Escrivá a los altares? La cara oculta del Opus

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Por Fernando García-Romanillos V., Revista: Historia Internacional, Año I, número 6, Septiembre 1975


Con la discreción acostumbrada y con su probado buen hacer, el Opus Dei está lanzando una inteligente campaña en favor de la beatificación de monseñor Escrivá de Balaguer.
En el presente trabajo no pretendemos actuar de «abogados del diablo», siguiendo el trámite que al respecto establece la tradición vaticana. Es obvio indicar que monseñor Escrivá, como toda persona -y no sólo por fallecida-, nos merece el mayor de los respetos. En este artículo se pretende, sencillamente, proporcionar algo más de luz para la comprensión de un instituto que lleva tras sí la polémica. Creemos que el autor ha aportado algunos datos hasta ahora inéditos que nos ayudarán a contemplar la cara que el Opus no se esfuerza en dar a la publicidad.
Completamos este informe con un insinuante artículo en el que se nos ofrecen curiosas semejanzas con la orden de guerreros y banqueros que en la Edad Media llegó a ejercer un poder impresionante: los templarios.

Anverso y reverso de una de las fotos que gustan llevar los socios del Opus Dei en sus agendas. Por un lado, el rostro de un joven monseñor Escrivá. Por otro, uno de sus eslóganes preferidos: "Semper ut iumentum!» (Siempre como borricos), pues la imagen obediente y tenaz de este animal es muy del agrado en la Obra

A las pocas semanas del fallecimiento de monseñor Escrivá de Balaguer, los servicios de prensa del Opus Dei difundieron un dossier con documentación sobre su vida y muerte. En ella se incluía la reseña biográfica publicada por Enciclopedia Salvat en el tomo correspondiente a la letra E. La reseña está firmada por Carlos Escartín, el único biógrafo acreditado por la propia asociación. Pero ese fascículo de Salvat le costó no pocos disgustos a la editorial y al propio Opus. En su primera edición la reseña comenzaba: «El padre Escrivá, un religioso...» Esas expresiones no se ajustaban a la ortodoxia del lenguaje opusdeístico. La reacción inmediata fue que, a las pocas horas de la distribución del fascículo, más de un centenar de miembros del Opus fueron movilizados en todo Pamplona, para comprar en quioscos y librerías todos los ejemplares del fascículo de la E. Así se evitaba la difusión de tamaño error a los ojos del Opus Dei. Más tarde volvió a ser editado desprovisto de los términos «padre» (con minúscula) y «religioso». Para ello no hubo gran dificultad, ya que entre los asesores de esta enciclopedia figuraba, entre otros, Ismael Sánchez Bella, vicerrector de la Universidad del Opus en Navarra.

Hay que cuidar la imagen

Esta anécdota es un exponente de dos aspectos esenciales de la Obra: el significado prepotente de la figura de su fundador y el celo por cuidar la imagen pública de la organización. Con ocasión de la muerte de Escrivá de Balaguer, en junio pasado, volvieron a llenarse las páginas de diarios y revistas de artículos sobre la Obra y su fundador. Pero en esta ocasión, por primera vez, los discípulos del sacerdote aragonés no se han dedicado a replicar, uno por uno, los evidentes juicios críticos que se han vertido en letra impresa. Han esperado que pasara la fiebre de lo que ellos habrán considerado una «campaña», para -directa o indirectamente- ir colocando una serie de artículos en importantes órganos de difusión. Tal es el caso de los trabajos aparecidos en «IL Corriere della Sera», «L'Osservatore Romano», «Informaciones» y «Ya». Y es de resaltar que en el matutino madrileño, portavoz de una editorial católica y una jerarquía con la que el Opus Dei no mantiene muy cordiales relaciones, aparecieran dos artículos laudatorios en corto espacio de tiempo.

