¿Amigos?

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Por Lvdovicus, 4 de diciembre de 2006


Echándole un rápido vistazo al documento que los orejas colgaron hace ya varios días, me doy cuenta de que, definitivamente, Mons. Escrivá no entendía, prácticamente, casi nada, y nuevamente me vuelvo a preguntar si acaso le sucedió algo cuando era joven que lo dejó tan marcado, o si tuvo durante el Seminario algún amigo que le jugó una mala pasada, o si fue víctima de una dura traición. Sólo quien está muy revuelto y muy lastimado por dentro, llega a afirmar cosas como éstas:

Procurad separar de nuestras casas a aquellos que con facilidad pueden contraer especiales amistades, que siempre van en detrimento de la caridad con los demás y que, si la otra alma llega a darse cuenta, acaban en una verdadera esclavitud. Inculcad en los corazones de todos y en sus cabezas —cuando sea oportuno— la necesidad de cortar, desde el principio, las predilecciones entre sus hermanos.

Prevenidles contra esas inclinaciones de simpatía, de parentesco, de paisanaje, de amistad anterior a la vocación, de estudios comunes, etc., que son ordinariamente el origen de esos posibles errores.

“Amistad anterior a la vocación (…) origen de posibles errores” ¡Caramba! ¡Menos mal que de cien almas les interesan las cien! ¡Menos mal que hay celo apostólico y afán grande de acercar ésas almas a Dios! ¡Cuán en vano se puede llegar a usar el nombre de Dios! ¿Es verdad el deseo de llevar a las almas a Dios o es más bien se trata, a como de lugar, de llevarlas hasta el Opus Dei y darles una buena exprimida? Más o menos lo mismo decía ayer andresxavier en su correo (Dinero y mas dinero)

Cuántos jóvenes de ésos que la gente de la Prelatura trata –por decirlo con una palabra de adentro- en las universidades, y que tienen contacto con Dios por primera vez, cuántos de ellos se tienen que ver “separados de las casas” porque empiezan a llevarse bien con alguno, por el único y sencillo instinto de la amistad que todos llevamos dentro. Y aquella relación con Dios que empezaba bien y prometía cosas buenas, se va al trasto por una serie de personas que empiezan a ver cosas raras donde no las hay.

A todos nos sucedió –se cuentan por docenas los testimonios en opuslibros- que en algún momento el numerario o la numeraria en turno nos bajó el cielo, la luna y las estrellas, juró amistad incondicional y eterna, (a veces poco le faltaba para abrirse un brazo o la palma de la mano con unas tijeras y hacer juntos un pacto de sangre), y al cabo de un tiempo –cuando veía que íbamos por otro camino, por demás noble y respetable, o que no había pasta, o que simplemente no comulgábamos con ciertas cosas, por demás opinables- nos pegó el cortón y acto seguido si te conozco, no te recuerdo y si no te conozco, ni me interesas.

En el Opus Dei se habla mucho de la amistad (¡vaya que se habla!), pero ¡qué pobre es el concepto que de ella tienen! Naturalmente hay excepciones, y hay quien estando dentro es buen y entrañable y leal amigo y se pone de montera las instrucciones como las que antes he trascrito, pero no son los más. La mayoría instrumentaliza la amistad. ¿Me sirves? Ergo eres mi amigo. ¿No me sirves?, Ergo no eres mi amigo. Asín de sencillo, asín de claro. Y testimonios, en está página, ya digo, se cuentan por montones. Aquellos no comprenden que la amistad se da cuando los dos amigos se enriquecen cuando dan todo lo que tienen, lo que hacen y, sobre todo, lo que son.

Mons. Escrivá, tendrá usted calles dedicadas a lo largo y ancho del orbe, hermosas estatuas en importantes catedrales, y un sepulcro sobre el que ¡ay! se celebra diariamente la Eucaristía, y es que sin duda es usté importante por el montón de universidades que sus hijos manejan, y por las clínicas en las que se alcanza la salud para muchos, pero en su afán por regularlo todo, absolutamente todo, hasta los sentimientos de las personas, déjeme decirle que se cargó la amistad. Usted no acabó nunca de entender lo que significa un amigo, y si lo comprendió (voy a pensar bien de usted) no supo transmitirlo a sus hijos de manera adecuada. Allí, perdóneme, le falló. Usted será ejemplo de pedagogo, teólogo; de filósofo, canonista, arquitecto; de decorador de interiores, diseñador de sagrarios y logopeda y comunicador, incluso de sacerdote, pero no de amigo. Alguien que afirma que la amistad anterior a la vocación es origen de posibles errores es que no ha entendido nada de nada, no ha tenido, nunca, un verdadero amigo y, lo que es peor, no ha sabido ser un buen amigo. Camarada, quizá, compañero de clase tal vez, pero amigo amigo, lo que se dice amigo, pues no.

Yo, Monseñor, ¿qué quiere que le diga? Que Definitivamente me quedo con aquello que decía Faguet: la amistad es una confianza en el corazón que conduce a buscar la compañía del otro hombre (o mujer) elegido por nosotros entre los restantes y a no tener miedo de él, a esperar de él apoyo, a desearle el bien, a buscar ocasiones de hacérselo y a convivir con él lo más posible.

Uno que fue hijo suyo –muy bueno y muy querido en ésta web- dijo antes todo esto que yo he escrito, y lo dijo mucho mejor. Si no lo ha leído, se lo recomiendo. Sus líneas tienen un título entrañable y sugestivo: Dar la vida por los amigos, se llamaba Antonio Ruiz Retegui.



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