Hijos en el Opus Dei/Es un acto impuro meterse un dedo en la nariz?

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HIJOS EN EL OPUS DEI


¿ES UN ACTO IMPURO METERSE EL DEDO EN LA NARIZ?


La directora del Colegio Mayor se dirigía a las nuevas alumnas y estimó conveniente aludir al tema de la moralidad sexual.
-En los momentos de tentación -les dijo- haceos una sola pregunta: ¿acaso una hora de placer vale por toda una vida de deshonra?
Al final de su alocución preguntó si había algo que aclarar. Una de las muchachas alzó tímidamente la mano y dijo:
-¿Podría decirnos cómo se consigue que dure una hora?

Hemos dicho anteriormente que el hacer ver la sexualidad corno algo sucio y pecaminoso conduce a que el joven empiece a despreciar su cuerpo, vehículo de estas tendencias. Como el ser humano constituye una unidad psicosomática, sin solución de continuidad, este desprecio se transfiere del cuerpo al ego, con lo que al muchacho, al no tener ya confianza en sí mismo, no le queda más remedio que abandonar su criterio en manos de su director. También apuntábamos cómo, en el Opus Dei, cualquier "desliz" en este ámbito es considerado un pecado grave que expone al infractor a las penas del infierno. Como diría el fundador, en el terreno de la sexualidad no hay parvedad de materia.

Es decir, cualquier fantasía sexual, cualquier mirada a un desnudo, la masturbación, el acto sexual realizado dentro del matrimonio sin la probabilidad suficiente de que conduzca a la procreación pueden hacernos perder de manera absoluta nuestra amistad con Dios.

Veamos cómo se enfoca este tema en un libro editado por el Opus Dei y titulado "La educación sexual", donde se dan instrucciones a los padres y educadores para que sepan orientar a sus niños:

¿Es un acto impuro meterse el dedo en la nariz? (de los 7 a los 8 años).

Hemos de intentar por todos los medios que el niño comprenda que Dios le ha dado el sexo para un uso noble y maravilloso como es el amor entre marido y mujer y el engendrar nuevas vidas, y que utilizarlo para satisfacer solamente sus instintos egoístas es envilecer tan alta función. Eso es precisamente el pecado. Una desobediencia a Dios, un hacer lo contrario de lo que debemos, o dejar de hacer lo que debemos...

Como desgraciadamente estas razones abstractas no suelen ser suficientes, habrá que insistir en tres argumentos: el amor a Papá-Dios, los peligros de la masturbación y el temor al infierno. Sí, querido lector, también esto. Aunque parezca que no está de moda, el infierno existe, y por tanto debemos informar al niño de este grave peligro. Por supuesto que hemos de obrar por amor y no por miedo, pero cuando el amor es débil y los conocimientos escasos, no está de más ayudarse con el temor. No olvidemos que el miedo guarda la viña... Por último, un argumento humano que suele resultar muy eficaz es el miedo a los peligros de la masturbación. Por eso no debemos dudar en recargar las tintas, sin mentir jamás, sobre los trastornos nerviosos y de desarrollo que el vicio de la impureza provoca en los niños. Quizá la peor consecuencia de la masturbación sea la dificultad de corregir este vicio repugnante... Si consentimos reiteradamente en esas impurezas no sólo enferma mortalmente nuestra alma sino también el cuerpo, pues en esta edad del desarrollo el organismo necesita todas sus reservas para crecer y fortalecerse. Por eso la impureza produce hombres débiles de cuerpo y de voluntad y consume al hombre hasta la médula de los huesos. ("La educación sexual", colección MC, dirigida por Jesús Urteaga, sacerdote del Opus Dei, editorial Palabra.)

Con estos consejos no sólo se amedrenta innecesariamente al joven sino que además se le suministra una información engañosa y tergiversada pues la masturbación, aunque produce un cierto desgaste físico, no entraña los graves peligros a los que se alude. No existe ninguna patología derivada de este acto ni tampoco produce ningún desorden psíquico, a menos que alguien haya recargado innecesariamente las tintas y conduzca al joven a una obsesión por el tema.

En cuanto a su moralidad recordemos que no existe, ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento, ninguna referencia que trate de ello aunque, con posterioridad, un gran sector de la Iglesia haya considerado la masturbación como pecado. (Cfr. "Catecismo de la Iglesia Católica" ns. 2351 y ss.) Hoy en día la mayoría de los directores espirituales fuera del Opus Dei tratan de no dar mayor importancia al tema, animando a los jóvenes a que encaucen sus instintos hacia el ideal de un amor generoso y comprometido.