Eminentes figuras de la tecnocracia en los funerales que se celebraron en junio en la basílica de San Miguel. Vicente Martes, Fernández de la Mora y Liñán Zofío. Junto a ellos, Martín Artajo: la Iglesia oficial les acompaña a la hora de las penas

Para hablar sobre el Opus, como sobre tantas otras cosas, hay que evitar posturas simplistas que, con bastante frecuencia, se observan en los ataques a esa organización y, sobre todo, en la defensa que sus miembros hacen de ella. Hay que partir de la base de que el Opus Dei es, ante todo, un fenómeno religioso, con todas las implicaciones que el término religioso encierra, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX. Cuando en nuestro país, en los últimos veinte años, ha sido motivo de tan fuerte y larga polémica pública, no cabe duda que se trata de un fenómeno religioso con importantes repercusiones sociales, en el más amplio sentido del concepto social. Sería pueril echar la culpa de la controversia Opus a las envidias o recelos de la Falange o los jesuitas, ya que eso equivaldría a reconocer a estos dos sectores un dominio de la opinión pública que, evidentemente, no poseen. Por tanto, lo que hay que pensar es que el mensaje de José María Escrivá se ha extendido ampliamente por la sociedad española y ésta ha reaccionado, bien por el contenido del mensaje en sí, por los métodos de difusión o por la manera de implantarse en lugares y momentos determinados.

No sólo de ministros vive el poder

Cuando el 20 de diciembre de 1973 moría el almirante Carrero Blanco y unas semanas más tarde Arias formaba nuevo gabinete sin ministros del Opus, muchos entonaron el «Delenda est Opus Dei» y más de una camisa azul hizo el corte de mangas. Tremenda ingenuidad, como está demostrando el paso del tiempo, por considerar que el poder de una organización de este carácter se mide por el número de miembros que son ministros. Este baremo sirve para un grupo político clásico, pero no para el Instituto Secular que fundara monseñor Escrivá en 1928. Por decirlo de alguna forma, la explosión de Claudio Coello barrió el clan de los López, pero no la infraestructura que había, y persiste, bajo esos tecnócratas. Prueba de ello es que las sólidas posiciones terrenales alcanzadas por la Obra no sufrieron las mismas consecuencias que las de los acusadores de Matesa. No está lejano el recuerdo de lo que ocurrió a «Diario SP» o estuvo a punto de pasar con la Cadena de Prensa del Movimiento. Para comprender esta diferencia hay que alejarse un poco en el tiempo.

En la presidencia de los funerales celebrados en Madrid por el alma de monseñor Escrivá, de izquierda a derecha: doctor López Ortiz, vicario general castrense; el nuncio de Su Santidad, monseñor Dadaglio; el cardenal Enrique y Tarancón, y el consiliario del Opus Dei en España, Florencio Sánchez Bella.

El ardoroso sacerdote de Barbastro sabía muy bien lo que hacia cuando, por inspiración divina -según contaba él mismo- tomó una decisión el 2 de octubre de 1928. Y muchos más perfilados estaban sus proyectos en los años cuarenta, después de la pausa obligada de la guerra civil, en la que tuvo tiempo de reflexionar y preparar estrategias. Si el objetivo del fundador hubiera sido encaramarse a los altos puestos de la Administración desde el principio, lo que tendría que haber hecho en la década azul es dar a sus «hijos» la consigna de apuntarse al Movimiento y vestir el color de la época. Pero no se trataba de eso y tampoco disponía de suficiente número de seguidores. Entonces, todos sus planes, su filosofía, hay que buscarla en las 999 máximas de «Camino», perfilado en el Burgos de la guerra.

A través de las páginas de este apasionado librito se descubre que lo que Escrivá de Balaguer se traía entre manos era algo mucho más serio. Ya en la introducción firmada por Xavier, A. A. de Vitoria, se dice: «Lector, no descanses; vela siempre y está alerta, porque el enemigo no duerme. Si estas máximas las conviertes en vida propia, serás un imitador perfecto de Jesucristo y un caballero sin tacha. Y con cristos como tú volverá España a la antigua grandeza de sus santos, sabios y héroes.» La recomendación, salta a la vista, está impregnada por la euforia imperial de aquellos años.»

