual (juicio, diría, que ha sido contradicho por su canonización). Esa necesidad de posicionarse desde el poder también tiene su correlación lingüística. E.B.E hace notar que un director que debería decir: “me gustaría hablar contigo para decirte una cosa, ¿cuando te va bien quedar?” lo convierte en: “tenemos que hablar, llámame” o “quiero hablar contigo, llámame”.

¿Por qué no suscribiría sanjosemaría la cita de Julio Menvielle, él, que, con otras palabras, decía lo mismo por aquellas épocas, que sospechaba de Pablo VI en los mismos términos que Mainvielle, que se hizo eco, muy ambiguamente, de una declaración de Pablo VI que decía que el olor de Satanás se había colado en lo más alto de la Iglesia?, ¿por qué no la suscribría, cuando él afirmaba, y escribía, que el Opus Dei constituía el “pusillux grex”, el “resto de Israel”, que permanecía fiel en medio de unas deserciones y simulaciones masivas? Los párrafos anteriores anuncian la respuesta: no lo podía suscribir por la terminología, especialmente por la palabra “publicidad”. Tampoco lo suscribiría porque el texto revela su táctica, la de actuar “emboscado” [3].

Josemaría Escriva sufría la onda expansiva de la elección de su nuclear opción de “ser y no aparecer”, “de hacer y desaparecer” o “de ocultarse y desparecer”. Solo constatamos su antinómica relación entre ser y apariencia, entre hacer y publicidad. No vamos a indagar ni sus causas, ni tratar de comprender, ni tan siquiera describirlas. Una aproximación nos la proporciona el estudio histórico-espiritual contenido en una ficha de José María Casciaro. En dicha fuente se dice que ese “ocultarse y desaparecer” fue el impacto que le causó el testimonio de ese modo de actuar de una dama apostólica, Mercedes Reyna O´Farril, religiosa del Patronato de Enfermos, que murió en olor de santidad el 23 de enero de 1929, siendo atendida por sanjosemaría en su última enfermedad.

Es decir, que surgió del impacto de la “imagen” de un tercero y del “deseo” de imitarla. Lo que también entra en la categoría que llamo de una “imagen-deseo” (aquí, ser como otro, como Merceditas según la llamaban, cuando uno es distinto).

Nos dice la citada fuente que “en la edición de Camino de 1939 San Josemaría Escrivá de Balaguer dejó escrito: «No quieras ser como aquella veleta dorada del gran edificio: por mucho que brille y por alta que esté, no importa para la solidez de la obra. —Ojalá seas como un viejo sillar oculto en los cimientos, bajo tierra, donde nadie te vea: por ti no se derrumbará la casa”.

¿A quién destinaba San Josemaría estas palabras? Por la documentación que aporta P. Rodríguez en su edición crítico-histórica de Camino, se dirigía a él mismo y a quienes le seguían en los comienzos del Opus Dei”

Ese nuevo punto 590 incorporado en 1939, ser “piedra sillar oculta”, es una contradicción respecto al punto 1 - que por algo es el primero- por el que se ordena “deja huella” e “ilumina”. El primer punto de Camino es una apología del ser y del hacer, de un ser y un hacer tan profundo que “deja huella”, tan intenso y visible que “ilumina”, siendo ambos, por definición, algo no oculto y publicitario. Como lo son los varios puntos de Camino sobre “ser caudillo”, de liderar el entorno. Por el contrario, la ocultación completa sería borrar la huella, no iluminar, y, desde luego, olvidarse de la publicidad del liderazgo.

Para salvar la contradicción, cabría decir que son destinatarios distintos (¿Camino se dirige a gente que no es del Opus Dei?) o en situaciones distintas. A mí me parece que lo anterior refleja el modo de proceder de sanjosemaría: bastante por acumulación contradictoria, un quererlo todo, aunque sea antinómico; porque esa contradicción, por su naturaleza de imagen-deseo, él no la percibe como tal, al revés, no solo se ve como posible sino que se quiere ejecutar; en caso contrario, hubiera pulido Camino [4], plagado de esas contradicciones.

La visión sobrenatural no es más que la capacidad de encontrar sentido a una realidad contradictoria y, especialmente, en el orden espiritual; es estrictamente análoga a la capacidad de sentido de un oxímoron en el ámbito secular. Una contradicción tiene sentido, es decir es un oxímeron, cuando se comprende. Hay sentido (“un instante eterno”) en la medida que se puede absorber las contradicciones porque ha habido una experiencia, o una inteligencia, que las permite comprender. Han de responder a una realidad, no a una imagen-deseo. Por ejemplo, el oxímoron expresado por Jesús cuando habla de ser sencillos como palomas y astutos como serpientes, yo lo percibo más como una imagen-deseo que como una experiencia, pensamiento o realidad. Volveremos sobre ello.

Ese impulso por “hacer y ocultarse” llegó a ser idiosincrático de Josemaría Escriva, y por extensión al Opus Dei. Esa idiosincrasia incorporó una variable en el uso lingüístico del oxímoron; un uso lingüístico solo posible en el campo de la publicidad, la persuasión o la venta, todos ellos ámbitos sociales. Por un lado lo dificultaba, porque impedía hacer persuasión o venta, que es publicidad, y por otro, lo estimulaba porque obligaba a usar el oxímoron como único recurso lingüístico coherente con una opción que lo convertía en idiosincrático (el programa de ser o hacer en grado superlativo y no parecer y/u ocultarse en grado superlativo).

