Hijos en el Opus Dei/La caridad bien entendida...

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HIJOS EN EL OPUS DEI


LA CARIDAD BIEN ENTENDIDA...


-Dime -dijo Lao Tsé-. ¿En qué consisten la caridad y el deber hacia nuestro prójimo?
-Consisten -respondió Confucio- en la capacidad de regocijarse con todas las cosas; en el amor universal, sin el elemento del yo...
-¡Qué morralla! -gritó Lao Tsé-. ¿No se contradice a sí mismo, acaso, el amor universal? ¿Tu eliminación del yo no es una positiva manifestación del yo?
-¡Cielos! Amigo -replicó Confucio-, has traído gran confusión a la mente del hombre. (Chuang-Tzu)

Ama al prójimo como a ti mismo (Mt., 22, 40).

Éste es el mandamiento central de la doctrina cristiana. Sin embargo no parece que haya sido comprendido cabalmente por el Opus Dei. Por eso vamos a intentar profundizar juntos en el significado de una afirmación tan breve como enjundiosa. Para ello voy a requerir la ayuda del lector: en primer lugar, le ruego que intente escribir en el siguiente espacio en blanco una o dos frases que signifiquen lo mismo que la anterior invitación de Jesucristo, la cual constituye el pilar de toda la doctrina cristiana.

Es posible que la respuesta sea parecida a alguna de las siguientes:

"He de amar al prójimo como yo me amo a mí mismo."

"En la medida que yo me ame, amaré al prójimo."

Si ha sido así, el lector se habrá percatado de que un primer significado de esta enseñanza de Jesús puede ser que el amarse a uno mismo es condición necesaria para amar a los demás, y que si uno no se ama a sí mismo tampoco estará en condiciones de amar al prójimo.

Vamos a tratar de sintetizar este último párrafo utilizando la lógica proposicional y así de paso adelantaré algunos conceptos que utilizaremos más adelante.

Llamemos "p" a la proposición "amar al prójimo" y "q" a la proposición "amarse a uno mismo". El símbolo p => q ha de leerse como: "q es condición necesaria para p" que traducido a nuestro caso viene a decir que amarse a uno mismo (q) es condición necesaria ( => ) para amar al prójimo (p). Otra manera de leer p => q es "si p, entonces q", que nuevamente aplicado a nuestro caso significa: si amo al prójimo (p) entonces (=> ) es que me amo a mí mismo (q).

Utilizando las reglas de la lógica proposicional se puede demostrar cómo p => q es equivalente a nq => np, siendo "n" el símbolo de la negación. De esta manera nq => np querría decir que si no me amo a mí mismo (nq) entonces (=> ) no amo al prójimo (np).

En efecto, si una persona no sabe amarse a sí misma, cuando intente amar al prójimo no sabrá cómo hacerlo, pues habrá perdido su más inmediata referencia, que es él. Si yo ignoro lo que es bueno para mí y, de hecho, no quiero saberlo porque me rechazo a mí mismo, ¿cómo voy a saber lo que es bueno para el prójimo? Si yo, por ejemplo, permitiese, supuesto que continuase siendo numerario del Opus Dei, que diariamente mi "jefe" o director espiritual invadiese impunemente mi intimidad y coartase mi libertad, como de hecho sucede, ¿no me ocurriría que terminaría acostumbrándome a esta situación y que, de hecho, yo empezaría a entrometerme en la vida de mis subordinados? Como vemos, la agresión propia permite y justifica, como por una regla de tres, la agresión ajena. En palabras de san Agustín:

Mira a ver primero si sabes amarte a ti mismo; después te recomiendo que ames al prójimo como te amas a ti. Si no sabes amarte a ti, engañarás al prójimo como te has engañado a ti. (San Agustín, Sermón 128, 5.)

O como diría Meister Eckhart:

Si te amas a ti mismo, amas a todos los demás como a ti mismo. Mientras ames a otra persona menos que a ti mismo, no lograrás realmente amarte, pero si amas a todos por igual, incluyéndote a ti, los amarás como una sola persona y esa persona es a la vez Dios y hombre. Así pues, es una persona grande y virtuosa la que, amándose a sí misma, ama igualmente a todos los demás.
(Meister Eckhart, Harper & Brothers, Nueva York, 1941, pág. 204.)