Los caminos hacia Dios

Para llevar a cabo tamaña empresa se necesita mucha preparación y paciencia. José María Escrivá, a semejanza de Teresa de Jesús -santa muy de su devoción-, se patea la truncada España de la posguerra y conecta con una serie de núcleos universitarios, a los que comunica la grandeza de su mensaje. En aquellos años hay muchos jóvenes dispuestos a caminar gloriosamente hacía Dios, ya sea a través del imperio o... del mensaje del fogoso cura barbastrino (perfección y santificación del trabajo ordinario). Una vez que estos jóvenes, de probadas cualidades y procedentes, en su mayoría, de familias acomodadas, han asimilado «el espíritu de la Obra» y disponen de sacerdotes propios para la dirección espiritual, es cuando su padre se traslada a Roma para asegurar el complicado «status» jurídico del Opus e iniciar su proyección internacional. Los asuntos de la Iglesia son como los de la Administración española: si no se está cerca o se tiene un amigo en los ministerios (en este caso el Vaticano), los trámites se pierden en el baúl de las instancias.

¿Y qué hacen los jóvenes universitarios de Madrid y otras capitales? Simplemente, llevar a la práctica, con escrupulosa fidelidad, lo que el fundador les ha enseñado antes de marcharse, por escrito y de palabra. No hay que perder de vista esto último, pues tan importante es para un socio del Opus Dei lo que el fundador haya escrito en las constituciones o normas de régimen interno, como las opiniones o juicios que se le hayan escuchado en «tertulias de familia». Y máxime si esas opiniones corresponden a «los primeros tiempos», como a ellos les gusta decir. Pues bien, los primeros hijos (los motivos de esta terminología familiar la explica muy bien Luis Carandell en su libro-retrato robot sobre Escrivá de Balaguer) no sólo se dedican a ganar oposiciones a cátedras, sino también a aplicar los consejos de «Camino». Fundamentalmente, los que hacen referencia a los temas de «Apostolado», «Perseverancia», «Proselitismo» y «Llamamiento», que suman un total de 128 puntos en todo el libro. Todo ello, acompañado de la perfección en el trabajo, el cuidado de las cosas pequeñas, la «santa desvergüenza», etcétera, ayuda a ir montando esa fenomenal infraestructura antes citada.

Don José María Escrivá, revestido de los ornamentos de gala propios de su condición de gran canciller de la Universidad del Opus en Navarra. El rostro cortado de la izquierda pertenece al ex ministro Julio Rodríguez, entonces decano de la Facultad de Ciencias de aquella Universidad

Como fruto de esa labor, y tratándose de una organización de origen religioso, quizá habría que decir que «todo lo demás se dio por añadidura». Pero se da la paradoja que en este país tan dado a los milagros, el saber popular lo desmitifica todo. Y de esa desmitificación no se libra ni la Obra de Dios. A lo mejor, porque tampoco sería incorrecto llamarla Obra de Escrivá. El caso es que algunos conocedores de nuestra reciente historia, dan una explicación sobre la entrada de miembros del Opus en el poder temporal, con los rasgos de simpleza de todo el saber popular, pero que no puede ser descartada. Esto es lo que se cuenta.