No es lo mismo el vendedor extrovertido, apasionado de su producto, quien usará y presentará las contradicciones y antinomias, nunca explícitas, porque para eso se necesita ser un literato, un pensador, o un crítico o inteligencia afinada, que un hombre que necesita presentarlas pero se resiste al discurso público. Máxime cuando los primeros oxímeron publicados, “la santa coacción”, aunque también la “santa intransigencia”, la “pillería santa” etc. fueron objeto, ya a inicios de los años 40 (hasta la fecha), de críticas acerbas. Y los oxímoron espirituales no formulados técnicamente, pero sí existentes como el antes expuesto (puntos 1 o los relativos al liderazgo y 590 de Camino) también fueron puestos entredicho en el tiempo por muchos miembros de la Obra.

Si alguien se define, constitutivamente, y el Opus Dei también lo hizo así, como un Ser y no Aparecer, como un Hacer y Desaparecer, que, según como se mire, son otros dos oximoron, porque es fácil que entren en contradicción, el resultado lingüístico es obligatoriamente el que se formaliza desde la contradicción semántica.

Una cosa son las contradicciones en el ámbito lingüístico de la espiritualidad como hemos indicado y otro en el institucional. En el cristianismo el oxímoron es lo común. Cuando Nicodemo le pregunta a Jesús cómo se puede volver a nacer, pregunta por un oxímoron que no ha entendido. El mito central del cristianismo, la cruz-resurrección, que es el mito de la muerte y de la vida, también expresado en la parábola del grano de mostaza que tiene que morir para vivir, es un oxímoron. Pero son contradicciones que han sido objeto de experiencia y que reflejan un pensamiento, paradójico u oximorónico, riguroso en sí mismo y en coherencia con una experiencia vivida. Son oxímoron que muchos han podido vivir realmente. El mensaje evangélico tiene todo él, prácticamente, un carácter “oximorónico”, pero Jesús dice que lo pueden entender (una manera de secularizar la “visión sobrenatural”) cualquiera que tenga “oídos para oir”, advirtiendo, lógicamente, que les será más fácil a aquellos que no han construido lingüísticamente mucho, es decir, les será más fácil entender a los pobres que a los ricos. Y aquí rico y pobre se refiere al rico y pobre lingüísticamente, el que ha creado mucha realidad social o imaginaria o el que no ha creado y tiene un acceso más inmediato a la realidad. La advertencia evangélica debe tenerse en cuenta en la herméneutica del oxímoron, porque si éste requiere de muchas explicaciones para su comprensión es que, probablemente, justifique su propia ininteligibilidad.

Y otra cosa muy distinta, decíamos, es la contradicción en el ámbito institucional, en el ámbito jurídico, que es el mundo en que se identifica el ser con el deber ser. Aquí, no caben las contradicciones, ni los oxímoron creativos. Si la conducción de una alegación de este tipo en un pleito es la ruina de la misma, la implantación institucional de una contradicción es la falta de viabilidad de esa institución en el tiempo.

Guión del patrón lingüístico de la Obra (especial versión institucional)

A mi juicio falta un examen atento sobre los usos lingüísticos de la Obra. Algunos han querido ver en el lenguaje de la Obra un lenguaje “orwelliano”. Orwell caracterizó, en su novela 1984, la traducción lingüística de las pretensiones totalitarias. La neo-lengua del totalitarismo, guerra es paz, esclavitud es libertad, la ignorancia es fuerza era la inversión de los usos semánticos comunes. Solo una reeducación lingüística permitiría una reeducación intelectual, una conversión de las mentes en sujetos sumisos del nuevo orden. Eso era el totalitarismo. Sí, muchos han querido ver, en el lenguaje de la Obra un intento orweliano, quizás, al constatar la coincidencia entre expresiones linguísticas de la Obra y una de las características del totalitarismo: pensar que todo es posible.

En el otro extremo muchos no han tomado en cuenta que hay unos usos lingüísticos sino que han reducido la cuestión a “todo es mentira”, “solo mienten”.

Quien firma no quiere excluir ciertos elementos orwelianos, ni refutar mentiras que se han pronunciado, pero, sinceramente, piensa que ambas perspectivas no aciertan con el fenómeno. Las variables lingüísticas, es decir, el patrón lingüístico profundo, que caracterizan el Opus Dei (especialmente en el ámbito institucional) son seis:


a) el uso prevalente del oximoron (entendido ampliamente y formulado en un sentido también amplio) con la evidente intención de crear realidad y que responde, a mi juicio, en la mayoría de los casos a una imagen-deseo (no a una realidad, a un pensamiento o a una experiencia).

Esos “amplios” quieren decir: que se dan los tres tipos de contradicciones antes enunciados, y que se formulan no con el tecnicismo de una figura retórica sino con una prosa a menuda larga y tortuosa.

La visión sobrenatural solo legitima aquellos oxímoros que completan, parafraseando el tomismo, la realidad visible, pero no que la contradigan. La pretensión de justificación de las contradicciones u oxímoron (su reducción técnica) por razón de la visión sobrenatural (todos los espirituales de Camino), y algunos institucionales de Meditaciones y Crónica, que realiza la Obra, no cumple con el requisito anterior. Pertenece al ámbito de justificar lo injustificable (absurdo), la menor de las veces, o la pretensión de mantener dos términos contradictorios (en el fondo, pensar que todo es posible), la mayor de las veces, o con una finalidad publicitaria, es decir, manipuladora, también frecuentísima.


b) el uso prevalente, derivado de lo anterior, de lo que podríamos llamar lenguaje uni-dual. Y que tiene dos aplicaciones:

b.1.- un discurso publicitario y un discurso de promesa o exigencia (según del lado de quien lo mire) dentro de la misma formulación. O lo que en otros términos se ha llamado de un “discurso para fuera” y otro “discurso para dentro”, o de un discurso “oficial” o “aparente” en contraposición al “real” o “verdadero”. El nombre, la etiqueta, en este caso, no hace la cosa.

b.2.- un uso consciente de dos y hasta tres acepciones dentro de la misma palabra. Lo común, cuando esto sucede, es enunciar todas las acepciones.

