Hacia una nueva etapa

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Por Thelonius Monk, 16.02.2017


Con el fallecimiento de Mons. Echevarría se cerró una etapa en el Opus. Concluyó el ciclo de gobernantes designados por Escrivá. Su paternalismo ha desaparecido en forma definitiva aunque no el de la institución.

Desde que abandoné la organización han pasado varios años. Todos ellos los viví bajo el poder de Escrivá, de Del Portillo y de Echevarría. Utilizo dicha expresión porque, con el decurso del tiempo, considero que el Opus es fundamentalmente una construcción de poder tanto temporal como eclesial.

De modo que a continuación me limitaré a dar una percepción a trazo grueso del gobierno de cada uno de ellos…

A finales de 1960 – época en la que ingresé - Escrivá ejercía un poder dotado de una autoridad incuestionable. Todos debíamos “pasar” por su mente y su corazón. Cada decisión suya era asimilable a un mandato divino aunque versara sobre la postura que debían mantener las numerarias al salir de la piscina. Lo que llegaba del Fundador llegaba de Dios.

El periodo que siguió al Concilio Vaticano II fue vivido por Escrivá como experiencia traumática. Cuando Juan XXIII afirmó que la Iglesia había decidido aplicar el “remedio de la misericordia en lugar del rigor de la severidad” el fundador quedó descolocado.

Pareciera que cuando Escrivá quiso cambiar la Iglesia imponiendo sus propias ideas aquella ya había desplegado sus alas y volado.

El fundador encontró en el ámbito interno el ambiente propicio para descargar su carácter volcánico. Redactó unas cartas conocidas en la jerga interna como las “tres campanadas” en las que hacía una crítica implacable a los pastores de la Iglesia a la vez que invitaba entregar la hacienda y la vida. Decidió proclamar su visión por América del Sur en donde cabe destacar el esfuerzo personal que supuso.

A los numerarios de a pie el mensaje que nos llegaba era que Escrivá ya no era sólo el fundador del Opus sino el arquitecto enviado por Dios para la reconstrucción de una Iglesia que se desmoronaba. Bajo su liderazgo nos sentíamos con el valor propio de una minoría elegida. El rechazo soterrado al Vaticano II fue un elemento adicional para acrecentar la autoridad de Escrivá.

Su poder tenía algunas reglas. Consigno sólo las siguientes:

  1. Regla de la obediencia absoluta al Padre;
  2. Regla de la disimulación de las actividades proselitistas (basta recordar el acrónimo “DYA” que cara al exterior se presentaba como “Derecho y Arquitectura” aunque en realidad significaba “Dios y Audacia”);
  3. Regla del secreto riguroso sobre las normas jurídicas que regulan al Opus;
  4. Regla de la información a los organismos de gobierno sobre cuestiones relativas a la intimidad de los miembros;
  5. Regla de la ocultación del patrimonio del Opus a través de sociedades interpuestas de modo que la institución podía declararse “pobre”.


Con Escrivá se cerró la época del entusiasmo fundacional; fue la “era de la conquista”. De su gobierno rescato lo siguiente: 1) Había una cierta consideración al trabajo profesional; 2) Los espacios de libertad de los numerarios eran mayores. Pocos imaginaron lo que vendría después.

Al fallecimiento del Fundador el poder recayó en las manos de Alvaro Del Portillo. Carente del carisma humano de Escrivá se definió como su “sombra” y claro está que la sombra no arroja luz.

Con la “divina” misión de asegurar el “espíritu” del Opus, promulgó un documento conocido con el nombre de “Praxis”. Se trataba de un texto que contenía un catálogo de reglas de conducta. Posteriormente, el propio Del Portillo ordenó arrojar aquel documento al fuego. Otros documentos con nombres distintos suplantaron la Praxis.

Del Portillo había adoptado el legalismo religioso. Los espacios de libertad se achicaron de modo dramático. El paradigma del trabajo se esfumó y comenzó consolidarse una obesa burocracia interna.

Los consejos locales –un órgano administrativo de facto sin competencia preestablecida– constituían el poder real de la organización; en ellos se originaba la cadena de información para la toma de decisiones sobre la vida de los miembros. El clima interno se enrareció. Las facultades de control de los directores locales crecieron; ahora había que pedir permiso para todo.