El encuentro Opus-Gobierno

Corrían los primerísimos años de la década de los cincuenta. Digamos que por azares de la vida, el entonces subsecretario de la Presidencia, Luis Carrero Blanco, mantenía una estrecha relación con Amadeo de Fuenmayor, uno de los primeros discípulos de monseñor Escrivá, ilustre teólogo moralista y canonista, que con el tiempo jugaría un destacado papel en la constitución jurídica del Opus Dei. La relación de Carrero Blanco con Fuenmayor era de carácter privado, y el hombre de confianza de Franco tenía a este socio de la Obra en gran estima, por la eficacia de su labor. A través de Amadeo de Fuenmayor, Carrero pudo conocer, entre otros, a un inteligente profesor de Derecho Administrativo, llamado Laureano López Rodó. En aquellos momentos, nuestro país atravesaba unas fechas cruciales. La política de autarquía ya no daba más de sí, era levantado el bloqueo internacional al Régimen de Franco, pero nos habíamos visto privados de la ayuda del Plan Marshall. La penuria económica corría el peligro de desembocar en una crisis socio-política y había que tomar una rápida determinación. Los ojos de Madrid se volvieron a Estados Unidos, como única salida posible, y Washington dijo que la Administración española no ofrecía suficientes garantías para que la inversión de sus dólares resultara rentable. Difícil papeleta se le presentaba al General Franco. Pero a su lado estaba Carrero, quien le habló de unos jóvenes administrativistas que había conocido a través de Fuenmayor, y que le merecían plena confianza en su gestión, por su alta preparación técnica. En 1953 se firmaba el primer acuerdo España-USA.

Con el paso del tiempo, aquellos jóvenes abogados y economistas se transformarían en protagonistas de lo que se ha dado en llamar política del desarrollismo. Pero con el paso del tiempo, también, el primer núcleo que mereció la recomendación de Carrero se fue engrosando, no sólo en los puestos de la Administración, sino en los más variados niveles de la actividad económica y social del país. De algún modo, sus objetivos políticos suponían la conquista de todo un poder, y para ello necesitaban la colaboración de quienes estuvieran identificados con sus ideas y modo de trabajo y además contaran con la preparación adecuada. Lógicamente, este tipo de colaboradores los encontraron entre los más cercanos, aquellas personas con las que convivían desde hacía años. La identificación, pues, era casi completa.

Casas con apariencia burguesa

Desde Roma, José María Escrivá veía complacido el camino de sus hijos españoles, obedientes a las consejas de «Camino». Pero no sólo el de los que ocupaban puestos en ministerios económicos, sino en el de todos aquellos que levantaban colegios y residencias a lo ancho de la geografía nacional y a la vez recogían abundantes frutos de su labor proselitista. ¿A qué se debió eso que algunos calificaron de ascensión fulgurante? Dejando a un lado las explicaciones que siempre daba don José María a esta pregunta, por lo enigmático de su carácter sobrenatural, hay razones que saltan más a la vista. Para encontrarlas, no hay más que darse una vuelta por cualquier piso o residencia del Opus y observar cómo todo funciona a la perfección, todo está previsto y ningún detalle se pierde. No sólo por lo que se refiere a esa decoración exquisita y confortable -«Nuestras casas deben tener una apariencia burguesa», decía monseñor Escrivá-, sino a la coordinación y reparto de funciones, desde la limpieza de ceniceros a la organización de ciclos de conferencias. Y esta no es una expresión tomada al azar, porque en todas las casas de la Obra hay hombres (o mujeres), con la misión de limpiar los ceniceros tras una «tertulia» o entornar las ventanas cuando aprieta el sol. Estos detalles dan una idea de hasta qué punto un socio del Opus es capaz de afinar en su negocio. Todo ello, claro está, sin descuidar una buena preparación técnica de cada uno en su trabajo.

Dentro del Opus existe una amplia base, en su mayoría personas jóvenes que actúan por exclusivos motivos espirituales. Pero con una espiritualidad clásica: las mujeres, como se ve en la basílica de San Miguel, siguen utilizando el velo

Quizá así se pueda empezar a vislumbrar el secreto del éxito de esta joven organización, impregnada de semejante espíritu. En nuestro país, donde abundaba mucho el trabajo marrullero, el apaño y el «a ver quién saca más con el mínimo esfuerzo», una oferta opusdeística ofrecía, por lo menos, seriedad, a los ojos de muchos responsables de comunidades o empresas mercantiles. Puede que esto fuera lo que llevó a decir a un catedrático de Historia de la Universidad madrileña, durante una visita a Pamplona, que «el Opus Dei es como la Institución Libre de Enseñanza, pero al revés», provocando una agradable sorpresa en los oídos opusdeístas. Sobre esto también se ha exagerado y hay algo de leyenda «blanca», porque hasta ahora no se puede decir que hayan sido muy brillantes las aportaciones de miembros del Opus a la cultura, la política o la economía.