También, dentro de esa categoría es abarcar o restringir, según conveniencia, los significados posibles de las palabras. Lo común en estos supuestos es usar otra palabra, porque, realmente, responden a otro concepto.

Una aproximación de ello es el vocablo “vocación” tal como lo expone don Gervasio.

b.3.- un uso consciente de usar palabras sinónimas (según el sentido común lingüístico) dándole dos significados conceptuales diferentes. En el correo recién citado, se da un ejemplo de ello, derivado de la imagen-deseo. Cuenta que Escrivá leyó en el Osservatore romano un artículo que le produjo ese efecto: los sacerdotes son “llamados” (sin tener “vocación” para ello), una especie de “vocación pasiva”. Sanjosemaría distinguió, a partir de entonces, para los sacerdotes, entre “llamada” al sacerdocio no como vocación (la “vocación” “es la misma”) y “vocación”.

En los casos anteriores mucha gente ha hecho notar el constante “doble fondo” que expresa el Opus Dei. En muchas ocasiones, la visión sobrenatural ha sido la coartada para justificarlo. Pero, era una alegación lingüística.


c) el uso ocasional de dividir el discurso, el publicitario del de la promesa o exigencia, sin tener la conciencia de mentir porque se posee la conciencia que se trata de un único discurso que, por razones coyunturales o utilitarias, se presenta como separado o por separado.


d) la repetición de fórmulas, frases, dichos, sloganes y discursos dados, con exclusión de un discurso nuevo o creativo; el uso de lo mismo (repetición) en los contextos más diversos y la correlativa prohibición de otros usos.

Un sistema de repetición con la finalidad de creación de realidad (un principio publicitario conocido que Gobbels popularizó, dentro de sus once puntos, como el “principio de orquestación”: la propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas. De aquí viene también la famosa frase: "Si una mentira se repite lo suficiente, acaba por convertirse en verdad”.

La repetición tiene también la finalidad de no crear espacio para el diálogo ni para la admisión de ideas o realidades ajenas a la repetición de las fórmulas, prohibiciones (que son muy efectivas en la mente) frases, dichos y sloganes.


e) la emisión de frases-slogans sin conexión con los discursos centrales, haciéndoles aparecer, coyunturalmente como centrales. Por ejemplo: somos una “organización-desorganizada”, que no liga mucho con “lo nuestro es abrirse en abanico”, o “ser un ejército disciplinado” etc. [5] La floración exuberante de frases-slogans, no responden a ningún entramado de su realidad sino a momentos de imagen-deseo, de la misma manera que los sloganes publicitarios tienen éxito y se repiten.


f) de manera residual, pero en aspectos muy relevantes, inventarse significados, definiciones o aportar conceptos que poco tienen que ver con la realidad. Ejemplos: el concepto de “libertad de conciencia”, claramente descrito en el decreto de libertad religiosa del Concilio Vaticano II, se reinterpreta en el de la “libertad de las conciencias”, que es algo inventado por la Obra. La cuestión de fondo es que la concepción de la Obra no es compatible con la descripción de la libertad de la “libertatis humanae”, como tampoco lo es la praxis de la Obra con la ortodoxa libertad de conciencia. En los 70, en el ámbito de lo jurídico, fue la “ficta iuris” para decir que en “realidad” no se era lo que “formalmente” parecía ser: un instituto secular. Nos informa Gervasio de un nuevo intento: “la relación orgánica”. En derecho mercantil, la “relación orgánica” es la teoría mayoritaria (frente a la del mandato) que caracteriza a los administradores de una sociedad de capital (corporate). Según nos dice, han utilizado una expresión nueva en el derecho canónico para hacer significar lo que ellos pretenden.

De las variables anteriormente dichas se podrían elaborar un elenco notable. Desde luego, su desarrollo, sería un ejercicio recomendable. Es, repito, un estudio por realizar del que solo aquí se pretende dar un guión-esbozo. Aquí practicaré solo un ejercicio de una afirmación, ciertamente relevante, sobre la naturaleza del Opus Dei, afirmación realizada en el contexto de los votos. Dice el texto del libro “Itinerario jurídico del Opus Dei”:

“Sin embargo, con el transcurrir del tiempo y el aumento de la labor, en torno a 1934, algunos de los que habían respondido a la llamada del Fundador fueron inquietados -como señalamos en su momento- por ciertas personas, que les vinieron a decir que su decisión de entrega carecía de valor y que su modo de vivir estaba falto de estabilidad. Las circunstancias, el ambiente, la intromisión de esas personas -algunas de ellas, sacerdotes-, llevaron a Mons. Escrivá a aceptar la conveniencia de que los miembros del Opus Dei hicieran votos privados, sin manifestación externa, como podía hacerlos cualquier cristiano -práctica usual en aquella época-, para facilitar de esa forma "por un motivo psicológico", dirá- que quienes fueran llegando al Opus Dei tomaran más viva conciencia del compromiso asumido (77). Al mismo tiempo, estableció que la vinculación entre los miembros y el Opus Dei consistiría en la simple manifestación de la decisión de comprometer la vida entera en la búsqueda de la santidad y en el ejercicio del apostolado.”

La negrita es la frase a analizar. Una frase en que se da el lenguaje que hemos llamado uni-dual porque en la misma frase dice dos cosas bien distintas y contradictorias.