En cuanto al tema de los "pensamientos y deseos impuros" la doctrina del Opus Dei al respecto intenta sustentarse en una interpretación demasiado simplista de las palabras de Jesús en Mateo 5, 27-28. Según esta interpretación simplista, el mero deseo instintivo del hombre hacia la mujer ya es considerado pecado. Esto podría parecer así si sólo nos atuviésemos a la letra del texto:

Os han enseñado que se mandó: no cometerás adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola ya adulteró con ella en su interior.

Para interpretar adecuadamente este discurso hemos de saber qué significado tenían, en el contexto en que Jesús las utilizaba, las palabras adulterio, mujer y mirar. Veamos lo que dice al respecto Pierre Bonard, profesor de teología de la universidad de Lausana:

ADULTERIO... El adulterio, para el hombre, no era la infidelidad a su propia esposa, sino el rapto de la esposa del prójimo. En efecto, el hombre casado gozaba de amplios derechos, sobre todo en sus relaciones con mujeres extranjeras; además, la poligamia estaba legalizada, si es que no regularmente practicada. Se trata del adulterio con la mujer de su prójimo (Sifra sobre Lv 10, 92a); es decir, de un israelita, que es el problema de nuestra perícopa.

MUJER:... Lo que hemos dicho antes, y sobre todo los paralelismos rabínicos, muestra que se trata aquí de la mujer-esposa y no -como pensaba Tolstoi- de cualquier mujer.

MIRAR: En Mateo este verbo es empleado en dos sentidos: mirar y tener cuidado, atender. Nosotros lo tomamos aquí en el primer sentido. Ahora bien, esta mirada es concebida como un verdadero gesto que anima una intención precisa del corazón, o de la voluntad (cfr. Sifré sobre Nm, par. 115). Que la codicia del corazón haya llegado a producir esta mirada, esto es lo grave. (Pierre Bonnard: "Evangelio según San Mateo", Ediciones Cristiandad, 1985, págs. 106-108.)

En definitiva, Jesús no condena de una manera general el deseo que el hombre tiene de la mujer, que forma parte del orden de la creación, sino la concupiscencia, activa en la misma mirada, respecto de la mujer del prójimo. De este hombre, movilizado en una intensa actividad del corazón, de la carne y de la mirada, se comprende que Jesús diga que ya ha cometido adulterio: "ha robado a la esposa de su hermano".

Todo lo dicho anteriormente invalida la interpretación rigorista del Opus Dei acerca del anterior texto evangélico, en que el deseo instintivo hacia la mujer en general, si es consentido y cultivado con el pensamiento, ya constituye pecado. En esta misma línea hemos de recordar la distinción que hacía el fundador entre ver y mirar. Para ello pongamos un ejemplo: podemos ir por la calle y ver un desnudo en la portada de una revista, pero si miramos ya estamos cometiendo, según el fundador de la Obra, una falta grave. Como las fronteras entre el mirar y el ver son tan difusas, no es de extrañar que el adolescente o numerario tenga grandes dificultades en saber si ha "visto" o "ha mirado", es decir, si ha hecho algo intrascendente o un pecado grave, merecedor de las penas del infierno. Esta escrupulosidad enfermiza se manifiesta en otras recomendaciones de los directores del Opus Dei a sus dirigidos: en el caso de la sección masculina se recomienda no pasar al lado de los quioscos de la prensa cuando se anda por la calle (teniendo que cruzar a la otra acera si fuera necesario), no hojear las revistas de moda que compran nuestras madres (incluida la revista "Telva", cuya directora es numeraria del Opus Dei), escaquearse de ir a la playa en vacaciones con los padres aludiendo que se prefiere ir a tal o cual cursillo o campamento, no mirarse sin ropa ante el espejo, vestirse o desvestirse paulatinamente para no quedar nunca totalmente desnudo; en los numerarios, evitar el trato con personas del otro sexo y en los supernumerarios tener todos los hijos que Dios les quiera dar, hijos que de hecho constituyen hoy la mejor cantera de vocaciones al Opus Dei.

