Historia oral del Opus Dei/El Opus Dei y la educación

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CAPÍTULO 4. EL OPUS DEI Y LA EDUCACIÓN

Que Escrivá eligiera a los destinatarios de su primer apostolado entre estudiantes universitarios tenía que ver más con su preocupación por la selección social, por atraerse a la élite, que por un interés específico por la actividad docente.

"De hecho -repite Fisac- al Padre le oíamos muchas veces arremeter contra tantas y tantas fundaciones de frailes y monjas que nacían para algo nuevo y acababan dedicándose a educar niños ricos. Me acuerdo de que, al poco tiempo de salir de la Obra comentaba yo esto con alguien y expresaba mi progresivo desencanto hacia el Padre, que había terminado dirigiendo una organización destinada fundamentalmente a la educación. De alguna manera mi comentario llegó a oídos de ellos y rápidamente me mandaron a César Ortiz Echague para que me recriminara. Yo no tuve más remedio que decirle que mi juicio era totalmente cierto y que lo único que diferenciaba a la Obra de los otros grupos era que la Obra educaba preferentemente a niños no ricos, sino muy ricos."

En todo caso su principal interés por la educación era básicamente moral. Escrivá, como la mayoría de los eclesiásticos de su tiempo, se dolía de que la II República hubiera afirmado el principio de la escuela pública y disminuido los privilegios de la enseñanza católica, al tiempo que veía con horror la progresiva influencia de grupos como la Institución Libre de Enseñanza.

Ese clima se respiraba en la pensión de Ferraz y se iba calentando al tiempo que crecía la confrontación política. Pero Escrivá no incluía la actividad docente entre sus planes de futuro y mucho menos como algo institucional, es decir, la creación y el sostenimiento de centros de la Obra.

"Yo le oí muchas veces decir lo que él luego escribió en la Instrucción de San Gabriel, y es que nosotros no tendríamos nunca Universidades y que la sustancia de nuestro apostolado consistía en introducirnos en las instituciones civiles, para transformarlas desde dentro -confirma Fisac-. Había una frase que repetía mucho, nosotros trabajaremos con los medios y los edificios del Estado."

Ésa era, por otra parte, la hipótesis tradicional del catolicismo español, impedir la libertad de creación de instituciones docentes de signo laico y lograr que la red de enseñanza pública estuviera bajo el control ideológico de la Iglesia.

Los deseos de Escrivá se empezaron a convertir en realidad con el nombramiento de Ibáñez Martín, en 1940, como ministro de Educación. De talante autoritario y extremado celo ideológico, Ibáñez, que se había formado en el mundo de la política confesional, averiguó en seguida que la gente de la Obra le iba a ser muy útil, por una parte, para poner en marcha sus planes de educación nacional católica y, por otra, para rellenar, con hombres de confianza, las adelgazadas filas del escalafón universitario.

La clave de ello fue su conocida amistad con Albareda, aragonés como él y como Escrivá. Albareda había convivido con hombres de la Institución Libre y tenía respeto personal por la autonomía de la ciencia pero la presión de Escrivá y su sentido de la lealtad, al tiempo que la ideología circundante, le fueron llevando a la convergencia con las ideas de Escrivá e Ibáñez Martín.

"José María Albareda no pudo ser propiamente, como él deseaba, un científico, sino un administrador de la ciencia -comenta Fisac-. Tenía formación y cabeza. Si hubiera dispuesto del tiempo suficiente o le hubieran dejado en paz, podría haber destacado en su campo, la Edafología. Pero, desde muy pronto, se le dio la responsabilidad de sacar adelante el Consejo de Investigaciones Científicas, con la ilusión apostólica sobreañadida de que eso sirviera de plataforma a los hombres de Escrivá. Paralelamente, y por la aludida influencia, Albareda se fue volviendo cada vez más conservador, algo que se notó especialmente en el reclutamiento de colaboradores y en la organización del Consejo."

En esa misma época tiene lugar la tensión entre el grupo del Consejo y los académicos convencionales, suficientemente historiada, y la otra tensión, más ideológica, entre los amigos y los enemigos de la apertura intelectual, que se produce, durante el Ministerio Ruiz Jiménez, en la conocida colisión entre sus hombres y los del Opus Dei, con su intento de privar a Albareda del poder en el Consejo de Investigaciones, que es frustrado por los hombres más duros del franquismo.