La presentación uni-dual del Opus Dei en Roma (1945)

Pero antes intentemos reconstruir los antecedentes. No sabemos cuando exactamente Alvaro del Portillo y Salvador Canals tuvieron el encuentro con Mateotti, el alto personaje de la Curia que estaban buscando. No sabemos si fue en la Roma ocupada por los nazis o en la Roma liberada. Las películas de la ocupación nazi permiten reconstruir el contexto, tanto como “Roma, città aperta”, de Rosellini, excelente documental de la Roma liberada. Era una época no ordinaria. Y la reconstrucción que sigue, que haremos de manera desordenada, solo se hace a efectos del análisis lingüístico esbozado.

A Mateotti le facilitaron, previamente, o entre la primera y la segunda entrevista, un dossier con los antecedentes que entendieron relevantes, entre los cuales, constaba el reglamento de la pia unión de 1941, puesto que, según recoge el Itinerario Jurídico, representaba para sanjosemaría lo eterno del Opus Dei, su esencia.

La lectura de su art. 1. “buscan su perfección cristiana, por la santificación del trabajo ordinario. Persuadidos de que el hombre ha sido creado "ut operaretur" (Gen. II, 15)” le sorprendió notablemente.

En primer lugar, porque la traducción vernácula italiana del versículo bíblico dice, “guardar y cultivar” el jardín del Edén. Efectivamente, guardar y cultivar se puede, casi no hay otra opción, que traducirlo al latín por “ut operaretur”, pero no le veía la relación entre el trabajo del mundo actual, el trabajo del mundo después de la caída del hombre, que el trabajo que se le había encomendado a Adan y Eva en el Paraíso: que lo guardasen y lo cultivasen. Esta aproximación, esa mala cita, para decirlo francamente, le puso en guardia. ¿Sabían de lo que estaban hablando? O se dejaban llevar por la verborrea?. Además un familiar siempre le recordaba que, “cuando un eclesiástico se erige en maestro de secularidad, se equivoca frecuentemente: los eclesiásticos sólo pueden ser discípulos". ¿Qué hacía un sacerdote que no había trabajado nunca como seglar hablando de santificación y trabajo? ¿Se le había ocurrido una adaptación católica del calvinismo?

En segundo lugar, no le sonó nada el vínculo “buscar su perfección cristiana por la santificación del trabajo ordinario”; es decir, que no sabía cómo establecer la relación. La perfección cristiana es haber alcanzado la caridad, es decir, el nuevo mandamiento evangélico. Mateotti, solía recordar, en sus homilías dominicales, en qué consistía el “nuevo” mandamiento. Según su trabajado guión, recordaba la singular unión, y transformación de dos mandamientos que constan en el Antiguo Testamento: “el a'maras a Dios con todas tus fuerzas, tu corazón” de Deuteronomio 6,5 y el “amaras a tu projimo como a ti mismo” de Levítico 19:18.

Y luego se preguntaba retóricamente a sus feligreses: si leemos amarás a Dios, amarás a tu prójimo y te amarás a ti, los mandamientos son tres, no uno. ¿Son tres mandamiento o son uno?. ¿Por qué decimos que es uno?.

El nuevo mandamiento consistía en descubrir que, el mismo amor que se tiene a Dios, es el que se tiene a sí mismo y el que se tiene al prójimo y que, por ser el mismo, se da en los tres. Y que la falta de uno hace decaer dramáticamente la existencia en los otros y, al revés, el incremento de uno refuerza el vínculo de los otros amores. En definitiva, que existía una circularidad necesaria entre los tres amores, por ser el mismo y además también ser idéntico, pudiéndose expresar de muchas maneras, pero siempre, al final, se caía en un patrón uni-trino, porque la expresión lingüística cristiana, de acuerdo con su realidad, es, mayormente, así, uni-trina.

Idéntica estructura tienen las tres virtudes teologales, que es la plenitud de una vida espiritual. No puede existir una sin las otras. Nuevamente en una realidad uni-trina.

Mateotti insistía que el “nuevo mandamiento” era para todos, clérigos, seglares y religiosos. Y que era lo único relevante.

Sin embargo, solía recordar la sistematización que había realizado Santo Tomas cuando, en su exégesis del evangelio de san Mateo sobre el joven rico. Jesús le dijo cómo salvarse (cumpliendo los mandamientos) y al parecerle al joven rico insuficiente y se le contestó “si quieres ser perfecto…”. Esa perfección se había determinado en tres promesas, una de obediencia, otra de pobreza y una tercera de castidad. Sobre ese esquema giraba la “perfección cristiana” desde hacía casi mil años. Y para relativizar decía: y por qué tres? Los jesuitas hacen un cuarto voto, el de obediencia al Papa. El número, concluía definitivamente, puede variar.

Por eso, buscar la perfección a través del trabajo ordinario, le parecía una novedad católica o algo calvinista. ¿Cómo conciliar el camino de perfección, es decir, los tres votos por excelencia con el trabajo ordinario?. ¿Qué relación tenían?. Fue lo primero que planteó una vez hecha su introducción. Mateotti realizó ésta manifestando “viniendo aquí demuestran ser auténticos hijos de la Iglesia” (referencia indirecta a la obligatoriedad de una aprobación para un apostolado organizado) y, en seguida, les expuso la anterior objeción:

-“He leído el expediente que han presentado con tanto esmero y sobre cuya preparación solo pueden hacerse los más encarecidos elogios, y me ha parecido entender que aspiran a la perfección cristiana mediante la actividad ordinaria, concretamente, el trabajo ordinario”.

-Efectivamente, su Ilustrísima, contestó muy afable Del Portillo.

-Solo puedo ver un coro de voces laudatorias para el caso que sometan a aprobación un instituto que vincule la perfección de la caridad cristiana con el trabajo.

-Sí, sí ilustrísima, -contestaron desconcertados- esa es la finalidad última, pero sin olvidar que la misma se alcanza mediante el ejercicio de la perfección como se suele entender. Para nosotros es el medio, no necesario, ni mucho menos, pero sí indispensable, para realizar nuestra vocación.