Además en la sección femenina:

está prohibido mirar a los sacerdotes a los ojos y es necesario esconderse cuando alguno de ellos está en la residencia en que vives. Con los integrantes de la sección masculina no se puede hablar ya que, aseguran las directoras, en cualquier momento podríamos caer enamoradas. Las mujeres estamos obligadas a utilizar velos en las misas y llevar siempre combinaciones gruesas que impidan se marquen las formas. (P. D. M. Carta al director publicada en "Tiempo" el 4-8-86.)

Esta enorme cantidad de precauciones conduce a que, para muchos asociados del Opus Dei, el tema de la sexualidad llegue a ser algo obsesivo, una dolorosa y traumática realidad con la que hay que cargar de por vida. Como reacción a la experiencia vivida en el Opus Dei no es de extrañar que muchos ex numerarios emprendan diversas e inciertas andaduras para intentar reconducir su sexualidad. Unos pocos optan por la promiscuidad; creyéndose que actúan libremente, en realidad lo que hacen es actuar por oposición a los condicionamientos anteriores y, en muchos casos, creen justificar su actitud diciendo que, como no han vivido su pubertad, quieren recuperar el tiempo perdido.

Otros necesitan silenciar los gritos de su ego más profundo, atándose a otra persona o institución. Me ha llamado la atención la cantidad de ex numerarios que contraen matrimonio al poco tiempo de abandonar la Obra. Parece como si necesitasen estar comprometidos con algo o con alguien puesto que anteriormente lo han estado con el Opus Dei. Por otra parte, el matrimonio representa una tabla de salvación donde el ex numerario puede eludir el naufragio psicológico que se ha producido en su interior al abandonar la institución. Por eso el peligro de este compromiso tan prematuro es que, cuando el ex numerario haya alcanzado su equilibrio psicológico para lo cual hacen falta normalmente al menos tantos años como los que ha estado en la Obra, entonces es posible que se dé cuenta de que su matrimonio fue, en su momento, una escapatoria para evadirse de su crisis psicológica.

Por fin otros acuden al psiquiatra cuando sus esfuerzos de readecuación han sido infructuosos, como se desprende de los dos testimonios siguientes:

Por lo que se refiere a ex numerarios del Opus, yo he tenido en mi consulta a hombres que han llegado a los treinta años en la creencia de que su mayor pecado, su mayor infracción del orden moral, era la masturbación. En ocasiones he tenido que proceder a una verdadera reconstrucción de la conciencia moral en personas que no han estado acostumbradas a ejercitar opciones éticas en un contexto social, de intereses intersubjetivos, que es donde adquieren relevancia psicológica. (12 Congreso Mundial de Sociología. Ponencia presentada el 13 de julio de 1990 en el Comité de Investigación de Sociología de la Religión en la Universidad Complutense de Madrid con el título "Sectas católicas: el Opus Dei'".)

Según el psiquiatra José Soria, ex numerario del Opus y ex director de psiquiatría de la clínica de Pamplona, la mayoría de casos de mujeres que llegan al psiquiatra están motivados por crisis de tipo personal o sexual. Hay que tener en cuenta que el sexo sólo se contempla en el Opus como pecado si se realiza fuera del matrimonio y no con intención de procrear. José Soria piensa que en estos casos lo mejor es, en primer lugar, calmar a los pacientes que llegan en un estado de ansiedad muy grande y a continuación hacer que pongan todo su problema sobre la mesa. (Artículo aparecido en El País titulado "Mujeres del Opus, ciudadanas de segunda", por Mercedes Rivas.)

Retomemos el tema que nos ocupa para añadir que un pudor tan escrupuloso como el que se enseña en la Obra, lejos de desviar la atención del tema del sexo, la acentúa aún más. Es como si en vez de utilizar un monedero para guardar un billete de mil pesetas utilizásemos una caja fuerte; es probable que el posible ladrón vea en la caja de caudales aquello que en realidad no hay. Otro ejemplo lo tenemos en la época victoriana: la gran cantidad de problemas psicológicos derivados del exacerbado pudor y mojigatería de aquel momento condujo a Freud a postular que la mayoría de las afecciones psíquicas tenían un origen sexual.

Personalmente opino que lo mejor en estas cuestiones es la naturalidad, habida cuenta de que hay otras culturas en las cuales estos temas no tienen la menor trascendencia sin por ello resentirse la estructura familiar, en muchos casos más rígida y jerarquizada que la de nuestra sociedad.