Todo aquello, con sus dificultades, con sus berrinches, encajaba bien en la primera idea de Escrivá, que consistía en llenar de hombres suyos, fieles, el sistema educativo público, la Universidad, la investigación, la cultura.

De esa fecha son las historias sobre la penetración opusdeística en las cátedras, ese relato de concertaciones y apoyos mutuos que cuentan tantos testigos y víctimas de un sistema que, de suyo, favorecía semejante estrategia, por la larga tradición de endogamia académica existente en España y los filtros ideológicos del momento.

Paralelamente ocurren otras aventuras, como la protagonizada por Raimundo Panikkar.

Desde su vuelta de Alemania, en 1939, Raimundo Panikkar empezó a conectar con el mundo intelectual, especialmente el católico, y a conocer a las figuras de entonces, ya zarandeadas por las contradicciones intelectuales y políticas del franquismo. Por su carácter y formación le cogía muy de lejos la discusión política, pero participó activamente en la vida cultural española.

El rectorado madrileño de Laín Entralgo, en el Ministerio Ruiz Jiménez, fue el marco de un intento de renovación universitaria en el que Panikkar intervino.

Se trataba de resucitar el Studium Generale y Panikkar dietó un curso sobre "El sentido histórico de nuestro tiempo", que atrajo a cientos de estudiantes de todas las facultades que querían aprovechar su paso por la Universidad para adquirir algo más que la mera formación profesional.

Panikkar fue también el primer secretario de la Sociedad Española de Filosofía, en la que colaborarían tantas personas como Zaragüeta, Roquer, Ceñal, Mindán, y más tarde González Alvarez, Millán Puelles, Pinillos, Yela, etc.

Panikkar tenía con Rafael Calvo Serer, aparte de la relación fraternal, una buena comunicación intelectual, aunque Calvo veía lo intelectual como parte de su operación política. Lo cierto es que a Panikkar le hicieron un hueco en el Consejo de Investigaciones Científicas, el Instituto de Filosofía Luis Vives y desde allí daba rienda suelta a sus preocupaciones culturales.

Dos fueron sus principales actividades además de lo mucho que escribió por aquel entonces y que permaneció inédito. Por una parte la revista "Arbor", que Panikkar fundó, y, por otra, Ediciones Rialp, y en concreto la Colección Patmos de libros de espiritualidad.

Con "Arbor" se pretendía una revista cultural, muy a la europea, quizá más según la tradición alemana, que la anglosajona. El Consejo quería hacer algo rápido pero Panikkar les persuadió de que no se podía empezar sin tener al menos seis números perfectamente planeados. Se encargó de ello y así fue.

Panikkar tuvo la suerte, o el acierto, de no verse comprometido en los conflictos entre sus hermanos opusdeístas y las otras fuerzas políticas de la cultura franquista.

Se llevaba bien con todos, Ruiz Jiménez era buen amigo suyo e incluso le dio ejercicios espirituales. Más de una vez levantó su voz ante el fanatismo intelectual de alguno de la Obra, aunque bien es verdad que sin mucho éxito. Particularmente le molestó la actitud del mundo académico español contra Julián Marías. Los de la Obra le tomaban poco en serio. Les era útil pero no contaban demasiado con él y cuando planteaba alguna cosa solían decir, "cosas de Raimundo"...

Con Patmos el asunto era un poco más complicado porque se trataba de teología y eso podría afectar a las relaciones de la Obra con la Iglesia.

No pasó nada durante un cierto tiempo. Junto a textos ascéticos, algunos de la gente de la Obra, publicaba libros clásicos y otros de espiritualidad moderna, europea, y por ahí vino el conflicto.

El conflicto ocurrió cuando Panikkar publicó y prologó un libro de Jean Guitton sobre la Virgen María. El cardenal Segura se enfadó mucho por el tratamiento teológico de la figura de María y escribió una carta pastoral, de ochenta páginas, muy negativa, condenando el libro, que alarmó al Padre. Después de varias conversaciones entre él y el cardenal, el Padre se decidió por jugar el juego eclesiástico y aseguró al cardenal que le quitarían de en medio. Le mandaron a Roma a estudiar "buena doctrina". Era la primera mitad de la década de los cincuenta y ahí empieza su alejamiento de España y su desvinculación con el apostolado de la Obra.