Con la Iglesia hemos topado

Bien distinta ha sido la trayectoria de la Obra de Escrivá en el seno de la Iglesia católica. No por lo que respecta a los bienes espirituales que haya podido proporcionar a más de 60.000 personas en todo el mundo, sino al prestigio alcanzado dentro de la política que nace en el Vaticano. Llegados a este punto, puede ser conveniente hacer una matización, ante esas críticas generales que se hacen a la postura y significado de la Obra. Conociendo su composición y régimen interno, no se puede meter a todos en el mismo saco.

Dentro de la organización existen unas categorías de miembros que recuerdan las diferencias de clases, pero no se trata de eso. Desde un punto de vista sociológico hay que distinguir, en primer lugar, una base muy numerosa, en su mayoría personas jóvenes, que su afiliación y métodos de actuación se deben exclusivamente a razones de tipo espiritual; eso sí, desprovistos de espíritu crítico. En segundo lugar está la élite dirigente, extraída, por rigurosa selección, entre los más capaces de la base. Esta élite es consciente de lo que la Obra es y representa en todos los órdenes de la vida, de sus defectos y virtudes, y de acuerdo con ese conocimiento actúa en consecuencia. Por supuesto que en una organización jerárquica, antidemocrática, como el Opus Dei, aquella base obedece ciegamente sin conocer, en muchos casos, las razones últimas de una consigna. En tercer lugar está el escaparate. Esos pocos socios que actúan públicamente y son conocidos como tales miembros del instituto secular. Los que forman parte del escaparate, rara vez son los mismos de la élite dirigente, aunque sí participan de sus conocimientos y motivaciones internas. Por encima de todos ha permanecido el fundador y presidente general, como supremo inspirador del qué y cómo, gracias a ese mensaje divino del que él se confesaba portador. Es de suponer que con la misma autoridad permanezca su sucesor en la presidencia.

Con esta breve descripción de los estratos en que se divide la obra de Escrivá y sus interrelaciones, se comprende mejor el papel que ha jugado dentro de la Iglesia. De un modo tácito, aunque no expreso, los socios del Opus se consideran algo así como los preferidos de Dios en el siglo XX. Esto ha sido muy corriente a lo largo de la historia de la Iglesia y hay multitud de ejemplos de fundadores de órdenes religiosas que manifestaron sentir la llamada del Supremo para salvar a la Iglesia. Por suerte o por desgracia, estas llamadas menudean en los últimos tiempos y la última de la que se tiene noticia es la que recibió José Maria Escriba Albás (más tarde Escrivá de Balaguer y Albás), el 2 de octubre de 1928 en una capilla madrileña. Quien con el tiempo llegaría a reclamar el marquesado de Peralta, ha puesto siempre un especial interés en no confundir su obra con el maremágnum de órdenes y congregaciones que se desenvuelven dentro de la religión católica. En términos publicitarios, se podría decir que ha tenido gran empeño en darle al Opus Dei un «toque de distinción». Y estas cosas no son muy del agrado del Vaticano.

La tierna escena corresponde a una de las asambleas que monseñor Escrivá celebró en el campus de la Universidad de Pamplona. A Escrivá de Balaguer le gustaba que sus seguidores tuvieran rasgos infantiles, como la fiel obediencia

El caprichoso instituto secular

Por eso, desde el primer momento, monseñor Escrivá, ayudado de su fiel secretario general Álvaro del Portillo, se preocupó de encontrar un fórmula jurídica propia para lo que, dicen, que casualmente se llamó Opus Dei. Y así, tras ímprobos esfuerzos, consiguieron del Papa Pío XII la constitución «Provida Mater Ecclesia» , promulgada el 2 de febrero de 1947. Este texto jurídico eclesiástico define lo que es un instituto secular: «Las asociaciones de clérigos y de laicos cuyos miembros, para alcanzar la perfección cristiana y ejercer plenamente el apostolado, profesan practicar en el mundo los consejos evangélicos, reciben el nombre especial de institutos seculares».