¡Cómo contrastan estas ideas con las del fundador del Opus Dei!:

Agradece, como un favor muy especial, ese santo aborrecimiento que sientes de ti mismo (Camino, punto 207). Tu mayor enemigo eres tú mismo (punto 225). No olvides que eres... el depósito de la basura. Por eso, si el Jardinero divino echa mano de ti, y te friega y te limpia.., y te llena de magníficas flores..., ni el aroma ni el color que embellecen tu fealdad han de ponerte orgulloso. Humíllate: ¿No sabes que eres el cacharro de los desperdicios? (punto 592). Cuando te veas cómo eres ha de parecerte natural que te desprecien (punto 593).

¿Qué le parece todo esto, inmundo cubo de basura...? Perdone, era una broma. Continuemos con una cita de Waine W. Dyer:

Si tu ser no vale nada, o no es amado por ti, entonces es imposible dar. ¿Cómo puedes dar amor si no vales nada? ¿Qué valor tendría tu amor? Y si no puedes dar amor, tampoco puedes recibirlo. Después de todo, ¿qué valor puede tener el amor que se le da a una persona que no vale nada? El estar enamorado, el poder dar y recibir, todas esas cosas, empiezan con un ser que es capaz de amarse totalmente a sí mismo. (Waine W. Dyer: "Tus zonas erróneas", Grijalbo, 1° edición, Barcelona, pág. 47.)

Y es que cuando pretendemos amar a los demás con una dedicación exclusiva y sacrificada, aun a costa del amor que uno se debe a sí mismo, estamos ante el caso de una "generosidad neurótica", de la que habla Erich Fromm en su libro "El arte de amar":

Es verdad que las personas egoístas son incapaces de amar a los demás, pero tampoco pueden amarse a sí mismas... Esta teoría de la naturaleza del egoísmo surge con la experiencia psicoanalítica de la "generosidad neurótica", un síntoma de neurosis observado en no pocas personas, que habitualmente no están perturbadas por ese síntoma, sino por otros relacionados con él como depresión, fatiga, incapacidad de trabajar, fracaso en las relaciones amorosas, etc. No sólo ocurre que no consideran esa generosidad como un "síntoma"; frecuentemente es el único rasgo caracterológico redentor del que esas personas se enorgullecen. La persona "generosa" "no quiere nada para sí misma"; "sólo vive para los demás", está orgullosa de no considerarse importante. Le intriga descubrir que a pesar de su generosidad no es feliz, y que sus relaciones con los más íntimos allegados son insatisfactorias. La labor analítica demuestra que esa generosidad no es algo aparte de los otros síntomas, sino uno de ellos -de hecho, muchas veces el más importante-; que la capacidad de amar o de disfrutar de esa persona está paralizada; que está llena de hostilidad hacia la vida y que, detrás de la fachada de generosidad, se oculta un intenso egocentrismo, sutil, pero no menos intenso. (Erich Fromm: "El arte de amar", Editorial Paidos, 1986, pág. 66.)

El lector ha de juzgar personalmente si algunos de estos rasgos de "generosidad neurótica" y de menoscabo de la propia valía se podrían apreciar en muchas de las afirmaciones del fundador del Opus Dei acerca de sí mismo:

"Soy un pobre hombre"; "Soy un instrumento inepto y sórdido"; "Ese soy yo: un borriquillo"; "Soy un trapo sucio, soy basura"; "No valgo nada, no tengo nada"; "Josemaría, tantos años, tantos rebuznos"; "Vosotros y yo somos capaces de todas las miserias del mundo"; "No valgo para dirigirles." (Andrés Vázquez de Prada: "El fundador del Opus Dei", Rialp.)

Humillaciones privadas y públicas cuyos resultados podrían haber sido la conmiseración enfermiza y la humillación de sus seguidores, que posiblemente pensarían: Si él, siendo el fundador, es tan pobre hombre... ¡cómo seremos todos los demás! Confrontemos las anteriores afirmaciones con las palabras del doctor de la Iglesia Agustín de Tagaste:

¿Me preguntas cómo debes amar al prójimo? Mírate a ti mismo y, según te ames a ti, así debes amar al prójimo. No te puedes equivocar. (San Agustín: "Sermón sobre la disciplina cristiana", 3.)