Hasta entonces, todo aquello había ocurrido básicamente en el mundo universitario pero, poco a poco, se empieza a producir una presión sobre Escrivá para que la Obra tome parte en la educación infantil, en contradicción con sus primeras aseveraciones.

"Aquello nace en el contexto de la amistad con la gente de Neguri, Bilbao, que le insistía en la utilidad de un colegio del Opus para sus hijos -comenta Antonio Pérez-. El Padre, que no tenía un no para Carito Mac Mahon, nos ordenó en 1951 montar un colegio, Gaztelueta, que sería, e insistió mucho, el único, una excepción."

La gente bien de Bilbao se vuelca en esa fundación en el que hacen sus primeras armas pedagógicas docenas de numerarios que luego serían la base de la expansión en este terreno.

"El colegio de Gaztelueta era la copia más barata del Instituto Escuela que yo he visto en mi vida -cuenta María del Carmen Tapia-. Su primer director, Toñé, asistió de pequeño al Instituto Escuela de Madrid. Desde los pupitres hasta el estilo de los casilleros era una copia memorizada del Instituto Escuela al que yo asistí. De hecho, la directora de la administración de Gaztelueta, Mercedes Morado, licenciada en Pedagogía, al enseñarme el colegio durante las horas de la limpieza -entonces yo estaba destinada en la administración del Colegio Mayor "Abando" para hombres, de Bilbao- me lo comentaba sin el menor ambage."
"La fórmula jurídica a emplear sería la de obra corporativa, recién alumbrada en las Constituciones de 1950 -subraya Antonio Pérez-. Las obras corporativas, a diferencia de las comunes o sociedades auxiliares, eran aquellas en que la responsabilidad, la autoría, eran de la Obra, directamente."

"Gaztelueta" se convierte así en la primera obra corporativa del Opus Dei.

El paso siguiente fue Navarra.

También por esas fechas, el vicepresidente de la Diputación de Navarra, Gortari, manifiesta insistentemente a gentes de la Obra su deseo de que pongan allí una Universidad, que subraye la importancia de la foralidad e impida a tantos navarros tener que desplazarse a Zaragoza.

La idea era, por supuesto, contraria a la mente de Escrivá. Es más fácil poner una Universidad que ganar una cátedra, cuenta Antonio Pérez que decía el Fundador, subrayando sin duda la importancia del apostolado de infiltración en los centros del Estado que hacían sus hijos, en comparación con las fundaciones eclasiásticas como "Deusto". Pero en este tema, como en otros, Escrivá aprovechó las oportunidades que se le ofrecían de hacer cosas y no permitió que sus principios detuvieran su pragmatismo.

"Yo no me acuerdo de si fue el Padre el que me lo indicó o si, por el contrario, fui yo el que le planteé la cosa -continúa Antonio Pérez-. Lo cierto es que en 1952 empezamos las negociaciones. Es también cierto, como antecedente, que gentes de la Obra estaban interesadas en la fundación. Recuerdo la insistencia con que Juan Jiménez Vargas me hablaba de lo mal que estaba la Universidad oficial y la conveniencia de hacer nosotros algo serio."

"A mí me da la impresión -subraya Fisac- que en la fundación de Pamplona había como cierta consecuencia de la frustración de no poder lograr que la gente de la Obra destacase de verdad en la Universidad del Estado, o consiguiera el control deseado. Por una parte existía esa animosidad del padre Escrivá contra los socios que se dedicaban en serio a la ciencia, y eso cortaba muchas vocaciones científicas verdaderas, pues exigía una dedicación plena que no se facilitaba dentro de la Obra. Y por otra, la animadversión creciente de muchos catedráticos, que se oponían a la influencia de la Obra y les hacían la vida imposible. La fundación de Pamplona era, consciente o inconscientemente, una retirada estratégica, pienso yo, una manera de controlar totalmente un centro universitario.
"Si a mí el Padre me había dejado plena libertad en mi profesión de arquitecto, fue en gran parte -creo yo- porque ganaba un dinero que se necesitaba en aquel momento, y también porque yo no demostraba excesivo interés ni en la labor interna, ni en el proselitismo."