Unos días más tarde, por el «Decretum Laudis: Primus Institutum», el Opus Dei recibe la aprobación provisional, como paso previo a la definitiva, que tendría lugar el 14 de junio de 1950. Se conforma, así, como una nueva figura dentro de la Iglesia. Pero poco tiempo habría de durar la alegría de Escrivá y los suyos ante el triunfo conseguido frente a la intransigente burocracia vaticana. Prueba de ello es que en el seno de la Obra, tan aficionada a celebrar efemérides, las dos fechas de 1947 Y 1950, pasan inadvertidas.

Los motivos de la desilusión que embargó los ánimos de los gestores de los institutos seculares, se encuentran, curiosamente, en el hecho de que pronto cundió el ejemplo. Nuevamente surge el afán de singularidad del Opus. A las ventanillas de la Curia Romana acudieron venerables religiosos y religiosas con la solicitud de fundar sus propios institutos. Y recibieron las correspondientes autorizaciones. «Esto no era lo previsto», debieron pensar en la casa central de la Obra. El fundador veía en peligro la ansiada distinción del resto de las organizaciones eclesiales, elemento fundamental para comprender su propósito, ya que no querían ser comparados con las Teresianas o las damas de San Vicente Paúl. A más «inri» para el Opus, los institutos seculares quedaban bajo la jurisdicción de la Congregación de Religiosos y lo que José María Escrivá perseguía, por encima de todo, es que no confundieran a sus hijos con frailes vestidos de paisano, pues eran «hombres y mujeres de la calle que permanecen en el mundo santificándose mediante el trabajo ordinario». Comenzó, pues, otra batalla jurídica para conseguir la conveniente y definitiva «clarificación», y el primer paso fue silenciar en todas las manifestaciones y documentos públicos sobre el Opus Dei su carácter de instituto secular, definiéndolo machaconamente como Asociación de Fieles. Esta segunda batalla se ha prolongado hasta nuestros días sin resultado aparente. Al fundador le ha llegado la hora de la muerte sin haber resuelto el problema. El Opus continúa siendo, a efectos legales, un instituto secular.

A la izquierda, Tarancón y Dadaglio, representantes de una jerarquía con la que el Opus mantiene unas relaciones que no son precisamente cordiales. A la derecha, Florencio Sánchez Bella, consiliario general del Opus Dei en España. Todos juntos en el funeral por monseñor Escrivá.

Concilio sí, pero menos

El afán de distinción no se limita a su constitución jurídica. Abarca a todo lo que es y lo que parece la organización, desde los nombres que reciben sus obras corporativas, hasta la forma de interpretar el mensaje evangélico. Esto último se vio claramente con motivo de la revolución que originó el Concilio Vaticano II. En febrero de 1971 declaraba Escrivá de Balaguer al diario «ABC»: «El Concilio, para nosotros, no ha supuesto una invitación a cambiar nuestro espíritu, puesto que ha confirmado con gran fuerza lo que veníamos viviendo y enseñando desde 1928.». Está claro que la forma de vivir el cristianismo por el Opus Dei bien poco tiene que ver con las novedades del Vaticano II. Por dar un ejemplo, en las capillas del Opus Dei se comenzó a celebrar las misas en lenguas vernáculas, cuando esto ya era una práctica extendida y experimentada en todos los lugares de culto. Y aun así, en las ceremonias litúrgicas de carácter interno, se utiliza la mayoría de las veces el latín. Otro detalle significativo es el uso del traje talar: los pocos sacerdotes jóvenes que se encuentre uno por la calle vestidos con impecable sotana pertenecen en su casi totalidad a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus Dei.