Como vemos, parece ser que Escrivá de Balaguer no se miraba a sí mismo con muy buenos ojos...

La incongruencia de los planteamientos del fundador de la Obra con los de la doctrina cristiana se hará, si cabe, más patente al enfrentar, mediante dos sencillos silogismos, sus afirmaciones con las del propio Jesucristo. Para ello utilizaré la lógica proposicional presentada unas páginas antes, aunque el lector no familiarizado con la misma puede omitir el entender las expresiones de la lógica proposicional sin que por ello se afecte la comprensión global del texto:

Primer silogismo:

Premisa Mayor: "Ama al prójimo como a ti mismo." (Mt. 22, 40.) p => q Premisa Menor: "Agradece ese santo aborrecimiento que tienes de ti mismo." (Escrivá: Camino, punto 207.) nq Conclusión: "No amo al prójimo pues no me amo a mí mismo." nq => np

Segundo silogismo:

Premisa Mayor: "No amo al prójimo." (Conclusión del primer silogismo.) np Premisa Menor: "Quien dice amar a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso." (Jn., 4, 20.) np => ns Donde hemos llamado "s" a la proposición "amar a Dios" Conclusión: "No amo a Dios." ns

En definitiva, resulta que, si confrontamos única y exclusivamente la doctrina de Jesucristo con las enseñanzas del fundador del Opus Dei, resulta que si Escrivá fuese consecuente con su doctrina de menosprecio hacia uno mismo tampoco podría amar a Dios. nq => np => ns

luego: nq => ns

Es decir, dentro del marco de las enseñanzas de Jesús, si uno no se amase a sí mismo entonces no podría amar a Dios.

Recordemos aquí cómo Josemaría Escrivá distinguía en la propia grafía el Amor a Dios, Amor que escribía con "A" mayúscula, del amor humano, que lo escribía con "a" minúscula; así, en el punto 417 de Camino se dice:

¡No hay más amor que el Amor!

Si tenemos en cuenta esta distinción y la conclusión a la que llegamos anteriormente (nq => ns), entonces afirmaciones del fundador como: Jesús, que sea yo el último en todo... y el primero en el Amor" (Camino, punto 430), que viene a decir que puedo amar a Dios sin amarme a mí mismo, en definitiva: nq => s, no deja de ser, al menos, una aberración lógica en el contexto de las enseñanzas de Jesucristo.

Resumiendo: hemos llegado a la conclusión, que por otra parte fue nuestro punto de partida, de que para amar a Dios y al prójimo es requisito indispensable saber amarse plenamente a uno mismo.

Es llamativo, sin embargo, que, junto con esta idea de amor a uno mismo y a los demás, la mayoría de los grandes líderes religiosos y sociales hayan hablado acerca de la liberación del propio ego, lo cual para algunos, a primera vista, parece que se contrapone con la caridad que uno se debe a sí mismo.

Por ejemplo el gran físico pero también humanista Albert Einstein dice en "Mi visión del mundo":

El verdadero valor de un hombre se determina según una sola norma: en qué grado y con qué objetivo se ha liberado de su yo.

¿Acaso significa estar liberado del propio ego que una persona deba odiarse o despreciarse a sí misma? ¿Acaso significa esta liberación que han propugnado la mayoría de los líderes religiosos desde Buda hasta Jesucristo que debamos despreciarnos, insultarnos, castigarnos e incluso herirnos o flagelarnos?

Nada más lejos de la realidad. De hecho, una positiva manifestación de que un ser humano se ama plenamente a sí mismo lo constituye el hecho de que esa persona esté liberada de su propio ego. Einstein y la mayoria de las religiones entienden el ego como las ilusorias categorías y condicionamientos socioculturales con que el ser humano se suele identificar.