La fundación, que sería ya la segunda obra corporativa, significa el acuerdo con la Diputación, que empieza cediendo un edificio administrativo, la "Cámara de Comptos", y da una primera modesta ayuda, para instalar una Facultad de Derecho. Al frente de todo ello Ismael Sánchez Bella, repatriado al efecto de Argentina.

A la clientela navarra se une en seguida la apostólica. Familias andaluzas, gallegas, castellanas, que tienen una gran confianza en la Obra, envían a sus hijos a estudiar a Pamplona. La Universidad pública, aún férreamente controlada por el franquismo, empieza a ser lugar de encuentros ideológicos disidentes, de acción política, y ello también influye en la afluencia de Pamplona de hijos de familias conservadoras.

Pronto a Derecho se une Letras y, con el apoyo de los catedráticos de Medicina de la Obra, y en particular de Ortiz de Landázurri, se abren los estudios médicos y de enfermería, la Clínica Universitaria, que contaría con un amplio prestigio profesional.

Sin embargo, Navarra no da títulos y los alumnos han de examinarse en Zaragoza, donde catedráticos de la Obra, como José Orlandis y Casas Torres logran pequeños favores de organización para sus correligionarios.

En el seno del Ministerio de Educación, sede de cierta ideología falangista residual, comienzan las hostilidades contra Navarra con motivo de la negociación para el reconocimiento de los títulos. Hay un intercambio de notas verbales entre el nuncio Antoniutti y los ministros Castiella y Rubio García Mina, hasta que se logra un acuerdo en base a que Navarra tenga un determinado número de catedráticos de universidad estatal en su claustro.

La operación Navarra sirve también a los fines personales de Escrivá.

"Al padre Escrivá -cuenta Antonio Pérez- le gustaban los honores y las distinciones. Por eso no es extraño que aprovechara la erección de Pamplona como Universidad de la Iglesia en 1960 para autonombrarse Gran Canciller de ella, un título tradicional de la educación superior eclesiástica, cosa que, por otra parte, era normal en las Órdenes religiosas que tenían universidades."

La distinción honorífica coincide con la exacerbación del culto a la personalidad de Escrivá. Son los tiempos de las grandes concentraciones de socios en Pamplona, durante las cuales es vitoreado, es el comienzo de las tertulias masivas, ensayadas para que no haya conflictos.

El zafarrancho externo coincide también con el conocido debilitamiento de la lucidez mental de Escrivá, embarcado ya en una megalomanía fomentada por sus fieles, cuyo episodio público más desgraciado podría ser la obtención de un marquesado para el Padre, el de Peralta.

Navarra sirvió asimismo para crear una gran red de solidaridad opusdeísta en torno a las crecientes necesidades de financiación y al efecto se organiza la "Asociación de Amigos de la Universidad", en cuyo Patronato entran importantes figuras de la cultura española como el profesor Jiménez Díaz, Gregorio Marañón, etc.

Cuando los hombres de la Obra llegan a la política se sistematiza una fórmula de apoyo económico del Estado bajo diversos epígrafes controlados presupuestariamente por ellos. A pesar de la discreción con que se llevan esas gestiones, se produce una protesta del mundo falangista y democristiano en la aprobación por las Cortes de uno de aquellos presupuestos anuales en que figuran, más o menos escondidas, subvenciones a Navarra. La Universidad de la Obra se va a convertir en objeto de confrontación de la política española, aunque la alta protección de Carrero Blanco impide al final que se consuman los ataques a ella. Carrero incluso aprovecha la Universidad para incorporarla, en cierta manera, a su política africana, financiando la estancia en Pamplona de estudiantes katangueños antimarxistas, cuyo color y costumbres ponen una nota exótica en las calles pamplonesas.

Créditos oficiales sirven también a la expansión física de la Universidad, con cuyas sociedades interpuestas colaboran entidades como las "Cajas de Ahorro", el "Banco de Crédito a la Construcción" y la "Asociación de Ciegos", entre cuyos directivos hay socios supernumerarios.

Con el paso del tiempo, la experiencia de "Gaztelueta" se amplía a Valencia, Madrid y Barcelona, porque supernumerarios y cooperadores de esas ciudades solicitan también centros de enseñanza para sus hijos.