La pretenciosa afirmación de don José María al «ABC» responde a un convencimiento interno. En efecto, las pláticas de miembros del Opus en los años del Concilio insistían en que el Vaticano II había sido un espaldarazo a la doctrina de monseñor Escrivá sobre la santificación de los seglares. En círculos allegados a la Obra se explicaba esto en función de la presencia de Álvaro del Portillo en las sesiones conciliares. Pero lo cierto es que el Concilio dijo muchas más cosas y, sobre todo, ha servido de plataforma para verdaderos replanteamientos del compromiso cristiano. Con eso ya no comulga el espíritu de la Obra, que se mantiene en la línea de la más clásica religiosidad. Se entiende ésta como una vivencia muy personal y reservada, como una íntima relación con lo sobrenatural, ajena a los problemas del mundo. Por eso está por ver la primera toma de postura del Opus Dei ante las cuestiones sociales que tanto preocupan a los nuevos cristianos, incluida su jerarquía. Podría decirse que la postura se encuentra implícita en el desinterés del Opus por estos temas, en su afán de no trastocar el orden social, cualquiera que sean sus fundamentos. En «Camino» se encuentran varias alusiones a que cada uno debe permanecer en su sitio, buscando la santidad en su trabajo. Pero sin entrar en averiguaciones sobre si ese trabajo responde a una relación de explotador-explotado o, en definitiva, a un orden social injusto.

Esta alineación dentro de lo que se conoce como línea integrista de la Iglesia con el tiempo ha llevado a esta organización a encontrarse más cercana de una jerarquía que de otra. En España se da el caso de que el Opus Dei, que mantiene unas relaciones discretísimas, cuando no tirantes, con la actual jerarquía, es probado su acercamiento a figuras como Fray José López Ortiz, vicario general castrense, o a los obispos Garcia Lahiguera y Guerra Campos. No en vano, en los programas religiosos de RTVE, asesorados por el obispo de Cuenca, de los tres sacerdotes que cada noche aparecen en pantalla, dos de ellos pertenecen a la Obra. Ahora bien, a pesar de esta cercanía a determinados sectores o figuras, su actitud mantiene ese distingo antes citado, que en este caso se refleja en el alejamiento de posturas extremas o escandalosas. Sobre todo de cara al exterior.

El rosario y los tacos

Esta astucia le sirvió hace muchos años para alcanzar un gran desarrollo y también le puede evitar disgustos en el futuro. El hecho, antes apuntado, del éxito de una empresa como el Opus entre una juventud española despolitizada y con ganas de hacer cosas grandes, se podría comparar con el de otras organizaciones, como las Congregaciones Marianas o los jóvenes de Acción Católica. Estas últimas tampoco se han quedado mancas en su acción proselitista en la España de los últimos treinta y cinco años, pero sin alcanzar las brillantes cotas de los seguidores de Escrivá. Hay, entre otras, una sencilla razón, relacionada con el famoso estilo de la Obra, que siempre la ha diferenciado de otras asociaciones religiosas. Se trata de su apariencia dinámica, moderna y mundana. Los jóvenes congregantes, los de Acción Católica o los de Adoración Nocturna, se limitaban a poco más que recibir charlas formativas y hacer alguna que otra acción caritativa. Además, sus actividades se desenvolvían en locales inhóspitos, con «olor a cura» y mucho simbolismo de medallas, insignias y estampitas, y siempre rodeados de sacerdotes más o menos ingeniosos.

Por el contrario, el joven que se acerca a una residencia o piso del Opus encuentra un ambiente agradable, con una decoración mundana. Los que le hablan de temas sobrenaturales son médicos, abogados, arquitectos o estudiantes de cualquier facultad. Visten como él (normalmente mucho más convencionales), siempre están con la sonrisa en la boca y dicen tacos con naturalidad. Indudablemente esto tiene su gancho, al menos por la novedad, aunque estos simpáticos profesionales le digan al joven en cuestión que ha de rezar tres rosarios mientras camina hacia una ermita. Y además, dato importante, no le bombardean con advertencias sobre los peligros del sexo, a lo que han sido muy aficionados los clérigos responsables de nuestra formación religiosa.