-¿Quieren ustedes decir, hijos míos, que quieren ser ustedes religiosos en medio del mundo?.

-No, nuestra vocación es distinta, queremos vivir la religión en medio del mundo, pero no como religiosos sino como la realizaban los primeros cristianos, que lo hacían con la misma intensidad con que lo hacen los religiosos hoy en dia.

-Mateotti volvió a la carga: Estoy muy interesado en conocer los detalles sobre esa experiencia de alcanzar la caridad cristiana mediante la santificación del trabajo, y vislumbro esa vinculación entre trabajo y la caridad cristiana, pero, hijos míos, me falta luz, para ver su interés en vincular el camino canónico de perfección con el trabajo. Lo digo también porque la cuestión facilitaría el ropaje jurídico.

La respuesta que se le proponía a esa cuestión la daban los otros artículos del reglamento y las explicaciones dadas. La conclusión mental de Mateotti no era otra que lo que pretendían era organizar una orden laica, invisible externamente, dedicada preferentemente a la intelectualidad.

Y en cuanto a la manera de organizarse también le parecía algo sorprendente. Sus interlocutores le insistían su pretensión de vivir la “religión”, entendida como perfección cristiana, que, como queda dicha, implicaba hacer los tres votos, pero que sin que esos votos tuvieran publicidad, ni control eclesiástico. Los tres le daban vueltas a la expresión del reglamento del 41 «los socios del Opus Dei no son religiosos, pero tienen un modo de vivir -entregados a Jesús Cristo- que, en lo esencial, no es distinto de la vida religiosa», pero la cosa no era nada clara, más bien parecía una contradicción.

Matteoti entendía perfectamente el doble mensaje que le facilitaban: nosotros queremos un compromiso integral, pero no queremos que esos compromisos sean votos religiosos, y queremos formular los compromisos que realizan los religiosos, porque nuestra entrega no es menor que la de ellos, pero no queremos que en su formulación sea pública (publicidad) ni que intervenga ningún control eclesiástico.

Mateotti procesó con claridad que lo que pretendían era, por poner un ejemplo, un matrimonio con promesas y compromiso de matrimonio, con todo lo que ello lleva consigo, pero que no se llamase matrimonio y que su celebración no fuera pública (hubiese publicidad) ni interviniese ninguna autoridad (ni eclesiástica ni civil). O sea, lo que se dice un matrimonio de hecho, pero que además, no se llamase matrimonio. Eso le parecía, desde el punto de vista institucional, una antinomia.

En primer lugar, porque fuera de las promesas del bautismo (que es el compromiso integral por vivir toda tu vida hasta la muerte la perfección cristiana en sentido positivo y, formulado en sentido negativo, el rechazo del “demonio de sus obras y de sus pompas”, o sea de la vida de pecado), cualquier otra promesa es un voto. Desde prometer una romería por si apruebas un examen difícil hasta decidir vivir la perfección cristiana, es decir, la religión, que son los tres votos clásicos y que, como los otros, están regulados canónicamente.

En segundo lugar, porque cualquier apostolado organizado debe ser controlado canónicamente, lo que supone una autoridad inmediata de los organizados a la que sujetarse. La obediencia prometida a esa autoridad, y era claro que eso sí lo querían, y lo querían como algo esencial, no puede ser algo “invisible” o “informal” o “a-institucional. Matteoti se inclina por pensar que lo que querían era un solo voto, el de la obediencia, entonces, porqué hablar de “perfección” y por qué esa “obediencia” debía aparecer como invisible? Definitivamente, lo que proponían no era viable por contradictorio.

Y si estaban dispuestos a superar la contradicción de un matrimonio que no se llamase matrimonio, es decir, de una vida de “religión” que no se llamase “vida religiosa” (según el canon vigente de 1917), y, por tanto, afirmasen que realmente eran religiosos, lo que pretendían también era, formalmente un sinsentido, pues querían ser “religiosos sin papeles”; como el matrimonio de hecho, religiosos de hecho, pero no de derecho. Y todo ello se justificaba porque no dejaban de ser laicos y querían continuar siéndolo.

Mateotti, en su entrevista, les comentó que le constaba que había muchos movimientos que pretendían vivir la religión sin dejar de ser laicos y sin dejar de estar en el mundo. Que se habían encontrado que esa pretensión no la recogía el código canónico de 1917, pero que tanto la congregación de religiosos, como la congregación del Concilio conocían la cuestión y que estaban buscando fórmulas para encontrar una solución. Que el tiempo, el estudio, y la acción del Espíritu, tarde o temprano resolvería la cuestión.

La contestación de Del Portillo y Canals, fue, en esencia, que ellos eran únicos, que su mensaje y modo de organizarse era voluntad de Dios, que no podían renunciar a ello.

Mateotti, conmovido por la firmeza de aquellos jóvenes tan preparados, y de buena familia, sugirió nombres de personas que trabajaban en el caso y que les fueran próximas (le ratificaron que estaban en contacto con Arcadio Larraona), les hizo preguntas cuyo sentido se les escapó, opinó que los tiempos eran revueltos, que las prioridades de la Curia eran otras, y realizó nuevamente preguntas concretas sobre cómo organizar y aplicar esas pretensiones.

Al final, dada el tipo de contestaciones que recibía, la sensación de la prisa por una legalización, el recordatorio de unos tiempos con otras prioridades, no quiso ser como sus hermanos abogados, y, con gran elegancia, acabó la reunión manifestándoles que, a su juicio, “el Opus Dei venía con un siglo de anticipación”.

Consta que, Mateotti se congratuló con la aprobación de la próvida mater ecclesia y con la aprobación del Opus Dei como instituto secular porque era lo más coherente a lo que había escuchado que decían que eran y pretendían hacer.