La fórmula excepcional, el que la Obra no dirija colegios, se va convirtiendo en lo contrario y se transforma asimismo en estrategia apostólica.

"En los años sesenta -cuenta Saralegui- era muy difícil el apostolado universitario. Los estudiantes de dieciocho, veinte años ya no eran tan susceptibles a la vocación como en la década de los cuarenta o cincuenta."

Por ello, y en consonancia con la edad a la que la mayoría de los jóvenes se hacen de la Obra, quince, dieciséis años, se decide abordar decididamente el terreno de la enseñanza no universitaria. La fórmula elegida no es ya la obra corporativa, que responsabiliza totalmente a la institución, sino la sociedad auxiliar.

A primeros de los años sesenta se crea la sociedad "Fomento" de centros de enseñanza, a cuyo frente se coloca a un experto gestor, Vicente Picó, numerario, que era secretario general del "Banco Popular". Las acciones de la sociedad se abren a la suscripción de padres de familia interesados en que haya ese tipo de colegios, y así nace una red, que termina cubriendo la mayoría de las ciudades españolas, en la que estudian hijos e hijas de supernumerarios y amigos.

La red de colegios de "Fomento" se convierte en el equivalente contemporáneo de lo que antes hacían los jesuitas y otras organizaciones especializadas en la educación de la burguesía. Muchas familias que no son del Opus Dei envían a sus hijos a esos colegios en los que se ensalza la moral tradicional en el clima español de creciente libertad de costumbres. Los colegios de "Fomento" no practican la coeducación y se convierten en lugar natural de reproducción de las clientelas opusdeístas.

La disminución de la edad en los candidatos a numerarios da pie también a la creación de una red paralela de clubs infantiles y juveniles, de ambos sexos, que van sustituyendo, en la atención de los superiores, a aquella red de residencias universitarias que se crearon en los años cuarenta y cincuenta.

La operación educativa se exporta al extranjero, notablemente a América Latina, en donde miembros del Opus Dei abren residencias de estudiantes, colegios y clubs infantiles y juveniles desde los últimos años de la década de los cincuenta. México, Perú, Chile, Colombia, Venezuela, son países en los que colegios y Universidades del Opus Dei sirven a una clientela burguesa, que aspira a educar a sus hijos en la tradicional doctrina católica, crecientemente abandonado por otras organizaciones eclesiásticas. El Opus Dei, en España, como en América, ocupa el papel de los jesuitas y, como ellos en su día, sufre los conflictos y acusaciones derivados de mantener una educación elitista y conservadora. Ello se agudiza con la creación de una red de escuelas de hombres de negocios, que, a semejanza y con el apoyo del IESE barcelonés, acoge, relaciona e intercomunica a los actuales y futuros ejecutivos de la economía latinoamericana, cuya adhesión a las corrientes liberealizadoras y de mercado es tan concluyente como esa otra censura intelectual y doctrinal que los superiores de la Obra practican en sus centros de enseñanza.

El caso de la Universidad de Piura, en el Perú, es paradigmático. Abierta en 1968 para satisfacer las necesidades de la burguesía norteña, que otras instituciones religiosas, jesuitas incluidos, no quisieron afrontar, se enfrenta desde el primer momento con las circunstancias apostólicas y sociales de una tierra que fue cuna de la teología de la liberación.

Escrivá, quien también se autonombró Gran Canciller de la empresa, dando lugar a malentendidos entre los mismos benefactores peruanos, fue particularmente estricto en preservar incontaminada a la Universidad de Piura de las nuevas corrientes. Una anécdota es ilustrativa al respecto. El obispo de Piura, monseñor Hinojosa, había conservado en su poder un donativo del cardenal Cushing, arzobispo de Boston, de veinticinco mil dólares, que le había entregado para propiciar la fundación de la deseada Universidad católica piurana. Cuando llegaron los hombres del Opus Dei, monseñor Hinojosa no dudó en entregarles ese dinero, junto con su total apoyo al nuevo centro. Abierto éste, una de las primeras consignas de Escrivá fue el que no se permitiese la entrada a sacerdotes diocesanos en la Universidad de la Obra, y, en ningún caso, a título de profesores. Llevar tal mensaje al obispo Hinojosa fue uno de los peores malos ratos que pasaron los hombres del Opus en el Perú.


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