En el contexto doctrinal del Opus, lo relacionado con el sexto mandamiento queda relegado a un segundo plano. Por encima está la eficacia, la perfección, la conquista. Pero eso no quiere decir que no se dé importancia a la moralidad sexual. Se habla poco, pero con dureza: «Quítame, Jesús, esa corteza roñosa de podredumbre sensual que recubre mi corazón, para que sienta y oiga con facilidad los toques del Paráclito en mi alma» «Camino», 130). Con seguridad, el joven sacerdote de Barbastro que, en los años veinte y treinta, conoció en Madrid el empacho de recomendaciones de pureza que recibía la juventud, cayó en la cuenta de que había que dar otro enfoque al tema. La clave fue minimizarlo y tratarlo con cierto desenfado. «Hay que cuidar la vista, la revista y la entrevista», era una de sus frases preferidas.

¿Dónde está el Opus?

Hasta aquí, algunas de las ventajas obtenidas a corto plazo por esa astuta distinción que siempre ha separado al Opus de otras instituciones. Pero, en cierto modo, monseñor Escrivá también ha sabido preservar su obra de cara al futuro. La historia nos dice que, en este país, las órdenes religiosas que llegaron a alcanzar cierto poder e influencia atravesaron serias crisis por enfrentamientos con el poder político. Tal es el caso de la Compañía de Jesús, cuando recibió la orden de expulsión de España. O el despojo que sufrió la Iglesia toda con la desamortización de Mendizábal.

Don Laureano, hoy embajador en Viena, mereció el aprecio de Carrero Blanco hace más de veinte años, hasta que llegó la «explosión» de Claudio Coello.

Pues bien, difícil se haría a futuros gobernantes proceder de semejante forma contra el Opus Dei. En primer lugar, hay un problema práctico, que es averiguar el número e identidad de los miembros de esta organización. Ambos datos se guardan en absoluto secreto y ni siquiera son conocidos por los mismos socios. En segundo lugar, el poder político se las vería moradas para actuar contra obras corporativas de este instituto secular. Por una simple razón: ninguna de ellas pertenece al Opus Dei. En los correspondientes registros no aparece nunca el nombre de esta asociación, sino: patronatos, inmobiliarias, personas particulares o cualesquiera forma de sociedades mercantiles o culturales. Luego, eso sí, estos patronatos o inmobiliarias encomiendan al Opus Dei «la dirección espiritual de dichos centros». Esta curiosa situación afecta incluso a la Universidad que el Opus tiene en Pamplona, que pertenece a una Inmobiliaria Universidad de Navarra, S. A, con diversas participaciones de capital, entre ellas, una de la Organización Nacional de Ciegos Españoles. Igual ocurre con residencias, pisos, colegios de EGB o escuelas de formación profesional.

Como se ve, desde el punto de vista espiritual, sociológico, político e incluso mercantil, el Opus Dei es un filón aún por descubrir. Su fundador, el padre, ha muerto. Todavía es pronto para saber si esta desaparición puede suponer -cosa poco probable- un cambio radical en la filosofía y estrategia del primer instituto secular de la historia que después no quiso serlo. Mientras tanto, es de imaginar que sus hijos continúen el «camino» marcado por este pensamiento de José María Escrivá: «Subir, para hacer subir... Cada vez más alto para levantar a los demás.» O por la siguiente estrofa de uno de los himnos internos de la Obra:

Adelante, sin miedo, no os quedéis atrás,
con los ojos en el capitán,
que a través de los montes
las aguas pasarán,
es consigna que no ha de fallar.

Ambos, el pensamiento y la estrofa, muestran un espíritu del que ha participado la Iglesia tradicional y particularmente algunas de sus órdenes religiosas, hoy en vanguardia del progresismo. Cuando casi todas ellas han superado esa etapa, el Opus Dei permanece, quizá, como una reserva...