El rígido control reglamentario impuesto por Del Portillo generó efectos inesperados. Surgieron los primeros numerarios necesitados de asistencia psicológica. En alguna región se llegó al absurdo de nombrar un psiquiatra oficial.

Finalmente, Del Portillo instaló un clima de endiosamiento de la personalidad del fundador a unos niveles que ruborizaba. En las meditaciones expresiones como “nuestro padre”, “nuestro fundador”, “el beato Josemaría” eran empleadas hasta la crispación.

Al gobierno de Del Portillo lo denomino la “era del hielo”; el supuesto espíritu fundacional quedó “congelado” y, para que no haya dudas, fue “sellado” con una maldición dedicada a quien se atreviera a modificarlo.

Con Del Portillo se extinguió el proyecto de vida de los numerarios como personas que trabajan y se ganan la vida conforme lo hace la media sociológica. Ahora eran funcionarios de una institución. Este giro –manipulado en la terminología– fue demoledor. De este hecho el Opus no se ha repuesto ni se sabe si repondrá.

Rescato del gobierno de Del Portillo que los sacerdotes llegaban a la región mejor preparados teológicamente; parecía que habían dedicado más tiempo a los estudios que a tareas de fontanería.

Con la llegada de Echevarría algunos pensamos –ya éramos mayores- que podía haber una suerte de cambio. Ingenuamente creíamos que se recuperaría la libertad al paso que se reivindicaría el trabajo profesional. No fue más que una ilusión. El funcionariado se consolidó, el poder de los consejos locales se mantuvo y con ellos el control.

Dos hechos trágicos han marcado históricamente el gobierno de Echevarría: 1) El sorprendente suicidio de Danilo Eterovic; 2) La muerte Antonio Petit.

Este último enfermo, desamparado y calumniado por el Opus según me relataron testigos que compartieron horas de trabajo con D. Antonio. Recuerdan sus pasos débiles cargando con fotocopias.

En cuanto al P. Eterovic sus últimas palabras fueron: “No sé cómo llegué a esto”. En esas pocas palabras se concentra los efectos devastadores que puede producir la disciplina del Opus sobre las personas. El otro mensaje que deja su trágica muerte consistió en que el P. Danilo fue desconocido nada menos que por un numerario mayor ante un requerimiento policial. Irónicamente, en el funeral el Vicario de Argentina hacía una autoalabanza de la caridad que se vive en el Opus.

En cuanto al gobierno de Echevarría no recuerdo ninguna medida. Sólo contempló impotente la fuga de numerarios sin acertar con las verdaderas causas del fenómeno. Repitió de modo obsesivo las recetas heredadas.

Puestos a etiquetar su gobierno se lo puede calificar como “la era de la implosión”.

El comienzo del siglo XXI encontró al Opus en pleno desmoronamiento; la salida de numerarios, al menos en mi región, comenzó a convertirse en algo corriente. Tanto numerarios laicos con décadas de servicio como sacerdotes abandonaron la institución. Esta web recoge testimonios de lo que afirmo.

La decadencia tan temida había llegado sin que ningún factor externo fuera la causa de la misma. La esterilidad apostólica y la fuga de vocaciones son hoy hechos incontrovertibles. Hay casas vacías por doquier.

A la fecha el Opus ha pasado de la “era de la conquista” a la “era de la implosión” con una larga parada en la “era del hielo”. En la actualidad la organización se parece a un aeropuerto donde solo se quedan los funcionarios; los demás, tarde o temprano se marchan. Nadie quiere vivir en un aeropuerto; los baños son públicos, las butacas incómodas, la comida chatarra y, por sobre todas las cosas, la vida es de un aburrimiento sin paliativos.

No estaría mal que el nuevo prelado comenzara pidiendo perdón. No hace falta un acto público; solo obras de misericordia a favor de aquellos que abandonaron la institución, le entregaron todo y se encuentran necesitados. El Opus no necesita un regreso a Escrivá sino al Evangelio.

No sé cómo gobernará. En cualquier caso le deseo suerte. Lo que no tengo dudas es que con Internet su gobierno estará sometido a un particular escrutinio. Más tarde o más temprano en la red casi todo se sabe le guste o no; se enoje mucho o poco.




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