Las contradicciones institucionales del Opus Dei aparecieron de inmediato. Como símbolo indico solo una. Cuando el régimen legal que estaba vigente era el contenido en la pía unión y la sociedad de vida en común de la Santa Cruz, se empezaron la conversación de compra de Villa Tevere. El artículo 12 de la Pía Unión, basado en la filosofía, de no aparecer, de ocultarse, había determinado que la organización fuese invisible (bajo la rúbrica de la humildad colectiva), por lo que, entre otras cosas, el art. 10, prohibía “poseer bienes inmuebles”. El reglamento aprobado como instituto secular siguió con el modelo de no aparecer, luego las propiedades no podían estar a nombre del Opus Dei; es decir, seguí con el mismo régimen que el del art. 12 citado. La gran contradicción es que oficialmente se reconoce, dando muchos detalles, que la compra la hizo el Opus Dei (con patrimonio del O.D) independientemente de a quien esté a su nombre.

Como vulgarmente se dice, y nunca mejor dicho, la adquisición de villa Tevere, al publicitarla como propia, supuso una contradicción como una casa.

Esta contradicción no es propiamente un oxímoron sino sencillamente una contradicción, no en el discurso, sino entre discurso y la práctica. Según la fuente oficial del Opus Dei se compró por consejo de quien luego sería Pablo VI, Giovanni Montini, y de algunos otros curiales significativos. Es decir, por una cuestión histórica, de conveniencia y de utilidad, se infringió la norma y el espíritu de lo concebido.

Las posteriores adquisiciones de bienes se realizan con dinero del Opus Dei pero a nombre de personas individuales en un caso típico de simulación contractual. Aquí no hay oxímoron, ni propiamente contradicción lingüística, insisto, sino una contradicción operativa que necesariamente tiene que ser instrumentalizada mediante una simulación [6]. Digamos que se trata de una simulación “por imperativo legal”, el de los estatutos; lo que evidencia la importancia de las “imágenes-deseo” del fundador.

La presentación uni-dual del Opus Dei (en itinerario jurídico)

Y terminados los incisos hagamos el análisis prometido:

La primera lectura, sería la lectura de la publicidad (corroborada por la frase anterior, según cual, los miembros del OD hacían votos privados por una cuestión psicológica: para que “tomaran más viva conciencia del compromiso asumido”) y que se entendería literalmente; o sea, que la vinculación al OD es algo que solo afecta a la propia conciencia del socio del OD y que la relación del miembro con el OD es que éste solo ha escuchado el autocompromiso consigo mismo. Dicen: la vinculación (entre miembros e institución) consiste en una (simple) manifestación del miembro, manifestación según la cual el miembro, ante sí mismo, se compromete a ser santo y hacer apostolado de por vida y con toda su vida.

El acento más publicitario es reducir la vinculación a la “simple” manifestación.

La variable b.2 de nuestro guión la constituye la expresión “la vida entera”, que tiene dos significados distintos: toda la vida (tiempo) y toda (integridad) de la vida. Es decir, que la (una posible) expresión común sería “la total entrega de tu vida hasta la muerte”

La variable b. 2 se da también en el segundo sentido al tratar la expresión “apostolado”. Aunque apostolado y proselitismo no son ni conceptos ni términos idénticos, la característica del pensamiento por imagen-deseo no es precisamente el rigor sino la aproximación. Cuantas veces por “imaginar” una distancia en el mapa no nos hemos hecho un hartón de andar. Pues eso, la variable b.2 también se da y donde se lee “apostolado” se quiere decir dos cosas distintas aunque vecinas: apostolado y proselitismo.

Pero el enunciado, real, fruto de una lectura crítica del propio texto, es muy claro, y muy otro, y expresa bien la naturaleza de la Obra:

  1. prometes que durante toda tu vida, te dedicarás, todo tú, a hacer apostolado y proselitismo. Qué apostolado y qué proselitismo? El apostolado y el proselitismo que te indiquen. Quién? La dirección del Opus Dei puesto que:
  2. prometes que durante toda tu vida te dedicarás todo tu (=la vida entera) a la santidad entendida como la entiende el Opus Dei (promesa de obediencia y promesa de obediencia al Opus Dei, es decir a su dirección), que como se ve es lo más esencial, y, por último
  3. prometes que durante toda tu vida te dedicarás, todo tu, a la santidad en tu estado actual [7], santidad entendida como perfección cristiana interpretada (véase punto 2 anterior) por la dirección del Opus Dei (para el célibe con promesa de celibato y para el casado con promesa de pureza según el OD y, en ambos casos, con la promesa de vivir el desprendimiento material, es decir con voto de pobreza según lo entienda el OD, en una nueva remisión al punto 2).

Porque, y eso no lo dice el texto, ni siquiera el antecedente, no se enumeran cuales son los votos que hacían que la “entrega tuviera valor” y que “mereciera el calificativo de estabilidad”. Pero los votos son los tres que caracterizan la vida religiosa, porque, como hace mención el reglamento se refiere a “buscar la perfección cristiana” (bajo la materialidad o contenido definido por santo Tomas y recogido en el código canónico entonces vigente). Y tampoco decía cómo se hacían, que como todos saben, se formulan a la forma religiosa, es decir, unos votos temporales, que equivalen a una incorporación sometida a prueba, y otros perpetuos, ambos según un ceremonial que, curiosamente, también es copiado del de los religiosos.