Wayne W. Dyer definía el amor como:

La capacidad y la buena disposición para permitir que los seres queridos sean lo que ellos elijan para sí mismos, sin insistir en que hagan lo que a ti te satisficiera o te gustase. (Waine W. Dyer: "Tus zonas erróneas", Grijalbo, l a edición, Barcelona.)

Esta definición se puede aplicar tanto a las relaciones de esposa y marido, padres e hijos, educador y alumno como a la de director espiritual y dirigido. En este último sentido el enfoque que el Opus Dei da a la dirección espiritual (que yo preferiría llamar orientación espiritual) dista mucho de la anterior definición del amor. Todavía, en esta institución, prevalece la visión dicotómica de director-dirigido en un sentido de superioridad a inferioridad que se transluce en muchas afirmaciones del fundador:

Director. Lo necesitas. Para entregarte, para darte..., obedeciendo. Y Director que conozca tu apostolado, que sepa lo que Dios quiere: así secundará, con eficacia, la labor del Espíritu Santo en tu alma, sin sacarte de tu sitio..., llenándote de paz, y enseñándote el modo de que tu trabajo sea fecundo. (Camino, punto 61.)

Cuando un seglar se erige en maestro de moral se equivoca frecuentemente: los seglares sólo pueden ser discípulos. (Camino, punto 62.)

Madera de santo. Eso dicen de algunas gentes, que tienen madera de santo. Aparte de que los santos no han sido de madera, tener madera no basta. Se precisa mucha obediencia al director y mucha docilidad a la gracia. Porque si no se deja a la gracia de Dios y al director que hagan su obra, jamás aparecerá la escultura, imagen de Jesús, en que se convierte el hombre santo. Y la madera de santo de que venimos hablando no pasará de ser un leño informe, sin labrar, para el fuego... ¡Para un buen fuego si era buena madera! (Punto 56).

Castigar por amor: éste es el secreto para elevar a un plano sobrenatural la pena impuesta a quienes la merezcan. Por amor de Dios, a quien se ofende, sirva la pena de expiación: por amor al prójimo por Dios, sirva la pena, jamás de venganza, sino de medicina saludable. (Punto 424.)

Castigar por amor... la nota más discordante de la dirección espiritual en el Opus Dei. El que la dirección espiritual ha de ser una orientación más que una imposición, un trasvase mutuo de experiencias más que una enseñanza unilateral, un dar alas en vez de cercenarlas es algo que ya está bastante asumido en la Iglesia actual... menos en el Opus Dei, que, preocupado tanto del proselitismo, se ha olvidado del amor.

Volvamos a retomar nuestra reflexión acerca del amor y la liberación del ego, que muchas veces no es más que el conjunto de imágenes y categorías con que nos hemos adornado. Cuando un ser humano es consciente de la evanescencia e inutilidad de tantos roles y etiquetas autoimpuestas, cuando se da cuenta de que éstas le impiden contemplar su ser verdadero y son un obstáculo hacia la propia felicidad, entonces surge en él, de manera espontánea, el desapego de cuantas cosas materiales sólo han servido para inflar su ilusorio ego; es decir, la virtud cristiana de la pobreza deviene de una forma natural, automática y fácil y no hace falta que por un contrato, como ocurre en el Opus Dei, uno se tenga que comprometer a vivirla.

A pesar de mis divergencias hacia muchas de las ideas y modos de actuación de la Obra he de reconocer que la idea fundamental en que se basa es excepcionalmente valiosa: la de que una persona, sin necesidad de etiquetarse haciéndose monja o sacerdote, puede y debe ser santo en medio del mundo. La pena es que para el Opus Dei la santidad consiste en secundar ciegamente farisaicas directrices espirituales y proselitistas. Si la santidad en medio del mundo se entendiera como la disposición habitual de una persona que busca día a día un nuevo compromiso social y humanitario y se dedica a él respetando la libertad ajena, como exige que respeten la suya propia, todo sería fabuloso. Cuando una persona está seriamente involucrada en el servicio a los demás es posible que necesite mayor libertad de movimientos que un ser humano normal. En este sentido, junto con la liberación de su propio ego, quizá tenga que desprenderse de muchas otras limitaciones: geográficas, familiares, económicas etc. Este, y no otro, es el sentido de la verdadera castidad cristiana.


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