Por otra parte se nos ha enseñado a desconfiar de nuestros instintos animales básicos, cuando en realidad son esos instintos los que garantizan que el ser humano y la sociedad como tal se desarrollen lo más plenamente posible en este ámbito. Esto no quiere decir que nos fijemos en los animales para imitar sus pautas de conducta. Aparte de nuestra inteligencia, también nos diferenciamos de los animales en nuestros instintos animales, valga la redundancia, que tienen una impronta específicamente humana. En el ámbito sexual el ser humano experimenta una atracción constante hacia el individuo del sexo opuesto, atracción que sólo aparece en los primates y mamíferos en la época en que la hembra tiene la ovulación. En esta época, la ovulación, o bien desencadena una serie de señales externas o produce una atracción imperceptible que llama la atención del macho para emparejarse. Sin embargo, en la mujer no se puede establecer con exactitud, ni siquiera con instrumentos avanzados, cuál es el momento en que ésta ovula. En consecuencia, si la ovulación pasa desapercibida, la fecundación sólo es posible a través de relaciones bastante regulares. Por otra parte, la mujer tiene unos distintivos de índole sexual permanentes, a diferencia de las hembras de otros mamíferos. Por ejemplo, el pecho de las madres primates sólo aumenta de tamaño durante la lactancia; en cambio la mujer tiene el pecho abultado en todo momento, desde la pubertad. Esto sólo tiene como objetivo la atracción permanente del hombre. Otro tanto se puede decir del reparto de la grasa corporal en las mujeres, que refuerza la femineidad de su figura y es elemento de atracción para el hombre, o del crecimiento del vello corporal en axilas y genitales. Uno puede preguntarse: ¿cuál es la razón de todas estas diferencias? La razón estriba en que durante la evolución del horno sapiens la crianza de los hijos se fue prolongando cada vez más y era necesario que el macho contribuyese, junto con la hembra, en la manutención y cuidado de los hijos. El permanente estímulo de la hembra hacia el macho y el ocultamiento de la fase de ovulación, así como unas relaciones sexuales más gratificantes y placenteras, dieron lugar a un reforzamiento de la unión de la pareja que permitió a la prole recibir unos cuidados más intensos y duraderos. Por tanto, negar el placer inherente al sexo, alegando que la única finalidad del acto amoroso es la procreación, es ir en contra de las sabias leyes de la naturaleza, que han previsto este placer como cemento unificador de la pareja en aras de la mejor crianza de los hijos. Negar este placer es tan artificial como desvincularlo de la responsabilidad de una vida conyugal y afectiva. Ambas opciones, la de la "procreación sin placer" como la del "placer sin procreación" representan un retroceso en la evolución del género humano. (John Money: "Desarrollo de la sexualidad humana", Editorial Morata, Madrid, 1983.)

Estas mismas ideas son las que se recogen en el siguiente fragmento de la encíclica "Humanae Vitae":

Inseparables los dos aspectos: unión y procreación. Esta doctrina, muchas veces expuesta por el magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador. Efectivamente, el acto conyugal, por su íntima estructura, mientras une profundamente a los esposos, los hace aptos para la generación de nuevas vidas, según las leyes inscritas en el ser mismo del hombre y de la mujer. Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto conyugal conserva íntegro el sentido del amor mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad. Nos pensamos que los hombres, en particular los de nuestro tiempo, se encuentran en grado de comprender el carácter profundamente razonable y humano de este principio fundamental.

Por lo tanto creo que la mejor actitud ante el tema de la sexualidad es la de la confianza en nuestros propios instintos y la del amor a nosotros mismos y a los demás. Pienso que la persona que se ama a sí misma de forma madura y responsable (como vimos en el anterior capítulo) difícilmente se verá involucrada o involucrará a otras personas en situaciones comprometidas por causa del uso incorrecto de sus facultades sexuales.

Por último, y ya que he citado la encíclica "Hurnanae Vitae", quiero traer a colación el tema de su doctrina de la paternidad responsable, que parece ser ignorada por los supernumerarios de la Obra. Paternidad responsable significa, entre otras cosas, tener un número de hijos que no impida la educación completa de cada uno. Y el compromiso de responsabilidad recae sobre los propios padres, no sobre otras personas como preceptores o directores espirituales del Opus Dei. Es muy fácil enviar a los hijos según van siendo adolescentes a clubes de la Obra -porque no hay quien aguante a tantos hijos en casa- y encarrilarles a una forzada vocación de numerarios.


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