Obviamente, leído así, la vinculación entre los miembros y el OD es muy distinta. Y suena a la vivida. Traduzcamoslo, nuevamente: para Escrivá, ser del OD, en 1934, es la exigencia de una promesa de entrega (=comprometer la vida entera, ya que compromiso es lo mismo que promesa) porque de lo que se trataba era de vivir la religión. Cómo se hacía la simple manifestación de esa promesa?. Lo de “simple” es parte de la operación de alquimia habitual propia de la contradicción. La alquimia lingüística (el lenguaje crea realidad) es que se pretende crear algo (“simple”) mediante un adjetivo (“simple”). Pero la función adjetival es eso, adjetiva, solo sirve para determinar o cuantificar el sustantivo y el sustantivo aquí es la promesa, que bien leído es el elemento principal, no el desvirtuante “simple”. Y eso no se ha variado. Ser del OD requería desde el inicio (1934) de una promesa permanente de entrega para hacer apostolado/proselitismo; obviamente un apostolado y un proselitismo organizado por lo que el mismo lo determinaba la dirección a la que se prometía obediencia (que, por el análisis interno de la frase, resulta lo constitutivo) y, simultáneamente, a la santificación personal (la perfección cristiana).

Conclusiones

Todo lo anterior es una mezcla de elementos interpretativos y empíricos. Lo determinante es lo segundo, que concluye que el uso de una semántica no común, no compartida por la gente de la calle, es una desviación. Esa desviación social ¿es una desviación de lo real y de la verdad? Con el artículo concluimos que, parcialmente, solo responde a una construcción lingüística.

Lo interpretativo es, además de los Mateotis, determinar el origen de muchas de esas contradicciones. Pilar Urbano explica que sanjosemaría se entrevistó durante una hora con Viktor Frankl. Frankl era amigo del también psiquiatra, y sacerdote de la Obra, Joan Baptista Torelló, y se veían de vez en cuando en Viena, donde ambos residían. Parece que la entrevista fue a través de esa mediación. Pilar Urbano escribe que Frankl comentó después de la entrevista: “este hombre es una bomba atómica espiritual”. Desde luego, es una comparación que causa perplejidad, pues no sabemos si habla a favor o en contra. Una bomba, y una bomba atómica es algo destructivo. ¿Cómo asociar en este caso bomba y espiritual? ¿Como algo destructivo o como algo potente?. En cualquier caso es, quizás, el mejor referente que confirma que sanjosemaría tenía una gran actividad interna, una gran actividad mental. Por tanto, no es difícil pensar que tuviera muchas imágenes de las que se enamorase (imágenes-deseo). Yo sostengo que sanjosemaría demuestra en su exuberancia lingüística ese exceso mental.

También me parece empírico decir que esa desviación consiste en usar un patrón lingüístico de dos polaridades contradictorias; que tal patrón es una elección expresa y voluntaria de sanjosemaría y de la institución Opus Dei; que en la medida que muchas de esas contradicciones no responden a una realidad, las afirmaciones realizadas sobre el mismo Opus Dei son creaciones lingüísticas sin correspondencia real, siendo el Opus Dei, en gran parte una simple creación lingüística sin verdad ni realidad que la corresponda (lo que no significa que necesariamente sea mentira). Que siendo admisibles las contradicciones en el ámbito existencial, tal como prueba la figura retórica del oxímoron o de la paradoja, no lo son en el ámbito institucional y, con reservas, en el ámbito social. Que la contradicción en el discurso institucional del Opus Dei conduce a una tensión permanente para todos aquellos que se relacionen y, a la larga, una inviabilidad.




Notas:

  1. Este artículo pretende señalar solo las contradicciones lingüísticas, proponiendo un guión de patrón lingüístico y delimitando lo que se entiende por creación linguística. Pretende llamar la atención sobre un tema no estudiado y que puede ser muy clarificador. Antonio Perez Hernandez, fue sacerdote de la segunda tanda (1946), secretario general entre 1950 y 1956 (“oficialmente” num. 2 porque, cómo él reconocía, no estaba por encima de Alvaro del Portillo, “realmente” numero 2 y su predecesor en el cargo); consiliario de España entre 1956 y 1965. Fuera de la Obra se cambió el apellido: Antonio Perez Tenessa. Para una mayor información, el siempre imprescindible autor Alberto Moncada.
    La explicación de Alvaro del Portillo, en el acta secreta de exclusión de testigos de la causa de beatificación, es que Antonio "había perdido completamente el espíritu sobrenatural". Como se explica el sentido sobrenatural no es más que la capacidad de encontrar sentido a una contradicción (oxímoron). Lo que queda al margen del oxímoron son: los absurdos y las contradicciones generadas por la imagen-deseo. El sentido sobrenatural es dar sentido a la realidad, no realidad al sinsentido.
  2. Me facilitan esta cita del cap. II del Itinerario Jurídico del Opus Dei: “Con términos no descriptivos, como en 1961, sino exhortativos o parenéticos, había expresado ideas parecidas, en una nota de sus Apuntes íntimos, entre abril y junio de 1930: es necesario luchar "contra el laicismo, con un aparente laicismo: contra el indiferentismo, con un aparente indiferentismo". Un año más tarde, en julio de 1931, recogerá la misma idea, aunque con términos algo diferentes: "-laicismo sano -anticlericalismo sano-" (los subrayados son mios)
  3. Probablemente el modo ideal al que aspiraba Escriva a moverse en el mundo sería el punto de Camino: “¡Caudillos!… viriliza tu voluntad para que Dios te haga caudillo. ¿No ves cómo proceden las malditas sociedades secretas? Mucha obediencia hace falta.”
    Si no hubieran condicionantes prácticos parece que se hubiese incorporado plenamente a este género, puesto que “siendo sociedad secreta se puede hacer una labor de influencia que pase desapercibida”.
  4. “¿Adocenarte? Tú, ¿del montón? ¡Si has nacido para caudillo! Entre nosotros no caben los tibios; – ¡Energía! Sin ella Iñigo no se hubiera convertido en Ignacio. ¡Dios y audacia! Sé fuerte y viril. Así serás señor de ti mismo en primer lugar. Y, después, guía, jefe, ¡caudillo!… que obligues, que empujes, que arrastres con tu ejemplo, y con tu palabra, y con tu ciencia, y con tu imperio; – El matrimonio es para la clase de tropa, no para el estado mayor de Cristo; -¿Ansia de hijos?… Hijos, muchos hijos y un rastro imborrable de luz dejaremos si sacrificamos el egoísmo de la carne;– Y después, ¡camino arriba, con santa desvergüenza, sin detenerte hasta que subas del todo la cuesta del cumplimiento del deber!; –
    Son frases que, expuestas en el mismo libro, si bien no en la misma formulación, se contradicen con la filosofía del hacer y desaparecer en la medida que el caudillo, guía, jefe, el empuje imperial y la luz no son susceptibles de desaparecer u ocultarse.
    La dificultad que tenía Escriva de “fijar” linguísticamente cualquier posición, incluso la posición de las piedras, y que, además refleja de nuevo su irrefrenable tendencia a la uni-dualidad, lo refleja el punto num 756: “Nosotros somos piedras, sillares, que se mueven, que sienten, que tienen una libérrima voluntad”.
    (la uni-dualidad aquí consiste en querer demostrar ser algo muy consistente, duradero - una piedra- que al mismo tiempo es humana: móvil, con voluntad etc. A mi juicio es un buen ejemplo de la febril actividad mental de Escrivá de Balaguer por el que toda realidad debía tenía un plus)
    “Dios mismo es el cantero que nos quita las esquinas, arreglándonos, modificándonos, según El desea, a golpe de martillo y de cincel. -No queramos apartarnos, no queramos esquivar su Voluntad, porque, de cualquier modo, no podremos evitar los golpes. -Sufriremos más e inútilmente, y, en lugar de la piedra pulida y dispuesta para edificar, seremos un montón informe de grava que pisarán las gentes con…”
  5. en contra de esta opinión, la siguiente cita de “Itinerario Jurídico del Opus Dei”: “Añadamos sólo que aquí, como en otros puntos ya considerados, hubo, en la conciencia y en la predicación del Siervo de Dios, profundización y afinamiento, yendo hacia expresiones cada vez más precisas y acabadas, superando formulaciones primeras, en parte menos elaboradas. Baste pensar, por ejemplo, en las palabras que encontramos en sus notas íntimas, el 20 de octubre de 1931: "La Obra de Dios será un ejército admirablemente disciplinado" (19); frase que podría poner en tela de juicio cuanto acabamos de decir, si la separamos de otras afirmaciones que permiten precisar su sentido: por ejemplo, las escritas por esas fechas -en julio del mismo año- subrayando que la Obra no será jamás un "partido católico", y que entre sus miembros puede haber y habrá "diversidad de opiniones" (20). Es lo que hará posible escribir, poco más de un año después, en marzo de 1933, sin la menor sensación de contradecirse, pues no se contradice de hecho, unas palabras en apariencia antitéticas a las antes mencionadas de octubre de 1931: "Nuestra organización es una desorganización organizada" (los subrayados son mios)
  6. 'Una simulación no tiene porqué ser ilícita. Ningún multimillonario famoso, que quiera comprar bien de precio una finca se presentará con su nombre. Usará una sociedad suya no conocida ni que salga él. Una simulación lícita, siempre que no afecte a terceros, sería la venta a un precio muy por debajo de mercado de un piso de los padres a sus hijos (se simularía una donación). Una simulación completa es la titularidad de propiedades realmente del Opus Dei (ellos ponen el dinero) y formalmente de personas de confianza (los que ponen el nombre). Aquí no hay ninguna contradicción lingüística sino pura y llanamente una contradicción operativa con unos estatutos que estipulan que el Opus Dei no ha de tener patrimonio.
  7. En el libro de Conversaciones, que es un ejercicio notable de publicidad (en el mal sentido de la palabra), también recoge, en puntos significativos, la estructura lingüística señalada. Por ejemplo, en la más publicitaria de todas, la entrevista aparecida en 1968 en L´Osservatore della Domenica (hoy absorbida como suplemento de l´Osservatore romano), preguntado sobre el elemento común que caracteriza la vocación al OD y los compromisos que asume cada socio, después de declarar (punto 62 del libro) que lo que interesa al O.D es la perfección cristiana entendida como caridad, remacha (trascribimos subrayando las cursivas del texto): “no nos interesa la perfección evangélica, que se considera propia de los religiosos y de algunas instituciones asimiladas a los religiosos; y mucho menos nos interesa la llamada vida de perfección evangélica, que se refiera canónicamente al estado religioso (…) Se puede decir que, al venir al Opus Dei, todos y cada uno de sus socios lo han hecho con la condición explícita de no cambiar de estado.” Cuando habla de “condición”, la misma equivale a promesa o compromiso (voto de celibato en el caso del no casado). Es un caso mixto de uni-dualidad y conectividad de conceptos. Ello sin querer entrar en la versión negativa de la frase, que podríamos enunciar así: “nos interesa la perfección evangélica, que no se considera propia de los religiosos y de algunas instituciones asmiladas a los religiosos” que es, en definitiva, la “perfección evangélica” aprobada bajo la Próvida Mater Ecclesia y que propio Escriva, en su opúsculo de 1948, la consideraba un nuevo camino de perfección.
    Hay que señalar que el punto 62 de Conversaciones, aprovechando la doble acepción de “perfección cristiana”, se hace una exposición que es la inversa de la conversación que tuvieron con Matteoti en el año 44 o 45.



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